Legislatura XLIII - Año I - Período Ordinario - Fecha 19551229 - Número de Diario 44

(L43A1P1oN044F19551229.xml)Núm. Diario:44

ENCABEZADO

MÉXICO, D.F. JUEVES 29 DE DICIEMBRE DE 1955

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase Administración Local de Correos. el 21 de septiembre de 1921.

AÑO I. - PERÍODO ORDINARIO XLIII LEGISLATURA TOMO I. - NÚMERO 44

SESIÓN

SOLEMNE

DE LA

CÁMARA DE DIPUTADOS

EFECTUADA EN DÍA 29

DE DICIEMBRE DE 1955

SUMARIO

1.- Se abre la sesión. Oficio del Senado de la República dando a conocer el nombre del C. senador que hará uso de la palabra en está sesión solemne, en homenaje y con motivo del descubrimiento del nombre de "Cuauhtémoc", inscrito con letras de oro en los muros del Salón de Sesiones de esta H. Cámara.

2.- Hacen uso de la palabra, para referirse al motivo de esta sesión, los CC. senador Efraín Brito Rosado y diputado José López Bermúdez, por sus respectivas Cámaras.

3.- Descubrimiento del nombre de "Cuauhtémoc", de acuerdo con el decreto respectivo.

4.- Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.

DEBATE

Presidencia del C.

CARLOS VALDÉS VILLARREAL

(Asistencia de 145 ciudadanos diputados).

El C. Presidente: Se abre esta sesión solemne dedicada a enaltecer la consagrada figurada de ""Cuauhtémoc"".

- El C. secretario Dauajare Torres Félix (leyendo):

"Estados Unidos Mexicanos.- Cámara de Senadores.

"CC. Secretarios de la H. Cámara de Diputados. -Presentes.

"Tenemos el honor de comunicar a ustedes que como resultado de su atenta invitación fechada el día 14 del actual, la Presidencia de esta H. Cámara designó al C. senador y licenciado Efraín Brito Rosado, orador oficial para la sesión solemne que tendrá lugar el 29 del corriente, a las 11 horas, en esa H. colegisladora, a la que asistirán los miembros de este senado de la República.

"Reiteramos a ustedes las seguridades de nuestra atenta y distinguida consideración.

"México, D. F., a 16 de diciembre de 1955.- Roberto A. Cortés, S. S.- J. Rodolfo Suárez, S. S.- De enterado.

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador Efraín Brito Rosado, a nombre de la Cámara de Senadores.

El C. Brito Rosado Efraín : Señor Presidente de la Cámara de Diputados. Señores legisladores. Señoras y señores: es una fiesta de honda raíz mexicana la que venimos a celebrar en este día. Una fiesta mexicana, porque su origen remoto se pierde en los primeros latidos de nuestra nacionalidad; una fiesta mexicana, porque en el corazón de cada uno de los hombres y cada una de las mujeres aquí presentes, se estremece y vibra la emoción al rememorar al Príncipe de los guerreros aztecas.

No obstante ello, no podemos hacer de esta magnífica concentración de mexicanos un hirviente caldero de odios, que dando vida nueva pero artificial a agonizantes antagonismos contribuya, no a lo que debemos propugnar todos en esta tierra de alucinantes perspectivas, una íntegra y firme unidad racial y espiritual, sino a alimentar sectarismos y deleznables xenofobias.

No; en este día venimos a firmar nuestra nacionalidad ineluctable fincada en dos pilares gloriosos: la raza insigne de los aborígenes americanos flechadores del cielo, cantores de los astros y constructores admirables de Teotihuacán, Mitla y Uxmal, y la estirpe de los recios hombres, dominadores de las rutas oceánicas, que bajo el signo de España, quisieron arrancar su secreto geográfico a todas las tierras y mares del Universo.

Es pues ésta una fiesta mexicana; pero de afirmación hondamente mexicana, como para llegar hasta las raíces de nuestra verdadera nacionalidad, que es mestiza, integrando cada vez más un nuevo tipo humano, sin renegar de ninguno de sus orígenes, pues tal equivaldría a negarnos a nosotros mismos.

Vivimos y nacimos, en el mismo panorama geográfico, en la misma tierra variada en altitudes, accidentes y climas en que vivieron nuestros antepasados aztecas, mayas, tarascos y zapotecas. Nos tuesta la piel, acelera el ritmo de nuestra sangre y enciende nuestra fantasía el mismo sol que alumbrara los días gloriosos del Anáhuac y del Mayab; nos anima, a predominante mayoría de los mexicanos, una gota o un caudal de sangre aborigen; en consecuencia, somos por una de nuestras bases, un producto directo de los hombres autóctonos de América.

Pero por la otra cara de nuestro ser complejo, iluminas nuestro espíritu la luz inmarcesible de la cultura europea que llegó primeramente hasta nosotros, a través del brillante cauce del genio español

y de la lengua española. El lenguaje, instrumento vertebral de la cultura, el lenguaje que hablamos, es español; una mayoría que es casi la totalidad de los mexicanos ve en Cristo la hoguera inextinguible y salvadora y su luminosa doctrina que llegó a través de la prédica generosa y fértil de los misioneros españoles. Nuestras costumbres, muchos de nuestros más arraigados hábitos fincan sus orígenes en la lejana península ibérica y como dijimos al hablar de nuestros antepasados aborígenes, en enorme mayoría de mexicanos hay también, por lo menos, una gota; gota si es que no un caudal de sangre española, y quienes dentro de nuestras nacionalidad en reducida minoría, no cuentan en esa composición se sangre, experimentan, en mayor o menor grado al nacer y crecer en nuestro suelo, ostensiblemente influencia de ambas culturas.

Todo lo anterior, es conocido y axiomático y nada podrá detener el avance fatal de la Historia que hace de México un heredero legítimo de dos razas próceres en el mundo de la cultura y del espíritu; al venir hoy, en un legítimo homenaje a grabar con letras de oro el nombre insigne de ""Cuauhtémoc"", en los muros de esta Cámara, debemos hacerlo, en mérito a la grandeza del homenajeado, sin que manche nuestra intención el más ligero asomo de resentimiento ni de odio, con la claridad que da a las almas la conciencia de su fuerza y la grandeza de su propio destino y con la íntima, elevada certeza, que este solemne acto que hoy celebramos no es sino la confirmación materializada y visible del acto espiritual e invisible que antaño realizáramos de niños, cuando la admiración grabó indeleblemente en nuestros corazones el nombre de "Cuauhtémoc".

Más tarde, la vida nos ha enseñado que no es la victoria la que confiere los méritos más altos. La victoria más limpia, la imperecedera, la eterna, con frecuencia llega, después de la muerte; cuántos próceres del pensamiento lo confirman: Sócrates, Galileo... Por ello, es a ""Cuauhtémoc"" a quien podemos referir la lírica y veraz afirmación de poeta: "¡Fuerza es que sufra mi pasión! ¡La palma crece en la orilla que el oleaje azota; el mérito es el náufrago del alma: vivo se hunde, pero muerto flota!"

Hablar de "Cuauhtémoc" y de la heroica defensa de Tenochtitlán es, por necesaria relación, hablar de Hernán Cortés, y como fondo panorámico de los dos personajes, evocar la grandiosa cultura de los aztecas a manera de aureola de su heroico Emperador y el estremecimiento universal del Renacimiento como pedestal del ilustre Capitán español.

Porque Hernán Cortés es ante todo, un hombre de su época; un hombre del Renacimiento, como Castiglione y Savonarola, como Maquiavelo y Aretino, figuras en las que Roeder encarna a los hombres de ese mundo de titanes. Espléndida edad de ilimitados anhelos que engendra la inquietud eterna de Fausto y cuyos arquetipos, pregoneros de un nuevo ideal, marcharon a su conquista por todas las direcciones del espíritu y por todos los rumbos de la Rosa de los Vientos.

Y en ese renacer tumultuoso del alma accidental, radica una de las causas esenciales de la derrota del héroe azteca, pues su genio militar y su temple, no podían superar la ventaja del armamento español sobre el armamento azteca; las armas neolíticas de piedra pulida, aunque impulsadas por héroes, no podían competir con el hierro de las lanzas y espadas españolas; ni el arco y las flechas con armas, para entonces de largo alcance, como la ballesta, el arcabuz y la bombarda.

Desconocían también los aztecas la caballería, que, aparte de su empuje en la batalla, imponía un temor mitológico, explicable en los batallones mexicas que aún no conocían el caballo; y la táctica de los hombres de América, resultaba anacrónica frente a las milicias españolas, las primeras de su tiempo en el mundo occidental.

En el aspecto moral, la superstición por las profecías de Quetzalcóatl, quebrantadoras de la moral pública entre todos los aztecas, pero que particularmente hicieron un impacto mortal en el espíritu pusilánime de Moctezuma, quien perdió el mejor momento de salvar Tenochtitlán impidiendo desde un principio la entrada de Cortés, y dando con esa falla primaria y grave, una enorme ventaja inicial a los españoles.

A todo esto sumábase la deplorable división de los pueblos aborígenes, muchos de los cuales unieron sus contingentes, por millares a los efectivos del conquistador.

El gran capitán español, por el contrario, encabezaba a un grupo de hombres, inferiores en número, pero conocedores de los últimos adelantos del arte de la guerra; en estrategia, en táctica, en armamento, aventajaban en milenios a los guerreros aztecas; pero por encima de todo venían armados de audacia, de un extraordinario temple espiritual para llevar hasta su término la excepcional hazaña de integrar la geografía del mundo. No había en ellos profecías ni mitos que debilitaran su moral; frente a la actitud de Moctezuma, déspota de su pueblo en las horas propicias de la paz, mezquino y cobarde en las horas determinadas de la lucha, Hernán Cortés se encontraba por primera vez a sí mismo; por primera vez hallaba un escenario digno de sus extraordinarias cualidades de gran capitán. "Cortés, dice Madariaga, era ambicioso; sentía en sí mismo la fuerza ascensional que le obligaba a aspirar a su nivel intrínseco. Llevaba en su alma la grandeza y esta grandeza íntima exigía plasmar en formas visibles. El oro, la tierra, meros vehículos de poder para él."

El pueblo de Ahuizotl e Ilhuicamina, había grabado en la piedra los símbolos abismales y anunciadores de un alma en proceso de elevación; había arrancando a las estrellas el secreto de su insondable exactitud y sobre el coronamiento de sus templos y monumentos hechos a la eternidad, dialogaba con el sol y oteaba el horizonte para llevar hasta los confines de la tierra el imperio y el señorío de la Nación Azteca. Pero, fieles a un tránsito inevitable a toda cultura, la de ellos los llevaba esencialmente hacia la proyección estética de su propio espíritu; la guerra en sus formas primitivas, una ciencia, fundamentalmente representada por la astronomía y por un arte original y brillante fluyendo en cálidas expresiones plásticas, definían la silueta y el rumbo de su historia. Ese era su presente y su realidad, cuando la cultura renacentista tocó las playas de América en las naves de España.

"Cuauhtémoc", bravo adalid, estratega de ágil mentalidad e inagotables recursos; capitán nato y gran conductor de hombres por capacidad y temperamento, engrandece y eleva el escenario de una contienda en que, por noventa y tres días, se luchó sin tregua, en todo momento de día y de noche, y en la que antes de su término sólo reposaron los muertos.

Frente a Cortés, el batallador renacentista, occidental y faústico, "Cuauhtémoc" era el hombre de los signos esotéricos, del alma impenetrable, que encarna cabalmente los misteriosos avatares de su raza, y, es ahí, en esa hora decisiva, en la historia del Nuevo Continente y en la historia del mundo, donde "Cuauhtémoc" asciende a la altura impresionante de su sino y donde su personalidad adquiere perfiles de dimensión universal. Contra los mitos y profecías que desarmaron a Moctezuma y atemorizaron a su pueblo; por encima de las absurdas divisiones que escindieron y debilitaron al mundo aborígen en esa hora de exterminio y sangre; sobreponiéndose con un impulso trepidante y titánico a su visible inferioridad de armamento, "Cuauhtémoc" encabeza, enérgico y resuelto, a sus huestes, y marchan hacia el peligro y la muerte, el primero en el ataque, el primero en firmeza de ánimo y el primero en dar a su pueblo y al mundo la lección ética de lo que puede cumplir el hombre, cuando en los minutos determinantes, dando de lado con escrúpulos y temores, apela a los más hondos recursos de su propia alma y encuentra dentro de sí mismo, el móvil y el fin, para superar con gallardía las horas ineluctables y trágicas de su propio destino. Y no obstante el adverso desenlace en el glorioso sitio de Tenochtitlán, con la mirada del "Águila que desciende", columbrada en su lejano, pero conquistado horizonte, las brillantes luminarias de la palingenesia de su pueblo, dentro de una nueva nación, que es el México de nosotros, los mexicanos del Siglo XX, que es el México, nuestro México de hoy y de mañana, en el que es no sólo inútil, sino destructor y nocivo oponer como antagónicos, lo español y lo azteca. Insistir en esto, es agregar un disolvente, un corrosivo antimexicano y antipatriótico al proceso de integración nacional, a cuya difícil y amarga culminación estamos próximos. Han sido necesarios cuatro centurias de las fuerzas silentes, pero siempre en avance del destino, para aproximarnos al total proceso sintético que trae a la Historia la nueva denominación de mexicanos. Tratar de disgregar lo que el tiempo y un sino providencial han admirablemente logrado, no sólo atenta contra la unidad y la armonía de México, sino que es deleznable y fracasado intento de cambiar el curso de la Historia. Pero en todo caso, resulta absurdo y hasta pasmoso que en la hora en que el México de hoy, nuestro México entero sin distingos de razas, mestizo de sangre y de cultura, es una ociosa e interminable disputa del pasado, olvide los amenazadores problemas del presente. Cuando el México de esta mitad de siglo XX se enfrenta al apremio histórico de recobrar el tiempo perdido y en jalones heroícos trata de ponerse en el nivel cultural y económico de pueblos que avasalladoramente se disputan la hegemonía en el mundo; cuando México siente el imperativo de avanzar en años, lo que otras naciones recorrieron en siglos; cuando se hacen esfuerzos sobrehumanos por acabar con el analfabetismo, por reestructurar en un ritmo eficaz y moderno nuestra economía; cuando en lucha desigual propugna la Patria, la intangibilidad de su soberanía, la integridad de su decoro y la conservación de sus riquezas materiales y espirituales; en la hora, en esta hora decisiva que nos tocó vivir en que naufraga la moral y triunfan sobre ella la velocidad de los aviones y el estallido de la bomba atómica, cuando la patria acosada impone frente al peligro universal una única consigna: la unidad de todos los mexicanos; voces incongruentes, ciegas ante los acosos de un presente implacable y grave, reviven con inaudita persistencia, la secular y superada controversia sobre "Cuauhtémoc" y Cortés, y la consigna patriótica de unidad, oponen el alarido desintegrador de la discordia.

Bien, que los hombres de ciencia en la perpetua discusión de hipótesis y en la búsqueda perenne de la verdad, sobre nuestro pasado. Pueden seguirse urdiendo en enjambre infinito, nuevos juicios y nuevas teorías pero esta es una cuestión que interesa a la Antropología y a la Historia; pero no a la patria. Porque la patria, la verdadera patria, no la antipatria de las fracciones y de los resentimientos, sino la patria que es una en su grandeza para todos los mexicanos ha dado ya su inapelable veredicto: "Cuauhtémoc" es el héroe epónimo de la República, el guerrero, símbolo inmarcesible del espíritu que se renueva y se engrandece en el peligro y se sublima en la lucha. Cortés, es el gran capitán del Renacimiento, que cumple en un imperativo histórico la obra ingente de trasplantar una cultura.

¿Violencia? ¡Crueldad? Las hubo por ambas partes. Un ejemplo sublevante del lado español, nos lo da Julián de Alderete, tesorero del Rey y el verdugo verdadero y pertinaz instigador del tormento, cuando contra la opinión de Cortés, insiste, con criminal terquedad en que se dé suplicio a "Cuauhtémoc", para arrancarle el secreto de los fabulosos tesoros.

Otro ejemplo, crispante e inaudito, ahora de parte de los aztecas, cuando éstos sacrificaban españoles y devoraban sus carnes a la vista de las tropas de Cortés apostadas en las cercanías.

El látigo oprobioso del encomendero español y el cuchillo de pedernal, con que el sacerdote azteca extraía el corazón de sus víctimas, son a la vez que una bárbara negación de humanidad, una confirmación lamentable, pero a la vez evidente de que la violencia y la crueldad han sido en ciertos momentos atributos negativos de todos los pueblos y más cuando se encuentran encendidos por la pasión de la guerra.

Un sereno repaso de la historia universal, desde el hombre paleolítico, pasando por Sumería y Caldea, por Grecia y Roma hasta las grandes civilizaciones, que paradógicamente llegaron a su culminación bárbara, en la última guerra mundial, confirma esta verdad inobjetable: Todos los pueblos, y todos los hombres, no solamente los españoles y los aztecas, en determinado clima de excitación son crueles y violentos.

Inútiles son ya las controversias sobre una también inútil y anacrónica contraposición de razas.

Remedando la emotiva exaltación de Santos Chocano, en nosotros la sangre es española y azteca es el latido.

Somos un pueblo mestizo en vías de construir un nuevo tipo humano; por ello, la polémica sobre estos hechos debe ser ya para mexicanos y españoles cosa del pasado. Y en nosotros, pobladores de tierras del sol, del Águila que Desciende, del Flechador del Cielo y del Signo eterno de la Cruz sólo debe haber un tema como punto de superación: el presente mestizo y la futura síntesis humana, de México y de Hispanoamérica, (Aplausos nutridos y prolongados.)

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado José López Bermúdez, a nombre de la Cámara de Diputados.

El C. López Bermúdez José: Señor Presidente. Señores senadores. Señoras y señores. Compañeros diputados:

"Si por estar inscritos en ella los nombres de los héroes esenciales, esta pared principal de la Cámara es muro de gloria, justo es declarar que faltaba el nombre de "Cuauhtémoc", primer héroe del pueblo, para que esta misma pared fuese muro de México y baluarte sagrado de su historia. (Aplausos)

"Porque al grabar esa relación de nombres gloriosos, a partir de los paladines de la Independencia, de hecho era aceptar que, antes de ellos, nadie concibió, lucho o murió por la patria. Y la verdad es que "Cuauhtémoc" fue el último Rey de México antiguo y es el primer mexicano de la patria nueva.

"Para explicar en este día las más bellas razones de su heroísmo, es necesario cantar una vida, abrir una tumba y anunciar su resurrección.

"Sahagún ha conservado las palabras sacramentales con que la sacerdotiza saludaba el nacimiento de un príncipe, del guerrero esperado:

"Esta casa donde has nacido no es sino un nido, es una posada donde has llegado, es tu salida a este mundo; aquí brotas, aquí floreces, aquí te apartas de tu madre, como el pedazo de la piedra donde se corta..."

"Tu propia tierra otra es, en otra parte estás prometido, que es el campo donde se hacen las guerras. Tu oficio y facultad es la guerra, tu oficio es dar de beber al sol con la sangre de tus enemigos, y dar de comer a la tierra que se llama Tlaltecuhtli, con el cuerpo de tus enemigos. Tu propia tierra y tu heredad y tu padre, es la casa del sol, en el cielo; allí has alabar y regocijar a nuestro Señor el Sol.

"Desde los tres años, como era costumbre, la madre inició su recia educación de varón mexica: auxiliar a los padres en las tareas domésticas, temer y amar a los dioses, comer con sobriedad, jugar con sana travesura, respetar a los mayores, llevar con humildad las gracias del espíritu.

"Jamas necesitó "Cuauhtémoc" corrección o azotes. En aquel príncipe de los mexicanos , se había dado, de modo natural, la serena conciencia del agua y la constancia majestuosa del águila. No olvidéis que del agua brotan la claridad y la tormenta. Y del alma del águila viven el ala y la garra.

"Al cumplir 15 años, "Cuauhtémoc" fue al Calmécac escuela de la nobleza mexicana.

"Otra vez acudamos a las páginas de la tradición, para oir el mandamiento materno, al despedirlo de su casa:

"Ahora, ve a aquel lugar donde te ofrecieron tu padre y tu madre, que se llama Calmécac, casa de lloro y tristeza, donde los que allí se crían son labrados y agujereados como piedras preciosas, brotan y florecen como rosas; allí salen como piedras preciosas y plumas ricas, sirviendo a nuestro Señor; y allí reciben sus misericordias; en aquel lugar se crían los que rigen, señores y senadores y gente noble que tiene cargo de los pueblos; de allí salen los que ahora poseen los estrados y sillas de la República..."

"En el Calmécac "Cuauhtémoc" conoció los rigores y los secretos del mando militar, los libros de la religión, la belleza de los cantares, las observaciones de los astrónomos, el caracol de músicas de la poesía. Porque el Calmécac, era cuartel para aprender las disciplinas de la guerra; templo para amar las normas de la moral indígena; convento para alumbrar las virtudes de la inteligencia y aula para ejercitar los heroísmos de la voluntad.

"Allí conoció "Cuauhtémoc" la historia de su pueblo. Siete siglos de peregrinaciones pasaron frente a sus ojos. Lo que más debe haberle conmovido es el relato de la última caminata que duró trescientos años. Un dios implacable ordenaba a las gentes de su pueblo, sufrir y merecer, conocer y viajar. Y sufriendo y viajando anduvieron desde Aztlán hasta la heroica y grande Tenochtitlán. Pueblo enamorado de las aguas, antes de fijar su asiento definitivo en el valle luminoso y la región lacustre en que, al decir de Fray Manuel de Navarrete, existe "Una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los cielos", había establecido su temporal y fresca morada en Aztlán, sitio de blancura o lugar de garzas; en Chapala, perla de lagunas; a orillas de Pátzcuaro, el lago defendido por los indómitos tarascos; y en Chapultepec, el lago a cuyos pies vivían los ahuehuetes, frondosos como la esperanza de un niño, y viejos como el dolor del mundo.

"En el Calmécac conoció "Cuauhtémoc" la historia de sus reyes: Acamapichtli, Huitzilíhuitl, Chimalpopoca, Ixcóalt, Moctezuma I, Axayácatl, Tizoc, Ahuizotl y Moctezuma II.

"Allí conoció el mito de sus dioses crueles: Huitzilopochtli, Señor del sol y de la Guerra; y Tezcatlipoca, Dios de la Sombra y de los Hechiceros. "Cuauhtémoc" conoció allí también la leyenda de los dioses buenos: Tláloc, el que hacía germinar los campos en la tibia primavera de los granos; Quetzalcóatl, el que bebió el licor del infiel Tezcatlipoca, y sintiendo el frío mortal de los humanos, caminó hasta el mar, armó una balsa y se perdió en las olas. Pero juró volver y ser otra vez, no dios, sino hombre. Es decir, otra vez varón de amor y tierra.

"En el Calmécac conoció "Cuauhtémoc" las glorias de la Gran Tenochtitlán: "flor de cielo y piedra, transportada en hombros de las masas escultoras; ciudad de cuatro puertas, orientadas al cielo de los dioses cardinales. Cerebro y centro de un imperio que dilata la luz de sus confines más alla de los más remotos trinos, más allá de las selvas implacables.

"Del Calmécac salía "Cuauhtémoc" a recorrer el valle, a realizar sus diarios ejercicios. Por la noche volvía al templo, cargado de hierbas olorosas, coronado de leña.

"El cielo del valle le daba una clara, una eterna lección de inmensidad. Y a fuerza de subir la montaña, la montaña acabó por subirse en él.

"Era la primera vez que México aprendía a labrar un héroe. y para construirlo bien, en él juntó montaña, cielo y hombre.

""Cuauhtémoc" aparece en las páginas de la historia, derribando a un Rey indigno y destruyendo el mito de sus dioses.

"Fácil es recordar lo que todos sabemos: Pedro de Alvarado, a quien los mexicanos llamaban Tonatiuch por el fuego de sus cabellos dorados, no obstante haber concedido a los sacerdotes y guerreros tenochcas permiso para celebrar en honor de Tezcatlipoca las fiestas bélicas consagradas por el quinto mes indígena, al mirar asombrado la danzante policromía de las túnicas rojas y doradas, el constante fulgor de las pesadas arracadas, las musculosas piernas ceñidas de aros providentes de metales preciosos, los brazos armoniosos y púgiles y las gargantas palpitantes, brillando en el fulgor de brazaletes y collares de oro, ordenó cerrar las puertas del templo mayor; y dando la señal de fuego, consumó una de las matanzas más oprobiosas de nuestra historia.

"Y ahí en el Palacio de Axayácatl, queriendo calmar la ira de los mexicanos, tomando por escudo el cuerpo inerme y desfallecido de Moctezuma, logró que aquel Rey, pálido y doliente, hablase por boca de uno de los suyos.

¡"Mexicanos! os ruega Moctezuma que lo oigáis: no igualamos en fuerza a los españoles. Deponed el arco y los escudos, pues no olvidéis el desamparo en que coloca vuestra acción a los niños, a los ancianos y a los indefensos. Moctezuma ha sido encadenado con hierros en los pies."

"Fue entonces cuando "Cuauhtémoc" gritó:

"¡Qué es lo que dice ese bellaco de Moctezuma, mujer de los españoles, que tal se puede llamar al que con ánimo mujeril se entregó a ellos de miedo. No le queremos obedecer porque ya no es nuestro Rey y como a vil hombre le hemos de dar castigo y pago!"

"Después de las palabras de "Cuauhtémoc", subieron las piedras y las flechas. Moctezuma cayó. Con él caía el alma vacilante de un monarca destronado por la duda; desde su alto pedestal de miedo, caía el triste Moctezuma, petrificado y sucio de flaquezas.

"Caía el Rey que creyendo escuchar y servir al mandato de sus dioses, quiso detener con embajadas y públicos trofeos el paso airoso de un conquistador que, soñando reinos de extensiones increíbles, tesoros fabulosos y ejércitos de esclavos, veía aumentada la sed de su codicia con el deleite de ese ardiente vaso de riqueza.

"Y caía también el mito de retorno de Quetzalcóatl, de quien los españoles fueron tomados por Moctezuma como descendientes, a la sola descripción de sus primeros mensajeros, que le hablaron de "cómo sanciona su orden el arma de fuego... Y si la bala encuentra una montaña se derrumba, se queda en escombros, y si encuentra un árbol, entonces se despedaza...Porque puro hierro forma su traje de guerra, con hierro se visten; con hierro cubren su cabeza; de hierro consta su espada, de hierro su casco, de hierro su lanza, y sus ciervos (los caballos) los llevan sobre sus lomos. . ."

"Por ello en su primer entrevista con el conquistador, Moctezuma habrá de confesarles "Siempre hemos tenido que los que de él descienden, habrían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros, como a sus vasallos. Y según de la parte que vos decís que venís que es donde sale el sol y las cosas que decís de este gran señor o rey que acá os envió, creemos y tenemos por cierto el ser (Quetzalcóatl) nuestro señor natural".

"Así fue como al grito de "Cuauhtémoc", una sola piedra derribó dos sombras. Y una sola flecha atravesó dos aves: el ave del miedo y el ave del mito. Miedo a los blancos y mito de sus propios padres. Ya podrían ahora pelear en un combate de hombres, quienes habrían sido recibidos como dioses. También ellos, como lo había probado el valiente Cuauhpopoca, eran hombres y guerreros de alma y crueldad perecedera. Quetzalcóatl había jurado volver para reinar y vencer entre los hombres mas este conquistador temible y sanguinario, montando bestias de fulgor y viento, parecía querer vencer y reinar entre los muertos.

"Habiendo fallecido Cuitláhuac, legendario vencedor de la noble triste, "Cuauhtémoc", ya consagrado rey de los mexicanos, se dispuso a defender la Gran Tenochtitlán, la ciudad que ahora, bajo andamios de sangre, yace sosteniendo el área de esta nueva urbe solar, esta nueva cuna patricia, a quien Balbuena.

"Llamó en cordial lengua de amores, flor de ciudades, piélago de gentes, alma del gusto y cielo de la tierra.

"Cuauhtémoc", durante los días en que ordenaba abrir fosas profundas provistas de largas y punzantes estacas para utilizar a los caballos, cortar puentes y pasos de acceso, levantar muros y albarradas, celebró sus bodas con Tecuichpo, la viuda de Cuitláhuac, y a quien Bernal Díaz veía "demasiado hermosa para ser india", defendiendo así el honor de un rey muerto y honrado el lazo amoroso de su egregio linaje.

"Trece bergantines, armados en Texcoco, componían la flota invasora, dispuesta a ganar la batalla en la laguna que servía de cerco a la ciudad lacustre, labrada sobre el inmenso corazón del agua.

"Trescientos mil hombres de guerra, divididos, en tres sonoros cuerpos, avanzaban auxiliados por una tropa de labriegos cuya misión era cubrir fosas y abrir nuevos pasos y puentes, luchando por encerrar en tres grandes cadenas, en tres grandes cárceles de hierro, para ahogarla, el alma de la gran Tenochtitlán, en tres grandes círculos de hambre, sed y muerte...

""Cuauhtémoc" dispuso que evacuaran la ciudad, los niños, los ancianos, los enfermos. Envió mensajeros a los pueblos vecinos; si eran amigos, les ofrecía la dispensa de tributos. Si eran pueblos enemigos, les enviaba una promesa de inquebrantable respeto y una seguridad de alianza y ventura.

"Cuando "Cuauhtémoc" decidió la lucha, sólo Tetlepanquétzal y Coanacoc, los otros dos señores de la triple alianza, guardaban lealtad a su realeza. Tlaxcaltecas, chalcas, huejotzincas, chololtecas, tepeacanenses, tezcocanos, alzaron entre otros, ira y brazo bajo el terrible sol de las espadas.

"¡México jamás sufrió tanta desgracia, como la cruel desgracia armada con puños de sus propios hijos!

"Primero fue la batalla de las aguas. Lucharon bergantines y canoas, hasta que al final de la bárbara proeza.

"...Otra vez en sus naves los remeros, no remaban con remos dorados el agua y los soles del lago; con remos rojos, los remeros remaban el agua y la última luz de su sangre.

"Siguió la batalla de los templos. La lucha acabó cuando cayó el último defensor de sus dioses, sobre la última columna de sus templos. Vino después la batalla de los brazos. contra aquéllos que a caballo y protegidos de armaduras y de lanzas, veían surgir nuevos guerreros brotados de las débiles trincheras alzados con el pecho de los muertos.

"Los anales de piedra lo marcaron en noventa días de duración; noventa días de hambre y agonía; noventa días en las espinas de la sed; noventa días en que la muerte labró sus blancas, inmóviles canteras y sepultó el zumbido de las flechas de un pueblo sin cantos ni diademas y una ciudad sin muros y sin lágrimas. (Aplausos)

"Con razón Altamirano afirmó: ""Cuauhtémoc" no consultó a la esperanza, sino al valor y al humor; y hasta el último instante, abandonado del cielo y de la tierra."

"Fue hasta entonces cuando "Cuauhtémoc" cruzó las aguas de la ciudad muerta, en una frágil barca de un solo remero, en donde iba la bella Tecuichpo. Y al ser alcanzado por la nave de García Holguín, pidió ser llevado ante Cortés. En su presencia exclamó:

"Capitán Malinche: Ya he hecho lo que estoy obligado en defensa de mi ciudad. Y no puedo más. Y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma este puñal y mátame luego con él",

"Cortés, que turbado ante tales palabras del varonil rey vencido, no podía evitar que "Cuauhtémoc" con gran ligereza tomara el puñal de su propio cinto, tratándole "con palabras blandas y amorosas" le respondió: "que le tenía gran estimación por haber sido tan valiente y haber defendido su ciudad, que no tenía ninguna culpa y que descansara su corazón y los de sus capitanes. Y que él mandara a México y sus provincias, como antes".

""Cuauhtémoc", al entregarse al puñal del conquistador, otra vez retaba a sus dioses y violaba la costumbre sagrada de su pueblo. No era el sacrificio del corazón de sus últimos guerreros, ni la ofrenda a sus dioses del tributo de la sangre cándida y ardiente de los niños y de las mujeres, el recurso para salvar su cetro y su ciudad.

""Cuauhtémoc" no obró como Agamemnón, que camino de Troya para vengar el robo de Helena, que al decir del, poeta era "toda la belleza del mundo hecha trenza de oro en su cabeza", invocó el nombre de la diosa Atenea para hacer propicio el ímpetu del viento y el vértigo de la manera que amenazaban destruir la mole guerra de sus barcas. Y por conservar el mando de sus huestes y lograr el signo venturoso de la diosa, aceptó, requerido por ésta, sacrificar, con el golpe de bronce de sus armas, el corazón cálido y puro de Ifigenia, su propia hija.

""Cuauhtémoc" no obró como Abraham, quien según el Génesis, tentado por Jehová, quiso aprobar su obediencia y su temor a Dios, y edificó un altar, puso sobre el altar la leña y ató a Isaac, su único hijo, y sólo una voz del cielo pudo evitar que por temor a Dios ofreciera la sangre del amado y único hijo.

"Cuauhtemoc no quiso sacrificar a nadie. Y al pedir que el Conquistador con su puñal le privase del aliento, "Cuauhtémoc" quería marchar hacia la muerte para que su pueblo pudiese caminar hacia la vida. (Aplausos)

"No obstante las falsas alabanzas de Cortés, "Cuauhtémoc" fue sometido a cautiverio. Y después de una noche de infamias y lujurias, fue puesto en las llamas del tormento.

"Los mexicanos debemos recordar eternamente a nuestros hijos las palabras que "Cuauhtémoc" dijo a su compañero de martirio, cuando éste suplicaba, con la agonía en sus ojos, permiso para revelar el sitio del tesoro: ¿Acaso yo estoy en un lecho de rosas?

"Con esta frase "Cuauhtémoc" selló el destino de un pueblo que sabe, como él, cantar sobre las llamas del propio sufrimiento. (Aplausos).

"Cuando Cortés emprende a principios de febrero de 1525 su expedición a las Hibueras, lleva consigo a "Cuauhtémoc", a Tetlepanquétzal y Coanacoc, señores de México y de Tlacopan, y tropa en número de 3,000 guerreros.

"Han tenido que cruzar tierras y pantanos en jornadas angustiosas. Y han podido vencer bajo el cielo inclemente de Tabasco, el, paso del río San Pedro, afluente del gran Usumacita, con un enorme puente, que en sólo cuatro días construyeron los mexicanos, cuya ingeniosa y recia estructura consta de "más de mil vigas del grueso de un hombre, sin contar las menores".

"El 26 de febrero arriban a una pequeña población, en pleno bosque, perteneciente a la provincia de Acallan cuya capital es Izancanac, ya en campos del hoy Petén guatemalteco.

""Cuauhtémoc" recibe ahí la visita de los señores de Acallan.

"Y sintiendo el dolor de sus reinos deshechos y la ausencia de sus lagos, entonces convertidos en tristes espejos sangrientos, así celebró el saludo de los jefes y señores de Acallan:

Esforzados, nobles acallantlacas lo más que podáis con la ayuda de nuestros dioses. Estad contentos. no vayáis a pueblos extraños. Sed felices aquí, para que no ocasionéis dolor a las gentes

del pueblo, a los viejos, a los niños que están todavía en las cunas y a los que apenas comienzan a caminar, a los que están jugando. Tened cuidado con ellos y compadeceos de ellos. Amadlos. No los abandonéis. Y os recomiendo expresamente, porque nosotros seremos enviados a Castilla. ¿Que sé yo si regresaré o pereceré allá? Quizá no vuelva a veros. Y sólo digo esto: ayudadme en alguna forma con algo para que yo pueda dar la bienvenida al gran señor que es soberano de Castilla.

A estas palabras enternecidas, los señores de Acallan respondieron:

"Oh señor y amo: ¿Acaso eres tú nuestro súbdito, humillándote? No te intranquilices, porque aquí está tu propiedad. He aquí tu tributo".

Y pusieron a los pies de "Cuauhtémoc" el fervor de un homenaje contenido en ocho canastas de joyas de oro, jade y plumas de aves preciosas, de esos cielos donde reina el fulgor del Quetzal.

Entregando el tributo a Cortés, los señores de Acallan se ausentaron llenos de regocijo. Y la tropa indígena dióse a cantar y danzar. Sus señores, en medio del cántico y del fuego, platicaban de luchas y añoranzas. Era el martes 28 de febrero, la noche cristiana del carnaval y se dice que un hombre de origen otomí, denunció a la Malintzin, y ésta a oídos del Conquistador, que los hombres de "Cuauhtémoc" tramaban aniquilarlo.

Cortés, sin oír ninguna declaración y sin exigir pruebas, ordenó que se aprehendiese con sigilo a los señores de México. Cuando la gente dormía, fatigada de danzar en medio de la selva, al compás del tambor salvaje, los hizo colgar del trono de una ceiba.

"Antes de morir "Cuauhtémoc", lanzó a Cortés estas voces airadas:

"¡Oh! Malinche, días había que yo tenía entendido que esta muerte me habías de dar, y había conocido tus falsas palabras. ¿Por qué me matas sin justicia? Dios te lo demande, pues tú no me la diste cuando te entregué mi persona en mi ciudad de México".

Así terminó la vida de "Cuauhtémoc". Con ella principia una epopeya cuya primera página fulgurante fue escrita por la sangre de un pueblo y la sangre de un héroe.

El conquistador siguió su marcha. Mas 33 guerreros desertaron de sus filas. Volvieron bajo la ceiba del bosque de Acallan y descolgaron amorosamente el cuerpo de su rey y señor. Lo envolvieron en hojas olorosas y en mantas finas, y caminaron durante cuarenta días y cuarenta noches hasta depositarlos en los límites del soñerío de Ichcateopan, la tierra de su madre. (Aplausos).

Allí duró enterrado cuatro años. Pero el alma del pueblo se comunicaba con el alma del santo. Así fue como Motolinía, llegando a Ichcateopan con título de Protector de los Indios, escuchó la confesión de aquel secreto. Ordenó que fuesen de esa tumba los restos sacados y dióles entierro nuevamente en el centro del Teocali sagrado del señorío de Ichcateopan. Sobre ellos construyó un altar y sobre el altar edificó una iglesia.

Así se cumplió la segunda etapa de esta epopeya. Fue el 29 de diciembre de 1529. Es decir, hoy hace 426 años. Para que esta callada hazaña de bondad se consumara, se unieron la lealtad de un pueblo y la lealtad de un santo.

La tercera etapa de esta epopeya la hizo el pueblo solo. Guardó cuatrocientos años de silencio. El secreto pasaba de los padres a los hijos. Todo el pueblo lo sabía, porque estaba expresado en las danzas cuyo ritual repetía la ceremonia de la muerte de su rey y señor.

Fuera del pueblo, a nadie fue revelado. Hasta que una confesión pública hecha en la iglesia de Ichcateopan, dio origen al descubrimiento. Y en ese hecho comienza la lucha y la victoria de una tradición.

Compañeros diputados: yo he pensado con meditación y con amor cada una de mis palabras. Por ello declaro en este día que esta Cámara no es un tribunal de la historia; que nosotros no podemos decidir si es auténtica o no la tumba de Ichcateopan. A otras autoridades compete esta declaración. Y más que a ellas, el veredicto pertenece al pueblo. (Aplausos)

Sí hago votos como mexicano, porque la Secretaría de Educación Pública dé cumplimiento a un propósito ya declarado: publicar las pruebas históricas y los testimonios de la ciencia que tratan de hacer luz sobre el hallazgo de los restos de "Cuauhtémoc". Y que en la misma publicación se den a conocer testimonios y pruebas de sus impugnadores.

Quiero expresar esto también : yo estuve en el templo de Ichcateopan. Estuve el día en que los pobladores de Guerrero, en pleno, representados por el Gobernador, los senadores, los diputados federales y el Congreso local, se reunieron para declarar al templo de Ichcateopan recinto oficial y Altar Sagrado de la Patria. (Aplausos)

En esa ocasión solemne, yo tenía que pronunciar un discurso a nombre de mi Partido. Tenía frente a mí un dilema: por un lado, la negación de los falsos sabios. Por otro, la revelación en el llanto del pueblo, que estaba allí con lágrimas que caían rezando, lágrimas que velaban el sueño de su rey y señor. Yo tomé partido: ¡las lágrimas del pueblo!

Entonces dije a los guerrerenses, a quienes veo aquí en la Cámara otra vez unidos y representados por el nuevo Gobernador, sus nuevos senadores, sus diputados federales y su Cámara local, estas conmovidas palabras:

¡Decid a vuestros hijos que con él nace el primer mexicano de la historia. Que su conducta heroica a todos nos ampara. Y a todos nos mide. Que su vida es la más honda enseñanza de la patria. Y su martirio, el más alto lucero de nuestra nacionalidad! (Aplausos)

Y hoy digo a ustedes: la decisión histórica sobre la autenticidad de un héroe, no la puede dar un debate estéril que hemos superado. La da el testimonio y el destino de dos tumbas.

Con diferencia de tres años, se realiza su descubrimiento. En una, están guardados los huesos del Conquistador, aquel de quien Enrique Heine dijera: "En su cabeza lleva el laurel y en sus botas brillaban las espuelas de oro. Y sin embargo, no era un héroe ni era tampoco un caballero".

En la otra tumba están amparados los huesos de "Cuauhtémoc", el héroe de quien bellamente afirmara un poeta nuestro: "Su vida es la flecha más

alta que ha herido los ojos del Sol y ha seguido volando en el cielo.

Y es que la muerte tarda a veces cuatro siglos para dar una lección de justicia. La tumba del Conquistador, nadie la discute; su muerte no convoca ni los cantos ni los rezos del pueblo. Esa tumba guarda el cadáver de un hombre que matando pueblos inocentes, se mató a sí mismo. ¿El sí está muerto! (Aplausos nutridos y prolongados).

La otra tumba, la "Cuauhtémoc", al abrirse, anuncia una resurrección de un Dios. Ni la de un Rey: la resurrección de un héroe. Un héroe no resucita para un cielo, sino para una patria. Porque el rey se ha convertido en hombre y el héroe se ha convertido en pueblo. (Aplausos).

No es la victoria la que perpetúa una vida y le da protección histórica. El héroe actúa, no por la victoria, sino por el ejemplo. Así, el vencido en las batallas de la vida, es hoy el vencedor en las batallas de la historia. Porque nuestra nacionalidad no nace de la espada de Cortés. Nace del martirio de "Cuauhtémoc".

Tampoco la espada de Cortés representa a España, eterna madre nuestra. A esa España inmortal la representan Isabel, la Reina que cambia sus joyas por el descubrimiento de un Nuevo Mundo. La representa Cristóbal Colón, joven pastor del agua, limpio dios de las olas, poeta de los navegantes y jinete de la tempestad. (Aplausos).

A la España verdadera, le representa Fray Bartolomé de las Casas, el que pidió al Rey que a tierras Indias enviase maestros y labradores. Maestros con un modo de enseñar que hablase a la voluntad con ternura, y con sabiduría al entendimiento. Y labradores que viniesen a poblar nuestro mundo de árboles, hijos y espigas. Pero Fray Bartolomé reclamó también al Rey que no enviase a nuestras tierras matadores de hombres y verdugos de siervos.

A España la representa Fray Juan de San Miguel, el que construyó San Miguel el Grande como si fuera un inmenso retablo rural y trazó la florida construcción de Uruapan, no dejando casa sin huerta ni huerta sin manantial.

A España la representa Vasco de Quiroga, soldado de bondad, Cristo de esclavos, que forjando herrajes, y amasando barros, hizo las manos de los indios y gozosa y limpia la mesa de los pobres.

Esos civilizadores, fundadores de pueblos, son los misioneros que representan a España. Y en ellos sí reconocemos a nuestros padres.

Mientras los conquistadores acumulaban tierras, esclavos y oro, y la crueldad del látigo y el hierro prohibían su diálogo con el siervo, la palabra de los misioneros se comunicaba con el humilde para decirle que también él estaba llamado a gozar los frutos del bien y las fiestas del conocimiento comunicada con el alma del pueblo, llegó a ser el único puente que el indio cruzaba para asomarse a la esperanza y al sol de la vida.

Si el conquistador fundó la esclavitud y la destrucción pensando, como Fernández de Oviedo, que" la pólvora que mata a los infieles es incienso en alabanza de Señor", el misionero con la sola fuerza de la fe, detuvo su obra de exterminio y arrojó como un polen en el viento del futuro, la santa semilla de la libertad.

Sin esos varones, sin esos combatientes de la hidalguía española, España hubiera sido no la madre sino la asesina de América.

Por razones y causas paralelas, en nuestra historia no representada al movimiento de Independencia, la victoriosa espada de Agustín de Iturbide, sino el heroico y vencido misal de nuestro Padre Hidalgo. (Aplausos).

Por esas mismas razones y causas, la época y el espíritu de la reforma no están representados por la espada imperial de Maximiliano, ni la espada traidora de Márquez Miramón y Mejía, sino por el pecho de bronce y la Constitución de Juárez, ese otro indio inmortal de quien yo afirmé, en el Templo de Ichcateopan, estas palabras que no me cansaré de repetir: Como Juárez no poseía el poder de Dios, no pudo decir ¡hágase la luz! Más como Juárez poseía la luz y la fuerza de su pueblo, dijo: ¡Hágase la ley! Y se hizo la justicia de los mexicanos. (Aplausos).

Todo lo que está dicho hoy, ya estaba cantado antes. Por eso, este día en que el Presidente de la Cámara va a descubrir la inscripción de oro del nombre del más puro de nuestro Héroes, hemos de recordar que "Cuauhtémoc" no es el águila que cae. Es el águila que desciende. Y el águila en el idioma de los mexicanos también es el símbolo del sol. "Cuauhtémoc", por ello, no es el ala que se derrumba ni es la llama que se extingue. "Cuauhtémoc" es el sol cuya luz brilla eternamente en el cielo de todos los días. (Aplausos).

Como esto ya estaba cantado, el discurso de hoy no puede manchar la letra estremecida, el himno fervoroso de ayer:

"Alabado seas señor, porque caído, venciste con nobleza a tu enemigo, el que lleno tu rostro de lisonjas para después llevarte al cautiverio; el que siendo hermano de tu fe por el agua lustral de tu bautismo, quiso comprar la luz de tu riqueza roído y ciego de avaricia, al precio del dolor en tu martirio. Alabado seas, Señor, por tu sonrisa, porque ella floreció sobre las llamas, y avivó tu fuego para el pueblo. Alabado seas, Señor porque la ceiba en cuyas ramas fuiste asesinado, al mirar la muerte de tus ojos ella murió del llanto de sus savias. Alabado seas, Señor, porque alentaste el infeliz amor de tus soldados, que huían de las filas del malvado que hizo crecer tu cielo con tu horca. Alabado seas, Señor, porque encendiste el corazón lozano y cauteloso de aquellos que cruzaron el desierto y el silencio caudaloso de tus selvas, hasta ocultar en la tierra de tu madre la lápida inmortal de tus despojos. En vano discuten tus cenizas; Señor: del polvo de tus huesos nace el polvo santo de tu patria;

la flor, el mar, el sol de tu extensión, nacen del fulgor de tu martirio. En vano, Padre, los sabios deliberan y quieren, con una esquirla de tus huesos, construir tu perfil y estatura. ¡Oh, mancebo de la altivez, hoy creces; crecen tu frente y tu sonrisa, hasta tocar el muro azul de los luceros. Creces hoy, Señor, para vencer el fugaz falsario de tu historia; al que negó tu sangre, al que indignamente lleva la piel y el labio de tu pueblo. Creces como las blancuras del volcán, creces como un bosque de pájaros y trinos, creces para el fervor del desvalido, creces para la esperanza de los débiles, creces para el desamparo de tu pueblo, creces para la luna de los niños. Creces, Señor, y junto a ti, tu pueblo crece; tu pecho es un muro de la ciudad antigua; camina contigo una nueva pirámide; y contigo, Padre, otra vez camina el pueblo". (Aplausos nutridos y prolongados)

Puestos de pie todos los asistentes a esta sesión solemne, el C. Presidente de la Cámara de Diputados devela el nombre de "Cuauhtémoc" inscrito con letras de oro en los muros del salón de Sesiones, de acuerdo con el Decreto respectivo. (Aplausos nutridos y prolongados)

- El C. secretario Dauajare Torres Félix (Leyendo):

"Acta de la sesión solemne celebrada por la H. Cámara de Diputados del XLIII Congreso de la Unión, el día veintinueve de diciembre de mil novecientos cincuenta y cinco, con motivo del develamiento del nombre de "Cuauhtémoc" inscrito con letras de oro en el salón de sesiones de este recinto parlamentario.

"Presidencia del C. Carlos Valdés Villareal.

"En la ciudad de México, a las once horas y treinta minutos del jueves veintinueve de diciembre de mil novecientos cincuenta y cinco, se abre la sesión con asistencia de ciento cuarenta y cinco ciudadanos diputados, según comprueba previamente la Secretaría en lista que pasó.

"Se lee oficio en que el Senado designa orador para esta sesión al C. senador Efraín Brito Rosado.

"Concurren a esta sesión los ciudadanos senadores y altos funcionarios invitados para este acto.

"Hacen uso de la palabra para enaltecer la consagrada figura de "Cuauhtémoc", los ciudadanos senadores Efraín Brito Rosado, a nombre del Senado de la República, y diputado José López Bermúdez a nombre de está Cámara.

"A continuación y puestos de pie todos los asistentes a esta sesión solemne, el C. Presidente de la Cámara de Diputados devela el nombre de "Cuauhtémoc" inscrito con letras de oro en los muros del Salón de Sesiones, de acuerdo con el decreto respectivo.

"El C. Presidente agradece su presencia a todas las personas asistentes a este acto.

"Se lee la presente acta".

Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los ciudadanos diputados que estén por la afirmativa sírvanse manifestarlo. Aprobada.

- El C. Presidente ( A las 12:50 horas): Se levanta la sesión solemne para pasar a sesión ordinaria de Cámara dentro de veinte minutos.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y

"DIARIO DE LOS DEBATES"