Legislatura XXXVIII - Año III - Período Ordinario - Fecha 19421121 - Número de Diario 20

(L38A3P1oN020F19421121.xml)Núm. Diario:20

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., SÁBADO 21 DE NOVIEMBRE DE 1942

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.

AÑO III. - PERÍODO ORDINARIO XXXVIII LEGISLATURA TOMO I. - NÚMERO 20

SESIÓN DE CONGRESO GENERAL

EFECTUADA EL DÍA 21 DE NOVIEMBRE DE 1942

SUMARIO

1. - Se abre la sesión. Oficio del Senado de la República en que se designa orador para esta sesión al C. senador Vicente Aguirre.

2. - Es introducido a salón de Sesiones el Excelentísimo señor licenciado Carlos A. Arroyo del Río, Presidente de la República del Ecuador, y los altos funcionarios de aquella Nación que lo acompañan. Hacen uso de la palabra el C. senador Vicente Aguirre, el C. diputado Alejandro Carrillo y el Excelentísimo señor Presidente de la República de Ecuador. Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.

DEBATE

Presidencia del C. JACINTO LÓPEZ

(Asistencia de 89 ciudadanos diputados y 40 ciudadanos senadores).

El C. Presidente (a las 17.45): Se abre la sesión de Congreso General.

- El C secretario Gutiérrez Roldán Emilio (leyendo):

"Estados Unidos Mexicanos. - Cámara de Senadores. - México D.F.

"C. Presidente del H. Congreso de la Unión.

"Presente.

"Por acuerdo de la Directiva de esta Cámara, me permito comunicar a usted que ha sido designado el C. senador Vicente Aguirre para llevar la palabra en representación del Senado, en la sesión que celebrará el Congreso para recibir al Excelentísimo señor Arroyo del Río, Presidente de la República del Ecuador.

"Atentamente.

"México, D. F., a 16 de noviembre de 1942.

"El Oficial Mayor. - Federico Medrano V. - Trámite. De enterado.

- El mismo C. secretario: La Presidencia en comisión para recibir a las puertas del salón al Excelentísimo señor doctor Carlos Arroyo del Río, Presidente de la República de Ecuador, y a sus distinguidos acompañantes, a los ciudadanos diputado Ernesto Gallardo S., senador Ramiro Tamez, senador Rafael Avila y diputado secretario Emilio Gutiérrez Roldán.

(A las 18.28 hrs. penetran al Salón de Sesiones el Excelentísimo señor Presidente del Ecuador y su comitiva). (Aplausos).

El C. secretario Marques Ricaño Luis: La Presidencia concede la palabra al C. senador Vicente Aguirre.

El C. senador Aguirre Vicente: Excelentísimo señor Presidente de la República del Ecuador; Honorable Congreso de la Unión:

El Senado de la República, me ha honrado inmerecidamente para dar la bienvenida, en este recinto, al ilustre huésped que a su vez nos honra con su presencia y que es el más alto representativo de la República del Ecuador, a la que nos unen lazos fraternales que tienen su apoyo y fundamento en las semejanzas de raza, idioma, de tradiciones, de intereses y de anhelos, que se fortifican en los momentos actuales en que el Continente Americano une todas sus fuerzas naturales y espirituales en la defensa de los eternos valores morales de la humanidad, especialmente de los ideales de libertad y de justicia que han ennoblecido la historia de las luchas de nuestros pueblos. Por esto Excelentísimo señor Presidente, os acogemos con orgullo y con honor en esta casa, que es el símbolo de la libertad y soberanía del pueblo mexicano.

Es la República del Ecuador uno de los pueblos de América que más se asemeja a nuestro pueblo mexicano: con sus problemas raciales y económicos, en sus elevaciones y caídas, en la lucha constante y abnegada por la conquista de la libertad y de la justicia para todos, únicos pilares sobre los que puede sostenerse el verdadero progreso, haciendo sentir en todo ser humano, sin distinción de razas, la suprema dignidad de ser hombre, que brutal y despiadadamente tratan de destruir los estados totalitarios en toda la faz de la tierra.

Es vuestro hermoso país, como el nuestro, la raza indígena era fuerte, gallarda y rebelde, en medio de su civilización primitiva y de su exuberante naturaleza tropical; pero vinieron los

conquistadores trayendo la civilización occidental y cristiana con todas sus ternuras; mas también la espada dominadora y el látigo implacable del encomendero. La encomienda y las mitas tienen grandes semejanzas y sus diferencias no atenúan, en lo más mínimo, el idéntico fin de la explotación anticristiana del indio por el blanco.

Las Misiones Franciscanas, atenuaron el tratamiento bárbaro, con su abnegación y sacrificio. El Padre Figueroa y Vasco de Quiroga se dan la mano por encima de la cordillera americana. Vuestros misioneros, como los nuestros, lirios blancos en medio de la sangre y horror de la Conquista, tuvieron que luchar con obstáculos, superiores muchas veces a su fuerza y resistencia física, pero nunca a sus gigantescas fuerzas morales, por llevar hasta las comarcas más apartadas el saber y el amor, la ciencia y la claridad, a los desheredados de sus propios bienes. Esos misioneros llevaban entre los pliegues de su estameña, el trigo que fecundó los campos, las letras que nutrieron la mente y el amor que encendió los corazones. Fueron ellos los fundadores de los centros de enseñanza elemental y de las instituciones de cultura. En Quito, don Lorenzo de Cepeda, hizo vibrar las notas de su lira doña Gerónima Velasco, tuvo en nuestra historia literaria la alta representación de nuestra Sor Juana Inés de la Cruz. Hombres de ciencias y de letras florecieron en vuestro suelo y en el nuestro durante los tiempos coloniales, con exuberancia prodigiosa, si se tiene en cuenta la corta infancia de ambos, dentro del calendario de la civilización y cultura hispanas.

Pero en vuestra nación, como en la nuestra, persistió la dura esclavitud del indio y fueron espesándose las sombras sobre su espíritu y su voluntad, dentro de un cuerpo enclenque y esmirriado, por la explotación del latifundista y del encomendero.

Vuestro país, como el nuestro, vivió su vida colonial sin conmoción y desde las luchas de Pizarros y Almagros, de Nuñez de Vela y la Gasca, no volvió a agitarse, sino hasta el levantamiento de las alcabalas; como el nuestro, sólo volvió a conmoverse hasta la conspiración de los machetes; movimientos precursores de nuestras grandes conmociones de emancipación. Y vinieron las luchas por la independencia de América; y en vuestro país, como en el nuestro, el indio conservó su condición de paria, bajo la mueca irónica del sol de la libertad; la mita se llamó entonces concertaje y la encomienda tomó el nombre de hacienda y de tienda de raya.

La República del Ecuador tiene la gloria de haber sido en los instantes de prueba del héroe americano por excelencia, la única de las naciones bolivarianas, que en los momentos en que Simón Bolívar aprueba hasta las heces el cáliz amargo y áspero de la ingratitud humana, le brindara la hospitalidad al grande hombre; hija agradecida del Libertador, jamás desconoció su origen y fue la constante admiradora de sus virtudes y de la avasalladora personalidad del precursor de la unidad de América.

Cabe la gloria a vuestra República de ser la única estrella de la constelación formada por el Libertador, que, al proclamar su unidad independiente en el Congreso de Riobamba, pugnó por no salirse de la órbita marcada por el genio, manifestando el deseo "de conservar el hombre y la unidad de Colombia bajo una forma federativa". Pero hay más aún: vuestro país adquirió su soberanía política "hasta que una Asamblea Plenipotenciaria de las diferentes partes en que se dividía la gran República, estatuyese lo conveniente para organizar su Confederación".

Esto es vuestro país, y podéis gritarlo muy alto: ¡El constante y tenaz paladín de la unidad americana¡ Orgullosamente podéis sostener, ahora que cobra trascendental importancia para toda la América, que hace más de un siglo y bajo la inspiración del libertador por antonomasia, luchasteis voluntariamente por conservar la unidad de la gran República de Colombia, que hubiera constituído el núcleo de la deseada unión americana y el ejemplo palpitante para las hermanas Repúblicas de todo el Continente.

La vida independiente de nuestro país, tiene también grandes semejanzas con la vida de vuestra República. Una centuria agotando nuestras fuerzas juveniles de pueblos libres, de energías acumuladas que hemos derrochado en una lucha que parecía no tener fin, para implantar el liberalismo contra las fuerzas del obscurantismo y de la opresión codiciosa. El movimiento de tendencia liberal en nuestra República, en los primeros años de existencia autónoma, tuvo para ventura nuestra, la colaboración del movimiento avanzado de vuestro glorioso país, por medio de los servicios prestados a mi Patria por el más alto representante del movimiento liberal ecuatoriano, el insigne don Vicente Rocafuerte, que, al igual que Vuestra Excelencia, vio la primera luz en la por muchos títulos ilustre y liberal Guayaquil. Tras de residir en nuestro país por algún tiempo, al amparo de nuestros gobiernos republicanos y liberales, fue enviado a Londres como Secretario de nuestra Misión Diplomática, quedando después de esto, como Encargado de Negocios de México. Vuelto a este país, el advenimiento del Régimen Conservador, contrario a sus firmes e inconmovibles ideales liberales, le hizo salir de esta Patria a quien sirvió con su actividad y su saber, para que la suya, que es también la vuestra, gozara de sus inapreciables servicios y disfrutara de los beneficios del liberalismo y de los albores del Socialismo que él intentó plantar en vuestra República ilustre.

Tras de arduas luchas entre el liberalismo avanzado y el conservantismo clerical, venció al fin el primero, por la fuerza fatal de la evolución. Cayó el clericalismo con García Moreno bajo el machete vengador de Faustino del Rayo y de la ática y combativa fuerza de la castiza pluma del gran Montalvo. Y he aquí otro lazo de unión con vuestro pueblo: el escritor continental, el genuino intelectual americano, que une al casticismo hispano la áspera heroicidad de la tierra bronca de América, lanza acentos de iracunda rebeldía, de rabia incontenida y justiciera, desde las líneas de "El Cosmopolita", en contra de la cínica invasión de México por las tropas de Napoleón el Pequeño. Y es Montalvo también, como Altamirano en nuestra Patria, quien

lanza el grito de redención del indio, esa "inocente criatura", como él la llama. Y como todo el que se constituye en defensor de la raza indígena explotaba y humillada, pertenece por derecho a toda tierra de indios, Montalvo es también nuestro y es de toda la América. "Si mi pluma tuviese don de lágrimas, dijo, yo escribiría un libro titulado EL INDIO y haría llorar al mundo". Y la frase no ha perdido actualidad. No obstante nuestras luchas sangrientas; a pesar de todos los sacrificios y esfuerzos por la redención y rehabilitación del indio en nuestros países, no se ha alcanzado el fin. Con respecto a este problema, la Revolución Mexicana no ha terminado ni podrá terminar mientras exista un alma indígena zozobrando en las tinieblas de la ignorancia, y un cuerpo desnutrido y harapiento pidiendo por gracia lo que debe exigir por derecho. Vuestro problema indigenista es semejante al nuestro: países eminentemente agrícolas, ganaderos y mineros, tienen iguales problemas económicos y sociales. Es por cierto, que nuestras trayectorias políticas de pueblos libres, han tenido un paralelismo evidente en nuestras luchas por el común ideal: libertad y justicia social. Físicamente débiles para una contienda militar armada, somos gigantescamente fuertes de espíritu por el ideal inconmovible; invulnerables a la derrota espiritual, hemos puesto siempre nuestras energías al servicio del derecho contra la fuerza bruta.

Los pueblos hermanos de América, nuestras gemelas Repúblicas americanas, que odian la agresión y la tiranía en todas sus manifestaciones, que repudian el derecho de la fuerza y tienen como pendón la fuerza del derecho, sólo tienen un camino que tomar: constituirse cada una de ellas en baluarte de la libertad y de la defensa continental de la Democracia.

México, que gallardamente elevó su protesta viril y enérgica por el incalificable atentado contra la infame Abisinia; que hizo vibrar su voz cuando la invasión brutal de China; que francamente se colocó del lado del Gobierno Republicano de España;(condenado el movimiento retrógrado apoyado cinicamente por los nefastos Gobiernos de Alemania y de Italia; México, que ha condenado todas las agresiones en contra de todos los pueblos débiles y que ha tenido en su limpia y recta trayectoria de política internacional, el principio inconmovible de no reconocer las conquistas y anexiones hechas por la fuerza, tiene el derecho indiscutible de proclamar a los cuatro vientos, que la actitud de las Repúblicas del Continente Americano, en el desolador momento actual no puede ser otra que la de ponerse al lado del derecho en contra que la de oponerse al lado del derecho en contra de la arbitrariedad y el despotismo; la de la defensa de los ideales de cultura y dignidad humanas en contra de la barbarie totalitaria y de la ognominia esclavizante; la de unirse y franca y resueltamente, en fin, del lado de las Democracias regeneradoras, en contra de las fuerzas del mal, desarrolladas bárbaramente por las potencias del Eje desde más allá de ambos Océanos.

El señor Presidente Avila Camacho, que ha sabido interpretar y guiar, con certera visión y fino tacto los ideales y los destinos del pueblo mexicano, sostenido con toda la virilidad y con toda la austeridad, que la más difícil situación exige, la inconmovible política internacional de México en defensa de la libertad de los pueblos libres y en la condenación de las conquistas hechas por la fuerza. El señor Presidente Avila Camacho, paladín insuperable del honor y dignidad de México, ha sabido guiar con hábil y recio puño el timón de la nave a su capacidad encomendada, por en medio de los infinitos escollos y arrecifes del mar proceloso de la actual situación internacional, sorteando todos los vientos y tempestades del actual conflicto mundial; pero sin perder nunca de vista el único, pero esplendente faro, del único, pero anchuroso puerto, que tienen a la vista los pueblos dignos de ser libres: el del honor nacional y el de la libertad. Por esto, al realizarse el criminal atentado de los arteros submarinos del Eje en contra de nuestros barcos mercantes, el señor Presidente Avila Camacho, respaldado por el Congreso de la Unión, adoptó la única actitud compatible con nuestra rectilínea trayectoria de pueblo libre y culto, señalando el camino que exigió nuestro decoro y nuestro honor, declarando el estado de guerra en contra de las destacadas furias que han pisoteado todos los principios morales y legales que la cultura y la civilización asentaron para normar las relaciones de todos los pueblos democráticos. "México, ha dicho nuestro Presidente, tradicionalmente pacifista, debe enorgullecerse de haber respetado siempre sus compromisos y de no haber llevado a cabo jamás guerra alguna de agresión; pero debe también ostentar, como timbre de gloria, el hecho de que, durante toda su vida independiente, ha mostrado escrupuloso celo en la defensa de su soberanía, sin tolerar nunca que su dignidad y su honor resulten vulnerados, sea cual fuere la fuerza del Estado que lo pretenda.

El Continente Americano, esperanza y consuelo del mundo, como áncora de salvación de todos los principios e ideales de los hombres, que han hecho y harán una vida digna de ser vivida; el Continente nuevo en que nos tocó la gloria de nacer hombres y hacia el cual tienden su mirada los hombres y los pueblos de otros Continentes, con el anhelo de hallar un oasis para sus infortunios y desolaciones, sólo podrá salvarse de los zarpazos de la barbarie totalitaria, si todas las naciones y todos los pueblos que encierra, se unen en apretado haz, en la defensa franca y decidida, sin titubeos suicidas, de sus intereses y de sus ideales, que se identifican con los intereses, ideales y valores de la humanidad.

Con el más amplio conocimiento de vuestra historia y de vuestras luchas heroicas, el pueblo de México, como los pueblos de todas las naciones unidas, están absolutamente seguros de que si llegara la hora de la batalla en nuestros, territorios, el pueblo de vuestra amada Patria, como el de Anáhuac y como todos los pueblos de los países americanos, sabrán estar a la altura de su deber; serán dignos del lugar que el destino y el ideal les han señalado, defendiendo su puesto con el mismo heroísmo y abnegación con que han asombrado al mundo los defensores sublimes de Stalingrado y El Batán; con el valor de los habitantes de las ciudades británicas bombardeadas; con el estoicismo del pueblo chino; y con el

sacrificio consciente y resignado de los hombres de Dunkerque.

La visita con que honráis a mi país y las que habéis hecho y haréis a otros pueblos de nuestro Continente, constituyen una palpable demostración de la a creciente unidad de nuestro Hemisferio; pero además servirá, estoy seguro, de estrechamiento mayor entre los pueblos americanos, apretando más aún los lazos de afecto y comprensión, de esperanzas y de anhelos, de tradiciones y de ideales entre nuestros países hermanos. Y cuando volváis a contemplar la gloriosa floración de vuestro suelo y la reverberante nieve de vuestros volcanes, decid a vuestro pueblo que vuestra Patria no es sólo su amiga, sino hermana de la vuestra; que en México tenemos un hogar acogedor para todos vuestros infortunios y un arco triunfal para todos vuestras glorias. Que si el Popocatépetl y el Chimborazo unen sus estruendos por las regiones subterráneas de nuestro Continente y nuestras tierras se unen y se amarran por las vértebras de nuestras sierras, Rocafuerte y Juárez enlazan sus constancias en un abrazo fraternal de ideas, y al verbo de admonición del gran Montalvo, responden las voces combativas de Altamirano y de Ramírez.

Excelentísimo señor: estáis en vuestra casa. (Aplausos).

El C. secretario Márquez Ricaño Luis: La Presidencia concede el uso de la palabra al ciudadano diputado Alejandro Carrillo. (Aplausos).

El C. Carrillo Alejandro: Excelentísimo señor Presidente de la República del Ecuador; señores senadores, señores diputados:

El Parlamento mexicano se enorgullece de tener como huéspedes de honor en esta sesión solemne al ilustre Jefe de la nación ecuatoriana y a sus distinguidos acompañantes.

Queremos aprovechar esta ocasión para decir a nuestros huéspedes ilustres, que la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores, reunidas en sesión de Congreso General, no han querido invitar a su Excelencia el Presidente de la República del Ecuador, con el único empeño de cumplir con el protocolo o con las normas diplomáticas; no es ese nuestro propósito; no es ese el fin que nos guía: al recibirlo en nuestra casa, ha sido para decir a usted, señor Presidente y a su gran pueblo, que el pueblo de México, lo que el pueblo nuestro piensa y siente acerca del hermano pueblo del Ecuador.

Nosotros sabemos que en el Ecuador, México cuenta con grandes simpatías. Sabemos del afecto sincero, profundo que nos profesan los hermanos del Ecuador, y hemos querido aprovechar esta singular oportunidad para decir al Jefe de la Nación hermana, por qué razón, por qué causa México ama entrañablemente y cordialmente al pueblo del Ecuador. (Aplausos).

Nos ligan, señor Presidente, anhelos comunes, propósitos semejantes. La historia de México tiene un paralelo permanente con la historia del Ecuador; idénticas gestas, objetivos semejantes, igual fervor, el mismo entusiasmo. Desde antes de que el Ecuador fuera un país libre, los empeños de sus hombres por la libertad hasta hoy que es República independiente, tienen, repito, una gran similitud con los compañeros del México precolonial y del México revolucionario. Admiramos nosotros, señor Presidente de la república del Ecuador, a sus héroes magníficos; hemos leído con emoción profunda las páginas mejores de su historia; reverenciamos de una manera sincera las vidas luminosas de sus héroes.

Nosotros sabemos que en el Ecuador hubo un Atahualpa, indio magnífico, compendio de todas las virtudes de la raza indígena de América; nosotros sabemos que en el Ecuador hubo una figura cumbre, la de Francisco Javier Espejo, que fue precursor de la Independencia; visionario, diputado del Ecuador a las Cortes de Cádiz, en donde proclamó la tesis de la independencia de todos los pueblos de América, y no desconocemos que en la tierra cálida del Ecuador dejó sus huellas luminosas el hombre más grande de la América: el libertador Simón Bolívar. (Aplausos)

Admiramos, señor Presidente, las gestas incomparables de Sucre, el gran capitán de Bolívar; nosotros como americanos, como hermanos vuestros, sentimos que se llena nuestro corazón de emoción cuando recordamos a José de Lamar, ecuatoriano insigne, quien llevó sangre y fervor de América a la Revolución francesa para venir después, con su espada, a servir a la causa de la libertad de su patria. (Aplausos).

Nosotros sabemos, señor Presidente, que el pueblo ecuatoriano no lo integran sólo hombres resueltos y devotos de su ideal, sino que también lo componen mujeres a quienes admiramos profundamente. Ustedes tienen, señor Presidente, a la quiteña Manolita Suárez, a quien la historia ha llamado la "libertadora del libertador", así como nosotros en México nos enorgullecemos de tener a la hermana espiritual de esa heroína en Josefa Ortiz de Domínguez, adalidad de nuestras luchas de independencia. (Aplausos).

Respetamos, admiramos, señor Presidente, a los ilustres hombres del Ecuador independiente. Se ha hablado en esta tribuna de Vicente Rocafuerte, estadista magnífico, liberal apasionado, fervoroso amigo de México. Este último título, no a fuer de chauvinistas, señor Presidente, es para nosotros el mejor motivo de nuestra devoción, porque sabemos que los amigos auténticos de México que no han nacido en nuestros lares, lo son porque tienen, como nosotros, las ideas de redención y de justicia por los que el pueblo de México ha venido luchando hace más de un siglo.

Nosotros sabemos también, señor Presidente de la República del Ecuador, que ustedes tienen una figura espléndida, ejemplar, en Eloy Alfaro, el patriarca del liberalismo del Ecuador. Hasta nosotros han llegado las lecciones estupendas de rectitud y probidad de ese hombre singular.

Nosotros también sabemos, señor Presidente de la República del Ecuador, que no solamente estadistas, que no solamente hombres públicos ha producido en forma ininterrumpida la ilustre patria de usted; sabemos también que en el campo de las letras y en el campo de las artes, el Ecuador supera su extensión territorial con la grandeza de sus hijos más preclaros. Recordábamos aquí a

Juan Montalvo. ¿Quién de los mexicanos, quién de los que están aquí no recuerdan con pasión las hojas maravillosas escritas por la pluma de fuego de este gran pensador? ¿Quién de nosotros no recuerda haber leído sus magníficos "Capítulos de que se le olvidaron a Cervantes" y que son indudablemente dignos del glorioso creador del Quijote? ¿Quién no recuerda, asimismo, sus "Catilinarias" en donde este hombre vació toda su santa pasión contra su adversario el dictador ultramontano García Moreno? ¿Quién no recuerda, también la actitud que fue recordada hace unos instantes, actitud generosa, limpia, rectilínea de Juan Montalvo en defensa de la independencia de México amenazada por fuerzas extranjeras?

Nosotros, señor Presidente de la República del Ecuador, también hemos tenido en nuestras manos y ha llegado a nuestro corazón, tocándonos fibras más sensibles de nuestra alma, ese lamento profundo y hondo, esa queja amarga de los indios de su patria; hemos leído con emoción profunda, el Huasipungo de Jorge Icaza, en donde vibra el dolor no sólo de los indios del Ecuador, sino de los indios de toda América, que todavía no alcanzan su total redención. (Aplausos).

Por eso, señor Presidente, hemos afirmado, no con un empeño vacuo de oratoria, que nuestros pueblos están ligados por un paralelo permanente: las mismas razas, los mismos troncos raciales, los que llegaron de España y los que habitaban la América; los mismos anhelos de libertad, las mismas luchas para lograrla. Ustedes, señor Presidente, tuvieron a su Atahualpa magnífico; México tuvo a su Gallardo Cuauhtémoc. (Aplausos). Ustedes, señor Presidente, tuvieron a su indio ejemplar, Javier Espejo, y nosotros tuvimos al genial José María Morelos y Pavón. (Aplausos). Ustedes, señor Presidente de la República del Ecuador, tuvieron al patriarca Eloy Alfaro, y nosotros tuvimos a la montaña de granito que fue el inmortal Benito Juárez. (Aplausos).

Así se explica, ilustre huésped de México, la amistad cordial, honda, profunda, de mi patria para la patria que usted gobierna. Así es, en virtud de esas hondas raíces, de esos anhelos comunes, de esos empeños semejantes. Las voces de hoy que luchan en la patria de usted por la libertad, son ecos lejanos en el tiempo de las voces de Bolívar, de Sucre, de Lamar, de Eloy Alfaro y de todos los hombres que hicieron grande al Ecuador. Así en México, así en mi patria, señor Presidente de la República ecuatoriana: los empeños, las ilusiones, las esperanzas y los ideales de Hidalgo y de Morelos, de Vicente Guerrero y de Benito Juárez, son hoy también los ideales, los anhelos y esperanzas que impulsan a la Revolución Mexicana, encarnada en los últimos años en las figuras preclaras de Lázaro Cárdenas y Manuel Avila Camacho. (Aplausos).

Amistad ejemplar es la nuestra, señor Presidente; amistad ejemplar, repito. Ningún propósito bastardo, ningún propósito mezquino, ningún deseo imperialista nos ha llevado a tenderles fraternalmente nuestro mano. Nosotros sabemos que la amistad entre México y el Ecuador se debe fundamentalmente a que luchamos por el mismo empeño, a que nos inspiran los mismos anhelos.

Con esta limpia amistad nuestra, señor Presidente, queremos contribuir a que la América siga el ejemplo de nuestras relaciones fraternas; queremos que América deje de ser un Continente en donde existan una metrópoli y veinte colonias, para que surja en nuestro hemisferio una anfitriona de pueblos libres que se respeten recíprocamente y que se ayuden entre sí. Por eso la amistad entre México y el Ecuador puede servir de norma y de guía a la amistad del mundo, después. (Aplausos).

Nosotros queremos, señor Presidente, nosotros deseamos que no continúe siendo un crimen el ser un país débil; no queremos, señor Presidente, que continúe siendo un delito tener riquezas materiales, cuando no se tienen flotas y ejércitos para defender nuestro territorio de agresiones extrañas.(Aplausos).

Deseamos fervorosamente, sinceramente, que en América se hable el lenguaje de la fraternidad que ya por ventura hablan el Ecuador y México; deseamos, señor Presidente, que este empeño nuestro lo acojan todos los hombres libres de América. Así pensamos los revolucionarios mexicanos de hoy, que somos herederos legítimos, en el pensamiento y en la acción de los mejores mexicanos de ayer.

Señor Presidente: no ignoramos que en el Ecuador, cada vez que llega un visitante ilustre de México, un representativo de la Revolución mexicana, el maravilloso pueblo de usted, le abre con fervor sus brazos; lo sabemos y nos sentimos orgullosos de ese cariño de ustedes para nosotros, de esa hospitalidad generosa que ustedes brindan a nuestros hombres; pero no deseamos, señor Presidente del Ecuador, que piense que el Parlamento de México viene hoy a pagar, por simple formulismo de cortesía, la gratitud que él tiene por la forma en que la gran patria de usted acoge a los ilustres hijos de México que visitan el ecuador. No; nuestro propósito al tributar a usted este sentido homenaje del Congreso mexicano, consiste en demostrar a usted, una vez más, lo íntimamente vinculados que estamos con la patria de usted. Queremos decirle que si lo hemos traído a nuestra casa, es porque hemos querido rendir una demostración de fervorosa amistad al magnífico pueblo del Ecuador, en la ilustre persona del Jefe de su Estado. (Aplausos).

En México se recibe a todos los hermanos del ideal, del ideal libertario, del ideal en contra de la barbarie, del ideal que preconiza la libertad del hombre, no importa el color de su piel, no importa su filiación ideológica específica o el matiz de su pensamiento político, no importa el lenguaje que ellos hablen: del fascismo, españoles republicanos, hombres de todas las latitudes llegan a México y se acogen a la sincera hospitalidad nuestra; pero la hospitalidad que hoy brindamos a usted, señor Presidente del Ecuador, es distinta, porque independientemente de que estamos hermanados en el ideal, de que seguimos un empeño común, somos hermanos de sangre, somos hermanos de raza y somos

compañeros seculares en las luchas por la libertad de los pueblos de América. (Aplausos).

El C. secretario Márquez Ricaño Luis: Señores senadores y diputados: el Excelentísimo Señor Presidente de la República del Ecuador nos va a conceder el honor de hacer uso de la palabra.

- El Excelentísimo señor doctor Carlos Alberto Arroyo del Río, Presidente de la República del Ecuador: Después de escuchar la palabra presuntiva del señor senador, y después de haberme conmovido escuchando el verbo vibrante del señor representante de la Cámara joven, ha surgido en lo íntimo de mi corazón un recuerdo inolvidable: yo también fui hombre de parlamento; yo también en los años de mi juventud llevé a los escaños legislativos de mi patria la voz de mis años juveniles, para decir en ellos frases de entereza, frases de libertad, frases de canto a la justicia eterna y a la democracia sin límites. (Aplausos).

Y pasados los años, no he apagado el fuego en mi corazón, porque el fuego del espíritu, cuando es el resultado de una convicción íntima y sincera, no se apaga con los años. (Aplausos).

Llevé al senado de la República mi voz serena, voz de igual convencimiento, en defensa de esa misma libertad y de esa misma democracia; porque si el hombre había podido sentirse el efecto materia del tiempo, en los dos grandes ideales - binomio inmenso en que se debe condensar la vida de los hombres y de los pueblos que saben lo que es tener un canto en los labios y un impulso joven en el corazón - ese binomio, digo, de libertad y democracia, no envejece nunca. (Aplausos).

Y hoy me ha tocado venir a este augusto recinto del Congreso Mexicano, y sentir cómo reverdecen en mi espíritu todas esas memorias de los tiempos que pasaron, pero que no se fueron; de los tiempos que los siento aquí con toda intensidad de su presencia. Cierro los ojos de mi espíritu, por obra de la palabra maravillosa y elocuente de los legisladores de México, y me siento transportado al modesto cinto del Parlamento ecuatoriano, modesto por su aspecto material, señores del Congreso de México; pero glorioso y grande por las inmensas batallas que en él se libraron: batallas de pensamiento, batallas que en él se libraron: batallas en las cuales la libertad fue a veces ariete inconmovible que hizo caer en pedazos las rocas de las más viejas e impenetrables tiranías. (Aplausos).

Palabra que serpenteó como un latigazo de fuego en el parlamento de mi patria, para fustigar la conciencia encallecida de los déspotas; palabra que hizo vibrar en el alma ecuatoriana toda de sus ideales lejanos, cuando las calles de la capital ecuatoriana se ensangrentaban con la sangre de víctimas que no combatían otro delito que el lanzar en el corazón de los Andes el primer grito de redención que se escuchó en América. (Aplausos).

Yo también fui parlamentario, señores legisladores, y puedo aseguraros que, cuando desde la posición a donde me ha llevado la voluntad del pueblo ecuatoriano, tiendo mi vista sobre el panorama de los tiempos que transcurren, veo que emerge en mí el entusiasmo por esa labor parlamentaria. Y se explica que así sea. El parlamento es en todas partes el área en la cual se salvan los principios más inconmovibles de la estructuración republicana. El parlamento, como representación genuina de la entidad colectiva, tiene ante los ojos de quienes sienten el concepto verdadero de la democracia, una representación, un sello de autenticidad que lo convierte, no solamente en la tribuna, desde la cual se debe escuchar el verbo de los pueblos, sino en el corazón mismo de ese pueblo que late siempre con latidos inmensos de generosidad y en casos extremos con latidos abnegados de sacrificio. (Aplausos).

Si hubiera de mirar desde un aspecto personal el significado de este homenaje, con que tan bondadosamente me enaltece el honorable Congreso Nacional de México, habría suficiente motivo para que se sintetice mi ánimo embargado de gratitud hacia la Legislatura mexicana; y sin embargo, hay otra razón más comprometedora todavía, hay otra razón que conmueve más mi ánimo en este momento, y es, señor Presidente, porque habéis dado la oportunidad de que se escuche aquí no la voz de un hombre, sino la voz de un pueblo, no la voz de un jefe de Estado, sino la voz de una patria, que es todo generosidad, todo afecto y todo lealtad en el amor para sus hermanas de América. (Aplausos).

No soy yo el que habla en estos momentos por mis labios; habla el Ecuador, ese Ecuador que si fue el primero en lanzar la voz de libertad en el Continente, ha sido también el primero en darle a ese Continente la prueba más grande de su confraternidad, llegando a los extremos del más hondo sacrificio en aras de la solidaridad de América. (Aplausos).

Y es que la confraternidad que practica el pueblo ecuatoriano, no es confraternidad que se encuentra en el ropaje de figuras retóricas; es confraternidad que nace del alma; es confraternidad aprendida en los momentos de vicisitudes; es confraternidad que ha echado raíces, como esos árboles milenarios, en lo más profundo del corazón ecuatoriano; que ha succionado de allí la savia de su civismo y que merced a esta savia lanza hoy a los espacios sus altivas orquídeas y rosas, coronadas de flores rojas como grímpolas inmensas de libertad.

Cuando penetré a este recinto, señor Presidente, tuvisteis un gesto que, si material en su forma externa, produjo en mí una impresión cautivadora. Señor Presidente, me recibisteis con los brazos abiertos, y en ese instante me pareció sentir que era el pueblo de México, ese pueblo grande en su historia, grande en sus heroísmos, grande en sus sacrificios, grande en sus ideales, grande en sus luchas, el que extendía los brazos para abrazar al Ecuador. (Aplausos).

Y es que así se abrazan los pueblos; es así como se abrazan, por encima de la línea imaginaria de sus fronteras, cuando hay sinceridad en sus sentimientos; es así como las naciones de América se abrazan a través de la distancia; es así como las naciones de América extienden y dejan correr sus ríos - brazos de plata - que van fecundando, que van amarrando la tierra, para que la tierra sea única, esta tierra de América en la cual está sembrado el germen de raza india que dio tan altos

exponentes y que todavía constituye para nosotros un gran problema de amor y de justicia. (Aplausos).

Uno de los eminentes oradores que me ha precedido en el uso de la palabra hizo delicada mención de una característica que constituye timbre de orgullo para el pueblo ecuatoriano: me refiero a su lealtad. El Ecuador tiene el orgullo de su lealtad. Cuando el Ecuador ha extendido la mano, la ha extendido plena de lealtad; cuando el Ecuador ha puesto su firma en un compromiso, al pie de su lealtad. (Aplausos).

El Ecuador es un pueblo irreductiblemente leal, si se me permite la expresión. De esa lealtad, como bien se ha recordado, ha dado repetidas pruebas. Cuando Bolívar, el gran americano, ese brillante de múltiples facetas, ese hombre genial en el cual no hubo atributo que no estuviese personificado, sintió que se acercaba a sus labios la copa de acíbar, hubo una mano que trató de apartarle el cáliz de amargura, y esa mano fue la mano del Ecuador. La patria ecuatoriana con su espíritu, acompaño al ilustre y desengañado caraqueño en las horas grises de su infortunio; la patria ecuatoriana fue a velar al pie de su lecho de agonía y estuvo allí para recoger su postrer aliento, para recoger, sobre todo, aquella frase que debía estar grabada en el corazón de todos los hombres de América: ¡Unión

La Unión es credo boliviano; la unión es canon de los hombres del Nuevo Mundo; la unión es un himno netamente neutro, y no debemos consentir en que quienes tienen menos derecho a esa palabra, sean quienes la tomen. La unión debe ser obra nuestra. Nosotros los americanos debemos convertirnos en los apóstoles de la unión; nosotros los americanos debemos ir a poner sobre la tumba de Bolívar, no la siempreviva significativa, no las rosas del recuerdo, sino una corona, pro una corona palpitante de realidades. Vayamos a poner sobre el sepulcro de ese gran venezolano, de ese gran creador de patrias, una corona tejida con la unión formada por todos los corazones de América. (Aplausos).

Ha dicho con su expresión enardecida el señor diputado a quien acabamos de escuchar, que existe un indiscutible paralelismo entre las vidas del Ecuador y de México. Ese hecho histórico de influencia indiscutible y de realidad felizmente plena de evidencia es algo que ha venido manifestándose a través de toda nuestra historia. Después de la enumeración brillante y prolija que se ha hecho acerca de esas similitudes, no cabría que se insistiera en ella, somos los mismos.

México, tal es el concepto sintético que me he formado durante mi breve estadía en esta hermosa y magnífica capital; México es un pueblo que vibra; el Ecuador es una vibración convertida en pueblo. Esas dos vibraciones, con un acorde unísono, han dado la nota culminante de la hora, señores representantes del pueblo de México, es la de la unión indisoluble entre los pueblos del Continente.

Necesitamos una unión a base de comprensión y de igualdad; necesitamos una a base de sinceridad y de espíritu de justicia; necesitamos una unión sin cálculos de egoísmo y sin intentos saturados de atropellos. (Aplausos).

Necesitamos una unión que sea como un bálsamo que venga a curar muchas heridas por las cuales sangra el alma joven y soñadora de la América.

Son tantas las manifestaciones de nuestra semejanza en el orden espiritual, especialmente, que se podría tomar, casi al azar cualesquiera de ellas, para confirmar la tesis; pero voy a mencionar una que, al mismo tiempo que no es de las más remotas, puede ser de las más aleccionadoras: hemos sido semejantes no sólo en las fulguraciones de nuestra mentalidad y de nuestra grandeza, no sólo en los arranques casi mitológicos de nuestra heroicidad de nuestro patriotismo; hemos sido semejantes hasta en el vía crucis que hemos hecho cruzar a nuestros grandes redentores, y digo esto, recordando que si en mi patria, la figura patriarcal de Eloy Alfaro, el gran reformador ecuatoriano, el que llevó a su pueblo por senderos amplios y soleados de libertad y democracia, pereció y se vio coronado por una corona de martirio; otro ilustre espíritu cristalino y apostólico de México, Francisco I. Madero, se vio también llevando igualmente sobre sus sienes la corona punzante del martirio. Unos en la gloria, unos en el esfuerzo, unos en el espíritu de la libertad y unos en el sacrificio.

Oí al señor senador que ha llevado la palabra en este acto, que la Revolución de México no ha terminado todavía.

¡Las revoluciones humanas no terminan por la sencilla razón de que ellas representan y constituyen un proceso ideológico, y los procesos ideológicos no tienen límites, como el infinito. El proceso ideológico se asienta sobre un anhelo humano, pero el anhelo humano tiene que ir experimentando sensaciones de espacio, sensaciones de superación, sensaciones que lo modifican.

Punto esencial dentro de la vida americana de hoy es la preocupación por la defensa de nuestro Continente. Estamos en la hora de América; no solamente en cuanto ella representa hora de peligro, sino en cuanto debe representar minuto avizor del futuro. Es indudable que, pasada la contienda, esta contienda dura, esta contienda difícil de describir, que está sacudiendo en lo más intimo de sus entrañas a las generaciones de la hora presente, va a venir una nueva organización colectiva para el mundo. ¿Cuál será la orientación de ella¿ Resulta difícil predecirlo. Hoy, que estamos viendo cómo prácticas y cánones que se creían invulnerables caen a pedazos, resulta menos que utópico querer vaticinar cómo será estructurada la Humanidad de mañana. Mas si no podemos tener esa fuerza de vaticinio, por lo menos suplámosla con la fuerza del anhelo y anhelemos en la cual el egoísmo no sea fuerza que dirija; una Humanidad en la cual, los hombres y los pueblos no solamente se den la mano en una fórmula externa, muchas veces insincera, sino que se den algo más: se den el corazón. (Aplausos).

Frente a la condición actual de América, México

ha asumido la posición que era esperarse en su proverbial e histórica gallardía. Por su parte, el Ecuador ha adoptado la línea de conducta que han creído correspondiente a su deber; porque este es el momento del deber en América, y los deberes no se discuten. El Ecuador cumplirá el suyo; lo cumplirá con decisión y con firmeza, convencido de que, al hacerlo, no solamente está correspondiendo a los dictados de su convicción, sino que está cumpliendo una obligación de solidaridad para con sus hermanos del Continente.

Hace pocas horas podría decir, puesto que apenas me siento recién venido a esta ciudad, estando en compañía del Excelentísimo señor Presidente de la República de México, general Avila Camacho, le escuché esta expresión que no solamente revela la perspicacia del estadista, sino la personalidad robusta del hombre que puede sentirse orgulloso de encarnar a su pueblo. Me dijo, escuchando los acordes del himno de México y Ecuador: "Al oír estos himnos se llega a la conclusión de que tenemos una sola alma". Y esta es una gran verdad, señores legisladores. El alma de América es una sola; una sola como su historia, una sola como su origen, una sola como su porvenir. Robustezcamos el alma de América, pongamos ante el altar de América como un incienso purísimo el perfume de todos nuestros pechos. Hagamos por el alma de América todo lo que se necesita para que esa alma pueda producir la transfusión milagrosa que haga de todos los americanos seres animados por un solo espíritu. Encarnemos el alma de América en un solo hombre; encarnemos el alma de América en una sola idea; hagamos del alma de América un símbolo; y cuando hayamos logrado esta unificación prodigiosa de los espíritus, entonces sí , pongámonos de pie, abramos los labios y cantemos el himno para el futuro de América. (Aplausos).

Señores legisladores: Os agradezco profundamente, en nombre de la comitiva que me acompaña y en nombre mío, esta manifestación tan propia de vuestra gentileza. Pronto regresaré a mi patria, regresaré a decir que acá, distante geográficamente de ella, hay un pueblo que sabe darle el otro finísimo de su amor, porque está convencido de que mi patria le ha dado ya el suyo. Tomemos esos dos mentales, coloquémosle en un crisol y dejemos que esa copa hirviente funda las almas de estos dos pueblos: el alma de Rocafuerte, que aquí convirtió con vosotros y llevó a mi patria sus generalidades de estadista y las purezas de su espíritu republicano y de su rectitud de magistrado, y el alma de vuestro Juárez, que es la encarnación más grandiosa nacida en suelo americano, para estar colocada como un título luminoso que marcara el fin del último intento de imperio sobre la tierra irreductible de América. (Aplausos).

El C. secretario Gutiérrez Roldán Emilio: Se va a proceder a dar lectura al acta de Congreso General de esta sesión.

"Acta de la sesión solemne celebrada por el XXXVIII Congreso de la Unión, el día veintiuno de noviembre de mil novecientos cuarenta y dos, en honor al Excelentísimo señor Presidente de la República del Ecuador y de los altos funcionarios que lo acompañan.

"Presidencia del C. Jacinto López.

"En la ciudad de México, a las diez y siete horas y cuarenta y cinco minutos del sábado veintiuno de noviembre de mil novecientos cuarenta y dos, con asistencia de ochenta y nueve ciudadanos diputados según consta en las listas que previamente pasó la Secretaría, se abre esta sesión solemne que efectúa el Congreso de la Unión en honor del Excelentísimo señor licenciado Carlos A. Arroyo del Río, Presidente de la República del Ecuador, y de los altos funcionarios de aquella Nación que lo acompañan en su visita a nuestro país.

"Se da cuenta con un oficio en que la Cámara de Senadores participa que ha designado orador para esta sesión, al C. senador Vicente Aguirre. - De enterado.

"La Presidencia designa una comisión para recibir a las puertas del salón a los visitantes. "Poco después es introducido al Salón de sesiones, por la comisión designada para el efecto, el Excelentísimo señor Presidente del Ecuador y los funcionarios que lo acompañan, y, a invitación que se les hace, tomando asiento en los sitiales de la Mesa Directiva con el C. Presidente del Congreso.

"Usa de la palabra el C. senador Vicente Aguirre y da la bienvenida a los visitantes, haciendo resaltar los comunes destinos históricos de México y del Ecuador, y exponiendo la actitud de nuestro país ante los ataques del Eje.

"El C. diputado Alejandro Carrillo también pronuncia un discurso en honor de los funcionarios del Ecuador, y expresa la profunda simpatía que en México se tiene por esa República hermana. "En seguida, se concede la palabra al Excelentísimo señor Presidente de la República del Ecuador, quien agradece los conceptos vertidos por los oradores que le precedieron, y hace patente la solidaridad de su país con México y con todas las Naciones del Continente.

"Se da lectura a la presente acta.

Está a discusión. No habiéndola, se pregunta en votación económica si se aprueba. Aprobada.

El C. Presidente (a las 19.15): Se levanta la sesión y se cita para el próximo martes a las 11 hrs.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y "DIARIO DE LOS DEBATES"

El Director, Jefe de la Oficina, JUAN ANTONIO MOLL.