Legislatura XL - Año III - Período Ordinario - Fecha 19481012 - Número de Diario 11

(L40A3P1oN011F19481012.xml)Núm. Diario:11

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., MARTES 12 DE OCTUBRE DE 1948

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.

Director de la Imprenta, Lic. Román Tena. Director del Diario de los Debates, José F. Castro

AÑO III.- PERIODO ORDINARIO XL LEGISLATURA TOMO I.- NUMERO 11

SESIÓN SOLEMNE

DE LA

CÁMARA DE DIPUTADOS

EFECTUADA EL DÍA 12

DE OCTUBRE DE 1948

SUMARIO

1.- Se abre la sesión. Se da lectura a una comunicación del Senado en que participa haber designado al C. senador Gustavo Días Ordaz para que a nombre del propio H. Cuerpo haga uso de la palabra.

2.- Pronuncian discursos alusivos los CC. senador Gustavo Díaz Ordaz, y diputado Jesús Medina Romero.

3.- Se lee y es aprobada el acta de esta sesión. Se levanta la sesión.

DEBATE

Presidencia del

C. FEDERICO BERRUETO RAMÓN

(Asistencia de 87 ciudadanos diputados).

El C. Presidente (a las 12.40 horas): Se abre la sesión.

El C. secretario Gómez del Campo Ignacio: leyendo):

"Cámara de Senadores. - Estados Unidos Mexicanos. - México, D. F.

"C. Oficial Mayor de la H. Cámara de Diputados. - Presente.

"Me permito comunicar a usted que en obsequio a la invitación de la Mesa Directiva de esa H. Colegisladora, el H. Senado de la República designó al C. licenciado y senador Gustavo Díaz Ordaz para que en nombre del propio Cuerpo, haga uso de la palabra en la sesión solemne que con motivo del Día de la Raza se celebrará el próximo 12 del corriente mes, a las 12 horas.

"Reitero a usted las seguridades de mi consideración atenta y distinguida.

"México, D. F., 8 de octubre de 1948.- El Oficial Mayor, licenciado Rafael Murillo Vidal". - De enterado con satisfacción:

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador y licenciado Gustavo Díaz Ordaz.

El C. Díaz Ordaz Gustavo: Señores diputados, senadores; señores funcionarios de la Federación y miembros del honorable Cuerpo Diplomático; señoras; señores: En una luminosa mañana de invierno, bajo las nieves cristalinas de Sierra Nevada, Fernando e Isabel, al decir de Salvador de Madariaga, contemplaban desde una de las colinas del paisaje de su vida, con satisfacción su pasado y con esperanza su porvenir. Se iniciaba el año de 1492 y Boabdil el chico hacía entrega a los Reyes Católicos de las llaves de Granada, las llaves del broche diamantino que iba a cerrar por fin la centuria de sus reinos, señoríos y dominios en la Península; año de buenos augurios para la Corona de España, porque al fin plantaban en la siete veces secular plaza fuerte de la morisma, la cruz de su religión y la bandera de su reino; pero no sospechaban aún que ese mismo año iba a deparar para ellos y para la España Eterna, la gloria inextinguible de haber auspiciado la hazaña más trascendental de la historia humana: el descubrimiento de un mundo.

Entre las ceremonias solemnes de la entrega de la ciudad, perdido en la multitud, un hombre ignorado y humilde había clavado sus magnéticos ojos en aquella cruz y en aquella bandera, y por un milagro de su fe, de su convicción y de su ideal, iba a apoderarse de ellas para llevarlas más allá de los mares.

¿Quién era aquel misterioso hombre que había de cambiar el curso de la historia del mundo, que había de desviar el destino natural de una nación, que habría de agregar una joya más a la brillante corona de la península ibérica? Parecía un mendigo porque iba con la capa raída y pobre, pero no lo era; era quizás una de las almas más orgullosas de aquella Corte en que tanta soberbia había; era Cristóbal Colón, que había elaborado sus planes en la fragua de su pecho, cuando el sol del descubrimiento, en el cenit, entonces de Portugal, había iluminado su imaginación exuberante. La imagen geográfica de sus planes y la metáfora de sus ensueños le abrasaban el corazón; él iba adelante, sin detenerse en los escollos del camino. Era

Cristóbal Colón que además de estar nimbado por la chispa del genio, estaba predestinado para tener éxito en su empresa.

El obscuro navegante genovés habría de pasar largos trabajos y mil vicisitudes para ver un solo rayo de esperanza en la realización de sus planes; pero él estaba animado del más intenso y del más fervoroso idealismo porque era en verdad un Quijote hecho realidad aun antes de que la ficción naciera en la fantasía maravillosa del manco glorioso del Lepanto.

Desde Jacob Wassermann, muchos son los que han hecho el paralelo entre el Quijote y Cristóbal Colón, porque ambos animados del ideal, soñaban y habían convertido su sueño en una realidad interna. ¿Que los hechos externos no se ajustaban a la ilusión? No importa, ellos seguían adelante porque tenían fe en su ilusión y en su sueño. ¿Que aquello no era un castillo sino una venta? No importaba tampoco. Desbarraban, uno con Cipango y otro con Dulcinea; pero ni el uno cree en los grifones ni en los dragones de d'Ailly, ni el otro se deja convencer por la cabeza parlante de Barcelona. Ambos sueñan también con una ínsula; ambos sueñan en que están predestinados a una elevada misión, y salen, uno a los campos de La Mancha, el otro a los interminables mares de lo desconocido, al encuentro de su ideal.

Dice Stefan Zweig que la humanidad es dada a fijar la mirada en los momentos dramáticos y pintorescos de sus héroes, dejando atrás, en la penumbra, muchos hechos valiosos y antecedentes de la hazaña a realizar; y así, por una simplificación óptica, vemos siempre a César cruzando el Rubicón, y a Napoleón en el Puente de Arcolei, dejamos inadvertidos los momentos de lucha, las horas de preparación, el escalonamiento espiritual de preparación, el escalonamiento espiritual, la organización de la acción histórica, y es solamente con la suma de todas las resistencias vencidas como puede llegarse a tomar la medida de la hazaña y del hombre.

Allá va Cristóbal Colón, vagando de país en país y de Corte en Corte; no lo desalientan los fracasos en Portugal y pasa a Castilla. Va inspirado con su fe profunda, lo mismo en el profeta Esdras que en el plano de Toscanelli guardado celosamente en los archivos del Rey de Portugal; basa su teoría en sus estudios cosmográficos y en las conclusiones de los astrólogos o estrelleros, y estimula su ideal lo mismo en la conseja popular que en las historias fantásticas que llegan a contar los marineros desembarcados en Lisboa, en Puerto Santo o en Palos. Cobra aliento Rábida y se enfrenta a Fernando e Isabel, pidiendo ayuda para que se dictamine sobre su proyecto; espera impaciente largos años, y no se abate porque el dictamen le es adverso; vuelve a la Rábida y allí se encuentra con Martín Alonso Pinzón.

Pero oigamos de nuevo al autor de "Corazón de Piedra Verde": "La entrevista de estos dos hombres en el hospitalario monasterio, fue sin duda alguna, de los momentos decisivos para el descubrimiento de América. Don Cristóbal de Cipango regresaba de su segunda salida. Todos los Sanchos del mundo le habían dicho que su castillo allende el mar no era otra cosa que una nube en el cielo de su propia imaginación, "imposible y vana y de toda repulsa digna". Y pronto he aquí que en esta santa casa, limpia y fragante con el aroma de los pinos, y creada por la brisa salada que soplaba del mar, un capitán renombrado, a quien todo el mundo en Palos respetaba, no sólo por su riqueza sino por su bravura, jefe reconocido de cautos y prudentes Sanchos, le escuchaba y sonreía no con ironía sino al contrario, con simpatía y confirmaba sus opiniones, planes, esperanzas, con un mapa de tierras por descubrir que la había dado nada menos que un astrónomo del Papa.

"Las palabras de Martín Alonso debieron caer como bálsamo bienhechor sobre las heridas que llevaba en el alma el pobre descubridor".

Ya piensa trasladarse a Inglaterra... o a Francia, adonde ha mandado a su hermano que sondee el terreno; ya sale pensando no volver, y en eso lo alcanza el enviado de la Reina. Cuando del Puente de los Pinos vuelve a Santa Fe, en verdad ha girado sobre sus propios talones para darle la cara de frente a la inmortalidad.

El triunfo lo ha obtenido, y en las famosas conclusiones de Santa Fe ya antepone el Don a su nombre, sin que nadie le hubiera concedido este privilegio. Ya no es el rey de la burla; las penalidades han pasado, y ya se siente Almirante Mayor del Mar Océano. Visorrey y Gobernador General de las tierras que descubra. Y, sin embargo, ¿qué es lo que le falta? Nada menos que ajustar su teoría basada en el error, planeaba absurdamente, producto de su imaginación, con la cruda, con la tremenda realidad; pero la chispa del genio va llevando su idea y la pasión la va adelantando hacia el éxito, y navegando en el error llega definitiva y directamente a la verdad.

Así es como emprende aquel viaje legendario cuya primera y formidable etapa termina al grito de "tierra a la vista" que quizás no sorprende a Cristóbal Colón, porque lleva la seguridad, en lo más íntimo de su ser, en lo más profundo de su creación imaginativa. Ha triunfado y sigue soñando. Seguirá soñando siempre. Perdurará su nombre, porque ha realizado la hazaña más audaz de todos los tiempos; porque ha ampliado el horizonte del mundo; porque ha doblado el espacio físico donde se movían los hombres; porque ha cambiado trascendentalmente el curso de la Historia. Que resuene siempre, porque así como la ingratitud eterna de la humanidad no ha querido que las tierras que él descubrió lleven su nombre en esas mismas tierras han surgido, para gloria de él y para gloria de España inmortal, pueblos, países y naciones soberanas que lo recuerdan, lo admiran y veneran.

Hace unos tres meses paseábamos en las orillas del Río de la Plata e inquiríamos el porqué de cierta e inusitada animación en uno de los muelles. Era que un barco cargado de emigrantes europeos acababa de atracar en las riberas de América. Era un grupo de hombres flagelados por la

crueldad de todos los dolores; lacerados por las angustias sin fin de todas las carencias físicas y morales; castigados, víctimas inocentes, con todos los horrores de la guerra, que llegaban desnudos de cuerpo y alma; que no sabían lo que era el bienestar porque habían carecido siempre de todo; que no conocían lo que era la libertad, porque nunca la habían disfrutado y que ignoraban lo que era el Derecho y la Justicia porque nunca les había sido impartida ésta, y quizá nunca se habían atrevido a invocarla; hombres que no tenían ni ensueños, sólo les quedaba un incierto rayo de esperanza asido angustiosamente a las ubérrimas costas de América. Seguramente habrán encontrado ya el pan blanco de la hospitalidad y el rojo vino de la generosidad americana y habrán saciado las ingentes necesidades de sus cuerpos. Con estos alimentos y con el bálsamo inefable de la libertad y de la justicia, habrán sanado ya las heridas enconadas de su alma.

Estos hombres, en estas horas trágicas que está viviendo la humanidad, al rehacer el camino del legendario navegante genovés, representan la inquietud, el ideal, la esperanza del viejo y gastado Continente, siempre en dirección hacia América. Así como en la Edad Media las inquietudes se canalizaron hacia este hemisferio, así ahora también los hombres vienen asidos al último madero de la esperanza, buscando pan y paz en estas tierras; y así también los ideales más sagrados del Viejo Mundo, vilipendiados por los errores de los hombres y pisoteados por la ambición, han venido, siguiendo el derrotero luminoso de Cristóbal Colón, a refugiarse en estas tierras de América.

Sobre el cuerpo moreno de nuestra joven América, se han volcado las últimas esperanzas de la humanidad, y aquí han de renacer al calor maternal de la a abnegada mujer americana, con el esfuerzo de los hombres de este Continente y con el sacrificio de los pueblos todos de América.

"Vivimos en una región de la tierra que llamamos el Nuevo Mundo -invocamos ahora la voz autorizada del señor Presidente Alemán, resonando en el recinto del Congreso Norteamericano-; vamos a ver si somos capaces de hacer de ella el principio de algo más grande, el principio de un mundo nuevo, nuevo por su generosidad en la democracia, nuevo por la amplitud de su concepción y nuevo por su firmeza en el acatamiento de las normas del Derecho. En la obra que sea precisa para alcanzar ese noble anhelo, México nunca se detendrá". Debemos y podemos hacerlo porque así como geográficamente coexisten en el mismo hemisferio las heladas tierras de Alaska y los bosques magníficos del Canadá, los floridos valles californianos y los extensos llanos del Estado de Texas, la elevada meseta mexicana, las sonrientes y estrechas vertientes de la América Central, el magnífico valle de Cauca, la selva impenetrable del Amazonas, la extensión interminable de la pampa Argentina, la paradójicamente fría Tierra del Fuego y la inhóspita Patagonia; porque así como en la unidad armoniosa de las mismas cordilleras de este Continente, pueden tener su propia cúspide en cada una de las cúpulas nevadas que conviven y se elevan a un mismo cielo desde el Popocatépetl y el Iztacíhuatl con el Chimborazo y el Aconcagua, el Catopaxi y el Pichincha; porque así como estamos orgullosos de que en el mismo cielo de la más pura libertad, puedan vivir unidos los nombres de Hidalgo, Washington y Morelos; de Bolívar, San Martín, Sucre y O'Higgins; de Martí, Lincoln y Juárez, así también los hombres de América, al fundir en un solo esfuerzo el sacrificio y la nobleza de todos, podremos levantar el ideal de la Unión de América, que es fundamentalmente el significado trascendente de este día para ofrecerlo como prédica y como ejemplo a la humanidad entera.

En este día tenemos derecho a soñar. ¿No es cierto que Colón soñaba y se realizaron sus sueños? Soñemos pues que, con el esfuerzo de todos habremos de lograr la auténtica unión de los pueblos de este hemisferio. Tenemos un pasado que nos lo permite. Aun estamos a tiempo de hacerlo. Es cierto que existen algunas pequeñas sombras en el horizonte de nuestros pueblos, mas, ¿qué saldremos ganando de recordar permanentemente pretéritas injurias? ¿Qué saldrán ganando las futuras generaciones y si los hombres de hoy nos dedicamos a cultivar el árbol del odio para que mañana sea fecundo y cubra a América entera? ¿No tenemos como ejemplo el pasado ominoso del viejo Continente, lleno de odios y rencores? Aun podemos lograr aquí, en este hemisferio, que llegue a haber paz, justicia, y libertad para todos los hombres y para todos los pueblos. Podemos y debemos hacerlo, inspirándonos en los más nobles ideales de confraternidad humana y aportando lo más auténtico de nosotros mismo que será lo más estimado por los demás; pero debemos hacerlo todos juntos; no uno ni dos, por muy grandes que se crean porque sólo el esfuerzo de todos será capaz de salvar a la Humanidad. De otro modo, la ilusión de unos habrá de estrellarse en el fracaso, por la indiferencia de los demás.

Con el sentido entrañable de este día, que nos enseña cómo lo irrealizable se realiza, lograremos la verdadera unidad de América, pongámosla como ejemplo al mundo, y soñemos con alcanzar la unidad social y política de la Humanidad toda, así como en lo geográfico se realizó, según la frase brillante de Castelar, cuando las naves lucitanas de Vasco de Gama tocaron el extremo oriente y las españolas de Cristóbal Colón alcanzaron el extremo occidente, despertando al Asia en su sepulcro y sorprendiendo a América en su naciente cuna.

(Aplausos nutridos).

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Jesús Medina Romero.

El C. Medina Romero Jesús: Señores senadores. Señores diputados. Honorables funcionarios. Honorable Cuerpo Diplomático. Señoras, señores:

Fecha digna por todos conceptos de conmemoración es ésta, la del 12 de octubre que nos recuerdo el día en que la audacia de un aventurero genial cambió para siempre la situación espiritual y material de un mundo. Nos dice la Historia,

depurada ya de algunos errores de apreciación crítica, que el descubrimiento del Nuevo Mundo, lejos de ser la confirmación de una teoría rigurosamente científica, basada en la concepción aristotélica de la conformación terrestre, fue el resultado de una milagrosa equivocación geográfica, ya que el propósito de Cristóbal Colón, al hacerse a la mar, no era el de descubrir nuevas tierras sino el de llegar a las fabulosas Indias Orientales por el camino más corto; pero he aquí que en aquella madrugada decisiva de 1492 surgió de pronto ante los ojos del Almirante, mostrando en los hervores de las aguas oceánicas todo el esplendor de su desnudez virgen, aquella isla salvadora, que fue como la primera página de una epopeya que habría de culminar con el descubrimiento del Continente indiano, para convertir a la España de Fernando e Isabel en la primera potencia colonizadora de la tierra. Y aquel victorioso estandarte rojo y gualda, el mismo que clavó Balboa en el Mar Pacífico, parece que hubiera reflejado en el firmamento la cruz egipcia que ostentaba, porque desde entonces la constelación de la Cruz del Sur fue como un símbolo celeste que denunciaba al mundo el poderío de España.

Vino después la conquista del Continente, el paso de los centauros por las tierras absortas cuyos pueblos veían desmoronarse los monumentos de una cultura milenaria para dar cimiento a las páginas de la más fulgurante era europea.

Entonces fue cuando la sangre europea de los soldados españoles se fundió con la arena triste de las mujeres indias, para dar forma a una raza heredera de las excelsas pasiones de los Cortés y de los Cuauhtémoc, y forjaba en la sonora poesía de amor, en las ricas voces de Garcilazo y Netzahualcóyotl; y empezaron las fatigosas peregrinaciones de los frailes misioneros, de aquellos ilustres varones de perfecta aristocracia espiritual como Gante y Sahagún. Las Casas y Motolinía que hambrientos y descalzos anduvieron los caminos de México juntándose muchas veces con los pueblos infantiles, para adquirir las distintas ideas de las costumbres y conocer los distintos idiomas, para poder tener a flor de labio no el amenazante sermón inquisitorial sino sencillamente un mensaje de amor, de luz y de paz entre los hombres.

Por eso, cuando sobre la piedra de sacrificios, enrojecida por la sangre de tantas víctimas, corrieron por primera vez las aguas del bautismo, los indígenas tuvieron oportunidad de asistir, más que a la iniciación de una nueva creencia religiosa, a la clausura definitiva de la barbarie. A este mérito de nuestra Conquista, debe aparejarse el del cruzamiento entre indios y españoles. Este sólo hecho basta para borrar los actos de crueldad cometidos algunas veces por los conquistadores; y nosotros debemos sentirnos orgullosos de que en esta Conquista no se haya hecho caso, como se sigue haciendo en otras, de los estúpidos complejos raciales, que no solamente ridiculizan sino que rebajan y envilecen la calidad humana. (Aplausos).

Ciertamente que el producto no podría, por lo pronto, ser igual o superior a sus progenitores; al contrario, por la diferencia misma de caracteres biológicos y psicológicos, tan buenos en una como en otra raza, el mestizo de América cargó con la herencia de los defectos más que con las virtudes de sus progenitores. Por eso el hombre de indioamérica ha caminado a través de las centurias sin vislumbrar su destino, aunque parece ya orientarse hacia el punto que polariza sus aspiraciones. Y es que con el tiempo aquella vieja nostalgia del indígena ha disminuido y aquel viejo rencor hacia el español se ha ido suavizando en su alma, hasta dejar en la nuestra el sedimento espiritual que enciende ahora nuestro amor a España.

¿Por qué no decirlo? Nuestros abuelos indios fueron más felices enraizados en el paganismo de su floreciente cultura, no incorporados al cristianismo de la aparente cultura criolla; pero nosotros que ya hemos superado ese escollo, estamos convencidos del alto bien que nos trajo la Conquista y hoy por hoy lamentamos el aniquilamiento de aquella vieja nación, nombre generoso de un Nuevo Mundo, espejo y flor de los países conquistadores.

Ciertamente, nunca habían tenido una realidad más tremenda que la de ahora las preguntas que aquel insigne poeta español del siglo XV hacía: "¿Qué se hizo el Rey Don Juan, los infantes de Aragón? ¿Qué se hicieron, qué fue de tanto galán, qué fue de tanta invención como trajeron"?

Hoy los hábitos venerables de aquellos misioneros ilustres y paupérrimos que parecían merecer sus harapos frente a los ensueños de los nobles castellanos, aquellos aceros toledano que ciñeron hidalgos capitanes, que hoy están cubiertos de polvo como las viejas romanzas garcilorcanas; y aquel lejano maravilloso poeta de Cervantes Saavedra que sirviera para componer aquel romancero, aquella Celestina aquel don Quijote, hoy sólo serviría para pronunciar una oración fúnebre por las libertades públicas de España. (Aplausos).

Mas por fortuna, el verdadero nervio español vive todavía: porque en América tiene prolongaciones en veinte Repúblicas hermanas, pues el león ibérico se encuentra arraigado en los surcos del mundo, porque no es posible que el país que supo enseñar a hablar a un Continente no sea capaz de pronunciar una palabra contra la tiranía, y porque es imposible también que aquella patria que no vio ponerse jamás el sol en sus dominio, no conserve un resquicio por donde se le filtre un rayo de esperanza.

Por eso, nosotros, mestizos de América, que sentimos arder en nuestras arterias la sangre de España, tenemos fe en el triunfo de la hispanidad auténtica y esperamos el advenimiento de una nueva República española bajo las banderas rebeldes.

(Aplausos).

Día llegará en que este puñado de naciones latinas sepa devolver a la generosa Madre común el precioso legado de amor a la libertad que recibió de ella.

Mexicanos, hoy que se cumple otro aniversario del Nuevo Mundo, dejemos que la sangre de los que murieron por defender la

dignidad española en la última guerra civil venga a mover el corazón de América y que los abiertos caminos de este joven Continente sean las rutas felices por donde vengan a endulzar el dolor de España.

De este lado del mar hay un horizonte que espera confiado en el espíritu español. Dejemos que cuando éste resurja, vuelva a nuestra América y entre a ella por las puertas de México como por la puerta principal de su propia casa.

(Aplausos nutridos).

- El C. secretario Flores Castro Manuel (leyendo):

"Acta de la sesión solemne celebrada por la Cámara de Diputados del XL Congreso de la Unión, el día doce de octubre de mil novecientos cuarenta y ocho, con motivo del Día de la Raza.

"Presidencia del C. Federico Berrueto Ramón.

"En la ciudad de México, a las doce horas y cuarenta minutos del martes doce de octubre de mil novecientos cuarenta y ocho, se abre la sesión con la asistencia de ochenta y siete ciudadanos diputados, según consta en la lista que la Secretaría pasó previamente.

"Concurren a esta sesión solemne que se lleva a cabo con motivo del Día de la Raza, miembros de la Cámara de Senadores, Secretarios de Estado, representantes del Cuerpo Diplomático y representantes de agrupaciones obreras campesinas y burocráticas invitadas.

"Se da lectura a un oficio de la Cámara de Senadores en que comunica haber designado al C. senador licenciado Gustavo Díaz Ordaz como orador, en representación de dicha Cámara. De enterado con satisfacción.

"Hacen uso de la palabra, refiriéndose a la conmemoración que se celebra, el C. senador licenciado Gustavo Díaz Ordaz, en representación del Senado y diputado Jesús Medina Romero, a nombre de la Cámara de Diputados.

"Se lee la presente acta, siendo aprobada por unanimidad de votos sin observación alguna".

El C. Presidente (a las 13.45 horas): Se levanta la sesión solemne.