Legislatura XXXV - Año I - Período Comisión Permanente - Fecha 19330705 - Número de Diario 59

(L35A1PcpN059F19330705.xml)Núm. Diario:59

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., MIÉRCOLES 5 DE JULIO DE 1933

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921

AÑO I. - PERÍODO ORDINARIO XXXV LEGISLATURA TOMO I. - NÚMERO 59

SESIÓN SOLEMNE DE LA COMISIÓN PERMANENTE

EFECTUADA EL DÍA 5 DE JULIO DE 1933

SUMARIO

1.- Se abre la sesión.

2.- En representación del Ejecutivo Federal y de la Facultad de Medicina, se concede la palabra la ciudadano Lic. Narciso Bassols, Secretario de Educación Pública, quien hace el panegírico del ilustre patricio, Doctor don Valentín Gómez Farías, ante sus restos presentes en el Salón de Sesiones, a efecto de rendirle los honores correspondientes, antes de ser depositados en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Asimismo se concede la palabra al ciudadano Diputado Pérez Arce Enrique, en representación de la Comisión Permanente. Se lee la presente acta, se aprueba y se levanta la sesión. Son retirados del Salón los restos, acompañándolos el C. Presidente de la República, el C. Presidente de la Comisión Permanente, ciudadanos miembros de la propia Comisión, miembros del Poder Legislativo, ciudadanos Secretarios de Estado y Comisiones nombradas al efecto, para ser conducidos a su última morada.

DEBATE

Presidencia del C. FEDERICO MEDRANO V.

(Asistencia de 20 ciudadanos representantes.)

El C. Presidente (a las 10.10): Se abre la sesión. Tiene la palabra el ciudadano Secretario de Educación Pública en representación del Ejecutivo y de la Facultad de Medicina.

- El C. Narciso Bassols, Secretario de Educación Pública:

La travesía que a lo largo de nuestros primeros treinta y cinco años de vida política propia - los primeros y los más revueltos y amargos - hizo Valentín Gómez Farías armado de su tenacidad un poco terca, es sin hipérbole la travesía más rectilínea del México anterior a Juárez. Por uniforme, ha de anotarse entre las recorridas más singulares de nuestra navegación política, tan llena de aventuras heroicas- de asaltos de piratas, de borrascas tropicales -, pero tan exigua en cuanto. a tierra firme descubierta o a puertos seguros alcanzando como final de viaje. Gómez Farías, médico, diputado, vicegobernador de Zacatecas, senador, vicepresidente dos veces y las dos en ejercicio de la Presidencia durante todo el lapso de su fugaz poder; desterrado, preso político varias ocasiones, líder y patriarca del liberalismo, no es sin embargo un hombre de éxito. Si su trayectoria es rectilínea como expresión visible de un propósito definido, no por ello es un viajero que termine sus travesías. Siempre se frustra al intento y siempre también, en la nueva oportunidad, con decisión segura y fresca, como si los fracasos de ayer solamente acendraran su voluntad y marcaran plazos más cortos, Gómez Farías - grande en su obstinación- reanuda el viaje emprorando su barco derecho hacia la tempestad. Lo hace con precipitación, apenas soltadas las amarras, convencido de que el viaje será corto y de que mientras más pronto inicie la lucha antes fracasa o antes llega. Marinero profesional, no usa los barcos del poder para viajes de turistas. Se juega la vida en seco, al día siguiente de haber rendido la protesta, sin dar tiempo a que sus resortes se oxiden en el Palacio Nacional, estrechando por el recuerdo de sus propias impaciencias cuando ha visto a otros que gobiernan con una sola, terrible decisión: la de seguir ocupando el lugar - como Santa - hasta la hora de la muerte. Llega al poder preñado de propósitos, de proyectos, de soluciones; en la actitud de quien no tiene un minuto que malgastar porque su obra ha de ser inmensa y su estancia en el Gobierno sólo alcanza sentido y valor en la medida en que sirva de ocasión para realizar el programa. Es intransigente cuando se quiere entorpecer, recortar, aplazar los propósitos que forman la única justificación moral de su condición de jefe del Estado. No le falta por cierto juicio bastante para apreciar las enemistades que engendra con su actitud rotunda - que los enamorados de la transacción llaman testarudez y que para él simplemente es honrada adhesión a sí mismo y a los perfiles que le dan fisonomía política y base espiritual -. Se rehusa a transigir, a sabiendas de que obstinarse es perder el poder, porque a sus ojos sería más grave aún perder las propias convicciones y mantenerse en el gobierno ya sin ideas

ni finalidades que cumplir. Tan fuerte es su convencimiento de la necesidad de demoler el poder económico de la iglesia católica y de que mientras eso no se haga ninguna cosa importante pasará en el país, que en las dos ocasiones en que llega a la Presidencia substituyendo a Sta. Anna de quien es Vicepresidente, cae en la trampa que le tiende el oportunismo ladino del general y se apresura a desatar la contienda con el clero, sin las más elementales precauciones, sin pesar sus fuerzas, sin medir los escollos, como impulsado por una tremenda fuerza de la naturaleza, de la que en efecto es - sin saberlo - uno de los primeros agentes en la tarea geológica no bien concluida a estas horas, de romper la dura costra clerical que ahogaba el desenvolvimiento de México.

Sinceridad, honradez, congruencia, tales son las virtudes primarias de Gómez Farías y también los ingredientes substanciales de la dramática lucha en que agota sus afanes durante más de treinta años. Virtudes que operan dramáticamente porque sin otro bagaje que ellas, sin fuerza militar ni partido político cuajado, Gómez Farías actúa para su desdicha en la órbita de las ambiciones y vicisitudes de otro hombre que posee justamente los vicios antípodas, correlativos a las virtudes del gran liberal. Toda la sinceridad del uno es falsía refinada, doblez en el otro. Si el primero obra siempre al impulso directo de una convicción, el segundo es exuberante y casi genial para mixtificar sus intenciones, aparentando siempre propósitos que no son los suyos pero que lanza al mercado político para despistar, en forma intencionadamente ambigua. La vida pública del Vicepresidente Gómez Farías vista en el expectroscopio que el siglo transcurrido nos permite emplear con provecho, da sólo una línea neta, brillante, de alta calidad moral, mientras que la del otro se deshace en la más abigarrada y dispersa huella de versatilidad y contradicción: federalismo, centralismo, curas, progreso, patria y tradición, república y monarquía, valor y miedo pánico. En la acción política de Santa Anna el único denominador común es la desfachatez, el desparpajo cínico del hombre que sirve a todas las causas, y que lógicamente llega a adquirir una técnica de alquilado profesional, nunca dispuesto a jugarse la vida por principios que no tienen ni quiere tener, ya que su única moral es la de pegar con éxito por cuenta ajena.

Por una anomolía que es sólo aparente - pues deriva de que ambos hacen juntos la misma obra social: uno como acción y otro como reacción, uno como el espíritu del bien y el otro jugando el papel el diablo, del traidor que hila la trama y da con ello al enredo -, por anomalía aparente, Santa Anna es las dos veces que Gómez Farías llega al poder, el titular del Ejecutivo, el Presidente de la República. Pero no se crea que esto significa en ninguna de las dos ocasiones, que Santa Anna haya derivado parte de su fuerza en Gómez Farías haciéndolo su Vicepresidente y comprometiendo de esa suerte su lealtad por gratitud. Si así fuera no tendrían validez los arrestos doctrinales del Vicepresidente, ni su figura histórica alcanzaría magnitudes superiores a las de los Bustamente, los Barragán, los Salas, los Alamán, es decir, los segundones de Santa Anna, que por ser meros agentes de la iglesia o simples espadas de la baraja militar desempeñaron el papel de comparsas ideológicos o guerreros del seis veces Presidente y dictador.

Muy al contrario, la vinculación de Santa Anna con Gómez Farías fue las dos veces buscada por aquél para captar en su provecho la fuerza de opinión que éste representaba. Si alguno de los dos debía lealtad era el presidente, que comprometió su adhesión al programa liberal para poder contar con un hombre puro, el puro por autonomasia, héroe epónimo del grupo de los liberales que prepararon la Reforma y que pudieron llevar el nombre de "puros" por eso, porque su líder era de una pureza química, absoluta, como la del mejor de los personajes de las mitologías religiosas. Tanto en 1833-34 como en 1846 - 47 la situación de Santa Anna era de tal naturaleza que requería para el éxito la mancomunidad con los liberales y con Gómez Farías personalmente.

Durante la presidencia de Victoria, período inicial en nuestra vida política, se forjaron, aunque imperfectamente los dos grupos que habrían de luchar durante todo el siglo XIX, y cuando en 1828 llegó el momento de elegir al segundo presidente de la Federación, los antagonismos ideológicos y personales entre los dos bandos habían llegado ya a tal extremo que se rebasó el cauce legal y el movimiento de la Acordada, motín romántico que degenera en saqueo y asesinatos, dio el poder a Vicente Guerrero durante poco más de un año. Era el triunfo de los sansculotistas, - como despectivamente los llamaba el culto Lucas Alamán - de la canalla, de los jansenistas, o lo que es igual, de los pobres de los avanzados, de los que querían transformar al país. Era por desgracia también el reinado de la impreparación y el desconcierto, pues a las grandes limitaciones que ofrecía la inteligencia del general se agregaba la falta de organización y experiencia por parte de los yorkinos que con él gobernaban. Las buenas intenciones del presidente rudo y generoso hallaban obstáculos definitivo en el enjambre de pasiones personales y de apetitos desenfrenados de sus amigos y partidarios. Además, la lucha enconada que en todos los terrenos le hacían los ricos y el clero frustraba sus iniciativas y desprestigiaba su gobierno.

La llegada de Gómez Pedraza a la Presidencia durante los tres primeros meses de 1833 con el fin único de vigilar las elecciones que estaban a punto de efectuarse, súbitamente produjo la aparición del grupo de los primeros liberales en un plano de actividad política franca, pues la salida del implacable Bustamante, en unión de los propósitos equilibradores de Pedraza que en el destierro pasado en Europa y Norte América aprendió lo que vale la templanza política y quiso - un tanto ingenuamente - implantarla en tres meses de interinato, esas dos circunstancias bastaron para que los impulsos renovadores sofocados por la violencia mañosa y escondida de Facio y Lucas Alamán durante tres años, saltaran incontenibles y agresivos. Gómez Pedraza llega el 1o. de enero y a los ocho días ya están los sansculotistas, los impíos, los jóvenes, es decir todos los que piden la destrucción del mundo

colonial estancado, antieconómico y oscurantista, ya están amedrentando a las beatas con sus exigencias reformadoras y a don Lucas Alamán con la amenaza de un proceso por la cabeza de Vte. Guerrero, aparte de exigirle los cincuenta mil pesos que el gobierno pagó por ella. Es que la vieja sociedad se derrumba. Tardará veinte años en caer, pero nada puede salvarla. Se trata, en sustancia, de si habrá un país, es decir, una sociedad organizada políticamente, un Estado, o sólo una iglesia dueña de la tierra y de los capitales. Riqueza pide poder para mantenerla y por ello la iglesia, con lógica irregutable, quiere gobernar ella sola; quiere hacerlo a la manera intolerante, cruel y primitiva, de quien sólo finca su fuerza en la ignorancia y el fanatismo. Defiende sus doscientos millones de pesos de capital de aquella época que le dejan ocho millones de renta al año, o sea la tercera parte por lo menos de toda la riqueza productiva de la República. Pero le ha sonado su hora, porque encarna un tipo caduco, antinacional, retrasado de economía pública. La primera campanada es la de 1833. Para 1858 sonará la segunda, la más fuerte. En adelante nadie podrá detener la consumación de un proceso histórico falta. Habrá vicisitudes, aparentes retrocesos, hoy un Santa Anna, mañana un Porfirio Díaz, pero la lógica de la historia se encargará de la obra toda.

Y para quitar a las palabras anteriores todo sabor de profecía y toda pretensión de originalidad veamos lo que el jaliscience Mariano Otero, moderado en política, decía en 1842:

"De esta manera con una tal reunión de riquezas, con un tal número de subordinados, con una clientela tan extendida, con el dominio de la inteligencia y con el poder de la beneficencia en esta sociedad pobre, desorganizada, débil y congojosa, el clero debía ser un grande poder social, y constituyó, sin duda, el principal elemento de las colonias españolas.

"Pero sería un error lamentable creer que esta organización, considerada como elemento político, fuese perfecta o duradera. Ya en otra ocasión lo he dicho, y cada día me convenzo más de la exactitud de la idea: la organización de las colonias españolas era en extremo imperfecta, y su destrucción indefectible luego que hubiese los menores adelantos; y el clero, considerado como una de las partes constitutivas de ese orden político, no era menos frágil que el resto de la obra, por más que la superficialidad quiera persuadir lo contrario..."

"Pero entonces mismo, a la hora en que desde la cumbre del poder levantaba su frente orgullosa, ¿qué era lo que había conseguido en realidad? Nada por cierto. Es innegable que pudo gozarse un momento viendo como en frente de los magistrados de una república que se decía libre, ostentaba una independencia del poder civil tal, que no la hubiera sufrido el más fanático de los reyes de España; pero no es menos cierto que en cuanto a los verdaderos elementos de su poder no consiguió ni la más pequeña ventaja: sus bienes iban en disminución, y las pocas medidas que tomara para detener el curso del pensamiento, quedaron frustradas por la fuerza del espíritu público..."

Los partidarios del progreso como solemnemente los llama el más perspicaz de los escritores políticos mexicanos del siglo pasado, José Luis Mora, ganaron en 1833 la mayoría del Congreso por su decisión y su actividad, dieron el tono a la política general de la República y obligaron a Santa Anna -que no tenía más preocupación que la de llegar a ser amo absoluto de México -, a unírseles proclamando adhesión entusiasta al federalismo, al progreso, a la libertad, a todos los conceptos abstractos que la moda del siglo imponía como banderas en la lucha social. Al plegarse Santa Anna a una fuerza superior a él y que, además cometía el error increíble de aceptarlo como caudillo de la causa, aseguraba la Presidencia de la República. Pero como su empeño era hundir a los liberales para gobernar por cuenta de los ricos y de la iglesia, desde antes del 1o. de abril en que debía tomar posesión de la Presidencia se va a Manga de Clavo, se finge enfermo y deja que Gómez Farías jefe de los liberales ocupe el poder desde luego. Si las cosas van bien, a él se le debe. Si los liberales fracasan, él llegará como salvador a eliminarlos del gobierno.

Gómez Farías al rendir la protesta el 1o. de abril inicia un tipo de gobierno en el que debe reconocerse la marca de sinceridad que hemos hallado en él como virtud inicial. No es un gobierno de palabras, de mentiras, es de hechos. No ofrece, hace. Mora lo dice claro: "En esto vino la revolución de 1833, y con ella la administración del Sr. Farías, en la que se hablaba poco, pero se procuraba hacer mucho. En ella no tuvieron cabida los charlatanes," y agrega: "porque como ya hemos dicho otra vez, la administración Farías, a diferencia de las que la precedieron, nada decretaba que no se llevase a puro y debido efecto..." En el discurso inicial de su gestión, Gómez Farías se niega a entrar en grandes ofrecimientos, porque lo juzga ofensivo y vergonzoso para la República. No es tampoco de un optimismo de avestruz, sabe que el país está mal y que no es válido engañarse a sí mismo queriendo engañar a los demás. todo está por hacer, pero él va a hacerlo. Hay desorganización, pero se trabajará por transformarla en orden y sistema. Gómez Farías cree en el trabajo, cree en los planes, en los propósitos precisos. Subrayó la necesidad de tener ideas claras y convenientemente coordinadas entre sí, porque era un verdadero estadista y no un aventurero en la política.

Y comenzó a gobernar: a los treinta días la obra de los reaccionarios ha creado tal situación que el comandante general de la ciudad de México se ve obligado a girar circular al Ejército, diciéndole: "La maledicencia y el deseo de revolucionar, inherente en todos lo que no se avienen sino con la anarquía, ha hecho que se dé una extensión considerable a las veces de que el Ejército se va a destruir y que los fueros han quedado abolidos. Haga V.S. entender a los individuos que manda, la malicia con que se vierte esas especies... Los aristócratas no están bien con que los pueblos gocen los derechos que la naturaleza y la Constitución Federal les dieron..." Ya el Presidente del Congreso, al recibir la protesta de Gómez Farías, había dicho: "El humilde y honrado artesano no sufrirá las vejaciones de una excecrable y ridícula aristocracia." Antes de los dos meses se levanta el

primer pronunciado en Morelia, un capitán de la guarnición, con esta bandera: "1o. - Esta guarnición protesta sostener a todo trance la Santa Religión de Jesucristo y los fueros y privilegios del clero y del ejército, amenazados por las autoridades intrusas. 2o.- Proclama en consecuencia Protector de esta causa y Supremo Jefe de la nación al ilustre vendedor de los españoles, general don Antonio López de Santa Anna..." A los dos mese justos, el 1o. de junio la comedia de Santa Anna llega al colmo: las tropas que manda como general en jefe, al grito de religión y fueros lo proclaman supremo dictador y redentor de México, pero como él se cuida siempre las espaldas, declara que no acepta y entonces los mismos que le quieren hacer omnipotente lo aprehenden. Al saberse que las tropas estaban por la dictadura de Santa Anna, quieren sublevarse también las de la capital, para remachar en firme el movimiento. No contaban, sin embargo, con la actitud de un médico, de un civil como Gómez Farías que no se asusta y en persona dirige el movimiento de un piquete de cívicos hasta hacer abortar la tentativa. Como esto frustra los planes de Santa Anna, el preso decide evadirse y lo hace para venir a quitar la Presidencia a Gómez Farías fingiéndose héroe y escapado. El General Arista, segundo suyo que había aparentado aprehenderlo después de proclamarlo dictador, todo por órdenes suyas, no tolera la burla y la desenmascara como un preso que lo estaba por su voluntad y que en uso de ella y como dictador dejó el campamento rumbo a México. Aquello es demasiado para Santa Anna que toma odio jurado a Arista iniciando contra él una activa persecución. En verdad los cuatro meses de campaña contra Arista, los robos cometidos en Gto., las vidas sacrificadas, todo era poco por haber descubierto el juego al taimado dictador en ciernes. Arista debía morir, por lo menos salir de aquí.

Pero entonces la connivencia de Santa Anna con los clericales es evidente y, sin embargo, Gómez Farías le vuelve a entregar la Presidencia con una ingenuidad conmovedora, cuando ya había elementos más que bastantes para hacerlo procesar y poner preso. Vuelve Santa Anna cuando la obra de Reforma social y política están en franca realización, pues la lucha contra Arista había permitido al grupo liberal desenvolver su programa libremente. Santa Anna se agazapa, firma y expide las leyes que se dan durante el mes de noviembre, pero se retira al comenzar diciembre a Manga de Clavo, para poder subastarse al clero en el momento oportuno dejando a los liberales comprometidos en una tarea que se habría realizado de un golpe si el general presidente hubiera puesto con sinceridad su espada al servicio de la Reforma. Se marcha para dar pábulo al descontento, para alentar las intrigas, para fomentar otros levantamientos menos comprometedores que el de su primera proclamación de dictador en junio.

Entretanto la obra de los liberales se realiza. Con precisión, golpe tras golpe van saliendo las leyes que estaban destinadas a aniquilar el poder económico de la iglesia y a limpiar la atmósfera asfixiante de la República. Con actitud de cirujano que era, Gómez Farías va derecho al mal y quiere amputar partes enfermas. Su enfermo se muere de inanición y obscurantismo, de tiranía económica de la iglesia y de ignorancia recubierta de latín y teología. No hay escuelas para el pueblo, y la Universidad, real y pontificia, es una momia que sigue engendrando doctores pedantes, arqueológicos y grotescos. El Ejército es un instrumento de centralización reaccionaria, en lucha mortal con los cívicos: las fuerzas populares armadas por los Estados. Las misiones de California son una prebenda para el clero, que urge secularizar. Las de Filipinas - roto el poder de España en México -, una fuente de enriquecimiento cuyas propiedades lógicamente deben pasar al Estado, pues no cabe ya sacar dinero mexicano para una posesión española. Y sobre todo: hay que quitar a la iglesia el monopolio de los capitales fijos y circulantes del país, porque de otro modo no se podrá organizar convenientemente la hacienda pública, no se arreglará la deuda, no se cubrirá siquiera un miserable presupuesto de empleados, no habrá escuelas, no habrá nada más que muchos curas y el esplendor insultante de un culto que sirve para aterrorizar afirmando lazos de dominio. Hay que abrir también las puertas a los conventos y monasterios para que libremente salgan de ahí los que quieran, aquellos que sólo permanecen enclaustrados por la fuerza de la policía, aquellos que entraron en su adolescencia, en su primera juventud, cuando no eran dueños de sus ideas, y su minoridad los obligaba a satisfacer los torpes y malintencionados deseos de sus padres que cometían pecados esperando obtener la absolución a cambio del sacrificio de sus hijos. También es urgente, para colocar cada cosa en su sitio, para dar a Dios lo que es suyo y al César lo que le pertenece, quitar a la percepción de los diezmos el carácter que tienen de verdaderos impuestos, cuyo pago no nace de la voluntad o de la fe religiosa, sino del temor la embargo y al venta de las cosechas. Si el diezmo expresa adhesión espiritual, se le depura y ennoblece sustrayéndole el respaldo de los alguaciles y dejándolo en la condición que debe tener, de ayuda voluntaria a los ministros de la religión. Es menester que la iglesia viva de la fe, "no teniendo el pueblo que pagar otras objeciones que las que fueren de su devoción y ofrenda", había dicho ya José María Morelos ante el Congreso de Chilpancingo.

En una palabra, hay que demoler la teocracia delinear la sociedad civil y constituir el Estado. Debe desinfectarse el espíritu de las gentes; para ello bastará dejar entrar el sol y el aire, porque las telarañas no necesitan otra cosa. Abrir las fronteras para que entren libros que no estén en latín y que hablen de lo que desde el siglo XVII está alcanzando desarrollo acelerado en Europa: la ciencia. Estamos en el siglo de las luces para México. Que se sepa lo que es la física, la química, la ciencia política; que se haga la disección de los cadáveres en la Escuela de Medicina, pues no es verdad que eso sea pecado; que desaparezcan los uniformes de los bachilleres, porque eso es lo único que tienen de universitarios: la gorra, y que en cambio haya menos "vacaciones, vacacionistas, días de fiesta de todas cruces, asuetos, asistencias a fiestas o funciones religiosas, a actos literarios,

procesiones o entierros en que se empleaban más de doscientos días", nos dice un observador directo de la vida universitaria de la época. Más verdad, menos polilla, que de otro modo el ideal de Felipe II, incumpliendo en España, vendría a realizarse en México, haciéndolo no un vasto convento sino un enorme cementerio.

La obra de los reformadores de 1833 - 34 es fundamentalmente educativa, pues tanto Gómez Farías como Quintana Roo, Rejón, Mora, Espinosa de los Monteros, Rodríguez Puebla, Gorostiza, Cuoto, la mejor gente de la época, están convencidos - como dice uno de ellos - de que "el elemento más necesario para la prosperidad de un pueblo es el bueno uso y ejercicio de su razón, que no se logra sino por la educación de las masas, sin las cuales no puede haber gobierno popular. Si la educación es el monopolio de ciertas clases y de un número más o menos reducido de familias, no hay que esperar ni pensar en sistemas representativos, menos republicano, y todavía menos popular."

De ahí que en abierto contraste con Alamán que había proyectado años antes la organización educativa atendiendo solamente al mejoramiento de la Universidad, de los estudios humanísticos y de los intereses culturales de la minoría privilegiada, los liberales del 33 orientan sus esfuerzos hacia la difusión de las primeras enseñanzas y dan preferencia a las cuestiones de propagación de la escuela primaria. Concibiendo racionalmente la mejor manera de lograr su propósito, lo primero que se les ofrece como indispensable es la creación de un sistema, una red de escuelas dependientes del poder del Estado, a través de la Dirección General de Instrucción Pública formada el 19 de octubre de 1833. Esta Dirección - cuyo nacimiento bastaría para honrar la memoria de Gómez Farías - es el punto de partida de toda la obra educacional en México y fue delineada con tal inteligencia y armonía en sus diversas partes, que debe tenerse por un modelo de sensatez y previsión. Lo mejor que hay en ella es la aparición de un núcleo de escuelas primarias que deberían irse multiplicando gracias al desarrollo de los fondos propios del sistema escolar. Este primer paso que arranca a la iglesia el monopolio de la educación popular, y que a la vez la estructura convenientemente y pone en marcha un sistema educativo público lejos del fanatismo religioso, no fue paso dado por los liberales inconscientemente, ni era un simple gesto para alarden de tendencias avanzadas. Entrañaba graves consecuencias y provocó fuerte reacción del clero, más avisado de lo que supone, y que pronto advirtió el alcance de ese hecho.

La educación clásica, la que impartían la Universidad y los colegios laterales, también ha de sufrir honda reforma y como los vicios de la Universidad son ella misma en su pretencioso verbalismo, como todo cambio es imposible sin destruirla, se la substituye por un conjunto bien concatenado de colegios que se echan a andar sin el pecado de origen que hubieran tenido dentro de la apolillada Universidad. Las características sobresalientes de la educación que se impartía en los establecimientos unversitarios nos las da este precioso de la época. "El que se ha educado en Colegio ha visto por sus propios ojos que de cuanto se la ha dicho y enseñado, nada o muy poca cosa es aplicable a los usos de la vida ordinaria; que esta reposa bajo otras leyes que le son desconocidas, de que nada se les ha hablado, y que tienen por bases las necesidades comunes y ordinarias que jamás son el objeto del estudio, y se hallan por lo mismo abandonadas a la rutina. Esto lo conduce naturalmente a establecer una distinción entre lo que se enseña y lo que se obra, o como se dice entre nosotros la teoría y la práctica. La primera se hace consistir en ciertos conocimientos capaces sólo de adornar el entendimiento, y que se da por averiguado no son susceptibles de un resultado práctico; ella sirve para charlar de todo y no se la cree buena para más; la segunda, es decir la práctica, se hace consistir en la manera de obrar establecida de años y siglos atrás en determinados casos y circunstancias, sin examinarla ni creerla susceptible de mejora y adelantos. He aquí el origen del charlatanismo de México, y de las gentes que se han encargado de gobernarlo, que son por lo general los que se han educado en los colegios; acostumbrados a hablar de mejoras solo para lucir lo que se llama talento, jamás se ocupan de ejecutarlas, porque las tienen por ideales e imposibles, y se atienden a la rutina, que es lo que bien o mal les ha servido de regla práctica de conducta. Por esto se suele encontrar más sensatez entre los hombres que no han recibido semejante educación, y tienen por otra parte buen juicio; pues estos últimos toman seriamente los principios de progreso, cuando para los otros tal teoría no es sino un objeto de ostentación y habladuría...."

En lo que ahí se apunta, en la falsa posición de lo teórico frente a lo práctico, en el abismo entre la cultura y la vida, estaba en 1833 y sigue estando a estas horas uno de los más inquietantes males de la República. Mientras los hombres de simple buen juicio le sean más útiles a la nación que los hijos de la Universidad, ni ésta cumple su fin, ni el país dejará de sentir las consecuencias de ese ineficaz, incierto ritmo que aun dentro de la mejor buena fe marca por donde pasa la ignorancia.

Menos de un año en el poder, con dos revueltas y varios pronunciamientos, con la influencia perturbadora de Santa Anna que tres veces -en el justo momento en que su presencia es inoportuna- quita a Gómez Farías del Palacio Nacional para desorganizar y contrariar todo lo hecho; en un año de epidemia de cólera que a los ojos de los fanáticos es castigo del cielo, y sobre todo, en medio de activísima propaganda clerical en su contra, hubo tiempo bastante para que la canalla, los impíos, los extraordinarios liberales que capitaneaba Gómez Farías dibujaran su romántico proyecto de un México ventilado, fuerte y en marcha.

Pero el país no estaba maduro todavía. Las ansias renovadoras de un grupo de jóvenes directos y valientes que había hecho los planos de México como una oficina de ingenieros hace los de una casa; en limpio, a escala, pero sin tomar en cuenta los problemas de ejecución,- no eran ansias llamadas a realizarse todavía. Su destino era de precursores y por eso la Vicepresidencia de Gómez Farías,

como la cabeza de Bautista - entregada al clero en prenda de paz era bastante. Los liberales del 33 eran legalistas y con sus propias armas los venció Santa Anna, que tenía la legalidad en esta vez, porque era el Presidente. El 23 de abril de 1834 se presenta de súbito a las puertas de la capital en los momentos en que era urgentemente solicitado por el clero, pues los liberales habían tenido la audacia en diciembre anterior de dar una ley que establecía para la provisión de los obispados y curatos un sistema tan impío, destructor de la santa religión y revolucionario, que era - sin ironía ni forzamiento de las palabras - exactamente el mismo que siguieron los reyes españoles durante siglos. Salvo que a Felipe II no se le podía declarar hereje fácilmente, mientras que a Gómez Farías sí. El primero, el más católico de los reyes, conocedor de que una cosa es la religión y otra que lo gobiernen a uno los obispos, ejercía el patronato, es decir, controlaba la desginación de obispos párrocos, etc., de tal modo que sin su voluntad el Papa no podía entregar obispados y en rigor sólo eran obispos y curas los que al rey le convenían. La República, con irreprochable modestia pedía lo mismo. El Papa, la curia de Roma y los obispos de aquí exhumaron entonces sentencias de santos que tenían guardadas y declararon excomulgado y maldito a quien estuviera en su contra.

La Ley de diciembre de 1833 levantó al clero. Gómez Farías, cuando ya se conocía la traición de Santa Anna fijó un mes para que la cumplieran y al día siguiente entregó el poder. No hizo la menor resistencia, porque no era legal hacerlo, no porque le faltara valor, pues para ver que lo tenía basta recordar el 7 de junio. Es que no quiere alzarse con el poder y por su escrúpulo moral deja su programa sobre la mesa del Presidente y se marcha. El más autorizado de sus contemporáneos para juzgar este proceder de Gómez Farías y aplicarle un criterio severo, nos dice sobre el anuncio de que Santa Anna regresaba al poder:

"El Sr. Farías no podía hacerse ilusiones sobre lo que quería decir un anuncio semejante; tenía el poder suficiente para apoderarse de Sta. Ana y sumirlo en una fortaleza; pero le faltó la voluntad , y en esto cometió una enorme y la más capital de todas las faltas. Cuando se ha emprendido y comenzado un cambio social, es necesario no volver los ojos atrás hasta dejarlo completo, ni pararse en poner fuera de combate a las personas que a él se oponen, cualesquiera que sea su clase; de lo contrario se carga con la responsabilidad de los innumerables males de la tentativa que se hacen sufrir a un pueblo, y estos no quedan compensados con los bienes que se esperan del éxito. El Sr. Farías sabía que toda la fuerza cívica, única existente en la República, estaba a su disposición; que las Cámaras aprobarían su conducta con una mayoría inmensa; que de los veinte Estados de la Federación, diez y ocho a lo menos, harían ciertamente lo mismo; y por último, que podía probar con documentos auténticos, uno de los cuales existía en poder del general Mejía, la complicidad de Santa Anna con los que conspiraban a destruir aquel estado de cosas. ¿Por qué, pues, no hizo nada y dejó correr las cosas? Porque el paso era inconstitucional; y porque no se supiese en el Vice Presidente una ambición de mando que no tenía: famosa razón por cierto, que ha mantenido a lo más la reputación del Sr. Farías en un punto muy secundario, y ha hecho recular medio siglo a la nación, haciéndola sufrir sin provecho los males de la reforma, los de la reacción que la derribó, y los que le causarán las nuevas e inevitables tentativas, que se emprenderán en lo sucesivo para lograr aquélla.... El desaliento se propagó rápidamente entre los hombres de progreso, desde que se supo que el Sr Farías había dejado, o estaba resuelto a dejar el puesto; y en la misma proporción renacían y se fortificaban las esperanzas del partido retrógrado: así se explica cómo hombres que cuatro meses antes eran en todas partes vencedoras, cuatro meses después fueron universalmente vencidos....."

Mora puede hablar así, porque no es sospechoso de parcialidad contra Farías. Sólo pone en claro que el romanticismo pacifista del Vicepresidente fue un obstáculo definitivo para la realización de su programa demoledor del feudalismo y la teocracia.

Santa Anna, en cambio, sabe muy bien a lo que viene. A deshacer lo que Gómez Farías estaba realizando. Santa Anna había hecho y expedido la "ley del caso", pero ahora la deroga por criminal y absurda. Como hay Congreso liberal y le estorba, lo deshace, y por una circular de 23 de junio - como si regulara el más trivial asunto -, suspende la aplicación de las leyes contra el clero. Restablece la Universidad y especialmente el uso de los trajes de carácter que eran muy gustados por la gente decente. Deshace la Dirección General de Instrucción Pública. En el convento de Belén donde Gómez Farías instaló la escuela de medicina cuyo centenario conmemoramos este año, pone un convento de monjas y para el clero vea hasta qué punto son amigos nombra ministro, en vez del liberal Quintana Roo, al Obispo de Michoacán Juan Cayetano Portugal. Inmediatamente después de estas pruebas de sincera adhesión a la iglesia viene el triduo en la catedral como apoteosis de Santa Anna. El cabildo eclesiástico al anunciar las bodas del Presidente con la iglesia, dijo al pueblo: "Su nombre lo celebrarán todas las generaciones, y lo alabarán los ancianos y los jóvenes, las vírgenes y los niños; porque todos, no sólo por los esfuerzos de su espada victoriosa siempre en la campaña, sino por su piedad religiosa y por su verdadero catolicismo hemos conseguido la paz y libertad de nuestra Iglesia. Perecíamos ya; pero misericordiosamente Dios echó una benignísima ojeada sobre nosotros y se compadeció de nuestros males. A fines del último abril hizo aparecer inesperadamente una brillante estrella, cuya hermosa, claridad y resplandores nos anunció, como en otro tiempo a los tres dichosos magos, la justicia y la paz que se acercaba y estaba ya en nuestra tierra. Esta fue, hablando respectivamente y sin que se entienda en su aplicación que profanamos o queremos identificar ambos sucesos, la llegada repentina del Excelentísimo señor Presidente don Antonio López de Santa Anna a esta capital, volviendo a reasumir el mando de nuestra República, cuyos sentimientos religiosos y patrióticos lo calificaran eternamente como a un

héroe digno del amor y reconocimiento de toda la nación americana...."

La destrucción de la obra educativa de Gómez Farías se hizo en nombre de la virtud, y para evitar el escándalo, en términos que deben conocerse. Decía el gobierno: "Si se hubiera organizado de manera que la juventud pudiera encontrar en ellos, colegios verdaderamente científicos en que pudiera ilustrarse y recibir una virtuosa educación, S.E. no lamentaría tanto los desaciertos que se cometieron para proporcionar fondos, y sólo se ocupara de indemnizar conforme a la Constitución, a las Corporaciones e individuos que reclamen su despojo. Pero muy al contrario, el Presidente ha escuchado el clamor general levantado por los padres de familia y por la misma juventud, contra el método de enseñanza y educación que se adoptó. La experiencia del tiempo que ha transcurrido, la clase de autores que se han elegido para enseñar algunas facultades, y que en la misma Europa donde la civilización es casi general, se habrían visto con escándalo, y como los maestros menos apropósito para instruir a la juventud;.... la necesidad de suspender un método de educación y de enseñanza que no es favorable ni a las letras ni a la virtud, han determinado a S.E. a dictar los artículos siguientes: Art. 1o. - Se suspenden los Establecimientos creados en virtud de la facultad que concedió el decreto de 19 de octubre del año próximo pasado de 1833, restableciéndose en consecuencia al estado en que se hallaban antes de la alteración que éstos causaron, los colegios de San Ildefonso, San Juan de Letrán, San Gregorio y Seminario de Minería...."

Nada de cuanto pensaba Gómez Farías esa exacto; sus palabras estaban envenenadas por la impiedad y su magnífico programa de gobierno, el primero del México independiente y en muchos aspectos el único que se elaboró durante el siglo XIX, no merecía más que palabras de censura, como éstas que eran del gusto de Santa Anna y que se publicaron al llegar el destierro del Vicepresidente: "Ayer ha salido, por fin, de esta capital el execrable Farías, abrumado con las imprecaciones más justas de toda una ciudad, la primera del mundo nuevo de Colón, sobre la que pesaron inmediatamente sus terribles desafueros... Gómez Farías atrajo, cual ominoso cometa.... el cólera y la miseria; la inmoralidad y la tiranía; el espionaje y la traición; la ignorancia y el sacrilegio; la exaltación de los delincuentes y la depresión de los honrados; el triunfo de la canalla soez y el abatimiento de la porción escogida; el terror y el luto de las familias; las proscripciones, el llanto, la muerte bajo mil y más formas horrorosas..."

La obra del Congreso, para Lucas Alamán era: "todo cuanto el déspota oriental más absoluto en estado de demencia pudiera imaginar más arbitrariamente e injusto, es lo que forma la colección de decretos de aquel cuerpo legislativo. ..." Así tenía que pensar el teórico de la monarquía en México, el partidario del sistema económico de esclavitud suavizada con sermones.

Gómez Farías sigue siendo, sin embargo, el Vicepresidente. El sistema federal está en pie y la fuerza de los cívicos, el ejército popular, sigue apoyando a los gobernadores liberales. Todo desaparecerá en el curso de un año. Para quitar a Gómez Farías la única fuerza que quería tener: la de la ley, se recurre al extremo de la ilegalidad más cruda, y en enero de 1835 se le despoja arbitrariamente, por decreto, del carácter de Vicepresidente. Para aniquilar el espíritu público que en los Estados apoya el federalismo y la tendencia liberal, Santa Anna recurre a todos: a los decretos ilegales, al pillaje de ciudades enteras como Zacatecas y, por último, al cambio de régimen político, estableciendo un centralismo de ostensible naturaleza oligárquica y clerical. Para los liberales, el destierro es lo único admisible.

La cortesía detiene mis palabras. Debo concluir aquí. Quedan sin recorrer tres etapas más de la vida del patricio: la revolución del 40, la Vicepresidencia del 47 y el Congreso Constituyente del 56. En todas Gómez Farías es siempre el mismo: sinceridad, honradez, congruencia. Quizá la mejor valoración del héroe es la que hizo de él un hombre agrio, parco en el elogio porque derrochó crítica y mordacidad, para quien sólo Morelos, Gómez Farías y Santos Degollado alcanzan magnitud y relieve, un ciego enemigo de los jacobinos, hombre que - como él mismo dijera - gastó su vida en arrojar puños de moscas en todas las copas de vino del elogio, el entusiasmo o la alegría. El, sin embargo, en prosa atropellada, pródiga y desigual, trazó un elogio breve de Valentín, Gómez Farías que por venir de quien viene no es sospechoso de benignidad. Francisco Bulnes, sólo hábil en el manejo del ácido sulfúrico, modeló no obstante, este epitafio:

"En 1831, el Secretario de Gobierno del Estado de Zacatecas, era un médico de cincuenta años, de gran talento, de vasta instrucción filosófica, enciclopedista del siglo XVIII, de gran carácter, eminentemente revolucionario con facultades brillantes de apóstol, insinuante como una armonía, honrado como la virtud; perseverante como los movimientos planetarios, desinteresado como Jesucristo; su gran fortuna la había empleado en organizar y sostener un batallón insurgente que luchase por la Independencia. Era pobre y servía empleos públicos con las manos limpias, incorruptible y fuerte porque tenía el derecho de mirar a todos desde lo alto de su inmenso patriotismo, de su probidad, de sus ideales, de sus imponente convicciones. No era un estadista; no sabía mentir, ni disimular, ni encogerse, ni ocultarse, ni ceder, ni aflojar. Era el tipo correcto del reformador. Con la vista constantemente fija en el porvenir, con el corazón oscilando tranquilamente entre el apoteosis y el cadalso, con las esperanzas siempre encrespadas por la agitación sideral de su espíritu; sabía o entendía que su misión era el sacrificio, su hogar el holocausto, su fin cualquiera tragedia y su gloria la de todos los revolucionarios: el odio de los contemporáneos y la ingratitud de los pósteros si son analfabetas. Este hombre se llamó don Valentín Gómez Farías."

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. Pérez Arce, en representación de la Comisión Permanente.

El C. Pérez Arce Enrique: Señor Presidente de la República, Honorable Cuerpo Diplomático, ciudadanos Secretarios de Estado, compañeros Senadores y Diputados, señoras y señores. Este homenaje a la ilustre memoria de don Valentín Gómez Farías tiene una inmensa significación en la Revolución Mexicana: marca la etapa de nuestra integración espiritual; señala en nuestra existencia política el período de la ética colectiva indicadora de los triunfos completos de los grandes movimientos humanos. Nadie ignora, porque es cosa que se respira y que se siente, que en México hay un inmenso deseo de purificación ideológica y de elevación moral. Todos queremos superarnos, todos queremos superarnos dándole una alma diáfana a nuestra Revolución para hacerla inmortal en las regiones eternas del sentimiento y de la idea, porque bien sabemos, señores, que todas las obras humanas, por más firmes y consistentes que parezcan, muy pronto se destruyen si les falta la fuerza del espíritu que nace del ideal generoso, del noble desinterés y del sacrificio fecundo. Y esto, señores, este pensamiento nos está haciendo sentir ya una profunda repugnancia por las mistificaciones, por todas las mentiras convencionales y por todos los engaños; y ya nos descubrimos solamente delante de las virtudes efectivas, de los heroismos auténticos y de las grandes virtudes acrisoladas. Este ánimo se manifiesta en todos los instantes y en todos los sectores de la vida nacional; se descubre en los actos populares; es visible en las ocasiones solemnes, en el aplauso para el gobernante íntegro, en la elección del ciudadano honesto y en la apotesis del precursor humilde; estado de ánimo que se traduce en una íntima reverencia para todo lo que es virtud, para todo lo que es bondad y para todo lo que es justicia, y que ha movido a nuestro Gobierno, que está absolutamente identificado con el alma popular, desde hacer volver al solar nativo a los mexicanos desterrados por las guerras intestinas y por las discordias pasadas, hasta dictar leyes antirreeleccionistas de carácter tan rígido, que vienen a garantizar, de una manera completa y absoluta nuestro sistema democrático, que exige la renovación constante de energías individuales, en provecho de la colectividad y que ha movido el alma de la patria, desde a ir en peregrinación romántica hasta Cabrera de Izunzas a volear las rosas simbólicas de la inmortalidad y de la gloria sobre una tumba pueblerina, sobre la tumba olvidada de Gabriel Leyva, incorporando su nombre en la lista de nuestros grandes mártires, hasta abrir su corazón emocionado a la tragedia heroica, a la epopeya nuestra, nuestra porque es de nuestra raza y es de nuestro siglo, a la epopeya heroica de Barberán y de Cóllar, que ha hecho el milagro de revivir en nosotros el cariño de la sangre, el cariño de la raza, haciéndonos recordar que somos hijos de la madre gloriosa, de la gloriosa España, tierra de héroes y de sabios, de misioneros y de artistas, de mártires y de conquistadores; tierra que se secó los pechos para darnos vida en la civilización y en la historia y que nos dejó este idioma divino que no podemos usar nunca sino para ensalzar su nombre; ¡madre gloriosa y heroica! ¡Patria grande y fecunda, cuna de nuestros antepasados cuya sangre corre por nuestras venas y cuyos prestigios raciales viven y florecen en nuestras almas henchidas de amor, ahora que se han caído para siempre las barreras políticas, las barreras monárquicas que antes nos separaban, al grado de que hoy españoles y mexicanos somos los soldados de las mismas ideas y de las mismas luchas, que marchamos unidos, estrechamente unidos, fraternalmente unidos al amparo de nuestras banderas socialistas y revolucionarias, por el mismo sendero del orden social y buscando siempre los mirajes próximos, los mirajes ya cercanos de una nueva justicia y de una nueva libertad!

Y esta sed, esta sed que traemos en los labios, esta sed de virtud, esta sed de verdad, transparente y clara, de verdad pura y fresca, como las aguas del manantial; y este amor, este amor que rebosa en nuestro pechos, este amor a la justicia inmanente, es lo que nos viene obligando, señores, desde hace algunos meses a recorrer los panteones de la patria, buscando entre sus jardines de asfódelos, las tumbas próceres, las cenizas sagradas, los restos inmortales de nuestros patricios, que deben reposar para siempre en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Nos hemos acercado con el espíritu, nos hemos acercado con el Recuerdo, a los grandes difuntos de merecimiento indiscutible. Hace menos de un año que Gonzalo N. Santos, en esta misma tribuna, hizo un cálido elogio de Carranza, de don Venustiano Carranza; la figura más limpia y más enérgica de la primera etapa, de la etapa demoledora de nuestra Revolución. Meses más tarde surgió una iniciativa que todos acogimos con entusiasmo y con cariño: trasladar los restos, por mil títulos gloriosos, de don Vicente Riva Palacio, de España, donde actualmente reposan, a México, donde deben descansar siempre. Traer aquí a la patria bien amada las cenizas gloriosas de don Vicente Riva Palacio, que es sin duda alguna uno de los mexicanos más eminentes en todos los órdenes. Fue uno de los liberales más distinguidos, de los patriotas más esforzados, de los hombres más cultos y de los soldados más valientes de la República. Escritor de talento, cuentista ameno, diplomático de altos vuelos, el General Riva Palacio constituye un verdadero orgullo para la nacionalidad mexicana, porque además de todos los prestigios señalados hay que añadir el máximo prestigio: haber sido un defensor de la patria en los días aciagos de la Intervención Francesa; haber defendido a la República y a la Patria contra el invasor extranjero. Riva Palacio tuvo la suerte de vestir la chaqueta de cuero del chinaco y la casaca dorada del plenipotenciario; se puede decir de él lo que se dijo de Cervantes: era igualmente experto, era igualmente diestro en el manejo de la pluma que en el manejo de las armas; y lo que dijo Lugones de Simón Bolívar: "tenía la valentía del que lleva la espada; tenía la cortesía del que lleva la flor; pero, entrando a los salones, se quitaba la espada, y entrando a los combates, arrojaba la flor". Este homenaje, señores, al General Riva Palacio se ha aplazado, pero tenemos que rendírselo porque es

justo. Como he dicho antes, el General Riva Palacio es un verdadero honor, y constituye una legítima gloria para la nacionalidad mexicana.

Ahora yo os invito a que nos acerquemos con el espíritu a otros restos igualmente venerables, a estos despojos sagrados: los huesos gloriosos de don Valentín Gómez Farías. Seguramente que todos conocéis la vida y la obra de este Ilustre Patricio; pero permitidme que en este momento, en homenaje a su memoria, evoque algunos datos salientes de la vida de este gran mexicano, que seguramente constituye la gloria civil más grande de nuestra historia, antes de don Benito Juárez, considerándolo en el tiempo.

Dn. Valentín Gómez Farías nació en Guadalajara el 14 de feb. de 1771, es decir cerca de treinta año antes de la Indep., de la cual fue un decidido partidario desde sus tiempos de estudiante. Don Valentín Gómez Farías fue hijo de una familia acomodada, e hizo una brillante carrera de médico, sin gran éxito facultativo en el ejercicio de su profesión por el odio que le tuvieron en aquellos tiempos los elementos sociales de ese medio fanático, máxime cuando su nombre estuvo inscrito en las listas negras de la Inquisición, por el inmenso delito de haber aprendido secretamente el idioma francés; conocimiento que le permitió leer, a sus anchas, a los enciclopedistas franceses en los impresos que llegaban de contrabando a la Colonia. Estas circunstancias lo decidieron a abrazar, de una manera entusiasta y valiente, la causa de la Insurgencia; y como lo dijo en su brillante discurso el Licenciado Bassols, con su propio peculio levantó un batallón insurgente, que sostuvo hasta que se le agotaron todos sus bienes particulares. En esta forma luchó hasta que la independencia fue una realidad y entonces la Patria recompensó sus enormes servicios nombrándolo diputado al Primer Congreso Nacional. En ese Primer Congreso Nacional, justamente con otros 46 representantes, el Doctor Gómez Farías firmó la proposición de que Iturbide fuese electo emperador, porque en aquel tiempo muchos insurgentes creyeron de buena fe que esta medida política era necesaria para la salvación de México; sin embargo, no fue así; Iturbide en su efímero trono fue la encarnación y el símbolo de la tiranía, del fanatismo, de los privilegios de la aristocracia. Entonces Gómez Farías, que era un liberal exaltado, que era un demócrata convencido y un acérrimo partidario de la libertad de su pueblo, se declaró equivocado y desde luego se puso en el campo de la oposición hasta lograr la abdicación del tirano. Esto ocurría, señores, en el año de 1823, fecha que señala el principio de esa época que don Lucas Alamán denomina la época de los pronunciamientos de Santa Anna, la época de las revoluciones de Santa Anna, período tristísimo de nuestra historia, época humillante para nosotros, porque en ese tiempo nuestra Patria fue el paraíso de todos los aventureros, la tierra de promisión de todos los ambiciosos, el mejor camino real para todos los bandidos de charreteras o de frac. En esa época la política mexicana, como dijo un talentoso y malogrado escritor jaliscience, José Rafael Rubio, la política mexicana parecía un grotesco y vergonzoso carnaval. Porque efectivamente, señores, allí iba Agustín I. con sus patillas de chalán y su armiño sembrado de abejas de oro; iba Santa Anna, el gitano político, el gitano trágico, que en una torpe y vergonzosa feria vendió la mitad de nuestra patria, junto con los dudosos restos de su propia vergüenza; y detrás iba Miramón, ostentando las calaveras de sus veintisiete años en lo alto de la silla presidencial. Y completando este desfile de tipos alegóricos, esta procesión de políticos - máscaras, Calles del brazo de Nerón, es decir, y Labastida del brazo de Márquez: el hurón con el tigre, el confesor hipócrita al lado del traidor homicida; el gro de la sotana morada, junto con el rojo pálido del verdugo; el fanatismo religioso apoyando al crimen; la cruz pectoral, junto con la chaveta del asesino!

¡Noche trágica, señores! Pero en medio de estas sombras profundas, en medio de este mar agitado de odios y pasiones, en medio de esta tempestad desatada sobre todas las conciencias, en México nunca dejó de brillar, siempre estuvo brillando, con intermitencias constantes, la luz de una esperanza. ¿No os ha tocado en suerte, señores, navegar por el océano en una noche de tempestad, en que todo se ve negro: negras las nubes, negras las aguas, negro el horizonte y ve surgir de repente, del fondo del mar, un pez de luz fosforescente que se va caminando tranquilo, sereno, confiado entre aquellas aguas negras, y deja tras de sí una estela luminosa? Pues así fue: en medio de aquella tempestad, en medio de aquella época tormentosa, así fue el pensamiento fulgurante, así fue el alma resplandeciente de don Valentín Gómez Farías. En medio de aquel huracán, señores, Gómez Farías fue un faro de claras luces, adonde se dirigían los ojos de todos los liberales náufragos en aquella marejada política. Tenía sobre sí el odio, el coraje, el rencor de aquel medio clerical, fanático, conservador y centralista. Sin embargo, siempre se mantuvo firme, siempre se mantuvo sereno, siempre se mantuvo digno, porque él sabía que no hay noches eternas, que él tenía la justicia y que al fin y al cabo serían una realidad sus hermosos y viejos sueños de revolucionarios y de reformador. Por una coincidencia rara, por un extraño capricho de la suerte, Gómez Farías en dos distintos períodos substituyó a Santa Anna en la Presidencia de la República, la primera vez fue en el año de 1833 y en esa ocasión, señores, en la suplencia que le permitió tomar las riendas del Gobierno por diez meses, Gómez Farías se reveló como un liberal y un reformador inquebrantable; en ese tiempo dictó leyes de un alcance social y político inmenso; inhabilitó a los militares que habían tomado parte en las sublevaciones, en las asonadas y en los cuartelazos; los inhabilitó, digo, para toda clase de ascensos, honores y puestos oficiales; desautorizó el diezmo que antes tenía sanción oficial; amparó a las monjas y a los frailes que deseaban abandonar el claustro; secularizó los bienes del clero; nacionalizó el patronato de los templos; desterró a varios obispos intrigantes; arrebató el monopolio de la educación pública de las manos fanatizantes de la iglesia; organizó la misma educación oficialmente y fundó, después de

haber clausurado la Universidad eclesiástica, la Universidad del clero, fundó la actual Escuela de Medicina que desde aquel tiempo constituye una legítima gloria no solamente de la ciudad de México y de la Nación Mexicana, sino de todo el Congreso de América.

El segundo período fue en 1846, es decir, en plena guerra de México contra los Estados Unidos. En esa ocasión, Gómez Farías también estuvo a la altura de su deber; dictó medidas de carácter enérgico; obligó a la Iglesia a que prestara su contingente pecuniario para los gastos. de la guerra; y esto irritó sobremanera a la clerecía, que le declaró una guerra sin cuartel. Se habían organizado en la capital algunas milicias con elementos aristocráticos, con jóvenes de la buena sociedad. Estos batallones de llamaban "polkos", en virtud de que aquella época estaba privando, estaba de moda, un baile que se llama "Polka", que solamente se danzaba en los salones aristocráticos; por eso se llamaban "Polkos" aquellos batallones de señoritos, que creían llevar en sus venas sangre azul. Les ordenó que salieran a combatir al enemigo, que salieran a pelear contra el invasor, que la sazón venía por Monterrey; y estos batallones, estas coporaciones. militares, en vez de acatar esas órdenes del Gob., Legítimo de la República., se pronunciaron contra el Presidente. Gómez Farías. En el resto del país se suscitaron movimientos similares, y se produjo un estado de cosas tal, que el Patricio, creyendo que de esta manera evitaría todo motivo de discordia, decidió entregar la Presidencia a Santa Anna, que era el Presidente titular.

El resultado de aquella guerra funesta todos lo conocemos, y constituye seguramente el desastre máximo de la República, la catástrofe más grande de nuestra patria; y, sin embargo, ¡triste es decirlo!, los mexicanos no experimentamos. Diez años después se sucedieron los movimientos de carácter doméstico: revoluciones y traiciones, sangre, infamias, crueldades, castigos y crímenes. La República se estaba deshaciendo, presentando el espectáculo más doloroso ante la faz de las demás naciones. México era el país más desacreditado del mundo; pero por una reacción milagrosa, haciendo un esfuerzo heroico, los elementos liberales lograron controlar la situación, y así fue como llegó el 5 de febrero de 1857, en que fue promulgada por fin la Constitución gloriosa, que ha sido la raíz y el origen de nuestros adelantos políticos y sociales. He aquí, señores, cómo describe Guillermo Prieto la sesión solemnísima en que fue jurada la Constitución; dice: "La Cámara se abrió a las doce del día, las tribunas se congestionaron de un público que llevaban retratada en el semblante la emoción; la gente buscaba a los diputados de más fama. Allí estaba Zarco con su larga nariz, con su melena hirsuta, con su figura volteriana; allí estaba Melchor Ocampo con el pelo echado hacia atrás, con su ancho rostro, con su mirada atrevida; allí estaba Arriaga, el apóstol, con su cara bondadosa inundada por la nobleza de su corazón. Faltaba una nota en aquella Asamblea, una nota que hubiera completado la alegría de todos; faltaba la presencia de don Velentín Gómez Farías, que a la sazón era el Presidente titular del Congreso Constituyente; pero hacia ocho días que Gómez Farías se encontraba seriamente enfermo y en esa virtud se había sentado bajo el dosel presidencial León Guzmán, que era el Vicepresidente de aquella Asamblea. Pero en un momento dado, sin que nadie lo esperase, se abrió la puertecilla que estaba junto al dosel e hizo aparición don Valentín Gómez Farías, enfermo y cargado de años, pues a la sazón tenía 76 años de edad; llegó a aquella Asamblea, colgado materialmente de los brazos de sus dos hijos: Fermín y Benito. La Asamblea se puso en pie; las galerías estallaron en aplausos; hubo lágrimas, gritos, emoción. León Guzmán se levantó solemnemente, y le ofreció el asiento a don Valentín Gómez Farías. Entonces empezó la sesión. Se leyó el acta; se presentó la Constitución con sus copias y se hizo el cotejo de ordenanza. Fue aprobada aquella Constitución y pasaron a firmar los constituyentes. El primero que pasó a firmar fue don Valentín Gómez Farías; llegó con paso vacilante, tomó la pluma de oro, y con mano incierta estampó su firma. Y así que hubo firmado, se volvió hacia algunos amigos próximos y les dijo: "He ahí mi testamento."

Cuentan, señores, que en ese momento, aquel hombre a quien nunca se le había visto emocionado, aquel hombre tenía los ojos llenos de lágrimas. Siguieron las firmas, y en un momento dado, los diputados todos, se pusieron de pie, y levantando la mano hicieron el juramento solemne. En ese momento se echaron a vuelo las campanas, estallaron todas las músicas, vibraron los clarines, redoblaron los tambores, se oía el estampido de la artillería; era que el pueblo mexicano, señores, tenía el Código más liberal del mundo. Todos celebraron aquel grandioso acontecimiento con regocijo y alegría, y don Valentín Gómez Farías, en los brazos de sus hijos, volvió a su hogar, arrastrando los pies bajo el peso de sus enfermedades y sus años. Y al año siguiente, el 5 de julio de 1858, don Valentín Gómez Farías murió. Como el clero no le pudo arrancar ninguna retractación, ni en los últimos momentos de su agonía, le negó dos palmos de tierra para que descansaran sus huesos. Entonces su hija Ignacia dispuso que fuesen sepultados en el huerto de su casa de Mixcoac. De allí pasaron años después al lugar de donde ahora se han exhumado para traerlos a este lugar y llevarlos dentro de un momento adonde deben descansar para siempre, a la Rotonda Nacional de los Hombres Ilustres.

"¿Qué es una gran vida? preguntó una vez Alfredo de Vigny, y él mismo se respondió: un bello pensamiento de la juventud realizado noblemente en la vejez". Según esta definición, señores, la vida de don Valentín Gómez Farías fue una gran vida; entonces hemos tenido razón al rendirle este homenaje, entonces, señores, hemos estado en lo justo al tributarle estos honores. La Comisión Permanente del Congreso de la Unión se siente en estos momentos experimentando esa emoción, ese sentimiento que deja en el espíritu el cumplimiento de un deber. Creemos, señores, que hemos cumplido con un deber y estamos sumamente agradecidos con el señor Presidente de la República con

los señores Embajadores y Ministros extranjeros, con los ciudadanos Secretarios de Estado, con todos los compatriotas y con todos los conciudadanos que nos han hecho el señalado honor de concurrir a este acto dándole extraordinaria solemnidad y acompañándonos en la glorificación, en la justísima glorificación de este hijo de la Patria, de este humilde y glorioso hijo de nuestra querida tierra mexicana. (Aplausos.)

El C. Secretario Arlanzón: (Leyó el acta.)

"Acta de la sesión solemne celebrada por la Comisión Permanente del XXXV Congreso de la Unión, el día cinco de julio de mil novecientos treinta y tres.

"Presidencia del C. Federico Medrano V.

"En la ciudad de México, a las diez horas y diez minutos del miércoles cinco de julio de mil novecientos treinta y tres, con asistencia de veinte ciudadanos representantes, se abre esta sesión solemne que se celebra de conformidad con el acuerdo de la Asamblea tomado el 8 de julio último, para rendir homenaje a los restos del insigne patriota don Valentín Gómez Farías.

"En el Salón de Sesiones se halla colocada la urna que contiene los restos del ilustre ciudadano a quien se honra, y asisten a la sesión, además de los miembros de la Asamblea, el C. Presidente de la República, Secretarios de Estado, H. Cuerpo Diplomático, altos funcionarios de la Federación, representantes de los Gobernadores de los Estados, Facultad de Medicina y representantes de diversas agrupaciones.

"Los CC. Licenciado Narciso Bassols, Secretario de Educación Pública, a nombre del Ejecutivo y de la Facultad de Medicina, y Licenciado Diputado Enrique Pérez Arce, en representación de esta Asamblea, pronuncian discursos alusivos en los que hacen la apología del Patricio.

"Se leyó la presente acta."

Está a discusión. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. Presidente (a las 11.30): Se levanta la sesión para proceder a trasladar los restos a la Rotonda de los Hombres Ilustres.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y "DIARIO DE LOS DEBATES"

El Director, Jefe de la Oficina, JOAQUÍN Z. VALADEZ.