Legislatura XXIX - Año I - Período Extraordinario - Fecha 19210419 - Número de Diario 30

(L29A1P1eN030F19210419.xml)Núm. Diario:30

ENCABEZADO

MÉXICO, MARTES 19 DE ABRIL DE 1921

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

AÑO I. - PERÍODO EXTRAORDINARIO XXIX LEGISLATURA TOMO II. - NÚMERO 30

SESIÓN DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS EFECTUADA EL DÍA 19 DE ABRIL DE 1921

SUMARIO

1.- Se abre la sesión. Es leída y aprobada el acta de la anterior.

2.- Cartera. Se nombran dos comisiones para que visiten, respectivamente, a los CC. diputado Eduardo Guerrero y Constantino Llaca, que se encuentran enfermos.

3.- Continúa la discusión, en lo general, del dictamen de las comisiones unidas 1a. y 2a. Agrarias, que consulta un proyecto de la ley sobre fraccionamiento de latifundios. Se levanta la sesión.

DEBATE

Presidencia del C. SIUROB JOSÉ

(Asistencia de 142 ciudadanos diputados.)

El C. presidente, a las 5.55 p. m.: Se abre la sesión de Cámara de Diputados.

- El C. secretario Zincúnegui Tercero, leyendo:

"Acta de la sesión celebrada por la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, el día diez y ocho de abril de mil novecientos veintiuno. - Período Extraordinario.

"Presidencia del C. José Siurob.

"En la ciudad de México, a las cinco y cuarenta y cinco de la tarde del lunes diez y ocho de abril de mil novecientos veintiuno, se abrió la sesión con asistencia de cientos treinta y cinco ciudadanos diputados.

"Aprobada el acta de la sesión celebrada el día trece del presente mes, se dio cuenta con los documentos siguientes:

"Oficio del Senado con el que devuelve, modificado, el proyecto de ley relativo a las reformas de los artículos constitucionales 67, 69, 79 y 89. - Recibo y a la primera Comisión de Puntos Constitucionales.

"Oficio de la propia Cámara colegisladora al que acompaña, para los efectos constitucionales respectivos, el proyecto de ley orgánica de las Secretarías de Estado. - Recibo, a las comisiones unidas primera y segunda de Gobernación e imprímase.

"Comunicación de condolencia por el fallecimiento del C. diputado Felipe Bueno, que envía el Gobierno del Distrito Sur de la Baja California. - A su expediente.

"Escrito del C. Félix F. Palavicini, presidente del Comité Permanente del Congreso Mexicano del Niño, al que acompaña un ejemplar del proyecto de tribunales para menores delincuentes formulado por el C. licenciado Antonio Pedrueza y pide que se tenga presente el referido proyecto al discutirse la Ley Orgánica de los Tribunales Federales. - A la primera Comisión de Peticiones.

"Con dispensa de trámites y sin discusión se concedieron licencias, con goce de dietas, a los CC. Benjamín Carrillo Puerto y Atanasio Gutiérrez hasta por veinte días, y a los CC. Gumaro Villalobos y Filemón Basaldúa hasta por un mes.

"También se acordó, previa dispensa de trámites y sin que nadie hiciera uso de la palabra, prorrogar por un mes la licencia que ha venido disfrutando el C. Estanislao Olguín y llamar a su suplente.

"Dispensóse la tercera lectura al dictamen de las comisiones unidas primera y segunda Agrarias que consulta un proyecto de ley sobre fraccionamiento de latifundios y se puso a discusión en lo general.

"El C. Gandarilla hizo varias interpelaciones a los firmantes del dictamen, pidió que éste fuera fundado por algunos de ellos y que se llamara al C. secretario de Agricultura y Fomento para que estuviera presente en este debate.

"Presidencia del C. Eduardo Vasconcelos.

"A invitación de la Presidencia fundó el dictamen el C. Siurob, quien contestó las preguntas del C. Gandarilla.

"A moción del C. Luis Espinosa se dio cuenta con una proposición firmada por él y por los CC. Gandarilla, Jesús Z. Moreno y Casas Alatriste, relativa a que se llamara al C. secretario de Agricultura y Fomento para que informara acerca del criterio del Ejecutivo en el Proyecto de Ley a debate.

"Puesta a discusión, una vez que se dispensaron los trámites, se leyeron los artículos reglamentarios 124 y 125 a pedimento del C. Fernando Aguirre Colorado y la Secretaría informó que oportunamente se había dado aviso al secretario de Agricultura y Fomento por conducto de la Secretaría de Gobernación. El C. Luis Espinosa habló en pro. El C. Soto y Gama pidió la palabra como miembro de

las comisiones que dictaminaron sobre el fraccionamiento de latifundios y con ese motivo hizo una moción de orden el C. Manrique; el referido C. Soto y Gama usó de la palabra en contra de la proposición y en seguida el C. Luis Espinosa contestó una interpelación del C. Alonzo Romero, referente a la conveniencia de que el secretario de Agricultura informara durante la discusión en lo particular. El C. Manrique habló en pro, y el C. Altamirano, aunque estaba inscrito en contra, usó de la palabra en el mismo sentido que su preopinantes y después de que la Secretaría le proporcionó un informe. El C. Gandarilla se produjo en pro y el C. Soto y Gama rectificó un hecho. El C. Avilés impugnó la proposición, que, así que hicieron aclaraciones los CC. Bordes Mangel, Siurob y Manrique, fue aprobada por la Cámara.

"Nuevamente a discusión en lo general el dictamen sobre fraccionamiento de latifundios, se concedió en contra al C. Luis Espinosa y éste manifestó que haría uso de ella hasta que estuviera presente el C. secretario de Agricultura y Fomento. El C. Paz manifestó que este funcionario llegaría en breves momentos y el C. Borrego hizo una moción de orden.

"Una vez presente el C. secretario de Agricultura y Fomento, la Presidencia lo invitó para que informara, pero el C. Luis Espinosa estimó conveniente interpelarlo antes, como en efecto lo hizo. El C. secretario de Agricultura y Fomento se excusó, por la razón que expuso, de responder a esa interpelación y a solicitud del C. Manrique y después de una moción de orden del C. Soto y Gama y aclaraciones del mismo C. Manrique, dio a conocer el criterio del Ejecutivo sobre la iniciativa a debate.

"El C. Luis Espinosa pronunció un discurso en contra y luego la Cámara, a consulta de la Mesa, resolvió que no continuara la sesión, por lo que el C. presidente la levantó siendo las nueve y treinta y siete de la noche.

Está a discusión el acta. ¿No hay quien impugne? En votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.

- El mismo secretario leyendo:

"La Legislatura del Estado de Hidalgo envía comunicaciones de condolencia por el fallecimiento de los CC. diputados Felipe Bueno y Edmundo G. Cantón." - A sus expedientes.

- El mismo C. secretario: Encontrándose enfermos los ciudadanos diputados Eduardo Guerreo y Constantino Llaca, la Presidencia, por conducto de la Secretaría, nombra a los ciudadanos diputados Cerqueda Manuel y González Onésimo para que visiten al primero, y a los ciudadanos diputados Manlio Fabio Altamirano y Ramón Velarde para que cumplimenten debidamente al segundo ciudadano representante.

El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadano Manlio Fabio Altamirano en pro del dictamen que recayó al proyecto de ley sobre fraccionamiento de latifundios, en lo general.

El C. Altamirano: Señores diputados: Durante muchos siglos la historia nos enseña que ha venido predominando en el mundo el imperialismo en los gobiernos, aliado a la clerecía y a la burguesía, en contra de las mayorías que constituyen el pueblo trabajador. Muchos conflictos y muchas guerras ha traído la lucha de los imperialismos en el mundo, y la última guerra europea ha sido el punto culminante, ha sido la cima a la que han llegado los dos imperialismos más grandes que han existido en el mundo: el imperialismo alemán y el imperialismo británico. Y de ese choque de los imperialismos, el británico y el alemán, resultó la contienda más tremenda que han contemplado los siglos, y en ese choque, como en una vorágine, fueron a perderse diez millones de ciudadanos últiles, no a las patrias, no a la patria alemana, no a la patria inglesa, ni a la patria francesa, sino útiles sencillamente a la humanidad. Pues bien, señores, del choque de esos imperialismos, ¿qué cosa se logró? De los millones de pesos que se gastaron allí, de tantos hombres que quedaron en la lucha, de tantas riquezas que se destruyeron, de todo eso, ¿qué quedó? Para los aliados, aparentemente quedó esto: el triunfo de la libertad, el triunfo de la igualdad y la protección de los fuertes para los débiles y todas aquellas teorías con que los aliados deslumbraron a las masas para llevarlas a la matanza. Para Alemania quedó el aniquilamiento; pero, señores, para el pueblo trabajador, para el pueblo de las fábricas, para el pueblo de los campos, no quedaron más que estas cosas: tristeza, llanto, orfandad o quedó nada, ningún progreso; sin embargo, señores, ni en Francia ni en Inglaterra ni en Alemania, sino en una región más apartada del campo de la lucha, allá en las estepas de Rusia, allá fue donde estalló la chispa revolucionaria, que es el producto más grande de la guerra europea, incubada por tantos siglos de dominación burocrática y de dominación de la burguesía. Pues bien, señores, la revolución rusa tiene esta grandiosidad: ha formado una nueva conciencia dentro del actual estado de cosas; ha involucrado todos los principios morales; ha echado abajo todos los prejuicios religiosos; ha combatido todas las formas de la tiranía; ha abolido las fronteras, ha combatido las formas de gobiernos burocráticos e imperialistas. Naturalmente que para todas las naciones, ya se llamen Imperio Alemán, ya se llamen Imperio Británico, ya se llamen repúblicas de América, estas ideas pugnan con sus intereses particulares; pero el pueblo, el pueblo que trabaja, el pueblo que recoge con amor cada una de estas palabras, el pueblo que después de tantos siglos ve que le están hablando claro y que le están diciendo palabras de verdad, el pueblo alienta con sus esperanzas, el pueblo empuja con su impulso abrumador a los apóstoles que se han echado a cuestas la gran tarea de cambiar los derroteros de la humanidad dentro de nuevos senderos de verdadera justicia y

de verdadera equidad. (Aplausos.) ¿Por qué, señores, es posible que en una Alemania sean cuatro empresas bancarias las que dirijan toda la política? ¿Por qué es posible que en los Estados Unidos, que se llama la tierra de la democracia y de la libertad, sean unos cuantos truts los que dirijan toda la política? ¿Por qué es posible que en Inglaterra, la que se llama la libertadora, la que se llama tierra de libertad, Inglaterra que se llama la cuna de las instituciones, donde no se necesitan leyes escritas, sino las leyes que están formadas por las costumbres, por qué Inglaterra está aherrojando a Irlanda, únicamente porque clama por su libertad? ¿Qué, Inglaterra puede decir que los irlandeses no están a la altura de civilización que ellos? ¿Pues que no tienen la misma edad? ¿pues que no tienen las mismas costumbres? ¿pues que no tienen las mismas instituciones? ¿con qué derecho entonces Inglaterra ahoga en sangre las aspiraciones literarias de Irlanda? Pues bien; estas son las naciones que tienen en la actualidad el control del mundo; y el pueblo que se ha compenetrado ya de que tiene en su poder la fuerza; el pueblo que se ha compenetrado ya de que los gobiernos no constituyen más que las mesas directivas de la burguesía que domina en todos los ámbitos; el pueblo que se ha compenetrado ya de que van y vienen revoluciones políticas, de que salen unos presidentes para entrar otros, de que salen unos potentados para venir otros quizás peores; el pueblo que está ya cansado de incubar tiranos, el pueblo levanta hoy la bandera roja y negra del poder de los trabajadores para implantar su gobierno. (Aplausos.) Y los intelectuales contestan con sonrisas; los intelectuales contestan con desdenes, y dicen ellos en su soberbia: pues bien, los obreros en medio de su ignorancia, los obreros en medio de su incapacidad para dirigir los negocios de la cosa pública, tendrán que apelar a nosotros. ¡No, señores! Decía yo ayer que hoy en los nuevos horizontes de la vida social no predominarán ya los grandes talentos, ni las grandes intelectualidades, sino los hombres de energía y los hombres de buena fe sobre todo. La intelectualidad que ha estado siempre al servicio de la burguesía mira con desdén y combate las ideas del pueblo trabajador, combate las ideas de Rusia; por esto toda la prensa está en manos de la burguesía dice que la revolución rusa ha sido un fracaso y por eso vienen cientos y cientos de libros a decirnos que en Rusia ha fracasado la revolución, y por eso todos los gobiernos se empeñan en expulsar de su seno a todos los hombres que predican la verdad y que dicen que la revolución se abre paso en los cerebros de todos los hombres bienintencionados Pues bien, señores, de esos hombres bienintencionados habemos muchos aquí dentro de la Cámara, que iremos predicando la buena nueva de la revolución rusa por todos los ámbitos de la República Mexicana, a despecho de todos los gobiernos. (Aplausos.) La revolución rusa, señores, ha echado abajo dioses y ha echado abajo ídolos; la revolución rusa combate los gobiernos burocráticos, la revolución rusa combate las fronteras, porque no deben existir; la revolución rusa combate los militarismos, que son el morbo más tremendo para todas las naciones, para todo el mundo. ¿Qué no, señores, tenemos el ejemplo de nuestra nación? ¿Qué no vemos nosotros que el setenta y cinco por ciento del presupuesto que viene del pueblo se emplea en mantener a un ejército que no sirve para nada? (Aplausos.)

Bien, señores; el principio más grandioso de la revolución rusa, el que ha venido a asustar a toda la burguesía, el que ha venido a hacer que las mesnadas del Vaticano se unan para combatir a la revolución rusa, el principio que ha venido a asustar a todos los gobiernos que sientes ya que sus tronos se bambolean, es la abolición de la propiedad privada de la tierra. Este principio, señores, fue el primer paso de la revolución rusa y tiene que ser el primer paso de la revolución mexicana, si no queremos quedarnos atrás dentro de los principios revolucionarios que hemos proclamado. Por eso, señores, como un paso hacia la consecusión de ese fin, como un paso hacia la consecución de la socialización de la tierra, las comisiones unidas Agrarias han dado esa ley; y esa ley, señores, no con pretensiones de que sea omnisciente, no con pretenciones de que sea una obra maestra, sino únicamente para que sea la piedra de toque de las personas que van a tomar parte en esta discusión, para aquilatar el verdadero sentir de los que nos llamamos y que muchos somos representantes del pueblo y para ver qué ideas triunfan, si las ideas atrasadas o las ideas modernas; para ver quiénes tiemblan a la hora de firmar con su puño y letra las grandes promesas hechas al pueblo; para ver quienes tienen temor de dar un paso dentro de la verdadera senda revolucionaria; para ver quiénes pretenden mejor tener canonjías y tener la protección del Gobierno y quiénes se encaran al Gobierno para exigirle lo que debe dar al pueblo: la socialización de la tierra. Creemos nosotros, señores, que la ley agraria que hemos presentado a vuestra consideración está todavía un grado atrasada dentro de nuestras propias ideas; lo confesamos. Nosotros hemos hecho un esfuerzo para no proclamar totalmente nuestras ideas, que muchos de nuestros compañeros llaman anárquicas y llamarán tontas; pero con toda intención hemos dado esta ley para que todos reunidos, para que todos juntos en un solo haz indestructible, proclamemos aquí las verdaderas reformas que quiere el pueblo mexicano. El pueblo mexicano no quiere pagar por la posesión de la tierra. ¿Por qué? Porque al restituir al pueblo mexicano las tierras que le robaron los encomenderos españoles, no hacemos ninguna gracias, no hacemos más que justicia a las comunidades que fueron despojadas por los aventureros españoles (Aplausos.) Señores; ahora voy a concretar. El compañero Espinosa, ayer en su ataque en lo general a esta ley, no se dedicó a atacarla en lo general, porque comprendió que en lo general no podía atacarla, es decir, no puede atacar la idea fundamental de la ley que es la repartición de las tierras; el compañero Espinosa pudo atacar artículos aislados, ¡y claro! es obra humana, es obra de unos cuantos, debe tener errores, y por eso la hemos sometido al estudio de ustedes para que algunos con su buena fe, algunos con sus grandes conocimientos y algunos con sus estudios especiales vengan a decirnos: en este artículo hay un error, vamos a corregirlo; la Comisión no se ha

ensoberbecido; no, señores, ¡ojalá que todos los compañeros aportaran su pequeño concurso para hacer una ley que satisfaga las aspiraciones del pueblo y que no se vaya a convertir, como decía ayer el compañero Avilés, en una ley de estira y encoge, que sirva sólo para lucrar a los grandes coyotes de la actual política administrativa! Porque, señores, hay que decir verdades, hay que hablar claro: ¿qué no estamos viendo que en las esferas gubernamentales, a pesar de la buena intención de los jefes, todavía hay coyotes que andan traficando con los bonos? ¿Qué no estamos viendo que los coyotes se meten en el Ayuntamiento para querer hacer de él una cueva de bandoleros? ¿Qué no estamos viendo cómo se trafica en todos los órdenes con el dinero que expensa únicamente el pueblo trabajador? Pues bien, reclamamos los de la Comisión el concurso de todos ustedes para hacer una verdadera ley, y desde aquí proclamamos nosotros que nuestra idea fundamental es la socialización de la tierra; que no habíamos dado esta idea porque todavía, desgraciadamente todavía, tenemos muchos compañeros timoratos que al oír exponer ideas sobre la revolución rusa, quizá allá en su interior se encomiendan a Dios y se santigüan para no caer en pecado. (Aplausos.) No hemos querido asustar a la Asamblea; pero ya que estamos en pugna, ya que algunos compañeros nos han tildado de que esa ley es reaccionaria, aquí estamos los que hicimos esa ley para ir más adelante dentro de las ideas sociales actuales de lo que pudiera ir cualquiera de los impugnadores de la ley, Esta idea, que indiscutiblemente es una obra de gran trascendencia que viene a echar abajo los grandes principios de derecho civil inspirados allá en las Pandectas y en el Código de don Alfonso el Sabio; que viene a efectuar una verdadera revolución en la tierra mexicana; hará que el Arzobispo quizá luego que sepa mis palabras nos vaya a excomulgar; que con esto los grandes terratenientes muevan sus millones de pesos para querer sobornar al Gobierno y hacer que estas ideas no fructifiquen dentro del pueblo; que con este motivo los grandes capitalistas que sostienen la prensa se vendrán encima de nosotros con insultos y con befas que seremos indiscutiblemente el punto de escarnio de todos los enemigos de estas ideas. Y qué, señores, ¿nosotros vamos a temblar por esto? ¿Nosotros vamos a arredrarnos ante esta obra que es una obra de humanidad? ¿Qué no tenemos nosotros el ejemplo de muchos hombres que se exponen en estos instantes a las iras de todos los gobiernos burocráticos e imperialistas de Europa, que están cercados materialmente y que a pesar de todo han podido vivir cuatro años y han hecho en favor de la instrucción pública durante un año lo que no han hecho los gobiernos imperialistas de Europa? Pues bien, la obra es grande, la obra tiene peligros, la obra es, si se quiere, desquiciadora del actual régimen social; los llamados intelectuales indiscutiblemente mañana la prensa y en los libros nos van a desmenuzar, van a decir que carecemos de talento, van a decir que somos unos tontos, van a decir que somos unos locos. Bien, señores diputados, esos intelectuales que estudiaron el Padre Ripalda, esos intelectuales que todavía van a encenderle un cabito de vela a San Antonio para que les haga un milagro, esos intelectuales que todavía tienen temores, que todavía incuban en su cerebro prejuicios que les han imbuído en su monte desde la niñez; esos intelectuales yo creo que están en un error. ¿Por qué? Porque las mayorías, el pueblo que trabaja se va orientando hoy dentro de un nuevo orden de cosas; ya el pueblo trabajador ve claramente; ya el pueblo trabajador se fija que en las fábricas el noventa por ciento lo producen sus brazos, y entonces dice: ¿por qué si nosotros producimos el noventa por ciento de lo que da una fábrica, sólo se nos da el salario estrictamente necesario para que no vayamos a morir de hambre? El pueblo que trabaja se fija ya en todo esto y está pendiente; ya enarboló la bandera rojo y negro y es muy difícil que algún poder del mundo, ni Inglaterra, ni Alemania, ni los Estados Unidos, ni mucho menos México, pudieran arrebatarle esa bandera; y aunque se la arrebataran, en sus metas tienen ya la idea y la idea ha hecho escuela, la idea ha hecho conciencia, y para desgracia de la burguesía las ideas que forman una conciencia, las ideas que se convierten en idea - fuerza, esas ideas triunfan a la larga o la corta. Señores: ahora reclamo el concurso de todos ustedes, para no combatir con denuestos, ni con insultos, ni con injurias, como desgraciadamente lo hizo el compañero Espinosa; no, vamos a discutir por medio de ideas; vamos aquí, como decía muy bien el compañero Siurob, a idealizar; vamos a no personalizar para que no degenere la contienda, y entonces, cuando hayamos fijado las ideas de las cuales está pendiente el pueblo para ver si cumplimos con nuestro deber; cuando hayamos hecho una ley que aunque asuste a la burguesía y a la clerecía deje perfectamente tranquilas a las mayorías que trabajan, entonces con sola esta ley - no quiero ninguna otra más -, con sólo esta ley que diéramos nosotros para que el pueblo se convenciera de que estamos animados de los mejores deseos, con esta solo ley, podríamos dejar nuestras curules en esta Legislatura y salir airosos por esa puerta. (Aplausos.) Entonces habríamos puesto la primera piedra de la verdadera revolución mexicana que indiscutiblemente, aunque no queramos, será una fracción de la guerra de la revolución mundial que en estos momentos pugna por dar el predominio a las mayorías constituídas por el pueblo trabajador, en contra de las minorías explotadoras: la burguesía y el clero. (Aplausos.)

Presidencia del C. VASCONCELOS EDUARDO

El C. presidente: Tiene la palabra en contra el ciudadano Domínguez.

El C. Domínguez Norberto: Honorable Asamblea: Antes de entrar en materia debo hacer un corto preámbulo que tal vez no sería necesario tratándose de otro diputado, pero que juzgo indispensable tratándose de mí, por ser el diputado más excepcional de esta cámara, por causas que es inútil mencionar, porque todos ustedes las conocen perfectamente bien. Debo comenzar por una manifestación clara y sincera: suponen algunas personas que yo, por ser un diputado independiente,

tengo que ser por fuerza un diputado oposicionista sistemático. Debo decir que no es esa mi posición; ha terminado la revolución. (Voces: ¡No, principia! Murmullos.) Calma, señores. Ya habrá bastante tiempo para seguir tratando ese tema; suplico a mis apreciables oyentes que tengan la amabilidad de escucharme.

El C. presidente: La Presidencia atentamente ruega a los ciudadanos diputados se sirvan escuchar al orador.

El C. Domínguez: Y sobre todo, señores, aunque la revolución no haya terminado, los grandes problemas nacionales no debemos resolverlos ya sobre el campo de batalla; debemos resolverlos en el terreno de la palabra; en este sentido yo, que no soy revolucionario y que no vengo como pueden hacerlo algunos a declararse revolucionarios de última hora, puesto que mis ideas son perfectamente bien conocidas; estoy, sin embargo, dispuesto a ayudar al Gobierno a consolidarse hasta donde mis insignificantes facultades me lo permiten, defendiendo con calor sus iniciativas cuando las crea patrióticas y sensatas, y combatiéndolas con energía cuando las crea absurdas. Desgraciadamente no pude aprovechar una oportunidad que se presentó hace poco para verificar lo primero, que fue el sensato proyecto presentado por el ciudadano presidente para aplazar el establecimiento del Banco Único. Les consta a algunas personas, al señor diputado Trejo, por ejemplo, que era vicepresidente, que yo iba a defenderlo con energía; pero a última hora el señor ministro de Gobernación lo retiró. Lo siento porque hubiera probado allí mi independencia. Ahora al contrario; ahora se trata de una ley iniciada por el Ejecutivo y a la cual la Comisión le dio forma y que tengo que combatir enérgicamente. Probablemente al combatirla le presto a la Federación mejores servicios que defendiéndola. Es una fatalidad en nuestra historia, señores, que ya está produciendo un fenómeno secular, que nuestros gobiernos caen más que por los ataques de sus enemigos, por la incompetencia de sus correligionarios y de sus partidarios. A tal grado se manifiesta eso, que si seguimos como vamos, los gobernantes tendrán que repetir con aquel cuyo único acto de religiosidad era levantar los ojos y decir: ¡Señor, señor, líbrame de mis amigos! Hago estas explicaciones para manifestar que no vengo con un espíritu de oposición sistemática. Segundo punto: tampoco me traen a la tribuna asuntos de carácter personal. No tengo rencillas, afortunadamente, con ninguno de mis compañeros; antes bien, a todos estimo: igualmente estimo a los apreciables miembros de la Comisión, excepto el señor Antonio Díaz Soto y Gama, porque con él tengo contraída una enorme deuda de gratitud que no pagaré nunca, pues ya recordaréis que fue quien me dio la oportunidad de hacer mi inauguración en la tribuna parlamentaria de una manera que me valió el aplauso de mis amigos y, cuando menos, la estimación de mis adversarios; no digo enemigos, porque soy demasiado pequeño para tenerlos y porque ellos son demasiado bondadosos para verme con tal carácter. El tercer punto viene ya refiriéndose propiamente a la cuestión agraria. No soy, en principio, enemigo de la creación de la pequeña propiedad; lejos de ello, tengo la gloria de haberla iniciado probablemente antes que todos los revolucionarios. Es inútil repetir lo que dije en la sesión relativa; pero aquí está este folleto que pongo a la disposición de quien quiera verlo; desde el año de 1904 ya abogaba yo por la creación de la pequeña propiedad, porque creo que la fuerza de una nación está principalmente en la agricultura, que es la primera de todas las ocupaciones del hombre y de la cual se derivan todas las demás. Creo que la grandeza de los pueblos reside principalmente en tener una clase numerosa de pequeños propietarios rurales que, identificados con la propiedad que tienen y viéndola como una parte de la patria, se sienten más patriotas y más decididos a defender su propiedad y sus convicciones que cualquiera otra clase de ciudadanos. Por eso hago la afirmación categórica de que soy partidario de la creación de la pequeña propiedad, y en este punto nadie podrá titularme como enemigo de ella; pero, señores, si soy partidario de la pequeña propiedad, si he deseado desde hace muchos años que se establezca porque considero que es una de las condiciones indispensables para nuestro progreso, por lo mismo que deseo verla establecida sobre bases firmes, por lo mismo que quisiera verla inconmovible y perpetua, por eso vengo a combatir el presente proyecto en el cual, como vulgarmente se dice, no encuentro desperdicio, pues lo encuentro malo desde el principio hasta el fin. (Murmullos.) Y en el caso en que estoy yo están los demás señores diputados pues este proyecto tiene una particularidad: no satisface ni a tirios ni a troyanos. A los avanzados, como al estimable colega Manlio Fabio Altamirano, para él es un proyecto profundamente reaccionario. ¡Cómo no! Ellos quieren la socialización de la tierra; la revolución rusa, que está haciendo tantos estragos en los cerebros mexicanos; quisiera la socialización de la tierra, la socialización de las propiedades, la socialización de las mujeres y, por último, hasta la socialización del talento. (Murmullos. Risas.) ¡Hasta allá llegaría la tiranía rusa para que no hubiera hombres de más talento que otros! Pero en fin, señores, ya que tan benévolos os mostráis, voy a comenzar por analizar la iniciativa. Parece increíble el punto por donde voy a comenzar: por la cuestión gramatical, porque nuestros colegas, no obstante que los presidentes de las comisiones son profesionistas, pues uno de ellos es médico y el otro es abogado, han comenzado por ignorar hasta las reglas más elementales de la gramática y el conocimiento de la etimología, usando el verbo neutro "cesar" en su carácter de transitivo y como equivalente de destituir o de poner, y el verbo obstruccionar en lugar del verbo obstruir. Son cosas verdaderamente insignificantes; pero tal parece que estos señores han estudiado la gramática en los ensayos de algún meritorio que se inicia como reportero en alguno de los diarios de la capital. (Risas.) Pues bien, no para allí; si esas faltas fueran de las que nosotros llamamos error manifiesto sería menos grave, porque error manifiesto es aquel que uno mismo puede corregir; pero hay otros que ya no dejan a uno en duda, dadas las aptitudes gramaticales de estos señores, cuando dicen: "Las mujeres mexicanas mayores de

edad y viudas tendrán también derecho para adquirir parcelas de tierra..."

Yo no entiendo aquí de qué se trata, si de que puedan ser las solteras o que única y exclusivamente las viudas. El texto me dice que únicamente las viudas y que las solteras están excluídas de estos beneficios. Ya ven, pues, señores, que tengo razón en hacer estas observaciones. Dirán ustedes: ¿pero qué trascendencia puede tener venir a cazar gazapos en la tribuna parlamentaria? Tiene una trascendencia más grande que la que ustedes se imaginan cuando veo que una persona se equivoca en un asunto elemental, es un asunto sencillo; y cuando veo en un dictamen que va a ser glosado, comentado, discutido y al cual se le buscarán todos los lados para atacarlo, se cometen errores, presumo que en asuntos que no forman la ocupación habitual de la persona, como la agricultura y el agrarismo, los errores serán muy grandes. Me acuerdo de una hermosa anécdota inglesa: Llegó una vez a Londres un inglés que había viajado mucho por la India; contó que había hecho observaciones interesantísimas, que traía estudios estadísticos muy buenos. Su interlocutor, inglés también, que era un hombre no del todo tonto, fingiendo no entender o no fijarse mucho en la conversación, le dijo: - "Amigo mío, ¿tuviera usted la bondad de decirme si los números de la carátula de su reloj son arábigos o romanos?" - Creerá usted que no me he fijado?", le contestó. - "Pues amigo, le dijo, si sacando usted su reloj seis u ocho veces al día no se ha fijado si los números de la carátula son arábigos o romanos, ¿quién le va a creer que usted ha hecho esas interesantísimas observaciones?" Y aplicando esa anécdota, digo yo: si los señores de la Comisión han cursado tan mal la gramática, ¿cómo voy a creer que conocen estos asuntos complicados del agrarismo?

Sigo después estudiando atentamente la parte expositiva. Debo confesar a ustedes que no soy especialista en asuntos agrícolas, ni agraristas; no es posible que un hombre pueda saber de todo. Tengo ideas enciclopédicas, pero a pesar de ello, en algunas cosas soy enteramente ignorante, como por ejemplo, en cuestiones agrarias; pensé que el dictamen me iba a ilustrar mucho; desgraciadamente me equivoqué, porque allí solamente me he encontrado con lirismos, como cuando habla de "crisol caldeado por la sangre de los mártires" Esta es una metáfora que creo que la primera vez que se usó fue de un éxito soberbio en alguna festividad cívica; pero ahora que surge por la vigésima o quincuagésima vez, yo daría este crisol y muchos de los que he usado en mi profesión de ensayador y metalurgista, por algunos datos numéricos que me hubieran ilustrado, como saber siquiera cuánto vale una yunta de bueyes, cuánto tiempo tarda una siembre de maíz, cuánto será la utilidad, en fin, algo que me permitiera saber cuáles son las espectativas que un agricultor tiene, un pequeño fraccionista, para tener éxito. Después de esta, ya llego hechas estas observaciones, a estudiar la cuestión. No voy o hacer lo que el compañero Espinosa: a atacar punto por punto; no, me voy a referir únicamente a principios generales; tampoco trato de lastimar a nadie. Algunas veces en el curso de mis conversaciones - porque es como yo les llamo, no merecen llamarse discursos, pues mi estilo en la tribuna es de conversador -, suelo lanzar una que otra pequeña sátira insignificante que no rasguña más que la epidermis cuando más, jamás llevan veneno. Es un recurso que proviene de que conozco la psicología de los auditorios y de los oradores. Si yo fuera un orador grandilocuente, no me valdría de este recurso; pero así como conozco la psicología de los oradores, conozco también la psicología de las cocineras que para disfrazar sus malos "guisotes" les ponen siquiera un poco de chile y pimienta con el mismo entusiasmo. (Risas.) Pido perdón por cualquiera sátira, pues no es mi ánimo ofender a nadie. Desde luego lo primero que encuentro es el fundamento de la ley agraria; para quitar los latifundios nuestros apreciables agraristas, para resolver el problema acuden al mismo procedimiento que un mal aprovechamiento discípulo que tuve yo en la clase de aritmética, y no es alusión a ninguno de los dos o tres discípulos que hay aquí en las curules, porque ninguno de ellos lo fue de aritmética, le decía yo que quitara el denominador del primer miembro de la ecuación; y él encontró un procedimiento sencillísimo: cogió un trapo y lo borró olvidándose de poner la compensación correspondiente del segundo miembro. Los señores agraristas de la Comisión resuelven el problema exactamente por el mismo procedimiento; nada de compensaciones a nadie; borrar y quitar el denominador. Dirán ellos que no, que el Gobierno ha vigilado por los intereses de los latifundistas. ¡Cómo no! Y esa es la deuda agraria ¡ya lo creo! Es un gran recurso ¿saben ustedes por qué? Porque los mexicanos llevamos a la vida pública los mismos procedimientos que usamos en la vida privada; los mexicanos todas las cuestiones las resolvemos por un procedimiento muy sencillo: pidiendo fiado. ¿Por qué el Gobierno no ha de hacer lo mismo? ¿Tenemos con qué pagar? Eso no nos importa. Los mexicanos lo mismo en lo particular que en lo oficial procedemos como un gran señor que una vez había ordenado a su ayuda de cámara que diera un banquete: "Señor, no hay dinero". - "Pues pide" - "Ya debemos mucho" Y entonces, con toda la majestad de su alta categoría, repuso "Hágase lo que se deba, aunque se deba lo que se haga" (Risas. Aplausos.) ¿Cómo vamos nosotros a querer resolver la deuda agraria con un despojo, que a eso es equivalente? Yo en mi calidad de liberal he aprendido a respetar la propiedad y por eso encuentro altamente inconveniente la ley. Mi apreciabilísimo amigo el señor Altamirano la encuentra pésima porque no se base en el despojo: he aquí confirmado lo que decía, esto es, que ni a tirios ni a troyanos satisface este ley. Los agraristas en su afán de hacer efectiva esta ley por cuantos procedimientos quieren, tienen un artículo tiránico: "Podrán ser expropiadas las tierras mantenidas en erial durante los últimos cinco años". Pues, señores, esto es sencillamente retroactivo; pero aparte de esto, no van ustedes a perjudicar únicamente al latifundista, sino también al pequeño propietario. Hablo en estos momentos ya no como un orador que tiene tales a cuales ideas, sino que hablo como un diputado por su distrito que tiene instrucciones claras y terminantes de sus electores; ataco esta ley, ya no en nombre de mis propias ideas, sino

en nombre de mis electores, y voy a citar casos concretos que puedo probar en el momento en que se quiera. Probablemente se halla en las galerías de la Cámara el presidente de la Asociación de Agricultores en pequeño del Valle de Zaragoza; el Valle de Zaragoza es una de las municipalidades del distrito de Hidalgo, situado a orillas del río Conchos; sus tierras son de primera clase, magníficas. Los agricultores que forman esta sociedad son cien y tienen parcelas de 20, 30 y hasta 40 hectáreas, siendo muy pocos los que tengan más de 20. Pues bien, estos agricultores hace cinco años que no cultivan sus tierras, y aplicándoles esta ley, mis representantes indudablemente que tendrán que ser despojados...

El C. Zincúnegui T., interrumpiendo: Y no vuelves a la otra.

El C. Domínguez, continuando: Es una fortuna para mí la interrupción, compañero Zincúnegui, y está muy en su lugar eso de que ya no vuelva a la otra. ¡Ojalá que nosotros cuando discutimos una cuestión prescindiéramos del pensamiento de la reelección; una ley sapientísima sería la que privara de la reelección a los diputados! (Aplausos.)

Ya sé cuál es la objeción que me van a hacer: ¿y entonces quién conservará la tradición de la Cámara? De una manera muy sencilla: renovándola por mitad o por terceras partes. Mientras un diputado tenga por base los $33.33 y la reelección, estamos perdidos, porque no habrá convicciones. (Aplausos.) Pero, señores, la costumbre de mis compañeros de hacer interpelaciones y la mía de no desconcertarme por ellos sino, al contrario, recogerlas, me llevan a las digresiones en esta pequeña conversación y me distraen del objeto principal. No lo lamento si las digresiones son tan oportunas como ésta. Digamos, pues, como el ranchero del cuento: "Volvamos a mis carneros, señor". (Murmullos.) Pues bien, señores, continúo hablando en nombre de mis electores; estos señores tuvieron que refugiarse en el Parral a causa de la revolución; hace mucho tiempo que están ahí; no pueden volver a Zaragoza porque tienen dificultades tan grandes como ésta: se ha cortado la línea telegráfica, no tienen caminos carreteros; yo me he ocupado de gestionar toda esto, porque el problema agrario es tan complejo, que no bastan tierras si además no hay caminos carreteros y dinero; todas las tierras saldrán sobrando lo mismo 10 que 100 hectáreas. Yo he logrado por fortuna conseguir que se diera una subvención para los caminos carreteros y ahora trabajo con mucho empeño por conseguir que además de las ventajas que ya obtuve, se le haga un préstamo hipotecando sus propiedades porque, señores, dicen que Napoleón decía que para hacer la guerra lo primero que se necesita es dinero y en segundo lugar dinero y en tercer lugar más dinero. Pues lo que Napoleón dijo de la guerra, digo yo respecto del agrarismo: para hacer agrarismo se necesita dinero, dinero y dinero, y mientras el dinero se preste con un dos por ciento mensual, yo no sé como los agricultores y los medieros irán a levantar sus cosechas. Pues decía yo que estos señores agricultores tienen abandonadas sus propiedades por una razón muy sencilla: porque no tienen con qué cultivarlas, no tienen el más insignificante implemento de labranza, tanto que por allí corre un bonito epigrama. Dicen que cuando llegó un jefe revolucionario y hablaba con uno de los agricultores, uno de aquellos campesinos, le decía: Ustedes deben estar agradecidos, les vinimos a quitar el yugo que tenían; y entonces aquel agricultor le contestó: Ojalá, patrón, que fuera cierto; no nomás el yugo, sino también los bueyes. (Murmullos. Risas.)

Y esa es la condición en que se encuentran todos estos señores. Pues bien, yo que deseo el establecimiento de la pequeña propiedad, cuando la veo sobre una base tan deleznable como es una confiscación lisa y llana, no creo que vaya a ser posible que haya alguien que acepte una propiedad que tenga tan deleznables cimientos. Mañana o pasado viene otro movimiento político, ¿y qué sucederá? Tan no es una simple hipótesis, que muchos de mis electores me han mandado a decir que combata la Ley Agraria; muchos de ellos tienen pequeñas propiedades y no las emplean por falta de dinero. Así pues, creo que sí debemos buscar el fraccionamiento de la propiedad, pero estableciéndolo sobre otras bases. Después de hablar del inconveniente tan grave que presenta una propiedad que tiene por base una confiscación, veo cuál ese el tribunal que va a tratar de esos asuntos: la Comisión Agraria. ¡Parece increible que en pleno siglo XX se resucite el Tribunal de la Santa Inquisición de los tiempos de Felipe II! Porque la Comisión Agraria va a ser un poder omnímodo, absoluto, que estará por encima de todo y de todos. Si son honrados los que integren ese poder, serán sencillamente unos déspotas; si son hombre de mala fe, el peligro no será solamente el despotismo, sino el abuso y se convertirán en los árbitros de la propiedad del país. Cuando se quiere citar el ejemplo de un tribunal autocrático, de una presión terrible, se recuerda el famosos Consejo de los Diez que durante quinientos años manejó como absoluto a la República Veneciana. Señores, el Consejo de los Diez en materia económica, está resultando una institución liberal al lado de la Comisión Agraria. Tal parece que ese espíritu de intransigencia se manifieste en todos los puntos de la ley, uno por uno. Voy a leer aquí dos párrafos. Cuando se trata de las penas, estos señores agraristas volvieron su vista a Rusia; es natural, si Rusia está en moda, si el socialismo es una religión. Como dice muy bien el ilustre pensador Gustavo Lebon, la propiedad característica de la fe, es la de no ser conmovida ni por la razón ni por la experiencia; por eso estos señores vuelven a esa nebulosa obscura del pueblo ruso que siempre ha sido el mismo y nos recuerdan tiempos y nos hablan del Código que expidió el famoso zar inmortalizado por el pincel de Antokolsky y por el cincel de Yha Riepine. (Aplausos.)

Pero yo no voy hasta Rusia. Los ejemplos los tengo más cerca: voy a leer dos párrafos que no necesitan comentario.

"Penas. - Artículo 45. Todo individuo que propale especies, noticias o rumores contrarios a esta ley y a su aplicación, o que intente disuadir por cualquier medio a los solicitantes de hacer sus peticiones, pagará una multa de cincuenta y quinientos pesos, y en caso de reincidencia, sufrirá la pena de prisión de uno a tres meses."

Muy bien. Ahora vamos por acá. (Murmullos. Un

ciudadano diputado interrumpe al orador.) No, el más servil de los diputados de la dictadura no hubiera firmado esta iniciativa. Vamos allá. Año de 1767 Gobernaba esta Nueva España el marqués de Croix, si lo pronunciamos a la francesa, o el marquéz de "Cróix". Hay para todos los gustos. Yo lo pongo así, porque si le digo Croix, no me tachan unos, y si digo "Cróix" no me tachan los otros, acababan de expulsar a los jesuitas por orden del gran rey Carlos III, y como la expulsión de los jesuitas hubiera levantado grandes protestas, el marqués de "Croix" mandó publicar un edicto que decía:

"De una vez para lo venidero deben saber los vasallos del Gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discutir y opinar en los altos asuntos del gobierno."

(Risas. Aplausos.) Y yo pregunto, señores: ¿qué diferencia hay entre un artículo tal como lo propone la Comisión Agraria y los edictos del marqués de "Cróix"? (Risas. Aplausos.) ¡Y eso pasa, señores, en pleno siglo XX, cuando se habla de crisoles caldeados y que se seguirán caldeando más y más! Señores, parece increíble; los liberales, los que somos verdaderamente liberales y que hemos acabado por titularnos a nosotros mismos reaccionarios, porque yo soy el primero que me titulo reaccionario, puesto que se han cambiado la connotación de la palabra, no podríamos de ninguna manera aprobar esta ley. Creo, señores, que si no queremos contraer una gran responsabilidad ante la historia, debemos reprobar esta ley en lo general; pero completa, no tratar de enmendarla, porque es cosa que no tiene enmienda; es mala desde la cabeza hasta los pies, y con la circunstancia de que es tan mala para los radicales que quieren el despojo liso y llano, como para los liberales que queremos que se respete hasta donde es posible la propiedad. Me faltaba nada más un punto - es otra de las perlas negras de la iniciativa -, y es la facultad que se da a la Comisión Agraria para ingerirse en los asuntos del régimen interior de los Estados: son novísimas teorías de Derecho Constitucional que no conocía. No es extraño, porque no soy abogado, ni soy constitucionalista. Yo creía que el Pacto Federal mencionaba claramente las facultades reservadas a la Federación y expresaba que todas aquellas que no estaban reservadas a la Federación eran del dominio de los Estados, y que cuando se quería ampliar las facultades de la Federación, tendría que promoverse por los conductos y en la forma que la Constitución establece, como se hizo cuando se legisló sobre minas y otros puntos; pero no lisa y llanamente haciendo que la Federación invada los Estados. No es extraño esto tiene más cola de lo que a primera vista parece; tiene más veneno de lo que se pudiera sospechar. Sepan ustedes que se pretende llevarnos a la República Central, al centralismo perfectamente desacreditado y no porque en principio sea malo, pues creo que si cuando se constituyó México se hubiera constituído un organismo central, no se hubiera hecho un disparate político. A mi modo de ver, la Federación supone preexistencia de Estados autónomos y libres que se unen por un pacto federal...(Voces: ¡Al estilo Moheno!) Es posible; Creo que el señor Querido Moheno ha escrito sobre esto opinando de igual manera, y creo que ha tenido derecho de manifestar su opinión, y creo también que si alguna persona debe estar satisfecha de la importancia que se le da por esta Cámara, es el señor Querido Moheno. (Voces: ¡Tu compadre!) Sí, señores, soy su amigo. ¿Por qué negarlo? Tengo amigos en todos los bandos, entre tirios y troyanos. ¿Por qué me había de ofender con su amistad? Es inteligente, muy buena persona; y no sólo, sino que lo he felicitado cuando ha sido atacado en esta Cámara, porque ha alcanzado el honor de que la Representación Nacional se ocupe de él con demasiada frecuencia. Pero, en fin, señores,.....

El C. Manrique, interrumpiendo: Dígalo Pedro de Alba.

El C. Domínguez Norberto, continuando: ¡Ah, sí, ya recuerdo.... bueno, no quiero recordar, porque el señor Pedro de Alba es una amigo a quien aprecio, lo aprecio y lo estimo demasiado; apenas me acuerdo que la ironía de Querido Moheno llega a tal grado, que con tres palabras dijo: "el señor Pedro de Alba que ahora trabaja de diputado." Esa fue la ironía en contra de él y esa fue ironía contra todos nosotros. Pues bien; dejemos a Querido Moheno en paz; ya nos hemos ocupado mucho de él, y vamos a seguir con nuestro tema. Hoy se legisla con motivo de la Ley Agraria, invadiendo las facultades de los Estados; mañana, con motivo de la Ley del Trabajo, se invalidarán las facultades de los Estados; ya creo que alguno de los miembros del gabinete ha dado a estudiar el punto de si conviene el centralismo o el federalismo. Lo que yo estaba diciendo cuando alguno de mis apreciables compañeros me interrumpió, era esto que la federación supone preexistencia; yo no concibo una federación formada de golpe y porrazo; la federación supone entidades anteriores que se han unido En los Estados Unidos la federación agregó; en México separó. Nuestro organismo era un organismo central al establecerse la República Federal; se crearon esas entidades; creo yo que el centralismo era más lógico y, sin embargo, soy defensor del federalismo por esta razón: el federalismo significa para nosotros un dique a los abusos del poder federal, a los abusos del poder central. Van tres generaciones ya que se han educado en el sistema federal; además, las palabras "centralismo" y "federalismo" son la bandera de combate; ya no representan nada más una opinión política, porque el centralismo está perfectamente identificado con la causa de los conservadores, y el federalismo está bien identificado con la causa de los liberales. En los momentos actuales, en que todos deseamos la paz, en que deseamos la consolidación del Gobierno, el pedir el despojo liso y llano de los propietarios sin objeto alguno, porque mientras a los pequeños propietarios no se les dé dinero a bajo precio, sus parcelas probablemente no les servirán de nada, resulta completamente inaplicable, y si al mismo tiempo que se enciende esa mecha por un lado, se enciende otra para resucitar la República central, ¿qué es lo que se quiere hacer? Dar elementos, dar armas para que la paz no llegue a establecerse, dar bandera a los descontentos, que siempre los hay. Y yo, señores, con un criterio

patriótico, que no estoy ligado por intereses con nadie, porque yo no tengo terrenos ni soy representante de los latifundistas ni me dan negocios ni tengo que andar con ellos, yo soy pobre ahora y siempre lo he sido, mi vida es transparente y la conocen todos; así es que tengo derecho, cuando hablo aquí, a que se me crea que hablo desinteresadamente. No hablo, pues, señores, en nombre de utópicas teorías; no hablo tampoco en nombre de la Revolución, porque la Revolución, por muy respetable que sea, hay algo que está por encima de ella: la patria. Yo hablo en nombre de la patria y veo la enorme responsabilidad que tenemos al aprobar leyes absurdas. (Siseos. Murmullos.) Pueden decir los señores lo que gusten; ya sé que uno de nuestros deberes es tener firmeza en nuestras ideas y obrar patrióticamente; revolucionarios y no revolucionarios, estamos en nuestro papel tratando de que el Gobierno se consolide, y para lograr esto necesitamos no expedir leyes atentatorias, sino justas. En vez de buscar el odio, establezcamos la paz y el amor entre todos los mexicanos, porque de no ser así, seremos acreedores al anatema de la Historia y a las maldiciones de la posteridad. He dicho. (Aplausos.)

El C. presidente: Tiene la palabra en pro el ciudadano Manrique.

El C. Manrique: Señores diputados: Debo comenzar confesando que la peroración del ciudadano, del estimabilísimo compañero Domínguez, ha decepcionándome hondamente y es ésta la impresión general; algo más serio, algo más sólido, algo de trascendencia mayor teníamos derecho a esperar de su talento y de su vastísima y nunca disputada erudición. Hasta el momento, señores diputados, el contra, la voz del contra ha estado desafortunada; yo espero, porque no soy de los torpes que imaginan que quienquiera que no piense como yo está en el error y es traidor a la patria; yo espero, para honra de esta Representación Nacional, que venga algún orador del contra como Gustavo P. Serrano, a hablar claro y alto, a decir clara y virilmente sus convicciones, así sean opuestas y contrarias a las nuestras. Para Gustavo P. Serrano mi respeto, y ansiosamente espero algún argumento serio. Hasta estos momentos, señores, no es desdeñosa actitud, apenas ha habido argumentos serios en el contra; por lo demás, no soy como un amigo que cuando viene alguno de sus impugnadores a la tribuna, que como la divina Eulalia, cuando ve venir a alguno de sus amigos a la tribuna, ¡ríe, ríe, ríe! Creo que es más discreta, más sabia la actitud de otro compañero, que escucha atento al impugnador y lápiz en mano y pluma en ristre, va tomando lentamente notas y encuentra algo útil sobre qué meditar; algo que apuntar en cada uno de los argumentos del contrario.

He escuchado atentamente a Espinosa y al compañero Domínguez, y no niego en absoluto que hayan podido sugerirnos ideas y temas de meditación; algo bueno han dicho, algo útil para esta discusión; de otra manera no merecerían que se les respetase; pero en esencia, sus peroraciones han sido débiles, han revelado - triste es decirlo - una absoluta pobreza de ideas generales. (Aplausos.) ¡Qué raros, pero qué raros los espíritus sintéticos qué raros los espíritus capaces de elevarse a las generalidades, capaces de ver las cosas desde lo alto! Pero en cambio, estos espíritus de entomologistas, de observadores de lo minúsculo, que son capaces de hablarnos con enamorados acerbos de la brizna de césped, del insecto, de la cantárida multicolor, de la bella mariposa; ellos nos hacen la impresión de individuos de ingenio, pero son ellos incapaces de levantarse hasta las altas regiones para dominar el conjunto, y no hemos escuchado ideas generales, y esto que podemos perdonar a Espinosa por su menor edad, no podemos perdonarlo a Domínguez. (Aplausos.) De la Torre Francisco, De la Torre apuntaba ayer oportunamente que se confundía una discusión en lo general con una discusión total de asuntos particulares; discutir en su totalidad una ley punto por punto, no es lo mismo que discutirla en lo general; venir a "cazar gazapos" - la frase no es mía -, venir a señalar ora pequeños aciertos, ora errores de trascendencia discutible, no es discutir la ley en lo general; lo que es necesario es tratar de desentrañar el principio general, el principio dominante, la finalidad, como apuntó el compañero Altamirano, y la finalidad no puede ser sino ésta, que yo ayer esforcéme también en determinar: una distribución mejor en la riqueza; la finalidad más amplia de todas estas leyes y de todas estas reformas económico - sociales es ésta: distribuir mejor la riqueza, y si no lo logramos dividiendo la tierra, que la riqueza quede mejor repartida y que la producción aumente, entonces nuestra tentativa es vana, entonces habremos errado por olvidar que es ésta la verdadera finalidad: producir la distribución más justa y equitativa de la riqueza; por esto se yerra tan frecuentemente y dolorosamente.

No voy a tratar de alardear de una erudición histórica que no tengo; no voy a alardear de repetir argumentos que a juzgar por las crónicas de la prensa, porque no tuve la fortuna de escucharlo, ya Siurob apuntara en su sintético discurso de ayer tarde. En consecuencia, no citaré la frase de Plinio Latifundia perdiere italiam jam vero et colonias; no os hablaré tampoco de la injusta distribución de la riqueza entre nosotros a partir de la dominación española, ni recordaré aquí con alarde de elocuencia el pensamiento atrevido para su tiempo, de Proudhon: La propiedad es un robo. ¡Entre nosotros la propiedad tiene su origen en la conquista, en el despojo, en la violencia! ¿Queréis que os hable del marquesado del Valle de Oaxaca? ¿Queréis que os hable de todos los pedazos de tierra cuyas extensiones apenas conocían sus poseedores, regaladas a título de gajes al vencedor, regaladas a título de botín, a manera como se apoderaba del despojo sangriento que significaba la riqueza y aún las mujeres del vencido? No es éste el momento. Son estas nociones, son nociones éstas que en el principio, que patrimonio en un principio de un pequeño grupo de elegidos, van lentamente infiltrándose a la manera como la humedad en la tierra, a la manera como la savia a través de las raíces y van lenta y dolorosamente divulgándose y generalizándose y ahora el hablaros yo de estas cosas os parecería superfluo y vacuo. ¡El origen de nuestra propiedad privada es el despojo, el robo y la violencia! (Aplausos nutridos.) Esto que pudo haber habido menester en Proudhon y en espíritus elevados como el suyo, de una alta dosis de

valor, no se necesita hoy valor para decirlo, para venir a decirlo hoy como lo digo desde esta tribuna, pudiera más bien tenerse por alarde de petulancia, acaso se necesite valor cabalmente para esto, para que no se crea que se trata de conquistar un aplauso fácil adulando la pasión dominante; ahora se necesita quizá más valor para decir estas cosas que para callarlas; pero entre nosotros el origen histórico de la propiedad está claramente definido: derecho de conquista. Ya ha llegado el momento, señores diputados, de que llevándonos a una moral sin obligación y sin sanción, de que elevándonos a una moral superior, impidamos este íntimo maridaje de la religión y de la ley es necesario que tratemos, que arrasemos con todo lo que pueda oponerse a la libre manifestación de las necesidades populares; (Aplausos.) es necesario que proclamemos, diciéndolo con coz suficientemente alta y clara para que lo escuchen quienes tengan oídos, así persistan en conservarlos cerrados a la voz de la verdad, que a pesar de cuanto puedan exponer ciertos exégetas que afirman, que se preguntan: "¿hay acaso una doctrina católica de la propiedad?" a pesar de todos aquellos que quieren adunar en extraño maridaje doctrinas exclusivamente morales, del dominio del fuero interno, con doctrinas económicas, a éstos debemos decirles que a pesar de su oposición más o menos hábil o de buena fe, nada, debe oponerse a la satisfacción de las necesidades económicas de los hombres; que si puede haber espíritus como el de Enrique Federico Amiel que al contemplar el avance lento y seguro de la democracia en América, se detiene un momento angustiado y se pregunta si no ha llegado el siglo, si no ha llegado el momento del dominio de la mediocridad, de la mesocracia, si a la manera como los valles se levantan por el aplanamiento y el desmembramiento de los montes, no están llamados a desaparecer también los altos talentos, los hombres cumbres, los hombres cimas, para que se levanten a costa de ellos, a costa de la santidad, del heroísmo, del esfuerzo, de la inteligencia, el rebaño de los mediocres; pero Amiel, al fin espíritu alto y comprensivo, acabó por decir: "pero después de todo el animal tiene derecho a reclamar su parte" y es bueno comenzar por suprimir el dolor, los dolores superfluos, el resultado de las injusticias sociales y después elevarse a las más altas concepciones de elevación moral. Amiel acabó, pues, por justificar esta ansia colectiva de nuestro siglo, esta ansia que arranca vigorosamente de la Revolución Francesa. Amiel, como Antonio Zozaya, el pensador español, algunos años más tarde hace a la postre una apología del siglo; ¿pues qué, se inculpa a este siglo de ser demasiado materialista, se le inculpa de pensar demasiado en la vida económica, en la vida animal, y se olvida de los altos intereses del espíritu?; no, es que olvidáis que no puede el espíritu libremente elevarse a las altas concepciones de la ciencia, ni a los más puros sentimientos del ayer, cuando no se tiene pan que llevar a la boca de los hijos que desfallecen de hambre y de miseria, es que no se puede, humanamente, pedir a la mujer de flácidos senos, que apenas puede amamantar al pequeñuelo, que piense en el arte, en la religión, en el amor, cuando su cría llora de hambre; señores diputados, estas ideas de moral social afortunadamente hanse abierto paso lento y dolorosamente en un principio, con las resistencias del egoísmo, del carácter, de la inteligencia, de la voluntad, poco a poco van enseñoreándose de los espíritus y, sin embargo, señores diputados, no quisiera hacer paradojas; pero observad que a medida que una doctrina se propaga, esa doctrina pierde en pureza; observad cómo nosotros los entusiastas apasionados de una idea tratamos de extenderla y no pensamos que a medida que nuestra doctrina y nuestra fe se extienden, pierden el vigor; pensad que es mayor el entusiasmo y mayor la fe de un pequeño grupo de iluminados, de doce humildes pescadores que rodean al obscuro carpintero de Nazaret; es mayor la fe porque se concentra en unos cuantos espíritus y ellos saben de sus ideales; pero a medida que la doctrina se contagia y se difunde, pierde en intensidad y pierde en claridad. En 1906, señores diputados, había un puñado de revolucionarios, había un puñado de locos que nos hablaban de reivindicaciones, de restitución de ejidos a los pueblos, de libertad de imprenta y de qué sé yo cuantas otras utopías. Ahora no son ya un puñado, ahora somos dieciséis millones de mexicanos los que de buena o mala fe, por convicción o por inercia nos proclamamos revolucionarios; en cambio, si aquel pequeño grupo de hombres estaba dispuesto a perder la vida por su ideal, ahora preguntad a cada uno de esos dieciséis millones qué sacrificio está dispuesto a hacer por ese ideal y os contestará con un leve movimiento de hombros. Señores diputados, es necesario que no nos ilusionemos con el número ni con las ventajas de la propaganda; es necesario que nos reconcentremos en nuestro ser analizando nuestro pensamiento y nuestra doctrina y nos preguntemos si no hay una filosofía de la religión, si no hay una filosofía de la revolución, si no hemos logrado elaborar algunos principios generales que podamos sustentar como tesis de los que estemos positivamente enamorados, y por eso, señores diputados, debates como el de hoy son ocasionados a estudiar una multitud de hechos tan complejos, es la vida social en que cada uno de sus fenómenos, hasta el más insignificante en apariencia, es determinado por una multitud de actos que se tejen y entretejen en una confusión enorme para los espíritus que no están disciplinados por la observación y la experiencia; de manera, señores diputados, que a riesgo de que me halléis difuso, me váis a perdonar que involucre esta cuestión concreta de la ley agraria, del fraccionamiento de los latifundios en el país, para determinar la distribución más justa y equitativa de la riqueza rural, con otras cuestiones de política militante. Comienzo por ellas y de antemano y ahora he pedido mi perdón; pero creedme que a la postre lograréis advertir la unidad de mi discurso y convendréis conmigo en que mis ideas, buenas o malas, son propias y si no os ofrecen la verdad misma, os proponen por lo menos motivos de meditación.

Comienzo, dicho sea de paso, por decir que por más que me viera al espejo esta mañana, que al verme en el espejo esta mañana debo proclamar que me reconocí a mí mismo, idéntico a mí mismo, a pesar de quien tomando la parte por el todo afirmaba ayer de mí que estaba desconocido. Yo creo, compañeros, que todos vosotros me reconocéis aún

y es que tengo derecho a afirmar que mi personalidad procuro robustecerla a medida que el tiempo pasa y que mi ascensión a los principios sigue siendo infalible, todavía más, sigo siendo más cálido, más entusiasta cada vez, en tanto que mi conocimiento respecto de los hombres acrece en igual sentido. Así es que no me veréis entonar ditirambos en favor de tal o cual personaje de la administración actual o venidera; pero en cambio, me veréis esforzarme en lo indecible por seguir fiel a mis principios y apegado a mis convicciones. Me dirijo en estos momentos a la Cámara entera; pero tengo el derecho, el deber de dirigirme particularmente a las izquierdas de la Cámara y de entre ellas al Partido Liberal Constitucionalista, y sintéticamente debo decir al Partido Liberal Constitucionalista, que es ésta la oportunidad, la más brillante que habrá de presentársele, la primera, acaso la única si la desaprovecha, para demostrar que es positivamente partido de principios; que es éste el momento en que debe demostrar a la nación que sigue siendo el mismo grupo cuya selección ha determinado las convulsiones de los últimos años, un grupo mejor que los que le han precedido y que se esfuerza lo indecible, se esfuerza lo humanamente posible por realizar la reivindicación revolucionaria por realizar los principios del movimiento revolucionario. Al hablar de política, señores diputados, no voy a darle, no voy a dar al vocablo su significación o su connotación científica; habré de darle sólo la significación familiar o vulgar, y por lucha política entenderé simplemente la lucha por el predominio, por el logro, predominio y conservación del poder. Y tengo derecho a afirmar que hay - y no es éste un fenómeno exclusivo de México, sino un fenómeno universal -, que hay en estos momentos una honda, una dolorosa decepción en el mundo, en el universo entero, respecto de la política y de los políticos; decepción cada vez más profunda y más dolorosa y por lo menos aparentemente justificada; y es necesario que demostremos que no existe lo que han llamado la contradicción política, que la teoría y la práctica pueden maravillosamente aduánarse; que para seguir el pensamiento de Hegel, de que todo lo racional es religión, somos capaces de realizar nuestras concepciones de gobierno, que somos capaces de demostrar que la política tiene para nosotros su más alta connotación y su más alto sentido, que no es para nosotros la política la lucha mezquina del poder, sino el deseo de mejorar las condiciones de vida del pueblo, y estamos dispuestos a demostrar que al luchar por el poder consideramos al poder como un medio y no como un fin, porque considerar al poder como un medio para lograr a la larga o a la corta la realización de nuestros ideales, ennoblecer o levantar, e invertir los términos, convertir el poder, en fin, en objetivo único de todos nuestros esfuerzos, esto nos deprime y rebaja moral y espiritualmente. (Aplausos nutridos.) La situación política que en estos momentos se nos presenta es ésta, análoga a la que el país ofreciera al triunfo de la República en 67. El grupo avanzado, el grupo progresista, el grupo liberal triunfante, y el grupo conservador, el grupo retardatario, aniquilando y apenas vaga y torpemente reorganizándose. (Murmullos.) La media voz del compañero Avilés es como la media voz del partido conservador; no se atreve aún a hablar en voz alta.

El C. Avilés, interrumpiendo: Dije que el Partido Conservador está ya reorganizado, tengo el valor civil de decir esto.

El C. Manrique, continuando: Bien, compañero: algunos hablan en media voz y el compañero Avilés, por discreción, para no interrumpir al orador. El partido conservador, porque no tienen aún la pujanza para hablar alto y claro; no crea el compañero Avilés que quiero aludirle. Digo que la situación es ésta, análoga a la de la República en 67; el grupo avanzado progresista, triunfador, con el grupo vencido, prácticamente aniquilado; en estas condiciones y por una necesidad vital y por una ley biológica, el partido triunfador se divide y se desorganiza y por falta de un partido, y por falta de un grupo que levante la bandera de la tesis contraria, y la tremole vigorosa y valientemente, nosotros no sabemos a la postre cuál es la tesis que defendemos y, señores diputados, este es el momento, (Murmullos.) - me refiero a la generalidad, compañero Siurob -, es éste uno de aquellos momentos a que alude Emilio Fagúe en un tratadito sobre el amor a la patria; uno de aquellos momentos históricos en que en la vida de los pueblos no es lo difícil cumplir con el deber, sino saber dónde está el deber. Asentiréis a mis palabras. Nos hallamos en una época de enorme, de dolorosa desorientación política. Yo querría que se levantara una voz vigorosa que dijese ¡no!

El C. Siurob, interrumpiendo: ¡No es cierto!

El C. Manrique, continuando: Desplante oratorio, y teatral quizá. Nos hallamos en época, y estoy logrando lo que yo deseaba, dar un tema de meditación, advertí desde el principio que no me ufanaba de daros la verdad, pero sí de proporcionarles elementos de meditación; será un tema que el compañero Siurob podrá discutir con sus convicciones; de todas maneras yo estoy esforzándome por analizar y describir el estado de la generalidad de los políticos militantes mexicanos; claro que habrá espíritus vigorosos que sabrán orientarse siempre, aún en la sombra; de éstos es Siurob, de éstos es Norberto Domínguez, cada uno de vosotros, compañero Domínguez y compañero Siurob, tiene ya su convicción hecha; yo quiero referirme a la generalidad y quiero dar una oportunidad de que tracemos orientaciones a la mayoría, es éste el momento, no de cumplir con el deber, sino de saber dónde está el deber; hállase el partido triunfante desorganizado, dividido y, por ende, compañeros, toda división y desorganización son muerte y ruina; urge la presencia en el palenque de un partido positivamente enemigo del nuestro, su presencia nos haría definir tendencias, por supuesto que no sería ya la bandera de la religión la que se tremolase, el partido católico nacional no surgirá a la lucha con este nombre, ya le vemos adoptar el nombre de partido republicano. No se enarbolarán tampoco otras banderas; ahora positivamente la lucha será una lucha económica, una lucha de clases, esto es algo en que convienen todos, tirios y troyanos, para copiar la expresión del compañero. En estas condiciones, es éste el momento y de ahí que me dirigiera a las izquierdas de la Cámara para exhortarlas a demostrar al país que positivamente

constituyen un núcleo de hombres avanzados, un grupo de hombres sin miedo, conocedores de la situación y consentidos de la realidad, consentidos suficientemente fuertes de la realidad, para transar con la época y por el momento con lo indispensable, pero suficientemente templados en la lucha para ir adelante a pesar de todos los temores y de todas las oposiciones. (Voces: ¡Muy bien! Aplausos nutridos.)

Y me dirijo a las izquierdas de la Cámara y si no hay derechas, deberíamos, si no hay propiamente derechas bien definidas, deberíamos parodiar a Voltaire: "habría que inventarlas"; me dirijo a las izquierdas de la Cámara, ya bien definidas, o aún en definición, para exhortarlas a unirse y formar un grupo compacto y fuerte; me dirijo a ellas para decirles en concreto: El Partido Liberal Constitucionalista, el Partido Socialista, los partidos Agrarista y Cooperatista, deben demostrar a la Nación que no son tan sólo pandillas burocráticas al asalto del poder y del presupuesto. (Aplausos nutridos.) Deben demostrar que son grupos, naturalmente que no bien definidos todavía, en embrión si se quiere; pero toda gestación es dolorosa; deben demostrar que son grupos de principios que aspiran a ser nacionales, que son grupos absorbentes e imperialistas moralmente que tienden a invadirlo todo y a contagiarlo con su fe, porque la moral no se enseña, la moral se inocula. (Aplausos.) Deben demostrar, en suma, debemos demostrar, en suma, que se ha formado en México, como en otros pueblos de la tierra, un grupo que vive con la vida de su siglo y que comprende los peligros de la verdad y de la justicia y que sigue amando a la justicia y a la verdad.

Y, señores diputados, para no seguir con estas vaguedades, voy a tratar de precisar lo que pienso: la lucha actual y próxima en nuestro país, como en el resto del mundo, ha de ser lucha económica. El Partido Liberal Constitucionalista, si quiere sobrevivir, si quiere demostrar que tiene vitalidad y fuerza propias y que merece existir porque la nación lo necesita para fines posteriores, para su mejoramiento posterior, debe demostrar que es grupo avanzado, que es núcleo de radicales y núcleo de hombres progresistas, y en la próxima lucha de clases el Partido Liberal Constitucionalista, clara y llanamente, sin rodeos ni eufemismos ni reticencias, debe decir lisa y llanamente que está del lado de los oprimidos, que está del lado del proletariado; (Aplausos.) que como grupo político girando en torno de un programa de principios más o menos abstractos, con exclusión más o menos imprecisa de la lucha de clases, resulta el Partido Liberal Constitucionalista, el glorioso P.L.C. de las luchas de los últimos años, un grupo más o menos híbrido, más o menos heterogéneo, en el que se albergan desde el burgués, y al hablar de burguesía me refiero al espíritu principalmente, en que se albergan desde el burgués hasta el apóstol más desinteresado; es dolorosa verdad, pero qué grupo homogéneo me dáis en la vida humana; pero, señores socialistas social - demócratas, como os llamáis, como una voz que no sé calificar; pero esto es secundario, compañeros socialistas, ¿no formáis vosotros acaso, un grupo híbrido, más híbrido y más heterogéneo aún? (Voces: ¡No! ¡No!) La respuesta la dejo al tiempo, si hay en la Cámara grupos heterogéneos y si los elementos afines a estos grupos se entienden, como lo demuestra la discusión de los problemas fundamentales; si hay grupos que pueden apartarse en el momento de la discusión o de la lucha por objetivos y finalidades secundarias, pero que saben demostrar, que van a demostrar en la votación que se avecina, como lo han demostrado en la discusión que avanza, que están capacitados de estar unidos en el momento en que están en peligro los principios, ¿por qué, pues, no unirnos los avanzados y los radicales de la Cámara? (Aplausos.) Unámonos, y como uniéndonos los afines no se trata de hacer alguno de aquellos pactos y sacrificios de amigos entre Antonio y Octavio, (Risas.) no, simple y sencillamente, sin sacrificar a nadie, abandonemos a quienes como nosotros no piensen y unámonos los afines y formemos entonces grupos que disientan, no en discusiones pequeñas como la de ayer, compañero Soto y Gama, grupos que no disientan; es decir, que disintiendo en discusiones como la de ayer, estén de acuerdo en los principios fundamentales, en los grandes postulados. Mi exhortación, que no quiero que pase, que no quiero que se encierre dentro de los límites de verbalismo, sino que señalo finalidades y orientaciones concretas, y para ello digo que ya se piensa en estos momentos demasiado, señores diputados, en la sucesión presidencial. (Aplausos.) En estos momentos, y repito y vuelvo a decir, que yo por política quiero entender familiarmente lucha por el poder, lucha por el poder considerado como fin y no como medio, que es lo que debe ser, afirmo que ya se piensa demasiado en la sucesión presidencial y que estas febriles impaciencias de la hora son las que nos apartan y nos alejan de los principios y nos hacen con frecuencia errar. (Aplauso nutridos.) Y yo quiero, sin embargo, exhortaros a ello y he de exhortaros a pesar de la aparente contradicción y veo que ya no váis hallando muy fuera del lugar estas exhortaciones, pero a la postre convenid en que nos sentimos angustiados cuando la Constitución nos impide hablar aquí de otras cosas que no sean aquellas para las que el Ejecutivo nos convocó y convenid conmigo en que es mucha angustia durante seis u ocho meses aguardar septiembre para hablar alto y claro; (Aplausos.) convenid en que pasan oportunidades y ocasiones bellísimas y que tenemos que enmudecer en nuestra curul como cuando se trataba de la discusión de la Defensoría de Oficio; en que es necesario que, puesto que la verdad demuestra que todos estos problemas están íntimamente unidos, debemos de marcar orientaciones y definir tendencias. Se habla demasiado de la sucesión presidencial; no halléis contradicción en mis palabras, a la vez que os aparto de ella, vengo a exhortaros para preparar la sucesión presidencial de 1924. Debo aclarar conceptos: entre nosotros, cuatro años antes, cinco o seis antes de la elección presidencial, se sabe ya, a poco de experiencia que se tenga y por poca perspicacia que se disfrute, quién está llamado a ocupar el más alto puesto político. Hace tres o cuatro años, quienes teníamos una poca de fe sabíamos, a no ser que por causa de muerte, sabíamos que el general Obregón ocuparía la silla presidencial. Ahora, cuatro años antes, se menciona a Plutarco Elías Calles

como sucesor de Obregón. (Aplausos. Siseos. Voces: ¡No!) Ahora, cuatro años antes, se menciona como probable sucesor de Obregón a Antonio I. Villareal. (Voces: ¡Si! ¡Si! ¡No! Murmullos.)

El C. Alonso Romero, interrumpiendo: ¡Ponga usted el dedo en la llaga!

El C. Gandarilla: No tenga miedo, adelante. (Aplausos. Murmullos. Campanilla. Voces: ¡Bravo Manrique!)

El C. Manrique, continuando: Y yo que temía que mis palabras cayesen en un ambiente de hielo y he logrado lo que quería, hacer interesante el debate, porque el debate interesa, porque adivino, sin presumir de perspicaz, que el debate no acabará aquí; de todas maneras, si alguna satisfacción me lleva, habrá de ser la de haber iniciado yo por primera vez, cuando menos en ciertas finalidades concretas, en la discusión de determinados asuntos de interés público, digo, que ya se piensa desde 1920, desde 1921, en Antonio I. Villarreal y en Plutarco Elías Calles y, señores diputados, vuestras exclamaciones de aprobación o desaprobación, no me consuelan del todo. Si yo hubiese hablado de que la sucesión presidencial estaba reservada al Partido Socialista o al Partido Liberal Constitucionalista, no habría despertado las mismas muestras de entusiasmo y de desaprobación que han despertado, al señalar el nombre de hombres efímeros y pasajeros. (Aplausos.) De manera que no me entusiasma el haber despertado vuestro entusiasmo; veo que seguimos siendo enamorados incorregibles de los hombres de carne y hueso. (Aplausos.) Bueno..... (Una voz: ¡No son los hombres, son los principios!) Bueno, ya lo sé, sí, lo sé como vos, que son los hombres y los principios que son cosas inseparables en la historia; si ya sé que cuando alguno de vosotros habla con entusiasmo de un hombre, lo hace más por el principio que por el hombre, sí lo acepto, sí sé que no hay entre vosotros muchos personalistas; pero convenid conmigo en que si descendemos al análisis de vuestra pasión, convenid en que hay un poco de cada cosa: Un poco de amor al principio y un poco de enamoramiento por el hombre.

De todas maneras, compañeros, insisto en esto: Entre nosotros, es éste el hecho concreto, hecho de observación vulgar al alcance de todos, que pocos años antes de la justa, de la elección presidencial, ya se sabe entre nosotros con más o menos probabilidades de éxito, quién es el hombre llamado a suceder al gobernante actual. ¿Sucede lo mismo en otros países? ¿Sucede lo mismo en los Estados Unidos del Norte, por ejemplo, en donde si se afirma con entusiasmo que el mayor general Leonardo Wood está llamado a suceder a Wilson, resulta a la postre, con gran sorpresa de la mayoría, que sube al poder Warren C. Harding, desconocido para un enorme número y cuyo nombre apenas si había traspuesto las fronteras sino para los amantes del estudio de la política internacional? Pues bien, esto que sucede en los Estados Unidos debemos esforzarnos por que suceda a la larga o a la corta entre nosotros. Pero para definir conceptos, debemos preocuparnos porque gobiernen los partidos y no los hombres; (Aplausos.) y debemos preparar la sucesión presidencial de 1924, pero no pensando, no tratando de buscar con una nueva linterna de cínico: ¿En dónde estará el hombre llamado a suceder a Alvaro Obregón? sino tratando de preguntarnos: ¿En dónde está el partido llamado a sobrevivir, dónde está el partido llamado a satisfacer las exigencias del siglo, del momento, de la nación. (Aplausos.) Quiero, pues, que preparemos la sucesión presidencial; pero quiero que la preparemos forjando partidos políticos y no tratando de improvisar desde ahora hombres, porque esto nos conducirá tarde o temprano a dolorosas abdicaciones, porque el pensar demasiado que Villarreal y Calles pueden ser los presidentes de mañana, es expuesto a claudicaciones, a traiciones y a arrepentimientos. (Aplausos.) Señores diputados: Entretanto y si no nos esforzamos por definir principios y por forjar partidos que satisfagan realmente las aspiraciones populares e interpreten el sentimiento universal, debemos convenir en que mientras esto no suceda, a las masas populares se les está defraudando o se les está únicamente, aunque la expresión parezca dura, se les está traicionando. ¿Queréis uno o dos ejemplos? Una magna huelga de ferrocarrileros la ha provocado en la República causando incontables daños al comercio, a la industria, al Gobierno mismo y al país entero, la privanza de un favorito. (Aplausos.) Una magna huelga ferrocarrilera cuyas consecuencias todavía sentimos y sentiremos por mucho tiempo, la ha provocado la privanza de Francisco Pérez, hombre sin talento, ni competencia, ni corazón. Ah, pero entretanto... (Voces: ¡No es cierto! ¡Sí! ¡Sí! Desorden. Campanilla.) Pero entretanto, señores socialistas, que más que en torno de un principio parecéis por un momento agruparos en torno de un hombre, (Desorden. Murmullos.) Parece, he dicho, las apariencias son falaces, y engañosas, compañero Manjarrez. (Desorden. Campanilla.) Pero entretanto, (Murmullos) ya llegará su turno, compañero Aguirre Colorado; pero entretanto, compañero Salazar, compañero Manjarrez, el jefe visible de un grupo muy pequeño, por organizar, en excursión por la Península Yucateca y de regreso a Puerto México, en el momento de desembarcar es entrevistado por un ansioso grupo de comisionados de la huelga; y este hombre, sin que hubiese estado penetrado inteligente y cariñosamente del conflicto que afectaba a muchos hogares y que afectó a la nación entera y a los menesterosos y a los desvalidos, ese hombre dice que no le es posible venir a la capital de la República porque tiene en el lejano Estado de Chiapas asuntos más importantes que reclaman allí su presencia. (Desorden. Murmullos.) Diez días más tarde, cuando ha pasado el momento álgido del conflicto, cuando los obreros comienzan a desorganizarse....

El C. Bojórquez, interrumpiendo: ¡Cuando ustedes habían fracasado!

El C. Manrique, continuando: Cuando los obreros estaban desorganizándose, cuando nosotros habíamos dolorosamente fracasado, entonces, para poner de relieve y contraste el fracaso de nosotros, para recoger así una fácil victoria, para presumir entonces de una resolución que sólo se debió al tiempo y al lógico y fatal encadenamiento de las circunstancias, ciudadano Aguirre Colorado, que sabéis interrumpir pero que no sabéis hilvanar dos o tres conceptos, (Risas Aplausos nutridos.) entonces el

ciudadano Plutarco Elías Calles se presentó, resolvió la huelga y acreció fácilmente su popularidad. (Voces: ¡No resolvió nada, qué iba a resolver!)

Bien sabéis,.....

El C. Siurob, interrumpiendo: Moción de orden, señor presidente. (Voces: ¡No, que siga!) Moción de orden. (Voces: ¡Adelante, Manrique!)

El C. Manrique, continuando: Muchas gracias, compañeros. Entretanto, compañeros, quienes se agrupan en torno del hombre olvidan o parecen olvidar, siquiera pasajeramente, los principios, no protestan porque no quieren olvidar su finalidad inmediata, el triunfo del hombre, que no debe ser, que es cosa secundaria, ¿por qué lo principal subordinarlo a lo secundario, compañero Vasconcelos? (Se vuelve y le habla a él.) Porque el hombre es después que el principio. Señores diputados: Del otro lado está un hecho, y es un hecho de mucho menos significación y trascendencia; pero también lo apunto, del otro lado el ciudadano secretario de Agricultura y Fomento abandona en breve veraneo las arduas labores de su Secretaría, al regreso ávidamente le interpelan los periodistas. ¿Cuál ha sido señor Villarreal, la más grata impresión de vuestro viaje? Y cuando todos esperábamos que con una sinceridad, que con una espontaneidad respondería debidamente y nos dijera con sano criterio el haberme podido enterar de serios problemas y haber apuntado e iniciado su resolución, nos dice, no sé si con sprit, con talento o con gracia o qué sé yo, bueno, lo que más me agradó a m, es, ha sido, el no haber oído hablar alguna sola vez de ejidos; pero entretanto los hombres que se ilusionan del hombre, más que por el principio, callan porque es fuerza callar. Ahora, señores diputados, voy a tocar un hecho, éste sí de mayor trascendencia y yo que apunto los errores de los unos, tengo derecho a apuntar los errores de los otros, siquiera sean los míos. He dicho que dirigía mis exhortaciones principalmente al Partido Liberal Constitucionalista para decirle que es su deber y que está en su interés, interés vital, problema de vida o muerte para él, el definirse como avanzado, el definir principios.....

El C. Siurob, interrumpiendo: Está definido.

El C. Manrique, continuando: Pues si está definido, que se defina cada vez mejor sin vacilaciones ni reticencias. Y, señores diputados, debe definirse como abanderado, oídlo bien, como abanderado de la doctrina socialista; ese es su deber; (Aplausos.) y si le es fuerza, señores diputados, si para lograrlo les es fuerza sacrificar algo, si le es fuerza sacrificar elementos morbosos que haya en su seno, hágalo. (Murmullos. Desorden.) y si le es fuerza - no se impaciente, compañero Manjarrez -, y si le es fuerza sacrificar algo, si le es fuerza sacrificar su mismo nombre aunque tenga gloriosa tradición, si les es fuerza sacrificarlo para adoptar connotación más expresiva de las ideas que real y positivamente abandera, hágalo enhorabuena; pero, señores diputados, debe definir ante todo, he dicho que la cuestión nominal, la cuestión de nombre, la cuestión verbal es para mí secundaria; si quiere demostrar que merece la confianza de la República, que está dispuesto a merecerla cada vez mayor y más firme, debe definir claramente como suyo un programa de principios avanzados. (Aplausos.)

El compañero Aguirre Colorado, y perdóneme el zarpazo de momentos antes, compañero Aguirre Colorado, este es el momento, es el momento, compañero Aguirre Colorado, de recordar que los días transcurren brevemente, el ciudadano secretario de Industria, Comercio y Trabajo, don Rafael Zubaran, en ocasión de no sé qué conflicto de tantos que a diario se presentan como crisis o manifestaciones esporádicas de problemas terminantes, hizo declaraciones sobre lo que él llamaba la política del Gobierno, a propósito de la sediciente libertad del trabajo, y, señores diputados, este es el momento en que debo exhortar, no dentro de las cuatro paredes del salón del bloque, sino ante la nación entera al Partido Liberal Constitucionalista, a mi partido, a volver sobre sus pasos y desautorizar (Aplausos nutridos.) las declaraciones de Zubaran. (Aplausos.) Y desautorizar el mismo voto de confianza que irreflexivamente dieron la mayor parte de los diputados del bloque. (Aplausos. Siseos.) El voto de confianza que quizá irreflexiva y ligeramente dieron de la mayoría, de la enorme mayoría de los diputados del Partido Liberal Constitucionalista. (Murmullos. Campanilla.) Sea de ello lo que fuere y ya veis, compañeros, cómo el que señalaba las faltas de unos tenía, para poder presumir de imparcial y sereno, que señalar las faltas de los propios. (Aplausos.) Claro que las faltas o las que yo creo tales, y, señores diputados, este es el momento único, aprobemos el momento único, hagamos clara y valientemente ante el mundo entero profesión de fe, en que recordando el pensamiento del místico, labremos como si nuestra obra fuese para la eternidad, y lisa y valientemente digamos sin eufemismos, que la llamada libertad del trabajo es sólo una reliquia de las constituciones liberales individualistas como la del 57, pero que ahora en contradicción del principio consagrado y encarnado por el artículo 4o., que quedó por inercia, ésta es la expresión, englobado en la Constitución de 17, (Aplausos.) estando, hallándose como se halla en abierta pugna con el principio fundamental del artículo 123, uno de los principios esenciales y característicos, o si me permitís la expresión, caracterizantes de la nueva Constitución de 17, que este conflicto, digo, debemos resolverlo acudiendo al viejo principio de interpretación de leyes, diciendo claramente que nuestra profesión de fe es que la libertad de trabajo como una de las bases que hacen de la propiedad individualista, principalmente, de propiedad individualista, libertad de trabajo o prestación de servicios personales, libertad de comercio y algunas otras, principios y bases de la filosofía política liberal individualista, no es, no puede ser ya nuestro credo, que somos socialistas, que somos colectivistas... (Aplausos.) que somos socialistas y que somos colectivistas. Ahora, señores diputados, ha llegado - acaso sin esperar, acaso sin saber yo mismo - el momento que el hilo de mi discurso me reparaba el nexo y la transacción indispensable para pasar a tocar en concreto este proyecto que ya aparentemente estoy olvidando. Termino esta parte de mi discurso exhortándoos, ciudadanos diputados de las izquierdas de la Cámara, exhortándoos, ciudadanos liberales constitucionalistas,

socialistas y agraristas, a unirnos con los avanzados, a unirnos con los afines, a unirnos a despecho de los retardados, a despecho de los que vuelven demasiado la vista hacia atrás y ahora es el momento de decir, porque la ocasión se me brinda, que no he venido aquí, señores diputados, a hacer, el día de ayer, la apología del pasado; acaso no fueron suficientemente claros mis conceptos; pero he de decir de una vez por todas que me esfuerzo siempre por ser sintético; que yerran y se equivocan, compañero Siurob, lo mismo los que pretenden hacer tabla rasa del pasado e imaginan que la historia comienza a escribirse hoy, como aquellos que cierran los ojos al porvenir y viven en el pasado, en siglos que no vuelven. Y porque no quiero incidir en uno y otro error, he dicho que debemos recordar las enseñanzas de la historia y aprender del pasado lo que el pasado puede enseñarnos, y si ayer dije que debíamos aprender de los regímenes pasados y llevar al poder a hombres preparados, ahora lo sostengo, compañero Altamirano, a pesar de vuestra fácil rectificación, porque es necesario que confesemos que tienen una profunda razón de ser las amargas decepciones de la revolución francesa, que en el 89 afirmó que la República no necesita de sabios, y la del revolucionario ruso, que nos dice idéntica o análoga frase. Su razón de ser es una razón histórica, razón de una profunda decepción; pero encierra, si la examinamos a la luz de la lógica, error de falsa generalización, de ilegítima generalización; si algunos intelectuales han traicionado a la causa del pueblo, es ilegítimo inferir que la intelectualidad está dañada y que la intelectualidad es cosa fútil y vana en la obra de la civilización humana. Legítima fuera la conclusión esta: y eligiera de dos hombres de corazón y de fe, yo eligiera siempre al más apto para conducir a su pueblo, al más apto intelectualmente, al más preparado intelectualmente. (Aplausos.) No, compañero Altamirano; yo acepto la cultura del espíritu, la cultura intelectual, en tanto ella no apague con artificio los entusiasmos; cuando los entusiasmos del intelectual se han apagado, entonces sí, a pesar de toda su ciencia, a pesar de todo su vastísima y sólida erudición, ese intelectual será incapaz de reformar al mundo, porque el mundo se transforma más que por medio de la ciencia, por medio del amor; entonces sí, pero negar en absoluto la obra de la cultura, entonces cerremos universidades y escuelas, entonces hagamos tabla rasa de la civilización y de la historia, compañeros. No, la revolución es una fuerza que viene de abajo; si hurgamos un poco más en la génesis de un movimiento revolucionario, hallaremos que si la acción es exclusiva o principal de la masa, de los oprimidos, de los que han hambre y sed de justicia, en cambio, la obra de la propaganda, la obra del análisis, de la miseria, del dolor, de la desigualdad y la prédica desinteresada y de las nuevas ideas y doctrinas, es obra de arriba, es obra divina, es obra de los pensadores, de los artistas y de los filósofos, es obra, en suma, de la masa de la cultura, de la verdadera cultura, la cultura de la voluntad y del carácter, es obra, en suma, de los intelectuales, pero no de todos los intelectuales, sino solamente de los no contaminados, de los que han concebido en el aislamiento de su alcoba la clara luz de la verdad, pero que no conformes de tenerla para sí, la entregan como una antorcha a la generación que viene y no se encastillan en su egoísmo, sino que saben que su verdad no es solamente su verdad, sino que debe ser la verdad, el bien, la inteligencia y el amor de todos, de todos, de todos, señores! (Aplausos nutridos. Voces: ¡Muy bien!) De manera que así considerada, la revolución viene de lo alto; el pensador siembra, y es entonces el oprimido, el que sentía vagamente su malestar y su miseria, el que se levanta y dice, torpe y balbuciente: "¡Ah, yo también tengo derechos! ¡Hay oprimidos! ¡Hay injusticia!" Y entonces es toda esta literatura revolucionaria de que se burlan tanto los espíritus mezquinos; entonces es cuando se habla de "vampiros que chupan la sangre del pueblo" y de todas estas cosas que encierran clisés y metáforas muy gastados, pero convenid, señores diputados, en que si estas metáforas son cosas gastadas, también el mal y la miseria, aunque se levanten en formas elegantes y armónicas, son cosas muy viejas y muy gastadas, pero no menos condenables.

Es entonces cuando se hace toda esta literatura que a los espíritus superficiales se antoja oropelesca y baja, pero que lleva dentro de sí un germen vivificante y eterno de bien y de verdad; entonces y a la postre, las revoluciones vienen de lo alto; entonces no debemos renegar de la cultura, sino distinguirla de la cultura vacua y miserable que se sacrifica a los intereses de los poderosos. (Aplausos.) La cultura, no del periodista, sino del periodista mercenario; la cultura, no del orador, sino del orador que vende su palabra que debiera ser sagrada e invendible, a los intereses de los cresos; la cultura, no de los caudillos, sino de los caudillos que hacen revoluciones a soldada; la cultura, no de los agitadores obreros, sino de los agitadores obreros insinceros, que miran la manera de amasar fortunas con la sangre, el sudor y la miseria de sus hermanos. (Aplausos.) Entonces, señores diputados, lo mismo que cuando más tarde se presente a vuestra consideración la creación de la Secretaría del Trabajo, es el momento en que debéis, prescindiendo, oídlo bien, compañeros del Partido Liberal Constitucionalista, de suspicacia de grupo, analizar la idea en sí; y si la idea, la creación de una Secretaría del Trabajo, de un órgano del Ejecutivo, se impone a vuestro espíritu con fuerza suficiente, si comprendéis que los problemas del trabajo son uno de los problemas esenciales de la vida de los pueblos, entonces, a despecho de sectarismos, de suspicacias, cread la Secretaría del Trabajo. (Aplausos.) Y si como ahora, señores diputados, si ahora se os presenta una ley avanzada, no tan avanzada quizá como quisieran algunos compañeros, pero que encarna a la postre un progreso, aprobadla, porque este es nuestro deber, compañeros del Partido Liberal Constitucionalista. El Partido Liberal Constitucionalista, que tiene en estos momentos preponderancia positiva en las resoluciones de esta Cámara, debe hacer suya esta ley y debe aprobarla en lo general, si esta ley encierra una reforma y un avance; debe aprobarla en lo general, para perfeccionarla y hacerla todavía, llegada la discusión en detalle, aún más radical si cabe, aún más avanzada si es posible. (Aplausos.) Y, señores diputados entrando entonces a la discusión de la Ley

Agraria, no olvidando que se trata de discutir la Ley Agraria en lo general, debemos de tratar de desentrañar cuál es el principio que está a discusión Ya lo expresé torpemente al principio: Se trata de repartir mejor la propiedad, se trata de distribuir mejor y más equitativamente la propiedad rural en la República, porque distribuir mejor la propiedad rural, será distribuir mejor la riqueza, y no olvidéis que nuestra finalidad debe de ser esta: Acrecentar la producción y acrecentar la riqueza común. De manera que los límites a la división de latifundios estarán señalados por la experiencia y por la finalidad misma que perseguimos. Después, en el momento en que la división de la propiedad comience a aminorar o a amenguar la riqueza, lejos de acrecentarla y aumentarla, como es nuestro natural y justo propósito, ya debemos detenernos allí. (Aplausos.) Aquí la expresión del compañero Siurob cuando hablaba de morcellement, es decir, de desmigajamiento o de desmenuzamiento de la propiedad, dividir a lo infinito la propiedad, haciendo de los millares de fundos o propiedades rurales de la República Mexicana, dieciséis millones de parcelas; llegar, en suma, a la división o desmenuzamiento de la propiedad, fuera gravísimo error. El principio de la división del trabajo, el principio de la especialización de las funciones, quiere que cada uno de nosotros se dedique en la vida social a varias actividades; de manera que yo no puedo ser agricultor; de manera que vosotros no podéis ser todos ingenieros o artistas o médicos; de manera que los dieciséis millones de habitantes de la República Mexicana, no podemos ser todos agricultores; de manera que, en suma, debemos detenernos en el momento en que el fraccionamiento o división comience a ser perjudicial desde el punto de vista de la producción de la riqueza. Crear propiedad menor, o como se dice con un galicismo ya consagrado, la pequeña propiedad, es una finalidad que se viene persiguiendo desde los albores de la Revolución de 1910; predicábanla los hermanos Flores Magón; predicábala Juan Sarabia; predicábala Antonio Díaz Soto y Gama; predicábala Luis Cabrera - Blas Urrea - ; predicábanla, en suma, los precursores de estos movimientos revolucionarios; y en el momento de llegar al balance de lo que se ha hecho en este sentido, debemos convenir en que muy poco se ha hecho, señores diputados; debemos convenir en que revoluciones van y revoluciones vienen y el problema no pasa del terreno del verbalismo; síguense, como ahora, pronunciando desde esta tribuna más o menos inflamadas arengas; pero en el momento de votar una ley en lo general, en el momento de decir clara y serenamente "si", entonces se rehuye el momento de la batalla definitiva. (Aplausos.) Y advertid cómo, señores diputados, esta idea de una distribución mejor de la riqueza es algo que se ha ido abriendo campo en las conciencias, y advertid cómo, hasta el momento al menos, no ha habido para el proyecto de la Comisión - que, en tesis general, es un buen proyecto - oposición seria y que vaya al corazón mismo del problema. Los enemigos se baten en retirada; Espinosa, don Norberto Domínguez, han señalado dificultades y errores de detalle, que la misma Comisión es, seguramente, la primera en reconocer.

El C. Díaz Soto y Gama, interrumpiendo: En parte, sí.

El C. Manrique, continuando: ¿Pero quién se ha atrevido a negar desde aquí.....el mismo compañero Domínguez, desde hace veinte años, proponía él también, con bríos y arrestos que ahora intencionalmente no quiere mostrar, la creación de esta propiedad menor? Advertid cómo el enemigo se bate en retirada. Objeciones en detalle, no son objeciones al fondo del problema, y el problema fundamental es este: ¿Constituye un obstáculo para el libre desarrollo de la riqueza nacional la existencia de monopolios en la propiedad rural? (Voces: ¡Sí! ¡Sí!) ¿La propiedad rural debe seguir revistiendo todavía las mismas modalidades que le daba y consagraba el Derecho romano? ¡Yo creo que no! Porque sabéis bien que el Derecho romano consagra, analizándolas en el derecho de propiedad, las tres modalidades tan conocidas, del jus utendi, es decir, el derecho de utilizar, el derecho de uso; el jus fruendi, es decir, el derecho de disfrute, el derecho de disfrutar, y el jus abutendi, el derecho de abusar, el derecho de hacer con nuestra propiedad lo que nos venga en gana, para hablar familiarmente. Y ahora, señores diputados, la adquisición de la moderna filosofía social es esta: Que el jus abutendi, el derecho de abusar de la propiedad, el derecho de quemar nuestro bosque, el derecho de almacenar nuestros granos, ajenos a la miseria popular; el derecho de mantener sin cultivo, intencionalmente y para provocar, por ejemplo, el alza artificial en el mercado, de los cereales o de otros productos, es algo a lo que ya no se tiene derecho. ¡El jus abutendi, el derecho de abusar o de hacer de la propiedad lo que nos venga en gana, ha desaparecido ya! Y todavía más: El derecho de usar - el jus utendi - y el derecho de disfrutar - el jus fruendi -, están condicionados por la voluntad colectiva, de manera que el propietario no tiene ya derecho indefinido a usar o disfrutar de su propiedad, sino que deberá usarla y disfrutar de ella en las condiciones que convenga a los intereses generales. (Aplausos.)

Esta es la adquisición, señores diputados, y como quiera que el alma humana es una, y como quiera que para repetir a Hegel, todo lo racional es real, como quiera que no puede haber divorcio entre las concepciones de la metafísica y las concepciones de la política aplicada a la vida económica de los pueblos, como quiera que es verdad todo esto y fruto de la experiencia, no podemos ya admitir la existencia de una moral que justifique eso que bautizáis pomposamente con el nombre de moral cristiana o católica, que justifica las viejas modalidades que el derecho romano imponía. De manera que querer ahora justificar con la moral de Cristo, absolutamente desinteresada de los intereses terrenales, estas miserias y estas explotaciones del poderoso, esto es indigno y esto no es ni puede ser cristiano. De manera, señores diputados, que hablarnos ahora en nombre de la moral de que se quiere cometer un despojo, un despojo, ¿despojar a los despojadores fue alguna vez un despojo o un acto de justicia? (Aplausos.) Despojar a los despojadores, expoliar a los expoliadores, cuando se tiene la conmiseración, que no se debiera ya tener, de ofrecerles todavía una indeminización.

calculada sobre el valor catastral aumentado en un diez por ciento con toda clase de intereses, perfectamente garantizados y en plazos cómodos y fáciles. No, señores diputados, es necesario que seamos consecuentes con nuestro pensamiento y que sacrifiquemos a las realidades y a las exigencias del minuto presente - aquí entran dentro de un enorme paréntesis moralidades geográficas enemigo al norte, etcétera, etcétera -, sacrifiquemos al minuto presente y a las exigencias de la realidad, cuyo sentido no debe fallarnos nunca, lo indispensable, lo mínimo, pero reclamando vigorosa y valientemente para los desheredados todo cuanto ellos tienen derecho de esperar y de exigir de nosotros. (Aplausos.) Debemos, pues, aprobar la división de los latifundios a título de expropiación y conceder al propietario solamente aquello a que ya expresamente nos obliga la Constitución política de 17. Si la Constitución política de 17, en su artículo 27, ha sido copiada por los preceptos de esta su ley orgánica en estos momentos a discusión; si la propia ley constitucional o fundamental exige que la expropiación se indemnice, entonces, señores diputados, indemnicemos con el valor catastral aumentado de un diez por ciento, pero concedamos a la realidad y al minuto presente y sacrifiquémosle el mínimo posible de ideal. Señores diputados: Llegados ya a estudiar ciertas modalidades concretas de la ley, yo me reservo para discutir más tarde en detalle, impugnándolos, determinados artículos. Yo creo que esta ley, compañero Gómez y compañero Gandarilla, que toda ley que salga de esta Representación debe tener esa cualidad de toda obra de arte y de toda obra buena y bella:La unidad. De manera que debemos procurar que los preceptos de esta ley estén todos de acuerdo y en consonancia los unos con los otros; y en el momento en que, por ejemplo, se estatuye que los terrenos nacionales habrán de distribuirse, no podemos, señores diputados - aquí acepto con verdadero aplauso y con verdadero agradecimiento la interesante sugestión del compañero don Luis Espinosa -, no podemos erigir al Estado, al Gobierno, en rentista. Esta fue su justísima expresión textual y este es el momento en que nosotros, que indemnizamos por una necesidad de momento al propietario, no podemos, en cambio, considerar, aceptando la sutileza de la Comisión, al Estado como un gran latifundista, como el mayor latifundista. (Aplausos.) Señores diputados, a menos que involucremos, no diré con torpeza, porque cuando hablo plácidamente me esfuerzo en escoger las palabras que menos lastimen, sino con poca habilidad, no podemos copiar en esto la sutileza de la Comisión, que con poquísima habilidad involucra conceptos y comete sofismas de analogía, declarando que el Estado es un latifundista. Señores diputados, sabéis muy bien que la mayor parte de las discusiones se extravían por no fijarse perfectamente al principio de la discusión el valor de los términos; fijemos los términos, y una vez que definamos el latifundio, una vez definiendo el latifundio como propiedad privada, oídlo bien, propiedad privada que encierra determinadas condiciones, es claro que el Estado, posesor sólo a título de mandatario en nombre de la colectividad, no puede considerarse, sin forzar los términos, como un latifundista, compañero Siurob.

Presidencia del C. ESPINOSA LUIS

El C. Siurob, interrumpiendo: ¡Es un sofisma!

El C. Soto y Gama: ¡Ya explicará la Comisión eso!

El C. Manrique, continuando: De todas maneras, yo insisto - lo sabe bien el compañero Díaz Soto y Gama - en que esta es discusión de detalle y creo que quien quiera que no señale en esta ley el error fundamental del principio dominante o esencial, está obligado, lógicamente, a votarla afirmativamente en lo general. Yo os exhorto, pues, señores diputados - y perdonadme que no haya tocado más concretamente este tópico a discusión: Ley Agraria, arrebatado en mi entusiasmo y casi involuntariamente por mi imaginación, a otros tópicos -, a votar esta ley. Creo, sin embargo, que tengo derecho a insistir en que yerran quienes pretendan haber discutido la ley en lo general, cuando se dedican a discutir particularmente algunos de sus puntos de detalle. Yo me he esforzado, señores diputados, por convenceros de la necesidad, de la necesidad moral en que os halláis de aprobar esta ley en lo general, porque ella encierra una reforma y un programa. Cuando en 1912 el diputado don Luis Cabrera, que tan honda huella de su paso dejó en diversas legislaturas, afirmaba que al tratar de auscultar, como él decía, o de sondear el sentir del Ejecutivo encabezado entonces por don Francisco I Madero, oyó que el Ejecutivo era adverso a la reforma agraria, oyó con dolorosa decepción que no eran ya los hombres de mil novecientos diez, y era esto en diciembre de mil novecientos doce - ved qué extraña y dolorosa ceguedad -, dos meses antes de la caída y derrumbamiento del Gobierno, que el Gobierno no quería hacer la reforma agraria porque consideraba como esencial, como principal, el hacer la paz. Señores diputados: He allí el error de Madero. (Aplausos.) He allí el error más grave aún y de mayor responsabilidad, porque suponía mayor experiencia del presidente don Venustiano Carranza, error que tuve la dolorosa satisfacción de acertar, apuntando en 1917 el error que consiste en imaginar que la paz se hace artificialmente sin hacer antes, sin determinar antes el bienestar o la tranquilidad moral y económica del pueblo. Es interesante citar la opinión de don Luis Cabrera, porque ella nos consolara, si nos hace pensar en que no se encuentran ya los mismos obstáculos a la realización de las reformas que se hallaban en 912 y que tenemos en estos momentos un Gobierno y en concreto un Ejecutivo que si bien yerra - y quienes seamos sus amigos estamos obligados por ello a señalar los yerros -, si bien yerra a las veces, tiene en cambio, en tesis general, el deseo de cumplir con las promesas empeñadas al pueblo y que el pueblo tiene derecho de exigir. Y todavía más, señores diputados, que el Gobierno actual, en el que participamos, tiene un sentido de la realidad, un sentido más hondo y más firme que el de don Francisco I. Madero. "Lo que piensa el Gobierno de las cuestiones agrarias" - fragmento del discurso de Cabrera el 3 de diciembre de 1912 - . "Cuando hemos pensado en la presentación de este proyecto a la Cámara, no dejé de procurar

auscultar la opinión del Poder Ejecutivo acerca de la buena disposición en que estuviese para emprender estas reformas; y debo declarar con franqueza que no encontré esa buena disposición de parte del Ejecutivo. El Ejecutivo cree - y en esto puede tener razón, pero también puede estar equivocado - que es preferente la labor de restablecimiento de la paz, dejándose para más tarde las medidas económicas, que, en concepto del Ejecutivo, perturbarían el orden más de lo que ya se encuentra perturbado. Mi criterio no es el mismo; el mío es que el restablecimiento de la paz debe buscarse por medios preventivos y represivos; pero a la vez por medio de transformaciones económicas que pongan a los elementos sociales en conflicto en condiciones de equilibrio más o menos estable. Una de esas medidas económicas trascendentales y benéficas para la paz es la reconstitución de los ejidos."

Yo os pido, señores diputados, elevándonos un momento a las esferas del desinterés, prescindiendo de sectarismos y agravios que haya podido dejar en vuestros corazones errores posteriormente cometidos, un aplauso para uno de los precursores del movimiento revolucionario, para uno de los filósofos de la revolución mexicana: Blas Urrea. (Aplausos.) Digo, pues, señores diputados, que es llegado el momento de demostrar que sabemos de qué modo se hace la paz en México, que sabemos por dolorosa experiencia que no es ya la política, compañero Altamirano, debemos demostrar que sabemos que no es ya la política de los hombres todo corazón, hombres sin preparación científica ni histórica, la política probablemente de los hombres de corazón tan amplio que dentro de él caben muchas tiples, muchas pobres flores de escenario, la política de hombres que imaginan que la Secretaría de Guerra se despacha entre bambalinas y bastidores, la política de hombres que imaginan que la paz se hace en México por medio del asesinato oficial y del asesinato organizado y aconsejado en los consejos de guerra; la política de los hombres que imaginan que la reparación sangrienta y artificial de errores perdonables a hombres de escasísima categoría ha de ser la política que ha de salvarnos. Y no, señores diputados; no está en un movimiento revolucionario, o mejor aún, en un movimiento armado personalista el enemigo que ha de derribar al Gobierno actual, si lo hubiera; al Gobierno actual no habrá de derribarlo ni el tope y definitivamente condenado asesino de Zapata, ni Murguía el rapaz impulsivo; a este Gobierno sólo podrá derribarlo el aliento poderoso y vivificador de las masas populares, si ellas se sienten traicionadas en sus íntimos anhelos. (Aplausos.) Señores diputados y señores compañeros de las izquierdas de la Cámara, y señores compañeros del Partido Liberal Constitucionalista: Para demostrar a la nación que no se ha equivocado al llamarnos a este sitio, al enviarnos a este lugar como sus mandatarios y representantes, representantes en lo que tiene más alto y más santo de su credo y de sus tendencias, representantes de la fe de nuestro siglo y del progreso del momento que vivimos, y si no queremos traicionar estas ideas y estas convicciones y estas esperanzas, sí, en general, señores diputados, votemos afirmativamente la ley a discusión. (Aplausos nutridos. Voces: Muy bien! ¡A votar!)

El C. presidente: Tiene la palabra en contra el ciudadano diputado Serrano Gustavo P.

El C. Serrano Gustavo P.: Ciudadanos diputados: Comienzo por declarar que llevo desventaja en esta discusión, por muchas razones. En primer lugar, hablar después de que ha hablado el primero de los "ases" de la Cámara, ya es una gran desventaja, señores. (Murmullos.) En segundo lugar, venir a hablar con datos técnicos, con estudios más o menos bien fundados, pero bien intencionados; de todos modos, después de que se ha hablado de política, de un tema tan sabroso, de un tema que ha tenido la atención suspensa por casi una hora, después de todo esto, compañeros, venir con algo relacionado con las matemáticas cuando ya estáis cansados, es casi tanto como venir a dar una clase de matemáticas después de un concierto musical; y, por último, el compañero Manrique ha apelado a la unión del partido, quiere decir que debe votarse la ley por unión de partido antes de oír las razones en contrario y que ya la opinión en el seno del bloque y aun en algunos que no son del bloque está congregada alrededor del compañero Manrique. Sin embargo, debo de cumplir con mi deber y no me arredra lo fuerte de los adversarios a quienes reconozco de antemano, no me arredra porque los considero sinceros, capaces de dejarse convencer, aunque sea en alguna parte. No tengo la pretensión de venir a imponer mis ideas a todo trance, si logro siquiera dejar en las reformas al dictamen algunas de las mías, con esto habré quedado muy satisfecho; sin embargo, voy a hacer todo el esfuerzo por atacarlo en lo general, ya después también me batiré en lo particular. Y antes de entrar en materia desearía hacer unas leves interpelaciones, algunas de las cuales quizá se consideran ociosas o infantiles, no importa; desearía que la Comisión se sirviera contestarlas lo más brevemente que le sea posible. Primero: ¿Esta ley es para el mejoramiento de las clases más humildes, especialmente las indígenas?

El C. Siurob: Esa es su tendencia.

El C. Serrano Gustavo P.: Gracias. Segundo: ¿Estamos en un período constitucional o seguimos en un período revolucionario?

El C. Siurob: Estamos en un período constitucional.

El C. Serrano Gustavo P.: Gracias. Tercera: ¿Es ley para que se aplique desde luego o simplemente para calmar impaciencias?

El C. Siurob: Es una ley para que se aplique desde luego en cuanto sea posible. Como sabe usted, la respuesta huelga, puesto que estamos en un período constitucional y dentro de un período constitucional toda ley que decretan las dos Cámaras debe cumplirse luego.

El C. Serrano Gustavo P.: ¿Es una ley para aumentar la producción, disminuir el hambre y mejorar a los agricultores también, o tan sólo para mejorar a unos cuantos en perjuicio de la mayoría de la nación?

El C. Siurob: Sírvase repetir la pregunta.

El C. Serrano Gustavo P.: Que si esta ley es para aumentar la producción, mejorar a los agricultores también, o tan sólo para mejorar a unos cuantos en perjuicio de la mayoría de la nación.

El C. Siurob: ¿Nada más?

El C. Serrano Gustavo P.: Y, por último, voy a hacer una interpelación cuya contestación ya sé cuál es, pero quiero que resuene aquí para que toda la nación la escuche, no porque la ignore, compañero, ya sé que es lo que me va usted a contestar y no puede usted contestar de otro modo. ¿Se aplicará a los nacionales o a los extranjeros?

El C. Siurob: ¿En qué sentido? ¿Para la adjudicación de parcelas o para la expropiación?

El C. Serrano Gustavo P.: Para todo.

El C. Siurob: La ley tiene que ser pareja para todos (Voces: ¡Para todos!) Silencio, señores; a mí me toca contestar, no a sus señorías. En la parte que se refiere a la adjudicación de parcelas, la misma ley indica que no pueden adjudicarse parcelas más que a los mexicanos y a los extranjeros naturalizados; en la parte que se refiere a la expropiación, a nacionales y extranjeros. (Aplausos.)

El C. Serrano Gustavo P.: Muchas gracias, no podía ser de otra manera, ya lo sabía, compañero.

El C. presidente: La Presidencia advierte que por no interrumpir al ciudadano diputado Siurob, no le cortó el uso de la palabra; pero está obligado a solicitar permiso de la Presidencia cuando desee hablar.

El C. Siurob: Muy bien, señor presidente; perdone usted que por la premura de la interpelación no lo haya hecho.

El C. Serrano Gustavo P.: No podía haberme contestado de otra manera el compañero Siurob. Si yo he hecho esta última interpelación ha sido para que conste que aquí vamos a dar leyes de aplicación general y no vamos a hacer excepciones entre nacionales y extranjeros.

El C. Soto y Gama: Era ociosa la interpelación.

El C. Serrano: Cabía la pregunta, compañero Díaz Soto y Gama.

El C. Soto y Gama: Era ociosa, ociosa enteramente.

El C. Serrano: Cabía.

El C. presidente: Se advierte al ciudadano Soto y Gama que está prohibido interrumpir al orador.

El C. Soto y Gama: El quiso la interrupción, señor.

El C. Serrano: No voy a atacar la ley en lo particular, sino en lo general; no voy a atacar ya la parte constitucional de la ley, porque ya el compañero Espinosa se refirió a ello; me parece fuera de lugar que cuando se acaba de decir que estamos dentro de un orden constitucional se estampe en la ley un precepto enteramente anticonstitucional, de manera que es un contrasentido éste; si estamos dentro de un régimen constitucional, debemos antes que nada respetar el orden constitucional que todos al entrar a esta Cámara hemos jurado guardar y hacer guardar, y mucho más las comisiones dictaminadoras de la Cámara. (Voces: ¡Igual!) No voy tampoco a referirme a la Comisión Nacional Agraria, en la cual se delegan facultades dictatoriales, en cuyas manos se pone toda la propiedad nacional, porque ya también de este punto se trató. Simplemente voy a referirme a la parte anticonstitucional, a un punto más: A que no se puede aplicar una ley si no hay ley para el procedimiento: Y no hay ninguna ley de expropiación, compañeros de la Comisión, ni vosotros la habéis presentado todavía a la consideración de esta Cámara. Luego, desde el momento que no hay una ley para fijar el procedimiento de expropiación, esta ley no se podrá aplicar inmediatamente, sino que tendremos que seguir sufriendo. (Voces: ¡Ahí está imbíbita!) Voy a combatir la ley en lo general, independientemente de que sea el proyecto del Ejecutivo o el dictamen de la Comisión. El proyecto del Ejecutivo es malo, pero el proyecto de la Comisión es peor, porque le quita lo bueno que tenía al proyecto del Ejecutivo. El proyecto del Ejecutivo estaba encajado dentro de la Constitución el de la Comisión se sale de ella. En muchos otros puntos que cuando lleguemos a la discusión en lo particular - porque creo que llegaremos - me referiré a ellos, demostraré en qué se empeora el proyecto del Ejecutivo, en lugar de mejorarlo, como debía haberlo hecho la Comisión. Se dice que combatimos la ley porque adolece de pequeños defectos de detalle, pero son detalles de tal magnitud que ponen en peligro la resolución del problema que tenemos en nuestras manos. Recordad, compañeros, que Napoleón en Waterloo por un pequeño detalle fracasó. Así esta ley, no por uno, sino por muchos, puede fracasar. Desde luego, destruye la gran propiedad sin crear la pequeña, y la destruye a medias solamente, se le asestan golpes formidables al latifundismo para tratar de destruirlo, pero no lo destruyen; el latifundista hábil, resbaloso, cauteloso y desconfiado, acechando, siempre sabrá escaparse de esos golpes y el proletariado será el que los reciba por culpa de la impericia de nosotros. No destruye el latifundismo del todo la ley, trata de destruirlo y nada más, pero no lo destruirá. Por otra parte, ni siquiera se define en rigor lo que es el latifundio, se fija el fraccionamiento de toda clase de latifundios sin fijar ciertos límites, sin decir por cuáles hay que comenzar, sin decir que por los más grandes, sin decir que por los que verdaderamente sean latifundios y vamos a destruir algunos que sí son latifundios, sin necesidad de destruirlos, echándose una grave carga el Estado, carga que no puede soportar y quitándose elementos que debía de dejarlos a disposición del Gobierno para resolver el problema agrario. Yo creo que el problema agrario existe, compañero Soto y Gama, nunca lo he negado y ya recordará usted que hace algunos meses, en ocasión memorable, declaré que sí existía el problema agrario y que no venía aquí a oponerme a que se tratara el problema agrario y que simplemente difería con usted y los demás en los procedimientos. Yo no vengo aquí a defender al latifundista, ni siquiera al régimen latifundista, no, compañero, yo no tengo el más alto concepto de los latifundistas, no me preocupan mucho sus intereses personales, sí me preocupan mucho los intereses nacionales que están muy por encima de los latifundistas, pero precisamente porque no se destruye el latifundismo como se debiera destruir para procurar la mejor distribución de la propiedad, por eso es por lo que ataco la ley. Tampoco haré mención, porque ya el compañero Manrique, que es del pro, lo acepta, de la cláusula aquella en que se declara al Estado latifundista y en que se quieren vender los terrenos nacionales. Francamente no veo mucho liberalismo en esto de vender los terrenos

nacionales. En Estados Unidos precisamente los terrenos nacionales han servido muy particularmente para ayudar a crear la pequeña propiedad agrícola y ganadera; en los Estados Unidos, en la ley de Homestead y en la Desert land, en todas ellas se ve que los sesenta acres, o los trescientos veinte acres, siempre se le regalan al pequeño propietario, al pequeño agricultor que va realmente a aprovecharse de ella para la ganadería.

El C. Siurob, interrumpiendo: Allá tienen mucho dinero.

El C. Serrano, continuando: Para tener dinero es necesario trabajar, compañero. Allí precisamente se le pone a esas propiedades nacionales ciertos requisitos para que puedan convertirse al cabo de tres o cinco años en propiedad privada, se exige que trabaje el individuo que va a cultivar la tierra y que demuestre que realmente está capacitado para cultivar y que después lo demuestre con hechos, no se exige absolutamente ni un solo centavo que pague por la modesta propiedad que el Estado le otorga, y aquí vosotros habéis pretendido que el Estado se convirtiera en vendedor de propiedades; vosotros, en el artículo primero proclamáis el derecho que todo individuo tiene para poseer una propiedad, etcétera. Esto, que es una declaración de derechos, no debería de figurar en la ley; la declaración de derechos debía estar enteramente fuera de la ley, esas ya se han hecho, ya las conocemos; pero lo que sí me parece ridículo, es que se declare el derecho que todo individuo tiene para que el Estado le venda en abonos tierras nacionales.

El C. Soto y Gama: Allí está la Constitución.

El C. Serrano: Compañero, aquí estamos para reformar la Constitución en todo aquello que tenga de malo, podemos iniciar precisamente una reforma en ese sentido.

El C. Soto y Gama: No estamos convocados para eso, estamos en régimen constitucional, usted lo ha dicho.

El C. Ortiz Manuel: ¿Me permite el orador una interpelación?

El C. Serrano: Sí, señor.

El C. presidente: No se admiten interpelaciones porque las prohibe el Reglamento. (Voces: ¡Sí! ¡Sí! ¡El orador lo permite!) Si el orador lo permite, sí.

El C. Ortiz: Suplico a su señoría nos diga clara, terminante y honradamente, si posee algunos terrenos en el Estado de Sonora.

El C. Serrano: Con mucho gusto. Tengo 175 hectáreas de temporal, compañero. (Voces: ¿Y de monte?) Ninguna. (Voces: ¿Y para ganado?) Tampoco, es todo lo que tengo. Por otra parte, compañeros, he preguntado si esta ley estaba encaminada a aumentar la producción, como debe ser. Se me ha dicho que sí y yo pregunto: ¿Cómo se va a aumentar la producción, cuando simplemente algunos de los latifundios que se van a repartir son latifundios destinados al cultivo del maíz o a la ganadería; pero como quiera que sea, a la producción en un solo ramo? ¿Se reparten y se va a aumentar realmente la producción repartiendo tierras de temporal, por ejemplo?, porque las tierras de riego casi prácticamente quedan exentas de la repartición. ¿Cómo se va a aumentar la producción, quisiera yo que se me dijera: simplemente haciendo que cambien de manos y que vengan a quedar las tierras en manos de otros que ni siquiera tengan elementos para el cultivo? Porque los pequeños colonos, sin elementos de ninguna clase, muchas veces sin experiencia, puesto que ni siquiera se les exige que estén capacitados para la agricultura, vendrán a instalarse en los terrenos llenos de ilusión, pero sujetos a fracasar por falta de ayuda del Gobierno. Yo pregunto, señores, ¿Cómo un colono que venga a establecerse en una propiedad de veinte, de treinta o de más hectáreas de temporal, podrá prosperar sin ninguna ayuda de fuera?

El C. presidente: Se suplica a los ciudadanos diputados presten atención al orador y ocupen sus curules. (Campanilla.)

El C. Serrano, continuando: Si esta ley está encaminada a la protección de los verdaderos proletarios, para los indígenas, para los que no tienen absolutamente nada más que su familia, si van a instalarse en un terreno escueto, si van a instalarse en un terreno donde quizá no hay ni un pozo ni una casa, ¿cómo van a poder trabajar, compañeros? Se les deja allí abandonados, a merced de la intemperie, de enemigos que siempre tendrán; se les deja sin siquiera tener experiencia en la agricultura, sin tener un peso en la bolsa, sin que exista el crédito agrícola, del cual estamos hablando a cada momento, sin que se piense todavía en crearlo. ¿Cómo va a vivir aquel hombre durante los primeros años? (Murmullos.)

El C. Díaz Soto y Gama: Con permiso de la Presidencia, interpelan a la Comisión y debe contestar. La Comisión, como toda la Cámara, tiene conciencia clara y cree tenerla de lo que es el problema agrario, de las complejidades que abarca y siempre ha estado, y hoy más que nunca, en la conciencia de esa Comisión el presentar en el período ordinario, ya que en el extraordinario no cabe, tanto el proyecto relativo al crédito agrario como todos los decretos relativos a irrigación. Crea el compañero que no se nos ha olvidado, que esto no es más que uno de los capítulos de la reforma agraria, el más importante, el que asesta los golpes al latifundismo, y que el sistema de la propiedad es un sistema que se completará con el de irrigación, con el crédito bancario; con el cooperativismo, etcétera, etcétera. Nosotros nos damos cuenta clara de esas dificultades de orden práctico, que procuraremos subsanar por medio de una legislación adecuada.

El C. Serrano: Gracias, compañero. Me gusta que el compañero Soto y Gama me haya contestado en esta forma, porque quiere decir que conoce el problema y lo va a atacar en todas sus modalidades; así es que quiero que se ataque el problema agrario por todos lados, no nada más por uno. Muy bien; usted dice que se va a crear el crédito agrícola y vamos a hablar un poco de crédito. En primer lugar, al destruir el latifundismo y asestarle los primeros golpes, usted sabe muy bien, compañero, que desde el momento en que el latifundio salga de las manos de sus actuales dueños o poseedores, desde ese momento no deberán pagar las contribuciones; el Estado, por otra parte, se hecha sobre sus espaldas la pesada carga de indemnizar a ese propietario, indemnizar en parte ciertamente, pero

siempre es una indemnización que si se trata de una enorme cantidad de latifundios como probablemente será, será una enorme carga. De manera que sobre la indemnización vendrá en contra el no percibir contribuciones, que son formidables, compañeros. De manera que se ve privado por una parte de unos elementos y por otra parte se echa sobre sus espaldas enormes cargas que no podrá soportar. ¿Cómo, de dónde vamos a sacar dinero para todo esto, para crear el crédito agrícola, para ayudar, no a quinientos ni a mil colonos, sino quizás a quinientos mil o un millón de colonos, compañero, si nosotros sabemos que un colono necesita, lo menos que se suponga, mil pesos para comenzar a trabajar, de dónde vamos a sacar esos millones para resolver el problema agrario en la forma propuesta? Yo creo que el fraccionamiento de latifundios sí debe venir, pero debemos procurar que las leyes que demos realmente vengan a beneficiar a la nación y a los colonos, no debemos nosotros aquí dictar leyes que vengan a conquistarnos aplausos de nuestros comitentes, no, compañero, debemos sacrificar esa reelección que muchos de vosotros queréis; no, debemos de preocuparnos por decir la verdad, aunque perdamos muchos votos de las gentes que no nos comprendan. Estos problemas agrarios son de los más complejos en todas partes del mundo y hay que estudiarlos en todas sus modalidades, muy especialmente en la parte técnica, que es la que más especialmente se descuida en nuestro país. Y bien, precisamente por descuidar esa parte técnica es por lo que estamos expuestos a que ni se fraccionen los latifundios ni se resuelva el problema agrario en esta totalidad, ni se beneficie el proletariado ni mucho menos toda la nación; que no se van a cultivar tierras, porque hay que saber muy bien que solamente una pequeña parte de la nación será la que se dedique a cultivar tierras en la pequeña propiedad que se trata de crear. Si la producción disminuye, como tendrá que disminuir con esta ley aprobada tal como viene, si la producción disminuye, entonces se verá afectado el Gobierno, se verá privado de elementos, se verá afectado todo el pueblo mexicano, supuesto que tendrá que pasar hambres o comprar los artículos de primera necesidad a precios muchísimo más altos que los que hoy rigen. ¿Y quién pagará directamente las consecuencias de nuestra ineptitud para resolver este problema? Será el colono, porque dígase lo que se diga, créese el crédito agrario, ayúdesele o no se le ayude, siempre el Gobierno, la nación, estará absolutamente incapacitada para ayudarle en la medida que es necesaria. No hay elementos todavía, compañeros, ni en la considerable producción del petróleo ni de otras clases y no podremos nosotros ayudar a los colonos, abandonados en esta forma en las escuetas mesetas de nuestro país. No podrán absolutamente sostenerse el primer año, mucho menos el segundo ni el tercero; en muchos casos habrá que sostenerlos durante los tres años, supuesto que les vamos a entregar tierras sin riego en muchos casos y así esos colonos es absolutamente imposible que puedan prosperar. La pequeña agricultura tiene que crearse siempre en nuestro país sobre la base del riego; sin riego vendrá el más escandaloso fracaso, y este fracaso, compañeros, es el que trato de evitar, porque el fracaso desalentará a los más entusiastas agraristas; yo también me declaro entusiasta agrarista, pero quiero precisamente que las leyes agrarias que dictemos sean de aquellas que vengan a resolver el problema y no de las que vengan a empeorarlo, porque lo vendrá a empeorar durante no uno, sino durante muchos años. Y esta transición en la que hay que evitar, porque no es necesario que venga de manera tan brusca. Ahora, si vamos a repartir la propiedad sobre la base que decía el compañero Altamirano, de llegar a la socialización de la tierra, francamente no me parece ésta la base más adecuada. Y aquí toco un punto que aunque ya lo tocó el compañero Manrique, quiero referirme a él y refutarlo también con algunos otros argumentos. Dice el compañero Altamirano que la ciencia no debe entrar en el Gobierno, o algo que equivale a lo mismo; no recuerdo exactamente sus palabras. El compañero Díaz Soto y Gama, en ocasión memorable que debe recordar la Cámara, el 26 o 27 de octubre del año pasado, dijo aquí en esta tribuna: "El más grande de los economistas del mundo es Lenine". ¿Cierto?

El C. Díaz Soto y Gama: Cierto. ¡Como no! Lo sostengo.

El C. Serrano, continuando: Y yo creo que esa ciencia de Lenine no ha de haber sido una ciencia infusa.

El C. Díaz Soto y Gama, interrumpiendo: ¡Mucho de intuición!

El C. Serrano, continuando: Si el señor Altamirano es admirador de la revolución rusa y al frente de la revolución rusa dice que está el más grande de los economistas, entonces, aún allí, aún allí, compañero, está la ciencia. ¿Por qué solamente en México no ha de entrar la ciencia en el Gobierno? Yo no pretendo aquí traer ciencia mía; es muy poca la que tengo; pero esa poca quiero que entre y quiero invitar a todos y cada uno de ustedes para que la poca ciencia que tengan, la pongan a disposición de la nación; que no nos traigan aquí discursos políticos y brillantes, que aseguren una gran parte de los votos de vuestros comitentes en las próximas elecciones. No, señores, hagamos a un lado todos esos discursos de oropel y vengamos aquí con ciencia, con fe, con corazón, pero traigamos realmente la ciencia como base para resolver los problemas nacionales. (Aplausos.)

Voy a referir cómo se ha resuelto el problema de la pequeña propiedad en otras partes, muy ligeramente, porque no quiero cansar a la Asamblea, y me refiero muy en particular a dos países: A los Estados Unidos, donde he tenido ocasión de ver personalmente cómo existe allí la pequeña propiedad, y a Italia, donde aunque no he estado, sé también que se ha resuelto. En los Estado Unidos, desde luego, esas enormes extensiones de terrenos nacionales, como decía antes, se han repartido libremente, cualquier ciudadano tenía derecho de irse a instalar donde hubiera un terreno de la nación y disponer de 64 hectáreas; el Gobierno, como decía, no se las cobraba nunca. Bien; esa propiedad venía a ser más bien utilizable para los ganados; alrededor de esa pequeña propiedad, había enormes extensiones de terrenos nacionales, en donde podían, o todavía pueden pastar los ganados de los pequeños propietarios. Así se han labrado grandes fortunas en los Estado Unidos, fortunas que

muchas veces ha sido en perjuicio de los demás nacionales que han venido después, y voy a citar casos concretos que me constan por haber sido testigo presencial durante muchos años. En el Estado de Arizona, muy cerca del distrito de Altar, existía hace pocos años ese sistema de 64 hectáreas: Fincar allí, hacer un pozo, poner diez, veinte, X vacas, y al cabo de unos cuantos años aquel ranchero tenía ya centenares o millares de vacas y no controlaba sesenta y cuatro, sino sesenta y cuatro mil hectáreas. Y viene otro, y otro, y otro y entonces los últimos que vienen no pueden disfrutar de sesenta y cuatro mil hectáreas, sino de una fracción, la octava, la décima, la vigésima parte, hasta que llega un momento en que ya el radio de acción de la pequeña propiedad se limita a una milla por cada lado, unos cuantos centenares. Bien; ¿qué resulta de esto? Que los primeros que llegaron se beneficiaron enormemente, ¿y los que vienen después, compañero? Hay que cuidar de las reservas nacionales: Por eso es que yo no permitiría que dentro de un gran latifundio se fincaran pequeñas propiedades, se disfrutara de los terrenos nacionales con el jus utendi y jus abutendi, porque aquí también vendría el abutendi, quiero decir, el abuso de la propiedad nacional, y como consecuencia de esto, viene la ruina de aquellos terrenos y no en plazos muy largos. Yo cuando era todavía muy joven, pude observar en mis viajes de vacaciones, que en menos de diez años se arruina toda una comarca, señores, por ese abutendi de los pequeños propietarios. ¿Por qué? Porque cada quien pone más ganado en el terreno del que puede sostener el terreno, y terrenos que antes sostenían cien o mil cabezas, ahora sostiene la mitad, o la cuarta parte, o no sostienen nada; ya los pastos se han agotado, y en lugar de los pastos vienen las malas yerbas y la carencia de los pastos, pues ustedes saben que las lluvias arruinan los terrenos, se abarrancan, y el agua no favorece ya a los pastos y al cabo de unos seis años no se puede crear ganado en esos terrenos usados en mancomún; he allí uno de los grandes inconvenientes de la propiedad mancomunada. Y esos terrenos de Arizona, que antes sostenían centenares de miles de cabezas de ganado, ahora sostienen unas cuantas nada más, y cada año sobrevienen terribles mortandades, que ya materialmente no saben qué hacer las compañías establecidas allí y que procuraron acaparar el terreno; son víctimas de su acaparamiento y no pueden sacar ni el cuatro por ciento de su inversión. El Gobierno, para evitar esto, permitió que se rentaran esos terrenos; pero ya era tarde, ya se había abusado de esos terrenos y solamente pueden recuperar su fertilidad dejándolos en descanso durante muchos años y haciéndoles ciertas obras. En cambio, en Texas se ha seguido el sistema de rentar grandes extensiones de terreno antes que los terrenos se arruinen; allí se permite que el individuo tenga en propiedad cierta cantidad limitada de terreno, pero puede rentar miles y miles de acres, que es lo mismo. Así es que allí solamente se hace el uso y no el abuso. Le señalo estos detalles, compañero, para que no se me diga que en el fraccionamiento de los grandes latifundios conviene dejar estas propiedades comunalmente a todos los que se van a instalar como colonos, porque ciertamente se beneficiarían mucho los de ahora, pero ya no los hijos de ellos, los que vengan dentro de diez o quince años, porque éstos se encontrarán ese terreno totalmente arruinado, si es que quieren explotarlo para su convivencia, no para la convivencia nacional. Ahora bien; por cuanto a los terrenos de la pequeña propiedad agrícola, que es la que creo que más interesa a la nación, ¿cómo lo han hecho allí? Atacando el problema por todos lados, pero muy particularmente creando en los últimos años lo que se llama reclamation service; ya lo sabe el compañero Díaz Soto y Gama y la Cámara, que esos grandes proyectos que se han construído y desarrollado, muy especialmente en las áridas tierras del Oeste, que es donde más indicadas y más indispensables son las obras de irrigación, allí esos proyectos se estudian desde los cimientos hasta el momento en que ya están en producción, y todavía el Gobierno se sigue preocupando por el sostenimiento de ellos muchos años, porque esos proyectos dan todo el resultado que se quiere, no solamente para los colonos, sino para toda la nación. Bien; el Gobierno americano ha comenzado con un pequeño fondo, que no recuerdo si fueron ocho o diez millones, u ochenta, pero siempre insignificante para la magnitud del problema. Con los productos que tiene asignados y algunas otras entradas que están absolutamente dedicadas al objeto, como los productos de la Reclamation Service, en la actualidad ya son algunos millones de acres los que se han arreglado y fraccionado perfectamente para este sistema.

Allí, como decía, el Gobierno estudia el proyecto, ve las tierras que se van a regar, y dice: "Aquí se van a regar doscientos mil acres única y exclusivamente destinados a la pequeña propiedad y entonces el sistema está calculado desde el principio sobre esa base, los de cuarenta, otros de ochenta y en casos excepcionales de ciento sesenta acres, es decir, como máximo unas sesenta y tantas hectáreas. Esos terrenos sí se venden, no podía ser de otra manera, puesto que allí el Gobierno no va a vender la propiedad del terreno, sino todas las mejoras que les ha hecho el Gobierno con el dinero de la nación y de la generación actual los venden en las mejores condiciones de pago y los vende procurando que el colono no vaya a fracasar, no lo abandona a la intemperie, a que se muera de hambre y se le exige, además, que sea agricultor, que sea apto para la agricultura. Y aquí no decimos que el que vaya a ocupar un lote sea apto, que demuestre que está apto, que no vaya a pedir limosna y a decirnos que fue víctima de nuestra incompetencia, víctima de nuestro entusiasmo, pero víctima al fin. No quiero víctimas detrás del problema agrario que estamos intentando, quiero éxitos nada más, para que cuando demos esta ley sea tan sabia que solamente tengamos que reformarla a fuerza de los años y poco a poco, muy poco ciertamente; que se prevea lo más que se pueda, que se estudie lo más que se pueda, no importa que nosotros tardemos un mes o dos, hasta un año, o hasta dos años, con tal de que venga la resolución del problema agrario, que no vayamos al enorme fracaso, como los habidos en otras partes, muy particularmente en Estados Unidos, porque allí ha habido enormes fracasos, compañero Soto y Gama, compañero Siurob, ha habido enormes fracasos

que debemos evitar aprovechando la experiencia de ellos, precisamente por no tener en cuenta todos los factores que deben tenerse en la resolución de este problema que es de tanta actualidad en nuestra tierra. Allá, por ejemplo, han fracasado no solamente las compañías particulares fraccionadoras e irrigadoras, sino también el mismo Gobierno. Allá en California, por ejemplo, que es ahora un vergel, allí donde hay tanta experiencia, donde hay tanto dinero, donde las condiciones de la naturaleza han sido mucho más pródigas que aquí quizás y donde allí sí se han sabido aprovechar de las condiciones naturales, no como aquí, allá donde hay tantos intelectuales, tantos banqueros, financieros, abogados y profesores, ahí también ha habido fracasos en la resolución del problema agrario, y todavía hace tres años se ha dictado una de las últimas leyes por la Legislatura de California, procurando evitar ese fracaso futuro aprovechando las lecciones del pasado. Creo que nosotros podríamos aprovechar estos fracasos habidos en California y en otras partes de los Estados Unidos y voy a referir a ustedes un solo caso. La Legislatura, como decía una ley, la cual entregaba en manos de una comisión, pero no era una Comisión Nacional Agraria ni nada por el estilo; era una comisión compuesta de esta manera: Eran tan sólo cinco personas y fíjense ustedes quienes figuraban ahí. Desde luego no figuraba ningún político, como seguramente tendrán que figurar en la Comisión Nacional Agraria, si es que el nombramiento, aunque no se haga por la Cámara, deba ratificarse por ella. Esto está en la conciencia de todos nosotros y no puede ser de otro modo. Ahí esas cinco personas, en cuyas manos la Legislatura de California entregaba unos proyectos nada más, porque no entregaba toda la propiedad ni mucho menos toda la resolución del problema, ahí esos cinco individuos estaban de esta manera: El presidente, compañero Altamirano - no sé si estará aquí; ¡bueno! pero lo leerá en el DIARIO DE LOS DEBATES -, el presidente de una Universidad, cuyo estudio principal era el de la agricultura, es decir, una autoridad en la materia, un verdadero científico; ahí la Legislatura hacía ver la importancia de que la ciencia entrara en la resolución del problema; entraba un banquero, entraba un abogado, un abogado especialista en ciencias políticas...

El C. Soto y Gama, interrumpiendo: ¡Es malo eso! (Risas. Murmullos.)

El C. Serrano, continuando: Pues si es malo, los resultados fueron buenos, eso sí sé yo.

El C. Soto y Gama: Una casualidad!

El C. Serrano: Un agricultor, compañero, y un comerciante, es decir, todos los elementos estaban allí, y el resultado de la junta fue que todos los proyectos, y uno de ellos muy pequeño por cierto que se le encomendó, fueron un éxito. Ahí estaba el hombre de ciencia, ahí estaba el hombre de negocios, el hombre práctico, el agricultor, todos estaban representados por aquellos cinco hombres, honrados todos ellos; al menos así lo reconoce el Estado de California y debemos creer que así fue. Ahí se tenía en cuenta para darle tierras a un colono, la capacidad del colono, la clase del colono y si realmente tenía elementos para trabajar. Yo no quiero que vayamos tan lejos, porque sabemos que aquí no tienen elementos, porque sabemos que allí sí tenían elementos, porque allí se busca como base en la resolución del problema agrario, que sí era un verdadero problema, allí se buscaba el aumento en la producción, que no fuera a fracasar el colono, que no fuera a tomar tierras que no pudiera cultivar, que no estaba capacitado a cultivar o que no tenía los elementos necesarios para el cultivo. Invariablemente fue un éxito; allí se salieron de muchos modismos anteriores; se cambió hasta la forma de la propiedad; no se exigieron cuadrículas, porque esa cuadrícula regular para la división de los latifundios, resulta en muchos casos imposible de verificar. Ese caso lo tiene previsto la Comisión, pero no tiene otro que es esa división de la propiedad en parcelas en la forma que indiqué. El sistema de parcelas regulares resulta pernicioso aquí en México en que las pendientes de los terrenos son tan formidables; lo único que hay que decir es que los canales se adopten a la forma de los terrenos y no al contrario. De manera que no hay ni siquiera que decir que se debe procurar que sean cuadrados o lo que sea, sino que los terrenos estén en la mejor forma posible para que no se destruyan a la vuelta de unos cuantos años y se transformen en barrancas. Hasta detalles de estos intervienen muchas veces en la resolución del problema, porque después de veinte años, simplemente por un detalle como la forma del terreno, puede resultar que se destruya la propiedad para siempre o que quede en difíciles condiciones. En California han trabajado también las compañías colonizadoras, irrigadoras o fraccionistas, o todo junto y allí también hubo sonados fracasos, al grado de que ahora difícilmente se encuentra capital en los Estado Unidos para empresas de irrigación, tan difícil es el problema. ¿Por qué? Hay muchos detalles, pero hay uno que conviene estudiar muy en particular porque va directamente relacionado con los intereses del Gobierno. Voy a explicar brevemente y pido perdón a la Asamblea por estar entrado en tecnicismos, pero no puede ser de otro modo.

Se fracciona una propiedad de cien mil hectáreas en lotes de diez hectáreas, con valores diferentes todos ellos, no un valor basado en el registro fiscal, ya que el catastro realmente no existe en México, sino un valor que podría fluctuar desde 10 hasta 100, ya que la clase de terreno va variando de un lote al siguiente y por consiguiente no es justo pedir el mismo valor por diferentes clases de lotes. ¿Y qué sucede en esas empresas particulares? Que se hacen con dinero ajeno, con millones de pesos que están ganando el cuatro o el cinco por ciento al año; intereses que aquí sería verdaderamente imposible de conseguir y que no los tendremos en lista durante muchos años todavía. Sin embargo, fracasan por esto: Desde el momento en que se toma el primer millón de pesos, ese millón de pesos está ganando intereses de día y de noche, y comienzan los trabajos de irrigación y de fraccionamiento de terrenos, que valían, pongamos por caso, diez pesos por hectárea - es un ejemplo nada más -, valdrían mucho más; se terminan las obras, se van a entregar a los colonos ya los lotes fraccionados con sus canales, con sus aguas, hasta con sus casas y algunas veces se les

entregan hasta con la cosecha en pie, esto lo he visto; ya el colono va a comprar la tierra en plena producción, va a cosechar materialmente; sin embargo, fracasan muchas veces los colonos y más fracasan las compañías, ¿por qué? El primer año después de que está en producción, se vende la décima parte del lote, los mejores ciertamente; el segundo se venden un cinco, un seis, un diez, un N por ciento más, y así sucesivamente; al cabo de cuatro cinco o más años, todavía queda la mitad o por lo menos la tercera parte de la propiedad sin vender, ociosa, y el interés del capital invertido sigue corriendo día y noche, y llega un momento en que el interés del capital, interés compuesto, que no puede ser de otro modo, sobrepasa a las utilidades que pudiera tener la compañía, porque ese interés viene a sumarse a los gastos generales del negocio, a los gastos de la administración y a las utilidades que exige aquel residuo, aquel cincuenta o aquel treinta por ciento de la tierra que no vendieron. Esto hace fracasar el negocio y ha sucedido muchas veces. Ahora en el caso del Gobierno Mexicano toma una hacienda, digamos, muy grande, que son las que más se deben fraccionar, digamos de cien mil hectáreas, que en realidad no sería tan grande, porque tenemos hasta de millones de hectáreas, pero pondremos cien mil. Aquí antes de entrar en materia quiero que el compañero Soto y Gama se sirva aclararme una duda. Vamos a suponer que los vecinos quieren tierras de aquella hacienda, de esa ha de ser, porque hasta ha de ser de donde ellos quieran; (Risas.) la hacienda de San Juan digamos, son cien mil hectáreas; yo no entiendo muy bien el texto de la ley, por eso es que le pregunto a usted con toda atención qué se hace. ¿Se expropia toda la hacienda?

El C. Soto y Gama: Pido la palabra para contestar. No, evidentemente que no se expropia toda la hacienda. El artículo respectivo dice: Querido compañero....

El C. Serrano, interrumpiendo: No más el espíritu de la ley.

El C. Soto y Gama, continuando: No, le voy a leer a usted el artículo, porque en él tengo que basarme.

"Artículo 6o. Las expropiaciones a que se refiere esta ley, sólo podrán hacerse a medida que vayan siendo presentadas las solicitudes de parcelas, respecto de cada finca en particular."

Si solicita quinientas, quinientas; si mil, mil; es decir, se satisface la demanda de tierras, nada más.

El C. Serrano: Muy bien, gracias. Naturalmente que los colonos van a pedir las mejores, las de riego; no puede ser de otra manera, y todas las de riego se repartirán, si es que la ley no se los prohibe, porque dice que si hay obras de irrigación, no se repartirán, cosa que no entiendo.

El C. Díaz Soto y Gama: Contestaré: La idea de la Comisión es esta: Que parece que está clara; pero si no lo está, se podrá aclarar. Las tierras regadas con lo que podemos llamar riego natural, es decir, que no necesitan obras de irrigación, sino canales sencillos, esas tierras sí están sujetas a reparto; pero las tierras donde hay trabajo humano o capital invertido en una preparación que pueda permitir o dar lugar a que se hable de verdaderas obras de irrigación, donde hay presas, pozos artesianos, pozos chinos, esas quedan exentas de expropiación.

El C. Serrano: Acepto la idea, aunque es muy difícil deslindar dónde termina una obra de esas que usted llama naturales y dónde comienzan las obras de irrigación. Hay muchas tierras que no son de riego, ni de temporal, sino que están en un término medio, como las que tienen riegos suplementarios para la escasez de lluvias; pero en fin, se fracciona aquella hacienda de riego; se toman las mil hectáreas de riego; usted sabe bien que la mayor parte de los latifundios no son destinados a la agricultura en su totalidad, sino en mínima parte, a veces el dos o el tres por ciento, si es que tenemos en cuenta la proporción de tierras regadas en toda la región; pero supongamos que llegan hasta un diez por ciento. Si suponemos que son cien mil hectáreas, se repartirán diez mil, ¿Y para qué sirve el resto?

El C. Díaz Soto y Gama: Para contestar eso, necesito, como usted comprende, entrar en explicaciones muy amplias.

El C. Serrano: Entonces el resto no se va a expropiar.

El C. Soto y Gama: Sí.

El C. Serrano: No hay quien las pida.

El C. Díaz Soto y Gama: Puede haber.

El C. Serrano: Se repartieron las diez mil hectáreas y quedarán noventa mil. Se destruye el latifundio, señores....

El C. Soto y Gama: También se lo contestaré a usted después.

El C. Serrano: Yo creo que no.

El C. Soto y Gama: Yo creo que sí.

El C. Serrano: Yo creo simplemente que se desorganiza el latifundio, porque esas noventa mil hectáreas ya no van a servir lo que antes servían juntas con aquellas diez mil. Estos son puntos que no se pueden arreglar, compañero; pero se los apunto para que los tenga en consideración, porque yo no vengo aquí a procurar que no se fraccionen los latifundios, sino que se fraccionen los que sean necesarios, sin perjuicio de los intereses de la nación; pero que si no se necesita fraccionarlos, que se dicten medidas para que los propietarios queden con ellos como carga, porque a la larga serán una verdadera carga, y que la nación siga percibiendo las contribuciones que tanto necesita para el sostenimiento de todos los gastos que tiene sobre sí y muy en particular para aplicar esas contribuciones de los latifundios a la resolución del problema agrario ampliando las obras de irrigación, que debe, que necesita urgentemente emprender el Gobierno, aunque sean en modesta escala. Ya vemos que en los Estados Unidos, a pesar de sus enormes millones, se comenzó con muy poco dinero y vemos que ahora se ha invertido veinte veces más la cifra inicial. Así podemos comenzar nosotros también.

El C. Bojórquez: ¿Me permite usted una aclaración?

El C. Serrano: Sí, compañero.

El C. Bojórquez: ¿Tuviera usted la bondad de decirme si sabe cuántos latifundistas pagan sus contribuciones en el Estado de Sonora?

El C. Serrano: Compañero Bojórquez con mucho gusto.) Yo creo que eso no lo sé...

El C. Bojórquez: No paga ninguno.

El C. Serrano: ¿Cuántos latifundistas pagan?

El C. Bojórquez: Ninguno en casi toda la República.

El C. Serrano: Eso quiero decir que el Gobierno es muy malo, porque no exige las contribuciones que debe exigir. (Aplausos.) En otros casos se ha alegado, aquí lo alegó creo que el compañero Mijares, que los latifundistas pagan en desproporción al pequeño agricultor, y es muy cierto, señores. Pues hagámosles que paguen en proporción, si se quiere, que paguen hasta más, porque no sólo el catastro está mal hecho, más bien dicho, no está hecho; hagamos el catastro; si no se quiere hacer el catastro porque es muy costoso, porque es muy difícil, porque no tenemos elementos para ello, hagamos siquiera unos avalúos fiscales que sean razonables y allí señalamos contribuciones equitativas para que no paguen lo mismo los que poseen cien mil hectáreas que los que tienen diez mil. El Gobierno no cumple con su deber si cobra en desproporción, y yo voy más lejos: Que se cobre en mayor proporción acepto el impuesto progresivo, compañero Bojórquez. (Aplausos.)

Así seguramente que se atacaría el latifundio por la base y entonces se irían destruyendo de verdad los latifundios, y aunque no se destruyeran, serían muy útiles para la nación porque estarían pagando contribuciones. He ido a recoger algunos datos estadísticos a la Dirección Agraria y a algunos otros departamentos de la Secretaría de Fomento para ilustrarme un poco; más desgraciadamente la estadística en nuestro país, no ha comenzado todavía. Los datos que tenemos, si no son manejados con todo el criterio que se debe, nos exponen a conclusiones absolutamente erróneas y descabelladas, y no sólo a los que tenemos una mediana cultura, sino a los que tienen un alto grado de cultura. Tenemos un libro de González Roa que está basado y de acuerdo con otros datos que da el señor Bulnes, y son tan descabellados , que más valía que no hubiera estadística. Dice enormidades, por ejemplo, que en la nación mexicana no hay más que cuarenta mil propietarios. Señor diputado Cuervo, hágame usted favor de decirme cuántas propiedades hay en Jalisco.

El C. Cuervo: Hay ciento sesenta mil propiedades.

El C. Serrano: Hay ciento sesenta mil propiedades en un sólo Estado, y sin embargo, se asienta en un libro científico de una alta personalidad, de un hombre que está bien documentado y de alta intelectualidad, que no hay más que cuarenta mil predios en toda la República. Quiere decir que cuando se basa uno en los datos estadísticos y no se tiene buen criterio, vale más no acudir a la estadística. No voy a entrar en detalles de cómo debe resolverse el problema agrario, porque eso no está a discusión ahora; simplemente estoy combatiendo el dictamen para que si se desecha en lo general, se nos vuelva a presentar otro, no por que quiera votar en el sentido de que no ha lugar a votar para que no se fraccionen los latifundios, sino para que se fraccionen sabiamente de acuerdo con las conveniencias nacionales, para que no se vaya a decir más tarde ni aquí, ni en ninguna otra parte, que hemos procedido más que por amor al pobre, por odio al rico. Este odio al rico no me interesa, y el amor al pobre sí debe preocuparnos; no debemos vengarnos del rico; salen sobrando esas venganzas; lo único que interesa es que se resuelva el problema sobre la base del mejoramiento del pobre, a fin de que ese pobre pueda cultivar su parcela y no que la vaya a poner en condiciones de morirse de hambre o de ir otra vez a la revolución, porque yo creo que ya sobran revoluciones, ya hemos hecho demasiadas; ahora las revoluciones deben dar sus frutos, y esos frutos son los que debemos nosotros buscar; pesa una enorme responsabilidad sobre nuestras espaldas. Yo vengo aquí no para destruir dictámenes para el efecto de lucirme, que es muy difícil lucirse en cosas técnicas, se luce y se arranca un aplauso en cuestiones políticas; yo vengo a tratar todos estos puntos y otros que citaré más tarde con objeto de que no fracasemos y que no se desaliente el pueblo; que no se diga que hemos batallado, que hemos peleado diez o más años para fracasar nuevamente y volver nuevamente a la lucha.

El C. Bojórquez: ¿Pero dónde ha peleado?

El C. presidente: Se llama al orden al ciudadano diputado Bojórquez.

El C. Bojórquez: También dice que ha peleado. (Risas.)

El C. Serrano: Le ruego al compañero Bojórquez que me repita lo que dijo, por que no lo oí.

El C. Bojórquez: ¿Me permite la palabra?

El C. Serrano: Sí, señor.

El C. Bojórquez: Yo digo que dónde ha peleado usted, porque a la Cámara casi vino usted directamente de los Estados Unidos.

El C. Serrano: Voy a contestar con mucho gusto, compañero. (Voces: ¡No le haga caso!) Es una alusión personal y no puedo dejarla pasar desapercibida. En primer lugar, compañero sí he peleado con las armas en la mano; un día, pero ese día supe cumplir con mi deber, ese día en mi pueblo de Altar, no en Estados Unidos como usted dice. Ahí en Altar me encontraba en 1912, unos días antes de que el general Obregón derrotara, en compañía de otros jefes, a las huestes de Pascual Orozco, y también empuñé el fusil para defender mi pueblo y conmigo lucharon mis dos hermanos, tres hermanos tomamos el fusil como cualquier otro para defender nuestro pueblo. De manera que sí he peleado, compañero.

El C. Bojórquez: Pero no por la revolución como usted dice. (Voces: ¡Ah! ¡Ah!)

El C. Serrano: Yo no he dicho que he peleado efectivamente, como debiera haberlo hecho, por la revolución; pero ahora estoy peleando porque la revolución no fracase, compañero. (Aplausos.) Y también debo decirle al compañero Bojórquez que si no he peleado por la revolución, sí he ayudado con los pocos elementos que he tenido a mi disposición, que, sin embargo, han sido siempre mucho más cuantiosos que los del compañero Bojórquez: Y nunca, absolutamente he vivido de la revolución. (Aplausos.) La única vez que yo he cobrado sueldo del presupuesto, es ahora que soy representante de mi distrito natal y usted sabe, compañero, que si alguna elección fue buena, fue la mía, puesto

que 140 votos en contra de 7 de esta Cámara me han admitido en el seno de la Representación Nacional. (Aplausos.)

Dos palabras más sobre el mismo tema. Nunca he hecho alarde de revolucionarismo. Al compañero Díaz Soto y Gama le he dicho que no pretendo pasar como un gran revolucionario; que yo he venido aquí a cumplir con mi deber en la obra de reconstrucción, ya que no había sabido destruir, y esta misma declaración la hice en Nogales en presencia del general Obregón. Dije que si no pude ir a la revolución porque hubiera sido un fracasado, en los momentos en que la patria llama a sus hijos a la reconstrucción, era el primero en prestar mi contingente, aportando mis luces, trabajando siempre en pro de la reconstrucción nacional, y no en cuestiones de banderías políticas, sino siempre en bien de mi distrito y de la nación. (Aplausos.) Temo cansar a la Asamblea si sigo adelante, porque hasta yo mismo me siento fatigado; ya he dicho en tesis general por qué me opongo a este dictamen de la Comisión. Votaré en contra, no para que deje de resolverse el problema agrario, sino para que se resuelva bien sobre bases prácticas. Que no vayamos mañana o pasado a decir a nuestros comitentes que votamos sabias leyes, pero que esas leyes duermen en el archivo de la Cámara, sino que dictamos leyes realizables y prácticas, no para arrancar aplausos, no para asegurar la reelección como diputado, el ascenso a la gubernatura de un Estado, una cartera ministerial o quizá algo más allá, sino siempre pensando en los intereses legítimos de nuestros distritos y de toda la nación. He dicho. (Aplausos.)

El C. Díaz Soto y Gama: Como miembro de la Comisión pido la palabra.

El C. presidente, a las 9.25 p. m.: Habiendo sonado la hora reglamentaria, se levanta la sesión y se cita para mañana a las cinco de la tarde.