Legislatura XXVIII - Año I - Período Extraordinario - Fecha 19190530 - Número de Diario 28

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ENCABEZADO

MÉXICO, VIERNES 30 DE MAYO DE 1919

DIARIO DE LOS DEBATES DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

AÑO I.- PERÍODO EXTRAORDINARIO XXVIII LEGISLATURA TOMO II. - NÚMERO 28

SESIÓN DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

EFECTUADA EL DÍA 30 DE MAYO DE 1919

SUMARIO

1.- Se abre la sesión. Es leída y aprobada el acta de la anterior.

2.- Se da cuenta con los asuntos en cartera, concediéndose licencia a los CC. Rodríguez de la Fuente y Zincúnegui Tercero.

3.- Continúa la discusión del Proyecto de Ley del Trabajo. Prosigue el debate de la fracción XIV del artículo 17 reformado.

Se levanta la sesión.

DEBATE

Presidencia del C. GÓMEZ GILDARDO

(Asistencia de 132 ciudadanos diputados.)

- EL C. Presidente, a las 4.21 p. m.: Se abre la sesión.

- El C. Prosecretario Aguilar, leyendo:

"Acta de la sesión celebrada por la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, el día veintinueve de mayo de mil novecientos diez y nueve.- Período Extraordinario.

"Presidencia del C. Gildardo Gómez.

"En la ciudad de México, a las cuatro y veinte de la tarde del jueves veintinueve de mayo de mil novecientos diez y nueve, con asistencia de ciento veintinueve ciudadanos diputados, según aparece en la lista que pasó el C. Prosecretario Aguilar, se abrió la sesión.

"El mismo C. Prosecretario dio cuenta del acta de la sesión celebrada el día anterior, que se aprobó sin debate, y de estos documentos:

"Telegrama procedente de Buenos Aires, República Argentina, por medio del cual la Cámara de Diputados de ese país envía a esta Asamblea su condolencia por el fallecimiento del eximo poeta mexicano Amado Nervo. La Presidencia designó a los CC. Efrén Rebollo, Francisco Orozco Muñoz y Alfonso Toro para que redacten la contestación a la Cámara Argentina.

"Tres oficios de las Legislaturas de Coahuila, Puebla y San Luis Potosí, en que participan haberse enterado de la elección de Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que hizo el Congreso General.- A su expediente.

"Comunicación del C. licenciado Enrique Moreno, en que acusa recibo de la que se le dirigió participándole su elección como Ministro de la Suprema Corte.- A su expediente.

"Solicitud del C. diputado Meade Fierro, a fin de que se le conceda licencia por tiempo indefinido, sin goce de dietas, así como para que se le permita durante el tiempo que dure aquélla, desempeñar cualquier comisión que le confiera el Ejecutivo Federal o el Gobierno de algún Estado. También pide se llame a su suplente con objeto de que no quede sin representante el 1er. Distrito Electoral de Coahuila.

"Previa dispensa de trámites, se aprobó sin debate.

"Proposición firmada por los CC. García Carlos, García Vigil, Valladares, Casas Alatriste y siete ciudadanos diputados más, tendiente a que se alterne la discusión del Proyecto de Ley del Trabajo con la de alguna de los Proyectos relativos a la Ley de Amparo, del Fuero Común en el Distrito y Territorios Federales o del Blanco Único.

"Así que se dispensaron los trámites, a moción del C. Vadillo la fundó el C. Valladares; el C. Mena insinuó la conveniencia de que se determinara qué Proyecto de Ley se discutiría alternativamente con el del Trabajo; hablaron en contra los CC. Espinosa Luis, Siurob y Reyes Francisco, y en pro los CC. Blancarte y García Vigil. Estimada suficientemente discutida, se recogió la votación nominal a solicitud del C. Espinosa Luis, debidamente apoyado, y por ciento ocho votos de la afirmativa contra cuarenta y dos de la negativa, se aprobó la proposición.

"El C. Bolio contestó alusiones personales; el C. Valadez Ramírez usó de la palabra para hechos, y la Secretaría, acto continuo, leyó la contestación formulada por los CC. Rebollo, Orozco Muñoz y Toro, al cablegrama de condolencias por el fallecimiento del poeta Amado Nervo, que envió la Cámara de Diputados de la Argentina.

"Dióse cuenta con otra proposición firmada por el C. Lara , que dice en su parte resolutiva:

"Sígase tratando la Ley del Trabajo, y para atender a la discusión de otras leyes, ocúpense tres horas todas las mañanas."

"El C. Lara la fundó, y después de que se le dispensaron los trámites, fue impugnada por los

CC. Martínez del Río, Mena y Villaseñor Mejía, y apoyada por los CC. Espinosa Luis, Lara y Valadez Ramírez.

"En votaciones económicas sucesivas se estimó suficientemente discutida y se desechó.

"El C. Lara usó de la palabra para hechos.

"Presidencia del C. Federico Silva.

"La Secretaría leyó una tercera proposición, subscripta por el C. Espinosa Luis, relativa a que los debates sobre la Ley del Trabajo tengan lugar invariablemente cada tercer día.

"Con dispensa de trámites y sin debate se aprobó.

"La Secretaría anunció que continuaba el debate de la fracción XIV del artículo 17, reformado, del Proyecto de Ley del Trabajo.

"Habló en contra el C. Trigo, quien no terminó su discurso en vista de que el C. Berumen reclamó el quórum, y la falta de él se comprobó con la lista que pasó la Secretaría.

"A las seis y cuarenta y cinco se cierra la sesión."

Está a discusión el acta. Los ciudadanos diputados que deseen hacer uso de la palabra pueden pasar a inscribirse. ¿No hay quien haga uso de la palabra? En votación económica se consulta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa se servirán poner de pie. Aprobada.

- El mismo C. Prosecretario: Se va a dar cuenta con los asuntos en cartera:

La Legislatura del Estado de Zacatecas manifiesta, por medio de su oficio número 580, fechado el día 26 de los corrientes, que ha quedado enterada de la elección de Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, hecha por el Congreso General.- A su expediente.

"Honorable Asamblea:

"Jesús Rodríguez de la Fuente, diputado propietario por el Distrito de Monclova, Coahuila, ante Vuestra Soberanía, respetuosamente digo:

"Que asuntos de carácter familiar me obligan a salir de la Capital por diez días y necesito al efecto licencia de la honorable Cámara.

"Por lo expuesto, suplico a la honorable Asamblea se sirva concederme la licencia que solicito con goce de dietas y con dispensa de todo trámite.

"México, D. F., mayo 30 de 1919.- J. Rodríguez de la Fuente."

En votación económica se consulta a la Asamblea si se concede la dispensa de trámites. Los que estén por la afirmativa sírvanse ponerse de pie. Se dispensan los trámites. Está a discusión. (Voces: ¡Que la funde!) ¿No hay quien haga uso de la palabra? En votación económica se consulta a la Asamblea si se concede la licencia. Los que estén por la afirmativa se servirán poner de pie. Concedida.

- El mismo C. Prosecretario, leyendo:

"Honorable Representación Nacional:

"El arreglo de importantes asuntos de interés particular, que debo dejar terminados a la mayor brevedad posible, y la imposibilidad de llevar a cabo dicho arreglo, si continuara asistiendo a las sesiones, me obliga a solicitar de Vuestra Soberanía, con dispensa de todo trámite, me sea concedida una licencia hasta por doce días, con goce de dietas, licencia que deberá comenzar a surtir sus efectos a partir del día 1o. del entrante mes de junio.

"México, mayo 30 de 1919.- L. Zincúnegui T."

En votación económica se consulta a la Asamblea si se dispensan los trámites. Los que estén por la afirmativa se servirán ponerse de pie. Se dispensan los trámites. Está a discusión. ¿No hay quien haga uso de la palabra? En votación económica se consulta a la Asamblea si se concede la licencia. Los que estén por la afirmativa se servirán ponerse de pie. Concedida.

El C. Presidente: Debiendo efectuarse mañana la protesta de los ciudadanos Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la Presidencia ha dispuesto que una comisión pase por ellos al edificio de la Suprema Corte y otra Comisión los reciba aquí al llegar. Al mismo tiempo se permite hacer una súplica muy atenta a los ciudadanos diputados para que, si lo tienen a bien, se dignen presentarse con traje de etiqueta. (Voces: ¡No, no! ¡Si, si!) Es una simple indicación que hace la Presidencia teniendo en consideración que se trata de recibir a los que van a impartir justicia, formando el más alto tribunal de la República y que constituye un Alto Poder. De acuerdo con esto, la Secretaría va a dar lectura a las Comisiones.

El C. Prosecretario Aguilar: Comisión para acompañar a los ciudadanos Ministros de la Suprema Corte de Justicia: licenciado Carlos García, licenciado Martínez del Río, licenciado Angeles Carlos, licenciado Vázquez Jenaro, licenciado Fierro Manuel H. y Secretario Bolio. Comisión para introducirlos a la Cámara y acompañarlos al acto de protesta: C. licenciado Manuel Andrade, C. licenciado Manuel Alvarez del Castillo, C. licenciado Jenaro Palacios Moreno, C. licenciado Luis Espinosa, licenciado Antonio Villalobos y Secretario Soto.

El C. Espinosa Luis: Pido la palabra. Para rectificar que no soy abogado.

El C. Presidente: Como al levantarse la sesión de la noche de ayer no hubo quórum y el que precedía la sesión, el C. Silva, no indico nada sobre el orden del día, manifiesto lo siguiente: que por ahora se continuará con la Ley del Trabajo y para el lunes próximo se comenzará a discutir la Ley de Organización del Tribunal del Fuero Común, de acuerdo con lo que resolvió la Asamblea el día de ayer. Para que no se olvide al terminar la sesión, manifiesto que se citará para mañana a las seis de la tarde al Congreso General para que hagan la protesta los señores Ministros electos y después se abrirá la sesión de Cámara de Diputados para la elección de los miembros de la Mesa para el próximo mes.

El C. Presidente: Continúa la discusión de la fracción XIV del artículo 17. Tiene la palabra en contra el C. Octavio Trigo.

El C. Trigo Octavio: Señores diputados: Tuve la desdicha el día de ayer de que, a pesar de ser de sumo interés la cuestión a debate, puesto que se trata nada menos que de conciliar en una fracción de suma importancia los intereses de trabajadores e industriales, que esta Asamblea no tuviera a bien ocuparse de esta cuestión y menos aun de fijar su atención, sino, por el contrario, con una volubilidad inconcebible cuando trata de discutir una Ley de trascendencia, no hizo el menor caso o, más bien dicho, menos caso todavía que si se tratara de una sesión en que sólo se fuera a discutir alguna cuestión de mero trámite, carente de interés por completo. El otro día desde esta misma tribuna expresé en el seno de esta honorable Asamblea que era verdaderamente lastimoso, más bien dicho, que se quitaba toda deseo, todo empeño de hacer labor útil aquí en virtud de que se encontraba de improviso con una inconsciencia inconcebible por parte de la mayoría de esta Asamblea y la inconsecuencia que yo encontraba el otro día inexplicable, la encuentro ahora perfectamente razonada: si no se atiende, si de todo hacemos caso menos de lo que tenemos el deber de hacer, si para nosotros expedir una ley es algo así como estar pisoteando sobre una alfombra y para nosotros la Ley del Trabajo es algo que nos importa un comino, pues lógico es que hagamos el caso que estamos haciendo sobre esta cuestión, el mismo caso que se haría a un perro que pasara dentro de esta honorable Asamblea.

Yo estimo, ciudadanos diputados, que mucho haría esta honorable Asamblea si en vez de las cuatro horas reglamentarias siquiera una sola, por una sola de ellas fijara su atención en lo que se discute y por una sola votara conscientemente todo aquello que a su consideración se le somete. (Una voz: ¡Gracias!) No tiene usted por qué darlas. Pero en esta Ley, las más de las veces lo hemos visto, se vota inconscientemente, sin que sepa la mayoría lo que está votando. (Siseos.) Los siseos, ciudadanos diputados, no hacen más que corroborar mis frases, mis palabras, puesto que es una verdad y como toda verdad necesariamente tiene que ser amarga, pero es necesario decirlo de una vez por todas, aquí nos hemos propuesto venir a perder el tiempo y no venir a hacer labor útil. (Voces: ¡Al grano! ¡Al grano!) En vez de interrumpirme, ciudadanos diputados, tienen la tribuna a su disposición para que contesten los cargos míos.

Estaba a discusión la fracción XIV que ya en la anterior sesión impugné y expresaba los motivos que tenía para esa impugnación, es decir, que la Comisión, a mi manera de ver, al redactar esta fracción no se ha cuidado de evitar hasta donde sea posible las simulaciones que traerán como consecuencia, por parte de los obreros un sinnúmero de abusos. Uno de los ciudadanos diputados del pro en pasados días decía que él reconocía que la mayoría de los obreros eran personas honorables. Y no quiero negar esto, pero repito, lo que en cierta ocasión dije, refiriéndome a ciertas palabras del C. diputado Pánfilo Méndez: el legislador debe considerar que al expedir una ley, esta ley va a abarcar a toda la generalidad, hay que legislar para honrados y para pícaros; por lo tanto, el deber del legislador es colocarse en el justo medio y no ponerse a pensar que la mayoría es honorable y que los pícaros constituyen la minoría; no, sino debemos decir que aun cuando esos pícaros sean tres o cuatro, debe cerrárseles la puerta al abuso para evitar que se llegue a él, puesto que necesariamente deberá de llegar de quedar la fracción en la forma en que está concebida. El C. Valadez Ramírez el otro día probablemente no interpretó o, más bien dicho, sufrió un error al interpretar mis frases. Yo no estoy en desacuerdo con el fondo de la cuestión, yo reconozco - como dije ese día - que los obreros tienen derecho para que se les considere, no ya solamente por espíritu de humanidad, sino teniendo en cuenta la mayor capacidad de producción, que se les considere durante el período de enfermedad que padecieren; pero sí estimo - y yo creo que si la Comisión lo piensa bien estará conmigo - que dejar la fracción XIV en la forma en que está redactada no dará otro resultado que un sinnúmero de abusos. El otro día relataba yo, fijaba el ejemplo de que llegara a darse el caso de una epidemia que enfermara al treinta por ciento de los obreros y el C. Valadez Ramírez dijo que esa estadística era más exagerada; pero si nosotros tomamos en cuenta las condiciones de salubridad de la República Mexicana, verá el C. Valadez Ramírez que no sería remoto que llegara a ese porcentaje el número de enfermos en una fábrica. Se ponía el caso de la falta de seguridad que la fracción tal como está concebida produce o trae aparejada para el industrial. El C. Valadez Ramírez me decía que en esto el industrial mismo podía ver de qué manera garantizaba sus derechos, pero yo creo, o cuando menos estimo, que si nosotros fijamos en esta Ley al industrial la obligación de hacer préstamos, también debemos darle garantías hasta donde sea posible y compatible para ese industrial para evitar el convertirse constantemente en la víctima por parte del obrero. No quiero ser demasiado extenso sobre este particular, ya que desde el otro día se trató ampliamente la cuestión y creo que la Comisión se ha dado cuenta perfecta de la orientación del criterio de esta Asamblea a este respecto, pero, repito,- porque creo que debe quitarse esa impresión que tenía la Comisión con respecto a mi oposición en este caso -, que yo no me opongo a lo concebido en el fondo de la fracción, me opongo sencillamente a que esto quede previsto en la Ley en la forma en que está, porque ello no traerá como consecuencia más que un sinnúmero de abusos que no habrán mejorado absolutamente a nadie.

El C. Saldaña: Pido la palabra para una interpelación al orador, si éste me lo permite.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra para una interpelación.

El C. Saldaña: Compañero Trigo: Hemos visto con bastante pena que desfilan por la tribuna un sinnúmero de ciudadanos diputados que van a atacar los artículos de la Ley del Trabajo, y como en cierta ocasión dije, sería muy conveniente que cada uno de los ciudadanos diputados que ataque un artículo, al mismo tiempo llevara allí la solución. Si usted no está conforme con la fracción que se discute, yo suplicaría a Su Señoría se sirviera decir en qué forma, en su concepto, quedaría bien. En esta forma se ahorra mucho tiempo, pues de lo contrario va otro señor del pro y sostiene la fracción tal como se encuentra, en seguida le sucede

uno del contra y hace algunas otras consideraciones y, en resumidas cuentas, la Asamblea no se forma un concepto exacto. Suplico, por tanto, al compañero Trigo, se sirva decir en qué forma debe quedar esta fracción.

El C. Trigo: Aun cuando el ciudadano diputado que me interpela impone o pretende imponer a los señores diputados algo que no es su obligación, porque precisamente..... (Voces: ¡No, no! ¡Si, si!) Yo entiendo, señores diputados, que las Comisiones están para eso, para estudiar y para dictaminar. Yo, como diputado, puedo presentar cuantos proyectos de ley crea conveniente, como ya lo he hecho en infinidad de ocasiones; pero no debo convertirme yo en Comisión también. Sin embargo, voy a responder a la interpelación de usted. Yo creo que como estaba el artículo anterior, que defendí la vez pasada, estaba bastante bien antes de ser rechazado.

El C. Valadez Ramírez: Pido la palabra.

El C. Presidente: Tiene la palabra la Comisión.

El C. Valadez Ramírez, de la Comisión: Honorable Asamblea: Yo creo que la fracción XIV del artículo 17, a debate, no necesita mucha defensa para ser aprobada por esta honorable Representación Nacional, y creo en esto, porque este precepto encierra un acto verdaderamente justo y que están obligados los patronos a cumplir. El compañero Trigo ha dicho que él, en el fondo, no se opone a esta fracción, y que cuando se discutió la fracción tal como fue presentada anteriormente por la Comisión, la defendió. El compañero Trigo olvida que él, si bien es cierto que estuvo conforme con una parte de la fracción, la atacó, diciendo que se prestaba a un sinnúmero de abusos, porque cuantas veces el trabajador se enfermase, tendría derecho a percibir, primero, el salario integro correspondiente a quince días, y después, el salario por otros quince. Ya ve el compañero Trigo cómo propiamente no hizo la defensa de la fracción, supuesto que la atacó y no solamente la atacó, sino que según entiendo se inscribió en contra. El compañero Trigo, que tan buenas objeciones, o que tan buenos principios ha venido a sustentar desde esta tribuna varias veces durante la discusión de este proyecto de ley, ha sufrido una verdadera obcecación en lo que se refiere a las últimas fracciones que se han discutido.

Ya escucho la honorable Asamblea cómo hace un momento era calificada por el compañero Trigo de inconsciente y que el voto emitido en esta Asamblea casi siempre era el producto de un acto maquinal, pudiéramos decir, y no de un acto consciente, como son todos los que, indudablemente, se verifican en esta Cámara de Diputados; y no es nueva esta manera de pensar del compañero Trigo, porque también en las sesión del 27, al discutirse la fracción VII, expresaba su extrañeza por la desorientación o falta de criterio que dijo resentía esta Representación, y es que el compañero Trigo cree que únicamente sus opiniones son las que tienen fuerza o las que poseen la verdad, es decir, que él es el único que puede traer luces a esta Asamblea y que todo lo que él expresa es una verdad indiscutible.

La Comisión se permite manifestar, por los que respecta a la fracción XIV, que está a debate, que no tiene este precepto nada de novedoso, existe ya la costumbre perfectamente arraigada en todos nuestros industriales, comerciantes, agricultores y demás, para pagar el salario íntegro de sus empleados o trabajadores que se enfermen o que sufran algún accidente; pero por ahora tengo que referirme únicamente a los casos de enfermedad no originados por accidentes propios del trabajo, ni de enfermedad profesional, sino únicamente a los casos de enfermedad o accidentes no originados por el mismo trabajo. Decía que no es nuevo esto que nosotros asentamos en este precepto, es ya una costumbre y no sólo en las casas comerciales se acostumbra pagar el sueldo íntegro a sus empleados y obreros cuando éstos se enferman, sino que hasta existe la costumbre de dar determinado número de días cada año, como descanso a los empleados y obreros, reconociéndoles su salario íntegro y no sólo esto, sino que en las casas de comercio se acostumbra dar a los empleados anualmente una gratificación que varía según la categoría del empleado o del trabajador. Así es que los que se asustan por este precepto, no tienen razón, no es más que la transformación de una costumbre en un precepto de ley y no sólo los patronos del comercio y de la industria proceden así, sino que también en las oficinas de Gobierno, en las dependencias del Poder Público, sucede que los empleados, cuando enferman, gozan de salario íntegro por todo el tiempo que dure la enfermedad y además de eso, cada año o cada determinado tiempo, tienen derecho también a las vacaciones, y por eso existen en el Correo, doy por caso, empleados ambulantes e igualmente en Telégrafo, que se encargan de ir a relevar a aquellos empleados que están enfermos o que están gozando de las vacaciones que se les conceden cada año o cada dos años.

Ha dicho en esta tribuna el señor licenciado Martínez del Río, que puesto que el salario - el salario mínimo que previene esta ley -, que deben fijar las Comisiones especiales, deberá ser lo suficiente para cubrir las necesidades del trabajador y hasta para sus placeres lícitos, no tienen, en consecuencia, los obreros derecho a que el patrono les siga facilitando sus salarios, y porque el obrero no deberá tener la previsión necesaria y disponer de la cantidad que necesite en caso de enfermedad. El compañero Martínez del Río no se ha fijado en que, si bien es cierto que una pequeña parte de nuestros trabajadores pudieran economizar algo, la mayor parte no puede hacerlo porque tiene familia, a veces muy numerosa, y las exigencias de la vida cada día son más apremiantes. Por lo tanto, yo estimo que esa argumentación no tiene peso ninguno y no debe tomarse en consideración. Se ha dicho que el trabajador, una vez que se le ha facilitado la cantidad necesaria para vivir durante los días de su enfermedad, puede lesionar los intereses de la capital, no volviendo a la labor, y yo creo que esta prevención de algunos ciudadanos diputados no debería existir, porque saben perfectamente que la misma ley establece que los patronos deberán extender una constancia de buena conducta a los trabajadores; de manera que si este obrero o este empleado falta al compromiso que ha contraído.. (Murmullos. Campanilla.)

De manera que si ese trabajador falta al compromiso que ha contraído, se verá en el caso de no

poderse presentar en las demás fábricas, porque allí se le exigirá la constancia de buena conducta que previene la Ley. Véase qué inconsistente es esa objeción que se hace a esta fracción que estamos discutiendo. El obrero, por su propia conveniencia, necesita volver al taller donde ha prestado sus servicios y necesita volver allí, en primer lugar, para gozar de las garantías que la Ley concede, y en segundo lugar, porque allí tiene un trabajo que ya conoce y que está apto para desempeñar. La Comisión necesita insistir en que el patrón está perfectamente garantizado por lo que respecta a sus intereses y está garantizado por las razones que acabo de exponer y por la otra a que ya nos hemos referido, o sea que la Constitución autoriza al patrón para cobrar los créditos que tenga sobre el obrero, cuando éstos no excedan el salario correspondiente a treinta días. Además, yo puedo expresar que aparte de estas garantías, tiene otra perfectamente valedera, consistente en que puede retener perfectamente las utilidades que corresponden al obrero al hacerse el balance correspondiente, porque si bien es cierto que la Constitución previene que los salarios de los obreros no podrán estar sujetos a descuento, sin embargo, en compensación de las utilidades que le corresponden por este concepto constitucional sí pueden ser embargadas, sí pueden ser retenidas por el concepto que antes he indicado. De manera que el patrón está perfectamente garantizado en sus intereses.

El C. Toro: Pido la palabra para una interpelación.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Toro: ¿Me hiciera usted favor de decirme, C. Valadez Ramírez, en caso de que no haya utilidad, ¿Cómo se compensa el patrón?

El C. Valadez Ramírez: La interpelación del compañero señor licenciado Toro es de fuerza aparente, porque el señor licenciado Toro toma por caso el hecho de que no haya utilidades, y como generalmente las utilidades existen (Voces: ¡No, no! Siseos.), eso vendrá a suceder en casos verdaderamente limitados; pero también debe tener en cuenta el compañero Toro que yo me he referido a este caso que puede perfectamente en lo general garantizar los intereses del patrón; pero por lo demás, como ya he expresado, están perfectamente garantizados por la misma conveniencia del obrero en volver al centro de trabajo y también por las constancias a que me he referido. Yo creo, señores diputados, que la fracción que está a debate es perfectamente justa y que las razones que hemos expresado son bastantes para fundarla; así es que yo suplico a la honorable Asamblea dé su voto aprobatorio a esta fracción para que continuemos discutiendo las demás.

El C. Presidente: Tiene la palabra, en contra, el C. Siurob.

El C. Siurob: Honorable Asamblea: Paulatinamente se ha ido viendo durante el curso de la discusión de la Ley del Trabajo, paulatinamente, repito, se ha ido viendo separarse los distintos elementos que forman esta Asamblea, de una manera clara, de una manera distinta, tal como debe ser la división definitiva de esta Asamblea, como es: de un lado los conservadores, llámense con la denominación que se llamaren; de otro lado los liberales, los afectos a las reformas, los tendientes a las nuevas iniciativas, fruto del último movimiento revolucionario. Pero me había olvidado, y antes de comenzar mi discurso, necesito pedir mis excusas al compañero García Vigil, porque "vengo a disparatar" y no a disparatar, como él el liberal clásico, vengo a disparatar, según dice él, porque hoy ya se trata de hacer aparecer como disparate todo lo que es revolución. Primeramente a todo lo que significa revolución se le tildó, comenzó a tildársele de demagogia, de exceso de fanatismo; hoy ya no, hoy ya se llama disparate. Pero es fuerza sentar desde antes de comenzar esta discusión, el medio de que se han valido los conservadores durante el curso de esta Ley para venir a combatir todos los elementos revolucionarios, sea en el terreno de las ideas o sea en el terreno personal. Unos se han encargado de pintarnos como demagogos, otros se han encargado de pintarnos como inconscientes, otros se han encargado de pintarnos como enemigos del Gobierno. Y vamos a examinar cada uno de estos puntos, por que no es posible seguir adelante mientras se trata de ejercer presión sobre las ideas, valiéndose de las personas, mientras se trate de hacer obstrucción a los principios valiéndose de procedimientos que no son sanos, que no son correctos dentro del medio político ambiente.

Es verdad que no todos los oradores que venimos a esta tribuna nos sujetamos a las estrictas reglas de la Academia Española; será indudablemente porque muchos de nosotros no hemos sido académicos, puede que ninguno; será también indudablemente porque no somos oradores profesionales, será porque hay otros que ya no nos sentimos lacayos ni aun del lenguaje y lo más cuerdo es suponer que se debe a que siendo todos nuestros discursos en la mayoría de los casos improvisados, no es posible que en discursos improvisados, hechos todavía al calor de las últimas ideas, animados por determinada pasión, puesto que son las pasiones las que hacen expresarse en favor de una causa determinada y el convencimiento, la pasión que trae el convencimiento de una justicia, es la única que hace inclinarse en determinado sentido; pero el hecho de que nadie tiene derecho aquí para tirar la primera piedra, nadie tiene derecho aquí para venir a censurar a los demás, porque no se ajusten a las reglas de la gramática, y el que lo haga, una de dos cosas: o se pasa de pretencioso y de absolutamente falto de consideración a sus compañeros, o, al contrario, lo hace en sano y deliberado propósito de que todos vayan mejorando en su modo de pensar; pero de cualquiera manera que sea, se ha utilizado este medio como uno de tantos alfileres para estar dando alfilerazos a los oradores que vienen a esta tribuna, ya sea por medio de la persona o ya sea entre los ciudadanos diputados, y de preferencia entre los ciudadanos diputados conservadores. Esto no tiene mayor importancia. Si se está matando la Constitución a pellizcos y a alfilerazos, ¿qué importancia tiene que a nosotros los oradores se nos venga aquí con alfilerazos diarios diciéndonos que pecamos contra la Real Academia, que no somos radicales, que no portamos la librea de las obras de la Academia de la Lengua Española? De manera que queda desvirtuado el ataque más leve, más insignificante. En seguida se nos ha tratado de

inconscientes y yo pregunto: ¿inconscientes, por qué? ¿Porque venimos a sostener aquí los postulados de la Revolución, porque venimos a defender desde esta tribuna los postulados universales, los postulados que hoy los pueblos más cultos, en la persona de sus grandes hombres, pregonan a la faz de la tierra?

Más inconsecuentes son los que vienen a hablar aquí, y cito el caso de ese orador que ayer en la tarde se consideraba orgulloso si fuera el héroe de la jornada de vendimiario, acabando de pasar una Revolución de la que él fue actor; el fue actor de una Revolución en la que se iba a luchar por los humildes, por los desheredados, por la desigualdad de clases, y ayer se vino a proclamar en esta tribuna muy orgulloso de poder hacer lo que hizo Napoleón cuando se convirtió en tirano, precisamente en virtud de esa jornada: ametrallar al pueblo en las calles. (Aplausos.) Eso si se llama ser inconsecuente con sus principios, eso sí es absolutamente faltar a su propia razón, porque, señores diputados, al día siguiente de tomar parte de una Revolución hecha en favor de los necesitados y de los humildes, venimos a pregonar aquí que tendríamos a profunda satisfacción ser nosotros los que dirigiéramos los cañones abocados contra esas multitudes, y precisamente en ese momento en que se ha hablado aquí del instinto de la demagogia.... (Murmullos. Desorden. Campanilla.)

El C. Alvarez del Castillo, interrumpiendo: ¡Señor Presidente..... (Campanilla. Voces: ¡Siéntense!)

El C. Siurob, continuando: Se ha hablado aquí, señores diputados, del instinto de la demagogia, y yo pregunto a los inconsecuentes que vienen a hablar aquí en este sentido, qué es lo que predomina en estos momentos en la República: ¿la demagogia o la reacción? La reacción. ¿Por qué? Porque la reacción está en el seno del Gobierno, desde el momento en que del mismo Gobierno parten todas las reformas reaccionarias a la Constitución de 1917. ¿Por qué la reacción predomina en la República? Porque el mayor número de los individuos levantados en armas son individuos que ostentan la marca clara del reaccionarismo. Preguntádselo a Félix Díaz, preguntádselo a Villa, a menos que el compañero que ayer hablaba de demagogia quiera suponer que estos individuos son demagogos. Yo le preguntaría, ¿Qué tiene de demagogo Félix Díaz, qué tiene de demagogo Pancho Villa? Y todavía por si no bastare, yo preguntaría, le pregunto a toda la Representación Nacional: ¿no son una prueba clarísima de reaccionarismo las imposiciones que están verificándose en todos los Gobiernos de los Estados? ¿No son una prueba de reaccionarismo los decretos de las Legislaturas, que coartan las libertades democráticas a los ciudadanos que van a hacer sus campañas electorales? ¿No es una prueba de reaccionarismo el poco respeto que se tiene para la ley, violándola, y por el simple hecho de pronunciar un discurso, arrancar obreros del seno de sus hogares para llevarlos a ver si de casualidad les toca una de las balas que dispara el enemigo? ¿Quién ha hecho más desmanes, la reacción o la demagogia? Yo emplazo a cualquiera de estos enemigos de la llamada demagogia, para que nos venga a decir aquí qué es lo que predomina en la República y con que derecho vienen a hablar de demagogia, cuando nosotros los revolucionarios tenemos también derecho para hablar de reaccionarismo en contra del reaccionarismo. Estos ciudadanos que vienen a hablar aquí de demagogia de una manera enteramente inconsciente, se han equivocado de banco, deberían estar del otro lado, y muchos de los que hasta ahora han figurado en las derechas, deberían pasar ya a las izquierdas, ya les toca su lugar allí. (Aplausos.) Deberían pasar a las izquierdas, porque muchos de estos ciudadanos han venido con muy buena fe, con sincero criterio de honradez a defender aquí sus principios. Pero por si no bastaran las palabras antes dichas, porque son palabras de un humilde representante del pueblo, voy a citar todavía a los timoratos, voy a citar todavía a los tímidos las palabras del primer demócrata del mundo, del primer liberal del mundo, de un verdadero liberal, como debemos serlo nosotros, liberal con tendencias sociales, del gran Presidente de la Unión Americana: Woodrow Wilson. (Aplausos.) En su libro "La Nueva Libertad," el ciudadano Presidente de los Estados Unidos expresa las siguientes razones:

"..... Pero si Jefferson viviese, vería que el individuo se hunde en un profundo círculo de circunstancias más complicadas cada vez, y que dejarlo sólo es dejarlo desamparado contra muchos obstáculos. Por eso la ley a de acudir ahora en defensa del individuo. Sin la vigilancia y sin la intervención del Gobierno, no haría un buen papel el individuo entre esas poderosas compañías que se llaman trusts. La libertad - fijáos bien, ciudadanos diputados -, es hoy algo más que el de dejarle a uno sólo. Actualmente, el programa de libertad de un Gobierno debe ser positivo, no meramente negativo."

Voy a permitirme leer a ustedes otros dos pequeños párrafos; les suplico me presten su atención, porque habla el primer demócrata del mundo, el Presidente de la democracia más grande que existe en el Universo..... (murmullos; aplausos), el que ha ido, hasta cierto punto, a imponer la ley de la nueva democracia a la vieja Europa. (Murmullos.) Dice el C. Woodrow Wilson:

"Esa es la riqueza americana. El dinero de Wall Street no indica la riqueza del pueblo americano; la indica la fertilidad de nuestro espíritu y la fecundidad de nuestra industria. Si no fuese rica ni fértil Norteamérica, no habría dinero en Wall Street. Si no fuésemos aptos para cuidar de nosotros mismos, terminaría la circulación del dinero. La vida y bienestar de la Nación se apoyan en la gran masa del pueblo. Según sean felices las ciudades, según optimistas, podrá realizar Norteamérica las altas misiones con que se presente a los ojos del mundo.

"Su apoyo es el bienestar, la energía y la confianza de esos hombres y de esas mujeres que trabajan en las minas, en los caminos de hierro, en las granjas, en los puertos, en el mar. No puede haber nada sano mientras su vida no sea sana. Su bienestar físico afecta directamente al de la Nación. ¿Cómo a de convenir a la prosperidad de los Estados, cómo puede convenir a sus negocios, que uno y otro día sea áspero y triste el desfile del pueblo hacia el trabajo? ¿Cómo se os aparecería el porvenir, ante esos hombres desilusionados, sin confianza

alguna, sin esperanza de mejorar? ¿No sabéis que si desaparece la antigua confianza americana, si se pierde su típica libertad individual, desaparecerían también las energías de su pueblo y acabará por entregarse, laxo y sin fuerzas?"

Y otro muy pequeñito:

"Que la industria se humanice, no por los trusts, sino con la acción directa de la ley, garantizando protección contra los peligros, indemnización en los accidentes, condiciones de salubridad, prudente jornada, libertad de organizarse y todas las demás cosas que la conciencia exige como derechos del obrero."

(Aplausos.) ¿Qué es lo que la conciencia exige como derecho de los obreros?

Los ciudadanos diputados que han venido a abogar porque al obrero no se le dé un centavo cuando está enfermo, saben muy bien que porque ellos son diputados, aquí se decretan cantidades cuando ellos están enfermos para que se curen, a pesar de ganan seiscientos pesos mensuales; y si ellos que ganan seiscientos pesos mensuales se consideran con derecho para recibir todavía cantidades para curarse durante sus enfermedades, ¿por qué niegan esas cantidades al obrero? ¿Con qué corazón se ponen a negar para el humilde trabajador algo a que ellos se creen con derecho, no obstante que están muy distantes de ser proletarios? Yo no vengo a presumir aquí de ser un Napoleón bohemio (Aplausos), yo vengo a defender lo que he amado de corazón, lo que he querido con toda la fuerza de mi alma, en lo que he soñado desde que empuñe las armas; y en lo que he soñado desde que empuñe las armas es en luchar por la libertad, por la justicia y por el bienestar del pueblo. (Aplausos.) Me lastima profundamente y me duele que los compañeros de ayer hayan entrado a la moda de la época, comiencen a inclinar poco a poco la cabeza, únicamente porque hoy todo el mundo se inclina, únicamente porque antes lo que era mejor, lo que todo el mundo consideraba como más cuerdo era sacar a esta inmensa masa de la República del estado de abyección en que se encontraba y hoy no, hoy, hoy ya todos aquellos principios se olvidaron, hoy ya todo aquello que significaba una mejoría para los humildes, que son la mayoría de la Nación, ya todo eso es letra muerta. Y no se me diga que yo lo vengo a decir por adquirir aplausos, ya veis que no se me ha prodigado ninguno. (Voces: ¿No? Risas.) Si yo quisiera adquirir aplausos, vendría a hablar en contra del Gobierno: basta dirigir una sola palabra en contra del Gobierno para que todo ese descontento que se agita y que como una sinfonía en crescendo, porque después de cada atropello, después de cada violación, después de cada imposición en los Gobiernos de los Estados, después del descontento de cada uno de los que se están viendo acosados y de los males con que se están viendo acosados los pueblos, bastaría decir una sola palabra para que todo el pueblo aplaudiera, porque todo el pueblo esta ansioso, sediento de redención y de justicia. Y, sin embargo, yo no he querido pronunciar una sola palabra en contra del Gobierno. (Risas.) Hoy incidentalmente he tocado estos puntos, incidentalmente los he tocado para demostrar que si se quisiera conquistar aplausos, se hablaría de eso o vendríamos a tirar contra la Constitución de 1917, como es también de moda. Es de moda tirar contra la Constitución, porque también es hacerse coro de la voz general, es procurar ir con la mayoría: la Constitución de 1917 ha lesionado tantos intereses, tantos compromisos, ha lesionado tantas sinecuras, tantas cosas que parecían definitivamente establecidas y que no tenían ya ningún modo de derrocarse, que hoy todo el mundo ha hecho de moda tirar contra la Constitución de 1917. Y es ese el modo de conquistar aplausos.

Pero vamos al caso concreto del artículo: Suponed que uno de vosotros tiene a su sirviente enfermo, que aquel sirviente ha adquirido una enfermedad que no es precisamente profesional; suponed que tiene una pulmonía, una fiebre de tifoidea, cualquier otro de los padecimientos de las fiebres eruptivas, de las fiebres contagiosas que existen habitualmente en el Distrito Federal y en los Territorios. Suponedlo y decidme qué es lo que consideráis de justicia hacer con este trabajador; pero poneos antes la mano en el corazón, no os la pongáis en la cabeza, y os sintáis "liberales clásicos," poneos la mano en el corazón y juzgad como hombres y decidme: ¿qué váis a hacer? ¿váis a arrojar a nuestro sirviente para que se contagie al resto de la familia? ¿váis a enviarle al hospital, donde no tiene probabilidades de ser recibido? Yo he visto esos casos en mi vida profesional. Vengo a hablar aquí de lo que he visto, vengo a hablar aquí de lo que ya sé, de lo que ya conozco. Yo he visto sirvientes expulsados de las casas sencillamente porque están enfermos, únicamente porque están enfermos, y si eso sucede con los sirvientes, ¿qué sucederá con los trabajadores de las fábricas? Nosotros necesitamos llevar la seguridad a la mente del obrero, nosotros necesitamos que todos los obreros de la República se consideren seguros de su vida en cualquier caso que pueda sobrevenirles, y la seguridad de su vida quiere decir la seguridad en el alimento diario, quiere decir la seguridad en los accidentes de trabajo, quiere decir la seguridad en caso de muerte y quiere decir también la seguridad en caso de una enfermedad grave. Yo pregunto: ¿con qué arranque de sensiblería cursi se concedió para el obrero muerto un mes de jornal y se niega para el obrero enfermo ese mes de jornal en calidad de préstamo? ¿Es que no hay un mal en un caso y en otro para el obrero? ¿Es que no es un mal mayor la enfermedad que la muerte? La muerte a lo menos lo priva de la miseria, de estar viendo continuamente a su familia arrastrar una vida miserable; pero la enfermedad, la enfermedad significa para el obrero no llevar el pan a su familia, ver a sus hijos en la desgracia, considerar que él está imposibilitado para ir al trabajo en tanto tiempo y considerar algo peor, que no puede curarse, y que si no puede curarse no solamente hay un mal del momento, sino hay el mal último, el mal definitivo: la muerte. Y yo pregunto: ¿con que derecho conceden los ciudadanos que vienen a hablar aquí con el criterio liberal clásico, con qué derecho conceden al obrero muerto un mes de jornal y no conceden al obrero enfermo un mes también? Nosotros hemos transigido lo más que era posible; en realidad se le debería dar su jornal durante el tiempo que el obrero estuviera enfermo, pero ya que la Asamblea respecto de este punto quiere manifestarse, ya no digo

menos piadosa, sino menos justa para con el obrero, a lo menos que se le preste aquella cantidad. ¿Y si no hay utilidades? me decía algún ciudadano diputado. Y si no hay utilidades debe haber a lo menos principios de humanidad, y si no hay utilidades, es porque el patrón no habrá sabido dirigir su negocio o porque la suerte le habrá sido adversa. (Voces: ¡No!) Es porque la suerte le habrá sido adversa; será por cualquiera otra circunstancia, pero no porque el obrero no haya ido allí a depositar su capital trabajo unido al capital industria; el obrero contribuye al capital y debe considerarse como coasociado por el hecho simple de prestar el trabajo, porque sin el capital este trabajo acumulado, el trabajo por sí mismo constituye un capital momentáneo. De manera que el obrero es coasociado del capitalista en este sentido, y si ha prestado su parte al capital, tiene derecho también a recibir su parte en la utilidad, haya o no utilidad, tal como se entiende de una manera habitual. (Murmullos.) Y si le vais a negar ese derecho, cuando menos no le neguéis, por espíritu de humanidad, el derecho que tiene para recibir a lo menos los elementos necesarios para curarse. Yo me siento capaz y suficiente para luchar, no digamos contra los demagogos, sino también contra los reaccionarios y contra los "liberales clásicos." (Aplausos y risas.) Cuando se trate de los intereses de la Revolución, cuando se trate de las leyes supremas de la humanidad, cuando se trate de defender los postulados sublimes por los cuales se fue a sacrificar tanto ciudadano y se fue a verter tanta sangre, cosa que no debemos olvidar, aunque quieran hacérnoslo olvidar los que olvidaron ya que fueron a sustentar esas ideas, vendré siempre a esta tribuna, y aunque envuelva mis pobres ideas en un tosco ropaje y aunque no venga a hacer profesión de ser lacayo del diccionario de la Lengua Española, vendré siempre a decir la verdad, pese a cualquiera clase de individuos que pretendan venir a obstruccionar una ley honrada, una ley justa, valiéndose únicamente de los antiguos criterios que existen ya en pugna con las actuales ideas mundiales acerca de la libertad de los derechos del trabajador. (Aplausos. Voces: ¡A votar, a votar!)

El C. Basáñez: Ciudadanos diputados: Me extraña infinito el que haya sido desechado el artículo 8o., o mejor dicho, el inciso VIII del artículo 17, para poner modificado el artículo en el cual se priva de algunos derechos adquiridos a los obreros. ¿Quién de ustedes no está al tanto de que cuando uno de los empleados de las casas comerciales se enferma le pasen su sueldo íntegro? ¿Por qué ahora se viene a privar de ese derecho adquirido a los obreros, - llámense empleados u obreros -, de las fábricas? El artículo que desechó esta honorable Representación le daba al obrero quince días de salario cuando se enfermaba; y, repito, yo como obrero o empleado, cada vez que enfermé y lo demostré con certificados, tuve de esas casas comerciales a las cuales servía, el sueldo íntegro por todo el tiempo que estuve enfermo. Los mismos empleados para quienes se está legislando en el Distrito Federal y Territorios, cada vez que se enferman tienen su sueldo. ¿Por qué en esta Ley se viene a consignar que se debe privar a esos empleados obreros de esos sueldos? Creo que esta honorable Representación debe recapacitar y desechar este artículo, no porque se les preste a los obreros o porque se les deje de prestar, que se les cobre en esta forma o que se les cobre en otra, se debe desechar para consignar en él que al obrero que se enferme el patrón deberá pagarle un salario mientras esto suceda, pues si no, como yo he dicho antes, se va a violar una Ley que fue establecida por la costumbre; las mejores leyes son las que hace la costumbre y esa costumbre ha establecido que cuando un empleado se enferma se le pase su sueldo.

Yo no sé qué diferencia puede haber entre un obrero y un diputado, y cada vez que nosotros nos enfermamos, o aunque no nos enfermemos, cuando nos vamos a nuestras casas a tratar asuntos particulares, asuntos de cualquier índole, la Cámara nos da permiso con dietas. Es por esa circunstancia y por estas razones por lo que yo pido a esta Honorable Asamblea se fije en que no está dictaminando para un solo grupo de individuos a quienes se quiere molestar con el capital, sino que viene a dar una Ley perjudicando intereses ya creados. Por lo tanto, yo pido a la Asamblea que fijándose en estos detalles, en que va a perjudicar a los doce o quince mil empleados del Distrito Federal, a otros tantos del comercio y a los mismos obreros, deseche este artículo para que se ponga en la forma que he indicado: que al obrero se le pague su salario mientras esté enfermo, sea por la causa que fuere.

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. diputado Reyes.

El C. Reyes: Honorable Asamblea: Voy a ser demasiado breve y voy a exponer a vuestra consideración unos pequeños ejemplos a fin de imponer en el ánimo de cada uno de ustedes lo fundado del artículo en la fracción correspondiente que está a debate.

Un compañero diputado, cuyo nombre no digo me refirió que en tiempo en que estaba en su apogeo la epidemia de la influenza española, vio con profundísima pena que un compañero de esta Cámara - y rico por cierto - había dejado morir sin atenciones médicas a dos de sus domésticas... (Voces: ¡Nombre, nombre!) No me lo exijáis porque no estoy autorizado para ello. (Voces: ¡Nombre, nombre, nombre! Desorden.) Basta que os ponga el ejemplo... (Voces: ¡Nombre, nombre, nombre! Continúa el desorden. Campanilla.)Aquel a quien venga el saco que se lo aplique. (Voces: ¡Nombre, nombre, nombre! Desorden. Campanilla.) No lo sé, no lo sé... (Continúa el desorden.) Allá va un anónimo, ¿Por qué se interesa esta Asamblea en saber el nombre? Porque no solamente en la conciencia de una de esos señores diputados, sino seguramente en la conciencia de muchos de ellos deben existir esos ejemplos. (Voces: ¡No, no! Nombres. Campanilla) Ejemplos como médico: frecuentemente es uno llamado a atender a los enfermos; generalmente en muchas familias acomodadas, o más o menos acomodadas, cuando alguno de la servidumbre se encuentra enfermo y sobre todo cuando hay el temor de que se trata de una enfermedad infecto - contagiosa, vuelan a llamar al médico y no vayan a creer, señores, que se trata de defender la vida de esa desgraciada o de ese desgraciado, no; por la pusilanimidad y por la defensa de sus intereses, de no costear ni la visita del médico ni el

gasto del farmacéutico y también por no correr el peligro de que esa enfermedad, si resultare infecto contagiosa, se propague en los miembros de su familia. Esto es sumamente frecuente. En varias fábricas (Voces: ¡Nombres!) y el señor doctor Siurob puede decirlo y pueden decirlo varios de los médicos que forman parte de esta Cámara, si no es cierto que en las fábricas pasa otro tanto: Inmediatamente que se enferma alguno de los operarios, aquellos individuos que constituyen un elemento de trabajo, o inmediatamente que no está ya en consideraciones de poder seguir prestando ese trabajo, inmediatamente es lanzado a la calle. Por fortuna, señores, - vuelvo aquí a repetir un ejemplo que es honroso entre nuestros industriales - el señor Carlos Zetina siempre y por siempre que se encuentra alguno de sus operarios enfermo, no solamente le dan lo necesario para que se vaya a curar, sino que le ofrece el médico para que le preste el auxilio necesario. ¡Ojalá que industriales de esta naturaleza supieran cumplir con su deber! Y me extraña el por qué del contra en estar insistiendo en que no se apruebe este artículo cuando lleve implícito un sentimiento de alta moralidad, como lo acaba de exponer el doctor Siurob. Yo quiero que consultéis a vuestra conciencia y me digáis si es justo que no se auxilie - y ya no en calidad de donativo, sino únicamente a título de préstamo -, a algún operario, a algún pobre obrero que después de haber prestado sus servicios al capital sea lanzado como un ser que no merece ninguna clase de consideración a la calle. Aquí se dice que quién es el que va a pagar la deuda en caso de que fracase la empresa o bien de que no vuelva el obrero. Es porque aquí se ha venido a argumentar sin tener en consideración un dato importantísimo: no debemos nosotros pensar para votar este artículo en su fracción respectiva, si el obrero se enferma inmediatamente a la entrada del taller. No, señores, nosotros debemos fijarnos en un dato importantísimo para formar nuestro criterio, y es el que se refiere a la estadística. Por desgracia entre nosotros no existe esta estadística. ¿Qué nos importa que un obrero inmediatamente al entrar a la fábrica se enferme cuando apenas lleva uno o dos días de prestar su trabajo? ¿Qué acaso todos los obreros sufren enfermedades todos en conjunto? ¿Hay que ver el tanto por ciento de los que se enferman para poder así formar un criterio y estos señores, lo podremos tener de los médicos que han prestado sus servicios a las fábricas, y así podremos convencernos de que los casos de enfermedades, independientemente de las enfermedades profesionales o accidentes, no es tan frecuente. Muchos obreros existen que por cuatro, seis u ocho meses, o por un año, jamás han solicitado auxilios de ninguna especie; habrá otros que piden estos auxilios después de prestar quince, veinte días o un mes sus servicios al taller; por consiguiente, están perfectamente compensados los intereses de los que no se enferman con aquellos que se enferman y por consiguiente no hay razón absolutamente de que sufra el capital asignándole como una obligación, tal como se pide en la fracción respectiva, el que se auxilie a título de donativo a los obreros que se enfermen. Este es el dato que la honorable Asamblea debe tener en consideración: la estadística.

No todos los obreros se van a enfermar a un mismo tiempo; no todos los obreros que están en la misma fábrica se enferman; indudablemente habrá unos que se enfermen y otros que no se enfermen, y aquí vendrá, naturalmente la conciliación de los intereses del capital, de los que no se enfermen, con aquellos que se enfermen. Este dato es importantísimo, y yo suplico a la Asamblea se digne tomar en consideración la estadística y no otra cosa, (Murmullos.)

El C. Secretario Soto: Habiendo hablado ya los oradores que indica el Reglamento..... (Voces: ¡No, no!)

El C. García Vigil: Una moción de orden. Suplico a la Presidencia que tenga la bondad de que se dé lectura a la lista de oradores que han hablado tanto en pro como en contra.

El C. Secretario Soto: Han hablado en pro los CC. Reyes, Bolio, Siurob, Arriaga, Lanz Galera y Vadillo; y en contra los CC. Trigo, Soto Piembert, Casas Alatriste, Martínez del Río, Basáñez y Amezola. (Voces: ¡No ha hablado Amezola!)

El C. Amezola: Pido la palabra. Cedo la palabra al señor general García Vigil.

Presidencia del C. SILVA FEDERICO

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. García Vigil.

El C. García Vigil: Ciudadanos diputados: Muy a pesar mío tengo que principiar la impugnación que habré de hacer de la fracción XIV del artículo 17, reformado, por hacer, aunque sea, breve exposición de hechos y enunciación de principios de la Revolución, porque como de una manera insistente algunos oradores, y en particular el doctor Siurob, hacen aparecer a la Revolución desde su génesis con postulados que no se han enunciado, y por lo que respecta a algunos que hemos actuado en ella, como claudicantes en la actualidad, conviene, es indispensable puntualizar estos hechos y los enunciados estrictos que se sacan de ellos para poder continuar en lo sucesivo en el seno de esta Asamblea y, particularmente en lo que respecta a la discusión de esta ley. Digo que de una manera muy insistente el doctor Siurob ha hablado de los postulados de la Revolución, diciendo que hoy se han olvidado de ellos y nos hemos olvidado de ellos muchos, puesto que me señala a mí como uno de los olvidadizos.

El C. Siurob, interrumpiendo: El se señaló solo.

El C. García Vigil, continuando: Sobre esto conviene recordar que la Revolución aparecida en su forma violenta el 18 de noviembre de 1910, tuvo su génesis desde la primera reelección del general Díaz. El hecho de que el general Díaz hubiera violado el precepto moral en política de la no reelección, que él mismo había enunciado, proclamado y sostenido, hizo nacer el ánimo público una grandísima desconfianza, y principalmente porque su administración, a pesar de ciertas ventajas manifiestas, comenzó a exhibir el morbo inherente de las administraciones que se perpetúan. Así es que después de su segundo encumbramiento a la Presidencia de la República, cuando sucedió al general

Manuel González, se vio claramente que el general Díaz había abjurado del principio de la "no reelección" y que arrostraba todo, hasta el fallo histórico, con tal de continuar en el Poder. Después de esto, violados los principios y con todas las inherencias de vicios en la administración y, sobre todo, por el efecto que, indudablemente, había de producir y que produjo una imposición de ese carácter en todo el país, empezó a manifestarse en todas sus formas el deseo de derrocar al Gobierno ya espurio del general Díaz y de substituirlo por un Gobierno legítimo, esto es, ajustado a los moldes de la democracia, al principio del sufragio popular. Muchos movimientos serios se iniciaron, se prepararon con objeto de llevar acabo esta caída del general Díaz; pero como el prestigio de este hombre, sus métodos administrativos y otras cualidades personales de él, eran suficientemente poderosas todavía y, sobre todo, estaba latente en el ánimo público el deseo de alcanzar una era de paz, todos estos movimientos fracasaron, lo mismo el de Veracruz, lo mismo el de Guerrero, lo mismo el muy incipiente de Canales, en Tamaulipas, lo mismo el de..... etcétera, no quiero seguir enumerando; pero llegó una época en que el liberalismo se fue unificando cada vez más hasta conceptuar que era absolutamente indispensable el derrocamiento del general Díaz.

Los acontecimientos de mayor importancia inmediatamente anteriores al 20 de noviembre, fueron los actos de Viesca, los de Las Vacas, la asonada de Ciudad Juárez, en que intervenían preponderosamente los hermanos Flores Magón, el señor Sarabia y algunos otros, como el general Villarreal, esto es, todos aquellos que formaban lo que se llamaba el "Partido Liberal." Cuando esta situación se acentuó hasta el punto de hacerse insostenible por más tiempo, fue con motivo de los acontecimientos ocasionados en Valladolid. El libro de un americano, Turner, titulado "México Bárbaro," y algunos otros panfletos enemigos de la administración, se puede decir que acabaron de delinear a la rebelión latente desde la primera reelección del general Díaz, y de darle forma y vigor en el ánimo público y, consiguientemente, de preparar a éste para el caso de un levantamiento. Nosotros recordamos que el general Díaz estaba tan enfatuado de su poder, que en las fiestas del Centenario ostentó una pompa imperial, y poco antes había anunciado de una manera categórica, tiránica por la forma y débil por el fondo, que al igual que se había suprimido el levantamiento de Valladolid, se suprimiría cualquier otro en cualquiera extensión de la República. Y seguro él de su éxito, intentó la última reelección y la llevó acabo, y todos nosotros sabemos que el C. Francisco I. Madero, jefe de un partido de poca significancia al principio, fue adquiriendo un relieve tan alto, hasta ser señalado como el único hombre capaz de veras de enfrentarse a ese Poder tan temido del general Díaz; y así fue que el Plan de San Luis Potosí, la expresión revolucionaria del momento se señalo como el principio capital el de la "no reelección."

Algunos interiorizados de la política de cámara de esa época, llegan hasta a afirmar que el jefe de la Revolución había convenido, toleraba hasta la reelección del general Díaz, lo cual es aparentemente un absurdo, por el principio fundamental del "Partido Antirreeleccionista," que presidió, y que sólo exigía la renovación del Poder en la Vicepresidencia de la República. Así es que nosotros debemos convenir en que la Revolución, en su génesis, no manifestó enérgicamente tendencias de orden eminentemente social, sino de orden meramente político.

Es bien sabido que bajo el régimen del Gobierno del señor Madero, muchos trataron de inculparlo porque no había dado cumplimiento exacto al Plan de San Luis Potosí, porque no había hecho la repartición de tierras, y hay que convenir en que el Plan de San Luis Potosí no permitió eso; únicamente permitió la devolución de las tierras de que hubiesen sido despojados por medio de ilícitos de astucia, los legítimos propietario de ellos, y muy principalmente los pueblos a quienes correspondían los ejidos. Así se inició la Revolución que dio al traste con el Gobierno del general Díaz, enunciando principios de orden eminentemente políticos y esbozando apenas principios de orden eminentemente social.

Yo, que asistí a esa etapa de la Revolución bajo la jefatura del señor Madero, recuerdo que ingresaron a las filas de la Revolución en Chihuahua muchos filibusteros llamados socialistas, encabezados, unos, por un americano, Harriton, y otros, por un mexicano, Lázaro Gutiérrez de Lara. Y recuerdo que el mismo jefe de la Revolución sentía horror para tratar los problemas socialistas, de los cuales hacían prédica consumada estas dos facciones. Recuerdo que el C. Lázaro Gutiérrez de Lara, en las haciendas de Terrazas en Chihuahua, en cuanto llegábamos mandaba a abrir las trojes, lazar los animales y darlos inmediatamente al pueblo y a los soldados, etc. Estos hechos son a los que yo me referí alguna vez, cuando dije que había asistido a estas reivindicaciones materiales llevadas acabo por el pueblo contra esos tiranuelos como el Terrazas, que había acaparado grandes extensiones de terreno con todos los frutos de la tierra. Está por demás decir el derroche que se hacía de los granos y el despilfarro que se hacía también de la carne, y no solamente esto, sino que vi con estupor cómo los peones de las haciendas de Terrazas tenían miedo cerval de tomar un solo trozo de carne de los que se les daban, por temor a que la Revolución fracasase y volvieran otra vez los capataces de esta familia y, naturalmente, cebaran en ellos su cólera, su odio, su sed de venganza. La Revolución hasta ese momento no había enunciado ningún postulado de orden eminentemente social, y recuerdo que en los campamentos que establecíamos en Chihuahua yo sostenía polémicas con Lázaro Gutiérrez de Lara, como los sostengo hoy, por los que respecta al socialismo. De manera es que yo jamás, jamás he sustentado el credo socialista; mal se me puede tachar a mí, pues, de claudicar en mis principios; solamente puedo aceptar eso si alguien me viene a probar, como debe hacerlo, con la caballerosidad debida, que yo he sustentado alguna vez esos principios. Y, repito, no solamente no los he sustentado, sino que en la campaña misma he sostenido polémicas de orden social y político, con socialistas como Lázaro Gutiérrez de Lara, esto es, que ni siquiera he

ocultado mis verdaderos principios, ni allí en la campaña he tratado de ser llevado por la corriente hasta buen puerto y entonces asumir otra actitud; no, siempre he proclamado los principios liberales.

Nosotros sabemos que a raíz del triunfo aparente de la Revolución con el triunfo político del C. Madero sobre la dictadura del general Díaz, empezó a manifestarse una tendencia de orden social; puede decirse que el manifestante más caracterizado de ella fué Emiliano Zapata, quien en aquel entonces era tenido como el Espartaco moderno en México, porque había ido por los campos a reivindicar la libertad de los esclavos, y digo esto, porque en Morelos la situación del peón era casi idéntica a una esclavitud. Algunos políticos, como el licenciado Vásquez Gómez y su hermano el doctor, tomaron inmediatamente por mira política la bandera del zapatismo, la abolición del latifundismo, la reivindicación del proletariado rural. Para todos nosotros es conocida esa etapa de la Historia de México, en la cual la reacción luchó perseverantemente y prevalida de las debilidades del Gobierno del Señor Madero y de su incompetencia, logró corromper al Ejército, dar un cuartelazo y hasta saciar actos de índole absolutamente personal en los cuerpos del primero y segundo mandatarios de la República. Después de esto, el entonces gobernador de Coahuila, con su carácter legal constitucional y obligado a velar por la Constitución, enarboló la bandera de la legalidad, convocó nuevamente al pueblo a la lucha contra la usurpación y estableció una dictadura de orden político-militar, llamada Primera Jefatura. Hasta aquí no habían aparecido claramente los postulados de orden eminentemente social y más bien la etapa revolucionaria a que asistió como Jefe el C. Carranza, debe ser considerada como de un carácter más particularmente político que aquella a que asistió como Jefe el C. Madero, supuesto que ésta, la segunda, cronológicamente no significa otra cosa que la tendencia de restaurar el orden constitucional. Sucesivamente, en el transcurso de la lucha y particularmente al sobrevenir el caso de insubordinación en el orden militar, de rebelión en el orden político de Francisco Villa y la División del Norte, apareció de una manera más clara la tendencia de orden social que la Revolución llevaba como germen únicamente; pero desde un principio se hicieron patentes enunciados de orden político para todos nosotros: tales fueron los principio de no reelección del Presidente de la República, particularmente la supresión de las Jefaturas Políticas y el principio verdaderamente democrático del Municipio Libre. Y cuando el señor Carranza se encontraba en Veracruz y nos habíamos sumando nuevamente bajo su Jefatura para combatir la insubordinación de Villa, empezó a aparecer la tendencia de orden social; el señor Carranza, con objeto de satisfacer en parte esta aspiración, dio algunos decretos y asoció a su Administración, si no muy ostensiblemente, si en parte, a elementos caracterizados como socialistas: me refiero al doctor Atl. Sobrevino la lucha con todas las peripecias que nosotros conocemos, y el C. Carranza, traído y llevado por tendencias opuestas, vino a exhibir claramente la situación política del país y en parte la suya, al convocar a un Congreso Constituyente en Querétaro. Y como la evidencia más completa de lo que había sido en lo que respecta a principios la Revolución hasta ese momento, tenemos nosotros por una parte el proyecto de reformas del Primer Jefe a la Constitución de la República y las innovaciones hechas principalmente por el grupo radical que asistió a ese Congreso. El C. Carranza no hizo una enunciación como viene de los postulados socialistas que pueden considerarse como recopilados en el artículo 123 constitucional, pero el C. Carranza, que comprendía que él, es decir, sintió que tenía que gobernar férreamente, así, por sus ideas rancias en política, cuanto por su personal manera de ser, trató de obtener ciertas reformas a la Constitución que lo pusieran a cubierto, como él lo ha expresado categóricamente, de cualquiera asechanza o peligro que pudiese suscitar contra él la Representación Nacional, el Poder Legislativo; y así fué que tendió capitalmente a efectuar reformas en el orden político para poder gobernar sin tasa alguna, sin límite alguno a su autoridad y esta tendencia del C. Carranza se ha manifestado todavía con mayor claridad cuando después de haber sido promulgada la Constitución de 17, por un acto que verdaderamente no se puede admitir, pretende nuevamente legislar dando la Ley de de Imprenta, que yo califiqué alguna vez de Ley de Torquemada, y dando la Ley de Relaciones Familiares, esto es, cuando ya la Constitución iba a entrar en vigor, esto es, cuando ya por el hecho mismo de haberse dado esa Constitución en un Congreso, la estaba vedado a cualquiera autoridad invadir el terreno de las leyes hasta que se estableciera el nuevo Congreso Constitucional; pero es que el C. Macías suscitó en su cabeza tales escrúpulos, que consideró que los artículos 6o. y 7o. constitucionales eran un verdadero escollo para su Gobierno, que la prensa podía desenfrenarse al punto de arrastrarlo al desprestigio y hacer fracasar su Administración naciente en aquel entonces en el orden constitucional. Y bien sabemos que en el Constituyente estos grupos que habían estado a la vera del C. Carranza en su Administración en Veracruz, volvieron a encontrarse de nuevo y así los antiguos renovadores que habían estado en privanza, fueron los moderados en el Constituyente, y los revolucionarios a outrance fueron los radicales. La política se desarrollo activísima en Querétaro e interesado capitalmente el C. Carranza en obtener esas reformas en el orden político federal, hubo de ceder a las tendencias de orden socialista preconizadas por ese grupo radical; y los socialistas interesados en grabar como sobre piedra, sobre la nueva tabla de la ley, los nuevos postulados, su credo político-social, hubieron de ceder también en el orden político a que tendía el C. Carranza. Por esto esa incoherencia de la Constitución de 17; por eso es que los derechos del hombre proclamados en el 89 y que son las tablas de la ley del liberalismo clásico, se encuentran por una parte contenidos por la fuerza preponderante del Poder Ejecutivo sobre la Representación Nacional, y por otra parte, por los postulados de orden jacobino que lleva la misma Constitución en su seno. Ahora bien, señores, ¿cuándo aparecieron en la masa popular, en la multitud que fué a tomar las armas, los postulados de orden eminentemente social? No se me podrá decir que soy un extraño a esa lucha; no se podrá decir que no me he rozado con aquella

multitud que tomó las armas: he estado con ella y muy a mi pesar debo declarar, como he reconocido siempre a propósito de esa apología militar que se hace del obrero en su asistencia a la Revolución, que ha sido siempre - y así lo sabemos todos los que hemos ido a la revolución con las armas -, mucho mejor combatiente el proletariado rural que el proletariado urbano. (Aplausos.) Así, señores, nosotros nos hemos visto en el horizonte de la Revolución de una manera clara los postulados de orden social que le quiere atribuir insistentemente un grupo de diputados y en particular el doctor Siurob, ni un solo instante, y tan no lo hemos visto así, que el artículo 123 - que los recopila todos -, no fué discutido con la extensión que debiera, que los principios fundamentales no fueron echados sobre bases solidas, que no se cimentó, que se hizo una obra precipitada, en gran parte inconsciente y, repito, no dejo de reconocer toda la bondad que encierran esos capítulos; pero de ninguna manera fué ostensiblemente socialista esa Revolución y no sólo esto, debo hacer notar que el problema capital entre el capital y el trabajo es de un orden eminentemente económico, deriva en social, pero no hace allí; la prueba está en lo que acabamos de saber hace pocos días con motivo de los capítulos de paz que pretenden imponer las naciones aliadas a Alemania; el Partido Socialista Alemán con ahinco promueve ante su Gobierno la aceptación inmediata del tratado, la firma inmediata de todas las condiciones que se estipulan, porque lo que necesitan es trabajo, paz, porque tienen hambre y quieren tener que comer. Contra un hecho como éste, huelga absolutamente toda discusión, el problema es esencialmente económico y así es como deberemos seguirlo tratando Yo no me he apartado ni un solo ápice de esta linea de conducta; así, pues, señores, los postulados de la Revolución no fueron como se pretende hacer creer; llegaron a cristalizar en una de sus etapas en la no-reelección del Presidente de la República y de los Gobernadores de los Estados; llegaron a cristalizar en la institución del Municipio Libre, pero de ninguna manera llegaron a cristalizar en los postulados del artículo 123, porque vemos que todavía hoy el artículo 123 no ha entrado en absoluto a la conciencia nacional; todavía es objeto de una discusión acalorada. Si en lo sucesivo la convicción llega a anidar en el fondo de la conciencia nacional, es indudable que nosotros todos seremos arrastrados por esa conciencia nacional; pero en tanto no se manifieste en esta forma avasalladora, todos los que debatimos tenemos un derecho inalienable y no hacemos más que concurrir a la elaboración del progreso en el momento en que nos ha tocado vivir. Alguna vez habré de ser más extenso por lo que respecta a esos tres rasgos característicos de la Constitución de 17; pero no quiero dejar pasar el hecho que señaló el diputado Siurob de que es muy fácil cosechar aplausos impugnando esa Constitución, porque está de moda; si eso es, cábeme un envanecimiento, porque yo he sido el primero que ha cosechado las primeras diatribas, la primera rechifla, y los primeros insultos, por haber considerado como inadecuada, como mal hecha, como incoherente esa Constitución de 17. De manera que si alguna vez me ha tocado un aplauso por eso, no se me negará que del seno de esta Asamblea se han levantado a atacarme de la manera más vehemente los dogmáticos que creyeron parangonarse con los constituyentes de 57 y hacer una obra meritísima para el país; así es que sí fuí en aquel entonces no el que cosechó aplausos, sino el que cosechó la inquina acumulada de los que se consideraron omniscientes como legisladores.

Ahora bien, señores, mi peroración de ayer ha dado motivo a comentarios y a ataques de parte de muchos compañeros; ya he señalado cuál ha sido a mi modo de ver la serie de postulados de la Revolución y estos postulados han sido de un carácter eminentemente político y eminentemente liberal; fueron así porque la autoridad concentrada en el Poder Ejecutivo de la Nación y dimanante a las capas inferiores de la misma, había hecho mofa del sufragio popular, había atacado al individuo en lo más sagrado de él: en su hogar, en su persona, en su familia; se necesitaba un régimen en el cual todos pudiésemos desarrollar libremente nuestras actividades y sobre el lema glorioso de "Libertad, Igualdad y Fraternidad," hacer nuestra caminata por la vida y acabar con ella haciendo el progreso de nuestra Patria y haciendo el mayor bien a nuestros semejantes en la medida de nuestras posibilidades morales y materiales, pero no fué otra cosa. Ahora bien, el C. Siurob si alguna vez ha disparatado ha sido la tarde de ayer, ha disparatado y yo lo he dicho, porque es indispensable decirlo, porque cuando ha querido decir, creo yo, "almoneda," ha dicho "alcabala;" porque cuando ha empleado la palabra "didáctico," no he podido comprender porqué la ciencia de enseñar ha venido a sus labios, porque él podrá considerar como lacayos a los que no hacemos alarde de erudición, pero por lo menos tratamos de establecer una sucesión lógica entre palabra y palabra de nuestro discurso y no otra cosa, y me sorprende más todavía cuando a la página del Trece Vendimiario en Francia le señala caracteres de tiranía. Yo recuerdo que Napoleón, bohemio, de veras bohemio, se concentraba haciendo la corte a Josefina Beauharnais, de la cual era amigo Barrás, uno de los Directores, y allí, pidiéndole a éste su apoyo para salvar a la Representación Nacional, a la Asamblea, de la turba que la amenazaba, éste se comprometió a ello, y recuerdo precisamente que en esas memorables veladas Napoleón, bohemio, porque lo era, dijo que él, como general, no tenía más que su capa y su espada y que Napoleón en el Trece Vendimiario, no el Diez y Ocho Brumario, salvó a la Representación Nacional. El Gobierno de que estaba tan necesitada la Francia pudo subsistir mediante ese ametrallamiento de la multitud. ¿Que es muy doloroso? Sí, señores; pero no será ni ha sido la primera multitud que perezca por una causa de éstas: otras muchas continuarán pereciendo y no tengo una moral sensiblera para dolerme de este cuando intereses más altos reclaman un sacrificio o una hecatombe como éstas. (Aplausos. Siseos.)

Ahora, señores, sólo me resta decir unas cuantas palabras sobre la mala interpretación que hace de los preceptos o ideas del C. Woodrow Wilson el señor Siurob. Para el señor Siurob es más que novedoso el capítulo en que el C. Wilson aboga por aquellos proletarios; para mí no lo es, y es sorprendente que no lo sea. De hace tiempo he querido, como

una reivindicación de la raza, como una elevación moral indispensable para nuestro progreso, el que la clase más humilde, la más necesitada reciba tales beneficios, que la lleven, aunque sea paulatinamente, a obtener la expresión de orden algebraico moral, ideada por los helenos: la del triángulo equilátero, esto es, la de igualdad, la de proporcionalidad en lo que respecta a lo moral, a lo intelectual y a lo físico. Siempre lo he deseado así; ¿pero qué de nuevo tiene los postulados que nos ha leído del C. Wilson? ¿quien de todos nosotros nos hemos opuesto a ello? ¿pero acaso el C. Wilson preconiza la preferencia de los obreros asociados sobre los libres? Eso es lo que quiero que se me responda, porque a sido la piedra que toque entre nosotros, y el C. Wilson no lo preconiza. ¿Pretende él, en sus postulados fijar la obligación de que establezcan créditos los patronos en favor de sus trabajadores? ¿dónde lo ha postulado el C. Wilson? ¿dónde cualquiera de los más eminentes socialistas a quienes puede acudir como autoridad el C. Siurob? De ninguna manera. de modo es que nosotros estamos, en lo que respecta al C. Wilson, enteramente identificados; pero es que la Comisión y algunos miembros de la Asamblea, pretenden a todo trance establecer que todo aquello en que se pueda hacer un beneficio al pueblo, aun con detrimento de otros intereses, de otros derechos, aun con violación de los principios fundamentales de liberalismo, debe hacerse, y esto es a lo que nos oponemos.

¿Quién de nosotros va a negar, no sólo el derecho, sino la conveniencia que tiene para las clases proletarias el asociarse? Yo lo he considerado así siempre, que deben asociarse, que deben protegerse y que deben defenderse; pero que nosotros vayamos a hacer lo que se pretende, es verdaderamente imposible; por eso me he opuesto con bastante energía, y es verdaderamente viciosa la argumentación de todos los oradores del pro. Se dice que hay que aceptar esto, que ya es costumbre el darle los caracteres propios de una ley; si fuéramos a seguir este criterio en todo, ¿por qué no dejamos la costumbre - me refiero particularmente al C. Basáñez -, la costumbre establecida con anterioridad, de que el patrón viva más que felizmente del fruto de los trabajadores? ¿por qué no dejamos todos los moldes antiguos? ¿por qué no nos atenemos en todo a la costumbre? ¿por qué damos hoy reglas nuevas? Luego no sólo basta la costumbre. Cuando una costumbre es bastante para hacerse ley, viene tan pacíficamente que no hay un solo opositor, sino que todo el mundo se extraña todo el mundo se sorprende de que no haya sido ley desde un principio; pero querer hacer ley lo que es costumbre en los patronos, violando un principio fundamental, esto es atentar contra las instituciones liberales, este es el caso de la fracción XIV, y me toca refutar el argumento del C. Soto Peimbert, cuando dio por bien sentado el que los patronos estuviesen obligados a abrir créditos a sus trabajadores, ateniéndose a que la fracción XXIV del artículo 123, habla de las deudas de los trabajadores con los patronos. Sobre este particular quiero fijar la atención de la Asamblea: la fracción XXIV del artículo 123, dice lo siguiente:

"De las deudas contraidas por los trabajadores a favor de sus patronos, de sus asociados, familiares o dependientes, sólo será responsable el mismo trabajador, y en ningún, caso y por ningún motivo se podrá exigir a los miembros de su familia, ni serán exigibles dichas deudas por la cantidad excedente del sueldo del trabajador en un mes."

Esto es, de la facultad que tienen de contraer deudas, pero no es la obligación del patrono de abrir un crédito, que es lo que pretende la fracción XIV del artículo 17; de manera que cambia completamente el sentido del artículo, si es que se pretende reglamentar una fracción del artículo 123. Así, pues, yo quiero que la Comisión, como los del pro, me digan sin apasionamiento alguno, ¿qué parte del artículo 123, cuál de sus fracciones es la que se pretende reglamentar en esta fracción XIV del artículo 17? ¿en cuál fracción está estatuido que los patronos tiene la obligación de abrir créditos por angas o por mangas a sus trabajadores?

El C. Valadez Ramírez: pide la palabra la Comisión.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Valadez Ramírez: ¿Cree el C. García Vigil que únicamente las treinta fracciones de que consta el artículo 123 de la Constitución, deben estar en el Proyecto del Ley que estamos estudiando; cree que únicamente los preceptos allí contenidos deben formar esta ley, o deben hacerse derivaciones o traerse aquí todo lo que se necesita para reglamentar las relaciones entre patronos y obreros? Con esto contesto la interpelación que me dirigió el C. García Vigil.

El C. García Vigil: Bien se ve que la Comisión elude una contestación categórica; pero yo no la eludo. Yo sí afirmo que únicamente sujetándose a esas bases, es como debe hacerse la ley reglamentaria del artículo 123, porque si no fuese así, ¿quién puede negarnos el derecho para estatuir ventajas para los capitalistas, que se salgan de los preceptos del artículo 123, si la Comisión pretende establecer ciertas ventajas para los trabajadores que se salen de los preceptos del mismo artículo? Además, el artículo 123, en su preámbulo, es categórico; dice:

"Artículo 123. El Congreso de la Unión y las Legislaturas de los Estados deberán expedir leyes sobre el trabajo, fundadas en las necesidades de cada región, sin contravenir a las bases siguientes, las cuales regirán el trabajo de los obreros, jornaleros, empleados, domésticos y artesanos y, de una manera general, todo contrato de trabajo."

De manera que estas son las bases a las cuales no se debe contravenir, y jurídicamente esta ley primordial debe ser reglamentada, sacando derivaciones directas, pero no preceptos nuevos; de modo es que la fracción XIV del artículo 17 es en absoluto una innovación, y esa innovación, que aparentemente no tiene el valor económico comercial mayor que el de un mes de sueldo del trabajador, es la enunciación de un nuevo principio, es la enunciación del principio de la obligación de los patronos de acreditar, es decir, de abrir crédito a sus trabajadores, y este principio está en pugna con los principios llamados antiguamente de los Derechos del Hombre y hoy de las Garantías Individuales - artículos 4o. y 5o. de la Constitución -. De modo es que si yo paso tardes impugnando en gran parte el proyecto de la Comisión, conste que no me

aparto un ápice de los postulados del artículo 123 y, sobre todo, que no me aparto un ápice de los postulados del liberalismo. Nosotros, sin incurrir en dogmatismo - un vicio moral e intelectual, lo mismo en el orden religioso que en el orden político y que en el orden social -, nosotros repito, no debemos hacer sino atenernos a esta ley, y cualquiera cosa que se derive de ella y signifique el enunciado de otros principios, está fuera de la misma ley.

El C. Lanz Galera, interrumpiendo: ¿Me permite usted una interpelación?

El C. García Vigil: Con mucho gusto.

El C. Lanz Galera: Pido la palabra para una interpelación al orador.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Lanz Galera: Suplico al señor general García Vigil me diga si la fracción XXIV que es la que está reglamentando la Comisión, al referirse a las deudas contraidas por los trabajadores a favor de sus patronos que reconoce la misma Constitución, no se refiere a un adeudo nada más en caso de enfermedad, ¿a qué otro adeudo se puede referir?

El C. García Vigil: Se refiere a las deudas que contraigan por lo que quieran los trabajadores con los patronos, pero esto establece el principio del tratado bilateral, esto requiere la espontaneidad, esto es, la voluntad en el contrato de prestación, pero no implica la obligación de prestarles. (Aplausos.) De modo es que los patronos quedan por el mismo artículo 123 en libertad para abrir créditos a sus trabajadores, cuando, como lo dice el término "en libertad," ellos quieran; cuando no, no. Esta es la primera interpretación. Ahora bien, se habla de la costumbre que se tiene de pagar a los empleados enfermos; ¡bien! las empresas, los patronos cuyo capital permita esto, cuya moralidad, cuyo altruismo, cuyo interés, cuyo egoísmo, lo que se desee, sugiere esta conveniencia, esta medida ¡perfectamente bien! allí será el caso de la fracción XXIV de esta deuda contraída; pero de ninguna manera la imposición, la obligación que se pretende de que le abran créditos. Ya se han señalado en gran parte los defectos que tiene esta prestación obligatoria de dinero; pero si esto no fuese bastante y sobrado contra el argumento falaz de la necesidad en que se encuentra el obrero enfermo, me voy a referir al mismo artículo 123, cuya fracción XXIX dice lo siguiente:

"Se consideran de utilidad social: el establecimiento de cajas de seguros populares, de invalidez, de vida, de cesación involuntaria de trabajo, de accidentes y otros con fines análogos, por lo cual, tanto el Gobierno Federal como el de cada Estado, deberán fomentar la organización de instituciones de esta índole, para infundir e inculcar la previsión popular."

Y esto lo relaciono con el artículo 268 del proyecto de ley. El artículo 268 inmediato al 267 que habla de la participación en las utilidades, dice:

"Artículo 268. Las cantidades que por este concepto se reúnan, podrán destinarse a los siguientes objetos:

I. Fundación de cooperativas de consumo;

II. Crear o adquirir, con carácter comunal, industrias o colonias agrícolas;

III. Impartir auxilios en caso de huelga;

IV. Ayudar a los trabajadores cesantes;

V. Organización de propaganda sindicalista;

VI. Difusión de la enseñanza rudimentaria y conocimientos útiles entre los congregados."

Y es de veras sorprendente que la Comisión, que ha tenido en cuenta a los obreros cesantes para ser beneficiados por las cajas de ahorros que se instituyan con las utilidades, no tenga en cuenta a los obreros enfermos, ¿pues para qué ha sido ese ahorro? ¿para qué entonces el título de todo el capítulo "Del Trabajo y de la Previsión Social"? ¿Cómo se va a estimular la previsión social en el obrero si trata de extraerse directamente de las cajas del capitalista todo lo que necesita para las contingencias de la vida, esto es, anula la previsión social?

Así no podrá existir la previsión social. ¿Qué obrero va a prever el caso de una enfermedad, el caso de un accidente, si está enteramente asegurada por esa misma ley? De modo es que la misma fracción XIV no se ajusta ni a la fracción XXIX del artículo 123, no se ajusta al artículo 268 del Proyecto de Ley que se discute, ni se ajusta al título del artículo 123; "Del Trabajo y de la Previsión Social." Pues qué ¿se desea que todas las utilidades vayan a dar para fines políticos, esto es, para rellenar las cajas de los sindicatos y obtener en momentos de huelga o paro los medios bastantes para llevar a cabo una acción política? ¿Por qué se refieren a todos los casos y menos al caso de los obreros enfermos, que es indudable que lo necesitan más que los obreros cesantes? Es de veras sorprendente que la Comisión tenga en cuenta a las Cajas de Ahorros para ayudar a los trabajadores cesantes y no la tenga para ayudar a los trabajadores enfermos. Entonces , ¿qué objeto tiene la repartición de las utilidades? ¿a qué fines se van a destinar éstas? ¿se van a destinar a que los embaucadores de los obreros lucren inmoderadamente con los fondos de los sindicatos? ¿se pretende que las cantidades que por este concepto se acumulen se destinen únicamente a fines políticos que traigan una subversión completa en el orden del trabajo? ¿se pretende que las huelgas se extiendan a mayor número de días y que tengan consecuencias de orden exclusivamente político? Yo creo que es llegado el momento en que se medite sobre las consecuencias de esta Ley y por todas las razones que he señalado, la fracción XIV del artículo 17 debe ser rechazada, no modificada, sino rechazada en lo absoluto. Los lineamientos generales que dieron los constituyentes en el artículo 123, son bastantes para asegurar la vida del obrero, la vida ordinaria con las contingencias propias. El salario mínimo, el establecimiento de las Juntas de Conciliación y Arbitraje para los conflictos con los patrones, esto es, con el capital; las ventajas del aprovisionamiento de comestibles en las regiones que se encuentren apartadas de los mercados, las ventajas de la repartición de las utilidades, las ventajas de las cooperativas de consumo, esto es, de todas las cajas de ahorros, las ventajas de las condiciones de higiene, salubridad, etcétera, que deben establecer los establecimientos; las ventajas de que empresas de cierta cuantía deben tener casas que deben rentar a precios módicos al trabajador; las ventajas que tienen los trabajadores

en empresas también de la importancia que deben destinar sitio para un mercado y para las diversiones honestas; en fin, ¿no es todo esto lo que se ha deseado? ¿Por qué, pues, se nos quiere tachar a todos los que no queremos conceder más (porque no debemos conceder, porque es violar los derechos) cómo se nos quiere tachar que no vemos por aquellos operarios? Y quizá vemos más los que nos preocupamos por establecer este principio armónico que beneficia a la colectividad social, que aquellos que a todo trance quieren imponer un credo social, un dogma social, el dogma social de la supremacía del obrero. Todos los que quieran traer un nuevo peligro para las instituciones liberales, si el peligro para las instituciones liberales existió antaño con el clericalismo y más tarde con el militarismo, sepan que ese peligro existe hoy con el obrerismo, puesto que se quiere establecer hasta el fuero obrero. (Aplausos.)

Repetidas veces lo he dicho yo: cuando veo que una libertad trata de menguarse, cuando se ataca, cuando se viola, cuando se invade algún derecho, no me importa si es obrero, si es sacerdote, si es militar, si es profesionista, si es lo que sea, si es cómico, si es cualquiera cosa; yo soy liberal y para mí todos son ciudadanos; pero querer que todos nosotros dogmática, inquisitorialmente - porque no es otra cosa lo que se quiere hacer -, vengamos a profesar un credo socialista, vengamos a juzgar con el dogma de la supremacía del obrero, es derrumbar todo el edificio liberal construido de siglos en siglos con un esfuerzo sobrehumano, con sangre y sacrificios. (Aplausos. Voces: ¡Llegó la hora!) Sí, señores representantes.

El C. Presidente: Tiene la palabra en pro el C. Vadillo. (Aplausos.)

El C. Vadillo: Ciudadanos diputados: El brillante discurso que acaba de escuchar esta honorable Asamblea, cierra el ciclo de los razonamientos que la oposición ha venido esgrimiendo desde hace un mes en contra de esta ley, que tiende a revolucionar en cuanto a los sistemas de actuación del capital moderno. El discurso del C. García Vigil es, por esta razón, sintético, merece una profunda atención y yo me acerco a las consideraciones qué este prestigiado orador de la República ha hecho ante vosotros, con profundo respeto, con absoluta discreción y deseando que el tono de mis palabras en ninguna manera vaya a herir lo sagrado de sus convicciones en ninguna manera vaya a lastimar las relaciones de simpatía y aprecio que siempre he puesto al servicio de este apreciable compañero. (Aplausos.)

Pero, señores, no podemos olvidar los que tarde a tarde escuchamos estas discusiones con el ánimo de descubrir por fin la verdadera razón alrededor de lo cual debe girar el voto que vamos a emitir en este trascendentalismo asunto, no podemos negar que el C. García Vigil ha pecado de la misma debilidad de todos aquellos oradores del contra que ha impugnado constantemente la Ley del Trabajo. El C. García Vigil una noche, caminando llevando a cuestas como un pesado fardo una tesis de orden burocrático, se encaminó por los senderos obscuros de una alta filosofía, como al borde de un desfiladero, y cuando hubo puesto su cabeza en las neblinas de las altas especulaciones, cuando yo creía que había de bajar de allá con las nuevas tablas de la ley grabadas en piedra con el cincel fuerte de una convicción vigorosa, lo hemos visto que ha traído sólo de allá, como los profetas fracasados, una decepción, y para nosotros, otra decepción mayor. (Aplausos.) El C. García Vigil en repetidas ocasiones ha tenido la tentación, llevado de su talento natural analítico, de traer al seno de la discusión este problema en el orden pura y exclusivamente económico; y el C. García Vigil ha bordeado su compromiso y se ha ido por especulaciones, bien del orden filosófico puro, bien del orden político, bien del orden social, bien del orden personal. Pues bien, señores diputados, el compromiso que el C. García Vigil no ha cumplido ante vuestra honorabilidad, voy a tener el honor de intentar cumplirlo, es decir, voy a tener el honor de intentar traer el problema de la economía industrial moderna al terreno propio, al terreno deslindado, al terreno natural en que estamos obligados a examinar esas cuestiones que tienen tan intima relación la Ley del Trabajo.

Desde luego advierto que los ciudadanos impugnadores han cerrado completamente el punto de vista; esta ley es una ley revolucionaria de la actuación del trabajo y del capital industrial moderno, y pretender juzgarla con los principios anticuados en relación con la economía industrial, es cometer un error de dialéctica. El artículo 123 de la Constitución nos señala el campo; nos delimita las fronteras; nos constriñe a ocupar pie a pie, el lugar que corresponde a dos combatientes en esta Asamblea y no salir invocando teorías anticuadas que buenas o malas, están prescriptas por el artículo 123 constitucional. (Aplausos.) La lucha moderna entre el capital y el trabajo puede señalarse desde aquella época en que los cosecheros de vinos de Francia, los expendedores de paños de Flandes, los terratenientes en pequeño de Inglaterra lograron crear en el ánimo público un nuevo principio de la libertad, es decir, el principio de la libertad clásica, del liberalismo clásico, a que tanto se ha referido el C. García Vigil. Cuando la industria moderna inventó la máquina, cuando el feudalismo creó el grado supremo del hambre en Europa, cuando los campesinos ingleses lograron obtener una garantía que fuera a contrarrestar el poder omnipotente del Estado feudal, fué entonces cuando se creó la libertad del trabajo lo que se llamó entonces el individualismo en el terreno de la política y lo que en la filosofía política se llamaba entonces la libre cooperación con el Estado, es decir, el principio más amplio del individualismo. El liberalismo clásico no ha sido otra cosa que el respeto a las garantías individuales que otorga la misma naturaleza y que reconoció entonces y que reconoce ahora toda nación que se precie de civilizada; pero esta libertad individual, junto con el acrecentamiento de la riqueza pública constantemente aumentada por una ley económica fatal, ha dado margen al acaparamiento de la riqueza pública, a consecuencia de la aplicación viciada de los principios del liberalismo clásico, ya en el seno, ya en la actividad, ya en la práctica de la vida ordinaria de los negocios, de las actividades, de las industrias. El liberalismo clásico es aquel que suscita el máximo de la energía en el hombre; el liberalismo clásico,

en cuanto a la actividad industrial, se apoya en un postulado filosófico también de la supervivencia de los actos, y en este terreno no tenemos nada que discutir con el C. García Vigil. Efectivamente, el liberalismo clásico arranca en teorías tan profundas, en hechos tan ciertos, en fenómenos tan naturales de la vida universal, que el liberalismo clásico fué la expresión más exacta y sigue siendo todavía la expresión más exacta de las relaciones de los hombres asociados para que estos hombres entre todos ejerzan el supremo derecho de vivir mediante las facultades naturales para ganarse la vida, según la ley de las más aptos. Nada negamos en el terreno filosófico, ni en el político; sólo negamos mucho, pero absolutamente mucho, en el terreno económico, es decir, en cuanto a las consecuencias de orden exclusivamente económico a que ha dado lugar la aplicación en las sociedades modernas, de este principio amplísimo de la libertad individual en contra muchas veces de los derechos naturales de una colectividad. El sistema liberal clásico, por cuanto hace a la industria moderna, por cuanto hace a la aplicación de los sistemas naturales del capital, tiene este crimen supremo en la civilización moderna: el que habiendo llegado el sistema liberal clásico a ser un sistema de gobierno; el que habiendo llevado hombres que cumpliesen ese sistema de gobierno en todos aquellos países, en todo lugar donde triunfara este sistema, este sistema se hizo también un credo; se hizo también una bandería; sus hombres fueron también unos sectarios y se apoderaron del Gobierno, como otras facciones se han apoderado, como otras vendrán y se apoderarán a su vez, como un botín de guerra para hacer cumplir en provecho propio, en provecho de la casta, del sectarismo, las ventajas que da el triunfo político en las manos de los propios gobiernos. (Aplausos.)

El liberalismo clásico ha dado origen a cuatro vicios en la aplicación de las energías del capital moderno en cuanto a la industria, en cuanto a la tierra, en cuanto al crédito. El primero, es proteger por medio de las tarifas que se llaman proteccionistas, la industria nacional en contra de la industria extranjera, a efecto de que el mercado interior quede en manos de los privilegiados. El capitalismo moderno mediante la aplicación de los principios liberales clásicos ha dado margen a l privilegio aduanal, es decir, al privilegio industrial mediante la protección de las tarifas. Esto ha tenido por resultado, como vosotros lo sabéis, como vosotros podéis explorarlo, en los países proteccionistas como Estados Unidos, que los industriales favorecidos por este sistema de gobierno que está triunfante en tal país, sean realmente favorecidos por las tarifas proteccionistas, sean dueños de los mercados, sean dueños de la concurrencia, sean dueños del precio de los productos, y sean por consiguiente, árbitros de la vida de la colectividad. El proteccionismo aduanal para el comercio, es decir, para el capital moderno aplicado a este género de trabajo, ha dado por resultado también la protección en cuanto a derechos y esto a dado margen también a que sea otra arma de la concurrencia, a que sea otro medio de organizar esta competencia, a que sea también un privilegio de los más aptos, pero no un privilegio nacido de su propia aptitud natural, sino un privilegio que han rescatado de manos de la ley para que los mercados, para que los productos, para que la Nación estén siempre todos a su arbitrio, es decir, tengan una ventaja económica. El capital aplicado a la posesión territorial, como todos los sabéis perfectamente en los países del liberalismo clásico triunfante ha dado margen a que la ventaja de la ley siempre haya estado del lado del contribuyente rico y no de lado del contribuyente pobre; nadie podrá enseñarme un solo país en donde los sistemas liberales clásicos se conserven más o menos disfrazados, más o menos esfumados - porque no hay un solo país en donde reine actualmente el liberalismo clásico puro -, digo, nadie podrá mostrar un país en donde el capital territorial no tenga una protección legal, porque en muy pocos países, absolutamente en muy pocos países, las contribuciones son proporcionales a las capitales, sino que siempre decrecen en proporción de las grandes propiedades. Luego el liberalismo clásico tiene para la civilización moderna un crimen de lesa colectividad: el privilegio fiscal en el terreno de la aplicación del capital rural. (Aplausos.) La organización del crédito, señores diputados, constituye en los países modernos un privilegio financiero del capitalismo, y ese privilegio financiero es hijo legítimo de los sistemas liberales clásicos aplicados al sistema de funcionamiento del capital. El medio de organizar capitales, de abultar el monto bruto de un capital aplicado a una industria, los recursos de combinar capitales ficticios, la facilidad legal de hacer con capitales ficticios, es decir, con una ampliación del crédito, negocios positivos y reales que representan un trabajo del pueblo colaborador, es otro crimen del liberalismo clásico aplicado a los sistemas financieros presentes. (Aplausos.) ¿Qué tiene de extraño entonces, ciudadanos representantes, que el liberalismo clásico haya llevado sus ventajas a manos de unos cuantos privilegiados por la Ley, a manos de unos pocos aptos por tutela de la propia ley parcial, hija legítima de los sistemas liberales clásicos que han llevado su secta, sus hombres, sus organizaciones políticas al Poder? ¿Qué tiene de extraño que el capitalismo moderno se haya constituido en una verdadera máquina perfectamente organizada que pesa por todos los cuatro costados sobre las espaldas del pueblo productor, si la Ley misma, si el sistema consagrado, si el liberalismo clásico bajo la sagrada bandera de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad ha hecho cuatro grandes surcos, cuatro grandes cauces por donde circula la riqueza publica y a cuyo final, como un delta, el oro va a repartirse en unas cuantas cajas fuertes, dejando en la miseria al mundo entero? ¿Qué tiene de extraño que haya entonces un movimiento que proviene de la masa social consciente, muy del fondo de las clases productoras, de las clases pensantes y aun de las clases políticas actuales en contra de este sistema de liberalismo clásico, en contra de estos inconvenientes de la aplicación de un sistema filosófico que en sí mismo fué sano, que en sí mismo fué puro, que en sí mismo laudable, pero que en la aplicación se ha corrompido, porque todo triunfo es una corrupción? Y el sistema liberal clásico al predominar en el mundo ha llevado, como lo acabo de demostrar, una serie de delitos de lesa humanidad que están reclamando forzosamente una respuesta

enérgica, violenta y muchas veces sangrienta de esa misma humanidad. (Aplausos.)

Por esa razón vengo afirmando, ciudadanos representantes, que el C. García Vigil, bordeando siempre el problema, usando de un recurso que yo no sé de qué manera calificar, siempre hace la apología violenta, enérgica, hija de su convicción, de los sistemas liberales clásicos tomados en su concepto puramente especulativo; pero jamás, absolutamente jamás le he visto descender a la explicación del fenómeno económico en sí mismo, al fenómeno real, a los hechos actuales, a la vida misma de los negocios, a la situación económica presente en todo el mundo, para poder desprender de allí - y entonces sí con justificación -, una verdadera justificación de estos sistemas de que se ha venido haciendo él el apologista en esta Cámara. La respuesta histórica, la respuesta necesaria a esta violación de los derechos de la vida humana por las intemperancias del capital industrial moderno, protegido por las leyes y amparado por todos los regímenes burocráticos que constituyen hermandades sectarias que existen en los gobiernos actualmente vigentes en el mundo, la respuesta ha sido y con mucha justicia, el socialismo. El socialismo se inició en el mundo moderno paralelamente a los defectos del capitalismo; es un error pretender que sea un retoño extemporáneo que nace ahora bajo las violencias de la guerra universal; el socialismo se inició filosóficamente siglos atrás políticamente en relación con los errores del capitalismo y moralmente nació en el corazón de los hombres, desde el momento en que el corazón de los hombres sintió el castigo del capital como un manojo de azotes, por las ventajas económicas que le diera la Ley... (Aplausos nutridos.)

El C. García Vigil señala como una síntesis del principio liberal clásico puro, aquel postulado revolucionario de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, esta Flor de Lis sangrienta que desde entonces acá ha señalado cada una de las páginas de la Historia y ha significado para la conquista de la humanidad un triunfo popular. Ahora bien, ciudadanos representantes, la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad eran también para el filósofo Kant el principio de donde él partió para señalar este principio filosófico que es el origen del socialismo moderno: la igualdad del valor de la dignidad humana es la que da el principio al único derecho innato que tiene el hombre, que es la libertad. La libertad se entiende según una regla general, en virtud de la cual nadie está obligado a aceptar aquellos compromisos que otro no pudiera aceptar a su vez, y de esta manera de la libertad nace la igualdad, de la igualdad nace la fraternidad. Este pensamiento profundo del gran filósofo, el primer pensador del mundo contemporáneo, siempre ha sido señalado como el principio que basa la existencia en el mundo filosófico, en el mundo de las ideas del socialismo, es decir, la libertad como principio de la igualdad de la dignidad humana en todos los hombres, como un postulado para fijar los compromisos sociales y alternos que pueden existir entre los hombres.

Cuando el C. García Vigil remontándose por la corriente de la historia, de filósofo en filósofo pretendió justificar su tesis, me admiró mucho, ciudadanos diputados, que no se hubiera encontrado con el cerebro del filósofo Kant que cada vez que pensaba iluminaba al mundo; pero en la práctica y no en el terreno puramente especulativo de las ideas, vemos al socialismo con este nombre o sin él, con este nombre que es generalmente el que más choca a los espíritus suspicaces, pero el fenómeno en sí mismo lo vemos apareciendo siempre, brazo a brazo, con el sistema capitalista vigente, hijo del liberalismo clásico. En la actualidad, señores diputados, podemos afirmar que así como el liberalismo clásico ha llegado a su etapa de decadencia, así hoy está cediendo su lugar, forzosa y necesariamente a esta segunda etapa del espíritu humano, al socialismo, ya sea en socialismo de Estado, ya sea el comunismo.

El C. García Vigil, con un desconocimiento de las cosas que positivamente me ha dejado admirado, señalaba a los ciudadanos que hoy discuten alrededor de la mesa de Versalles los destinos de la humanidad, como hijos legítimos del liberalismo clásico. Ahora bien, ciudadanos diputados, por lo que hace al C. George, debemos hacer mención siquiera de los rasgos más salientes de su vida política en su gran país, para que nos convenzamos de que los hombres eminentes, en el momento preciso, no desdeñan el ir a hacer las reivindicaciones populares poniéndose frente a frente de estas intemperancias, de estos abusos y de estos crímenes de los sistemas capitalistas vigentes actualmente. En el año de 1908 el C. George era Ministro de Finanzas de Inglaterra. El presupuesto que presentó a la Cámara de los Comunes en donde había doscientos cincuenta diputados obreros radicales, era para llenar un déficit de setecientos millones de francos, déficit debido a los gastos de la armada y de la marina, a los seguros obreros y demás liberalidades sociales del Gobierno inglés. El C. George en un discurso que duró cinco horas, sostuvo su presupuesto, el cual cargaba el setenta y cinco por ciento de aquel deficiente sobre la gran propiedad territorial, sobre la plutocracia, y especialmente sobre los terratenientes ingleses. La Cámara de los Lores tuvo entonces, como era natural, un agrio gesto aristocrático y los Lores se sintieron indignados sobre los asientos escarlatas de su Alta Cámara. Era natural, cinco Lores tenían en Irlanda posesiones por más de setenta y cinco mil hectáreas de terreno, otros Lores eran los representantes de sociedades bancarias, algunos lo eran miembros prominentes de la marina, por veintenas se contaban los que habían sido gobernadores en las colonias inglesas y toda la burocracia británica estaba representada, estaba alojada allí como en un nido caliente, en la Alta Cámara. La Cámara calificó entonces el presupuesto del Ministro de Finanzas como de ser eminentemente socialista y revolucionario, como de llevar al país a dar un paso en el vacío en la historia presente y el pueblo inglés, el pueblo inglés sostenido por las organizaciones obreras, por los potentísismos partidos socialistas que existen allá, dio el triunfo al Ministerio de Finanzas y hubo de aprobarse este célebre presupuesto del Ministerio George, que causó sensación en toda Inglaterra, en toda Europa y en el mundo entero. Inglaterra es desde entonces oficialmente socialista, el régimen imperante en el terreno económico es eminentemente socialista; fué Inglaterra la que después de la huelga

llamada huelga negra de 1912, fué ella la que señaló primeramente en la historia de aquel país el salario mínimo, y el salario mínimo vosotros sabéis lo que significa. Los que estáis acostumbrados a examinar los fenómenos económicos, sabéis perfectamente bien esta suprema verdad que es la que sintetiza el momento económico industrial presente, el salario mínimo y la jornada máxima son los dos extremos entre los cuales se hará fracasar a los métodos actuales de la industria moderna. Un salario mínimo fijado por la ley, constantemente aumentado por la presión del obrero que tiene el derecho de asociación dimanado de la libertad legítima del mismo sistema liberal clásico; una jornada máxima constantemente disminuida, señalada por la ley, amparada por la ley mediante la presión de esa misma organización obrera, dará margen, señores diputados, tarde o temprano, al fracaso industrial, más sonado. Ahora bien, como la producción es una necesidad social, la producción tendrá un día más o menos remoto que caer en una de estas dos manos: o en las del Gobierno que es el representante del pueblo y el obligado naturalmente a satisfacer sus necesidades, o en las manos del obrero, que es el directamente productor. (Aplausos.) No necesitamos más que estos dos datos manejados debidamente para persuadirnos, señores diputados, que mal que pese a las convicciones intimas, mal que pese a la rutina universal, mal que pese a todas estas fuerza actualmente concitadas para detener el progreso económico del mundo, el socialismo de Estado, es decir, la producción dejada a la vigilancia del poder público, o el comunismo, es decir, la producción en las manos de los obreros directamente, es el porvenir que apunta en el horizonte. ¡Quiera la fortuna del mundo, quiera la lógica de los acontecimientos hacer que se acepte el medio mejor y de que la humanidad logre salvar este difícil problema! Pero no podemos nosotros negar la realidad de los hechos; como una curiosidad, señores diputados, tengo en mi archivo el programa de acción del Partido Independiente Obrero de Inglaterra redactado en el año de 1912, después de que la huelga negra había triunfado mediante el costo de quinientos millones de francos, es decir, del precio con que en México o en cualquiera república americana se hace una revolución; ese programa, señores diputados, señala la tendencia obrera de que son perfectamente conscientes los obreros ingleses, especialmente los de las empresas metalúrgicas, pero también traduce cuáles son los sistemas de acción actualmente puestos en juego por todas las poderosas organizaciones del mundo obrero europeo, que es seguramente el punto por donde va a romperse el sistema capitalista actual y de donde habrá de nacer una organización nueva de la producción mediante leyes de equidad, mediante relaciones nuevas y más equitativas entre el capital y el trabajo. Nadie, pero absolutamente nadie aquí, de los que defendemos esta Ley que en México trata de implantar estas novedades en cuanto a la actuación del capital, nadie cometeremos jamás, no la osadía, sino la necedad de venir a proclamar la muerte del capital; el capital es inmortal como la miseria, que es su eterna consorte, como la indignación de los pueblos que va delante del sendero como una pantera herida dando gritos de indignación en contra de sus propios verdugos. (Aplausos.) No, el capital no puede morir, el capital no debe morir pero el trabajo tampoco debe morir, pero el pueblo productor tampoco debe morir, pero la humanidad toda pendiente de los talleres en la situación actual del mundo tampoco debe morir.

El C. García Vigil hablaba de Clemenceau como de una liberal clásico. Señores, ¡Clemenceau, el tigre organizador de la revancha, el héroe organizador de la victoria; Clemenceau, el tigre de los ministerios franceses, el que hace un cuarto de siglo se bate en las izquierdas del Parlamento francés, el más ilustrado del mundo, el que forzosa y necesariamente por ser de actualidad en todo el planeta ha tenido que tocar los problemas económicos que ha tenido que resolverlos conforme al criterio izquierdista francés, calificarlo, oh señores, entre los liberales clásicos, es decir, dentro de los liberales de hace medio siglo! Y por cuanto hace al Presidente de los Estados Unidos, a quien el C. García Vigil también hizo la injuria de clasificar entre los liberales clásicos puros, ¿quién va a negar, ciudadanos representantes, que él, a pesar del respeto que siempre han impuesto sus gobiernos, este pueblo admirable de los Estados Unidos que ha fundado la mejor democracia del mundo, sencillamente porque tiene el valle más productor del mundo y la tierra más propicia para que se fecunde en ella todas las nobles aspiraciones, quién va a olvidar que cuando un interés social alto estuvo en contra del interés individual fué él que con toda energía, auxiliado por su Parlamento, hubo de incautarse la marina mercante del Golfo, el que reglamentó la producción de la industria, el que se incautó de todas las empresas que fué necesario, el que, en último caso, puso un hasta aquí a la producción y hasta limitó la manera de vestir de los ciudadanos americanos, todo en provecho de un ideal superior de una necesidad social? Pues bien, señores, a esto se llama socialismo de Estado. (Aplausos.)

En nuestro país, ciudadanos representantes, sin que yo me detenga a examinar la filiación política de la ley económica presente, puesto que ello no viene al caso en estos instantes, ya que el C. García Vigil ha hablado de ello como un recurso para justificar su persona; ahora bien, la persona del C. García Vigil a mi personalmente no me interesa, si no es para rendirle el tributo de mi cariño y de mi amistad, pero sus teorías, pero sus convicciones, pero su filiación, revolucionaría o no, es absolutamente ajena a los intereses que persigue este parlamento al discutir la Ley del Trabajo. (Aplausos.) Pero decía, en nuestro país el artículo 123 constitucional que reconoce los lineamientos principales de la actuación moderna del capital, que señala la jornada máxima, que establece el salario mínimo, que señala la participación en las utilidades, es también la aceptación franca con la previsión del pueblo mexicano legítimamente representado de un socialismo de Estado y, queramos o no, ciudadanos diputados, la lógica de nuestra actividad en este Parlamento en cuyo seno hemos jurado la Constitución, nos lleva a hacer derivaciones legítimas de este Código fundamentalmente socialista para crear una reglamentación dentro del taller y en las relaciones del hombre trabajador y del hombre capitalista que sean la satisfacción a estos ideales supremos de la Nación, que sea la satisfacción a estas necesidades de una clase, a la cual clase no

juzgamos como un fin, no juzgamos nunca al obrero como el fin de todas nuestras aspiraciones, no es el obrero para nosotros un fetiche, es - si lo queréis -, un vengador, pero nada más. Todos estos lineamientos del artículo 123, más la ley aprobada por el Congreso de la Unión de la incautación de fábricas cuando hagan o cuando realicen un paro ilícito, está señalando a las claras la filiación, las tendencias de este movimiento revolucionario que no trato yo de justificar, como ya lo he dicho, pues no es el momento. La tendencia nacional, - debemos reconocerlo de una vez por todas -, la tendencia nacional dentro de la cual nosotros estamos, de la cual no podemos prescindir, porque ya es una corriente popular, no una corriente de una facción, sino un estatuto legal, es la filiación netamente socialista, es decir, el socialismo de Estado está francamente establecido en la República Mexicana. La legislación bancaria, la legislación del artículo 123 constitucional, otras muchas leyes de orden fiscal como las que delimitan las herencias, las que señalan el tanto por ciento de contribución, no son en realidad sino medios legales oficiales, coacción oficial acerca de los fines económicos y esto se llama en buena economía un socialismo de Estado. La intervención de las manos fiscales, la intervención de la mano oficial del Gobierno en la reglamentación del uso, de la posesión, de la aplicación del capital del individuo es en todo tiempo el socialismo de Estado y dentro de esta consideración, señores diputados, resulta vacua, resulta inútil, resulta ilógica, resulta excéntrica esta oposición que se suele hacer a la Ley en nombre de principios que no están, que no vendrían a hacer otra cosa sino una crítica o de forma o bien una crítica a un precepto constitucional. Los impugnadores han llevado dos caminos: o bien la crítica, la censura acre de la forma de la ley, - acerca de la cual no quiero decir una sola palabra -, o bien la crítica de fondo, es decir, la crítica del artículo 123 constitucional. Los primeros, como habéis observado, no han hecho mella profunda en el ánimo de la Asamblea y ella ha seguido su ruta formulando esta Ley que trata de la aplicación del capital en México conforme a una doctrina constitucional establecida; en cuanto a los segundos, han bordado absolutamente en el vacío, porque el procedimiento legal sería, en tiempo oportuno, proponer una reforma al artículo 123 constitucional. (Aplausos.)

Señores, dentro de este cuadro de actividades legales, dentro de esta pintura ligera que he hecho de las relaciones del capital y del trabajo en el mundo; dentro de esta ruta de la economía moderna de la cual nadie podrá escapar, ni nadie podrá dar la vuelta atrás; dentro de este cuadro de aspiración universal en contra de los abusos del capitalismo protegido por la Ley, dentro de este cuadro. ¿cómo queréis creer que una obligación que se impone a los patronos pueda ser lógica, cuando solamente señala una obligación de un préstamo? La objeción del C. García Vigil de que la libertad de este patrón para hacer o no hacer el préstamo es una condición sobre la cual no puede pasar la Comisión, cae de su peso cuando se comprende que una ley preestablecida, que una ley anterior a los contratos que en lo sucesivo se hagan y que ya están reconocidos por la Ley, son implícitamente una condición aceptada, que el precepto legal, por ejemplo, de las contribuciones, que las muchas intervenciones que tiene la Ley en las relaciones de hombre, de ninguna manera limitan la voluntad de contratar entre ellos, porque ellos son anteriores, porque el contrato se establece a base de esa obligación legal; luego si el espíritu de la Constitución, si la necesidad de las relaciones entre el trabajador y el patrono justifican esta obligación que la Comisión señala, señores diputados, no hay porqué creer que ésta violenta la libertad, no hay porqué sospechar que el capitalista, conociendo esta ley que dará margen a otras colectivas o individuales en lo sucesivo, al aceptarla tácitamente acepta esta condición, es decir, que esta condición forme parte del nuevo sistema de actuación del capital en México; ¿qué es lo que queremos establecer al pretender criticar esta condición pequeña desde los puntos de vista amplios de las libertades? ¿es no reconocer la actuación de la Ley en el ejercicio de la libertad humana, es decir, que la Ley entonces violenta la libertad, es decir, que la Ley preestablecida y preconizada no es una condición de actuación únicamente aceptada previamente por aquellos contratantes? Es por estas razones, ciudadanos diputados, por las cuales el capítulo a discusión debe aceptarse. Cuando hemos visto desfilar por la tribuna a los oradores del contra esgrimiendo en muchos casos razonamientos de índole pequeña, de fuerza mínima, cuando hemos sorprendido la tendencia secreta a obstaculizar esta ley, no hemos podido comprender cómo algunos individuos que se dicen representantes populares han tenido la osadía de oponerse a una ley que trata de modificar, en bien del mismo pueblo, la actuación del capital en el país. Yo he dividido a estos ciudadanos impugnadores, señores diputados, en tres clases: el que tiene un concepto amplio, aunque errado, de la economía moderna, es decir, de la aplicación del capital moderno a la industria moderna; el individuo que ataca esta ley por un espíritu de hostilidad anterior, sentado en contra de los principios generales que acepta el pueblo mexicano y aquellos individuos que por vanidad, absolutamente por vanidad, quieren imponerse a esta ley a fin de figurar en el bando contrario, a fin de hacer señales al capital y nada más.

Hay una vanidad suprema en el espíritu humano, señores diputados, en relación con la riqueza, y es la de acercarse a ella. Notad que cerca de un torero de cartel, notad que cerca del millonario mani-roto que despilfarra su dinero, notad que a la vera del sportman gastador o dilapidador de su fortuna, siempre va una colección de individuos que se mezclan con él, que tienen a vanidad acercarse a él, que tienen por suprema elegancia ocupar su palco en el teatro cuando aquél falta, abrirle la portezuela de su carruaje y guardarle el bastón y su sombrero ante la puerta cerrada del camerino de una corista. (Aplausos). Notad cómo hay individuos que tienen a gran honor predicar que el alto burgués, paseando en su carruaje por el aristocrático paseo, ha tenido la deferencia de sacar la cabeza y hacerle un saludo con el pañuelo (aplausos); notad esta triste vanidad del espíritu humano, señores diputados, según la cual los hombres tuercen

la aspiración legítima de poseer y la llevan por el camino cursi de aparecer que poseen. Notad cómo la debilidad del espíritu del hombre ante la riqueza hace de los caracteres un pobre trapo blando a todas las insinuaciones, fácil a todos los secretos, listo a todas las suspicacias a fin de aparecer del lado de las clases doradas, cuando en realidad no pertenecen a las clases doradas. (aplausos.) Este espíritu, no digo de reaccionarismo por no indignar al C. García Vigil.... (aplausos nutridos), este espíritu, llamémoslo de vanidad - que este nombre le he señalado -, es exactamente igual, porque sale también de un corazón como por casualidad, así como con cierto dejo de elegancia el hombre a la moda, el hombre a la dernier lleva la puntilla perfumada de su pañuelo de batista saliéndole de la bolsa del pecho. (Aplausos.) ¿Qué otra cosa es, señores diputados, si no este espíritu de impugnar una ley sin tomar sobre sus hombros la tarea de proponer otra ley? ¿Qué cosa es, señores diputados, esto, si no una vanidad o una ignorancia o una maldad, el venir a impugnar artículo por artículo de la Ley, para decir enfáticamente que ha sido mal concebida, pero sin darles a las Comisiones, que tanto lo necesitan, el consejo de cómo se concibe esta Ley? Pero el caso verdaderamente patológico, el caso verdaderamente singular que a mí me ha llenado de profunda estupefacción, es el del C. Martínez del Río, que viene tarde a tarde a la tribuna de la Cámara de Diputados a impugnar esta Ley, las más de las veces con un desconocimiento completo del criterio económico, industrial, social que informa al artículo 123 de la Constitución. ¿Es decir, ciudadanos diputados, que los hombres como el C. Martínez del Río, que traen estereotipado en su semblante el destino fatal de la raza... (risas, aplausos), es decir, que un hombre en las pulsaciones de cuyo corazón, estoy seguro, se siente todavía la palpitación indignada de una sangre vapulenda por trescientos años de esclavitud indígena, es decir, que un individuo de esta naturaleza se levante en el seno de la Representación Nacional oponiéndose a la reivindicación de la clase a que, quiera que no, el pertenece? ¿Cómo se explica, ciudadanos representantes, este divorcio total del pasado de las ligas naturales, de las relaciones del clase, de los compromisos formales o tácitos con esa misma clase, de la necesidad de estar al pie de la bandera proletaria, aun cuando sean por un compromiso, por una necesidad, aun cuando sea por oir la voz de la sangre y la voz de la conciencia, venga el C. Martínez del Río como un anacoreta burgués a oponerse, ciudadanos representantes, a una Ley que habrá de favorecer evidentemente a esa clase proletaria, a la que nosotros pertenecemos?

He escuchado la objeción de que esta Ley será objeto de grandes modificaciones en el Senado; que la opinión pública expresada por la prensa, expresada en las formas infinitas que tiene la opinión pública, habrá de desgarrar esta Ley y ella habrá de formularse otra vez, que será objeto de acción y reacción dentro de la Cámara, que será objeto de rectificaciones constitucionales, que es un año, que en dos, que en tres no tendremos una Ley obrera que satisfaga las aspiraciones de todos. Ello es cierto, ciudadanos diputados, pero nosotros debemos de dejar esa opinión pública al Senado de la República, que esta en su papel representando los intereses conservadores, porque para eso es el Senado de la República. (Risas. Aplausos.) A la opinión pública, que es muchas veces la expresión de los poderosos y no la expresión de la mayoría, a la opinión de la prensa, que en ciertos puntos doctrinarios suele inclinarse también en algunas ocasiones al interés de clases, a veces la obrera, a veces la burguesa, a veces la capitalista, a veces la casta política, a veces la casta plutócrata, dejemos que la prensa nos lo diga, que el Senado nos lo rectifique, que la opinión pública nos señale nuestro error, pero nosotros, ciudadanos diputados, cumplimos el deber más alto, el deber moral más grande, la obligación más sana, la obligación constitucional, si nos dejamos llevar por nuestros arrestos democráticos, si estamos a la altura del deber de todas las representaciones populares, si ponemos en esta Ley nuestro cerebro en primer lugar, pero en segundo lugar nuestro propio corazón. Yago decía a Miguel Casio: " Aquel que habla siempre con el corazón en la mano, expone a su corazón a que lo picoteen los grajos," señores diputados, ¡qué sabiduría tan grande era la del genio inmortal de Shakespeare! El pérfido, el inmortal Yago tenía razón, porque la perfidia a veces es una forma de la sabiduría, en cuanto aprovecha las pasiones humanas. Esta Ley nosotros la haremos, ciudadanos diputados, con el corazón en la mano, pero dejad, dejad que los grajos picoteen en ella y será la historia la que os justifique, la que os dignifique, la que os eleve, la que os señale que habéis cumplido con los destinos nacionales. (aplausos nutridos.)

Presidencia del C. GÓMEZ GILDARDO.

- EL C. Presidente: Tiene la palabra el C. Martínez del Río. (Siseos. Voces: ¡Huy, huy, huy, huy!)

El C. Martínez del Río: Ciudadanos diputados: Estáis todos ahorita, señores diputados, en estos momentos, bajo la inmensa impresión que ha venido a causar aquí la palabra del cultísimo, del ilustrado socialista señor Vadillo. Yo ruego a ustedes, señores diputados, que con la misma atención que habéis oído al señor Vadillo os prestéis a oirme a mí. (Voces: ¡Huy, huy, huy! Campanilla.) Es mucho pedir, señores diputados, pero yo pregunto a cada uno de los miembros de esta Asamblea a que me conteste honradamente, ¿qué ha dicho el C. Vadillo del punto que aquí se debate en la tribuna? (Voces: ¡Huy, huy, huy!) ¿Qué ha venido a decir el señor Vadillo.... (Voces: ¡Nada, nada, nada!) de la fracción XIV del artículo 17, que en estos momentos se debate? (Voces: ¡Nada, nada!) Vuelvo a repetir, señores diputados, que todos ustedes están bajo la impresión de ese hermosísimo discurso elaborado lentamente, paulatinamente, en los rincones de una biblioteca.... (Voces: ¡No es cierto!! Murmullos. Campanilla. Desorden.) Si no hubiera sido así, señores diputados, ¿no habría el señor Vadillo concretado su peroración al asunto a debate? ¿Qué es lo que nos ha dicho del asunto a debate? Ruego a la Comisión del Trabajo para que diga qué es lo que ha dicho el señor Vadillo del asunto a

debate. (Siseos.) No con siseos se contestan las preguntas, señores diputados, el que desee contestar que se levante y me diga qué es lo que ha dicho del asunto a debate.

El C. Siurob: Muchas cosas que no es usted capaz de comprender. (Aplausos.) Pido la palabra para contestar, señor Presidente.

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. Siurob.

El C. Siurob: Ha dicho, ciudadano diputado, - y siento mucho no poder usar del lenguaje tan florido con que él lo expresó -, que hoy es una necesidad social no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo, que el obrero tenga todas aquellas cosas necesarias para el ejercicio de su vida; ha dicho que no debemos pararnos en ligeros escrúpulos cuando se trata de impedir la muerte del trabajador, como de hecho se impide por medio de esa fracción, proporcionándole lo necesario para que se cure; ha dicho que ante el fracaso de los Gobiernos capitalistas, el liberalismo clásico ha fracasado y que de ese fracaso ha surgido una nueva forma de liberalismo con tendencias cada vez más socialistas y que en virtud de esas tendencias cada día se tiende a transformar la vida del trabajador, enalteciéndola y levantándola a costa del capitalismo cada día más absorbente, cada día más opresor para las clases desheredadas; ha dicho que el abuso del régimen liberal clásico era de cuatro maneras y, que una de esas maneras de abusar del liberalismo clásico era favorecer por medio de leyes proteccionistas a los ciudadanos capitalistas, permitiendo de esa manera la agrupación de enormes capitales que cada día constituyen un abuso de la riqueza, un abuso cada día mayor y que ese abuso y ese peligro es un peligro para la humanidad y para los mismos gobiernos, había sido reconocido por los principales hombres que existen en el mundo y que están dirigiendo los destinos de la Nación. Ha dicho que Clemenceau no era un liberal clásico, ha dicho que Wilson no era un liberal clásico, ha dicho que Llyod George no era un liberal clásico, sino que eran individuos que se habían levantado del nivel moral, que habían sido levantados por sus pueblos precisamente porque habían favorecido los intereses de las clases trabajadoras, precisamente porque habían sido consecuentes con las tendencias mundiales hoy para levantar a esas mismas clases al nivel adonde deben estar; eso es lo que ha dicho, ciudadano, y de allí se desprende el derecho que nosotros tenemos para dar nuestro voto aprobatorio a este artículo de la ley. (Aplausos.)

El C. Martínez del Río: El señor diputado y doctor Siurob. siendo pésimo intérprete... (Siseos. Voces: ¡Ah, ah, ah, ah,...!) del discurso pronunciado aquí por el señor Vadillo, no se ha referido un solo momento a lo que dice la fracción XIV de la ley que aquí se discute: "en caso de enfermedad o accidente." Probablemente a los ciudadanos diputados se les ha olvidado lo que aquí se discute:

"En caso de enfermedad o accidente, que no fuere ocasionado por el desempeño del propio trabajo y que obligue al trabajador a suspender temporalmente sus labores, el patrón facilitará a éste, con el carácter de préstamo, su salario integro hasta por el término de un mes."

¿Habéis oído, señores diputados, acaso algo sobre este particular en lo que ha dicho el señor Vadillo y en lo que ha interpretado el señor Siurob?

¿Cuál es, señores diputados, la razón fundamental de esta prescripción legal?

El C. Siurob: Pido la palabra para una moción de orden.

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. Siurob.

El C. Siurob: La moción de orden consiste en lo siguiente: Habiendo faltado al darse cuenta del registro, antes de que hablara el C. García Vigil, un solo orador del contra y habiendo hecho uso de la palabra el C. García Vigil, creo que lo que procede es consultar a la Asamblea si el punto está suficientemente discutido.

El C. Villaseñor Salvador: Pido la palabra para una moción de orden. (Varios ciudadanos diputados piden la palabra para mociones de orden.)

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. Villaseñor Salvador.

El C. Villaseñor Salvador: El C. Vadillo ha levantado su voz en favor de doce millones de indios mexicanos que han sido expoliados y explotados por el capital!

El C. Alvarez del Castillo: Moción de orden.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Alvarez del Castillo: Yo siento muchísimo variar del criterio de Su Señoría. (Murmullos. Voces: ¡A votar! ¡A votar! ¡Que hable! ¡Que hable! Desorden. Campanilla.)

El C. Secretario Soto: Habiendo hablado ya los oradores que indica el Reglamento... (Desorden. Voces: ¡Que hable! ¡Que hable! ¡Moción de orden! ¡Moción de orden!)

El C. García Vigil: Moción de orden.

El C. Avellaneda: Moción de orden, (Desorden. Campanilla.)

El C. Alvarez del Castillo: Yo estoy inscripto para hablar en pro de la fracción a debate, pero como quiera que Su Señoría ha facultado al señor Martínez del Río para hacer uso de la palabra en contra, Su Señoría tiene la obligación de sostener su trámite. (Voces: ¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos. Campanilla.)

El C. Presidente: La Presidencia ordena que se lea la lista de los que solicitaron hablar para que se vea que no está inscripto el señor Alvarez del Castillo.

El C. Alvarez del Castillo: Moción de orden.

El C. García Vigil: Moción de orden.

El C. Secretario Soto: En pro están inscriptos los siguientes CC. diputados: Reyes Francisco, Bolio, Siurob, Arriaga, Lanz Galera y Vadillo. No aparece el nombre del C. Alvarez del Castillo.

El C. Alvarez del Castillo: Yo le supliqué a Su Señoría el diputado Silva que me anotara en el pro después del C. Vadillo. Lo que alego es lo siguiente, señor Presidente: Usted le ha dado permiso al C. Martínez del Río para hacer uso de la palabra en contra y en su consecuencia no veo por qué Su Señoría pueda permitir que se vicie este debate, comenzando Su Señoría por permitir que el C. Martínez del Río interpelara por manera improcedente al C. Siurob; ciertamente que el C. Siurob retuvo de una manera más o menos fiel los conceptos del C. Vadillo, pero para el efecto era preferible que uno de los taquígrafos leyese los apuntes taquigráficos; pero si el ciudadano Presidente le ha dado la palabra al C. Martínez del Río, tiene

obligación de sostener su trámite. (Voces: ¡No, no! Campanilla.)

El C. García Vigil: Moción de orden. Yo estoy pidiendo la palabra para una moción de orden....

El C. Espinosa Luis, interrumpiendo: Pido la palabra, señor Presidente, (Varios ciudadanos diputados piden la palabra.)

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. García Vigil para una moción de orden.

El C. García Vigil: Ciudadanos representantes: Yo quiero hacer notar lo siguiente: conforme al Reglamento tiene derecho a hablar hasta dos veces sobre un mismo asunto cada uno de los oradores. En tal virtud yo creo que el trámite dado por el Presidente a la solicitud del C. Martínez del río, concediéndole el uso de la palabra por dos veces, está enteramente ajustado al Reglamento y esta conducta seguida por el señor Presidente, miembro conspicuo de la Comisión Dictaminadora de la Ley del Trabajo, que ha votado constantemente en favor de la ley, contrasta de una manera notable, siendo objeto de elogio por ello, con la conducta sectaria del doctor Siurob que pretende interrumpir al orador haciendo el que se pregunte a la Asamblea si considera el asunto suficientemente discutido, esto es, valiéndose de un ardid de mala ley para no oír los argumentos del contra; pero yo de cualquiera manera que sea, considero que el trámite del señor Presidente está enteramente ajustado al Reglamento y que nosotros debemos, por decoro de la misma Asamblea e individualmente de cada uno de nosotros, prestar atención a lo que diga el C. Martínez del Río. (Aplausos.)

El C. Secretario Soto: Por disposición de la Presidencia se consulta a la Asamblea si continúa en el uso de la palabra el C. Martínez del Río. (Continúa el desorden. Campanilla.) Continúa en el uso de la palabra.

El C. Espinosa Luis: Moción de orden. No es la Asamblea, señores, es la Ley quien autoriza al C. Martínez del Río a hacer uso de la palabra. (Voces: ¡Ya está, ya está! ¡Huy! Siseos.)

El C. Rivera Castillo: ¡Reclamo el quórum, reclamo el quórum!

El C. Presidente: Es ostensible que hay mayoría de diputados que completan el quórum. Si el señor cree que no hay, puede contarlos personalmente, pero estamos perdiendo el tiempo. "Continúa en el uso de la palabra el C. Martínez del Río.

El C. Martínez del Río: Decía señores diputados, que no habiendo objetado el C. Vadillo de una manera concreta, de una manera terminante la fracción XIV del artículo 17, a debate, sino que habiendo llevado sus razonamientos para venir a exponer ante esta Asamblea una tesis socialista más o menos fundamentada, no había hasta hoy aducido argumento alguno en pro de la fracción a debate. Atacó el C. Vadillo, y tomé cuidadosamente cada una de sus argumentaciones, la teoría venida a sustentar aquí por el C. García Vigil, que él ha llamado liberalismo clásico; frente a esa teoría, basada en la misma naturaleza de las cosas, en la diversidad de aptitudes, en la diversidad de pensamientos íntimos, en la diversidad de intelectualidades, todos y cada uno de nosotros deberíamos ser respetuosos de esa diversidad que la naturaleza misma, no los filósofos socialistas que con un pie le dan de patadas a Rockefeller millonario y con el otro pie abrazan a Rockefeller papelero. Esas son las teorías del señor Vadillo. (Risas. Siseos.) Yo ruego a los señores diputados que me digan, yo desearía, señores, que me digan si el capitalista, si el ochenta por ciento de los capitalistas en las estadísticas que se han formado sobre ese particular, ¿no es verdad que este ochenta por cierto está formado en la Historia, en la estadística económica del mundo, por los obreros honrados, por los obreros laboriosos, por los obreros dignos, que a fuerza de sudar en el taller y en todas partes, han amasado paulatinamente un capital que los ha transformado de la categoría de proletarios a la categoría de capitalistas? (Siseos.) Yo quiero, señores diputados, que me digan qué capital en la historia económica del mundo no se ha formado a fuerza de aptitudes personales, precisamente basado ese capital en la diversidad de esas aptitudes, ya sean del orden físico o del orden intelectual. (Voces: ¡Huy, huy, huy!) Pues cómo es, señores diputados, que si esas diferencias perfectamente naturales reconocidas por todos, que el socialismo no puede desconocer, es lo que viene a dar la garantía, la razón de ser del derecho del capitalista, por qué esas aptitudes naturales las desconocen las teorías del socialismo del Estado que ha venido a sostener aquí el señor Vadillo mediante una preparación perfectamente determinada, perfectamente conocida? ¿Cuándo el señor Vadillo ha venido aquí a esta tribuna con un caso concreto, refiriéndose a los artículos de la ley a debate, a pronunciar un discurso con la brillante oratoria con que ha venido a pronunciarlo en estos momentos? (Murmullos.) Vengo a sostener, señores diputados, que sobre la fracción XIV del artículo 17 no se ha aducido aquí ninguna consideración que pueda fundamentarla, que pueda justificar la obligación del patrono de proporcionar a los trabajadores alguna cantidad en caso de enfermedad, que no sea consecuencia del trabajo ordinario que ese obrero desempeña en favor del industrial. ¿Con qué derecho exige el obrero eso, y cuál es la razón de la obligación del patrono? Qué, ¿ante la ley vamos a implantar esas teorías socialistas, esas teorías más o menos filosóficas y más o menos fundadas que todavía hoy son materia de esa lucha que conmueve a toda la humanidad? ¿No vamos a atenernos a las costumbres tradicionales, al modo de ser.....? (Voces: ¡No, no! Siseos. Campanilla.)

Señores diputados: bajo la forma en que ustedes atacan, ¿por qué, como alguna vez dijo el señor García Vigil, por qué no de una plumada, ya que son tan fundadas las teorías del señor Vadillo, por qué no de una plumada damos una ley, en virtud de la cual el capital pase a poder de los trabajadores? (Siseos, Desorden. Campanilla.) Pues démosla, señores, estamos perdiendo el tiempo. (Siseos. Voces. Campanilla.) Algunos señores diputados dicen que estoy desbarrando.... (Voces, ¡No, hombre, no!) No veo, señores, la razón.... (Continúa el desorden. Campanilla.) Insisto, señores diputados, en que esta fracción..... (Siseos.) Creo que la Asamblea no está en condiciones de oírme..... (Voces: ¡No, no!) Yo desearía, para terminar, señores diputados..... (aplausos; murmullos), que fuésemos un poco más reflexivos sobre este particular;

qué razones se han venido a aducir a esta tribuna para fundar esta fracción? ¿Cuáles son las consideraciones del orden jurídico..... (Continúa el desorden. Campanilla. Voces: ¡A votar, a votar!) Termino, señores diputados.... (Aplausos.) Tengo media hora, señores diputados, y ahora ustedes deben de oírme. (Voces: ¡No, no! Campanilla.) Me propongo, señores diputados, que esta fracción no pase..... (Siseos. Voces. Desorden. Campanilla.) Si ustedes se oponen a esto, mañana ustedes reflexionarán.... (aplausos) y podrán convencerse de que no hay ninguna autoridad, ni la frase brillante del diputado Vadillo, para obligar a un capitalista a cederle a un proletario..... (Aplausos. Siseos.)

El C. Toro, interrumpiendo: Pido la palabra. Pido que se llame al orden a la Asamblea, porque el señor Martínez del Río tiene derecho a hablar.

(Continúa el desorden.)

El C. Martínez del Río, continuando: La fracción XIV, ciudadanos diputados..... (Siseos. Desorden. Voces: ¡A votar, a votar! Campanilla.) ¡Señores, tengo derecho a hablar media hora! (Voces: ¡No, no! Siseos. Campanilla.)

El C. Lara César: Moción de orden. Ha pasado la hora reglamentaria, y suplico a Su Señoría que pregunte si continúa la sesión. (Voces: ¡A votar, a votar!)

El C. Martínez del Río: Señores diputados.... (Siseos.) El artículo dice así..... (Voces: ¡A votar, a votar!)

El C. Sánchez José M.: Ya lo sabemos.

El C. Martínez del Río: ¡No lo sabe usted, hombre.

El C. Presidente, a las 8.01 p. m.: Habiendo llegado la hora reglamentaria, se levanta la sesión. (Voces: ¡No, no!)