Legislatura XXX - Año I - Período Extraordinario - Fecha 19230214 - Número de Diario 9

(L30A1P1eN009F19230214.xml)Núm. Diario:9

ENCABEZADO

MÉXICO, MIÉRCOLES 14 DE FEBRERO DE 1923

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de Septiembre de 1921.

AÑO I. - PERÍODO EXTRAORDINARIO XXX LEGISLATURA TOMO II. - NÚMERO 9

SESIÓN SOLEMNE DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

EFECTUADA EL DÍA 14 DE FEBRERO DE 1923

SUMARIO

1. - Se abre la sesión. Es introducido al salón, por la comisión nombrada al efecto, el cadáver del C. general Jesús M. Garza. Usan de la palabra los CC. diputados Gustavo Arce y José Manuel Puig y Casauranc.

2. - Se retira la comisión acompañando al cadáver del C. general Jesús M. Garza. Es leída y aprobada el acta de la presente sesión, levantándose ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. COVARRUBIAS RICARDO

El C. presidente, a las 9.35: Se abre la sesión solemne.

El C. secretario Gandarilla: Se suplica a los asistentes a las tribunas se sirvan ponerse de pie.

(Es introducido al salón, por la comisión respectiva, el cadáver del C. general Jesús M. Garza.)

El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Gustavo Arce.

El C. Arce Gustavo: ¡La fatalidad, la fatalidad inesperada, ciega y absurda, con la faz torva y siniestra, llegóse a uno de los nuestros, a uno de los buenos hijos de la revolución, y golpeándole despiadadamente en la frente, le hizo caer!

¡El, que fue fuerte y valeroso y que en tantos y tantos combates había salido sin daño, ampliamente glorioso y fuerte en todas las vicisitudes, cayó al golpe adverso y siniestro de la fatalidad!

Y nosotros, con la voz doliente y fuerte que sale de lo hondo, del fondo de nuestras conciencias, llamamos clamorosos a las puertas de la Historia y pedimos para uno de los nuestros, para uno de los buenos hijos de la revolución, el lugar que le corresponde, el lugar que él supo conquistarse a fuerza de tantos y tantos heroísmos y a costa de tantos y tan nobles sacrificios!

Y nuestras voces dolientes y fuertes no se pierden en el espacio y en la nada: La Gloria, esa sublime matrona nuestra, la de los humildes, la Gloria de esta revolución dolorosísima que aún no termina; ella, ataviada con sus mejores vestiduras, oye nuestras voces y, tendiendo las manos nobles y generosas de amor y de bondad, unge la frente de nuestro hermano y así, brazo a brazo, amorosamente, lo lleva y lo pone en el lugar que le corresponde, y comienza desde entonces para él la vida de mañana.

¿Cómo encontrar las frases precisas, cuando todos estamos atribulados y conmovidos con tan justísima razón, cómo decir en pocas frases un elogio o una oración a la memoria de nuestro hermano? ¡Tanto se ha dicho y con tanta justicia de sus méritos; tanto se ha hablado, y con razón, de sus innegables virtudes, que sería ocioso, que sería inútil en un momento tan solemne como éste, hablar y decir lo que todos nosotros sabemos de él! Pero aun en estas impresiones fuertes y sublimes que experimentan todos los que fueron amigos del desaparecido, sentimos adentro del corazón un dolor tan hondo y tan verdadero, que, a pesar de todo, experimentamos ansia de decir, de decir algo en honor y loor del ilustre desaparecido.

Como revolucionario, como revolucionario confundiendo su vida llena de ideales con la vida del militar, no puede negarse que este joven que ha caído ante la adversidad, supo ser desde sus primeros momentos de vida consciente, el varón fuerte y vigoroso, el que alentaba a sus compañeros, el lleno de ideales y lleno de nobles aspiraciones desde las aulas; en la escuela primaria, en San Jacinto, en la Preparatoria, allí formaba núcleos fuertes y vigorosos de esos cachorros ilustres de San Jacinto, de esos jóvenes leones de la Preparatoria y de la Libre, que vinieron con sus alientos fuertes de virilidad, a darle un empuje vigoroso a la revolución que entonces se iniciaba.

Desde los primeros momentos, Garza, como nosotros le hemos dicho siempre, el ciudadano general Garza, nuestro hermano desaparecido, desde los primeros momentos demostró que sus ideales hondamente arraigados en su espíritu, lo impulsaban a ir a todas horas, en toda ocasión y en todo momento, a la defensa briosa y fuerte de los ideales de la revolución, como militar, noble, valeroso, siempre leal, siempre amigo de sus amigos, siempre hermano de sus hermanos, siempre disciplinado, siempre noble y generoso y bravo, se le vio en los combates, en los lugares más peligrosos y en las primeras filas. El, en la verdadera acepción de la palabra,

no fue nunca un militar, o mejor dicho, no fue un militarista, que es bien distinto aquéllo de ésto. El, como militar, tratando con fraternidad, con la verdadera fraternidad sublime y civil con que debe tratarse siempre a los subordinados, encontró a sus soldados dispuestos a seguirlo a todas partes, como que les llamaba con el corazón y el ideal; a sus oficiales y sus compañeros de armas los trató siempre como un hermano: Con generosidad. Por eso Garza, adornado con estas excelsas virtudes, siempre, siempre fue reconocido y siempre fue apreciado por sus subalternos y por sus compañeros, y en esta forma pudo conquistarse grado a grado, por su valor, por su generosidad y, sobre todo, por su lealtad a sus jefes, uno a uno todos los grados que en el escalafón del Ejército llegó a alcanzar, hasta uno de los más elevados.

Como revolucionario, ¿quién no conoce las ideas que profesaba Garza? ¿Quién no conoce, quién no recuerda entre nosotros sus sentimientos altruistas, su mano lista siempre a tenderse al que se llegaba a él, su palabra de aliento y de estímulo en cuanto encontraba una vacilación o un debilitamiento; su palabra de amor, de concordia y de unión entre todos los revolucionarios? Este, que fue uno de los supremos anhelos de su vida, llegó a verlo convertido en realidad alguna vez, y llegará, sin duda, este sublime pensamiento suyo, a ser de hecho una positiva y firme y sólida unión entre los revolucionarios; éste, que fue uno de los ideales a los cuales consagró con más energía y más tesón y más amor los últimos instantes de su vida, llegará, señores diputados y señores senadores, a ser una verdadera realidad.

Como ciudadano, como hombre de Gobierno, como hombre reconstructivo, no podemos menos de reconocer que siempre, en toda ocasión, encontramos en Garza vislumbres clarísimos, golpes de vista singularísimos de un político avezado, de un político experimentado. En los casos difíciles, en los casos más complicados, este joven, viejo por su experiencia y por sus luces y por sus pensamientos hondamente filosóficos, este joven viejo, siempre tuvo para nosotros un consejo acertado y siempre supo encontrar una dirección verdadera.

Como hombre reconstructivo, ¿cómo no elogiar en toda ocasión ese sublime tesón que en su espíritu y en su corazón encontrábamos siempre, para decir, para proclamar en cada momento, que la revolución iba consumándose por buen camino? No había para él ya ni temores ni peligros; para él era un hecho positivo la consumación absoluta y completa de la revolución, como obra de redención para los humildes. El, que siempre tenía su espíritu lleno de los más nobles y más altos sentimientos, acariciaba, en primera línea, con seguridad, el noble anhelo de la redención del campesino por medio el agrarismo, noblemente sentido, generosamente sentido y prudente y discretamente realizado. A esto tendía su obra reconstructiva. ¡Y qué desgracia para nosotros, y qué desgracia para Nuevo León, que no hubiese podido ocupar el sitio que sus conciudadanos tenían preparado para él, porque allí, seguramente, allí, le hubiéramos visto desarrollar con la mayor amplitud y con la mayor claridad de criterio, esta obra esencialmente revolucionaria de Garza!

¿Como amigo, como camarada, como hermano? ¡Qué hondo sentimiento despierta en el alma recordar aquella actitud siempre buena de Garza! Como amigo, como camarada, como hermano, ¿quién se llegó a él que no hubiera encontrado a sus penalidades y vicisitudes frases de aliento y de consuelo? ¿Quién se llegó a él, principalmente los humildes y los necesitados, quién se llegó a él en alguna ocasión, que no encontrara en todo tiempo remedio a sus males? ¿Qué don de gentes tenía este hombre, qué manera de atraer y de impulsar tenía este espíritu que siempre encontró a todos dispuestos a oír sus consejos y sus frases? ¿Qué noble atracción había en el corazón de este amigo, que lejos de repulsar, que lejos de rechazar a las gentes, por contrarias que fuesen en ideas, y aun en principios, tenía esa virtud rarísima de atraerlos a todos, de reunirlos a todos con frases de sinceridad y con frases de convicción? Si hay alguna de las virtudes que en el hombre puede y debe apreciarse -y quiero llamar virtud a la amistad, ya que tan rara y tan rara se va haciendo cada día - si algo puede apreciarse más en el hombre en estas circunstancias, es la sublime virtud de la amistad. Y una de las características en la vida fuerte y templada de Garza fue la amistad. Como amigo, listo al sacrificio; como amigo, siempre dispuesto a luchar por el amigo, nunca debilitado su sentimiento, nunca mirando una senda torcida y distinta, siempre por la amplia senda derecha y recta de la amistad sincera, noble y generosa. Por eso, ciudadanos representantes, al hacer una oración tan breve como ésta, a la memoria de quien fue con nosotros compañero de labores en este augusto recinto; de quien fue nuestro amigo, nuestro camarada y nuestro hermano, no podemos nunca menos que pensar que siempre alentó en su alma los más nobles y levantados sentimientos y supo ser un noble, generoso y verdadero amigo.

¡Y la fatalidad, ciega, torpe y siniestra, llegóse a uno de los nuestros, llegóse a uno de los buenos hijos de la revolución, y golpeándole en la frente, le hizo caer! Y nosotros, sacando del fondo de nuestro corazón nuestras frases de amor más dolorosas y más fuertes, llamamos a las puertas de la Historia y pedimos para nuestro hermano caído el lugar que supo él conquistarse, y recordando algo que si no era en él una obsesión, era sí una demostración de su espíritu profundamente acongojado, y de su sentimentalismo profundamente filosófico: Recuerdo que, haciendo su último viaje de gloria, de esplendor, de triunfo, al Estado de Nuevo León, mirando el título de una obra que le mostraba un agente que pasaba en aquel momento junto a él, decía con aquel autor: "La vida comienza mañana" y lo decía con hondo acento. Y así es, para los buenos, para los escogidos: ¡La vida comienza mañana! ¡La vida comienza hoy para él!

El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado José Manuel Puig y Casauranc.

El C. Puig y Casauranc José Manuel: Señores:

No ha sido la voz del partidarismo político en esta Cámara la que ha pedido honores póstumos para una ilustre cooperatista desaparecido. Ha sido la conciencia toda revolucionaria del país, sabiamente interpretada por vuestras señorías, la que ha ordenado -en un acto simple y bello de

reconocimiento y de justicia - que vengan al recinto de la Representación más alta de la República, los restos mortales de un verdadero revolucionario que, en estos años de nuestro agitado vivir nacional, no fue un egoísta espectador ni un falso apóstol, ni un enfermo de ambición de oro o de brillo, sino un generoso actor que gastó los mejores años de su vida en desempeñar un papel valiente y peligroso en la tragedia heroica que va desarrollándose en el tablado de la acción política y social de nuestro México.

Todos los revolucionarios de esta Cámara nos hemos unido en esta dolorosísima ocasión y el más cumplido elogio del compañero muerto sería, a mi entender, analizar ligeramente el por qué de esta fusión de corazones y de grupos: Ir al fondo de los móviles revolucionarios que sintió el extinto y en ellos encontrar fuerte ejemplo digno de seguirse y noble consolación en nuestra pérdida.

Nuestras revoluciones últimas, señores diputados, en sus diversos aspectos (Que pueden herir más o menos rudamente las creencias y los sentimientos de quienes para estudiar los pueblos no auscultan su corazón, sino se encierran en los recovecos de concepciones abstractas y de utopías de bibliotecas), nuestras revoluciones últimas, más que movimientos de opinión política, han sido estallidos de conciencia social. Aun aquellas convulsiones intestinas de aparente finalidad única política, han podido realizarse sólo por la fuerza generosa de un ideal de mejoramiento colectivo, y la diversa comprensión de este fenómeno, el considerar las revoluciones como simples mascaradas políticas para un cambio de personal directivo o el sentir las palpitaciones reales que dieron vida a cada movimiento, es lo que distingue a las dos clases de revolucionarios: Los efímeros, y los que perduran en el recuerdo y en la gratitud nacional.

De estos últimos: De estos verdaderos revolucionarios fue el general Jesús M. Garza que logra aún, después de desaparecido, el triunfo de unir a todos los hombres, que como él, sienten que en el fondo de nuestras luchas libertarias, palpita, con mayor fuerza y con una perdurabilidad que no pueden tener los problemas políticos, la eterna cuestión social, la que ha llenado la historia de victimarios y de víctimas; la que entraña el problema de la felicidad de una inmensa mayoría en frente del bienestar excesivo y de la dicha física de una insignificante minoría; la que ha agitado las turbas y ha ocupado la atención de los pensadores generosos, lo mismo en tiempos de la antigua Roma que en las nebulosas épocas de la Europa feudal; que en los obscuros días de las dominaciones babilónicas y asirias; que en los tiempos legendarios de América, en que, lo mismo en el Perú, bajo los Incas, que en el Anáhuac, bajo las dominaciones aztecas, la multitud, ensombrecida el alma de dolor y fatigados los músculos por el esfuerzo improductivo e injustamente retribuído, buscaban en los cielos, por no poder encontrarlo en la tierra que pisaban, consuelo y resignación cuando se hallaban fatigados de tanto sufrimiento, de tanta extorsión de los de arriba y en los cielos hallaban inspiración para sus arrebatos coléricos y aliento para sus rebeldías cuando, cansados de sufrir, iban a la lucha sin más propósito definido que el de conquistar algo de felicidad, algún mejoramiento que los acercara, siquiera transitoriamente, a la condición feliz de los privilegiados.

Porque éste es el problema, en último análisis, que ha tenido que resolver México, con la ayuda de hombres todo aliento y generosidad como el general Garza; miraje de felicidad que va persiguiendo nuestra patria como ha perseguido la humanidad toda, siguiendo atropelladamente, desde que el mundo es mundo, por los senderos más distintos; hundiéndose, ayer, en las contemplaciones místicas de las religiones, inventadas siempre por soñadores y poetas; pero siempre reglamentadas por opresores, para mantener ciega a la humanidad y hacerla menos peligrosa, haciéndola buscar en otras vidas la felicidad que no había de hallarse en ésta, con lo que los opresores y las castas de los manejadores de la religión han logrado domesticar, por siglos y más siglos, a la fiera; cambiando, perpetuamente, sistemas de Gobierno, cuando la realización del ideal de mejoramiento se cifraba en fórmulas políticas, asentando el origen de los gobiernos en la voluntad divina, en la superioridad de sangres, en el recuerdo glorioso de las acciones guerreras, en la voluntad popular, en fin, sabiamente manejada y distribuida, por el complicado sistema de urnas electorales, por los opresores de siempre; hallando, a veces, en el ansia de gloria patriótica, en la conquista, lo mismo en la conquista de los lugares bíblicos, durante las cruzadas, que en la conquista de los pueblos cercanos, un derivativo para sus ansias oprimidas; una válvula de escape para sus furias acumulada a una tensión de millares de millares de atmósferas y de millones de desdichas.

Y los pensadores generosos en vano han agotado los medios de una científica especulación espiritual; y el colectivismo y el individualismo, retorcidos y desfigurados unas veces, y otras expuestos con la claridad diáfana de una concepción simbólica han sido presentados a la humanidad como el remedio de sus penas; y la humanidad se ha aferrado a cada nueva ilusión con el ardor de un condenado que, ansioso de definitiva libertad, cree ver en la luz de un relámpago el fulgor engañoso de una aurora, y cada vez más la desilusión y la desesperanza han agarrotado los espíritus sinceros cuando fracasa el ansia de felicidad y cuando la panacea curadora de los eternos males resulta haber sido un lenitivo únicamente, o, con más frecuencia todavía, una desesperante concepción utópica por la cual se han gastado alientos y energías y para cuyo desprestigio, en el alma de las multitudes, ha habido necesidad de ver apóstoles convertidos en judas mercenarios y espíritus todo luz convertidos, por la fuerza irreductible de la realidad, en mártires.

Pero no todo ha sido fracaso, por fortuna. Por encima de las desilusiones y de los sacrificios, se ha logrado, merced al esfuerzo de verdaderos revolucionarios como este ilustre muerto, una enorme conquista: El reconocimiento del derecho de la legitimidad de las aspiraciones de mejoramiento y el profundo sentimiento de respeto -respeto que sentía Jesús M. Garza - por todos los que,

sinceramente y cualquiera que sea el camino social o político que hayan preferido: Comunismo, sindicalismo, cooperatismo, agrarismo, laborismo, representan una tendencia común: Idénticos ideales de mayor justicia para los desheredados y anhelos semejantes de redención de los más, en frente y en decidida y valiente oposición espiritual y física con las egoístas conveniencias de los menos.

Hombres de espíritu alto y de elevada fe; hombres en cuya conciencia fuera la sinceridad -la sinceridad hasta consigo mismo - la única bandera; hombres como Jesús M. Garza necesitaba el país para que, cerrado el cielo de las revoluciones armadas, entrara de una buena vez por el otro ciclo más definitivo y trascendente de las conquistas pacíficas de mejoramiento social; hombres de espíritu unificador, que elevándose por encima de las impurezas de partido y de los intereses pasajeros de grupo, soñaran en la unificación, en nuestra dolorida patria, de todos los hombres de buena voluntad.

Garza lega a las generaciones jóvenes páginas de un brillo excepcional. Organismo "con espíritu de motor de Packard y cuerpo de carrocería de Ford", como tan admirablemente se dice que lo describiera el general Obregón, el general Garza tuvo una vida noble y sincera de revolucionario.

¡Enorme sinceridad la suya! Valiente y noble sinceridad que lo roba a todos los brillos; que lo aleja de un camino terrenal en que no había ya dificultades, en que sólo aparecían, galanas a la lumbre del triunfo, las adulaciones.

Hagamos un voto, señores diputados, antes de despedir al compañero y al amigo. Si es verdad que vimos en él ejemplo y guía, sigámoslo en su camino de propósitos de mejoramiento social y de unificación revolucionaria verdadera, y sea el recuerdo punzante de su desaparición como un guijarro que cae sobre un estanque y provoca una onda que llega a los rincones más apartados de la cuenca. Hagamos llegar, por su recuerdo, y en honor del correligionario y del amigo, a todos los ámbitos de la República, los dos propósitos fundamentales que significaron su vida de revolucionario; su ansia de mejoramiento colectivo y sus tendencias de unificación.

Y si llegó a la muerte por haberse asomado a uno de esos lagos sin fondo de desilusión de los demás y de sí mismo; de protesta íntima y vehementísima contra debilidades propias y ajenas; de desengaño infinito; resultado doloroso del choque de un espíritu analítico, sincero y enemigo de la farsa, contra las puntiagudas estacas de la realidad; si llegó a la muerte en uno de esos estados de consciencia en que todo es hastío y en que sólo se anhela paz, que no sienta el revolucionario y el amigo, hasta después de muerto, que tanto latir ha sido, por desgracia, estéril; que tanto aspirar ha resultado inútil; que las ansias idealistas de los hombres buenos como él, han sido desgastadas al choque formidable de los egoísmos perpetuos y de las perpetuas ambiciones; que envuelva al soldado y al amigo, al mismo tiempo que la enseña de la patria agradecida, un halo en que se condensen buenas intenciones de sus compañeros de lucha y de ideal, y altos propósitos, como los que sintiera él para la felicidad de la República y del pueblo.

El C. secretario Gandarilla: Se suplica a los honorables ciudadanos asistentes a las tribunas, se sirvan ponerse de pie.

(Son conducidos fuera del salón, por los ciudadanos diputados comisionados al efecto, los restos del C. genera Jesús M. Garza.)

- El mismo C. secretario, leyendo:

"Acta de la sesión solemne extraordinaria celebrada por la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, el día catorce de febrero de mil novecientos veintitrés.

"Presidencia del C. Ricardo Covarrubias.

"En la ciudad de México, a las nueve horas y treinta y cinco minutos del miércoles catorce de febrero de mil novecientos veintitrés, se abrió la sesión solemne para tributar honores a los restos mortales del C. general Jesús M. Garza.

"Las comisiones nombradas al efecto penetraron al salón, acompañando el féretro.

"Los CC. Gustavo Arce y José Manuel Puig y Casauranc, pasaron a la tribuna y pronunciaron discursos alusivos, enalteciendo la personalidad del ilustre desaparecido.

"El féretro, acompañado de la misma comisión que lo condujo hasta el salón de sesiones, fue sacado del mismo.

"Se leyó la presente acta."

Está a discusión. No habiendo quien haga uso de la palabra en contra, en votación económica se consulta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada el acta.

El C. presidente, a las 10.10: Se levanta la sesión.