Legislatura XXVIII - Año II - Período Extraordinario - Fecha 19200709 - Número de Diario 23

(L28A2P1eN023F19200709.xml)Núm. Diario:23

ENCABEZADO

MÉXICO, VIERNES 9 DE JULIO DE 1920

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

AÑO II- PERIODO EXTRAORDINARIO XXVIII LEGISLATURA TOMO IV- NÚMERO 23

SESIÓN

DE LA

CÁMARA DE DIPUTADOS

EFECTUADA EL DÍA 9

DE JULIO DE 1920

SUMARIO

1.- Se abre la sesión. Lectura del acta anterior. Hacen uso de la palabra para hechos varios ciudadanos diputados. Se aprueba el acta.

2.- Se da cuenta con un oficio de la Secretaría de Gobernación, en que transcribe el acuerdo del ciudadano presidente substituto de la República, por el que se derogan las fracciones II, III y IV del artículo 2o. de la convocatoria que hizo a sesiones extraordinarias al Congreso de la Unión; de enterado.

3.- La Presidencia hace la declaratoria de que hoy, 9 de julio de 1920, la Cámara de Diputados del XXVIII Congreso de los Estados Unidos Mexicanos, cierra el periodo extraordinario de sesiones a que fue convocada por el Ejecutivo de la Unión.

4.- Es leída y aprobada el acta de la presente sesión, levantándose ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. GUERRERO ANTONIO

(Asistencia de 133 ciudadanos diputados.)

El C. presidente, a las 5 p.m.: Se abre la sesión.

- El C. prosecretario Gutiérrez de Velasco, leyendo:

"Acta de la sesión celebrada por la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, el día seis de Julio de mil novecientos veinte.- Periodo Extraordinario.

"Presidencia del C. Antonio Guerrero.

"En la ciudad de México, a las cinco de la tarde del martes seis de julio de mil novecientos veinte, se abrió la sesión con asistencia de ciento treinta y cinco ciudadanos diputados.

"Sin debate fue aprobada el acta de la sesión celebrada el día anterior.

"Rindió la protesta de ley como diputado suplente al Congreso de la Unión por el tercer distrito electoral del estado de Sonora, el C. Arturo J. Valenzuela "La Secretaría pasó a dar cuenta con los documentos en cartera:

"Oficio del Senado, en que manifesté que retiró la modificación que hizo al artículo 16 del Proyecto de Reformas a la Ley Electoral; que aprobó dicho artículo en los mismos términos en que lo hizo esta honorable Cámara y que mandó pasar la minuta de ley al Ejecutivo para los efectos constitucionales.- Recibo, y a su expediente.

"La Secretaría, a solicitud del C. Pérez Vela leyó los artículos 72 constitucional y 131 del Reglamento e informó que el expediente sobre reformas a la Ley Electoral se encontraba en esta Cámara.- El mismo C. Pérez Vela usó de la palabra para manifestar que, en el presente, caso, la Cámara colegisladora no se había ajustado a esos preceptos legales.

"Continuóse dando cuenta:

"Oficio de la Cámara de Senadores y de la Suprema Corte, en que manifiestan que se enteraron de la elección de presidente y vicepresidente de esta Cámara.- A su expediente.

"Comunicaciones de condolencia por el fallecimiento del C. diputado Amezola, que envían el presidente de la República, la Secretaría de Gobernación, la Suprema Corte, las legislaturas de Coahuila, Tlaxcala y Veracruz, y los gobernadores de Aguascalientes, Coahuila, Colima, Chihuahua, Durango, Guanajuato, México, Morelos, Nuevo León, Querétaro y Tlaxcala.- A su expediente.

"Solicitudes de los CC. Lomelí y García Antonino, con objeto de que se les concedan licencias por treinta días, con goce de dietas.

"Fueron acordadas de conformidad, previa dispensa de trámites.

"Escrito del C. Ocampo, en que pide un mes de licencia sin goce de dietas.- A la Comisión de Gobernación.

"A solicitud del C. Vásquez Jenaro se dispensaron los trámites. Abierto el debate, el C. Silva Pablo pidió que la licencia se concediera con dietas, a lo que se opuso el C. Toro. La Asamblea, en votaciones económicas, negó la licencia sin dietas y acordó concederla con goce de ellas.

"Telegrama procedente de Puebla, en que el C. diputado Rafael R. Rojas manifiesta que, por encontrarse al frente del Gobierno de aquel Estado, solicita una licencia por quince días, sin goce de dietas, y se llame a su suplente.- A la 1a. Comisión de Gobernación.

"Solicitud del C. Sánchez Salazar, relativa a que se le conceda licencia hasta por un mes, con goce de dietas.

"Se aprobó sin discusión, luego que se le dispensaron los trámites.

"La Secretaría manifestó que se iba a recoger la votación nominal pendiente para resolver sobre la dispensa de trámites a la proposición relativa a que se constituya la Cámara en sesión permanente hasta obtener la libertad del C. Federico Montes. El C. Vásquez Jenaro por sí y a nombre de los demás firmantes de la proposición, solicitó retirarla, a lo que accedió la Cámara.

"En seguida se leyó un ocurso, en que el referido C. Federico Montes pide se tomen por esta Cámara las providencias necesarias, a fin de que se haga cumplir el acuerdo de la misma, referente a que se ponga en libertad al ocursante para que entre al desempeño de sus funciones como diputado al Congreso de la Unión.- A la Comisión de Peticiones.

"El trámite anterior fue impugnado por el C. Blancarte y apoyado por el C. García de Alba, quien fue interrumpido por mociones de orden de los CC. Pérez Vela, Sánchez Lira y Lorandi. El C. Pérez Vela pidió se modificase el trámite, toda vez que el C. diputado Juan Velásquez había hecho suya la solicitud del C. Montes. A pedimento del C. Toro se leyó el artículo 20 del Reglamento. El C. Lorandi usó de la palabra en contra del trámite, siendo interrumpido por el C. Vásquez Jenaro para hacer una moción de orden.

"La Mesa, en vista de que el C. diputado Juan Velásquez había hecho suyo el documento de que se trata, determinó preguntar si se dispensaban los trámites, y para resolver este punto, el C. Crespo, debidamente apoyado, solicitó votación nominal. Llevada ésta a cabo, se observó que se había desintegrado el quórum.

"A las seis y veinticinco se levantó la sesión."

Está a discusión el acta. ¿No hay quien pida la palabra?

El C. Trigo: Pido la palabra.

El C. presidente: ¿Con qué objeto?

El C. Trigo: Para impugnar el acta.

El C. presidente: Sírvase usted decir en qué sentido va a hacerlo, cuál es el punto preciso del acta que va a atacar.

El C. Trigo: El Reglamento no manda que el diputado que pide la palabra deba decir en qué sentido lo va a hacer. Yo impugno el acta.

El C. presidente: La Presidencia únicamente suplica a su señoría se sirva indicar el punto en el cual no está conforme.

El C. Trigo: Pido la palabra en contra del acta. Al desarrollar en la tribuna mi discurso, haré mención expresa de él.

El C. presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Trigo: Ciudadanos diputados: De antemano sé que cualquiera frase mía que no vaya de acuerdo con el criterio de la Mesa, hará que se pretenda quitarme el uso de la palabra bajo el pretexto de que "Trigo se sale de la cuestión a discusión; ha reclamado o ha impugnado el acta y debe concretarse a ella." Pues bien; yo honradamente quiero hacer ante ustedes esta declaración: cuando el ciudadano presidente estaba sentado allí antes de abrirse la sesión, le dije: señor, quiero que me conceda usted la palabra para hechos, porque necesito decirlos claramente en esta última sesión; y el señor presidente me contestó: "No es posible, porque ya tenemos un decreto en que se retira la convocatoria, por lo que clausuraré inmediatamente este periodo extraordinario. "Quiero protestar ante ustedes por este procedimiento eminentemente atentatorio, como es impedirle a un diputado el uso de la palabra, fundándose en argucias más o menos buenas o malas, que al caso no viene discutirlo.

Tengo que decir en esta tribuna, antes de dejar de ser diputado en esta Legislatura -porque lo seré en la otra -, algunas verdades que quiero que se me escuchen y que toda la República se entere de ellas. Es un error creer que el presidente de la Cámara o determinados grupos de la misma, que tratan de ahogar todas las voces de protesta, representan el sentimiento y el criterio del actual Gobierno: mienten, y mienten abiertamente cuando lo dicen. He tenido ocasión, en días pasados, de cambiar impresiones con el señor presidente de la Huerta, y he llegado a la conclusión, y debo declararla, de que es un hombre honrado; si el Presidente De la Huerta pudiese obrar libremente y desarrollar su política, este régimen se consolidaría necesariamente, porque el C. De la Huerta es un hombre honrado. Y conste que no tengo la pretensión, como ya lo dije un día, de sumarme al carro de los triunfadores, ni siquiera la de pedir absolutamente nada al Gobierno. No creo, bajo ningún concepto, que la mayoría de los obregonistas sean pícaros; no, en el régimen actual hay hombres honrados y hay hombres dignos, que quieren que la verdad se diga y que la luz se haga en todo, y hay otros que se empeñan en que luz no se haga jamás. Yo me dirijo, pues, a los elementos honrados del actual régimen, que tienen la obligación de escucharme. Claro está que quienes temen, no quieren que se hable alto desde aquí. ¿Para qué? Pero yo repito que entiendo que dentro de este régimen hay hombres dignos y hay hombres honrados; a ellos me dirijo, pues.

En los momentos actuales, señores diputados, cada vez que se reclama un acto de justicia, cada vez que se pide justicia, aquellos espíritus mezquinos, aquellas almas pobres que sólo saben arrastrarse entre el fango, contestan con una mirada y con una sonrisa de desprecio y dicen: "¿de qué se espantan ustedes, si Venustiano Carranza hacía esto y hacía lo otro?" Pues bien; yo tengo la creencia absoluta de que los hombres honrados del actual régimen no piensan copiar lo malo de Venustiano Carranza y sí imitar lo bueno de Venustiano Carranza. ¿Por qué, pues, con este criterio cada vez que uno de nosotros levanta la voz se le ha de coartar el derecho de decir la verdad y se ha de querer encadenar el espíritu nuestro a un principio de sectarismo torpe, avieso y aun canallesco - porque esta es la verdadera frase -? Antes de que este periodo se clausure yo quiero decir esto muy alto, y quiero decirlo desde aquí, porque me sería imposible ir viendo a cada uno de los buenos elementos del régimen actual para írselo diciendo a uno por uno: Iglesias Calderón, actual encargado de negocios, agente confidencial, o como quiera llamársele, del Gobierno actual, en los Estados Unidos, acaba de hacer estas declaraciones a la prensa norteamericana: "El Gobierno mexicano está resuelto a que se haga la luz en la muerte de Venustiano Carranza, así caiga quien cayere, pero quiere

que se haga la luz," Pues bien; yo voy a demostrar que funcionarios de este Gobierno no quieren que se haga la luz en este asunto, y voy a demostrarlo desde aquí. Ustedes saben que a raíz de la llegada del cadáver del señor Carranza a la ciudad de México y de los que lo acompañaban, se abrió un proceso, en el que resultaron inodados o, más bien dicho, a quienes se ha inodado en este proceso, los generales Munguía, Urquizo, etcétera, etcétera. Yo no quiero hacer la defensa de todos ni mucho menos, ni siquiera quiero hacer la defensa del general Murguía; quiero concretarme a este caso presente: Aquí se dice que el general Murguía es uno - o cuando menos el auto de formal prisión así lo dice - de los que se estima que tiene responsabilidad en la muerte del señor Carranza. Pues bien; el proceso se abrió, se practicaron diligencias, se practicaron careos con el señor Rodolfo Herrero en los que éste se descargaba echando la culpabilidad del acto sobre determinados superiores de los que le habían dado la orden de atacar al propio señor Carranza. Me recuerdo que las frases textuales de Herrero, que están asentadas en el proceso, dicen: "Yo no recibí orden de salvar a don Venustiano a todo trance; recibí órdenes de atacarlo y ver si era posible que se evitara que fuera muerto." En esto de "si era posible", se indica que tanto se aceptaba que el señor Carranza pudiera ser muerto como que no pudiera serlo, es decir: una cosa que se dejaba al azar y no al empeño decidido de que el presidente no fuera muerto. Más no quiero discutir la culpabilidad de Herrero, que para el caso poco importa; quiero únicamente demostrar que, abierto el juicio, apelé del auto de formal prisión contra el general Murguía, y los defensores fuimos ante el licenciado Urdapilleta, magistrado de Circuito, ese de quien alguien dijo algún día, cuando las elecciones de magistrados, que debería apellidarse "Urdepilladas" y no Urdapilleta, quien se negó a recibir las pruebas que le presentamos para demostrar la inculpabilidad de Murguía, valiéndose de una argucia de tinterillo, diciendo que no habíamos cumplido con el requisito de decir para qué deseábamos las pruebas. ¿Habéis visto sutilezas más majaderas y necias?. ¿Qué objeto tienen las pruebas, sino demostrar la inocencia del preso? Por el solo hecho de que en cada caso que pedimos una prueba, no hemos dicho al magistrado Urdapilleta para qué la queremos, se niega a recibirla. ¿Es así como se quiere hacer luz en este proceso? Las pruebas que nosotros pedimos son de aquellas que, no digo un abogado, sino cualquiera que tenga un poco de sentido común, entiende que deben existir en un proceso; pedimos que el Juzgado practicara una vista de ojos en el lugar de los sucesos: Tlaxcalaltongo; que se examinara el sitio donde murió el señor Carranza, etcétera; que se trajeran a la vista sus ropas para que pudieran dictaminar los peritos; que se ampliaran las declaraciones de Herrero porque son difusas, porque no son francas ni amplias; en fin, se trataba de aquellas pruebas que, lejos de rechazarse, quien tuviera un amplio espíritu de justicia, debía haberlas admitido, aunque hubiesen sido pésimamente presentadas. Pues no, señor; Urdapilleta, que fue uno de los defectos de Cándido Aguilar, porque es hechura de Cándido Aguilar, ya que fue una de las torpezas de Cándido Aguilar el proteger a individuos que no debería haber protegido jamás, se lo lega como herencia al actual régimen; pero como una herencia que lo pone por los suelos, porque Urdapilleta está falseando el principio de justicia, de equidad, no es magistrado, ¡miente! sino un individuo que prostituye a la justicia en el Distrito Federal y que no debe de conservarse allí; y en esta ocasión conste que admito el cargo de las obregonistas: fue obra de Venustiano Carranza. ¡Repárenla ustedes en buen hora! Si queremos hacer luz en el caso de la muerte de Venustiano Carranza, como yo creo que efectivamente se tiene deseo de que esto se aclare, debe empezarse por prohibirse a las autoridades judiciales que en vez de ser un obstáculo continuo para nosotros, sean, por el contrario, lo que en Derecho se entiende por justicia, la ayuda eficaz de la defensa para que ésta pueda cumplir con su cometido. Es vergonzoso, ciudadanos diputados, que después de tener una Constitución como la de 1917, en que se llegó a querer copiar el procedimiento inglés a la garantía mayor que pueda haber para la libertad de un individuo, veamos en estos momentos que un magistrado torpe y de mala fe se empeña en que no se esclarezca una cosa, para no llegar a la averiguación de la verdad. ¿Para qué esa obstrucción abierta del magistrado Urdapilleta? ¿Qué miedo tiene de dictar un auto diciendo que no ha lugar, o de revocar un auto de formal prisión contra el general Murguía? Esto es pueril, esto es torpe, esto es estúpido. El general Murguía tiene hoy trece procesos abiertos; que se haga la luz en uno de ellos, no quiere decir que vaya a ser puesto en mitad de la calle al día siguiente. ¿Por qué, pues, el deseo de no hacer luz? Una de dos: o hay la intención de que no se sepa jamás cómo murió el señor Carranza, o en otro caso son determinados elementos del actual régimen los que se proponen desprestigiarlo. En uno o en otro caso, debe oírse la voz nuestra, porque se sentará el precedente de que el Gobierno no se presta para encubrir pilladas de esta naturaleza, sino, por el contrario, de que el Gobierno quiere que se haga la luz en este asunto. Yo me sé de sobra que en el caso del general Murguía, por lo que toca a la muerte del señor Carranza, no hay absolutamente nadie, oídlo bien, que crea en su culpabilidad; ni un chiquillo de siete años, si se le preguntara, creería en una cosa semejante, porque no basta sino pensar con un poco de lógica, ciudadanos diputados. En general Murguía, de hecho era el jefe de las fuerzas que iban escoltando a don Venustiano; cuando menos era el jefe de mayor graduación y de mayor prestigio militar y que, por tanto, estaba capacitado para imponerse. Así pues, ¿Para qué iba a apelar al torpe procedimiento de asesinar al señor Carranza, si antes de llegar a Aljibes pudo dirigir un telegrama a Obregón y a don Pablo González, diciéndoles: "Garantícenme mi vida, y allí está don Venustiano; se los entrego"? ¿Era más práctico este procedimiento. Para quien tiene el espíritu de ser traidor, lo mismo le da serlo de un modo que de otro; lo mismo hubiera asesinado al señor Carranza, que entregarlo prisionero en Aljibes. ¿Por qué, pues, ese empeño en que la muerte de Carranza caiga sobre Murguía? ¿Es miedo que se le tiene? ¿Pero miedo de qué y sujeto a qué?

Murguía es un individuo que ha demostrado que cuando el honor, la honradez y la lealtad estaban en fuga en México, él, que nunca fue carrancista; que, al contrario, fue hostilizado por Carranza y sus adictos, demostró que tenía palabra de honor y que tenía un claro concepto del honor militar. Y no hablo exclusivamente por referencias; recordad que en esta misma tribuna hace cerca de un año, en pleno periodo de opulencia de Carranza, he venido a defender a Murguía contra los ataques de los obregoneros de hoy. Es público y notorio que hacen un año, cuando a Murguía se le quitaban las fuerzas en Chihuahua y cuando el general Castro lo acusaba de estar en rebeldía contra el Gobierno, un día mandó pedir gasolina para sus coches, y la respuesta de Barragán fue esta: "Díganle a Murguía que ya pasó el tiempo de antes; que si quiere gasolina, que la compré." ¿Y a este general se le llama carrancista?. ¿Miedo a Murguía? ¿De qué, por qué, a santo de qué? Que Murguía tiene sus faltas, ¡hombre, si no fuera porque en México ya no se puede repetir la frase del Nazareno, aquella de que el que se sienta limpio arroje la primera piedra porque aquí los mismos que la arrojan son los menos limpios, bien valdría la pena de pedir a alguien que acusara a Murguía del algo! ¿Qué Murguía es ladrón? ¡Vaya, hombre! ¿Y quiénes son los que lo acusan? ¿Quién es el que va a calificar si Murguía es ladrón? Villarreal dice que los carrancistas son ladrones, sin tener en cuenta que el actual régimen está formado por carrancistas que no han hecho sino cambiar de casaca. Villarreal nos habla de honradez, ¡y no tiene empacho en pasearse en un automóvil de Espinosa Mireles! ¡Vaya, hombre! (Aplausos.) Yo he querido de una vez por todas, en el último día en que me va a estar permitido levantar la voz para que me escuche toda la nación, asentar esto: Murguía no irá a una nueva revolución, ¡miente quien lo calumnie! Murguía está demasiado desilusionado; está demasiado decepcionado absolutamente de todo, aun de él mismo, para embarcarse en una aventura de esta naturaleza; Murguía piensa como piensa ya un grupo de mexicanos: en los actuales momentos cualquiera revolución que se haga en México, es un crimen de esa traición, de esa patria. Yo decía desde esta tribuna que echar abajo el Gobierno de Carranza era dañino, porque no solamente se trataba de echar abajo a un hombre, sino las consecuencias que este derrocamiento traería consigo. Pues bien; yo que no soy obregonista, puesto que solamente podría ser ahora obregonero, y no quiero serlo; yo que no pienso sumarme al Gobierno actual; yo declaro que en los actuales momentos si logra alguien derrocar al señor de la Huerta, no habríamos sino llegado a la anarquía más absoluta y más completa que como desgraciada consecuencia traería la pérdida de la nacionalidad de México. Y no es que yo sueñe con el fantasma de la intervención, ¡no!, si yo soy de los que no podré permanecer impasible el día que el invasor huelle del territorio nacional, y ese es el sentir no sólo de los mexicanos, sino de todo el mundo. Lean ustedes la prensa europea y vean en qué forma se expresa de este pobre país. Ya hay periódico, como "El Sol", de Madrid, en que se hace este comentario:"..... ahora en que ese país está para perder su nacionalidad....." No es solamente el pesimismo de unos cuantos, sino que es la manera de pensar de un gran número de mexicanos; así es que yo no puedo, bajo ningún concepto, estimar que pueda ser patriota ir a una nueva revolución. ¿Qué conseguiríamos? ¿Quitar a de la Huerta? ¿Y qué? ¿Se acabarían con eso los tiranos en México? ¡Qué va! ¡Si en México somos modeladores de tiranos! Caería De la Huerta y le sucedería otro, que sería más tirano todavía que él - y a de la Huerta no se le puede llamar tirano-; pero yo no creo que podríamos acabar con esa fauna con la rapidez con que muchos están soñando. ¡Qué vamos a acabar, si los tiranos en México no se hacen, si los hacemos nosotros! Con una Constitución como ésta de 17, en que se sanciona y se establece una dictadura legal, ¿cómo no se quiere que sean tiranos los presidentes de la República? Yo ya lo he dicho un día: si Francisco de Asís viviera y lo pusieses en la Presidencia de la República, Francisco de Asís, el hombre más manso de la creación, el saráfico, al mes sería un perfecto tirano en nuestra República y si no quisiera ser, lo mataríamos, porque es nuestro sistema. He creído prudente traer al debate esta cuestión, porque, como decía hace un momento, va a ser clausurado el periodo de sesiones extraordinarias. Lo más probable es que esas almas mezquinas, esos espíritus pequeños de que hablaba hace un instante, se empeñen en que cada individuo que ha levantado la voz en pro de la libertad, deba ser necesariamente perseguido; pues bien, hago esta declaración: si vuelvo a la lucha en la campaña electoral que se avecina, no es con el pobre espíritu de ocupar un curul de nuevo; no, quiero demostrar públicamente y con hechos, que si resulté diputado la vez pasada en Chihuahua, no fue porque me impuso Murguía, sino sencillamente porque trabajé, porque me empeñe cuando el resto de mis contendientes no quería moverse siquiera de la tranquilidad de su hogar. Ahora volveré a ser diputado, y lo seré, no creáis que por una baladronada, sino porque tengo un profundo conocimiento de la psicología del pueblo de Chihuahua, que es, como casi todo el pueblo del Norte de la República, que si bien es cierto que se rebela contra el poderoso, contra el que se le impone, es de aquellos que protege al que considera caído. Voy a Chihuahua en calidad de vencido, y no es nada difícil que a los pocos días se diga a la República de Trigo fue a revolucionar y que probablemente fue a subordinarse a las órdenes de Pancho Villa. Quiero declarar que voy a Chihuahua cumpliendo con un deber de ciudadano; es más, voy a demostrar que tengo confianza absoluta en el régimen actual, que está dispuesto, o cuando menos lo creo así, a probar que hay libertad para la emisión del voto. Si a pesar de traer mi credencial se me expulsa de esta Cámara, mejor; será mi mayor triunfo, porque podré decir en voz alta desde aquí: vosotros, que os espantabais de la tiranía de Carranza; vosotros que llamabais tirano vulgar a Carranza, no sois más que una pobre y mala copia suya. ¡Ojalá que no tenga que decir esas palabras! Si así fuera, será la demostración mayor, la significación mayor y la defensa mayor que puedo hacer de ese a quien hoy llaman un gran tirano y que, sin embargo, la prensa de todos los países de hispanoamérica loa su

política internacional y declara que ha sido una de las figuras más grandes de hispanoamérica. Yo creo que esta es la mejor oración fúnebre que se puede hacer a ese gran desaparecido en los momentos en que tal parece que el español, con toda su riqueza de vocablos, es insuficiente para insultarlo bastante. Yo decía en cierta ocasión, y recuerdo que se las dije al señor Carranza en la hacienda de Zacatepec, estas palabras: "Señor, ¡cómo estamos justificando a Porfirio Díaz! "Y es una gran verdad y hay quien nos lo diga: Porfirio Díaz gobernó a México de la única manera como podía ser gobernado. Yo creo que Venustiano Carranza tuvo un gran defecto: el de ser tirano a medias, no lo fue completo; si lo hubiera sido completo, seguramente no hubiera acabado como acabó: asesinado a mansalva y ni siquiera con el consuelo de morir combatiendo; pero como desgraciadamente no hemos de componer lo que ya está hecho, yo no pido sino una sola cosa, y lo pido fervientemente a los hombres del actual régimen y al pueblo entero de México: ¿Queremos hacer luz en la Muerte del señor Carranza? Vamos a hacerla, pero nada más que no se nos pongan cortapisas, que nos dejen ir a decir la verdad, que nos dejen averiguar la verdad. ¿No se quiere que se haga la luz en este asunto? Bien; vamos a dejar las cosas en paz, entonces peor es meneallo; pero cualquiera de estos dos caminos que se escojan, vamos a escogerlo rectamente, vamos a escogerlo francamente, sin tapujos, a la luz de todo el mundo. Victoriano Huerta, ordenando el asesinato del señor Madero, tuvo siquiera una percepción clara de su situación; él dijo: yo no voy a convencer al pueblo de México de que Madero se suicidó; por lo tanto, voy mejor a no tocar este asunto, voy a decirle a Cárdenas que se marche, y quedamos en paz. Claro es que a nadie convenció la actitud de Huerta; perfectamente. Luego entonces, ¿para qué vamos a seguir amontonando sobre un hombre que ya está vencido; hasta por sí mismo; para qué vamos a seguir amontonando, repito, proceso tras proceso, inquina tras inquina, el deseo de molestar tras el deseo de molestar exclusivamente? Porque, hombre, ya Murguía está de sobra cargado de cadenas, tiene trece procesos con un último que le abrieron hoy; quiere decir que este hombre de cuarenta y ocho años de edad, si tuviese quince, no le alcanzaría la vida para cumplir todas las penas que le van a imponer. ¿Para qué seguir incoando averiguaciones? Si ya se sabe lo que alguien podría decir, dando por hecho que Murguía mató, que Murguía robó, que Murguía hizo todo lo malo, porque desgraciadamente es un caído; de manera que todo lo malo que se puede hacer, lo ha hecho Murguía ahora; pero yo repito mi pregunta: ¿quién califica que Murgía es ladrón y es asesino? A menos que no venga a decírnoslo don Francisco Bulnes o cualquiera de los del régimen porfirista, que siquiera en este periodo no pudieron robar, pues no sé quién nos lo va a decir. En esto creo que está de acuerdo toda la República. Ahora, ¿temer a Murguía? Igualmente es torpe; no hay por qué temerle; Murguía, si contra alguien pudiera lanzarse al salir de la prisión, no sería contra los hombres del actual régimen, sino sería contra alguien a quien vale más no citar desde aquí. De manera que ¿para qué creer que va a revolucionar, sobre todo, si no significa nada; si Murguía es un pobre soldado ladrón, pillo, etcétera, según se dice. últimamente? un ladrón, un pillo, un asesino no puede tener ningún prestigio. Por lo tanto, creo que más ganaría el Gobierno actual en el ánimo de la opinión pública, con no seguir inodando a Murguía en la Muerte del señor Carranza, porque esto es el colmo. ¿Qué participación lógicamente pudo tener este hombre en la muerte de aquel a quien se subordinó y a quien supo acompañar hasta el sacrificio? Porque no crean ustedes que Murguía salió soñando en que iba a triunfar me acuerdo que cuando llegué de Estados Unidos, la víspera de la salida de Murguía, quien marchó dos días antes que el señor Carranza, le pregunté: ¿y a quién trajo usted de la División? El me contestó: "A nadie; tengo más miedo a la gente que voy mandando que a la gente que voy a combatir." ¡Ahí tienen ustedes si este hombre pudo presumir que iba a ser vencedor! Ni siquiera deben decir los triunfadores que vencieron a Murguía; lo venció el destino, la desdicha; pero militarmente Murguía no puede considerarse vencido. Y digo "militarmente", dentro del terreno de lo que podemos llamar así en nuestros revolucionarios. No voy a sostener que Murguía es un estratega, ni mucho menos pero sí es penoso lo que nos hemos encontrado en este proceso; cuando el general Calles va a declarar, Calles, enemigo, dice que él no tiene ningún cargo que hacer a Murguía y que reconoce que es un hombre valiente; y cuando va Jacinto B. Treviño, militar profesional, a declarar, dice que Murguía faltó al cumplimiento del honor militar. ¿No véis curioso esto? ¿No es cosa que lo haga a uno sentirse profundamente lastimado! Pero, señor, si Murguía faltó al honor militar, Murguía que no es militar, que no es más que un guerrillero, ¿cómo debíamos de llamar a la derrota del general Treviño en Chihuahua? Es necesario que cuando arrojemos una piedra, señores, tengamos en cuenta que se nos pueden arrojar otras muchas. Y yo lo lamento igualmente porque a mí me puede ver esa acuciosidad que el general Treviño pone en recargar de tinta la situación actual del general Murguía. Ya hace que se le procese por esto, ya que se le procese por aquello; ya hurga, ya estira por uno o por otro lado; ya se le mandan anónimos a ese hombre insultándolo en todos los tonos. Hombre, esto es indecoroso; si Murguía ya no puede hacer mal; si sus mismos enemigos como Calles, como Hill, como Obregón mismo, tienen para él palabras de encomio, ¿cómo vamos a ver con buenos ojos que quienes no han podido llegar a la altura de esos enemigos de Murguía, le lancen cargos nada más por odio, por inquina personales? Murguía no se levantará, señores, ¡qué va! Aun cuando lo pusiesen en medio de la calle sería un individuo que iría a esconder, porque esta es la frase, todo su dolor y toda su pena allá muy lejos, donde nadie lo viera siquiera. ¡Qué se va a levantar un hombre que en estos momentos se está viendo abandonado y solo, que no hay quien le tienda la mano de amigo, ni siquiera aquellos a quienes ayudó a ganar laureles y honores a costa del esfuerzo y del sacrificio del caído ahora! ¿Qué esperanza va a tener de levantar el espíritu de nadie, si está viendo que estos espíritus andan a la altura del lodo y del betún? Así pues, yo quiero

sentar desde aquí esto: Murguía será sentenciado probablemente; Murguía será fusilado probablemente por ser responsable de la muerte de Venustiano Carranza, por falta de cumplimiento al honor militar, según dice el auto de formal prisión del juez. Pues bien; sepa toda la nación que cuando hemos ido a los tribunales a demostrar la inculpabilidad de este hombre, se nos ha negado la justicia y no se nos han querido recibir pruebas.

El C. Espinosa: Tengo pedida la palabra, señor presidente.

El C. presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Espinosa: Honorable Asamblea: Si no fuera porque estas sesiones deben terminar muy pronto, es seguro que no vendría a refutar algunas apreciaciones del compañero Trigo. Respeto y admiro al compañero Trigo defendiendo a un caído, aunque él sea de los que opinan que no hay vencedores ni vencidos; y digo que lo admiro, porque también yo en condiciones idénticas sabría ser amigo para el que había sido mi amigo, y también pudiera muy bien, como el compañero Trigo, creer que el C. general Murguía es un hombre irresponsable.

Pero no puedo en manera alguna estar conforme con el compañero Trigo cuando viene a esta tribuna a profanarla, porque en vez de venir aquí a defender los intereses generales de su distrito, de su Estado o de la Nación, convierte esta tribuna en barra de la defensa de un juzgado o de un tribunal y se ocupa única y exclusivamente de hacer la defensa del general Murguía y en algo, ciudadanos representantes, que tampoco debería hacer aquí, en lanzar cargos absolutamente injustos a los hombres prominentes de la actual administración.

El compañero Trigo, cuando sube a esta tribuna a lanzar cargos, tiene inconsecuencias que disuenan mucho de esa ecuanimidad que él demuestra en casi todos sus actos; el compañero Trigo sube a la tribuna airado y se revuelve contra el que habla y dice: Espinosa no tiene razón para venir a hablar aquí de enemigos, porque en política no hay enemigos, sino adversarios. En su misma exposición, en su mismo discurso, Trigo cae en el mismo error en que yo he caído, y olvidándose de las palabras vertidas por él un minuto antes, repite exactamente lo que yo, y nos habla de enemigos y vencidos. Esta es su incoherencia y su inconsecuencia en muchas ocasiones.

También Trigo se olvida de que en realidad somos muy pocos los autorizados para señalar errores y decir verdades. El compañero Trigo decía hace unos cuantos días, en sesión tempestuosa, que es de hombres prudentes cambiar de opinión. Esto no lo discuto; es probable que así sea; pero sí, señores, si la inexperiencia es un tributo natural de la juventud, el compañero Trigo ya se encuentra en la edad en que el hombre empieza a cosechar los frutos de la experiencia. Claro que si el mismo respetable doctor Uzeta por sus mismos años está sujeto, como es natural, a rectificaciones y a cometer errores, ¿qué extraño tiene, pues, que Octavio M. Trigo también los cometa? Pero cuando se tiene el criterio sereno de Octavio M. Trigo, cuando se piensa como él ha pensado, es muy sospechoso que venga con toda sinceridad a decir a esta tribuna: Yo fui gonzalista, porque creí que Pablo González era un hombre honrado. Eso, señores, puede decirse como un argumento para desvestirse de un sambenito que no cuadre con la situación actual de un compañero, pero no convence a nadie.

No es mi objetivo ofender al compañero Trigo ni tampoco llenar de lodo la personalidad del general Murguía; no saldrá de mis labios ni una sola frase que menoscabe la discutida reputación de este general en desgracia, ni un solo concepto que pueda herir la dignidad de todo hombre.

Hecha esta brevísima aclaración, empiezo reconociendo que el compañero Trigo no ha hecho más que justicia al decir que el actual representante del Ejecutivo es un hombre honrado, absolutamente honrado. Y, señores, si la revolución última estuviera todavía discutida, si todavía necesitáramos hechos palmarios para justificarla, bastaría la confesión sincera del representante Trigo para decir que esta revolución última está ampliamente justificada, ya que en cambio de un dictador hay en la Presidencia de la República un hombre honrado, absolutamente honrado. El compañero Trigo sigue el procedimiento poco gallardo de todos los representantes o de la mayoría de los representantes oposicionistas de esta Cámara: el compañero Trigo en esta vez, honradamente y haciendo justicia, declara que el presidente de la República es un hombre honrado; pero, en cambio, declara también que muchos de los funcionarios que rodean al mismo presidente son hombres que obstruccionan su labor de honradez y de concordia: este es exactamente el procedimiento empleado por muchos representantes que nunca han tenido el valor, digámoslo sin modestia, de atacar directamente a la cabeza, es decir, al jefe del Poder Ejecutivo.

El compañero Trigo en su defensa, en su descolorida defensa en pro del general Murguía, nos ha hablado de que la prensa publicó la noticia de que el general Herrero había ordenado a sus subalternos que atacaran a Carranza; en cambio, también consta en los autos del proceso que el general Herrero dispuso en aquella parada trágica la manera de cómo deberían distribuirse los compañeros del señor Carranza, y que fue el mismo general Herrero quien señalo la choza fatídica en que acabó la vida del que fue mandatario de México. No quiero aclaraciones; aquí hay personas que estuvieron con el señor Carranza hasta sus últimos instantes y que podrán hacer luz sobre este punto; yo nada más comparo circunstancias y uno apreciaciones para llegar a la conclusión de que, si hemos de dar fe a la prensa, a lo actuado en este proceso y a las declaraciones de los que aparecen como responsables, veremos que allí hay exposiciones verdaderamente confusas que no hacen ninguna luz en la verdad de estos hechos lamentables. ¿Cómo, señores representantes, vamos a concebir nosotros que un general de División se subordine a las órdenes de un general que se había rendido hacía poco y que estaba subordinado a quién sabe cuántos jefes más? Esto es ilógico, esto es un absurdo, esto es imposible a la luz de cualquier criterio, y, sin embargo, nadie se ha ocupado de discutir este hecho, absolutamente nadie. Dice el C. Trigo que absolutamente nadie cree en la culpabilidad de los ciudadanos que acompañaron al señor Carranza. Yo voy a ser franco, con la

franqueza que siempre me ha caracterizado, aun a riesgo de disgustar al compañero Trigo. Yo sí creo y creo sinceramente, honradamente, profundamente que los que acompañaron al señor Carranza hasta sus últimos instantes no supieron cumplir con su deber de amigos.

No discuto aquí el deber del soldado, porque ellos en las circunstancias en que hacían aquella jornada, en que estaban ya completamente diezmados, en que estaban casi abandonados, en que después de haberse contado por millares apenas si podían contarse con los dedos de las manos, era indispensable - así lo aconsejaba el criterio más elemental la legítima defensa - que todos estuviesen unidos como si fuesen un solo hombre. Pero, en cambio, ya hemos visto que el general Murguía declaró que no pudo acudir a la defensa material del señor Carranza en los momentos en que sonaban las detonaciones, porque se encontraba a una distancia considerable que le impedía hacer aquello.

¿Es esto, ciudadanos representantes, un hecho que convenza? Indudablemente que no. La obligación de todos ellos era haber estado allí como amigos verdaderamente fieles bajo un mismo techo, pegados codo con codo con Carranza para seguir la misma suerte, juntos y unidos en el infortunio, ya que lo habían estado también en la omnipotencia y en la orgía del poder.

Es dentro de este concepto de lealtad y de amistad como considero culpable al general Murguía y a los demás que acompañaron al señor Carranza.

Y no discuto si el C. general Murguía faltó o no faltó al honor militar. Yo no discuto si cumplió o no con su deber de soldado; solamente expongo lo que pienso; solamente digo lo que yo hubiese hecho si hubiese sido amigo personal del señor Carranza y me hubiera encontrado exactamente en las condiciones del general Murguía; yo hubiera velado por la vida de ese hombre, ya que su vida estaba de hecho íntimamente vinculada con la mía: es allí donde veo la falta de los que acompañaron al señor Carranza.

Dice el compañero Trigo, con una ingenuidad que pasma, que de dónde, por qué el empeñó en querer hacer aparecer al general Murguía como el responsable de la muerte del señor Carranza; que si es porque se le teme. No veo por aquí al compañero Trigo y me daría muchísimo gusto que él oyera con detenimiento...(Voces: ¡Aquí está!) lo que voy a decir para refutar esta apreciación que ha repetido en esta tribuna muchas veces; debe dispensarme su atención, porque es un punto que es preciso dejar dilucidado de una buena vez.

¿Cómo va a temérsele a Murguía o a cualquiera de los demás acompañantes de Carranza, si el pueblo no le teme a nadie, si el pueblo es omnipotente, sí el pueblo es grandioso?... (Siseos.) Compañeros, suplico de ustedes la atención que merezco, no por lo que soy individualmente, sino porque tengo lo mismo que vosotros: la representación de sesenta mil habitantes; suplico, pues, vuestra atención, ya que en este caso no hago más que apreciaciones sinceras, si ustedes quieren, pero no con el objeto de ofender a nadie.

¿Porqué temer a Murguía? ¿Qué, acaso el general Plutarco Elías Calles, qué acaso el C. Adolfo de la Huerta, al iniciar la revolución en Sonora, no sabían que tenían que luchar en contra de Carranza; que tenían que luchar en contra de Murguía y que tenían que luchar en contra de algo que significa mucho más que el valor de estos hombres y que las fuerzas de ellos mismos? ¿Qué acaso no sabían que tenían también que luchar en contra de todos los intereses creados a la sombra de este orden de cosas maldito que echó abajo la última Revolución? ¿Qué acaso no sabían que se enfrentaban con un enemigo cien mil veces más poderoso? ¿Qué acaso Madero, cuando se lanzó a derrocar la dictadura porfiriana, midió las fuerzas de aquel hombre absoluto y todopoderoso que se llamó Porfirio Díaz? ¿Qué tiene, pues, que ver aquí el valor individual de un general o la fuerza de un mandatario? Absolutamente nada. El general Calles y el señor de la Huerta se lanzaron a la lucha desafiando a enemigos cien mil veces más poderosos, porque tenían la concienta plena y absoluta de que la causa que ellos defendían era un principio sagrado, como era el de defender la libertad del pueblo para que eligiera para supremo mandatario de la República a aquel individuo que le inspirara mayor confianza y a quien creyera más digno de tan alto honor.

Esto es todo; no es cuestión de miedo, ni es cuestión de valor personal; fue la justicia, fue el alma de ese movimiento, la que derrocó a ese régimen que era tan fuerte como el de Porfirio Díaz en sus postrimerías: que era tan fuerte como el del exfederal Victoriano Huerta en su apogeo. Y ya vio toda la Representación cómo este régimen, que no contaba con el pueblo, se vino abajo como por encantamiento, como al impulso de un simple soplo. La fuerza de Carranza era falsa y aparente como la fuerza que puede todavía considerárseles a los que se muestran como enemigos del actual orden de cosas.

El compañero Trigo también, persistiendo en su idea de desprestigiar a los hombres de la revolución, se atreve aquí a lanzar su palabra calumniadora en contra de ese hombre que ha sido un modelo por la firmeza de sus ideas revolucionarias, Antonio I. Villarreal, y dice que con qué derecho habla del bandolerismo de Carranza y de los carrancistas, cuando él, Villarreal, se pasea por las calles de la metrópoli en un automóvil que perteneció a Espinosa Mireles.

Hay que recordar o que refrescarle la memoria al compañero Trigo. ¿Qué, olvida acaso el compañero Trigo que Carranza, defraudando los intereses del pueblo, extrayendo suciamente los dineros nacionales, compró ese automóvil en veinte mil pesos y se lo obsequió precisamente al tiranuelo del Estado de Coahuila para hacerlo su cómplice, para cohecharlo en esta forma a efecto de que estuviera con él en la imposición presidencial?.

No, compañero Trigo, ese automóvil, si es el que vuestra señoría señaló, ese automóvil es del pueblo, porque está comprado con sus propios dineros; (Siseos.) y Villarreal, servidor sincero y leal de este movimiento revolucionario, ¿por qué no había de usar en el desempeño de funciones oficiales, lo que pertenece al pueblo? ¿Cómo el compañero Trigo no vio como una afrenta el que un prohombre del carrancismo se pasease en un auto robado a la Nación? Cómo entonces el compañero Trigo no levantó su voz vibrante y vino a protestar por aquel

cohecho que se hacía mediante la soldada de un dinero robado? Ya ve, pues, la honorable Asamblea, cómo el compañero Trigo, cegado por la pasión política, ve, como se dice vulgarmente, la paja en el ojo del vecino y no ve la viga en el ojo propio Como el objeto que me ha traído a esta tribuna es hacer rectificaciones a imputaciones verdaderamente calumniosas y que no puedo aceptar sin dejar de protestar, quiero también hacer referencia a unos conceptos vertidos por el C. Lorandi hace unos cuantos días. Decía él con ese Sans facon que le caracteriza: "Está fructificando la traición última." ¡Lástima que no esté él aquí! ¡No, la semilla de la traición es la semilla del carrancismo!... (Siseos.) No hay derecho a sisear, compañero Ruiz; las verdades son amargas, pero se aceptan cuando lo son...

El C. Ruiz Porfirio, interrumpiendo: ¡Usted está mintiendo!

El C. Espinosa, continuando: Es usted, señor Ruiz, un hombre a quien no se le puede tomar en serio; ¡es usted un pobre hombre! El compañero Ruiz, y lo digo con toda franqueza, porque hay que ser justos, dentro de esta floración de servilismos, en la que no todos dieron el mismo hiriente color, fue de aquellos que se destacaron porque llegó al rojo vivo de este sucio mal. Por fortuna, somos bien conocidos en el Istmo, y el Istmo ha dado, siempre ejemplo de heroísmo y de valor en toda la República. La traición es una de las herencias de Carranza.

La traición movida por el cerebro y por la voluntad de este gran tirano se demostró de una manera innegable, de una manera palpable con el asesinato de ese idealista que se llamó Emiliano Zapata, y que ha venido a consagrar... (Aplausos. Siseos.) y que ha venido a consagrar la revolución actual, dándole de esta manera un bofetón al funesto carrancismo.

¿Cómo entonces el ciudadano representante por Juchitán no levantó su voz para protestar en contra de Guajardo? ¿Cómo entonces el compañero Ruiz Porfirio no vino a esta tribuna a protestar porque se le daban a este traidor, en premio de sus hazañas, cincuenta mil pesos, que también representaban el sudor del pueblo y que, como si no lo hubiera sido bastante este premio ignominioso en metálico, todavía Carranza, eterno corruptor, manchando el prestigio de los verdaderos soldados de la revolución y de los verdaderos representantes del Ejército Nacional, daba como un galardón, como un premio altísimo, un grado más a semejante traidor?

Esta es, ciudadanos diputados, la verdadera herencia del carrancismo. Y ni el compañero Lorandi ni ningún bonillista tiene derecho a venir a hablar aquí de fructificación de la traición, cuando lo que está fructificando no es más que lo que ellos mismos han sembrado...

El C. Vásquez Jenaro V., interrumpiendo: ¿Me permite una interpelación el orador?

El C. Espinosa, continuando: Dice el C. Lorandi que el Congreso Nacional fue convocado para legalizar un orden de cosas, es decir, un nuevo Gobierno que todavía no se ha legalizado. Sólo el compañero Lorandi, absolutamente sólo Lorandi pudo haber lanzado esta gravísima ofensa a la Representación Nacional. Yo quiero convenir en que sea cierto lo que dice Lorandi, sin consentir en ello; yo quiero suponer que esta fuera la verdad; pero, ¿de quién es la culpa? ¿del que invita a pecar, o de quien peca? Es incuestionable que si nos han llamado para cometer una falta, nuestro deber como hombres, como ciudadanos y como representantes honrados era habernos negado a cometer esta falta. Entonces sí, y sólo entonces hubiéramos adquirido un derecho para decir lo que Lorandi ha dicho; pero no, señores; nosotros consentimos y aceptamos como un hecho consumado e indiscutible el triunfo de la revolución. Nosotros no nos opusimos a que esta revolución magnánima nos reconociera a nosotros como Poder Legislativo, respetando en esta forma la voluntad soberana del pueblo que nos eligió sus representantes. Nosotros en correspondencia no hemos hecho otra cosa, ajustándonos, hasta donde ha sido posible, a los textos constitucionales, que nombrar al señor presidente substituto de la República. Y si no hemos sido unos inconscientes, si no hemos sido unos insensatos, si no hemos sido unos desequilibrados, ¿cómo vamos a venir aquí ahora, como Lorandi, a querer arrojar este cargo ignominioso a los actuales hombres del poder, cuando nosotros somos los únicos responsables de haber constituído y legalizado el actual Gobierno?

Ya ven los ciudadanos representantes hasta dónde lleva a los bonillistas su pasión política; ya ven hasta dónde los arrastra su despecho, ya ven hasta dónde los hunde su desesperación.

¡Y no hay derecho, señores! Nosotros hemos venido aquí a representar al pueblo y no a hacer esta clase de política enteramente personal y que ningún beneficio trae; si no estamos conformes con el actual régimen, vámonos a los campos de la lucha armada, ahí está el mismo Guajardo que puede ser un buen jefe vuestro.

El C. Vásquez Jenaro V.: Pido la palabra para una interpelación al orador.

El C. Trigo: Pido la palabra para rectificación de hechos.

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. Marciano González.

El C. González Marciano: Señores: El manso histerismo de Espinosa tenía que llevarlo, como lo llevó, a afirmar audazmente que los que tuvimos la satisfacción de acompañar a Venustiano Carranza, no cumplimos con nuestro deber, ni de militares ni de amigos....

El C. Espinosa, interrumpiendo: ¡No he dicho eso!

El C. González Marciano: Lo ha dicho usted.

El C. Espinosa: Pido la palabra para una aclaración, señor presidente. (Siseos. Dirigiéndose al C. González Marciano.) Va usted a bordar sobre una base falsa, señor.

El C. González Marciano: Después, empujado por esa locura, por ese frenesí y por ese idiotismo, ensarta un sinnúmero de torpezas propias de su edad e hijas de su inexperiencia. ¡Perdonadlo! Así son todos los histéricos y los mansos... (Risas. Aplausos. Siseos.) Y entre todas esas cosas que se dicen en la calle, que las recogemos cuando nos agradan y las repudiamos cuando nos caen mal, venimos a hacer al público, a la tribuna, pasto, y vaciamos todo nuestro odio o brindamos todas nuestras alabanzas, si se trata de los caídos o se trata de los que están arriba. No es Espinosa,

¡mentiras!, el autorizado para criticar la conducta de los que fuimos con el señor Carranza, porque Espinosa tendió la mano a Guajardo, traidor. (Aplausos. Siseos.) Dentro del terreno ecuánime en que los hombres, sobre todo los hombres públicos, deben de colocarse, hasta el último de los oyentes tiene derecho para opinar y puede exigir a su circunspección y buen sentido y a su buen oído también para recoger todas las palabras para emitir después su juicio y que ese juicio sea sereno. Yo aseguro que de toda la palabrería de Espinosa, nada, absolutamente nada de provecho han podido escuchar las galerías, porque ha hecho un "margaylate", un revoltijo que él mismo no ha entendido. (Risas. Siseos.) Critica a los que fueron con Carranza y ¡oh! bendice a los que se abrazan con Guajardo, condena la revolución, esas revoluciones que el pueblo organiza, y ensalza un militarismo que ha tenido la audacia de dar un cuartelazo! (Aplausos. Siseos.) Yo tengo para los enemigos del Gobierno de Carranza y yo tengo para los francos y leales enemigos míos, todo el respeto que su actitud gallarda merece; pero yo tengo todo el odio, todo el odio de los amigos de Carranza y todo el odio mío para aquellos que no supieron colocarse, señores, más arriba del cieno en que vivieron, porque lo traen en su sangre, porque era congénito el espíritu de traición y deslealtad que los hacía vivir. Y nosotros recibimos, creedlo, todo; vosotros que castigáis, vosotros que esgrimís a cada momento vuestra espada y que creéis flagelarnos, nosotros recibimos los días la satisfacción de los hombres honrados que saben que si algún crimen hemos cometido, no fue ese crimen el haber seguido a Carranza en su odisea; pero había de ser Espinosa (Risas.) el que viniera a decir que no cumplimos con nuestro deber de amigos, (Risas.) y después entra ese señor que no es militar ¡mentiras! que no es un cuerdo ¡mentiras! entra y exige de la responsabilidad de los militares, sobre todo de la Murguía, una explicación: "¿por qué nos entregamos, o por qué se entrego el señor Carranza en manos de Herrero, si acababa de rendirse? "Estar aquí descansado, saborear tranquilamente las dietas, recibir el favor de los amigos nuevos en el poder, es distinto, señor Espinosa, a llevar ocho días de no dormir, de no comer, y de caminar incesantemente y de ver que se caen los hombres verdaderamente agotados. En aquellas condiciones, sin un salvaje le ofrece a usted asilo, usted acepta el asilo del salvaje. (Aplausos.) Pero no se trataba de uno de esos individuos que viven en la agreste selva, y que en medio de su soledad han aprendido a amar más íntima y fuertemente la naturaleza, no, se trataba de un pérfido, de un canalla, que fingiéndonos amistad, que fingiendo cariño y derramando lágrimas, Herrero, le ofreció a Carranza morir con él y sacrificarse por él. Usted también habría aceptado lo que Herrero brindó a Carranza; si Herrero se presenta a la comitiva ofreciendo sus servicios para conducirla en aquella región, donde él había dominado durante mucho tiempo, donde se había sometido al Gobierno y se presenta solo, ¿por qué se había de aceptar una indicación de Herrero, para aquello de colocar avanzadas, de nombrar el servicio y todo lo relativo a la cuestión militar? ¿quién le tiene a mal a Carranza que se haya confiado en Herrero? ¿fue el culpable Carranza el que se confió o fue Herrero que abusó de la bondad y de la creencia de Carranza? ¡Debíais de censurar a Herrero; pero no censurar a Murguía; censuráis a Murguía y olvidáis a Herrero y no os atrevéis a ensalzarlo aquí, porque sabéis perfectamente bien que de las curules, yo os aseguro, faltaría madera para vaciarla sobre vuestra cabeza. (Aplausos. Siseos.) Y se critica a Murguía y ni una palabra, nada, para Herrero pasea, vive en orgía continua, recibe el favor de los de arriba y allí va, rápido, fugaz y ostentoso en el automóvil que, ¿de quién será? Nada de eso dice este señor que en su histerismo llega hasta la locura. Pero, en fin, Herrero es menos culpable que otros, yo sé de alguno que en gabinete, en primera, viajó, atravesó el nuevo continente; en el puerto de Nueva York se le hicieron honores, visitó los grandes centros militares, fue a Europa a estudiar la organización del Ejército y vino a su patria; un hijo del Colegio Militar, del colegio vetusto que hoy se avergüenza de haberlo tenido, y vino a enseñar aquí que la traición, señores, es la que debe sacrificar a los presidentes de México. (Aplausos. Siseos.) No quiero que se diga que oculto el nombre, me refiero a Jacinto Treviño. (Aplausos. Siseos.) Yo no quiero, señores; esto va demasiado largo, y no quiero entrar en ese terreno en el que Espinosa fue barbechando, no; yo no toco otras cuestiones, yo quiero sencillamente, como miembro que fui de la comitiva del señor Carranza, como amigo personal del señor Carranza, decir a ustedes con toda sinceridad que la conducta de Murguía, en mi conciencia, fue justificada; no fue Murguía quien se confió, fue el mismo señor presidente; a él le advertimos nuestros temores de que Herrero no estuviera obrando con lealtad; el mismo señor Carranza salió garante, afirmó que era un hombre de la confianza de Mariel, que nosotros podíamos estar tranquilos. Que por qué no estuvimos nosotros amontonados, dice el C. Espinosa; esto, señores, es distinto a irse a meter, como él se metió en Chiapas, en una cueva, donde escondió provisiones, a ir, señores, a resistir la intemperie, el calor, cuando veníamos cansados y cuando era natural que la mejor choza se le brindará al presidente y a su comitiva, y todos nosotros buscáramos acomodos aquí o allí, debajo de una choza o debajo de un chaparro; esto es distinto, señor Espinosa. Aquella cueva que os dio albergue era bastante grande para meteros con vuestros quince hombres y aquel jacal en que Carranza fue asesinado no daba, señores, no tenía capacidad más que para él, el señor Carranza, el señor Aguirre Berlanga, Mario Méndez y dos ayudantes y afuera los asistentes. Ya ve usted, ya lo sabe, por qué no dormimos con el señor Carranza; él también quería que los suyos, los que habían participado de la amargura de la marcha, de los sinsabores y de las inclemencias del tiempo. fueran a descansar y así nos lo dijo: "Vean dónde se acomodan." Las avanzadas se habían nombrado; Herrero era el conocedor de la región, había indicado dónde debían de ponerse y ahí se pusieron y, ¡de qué sirvieron esas avanzadas! ¡De nada! Herrero vino por veredas, quizá ni veredas siguió; llegó al jacal donde estaba el señor Carranza, y ahí, señores, contra lo que afirma un periodista americano que visitó la choza después de la tragedia, nosotros sabemos,

hemos enviado a alguien que vaya a dar fe de aquello: hay ¡no 36 heridas, no 36 impactos, hay 78 impactos (Siseos.) en el triángulo en el que murió el señor Carranza; ahí están precisamente los restos ¡sesenta y tantas balas! Lo que quiere decir que de nada habría valido, de nada habría servido toda la previsión: ni el valor de Murguía ni la buena fe de nosotros, ya que de esta manera se castigara nuestra lealtad. (Aplausos.)

El C. Villaseñor Salvador: Pido la palabra para una interpelación al orador Nos dice el señor González, que en el jacal en que fue asesinado Carranza pasaron la noche juntos con ellos dos ayudantes de Estado Mayor. Yo pregunto: ¿entonces cómo es que el procurador de Justicia, si quiere hacer justicia, no encontró méritos para que estos dos ayudantes estuviesen detenidos también en Santiago, puesto que eran ayudantes y que estaban juntos con él, en los momentos de los acontecimientos?

El C. González Marciano: Señores: La interpelación que me hace el compañero es fácil y difícil de decir; porque lo lógico sería decir: "Preguntádselo al señor procurador de Justicia; (Risas. Voces: ¡Claro¡) difícil, porque tendría que poner en mis labios concepciones que quizá él no vierta y usando de mi yo, emitiendo mi opinión, sabré decir a ustedes que aunque en la prensa el señor procurador general de Justicia de la Nación afirma que obra con absoluta imparcialidad, con sujeción a los principios de la justicia más absoluta, yo puedo decir a ustedes que el señor licenciado Neri, aun siendo procurador de Justicia, continúa siendo miembro activísimo del "Pélece", partiendo al cual algunos le han hecho honor y otros no hacen más que desprestigiarlo. Sí, señores; algunos miembros del "Pélece" continúan siendo dignos miembros de él; pero otros no, han abierto casi abriendo la compuerta de todos sus odios, y yo os aseguro que muy pocos de vosotros, muy pocos de nosotros, podemos estar exentos de alguna acusación, porque el señor Neri continúa y continuara siendo indudablemente miembro del "Pélece" y todos los partidos políticos tienen la obligación de luchar por sus intereses y todos los hombres luchan por los suyos, y Neri es fuerza que luche por los intereses de su partido. ¡Es que piensas que alguno pueda levantar la bandera del carrancismo! No, no, estad seguros que no, mientras que en México no se establezca un Gobierno que tenga al frente un hombre de la honradez - hay que reconocerla en don Adolfo de la Huerta - y lleve consigo hombres de fuerza intelectual que convenzan, no a la multitud, sino a la sociedad, de su capacidad, de su buena fe para gobernar; cuando vengan elementos nuevos, hay que decirlo, sobre los cuales no caiga ni remotamente la sombra de la duda sobre su honradez y su buena fe, es utópico, es torpe, es antipatriótico hacer revoluciones. Ya lo veis, Bonillas iba a ser impuesto por el señor Carranza, y hoy, ¿qué decimos de nuevos candidatos? ¿Quiénes son los altos funcionarios y a qué partido pertenecen esos altos funcionarios? ¿Quiénes son los gobernadores de los Estados y a qué partido pertenecen esos gobernadores? ¿Se obró con la conciencia que exige el momento crítico en que vivimos, en que palpita nuestra vida nacional para decir en cada Entidad: convóquese a la sociedad o al pueblo, y que ella elija un individuo ajeno a todos los partidos políticos, y que éste sea quien se encargue de vigilar que las elecciones, que las próximas elecciones se hagan con absoluto, con verdadero respeto a la manifestación de las ideas y del voto público? No se hizo así. Ya lo véis, el Senado es un campo en donde se debaten los intereses de la política local de los Estados y de la local del país; se quiere el que más puede servir, es natural; esa fue la política de Carranza, y esa es la política de hoy; en consecuencia, yo que espero mañana o pasado, o más tarde, entrar por cierto o por algún supuesto delito a Santiago, os vengo a decir: los elementos carrancistas o harán revoluciones, mentiras, no harán revoluciones, que las hagan los insatisfechos aquellos que no supieron seleccionar sus elementos, ahí los tenéis: Guajardo tenía que levantarse y se levantarán otros, ¿por qué? porque les falta - ya lo sabemos, ya lo saben ustedes - lo que se necesita en estos momentos, lo que quieren los hombres, los que son jefes de partidos, de grupos, o militares. En estas circunstancias yo os afirmo: nuestros deseos son de que se consolide el Gobierno actual y que lo haga bien; si no lo hace bien, créalo el señor Espinosa, ya no será el Ejército, entonces les tocará a ustedes, (Dirigiéndose a las galerías.) le tocará al pueblo, porque yo creo verdaderamente que esté ha agotado toda su paciencia y que quiere sepultar en medio de dianas y tambores su última ilusión. (Aplausos. Silbidos.)

El C. Vadillo: Señor presidente, ¿me permite la palabra para una interpelación al señor diputado González?

El C. presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Vadillo, dirigiéndose al señor González: ¿Me permite usted que le haga una interpelación?

El C. González Marciano: Con gusto.

El C. Vadillo: En un párrafo de su discurso, el señor diputado González pareció indicar que el Partido Liberal Constitucionalista, en la persona del procurador general de Justicia, tenía interés en dejar impune de alguna manera el crimen cometido en Tlaxcalantongo. Deseo suplicar a usted se sirva aclarar el concepto, porque tendré que hacer aclaraciones posteriores.

El C. González Marciano: Pido la palabra, señor presidente.

El C. presidente: Tiene usted la palabra.

El C. González Marciano: No me explico cómo pudo el compañero Vadillo, miembro del Partido Liberal Constitucionalista, haber supuesto, o haber oído - así lo está afirmando o dice que le parece haber oído -, que yo dije que el Partido Liberal Constitucionalista tenía interés. No he dicho eso; he dicho, cuando el compañero me interpeló sobre los motivos o sobre qué pensaba yo de por qué el procurador general de justicia de la Nación no había ordenado la aprehensión de los oficiales de Estado Mayor del señor Carranza que durmieron con él, y, en cambio, sí ordenó la de Aguirre Berlanga, Murgía y otros, yo contesté: si se trata de que conteste por el señor Neri, es difícil, preguntárselo a él; pero si se trata de que yo dé mi opinión, debo decir a ustedes que el señor procurador general de Justicia, aun con este carácter continúa siendo miembro del Partido Liberal Constitucionalista; partido en el cual figuras miembros para

nosotros muy respetables, pero que es lógico suponer que ese alto funcionario defienda los intereses de ese partido. No he dicho que el Partido Liberal Constitucionalista tenga interés; no lo he dicho, no; no lo he supuesto, no quiero suponerlo; la conducta de muchos miembros del Partido Liberal Constitucionalista y que estoy seguro que pesa, que gravita, que se hace sentir y se hará sentir, tendrá que ser mañana, como fue ayer, motivo de satisfacción para aquellos que hemos contendido con el Partido Liberal Constitucionalista en todos los terrenos.

El C. Vadillo: En cumplimiento de la explicación del C. González, quiero hacer constar ante la honorable Asamblea, por cuanto a mí corresponde como miembro del Partido Liberal Constitucionalista, que esta agrupación es seguramente una de las más interesadas, por interés propio de partido político nacional y por interés moral de dejar bien sentada la justicia mexicana en todo el mundo, es, repito, este partido el que tiene más vivo interés en que se haga luz en los sucesos ocurridos en aquel pueblo con motivo de la muerte del señor Carranza. Precisamente por esa razón los miembros de este partido que asistimos al Parlamento, escuchamos con verdadera atención y con sumo placer estas disquisiciones entre los mismos ciudadanos que pertenecieron al Gobierno del señor Carranza, porque si algunos están obligados a dar luz son precisamente quienes estuvieron cerca de ese gobernante caído. Estas discusiones entre los antiguos correligionarios carrancistas son sumamente útiles para la Historia, y por eso celebramos positivamente los miembros del Partido Liberal Constitucionalista, que se aclaren estos puntos; haciendo constar desde luego, que él no tiene interés ni en proteger ni en ocultar, ni en dejar impune al castigo a aquellos individuos que hayan intervenido en este drama nacional.

El C. Espinosa: Ciudadanos representantes: Hago un supremo esfuerzo para contener mis nervios y contestar las alusiones violentas del C. diputado Marciano González, con la mayor mesura y corrección que me sean posibles, en honor a vosotros y en consideración a mí mismo. (Siseos.)

El señor diputado González Marciano empieza a refutar cosas que yo no he dicho; expresé que yo creía culpables a los señores que acompañaron a Carranza hasta su último instante, dentro de la consideración intrínseca de la amistad. Siendo que yo, encontrándome en idénticas condiciones a las de ellos, no me hubiera separado ni un metro de la persona de mi protector y amigo, y es en este terreno que yo he considerado que no han cumplido con su deber. (Murmullos. Siseos.)

Pero lo dije muy claro: yo no hago apreciaciones sobre si el general Murguía y los demás generales cumplieron o no con su deber de soldados, y en cambio el señor Marciano González, con un apasionamiento, con una deformación absoluta de mis palabras, falseándolas en el fondo y en la forma, vino a bordar sus rectificaciones sobre un terreno que es enteramente contrario al de la verdad y al de la consideración al compañero.

Falta a la verdad el ciudadano diputado Marciano González cuando dice que yo tendí mi mano a Guajardo. ¡Eso es una calumnia y una falsedad! Yo no tendí jamás, en ningún caso, mi mano a Guajardo. Precisamente aquí mismo, a raíz del asesinato del jefe suriano, sintiendo arder en mi alma la más grande indignación, vine a esta tribuna y señalé a Guajardo como el instrumento de Carranza, y entonces Carranza, entiéndalo bien el general Marciano González, daba todo su poder, todo su omnímodo poder a su esbirro, a Guajardo; ya ve usted en qué forma, señor Marciano González, tiendo yo mi mano a un traidor, a un Guajardo.

Que por qué no ensalzo a Herrero. ¿Cómo voy a ensalzarlo, señores, si yo hasta este momento no sé cuál es la verdad de este crimen misterioso, si no la sabe nadie? (Murmullos. Siseos.) Yo lamento, como el que más, la muerte de Carranza; pero también lo digo con franqueza: lamento esa muerte no por lo que signifique la desaparición de Carranza, (Siseos.) como muchos compañeros sensibleros (Siseos.) se han conmovido y han querido tender un velo a la actuación funesta de este hombre (Siseos. Campanilla.) nada más porque ya no existe. (Siseos.)

No, señores, yo no consumaré nunca una profanación cuando como enemigo leal de ese dictador (Siseos más fuertes.) levante ideológicamente la loza que cubre su tumba cuantas veces me dé la gana para llamarlo a cuentas, a que responda ante la nación entera de sus actos. (Siseos fuertes. Golpes en los pupitres. Voces: ¡Huy! Campanilla.) Yo no lamento la muerte de Carranza (Siseos.) por lo que esta muerte significa; yo la lamento porque la muerte de un dictador, (Siseos.) porque la muerte de un mal ciudadano que traiciona la confianza de su pueblo, no se paga con la muerte (Golpes en los pupitres. Siseos. Voces: ¡Cállate! ¡Cállate!)

Lo dije en esta tribuna hace muchos meses: si nosotros fusiláramos por la espalda a cinco presidentes dictadores como si fuesen traidores a la patria, no llegaríamos a tener el sexto dictador, y creo haber estado en lo justo. ¿Qué de raro tiene, pues, que quien sustentó este criterio en época de plena dictadura venga ahora a deciros que no siente la muerte de Carranza por lo que ella significa como castigo? (Siseos. Campanilla.) No, señores, yo hubiera querido la vida de Carranza, ¡ya lo creo! La hubiera querido eternamente, como la hubiera deseado el bonillista más rabioso. Yo la Hubiera querido, ¿sabéis para qué? Para sujetarla a igual suplicio que se ha sujetado la vida de Estrada Cabrera en Guatemala. (Voces: ¡No¡ ¡No¡ Campanilla. Desorden.). Porque Carranza y Cabrera son gemelos. (Voces: ¡No! ¡No! Aumenta el desorden. Campanilla.) Yo pienso que Carranza (Siseos.) fue un dictador igual a Estrada Cabrera. (Gritos. Desorden. Campanilla. Silbidos.) Hubiera querido que viviera para sujetarle a la misma pena: (Protestas. Gritos.) a cadena perpetua; así sí hubiera pagado todos los males que ha causado a la patria. (Crece el desorden.) Es mezquino, señores, (Protestas.) no respetar el criterio de un hombre; (Aumentan los gritos.) siquiera respetad mi franqueza, ya que yo tengo el valor de decir esto! (Golpes en los pupitres. Gritos.) Dice el C. González (Continúa el desorden.) que no es lo mismo el encerrarse en una cueva...... (Golpes en los pupitres.)

El C. Pérez Vela: Moción de orden. Para suplicar al señor presidente que, por decoro a la Representación Nacional, se tenga más respeto para esa gloriosa tumba, porque no es el momento todavía de hacer Historia, ni mucho menos con cerebros como el del señor Espinosa, para hacer luz sobre la personalidad del señor presidente mártir, don Venustiano Carranza. (Aplausos en curules y galerías.)

El C. Espinosa: Veo todas las manos de los representantes..... (Siseos. Gritos. Silbidos.)

El C. prosecretario Alencáster Roldán: La Presidencia suplica a las galerías guarden compostura o cumplirá con el artículo reglamentario. (Voces de los diputados: ¡Somos nosotros; no las galerías!)

El C. Espinosa: Las manos (Golpes en los pupitres. Desorden.)....de los que se oponen a que yo hable, las manos de los compañeros que golpean los pupitres son las mismas de los compañeros que van a algunos ministerios a querer congraciarse con el actual régimen....(Siseos. Golpes en los pupitres.)

Decía el C. diputado Marciano González que no es lo mismo estar en una cueva con quince hombres.... (Golpes en los pupitres. Campanilla.), que haber estado en Tlaxcalaltongo con Carranza en aquellas condiciones tan difíciles.... (Golpes en los pupitres. Campanilla.) Yo contesto, ciudadanos representantes.(Golpes en los pupitres. Siseos.) ¿Qué, quiere con esto el señor González hacer un parangón entre la situación mía como rebelde y la de Carranza como prófugo? (Siseos. Golpes en los pupitres.) No es posible, ciudadanos diputados. Yo no estuve nunca dentro de una cueva (Siseos. Golpes en los pupitres. Campanilla.) después de haberme levantado en armas. Nunca, señor general González.... (Siseos. Golpes en los pupitres.) Los que le han dado a usted estos informes le han mentido;.... (Siseos. Golpes en los pupitres.)....los que le han dado estos informes han faltado a la verdad. Yo organicé mi movimiento, cuando regresé a mi estado después de haber estado en la Isla de Cuba; a una cueva.... (Siseos.....llevé víveres, armas, parque y todos los elementos para hacer una revolución;.... (Siseos. Golpes en los pupitres.)....pero desde el momento en que yo me declaré rebelde, nunca volteé las espaldas y nunca me escondí del enemigo. (Golpes en los pupitres. Siseos.)

- El mismo C. prosecretario: Por orden de la Presidencia se va a dar lectura al artículo 195 del Reglamento: (Voces. ¡No! ¡No son las galerías! Desorden. Gritos. Campanilla.)

El C. Pérez Vela: Para una moción de orden. para hacer notar que no son las galerías, sino los ciudadanos representantes del pueblo. (Siseos. Gritos. Desorden. Campanilla.)

- El C. Gutiérrez de Velasco, leyendo:

"Artículo 195. Los concurrentes a las galerías se presentarán sin armas; guardarán respeto, silencio y compostura, y no tomarán parte en los debates con ninguna clase de demostración.

"Artículo 197. Los que perturben de cualquier modo el orden, serán despedidos de la galería en el mismo acto; pero si la falta fuese grave o importare delito, el presidente mandará detener al que la cometiere y consignarlo al juez competente."

El C. Espinosa: He explicado, pues, el error del C. compañero González.... (Siseos. Golpes en los pupitres. Campanilla.) Es por demás señores compañeros, que me queráis callar, no me callaréis nunca; es por demás. (Siseos. Golpes en los pupitres.).... estáis dando un espectáculo tristísimo que habla muy desfavorablemente en contra de vosotros.... (Voces: ¡Vámonos! ¡Vámonos!) (Varios ciudadanos diputados abandonan el salón.) Ojalá que no los vea por los ministerios ni por la Tesorería,..... (Siseos.) Termino señores, ya que ahora sí me dejan hablar, diciendo que yo no tengo méritos como militar, que nunca los he reclamado, que me he considerado siempre revolucionario y que mi actuación responde a este título que sí me enorgullece.

Mi actuación como soldado tal vez sea obscura, porque es desconocida para muchos de vosotros; (Siseos.) yo he operado en el Sur y en el centro de la República, pero no en el Norte; pero en cambio, las dos humildes estrellas que yo ostento, como humilde soldado de la revolución, no las cambio, ciudadano González, por vuestra gallarda águila de general. (Siseos. Gritos. Voces: ¡Huy!)

El C. prosecretario Gutiérrez de Velasco: En votación económica se pregunta si se aprueba el acta. Los que estén por la afirmativa, sírvanse. manifestarlo. Aprobada el Acta.

El C. Vásquez Jenaro V.: ¡no hay quórum! ¡Reclamo el quórum! ¡Pido que se pase lista, señor presidente!

El C. Castellanos Díaz: Reclamo el quórum. (Desorden. Gritos en las galerías ¡Viva Espinosa!)

El C. prosecretario Gutiérrez de Velasco: se va a pasar lista. (Lista.) Hay una asistencia de 134 ciudadanos diputados. (Protestas. Voces: ¡Mentira! ¡No hay quórum!)

El C. Silva Pablo: Esa lista está errónea; pido que se me enseñe dónde está el señor Aguilar Antonio, dónde está el señor Zincúnegui Tercero, dónde está Salazar Nicasio, que yo he visto a la Secretaría estar apuntando y que no están. ¡No hay quórum! Vuelvo a reclamarlo. (Desorden. Campanilla. Risas.)

- El mismo C. prosecretario: ¿Quiénes dice usted?

El C. Silva Pablo: ¡Pido que se lea la lista! (Desorden. Voces: ¡No!)

- El mismo C. prosecretario: Son 130 ciudadanos diputados los que pasaron lista.

El C. Silva Pablo: La Secretaría sufre una equivocación, no hay quórum. (Voces: ¡No es cierto!)

- El mismo C. prosecretario: Yo le digo a usted que sí hay quórum.

El C. González Galindo: Yo le aseguro a usted también que sí hay quórum, porque 130 ciudadanos diputados hacen quórum.

- El mismo C. prosecretario, leyendo:

"Poder Ejecutivo Federal.- Estados Unidos Mexicanos.- México.- Secretaría de Gobernación.- Sección de Relaciones Interiores y Gobernación.- Número 2223.

A los ciudadanos secretarios de la H. Cámara de Diputados.- Presente.

"El Ejecutivo de la Unión ha expedido hoy el decreto siguiente:

"Estados Unidos Mexicanos.- Presidente de la República.- México, D.F.- Adolfo de la Huerta, presidente constitucional substituto de los Estados Unidos Mexicanos, a sus habitantes sabed:

"Que con fundamento en el artículo 67 de la Constitución Política General y en uso de la facultad que me concede el artículo 89, fracción XI de la propia Carta Fundamental, he tenido a bien decretar lo siguiente:

"Único. Se derogan las fracciones II, III y IV del artículo 2o. del Decreto de Convocatoria a sesiones extraordinarias del Congreso de la Unión de 8 del mes de junio próximo pasado.

"Por tanto, mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento.

"Dado en el Palacio Nacional de México, a los nueve días del mes de julio de mil novecientos veinte.- Adolfo de la Huerta.- Gilberto Valenzuela."- Rúbrica.

"Lo que me permito transcribir a ustedes para los efectos correspondientes, reiterándoles las seguridades de mi atenta y distinguida consideración.

"Sufragio Efectivo. No Reelección.- México, D. F., julio 9 de 1920.- El subsecretario, encargado del Despacho, Gilberto Valenzuela."- De enterado. La Presidencia nombra las siguientes comisiones:

"Comisiones para participar que esta Cámara de Diputados clausura hoy su periodo extraordinario de sesiones:

"Para el Ejecutivo de la Unión: a los C. C. Gómez Gildardo, Zincúnegui Tercero Leopoldo, Camarena Leopoldo E., Castillo Nájera Marino, Morales Francisco César y secretario Saucedo Salvador.

"Para la Suprema Corte de Justicia de la Nación: a los C. C. Olivé Isaac, Franco Agustín, García Norberto, Guerra Eduardo, Romero Cepeda Manuel y Prosecretario Gutiérrez de Velasco Manuel.

"Para el Senado: a los C. C. Reyes Francisco, Gutiérrez Antonio, Jiménez Rafael Pérez Vargas Ignacio, Valenzuela Antonio J. y prosecretario García de Alba."- El C. presidente: La Cámara de Diputados del XXVIII Congreso de los Estados Unidos Mexicanos cierra hoy, 9 de julio de 1920, el período extraordinario de sesiones a que fue convocada por el Ejecutivo de la Unión. (Algunos diputados se van.)

El C. secretario Gutiérrez de Velasco: Un momento, señores, falta por aprobar el acta de hoy.

"Acta de la sesión de clausura celebrada por la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, el día nueve de julio de mil novecientos veinte.

"Presidencia del C. Antonio Guerrero.

" En la ciudad de México, a las cinco de la tarde del viernes nueve de julio de mil novecientos veinte, se abrió la sesión con asistencia de ciento treinta y tres ciudadanos diputados.

"Al ponerse a discusión el acta de la sesión celebrada el día seis del presente mes, usaron de la palabra para hechos los C. C. Trigo, Espinosa Luis y González Marciano; éste contestó interpelaciones de los C. C. Villaseñor Salvador y Vadillo; el C. Espinosa Luis volvió a rectificar hechos y lo interrumpió una moción de orden del C. Pérez Vela; la Secretaria leyó los artículos 195 y 197 del Reglamento y en seguida se aprobó el acta.

"El C. Vásquez Jenaro reclamó el quórum. La Secretaría pasó lista y declaró la asistencia de ciento treinta ciudadanos diputados.

"Dióse cuenta con un oficio de la Secretaría de Gobernación, en que inserta el decreto del Ejecutivo de la Unión por medio del cual deroga las fracciones II, III y IV del artículo 2o. del decreto de convocatoria a sesiones extraordinarias del Congreso de la Unión, de fecha ocho de junio último. - De enterado.

"La Presidencia designó, para comunicar que el día de hoy clausura esta H. Cámara el periodo de sesiones extraordinarias a que fue convocada por el Ejecutivo de la Unión, las siguientes comisiones:

"Para el Ejecutivo de la Unión, a los C. C. Gildardo Gómez, Leopoldo Zincúnegui Tercero, Leopoldo E. Camarena, Marino Castillo Nájera, Francisco César Morales y secretario Saucedo.

"Para la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a los C. C. Isaac Olivé, Agustín Franco, Norberto García, Eduardo Guerra, Manuel Romero Cepeda y prosecretario Gutiérrez de Velasco.

"Para el Senado, a los C. C. Francisco Reyes, Antonio Gutiérrez, Rafael Jiménez Ignacio Pérez Vargas, Antonio J. Valenzuela y prosecretario García de Alba.

"El ciudadano presidente hizo la siguiente declaración:

"La Cámara de Diputados del XXVIII Congreso de los Estados Unidos Mexicanos cierra hoy, nueve de julio de mil novecientos veinte, el período extraordinario de sesiones a que fue convocada por el Ejecutivo de la Unión.

"Se leyó la presente acta."

Está a discusión. ¿No hay quien haga uso de la palabra? En votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse ponerse de pie. Aprobada.

El C. presidente, a las 6.55 p. m.: Se levanta la sesión.