Legislatura XLI - Año I - Período Ordinario - Fecha 19491012 - Número de Diario 26

(L41A1P1oN026F19491012.xml)Núm. Diario:26

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., MIÉRCOLES 12 DE OCTUBRE DE 1949

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.

AÑO I. - PERIODO ORDINARIO XLI LEGISLATURA TOMO I. - NÚMERO 6

SESIÓN SOLEMNE

DE LA

CÁMARA DE DIPUTADOS

EFECTUADA EL DÍA 12

DE OCTUBRE DE 1949

SUMARIO

1. - Se abre la sesión. Oficio del Senado designando orador para esta sesión solemne.

2. - Hacen uso de la palabra los ciudadanos senador Jesús B. González y diputados Salvador Pineda, refiriéndose a la conmemoración de esta fecha.

3. - Se lee y aprueba el acta de la presente sesión. Se levanta ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. ALFONSO PÉREZ GASGA

(Asistencia de 90 ciudadanos diputados).

El C. Presidente (a las 12.30 horas): Se abre la sesión solemne de la Cámara de Diputados, con ocasión del Día de la Raza.

- El C. Secretario Turrent Artigas Francisco (leyendo):

"Estados Unidos Mexicanos. - Cámara de Senadores. - México, D. F.

"C. Oficial Mayor de la H. Cámara de Diputados. - Presente.

"Con relación al atento oficio de usted número 2775, girado por la sección IV y fechado el 8 del actual, me permito comunicarle que la Mesa Directiva de esta H. Cámara tuvo a bien designar al C. senador Jesús B. González, orador en representación del Senado de la República en la Sesión Solemne que celebrará la H. Cámara de Diputados el 12 del actual con motivo del Día de la Raza.

"Reitero a usted las seguridades de mi consideración atenta y distinguida.

"México, D. F., a 10 de octubre de 1949. El Oficial Mayor, Gonzalo Aguilar F." .- De enterado.

El C. Presidente: Tiene la palabra el señor senador Jesús B. González.

El C. González Jesús B.: Ciudadanos senadores, ciudadanos diputados, señoras, señores: Hace veintitantos años que representando también a mi Estado, ocupé en repetidas ocasiones esta tribuna. Entonces había juventud, había ímpetu - y grande - para todas las discusiones y para todos los actos de la palabra. Pero esto, señores diputados, señores senadores - repito - fue hace veintitantos años.

Ahora, al subir a esta tribuna, me siento con una emoción fuerte y deseo que mis palabras no vayan a cansarlos, porque yo también estoy cansado ya.

No es menester hablar ya de Cristóbal Colón, de Fray Juan Pérez, del Padre Marchena, de Isabel de Castilla, de los Pinzones y de tantos otros. Todos sabemos quiénes fueron y cuánta fue su gloria. Dejemos por ahora a un lado el Monasterio de la Rábida y el puerto de pescadores de Palos.

Esos nombres en las biografías que se escribieron ya y en las que escriban en todos los idiomas, tienen que aparecer con caracteres grandes. A un Presidente argentino - Irigoyen -, se le ocurrió decir que el 12 de octubre se designara el Día de la Raza. José Vasconcelos, muy maliciosamente, dice: "Como en Argentina no hay indios, es indudable que el Presidente Irigoyen se refirió a la raza española".

En la actualidad y positivamente muchos escritores y muchos que no lo son, se preguntan el Día de la Raza: ¿ Cuál Raza ? ¿ Qué raza ? ¿ La raza indígena ? ¿ La raza hispánica ?

España en el pasado fue una mezcla de razas: iberos, vascos, celtas, cartagineses, griegos, romanos, godos árabes; pero al fin en España se consolidó una raza: la raza hispana.

Respecto a nosotros, si no razas precisamente, por lo menos sí fueron varias tribus: los aztecas, los mayas, los tlaxcaltecas, los zapotecas, los totonacas, los otomíes y otros muchos más. El diccionario dice: "Raza. Cada una de las variedades en que se considera dividida la especie humana, por ciertos caracteres hereditarios y especialmente por el color de la piel".

Aquí entonces tenemos a la vista tres razas: la que vino con Cortés, o sea la hispánica; la nuestra, antigua y legendaria, y la aglutinación de estas dos últimas en el crisol de México, o sea el mestizaje.

Hagamos con nuestro verbo una loa para las tres razas: los arquitectos y sabios mayas; los aztecas, bravos y dominadores, que si no nos hubieran dado otro fruto más que Cuauhtémoc, con eso nos conformaríamos y nos sobrarían razones para estar llenos de orgullo. Hagamos una loa a la dulzura artística y de gran plasticidad de los purépechas, que entendieron a Tata Vasco; a los adoloridos tlaxcaltecas, que entregaron a la fuente del bautismo a los primeros senadores del Continente; los que nos dieron como herencia a Juárez, el inconfundible maestro de la libertad y del Derecho; a los limpios totonacas, que siguen asentados en el Tajín, allá en Papantla, acompañados de sus mujeres olorosas a vainilla y cubiertas de joyas y de encajes; a los pobres y paupérrimos otomíes que aún viven casi desnudos enseñando las magras carnes morenas y en las miradas tristes la esperanza del agua para sus tierras; a los yaquis que danzan y saben disparar sus armas apoyadas en la cintura, sin el menor temor a la muerte. (Siempre que se trate de cruzadas por la libertad, allí están los yaquis).

Loadas sean por nosotros todas esas tribus, cuyos restos aspiran a una mejor civilización y que nosotros estamos obligados a darles.

Nos cuesta trabajo loar a los conquistadores, pero tenemos que hacerlo: trajeron a estas tierras demasiada ambición, pero también hombría y verbo. Sólo seiscientos y tantos se enfrentaron con el enigma de nuestra fuerza y nuestro valor. Cortés nos hizo derramar lágrimas; audaz, inteligente y cruel, al grado de ahorcar a la Arcadia, su legítima esposa, en Coyoacán.

Vino también el más duro e impío de todos: Pedro de Alvarado que, al fin, después de cubrirnos de llagas, fue a caer en el sur de Zacatecas, al desbarrancarse ante el acoso de los caxcanes, rama de los aztecas; pero vino también Oñate, Olid, Guzmán y el peleador, pero gran amigo de la verdad y la justicia, Bernal Díaz del Castillo, a quien admiramos tanto los mexicanos.

Además y para gran bien de los indios, vinieron los doce primeros misioneros franciscanos, entre ellos el inolvidable Fray Toribio de Benavente, llamado de Motolinía, Pedro de Gante, el sabio, Fray Junípero Serra y después Fray Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga quienes reprobaron la terrible conducta de las falanges, atendían a la cicatrización de las heridas abiertas y ayudaban a los espíritus abatidos. Meditemos serenamente si cabe perdonar las injurias con tal de no olvidar los beneficios. Se impone verificar un balance moral huérfano de pasiones. Un poeta nuestro, Samuel Ruiz Cabañas, cantando a las mujeres de España dijo: "Fueron las madres de los conquistadores, pero también las abuelas de los libertadores".

¿ No tenían - claro que sí - sangre española, sangre de España misma, Hidalgo, Allende, Abasolo, Bravo ? también la tuvieron Sucre, San Martín, Artigas. La tercera raza, la actual, la única que ahora vive y manda en nuestro suelo, es la del mestizaje, la de la mexicanidad que está tratando de asimilarse a los pocos indios que nos quedan y a los cuales tendremos que vestir, que darles de comer y que enseñarles a leer y escribir si verdaderamente nos sentimos buenos hijos de México y fieles colaboradores del Presidente Miguel Alemán.

El mestizaje, por lo que respecta a nuestra patria, ha dado ya figuras suficientes para forjar una nueva raza por la cual Vasconcelos decía que habla el espíritu. Podríamos, pero sería prolijo, dar una lista de pensadores, hombres de lucha, patriotas, adoradores de la libertad, artistas, matemáticos, hombres de ciencia, estadistas, figuras suficientes - repito - para hacer el decoro de una nueva raza y de una nueva patria.

Deseo, en esta ocasión, decir un mensaje a España y a los españoles. Somos y seguiremos siendo los mexicanos amigos del pueblo y de la raza hispana. No lo somos - y con razón - del actual Gobierno de Franco, porque está fuera de las normas de la democracia y América entera es demócrata.

Los españoles que vinieron antes del drama republicano, nos merecen respeto y afecto. Los que llegaron después, nos merecen, además, admiración.

Mariano Ruiz Bulnes, diputado republicano español, a raíz de que tomó posesión del Gobierno de México ese hombre que ha hecho las grandes realizaciones en tres años y que se llama Miguel Alemán, nos dijo desde esta misma tribuna aquí: Muchos españoles, demasiados españoles, algunos de ellos los mejores, un día se encontraron sin patria y pusieron la vista en América, que era para nosotros, hasta entonces, de un modo lírico, la Tierra de la Esperanza y nuestra esperanza en América se cumplió.

Respecto a nuestro pasado, debemos pensar como un escritor: Las naciones están orgullosas de su antigüedad y de su historia, y los hombres de sus ancestros, pero si no son nada en sí mismos, lo que es su orgullo debía ser su humillación".

Decía Ruskín: "Cuando el amor y la dignidad trabajaban juntos, el resultado es una obra maestra". Mexicanos: vamos a trabajar y a trabajar con eficiencia, con amor y con habilidad, para hacer más grande a nuestra patria y a nuestra raza, que según mi entender, en estos momentos es el mestizaje.

No quiero bajar de esta tribuna sin decir unas breves palabras antes: se impone que nos sintamos llenos de fervor y de respeto por un hecho reciente: el descubrimiento de los restos de Cuauhtémoc en Ichcateopan; estimo que no debemos tener dudas respecto de la inteligencia y empeño de una culta mujer como Eulalia Guzmán, a quien deberemos imperecedera gratitud. No cabe sospechar respecto a los dictámenes de los documentos de Motolinía, el que viniera con el hombre duro de la conquista; Motolinía, hombre bueno y santo, que dio cristiana sepultura al ser más grande de nuestra primera raza, al joven abuelo, "único héroe a la altura del arte", según el estro magnífico de Ramón López Velarde, quien, además, dijo del mártir patriarca: "Tu cabeza desnuda se nos queda, hemisfériamente, de moneda. Moneda espiritual en que se fragua todo lo que sufriste: la piragua prisionera, el azoro de tus crías, el sollozar de tus mitologías, la Malinche, los ídolos amados y por encima, haberte

desatado del pecho curvo de la emperatriz, como del pecho de una codorniz". (Aplausos)

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Salvador Pineda.

El C. Pineda Pineda Salvador: Señores diputados, ciudadanos senadores, señoras y señores: El 12 de octubre, más que Día de la Raza, debe ser, en realidad, el Día de América, porque en esta fecha no sólo se conmemora el episodio histórico del descubrimiento del nuevo mundo, sino que además y con mayor razón se actualizan los ideales democráticos de América en un solo propósito de entendimiento y de unidad internacional.

La simple referencia a la raza americana debe ser motivo de orgullo y complacencia, porque permite pensar en nuestro origen y reafirmar nuestra fe en el porvenir; pero ante todo, hay que decir que la raza no debe entenderse en el concepto anacrónico como casta de dominio, que emplea la fuerza como sistema de opresión contra los débiles. La raza, en todo caso, hay que aceptarla como signo de definición espiritual, o como referencia ideológica de determinados grupos humanos frente a los demás pueblos que habitan el globo terrestre. Es así como la raza americana se presenta en este instante crucial libre de prejuicios y de complejos de superioridad, superando incluso la vieja y anacrónica polémica entre indigenistas e hispanistas, para tratar de encontrar en el mestizaje el desiderátum de su historia, revistiendo todo el magnífico colorido de sus peculiaridades psicológicas, para significar afirmación categórica de espiritualidad trascendente. Y al invocar la raza, no se pretende, ni con mucho, contraponer la figura heroica de Cuauhtémoc, a quien rendimos aquí homenaje de veneración y simpatía, a la imagen noble de Hernán Cortés, en quien reconocemos al capitán de nuestra nacionalidad, y no se quiere, tampoco, contraponer al blanco contra el indio, sino al contrario: fundirlos, a los dos, en una sola expresión: el espíritu mexicano y lo genuinamente americano.

En este aspecto no hablamos ya ni de la América india ni de la América española, sino en todo caso de la América mestiza. Y sin, embargo, no podría hablarse de la raza americana sin recordar la figura de Cristóbal Colón que fue el que trazó con su aventura, los anchos rumbos de la americanidad. Dentro de una nueva interpretación del discutido almirante genovés, cuyo origen, sin embargo, no está definitivamente aclarado, puede asegurarse, al menos que fue un producto genuino de la época renacentista. Jacobo Wasserman ha dicho que era un Quijote del Océano y que pertenecía, por lo tanto, al mundo de la quimera y del ensueño. Borracho de estrellas y sediento de horizontes, con el ideal por detrás y la esperanza por delante, se entregó al peligro de las rutas ignoradas, buscando nuevos vientos, quijotismo puro, idealidad completa de soñador latino. Fueron, sin duda las fuerzas interiores que lo impulsaron a emprender el viaje hacia lo desconocido. Aventurero de todas las aventuras, los caminos del mar fueron su ruta y la tierra prometida fue su meta; pero el mérito de su acción no es simplemente una hazaña más en el deseo imperialista de dominar los mares, sino el tránsito definitivo del mundo limitado de la Edad Media hacia los amplios panoramas del Renacimiento. El paso inevitable del conformismo religioso al sentido fáustico de la vida, que significa querer cada vez más.

Y el descubrimiento de América había de ser motivo para que se abriera el escenario propicio para el desarrollo de una nueva cultura. Y gracias a este soplo fecundo del espíritu latino, el mensaje de España se derramó sobre el suelo americano descubierto hasta formar con el tiempo lo que se ha dado el llamar "sentimiento americano".

Somos el producto de dos razas o, mejor dicho, el resultado de dos culturas: la indígena y la española; advirtiendo en nosotros la presencia del indio, pues todavía hoy permanecemos fieles a esa corriente de hispanidad que nos hizo surgir ante la vida de los pueblos civilizados. Pero es preciso declarar que entendemos el hispanismo como forma de penetración por el espíritu, como ensanchamiento de España por medio del saber y la cultura.

Y esos principios humanitarios de amor, fe y caridad que hicieron de la hispanidad una doctrina especialmente cristiana son, por cierto, contrarios a los postulados del falangismo, cuyos guías y partidarios se han revelado como enemigos jurados de la inteligencia al atentar contra la dignidad humana y las libertades del hombre. (Aplausos).

Nosotros amamos a España, pero a la España dulce y soñadora que se expresa en los labios de Cervantes para cantar las grandezas y virtudes del alma nacional; la que creó con toda su pujanza emocional el Siglo de Oro; la España elocuente y autorizada de don Emilio Castelar; la España liberal y republicana de don Miguel de Unamuno, rey de la paradoja y héroe del sentimiento trágico de la vida, cuya voz universitaria se alzó contra el dictador Primo de Rivera desde la vieja Salamanca. En suma, la España amplia, creadora de normas internacionales; de Francisco de Victoria, o si se quiere, la propia España universal de Isabel, que en una mañana luminosa de invierno, al pie de las cumbres cristalinas de la Sierra Nevada, desde una de las colinas del paisaje de su vida, pudo contemplar su pasado con satisfacción y su porvenir con esperanza.

Esa es, señores diputados, nuestra España: la España limpia y generosa que nosotros veneramos, no la España pretoriana del general Queipo del Llano, cuya consigna "demuele la inteligencia", fue por demás el santo y seña de la traición totalitaria.

Quisiéremos cantar con limpia voz los paisajes más intensos de esa sinfonía americana, cuya orquestación magnífica se ha hecho a lo largo del tiempo con pedazos del alma hispana y fragmentos del corazón indígena.

Los primeros compases parece que se enuncian cuando aparecen sobre aguas hasta entonces invioladas, los claros perfiles de las tres carabelas,

representando cada una el espíritu de España, Francia e Italia, la ondulante trilogía de la latinidad, y el tedéum que entonaron Colón y sus navegantes cuando desembarcaron sobre la tierra descubierta, apenas si fue el preludio de la música sagrada que empezó a escucharse cuando la cruz abrió sus brazos de amor universal sobre el continente virgen. En la epopeya de la Conquista, los bélicos compases de soldados, guerreros y caballos, apenas si culminaron con el choque violento de la espada y la macana, significando el encuentro de dos mundos, porque en el brazo sublime de Cortés y la Malinche, pareció que España tendía sus manos amorosas como mensajes de paz y de fraternidad sobre la superficie del suelo mexicano; y a pesar de ello, el valor y el heroísmo de nuestra raza se escribió sobre las páginas épicas de la historia con torrentes de sangre y gestos de arrogancia: Fue Cuauhtémoc, el estoico, soportando el martirio como en un lecho de rosas, mientras chirriaba el fuego sobre sus pies quemados, "porque se hacía lenguas como queriendo hablar"; fue Caopulicán, el guerrero araucano que tenía por casco sus cabellos y por coraza su pecho, dejando sobre el camino las huellas lastimadas de la raza a fuerza de andar y andar con el madero a cuestas; fue Atahualpa, el valiente levantando el escudo y tendiendo la lanza para defender el suelo profanado por la presencia de los hombres barbados; fue la tristeza del indio, silencioso y oprimido por miles de injusticias, la que brotó en campos de amargura en el alma de Tabaré. Fueron, en suma, los últimos resplandores de la vitalidad autóctona minada por los autores del ingenio español; y ante el dolor y el sufrimiento de la raza, los misioneros españoles significaron, la voz piadosa del consuelo y de la caridad, poniéndola al servicio de los humildes y de los desamparados.

Y más tarde, cuando ha fructificado en suelo propio la semilla de la libertad, la raza americana tuvo también sus héroes y sus hombres representativos. Es Bolívar, pensador y soldado, que con la pluma y la espalda escribió la historia de muchos pueblos sudamericanos; es Juárez y Morelos, en quienes la raza tiene también dos magníficos ejemplos de patriotismo y de grandeza, de sacrificio y de lealtad. Igual puede asegurarse con respecto a San Martín el argentino, a Santander el Colombiano y Morazán el centroamericano, a O'Higgins, el chileno.

Y frente a los hombres de acción, la raza americana tuvo también espíritus selectos y voces ejemplares que han sido siempre como cantos sonoros brotados de las entrañas más puras de nuestro Continente.

Así fue José Martí, el apóstol cubano, emblema de lucha y de constancia cuyas palabras resumen la trayectoria heroica de su vida: "Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber".

Como una luz inextinguible, se descubre, por otra parte, en el horizonte siempre despejado, el genio poético de Rubén Dario, español de América y americano de España, de cuya garganta brotó perfumada con los aromas del alma, la voz de esta América indígena que tiene sangre indígena y aún habla el español. Y desde la apacible Lima, Santos Chocano pulsó también la lira para hablar de una América indómita, cobijada entre sábanas puras que se tienden al viento como banderas de trabajo y de paz.

Pero sentimos más de cerca a Ramón López Velarde, porque en él adivinamos a toda nuestra briosa raza de bailadores de jarabe y la imagen de nuestra Suave Patria, cuya superficie es el maíz y sus palacios el oro.

Tales son, señoras y señores, los pasajes sintéticos de esa sinfonía americana que es música del pueblo y que hemos querido recordar en este día de América. Por lo demás, el mismo mapa de nuestro Continente, que es lema del espíritu, que habla por nuestra raza, es, de por sí, un canto épico de fuerza incontrastable: la amplia geografía da vigor y colorido a ese paisaje espiritual, que con tanta fidelidad se retrata en las formas más representativas de la sociología americana. La llanura, la selva y la montaña, como accidentes necesarios para la vida y el trabajo del hombre.

Volviendo un poco las espaldas al mar, el americano auténtico se dio a fincar la vida sobre la propia tierra y sobre la tierra firme fincó, además, el espíritu del hombre y las esperanzas el pueblo. Por eso América es, sobre todo eso, tierra y espíritu, ideal y realidad, problema y definición.

Pero, afortunadamente, ahora la geografía y el hombre tienden a colocarse sobre un mismo nivel para consolidar el panorama humano y el alma colectiva, superando todos los aislamientos, venciendo todas las injusticias y aniquilando para siempre todos las desigualdades. Y por eso hoy, más que nunca América es la esperanza del futuro y el refugio invulnerable de la libertad amenazada.

Murió Cristóbal Colón, pero viven para siempre la Ley y la Bandera como símbolos imperecederos de redención humana, y desde aquí - donde la tierra y el hombre constituyen la riqueza fundamental - estamos construyendo el porvenir riqueza fundamental, estamos construyendo el porvenir para redimir a los pueblos y liberar a los hombres. Las perspectivas de América se ofrecen amplias y sugerentes como mirajes del futuro y ángulos de proyección hacia una vida mejor.

En uno de sus libros, genial como todos los suyos, Germán Arciniegas, el ilustre escritor colombiano, traza el esquema contemporáneo de América: "El siglo XVI fue el siglo de los conquistadores; el XVII, el de los colonizadores; el XVIII el de los precursores y el XIX el de los libertadores. Y siguiendo este ritmo de la escala americana, acaba preguntando: "¿ Será el XX el siglo del pueblo ?"

La historia de los ideales de América es, en efecto, una historia del pueblo. La Conquista, la Colonia, la Revolución y la Independencia, no son más que fragmentos de una sola palabra: democracia, que sigue siendo una fórmula, una esperanza, un ideal de lucha para el hombre. Y sólo habrá democracia cumplida cuando haya justicia para los humildes, cuando haya no sólo tolerancia

sino respeto para el prójimo. Así lo entienden quienes habitan estas tierras, desde Alaska hasta la Patagonia; y fiel a su historia, segura de su propia tradición y confiada en el futuro, la raza americana defenderá con tesón la libertad y la democracia.

Y repasando fielmente las leyendas de los héroes, siguen cantando en las islas las gentes morenas, las cobrizas y las blancas: "¡ Avanza, Lincoln, avanza, que tú eres nuestra fe y nuestra esperanza !" (Aplausos)

- El mismo C. Secretario (leyendo):

"Acta de la sesión solemne celebrada por la Cámara de Diputados del XLI Congreso de la Unión, el día doce de octubre de mil novecientos cuarenta y nueve.

"Presidencia del C. Alfonso Pérez Gasga.

"En la ciudad de México, a las doce horas y treinta minutos del miércoles doce de octubre de mil novecientos cuarenta y nueve, se abre la sesión solemne con asistencia de noventa ciudadanos diputados, según declaró la Secretaría después de haber pasado lista.

"Concurren a esta sesión solemne que se celebra con motivo del "Día de la Raza", miembros de la H. Cámara de Senadores, de la H. Suprema Corte de Justicia de la Nación, del Cuerpo Diplomático y de Agrupaciones invitadas previamente.

"Oficio del Senado designado al C. senador Jesús B. González como orador en representación de esa Cámara.

"Hacen uso de la palabra, para referirse al motivo de esta sesión solemne, los CC. senador Jesús B. González, en representación de la H. Cámara de Senadores y diputado Salvador Pineda Pineda a nombre de esta H. Cámara de Diputados.

"Se lee la presente acta".

Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. Presidente (a las 13.18 horas): se levanta la sesión.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y

"DIARIO DE LOS DEBATES"