Legislatura XLIII - Año II - Período Comisión Permanente - Fecha 19570627 - Número de Diario 53

(L43A2PcpN053F19570627.xml)Núm. Diario:53

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., JUEVES 27 DE JUNIO DE 1957

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos el 21 de septiembre de 1921.

AÑO II. PERIODO ORDINARIO XLIII LEGISLATURA TOMO I. - NUMERO 53

SESIÓN SOLEMNE

DE LA

H. COMISIÓN PERMANENTE

EFECTUADA EL DÍA 27

DE JUNIO DE 1957

SUMARIO

SUMARIO

1.- Se abre la sesión Pronuncian discursos alusivos en el homenaje al "Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano", los CC. senador Manuel González Cosío y diputado Salvador Pineda Pineda.

2.- Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. JOSÉ RODRÍGUEZ CLAVERÍA

(Asistencia de 26 ciudadanos representantes).

El C. Presidente (a las 12.00 horas): Se abre la sesión solemne en conmemoración al Centenario de la Constitución de 1917 y del Pensamiento Liberal Mexicano.

Tiene la palabra el C. senador Manuel González Cosío.

El C. senador González Cosío Manuel: Señor Presidente de la H. Comisión Permanente del Congreso de la Unión, ciudadano representante del señor Presidente de la República, señoras y señores: "Honrado por la H. Comisión Permanente de Congreso de la Unión para hacer uso de la palabra en esta sesión solemne, cuyo fundamental objeto es rendir homenaje a la Reforma y a sus hombres, haré referencia a unos de los más esclarecidos y dignos representantes que iluminaron esa era, cuyo centenario estamos conmemorando. Estoy aludiendo a don Ignacio Ramírez.

"Don Ignacio Ramírez nació el 23 de junio de 1818 en la entonces Villas de San Miguel el Grande, convertida en la ciudad de San Miguel Allende por decreto del 8 de marzo de 1862. Murió en la capital de la República el 15 de junio de 1879, siendo Magistrado en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Aunque geográfica y económicamente situada dentro de la influencia de Querétaro, la Villa de San Miguel el Grande, perteneciente en lo eclesiástico al Obispado de Michoacán constituía una de las cinco alcaldías de la Intendencia de Santa Fe de Guanajuato, creada por la Ordenanza para el establecimiento e instrucción de INTENDENTES del ejército y provincia en el reino de la Nueva España, el 4 de diciembre de 1786. Esta división territorial establecida a instancia del Visitador General don José de Gálvez y permaneció vigente desde aquel año hasta el 17 de noviembre de 1821, en que se expidió la Ley de bases para la convocatoria para el Congreso Constituyente mexicano, que vino a modificar la situación anterior.

Favorecido por la naturaleza con un talento poco común, don Ignacio comenzó sus estudios en la Ciudad de Querétaro, para continuarlos en el colegio de San Gregorio de México, realizando brillante carrera literaria, que culminó con la recepción del título de abogado.

Secretario de Gobierno del licenciado don Francisco Modesto Olaguíbel, Gobernador del Estado de México, en 1846, así como del Gobernador de Sinaloa don Plácido Vega seis años después, colaboró muy de cerca con el General don Ignacio Comonfort, sin que sus múltiples y graves labores políticas le impidieran dedicarse a sus siempre caras letras, en que descolló como poeta, periodista, orador académico y parlamentario, traductor de clásicos griegos y latinos y catedrático de literatura y de Derecho en los colegios de Puebla y Toluca.

Diputado por Sinaloa al Congreso General en 1852, asistió como constituyente cuatro años después representando aquella entidad y al Estado de Jalisco; y en sus brillantes actuaciones en el Colegio Político de 1856- 1857, al que tendré ocasión de referirme más adelante, dejó prenda segura de su inquebrantable fe en los valores morales y sociales que iluminaron con viva claridad su vida y sus hechos. Desempeño el cargo de ministro de Justicia y de Fomento con don Benito Juárez y de Fomento con don Porfirio Díaz, a raíz de la Revolución de Tuxtepec, habiendo ejercido el ministerio judicial como Magistrado de la Suprema Corte, en el que lo sorprendió la muerte.

Tres virtudes distinguieron ejemplarmente a don Ignacio Ramírez: su talento y vasta cultura humanística: su intachable honradez en el

manejo de los interese públicos y en su vida privada, como esposo, padre y amigo, su limpísima convicción de liberal y demócrata puro, avaloradas por una actividad extraordinaria puesta siempre al servicio de la causa popular.

Reformador consumado, contribuyó a desarrollar el sistema propuesto por los creadores del liberalismo mexicano, dando forma concreta y afectiva en la Constitución de 57 y en las leyes de reforma al pensamiento de sus ilustres predecesores don Servando Teresa de Mier, don José María Luis Mora y don Miguel Ramos Arispe, convirtiéndose así en el símbolo de ese movimiento trascendente y de esa luminosa realización con que fructificó la Revolución de Ayutla.

Tocóle en suerte vivir los tiempos acaso más arduos y decisivos por que atravesó la patria y fue testigo dolorido de la guerra de Francia, la traición de Texas y el ingerente desmembramiento territorial del 48. Lacerado su espíritu en la contemplación por las desgracias públicas, trastornos y revoluciones que padeciera su infortunado México en su devenir político; firme en su convicción de que las causas de unos y otros radicaban en la desigualdad de los mexicanos, separados en múltiples y odiosas clases fomentadas por los privilegiados y sostenidas por la tradicional ignorancia del indio y del paria, su clara inteligencia le hizo ver con evidente claridad la necesidad de una reforma social que condujera, como diría el maestro Antonio Caso, al hacer de todo mexicano un ciudadano del contrato social, creador de una sociedad democrática con su voluntad incoercible, sin más escrúpulos religiosos y políticos que su intrínseca y natural soberanía.

Heridos su sensibilidad y su pensamiento en la misma forma en que Lucrecio, el poeta didáctico latino, vulneraron los trastornos políticos de Roma y los crímenes y desgracias que entrañaban, los padecimientos de su patria empujáronlo a caer en una doctrina filosófica que negaba la intervención de los dioses en los negocios humanos - y su existencia misma- , Ignacio Ramírez, émulo del ingenio romano, entregóse en un "ideal mexicano de rebeldía moral", a una obra educativa política y social que repudiaba las formulas del coloniaje en sus múltiples aspectos y consecuencias, proclamando un positivismo puro en el que substituyó la teología por la ciencia y la filosofía; el dogma por la razón, la fe por el escepticismo; el rey por el pueblo; la sumisión por la libertad; el rico por el pobre; el español por el mexicano; el altar por la biblioteca; la colonia por la República y el derecho divino de los reyes por el pacto social".

Síntesis de su profesión de fe positivista, el discurso pronunciado en la sesión del 7 de julio de 1856 expresa brillantemente sus ideas sobre el origen del derecho y la función del político. De aquél tomamos estas palabras:

"Señores. El proyecto de Constitución que hoy se encuentra sometido a las luces de vuestra soberanía, revela en sus autores un estudio no despreciable de los sistemas políticos de nuestro siglo; pero, al mismo tiempo, un olvido inconcebible de las necesidades positivas, de nuestra patria. Político novel y orador desconocido, hago a la comisión tan graves cargos, no porque neciamente pretenda ilustrarla, sino porque deseo escuchar sus luminosas contestaciones; acaso en ellas encontraré que mis argumentos se reducen para mi confusión a unas solemnes confesiones de mi ignorancia.

"El pacto social que se nos ha propuesto se funda en una ficción. He aquí como comienza: "En el nombre de Dios... los representantes de los diferentes Estados que componen la República de México... cumplen con su alto encargo..."

"La Comisión por medio de esas palabras nos eleva hasta el sacerdocio y, colocándonos en el santuario, ya fijamos los derechos del ciudadano, ya organizamos el ejercicio de los poderes públicos, nos obliga a caminar de inspiración en inspiración hasta convertir una ley orgánica en un verdadero dogma. Muy lisonjero me sería anunciare como profeta la buena nueva a los pueblos que nos han confiado sus destinos, o bien el hacer el papel de agorero que el día 4 de julio desempeñaron algunos señores de la comisión con admirable destreza; pero en el siglo de los desengaños nuestra humilde misión es descubrir la verdad y aplicar a nuestros males los más mundanos remedios. Yo bien sé lo que hay de ficticio, de simbólico y de poético en las legislaciones conocidas; nada ha faltado a algunas para alejarse de la realidad, ni aun el metro; pero juzgo que es más peligroso que ridículo suponernos intérpretes de la divinidad y parodiar sin careta a Acampich, a Mahoma, a Moisés, a las Sibilas. El nombre de dios ha producido en todas partes el derecho divino, y la historia del derecho divino está escrita por la mano de los opresores con el sudor y la sangre de los pueblos, y nosotros que presumimos de libres e ilustrados, ¿no estamos luchando todavía contra el derecho divino? ¿No temblamos como unos niños cuando se nos dice que una falange de mujerzuela nos asaltará al discutirse la tolerancia de cultos, armadas todas con el derecho divino? Si una resolución nos lanza de la tribuna, será el derecho divino el que nos arrastrará a las prisiones, a los destierros y a los cadalsos. Apoyándose en el derecho divino, el hombre se ha dividido el cielo y la tierra y ha dicho, yo soy el dueño absoluto de este terreno; ya ha dicho, yo tengo una estrella y, si no ha monopolizado la luz de las esferas superiores, es porque ningún agiotista ha podido remontarse hasta los astros. El derecho divino ha inventado la vindicta pública y el verdugo. Escudándose en el derecho divino el hombre ha considerado a su hermano como un efecto mercantil y lo ha vendido. Señores, yo por mi parte lo declaro, no he venido a este lugar preparado por éxtasis ni por revelaciones. La única misión que desempeño, no como místico, sino como profano, está en mi credencial; vosotros la habéis visto, ella no ha sido escrita como las tablas de la ley sobre las cumbres del Sinaí entre relámpagos y truenos. Es muy respetable el encargo de formar una constitución para que yo la comience mintiendo..."

y más adelante, refiriéndose en la misma pieza oratoria a la condición de los trabajadores, agregaba:

"El más grave de los encargos que hago a la comisión es de haber conservado la servidumbre de los jornaleros. El jornalero es un hombre que a fuerza de penosos y continuos trabajos arranca de la tierra, ya la espiga que alimenta, y la seda y el oro que engalanan a los pueblos. En su mano creadora el rudo instrumento se convierte en máquina y la informe piedra en magníficos palacios. Las inversiones prodigiosas de la industria se deben a un reducido número de sabios, y a millones de jornaleros; donde quiera que existe un valor, allí se encuentra la efigie soberana del trabajo".

"Pues bien, el jornalero es esclavo. Primitivamente lo fue del hombre; a esta condición lo redujo el derecho de guerra, terrible sanción del derecho divino. Como esclavo nada le pertenece, ni su familia, ni su existencia, y el alimento no es para el hombre máquina un derecho, sino una obligación de conservarse para el servicio de los propietarios..."

"La nación mexicana no puede organizarse con los elementos de la antigua ciencia política, porque ellos son la expresión de la esclavitud y de las preocupaciones; necesita una constitución que le organice el progreso, que pongan el orden en el movimiento. ¿A qué se reduce esta constitución que establece el orden en la inmovilidad absoluta? Es un tumba preparada para un cuerpo que vive. Señores, nosotros acordamos con entusiasmo un privilegio al que introduce una raza de cabellos o inventa un arma mortífera; formemos una constitución que se funde en el privilegio de los menesterosos, de los ignorantes, de los débiles, para que de este modo mejoremos nuestra raza y para que el poder público no sea otra cosa más que la beneficencia organizada".

No es posible juzgar su pensamiento sin apreciar el de sus enemigos, los desplazados conservadores santanistas.

Frente al pasmoso atraso en que se debatía la enseñanza y los absurdos límites que le imponía el sectarismo que pretendía ser dogmático, se irguió, obedeciendo al parecer a la ley física que expresa que toda acción origina otra de igual intensidad y opuesta en dirección , como paladín de la libertad de enseñanza y, qué otra actitud cabía en un hombre de su talla cuando la oposición pensaba que "la libertad de enseñanza es atea, pues la importancia que se da en nuestros días a la ciencia y a la literatura, no forma más que hombres enervados y vuciosos, es decir: pesimos ciudadanos y que las estadísticas, al revelar mayor criminalidad y coincidir este aumento con el de la instrucción, era ésta la responsable del aumento", o cuando es afirmaba que: "La ciencia matemática, en virtud de tu misma exactitud, habitúa al joven entendimiento a usar en todo de un rigorismo sistemático que, si por una parte es utilísimo, por otra es nocivo cuando se trata de verdades sobrenaturales" o sea que: se suponía que la instrucción y la ciencia son enemigos de Dios.

Convencido de que las dos bases en que descansa la felicidad de los pueblos y el progreso de las naciones son la educación y el respeto a los derechos humanos, no duda en ponderar las ventajas de un fomento y de su esclarecimiento, produciendo discursos y alocuciones que le valieron el respeto y el agradecimiento de sus compañeros de Cámara, expresados en múltiples ocasiones.

En su afán por sacar de la orfandad y de la laceria a los indígenas, aconsejaba su elevación a la esfera de ciudadanos y su intervención directa en los negocios públicos.

Iconoclasta por excelencia, no dudaba en citar al Evangelio como una constitución política que proclama la igualdad y la libertad de los hombres, y como texto de la democracia de donde se derivan los principios que formaron el emblema de revolución francesa.

Consciente de la trascendental función de la mujer dentro de la sociedad, proclama su igualdad política y social frente al hombre, aconsejando su emancipación por medio del otorgamiento de cargos y funciones públicas.

Hombre que sintió hondamente el privilegio de la libertad, en cuyo ámbito solamente el espíritu crea y se perfecciona, dedica profundas y elogiosas palabras al derecho de emitir el pensamiento, a la facultad de enseñar y de ser enseñado, y a la libertad de imprenta. "Si todo hombre tiene derecho de hablar para emitir su pensamiento, decía, todo hombre tiene derecho de enseñar y de escuchar a quien lo enseña. Nada hay que temer de la libertad de enseñanza". "Si los diputados son inviolables en la emisión de sus opiniones, con mayor razón lo debe ser el pueblo mismo". "La imprenta nació libre y armada de manos de Gutemberg, y es superior a todas las restricciones". La imprenta empezó, conforme a su noble misión por combatir los abusos del despotismo. Al nacer la imprenta casi todo el mundo se componía de monarquías absolutas, y con su desarrollo gradual las naciones han cambiado de faz, y se han arrancado a aquéllas la confesión de la soberanía del pueblo".

Defensor perpetuo del desvalido y del paria, habló en alguna ocasión fundándose en los principios del Evangelio, que declaraba que el amparo y protección para unos y otros reclaman la purificación del rico por medio de la caridad. Tratándose del delincuente, que es casi por antonomasia el pobre, sostenía que el sistema penal no debía estar encaminado a vengar afrentas, sino a obtener sólo reparación de la ofensa y a procurar la corrección del culpable, proscribiendo, en todo caso las penas infamantes, y reconociendo el principio de que el crimen y no la insolvencia, debe ser el motivo para enviar a un hombre a la prisión.

La energía y la convicción con que declaraba su doctrina y la abstracción completa de su provecho personal en la lucha por imponer su pensamiento le valieron el respeto y la consideración de su contemporáneos, pese a la invectiva que sufriera de parte de los que veían su ruina en el reconocimiento de los valores humanos y en el fomento de las libertades y de los derechos públicos.

En el padecimiento de persecuciones, prisiones y destierro se acrisolaron sus calidades humanas y se adiamantó la voluntad en realizar el bien para su patria.

Enfocado en su pensamiento al mejoramiento del pueblo, fueron sus especiales preocupaciones la

instrucción primaria, la educación y redención del indígena, la igualdad civil y política de la mujer, que viéramos plasmada en el presente régimen. Paladín de la idea de la libertad por medio del conocimiento y de la cultura, proclama que sin educación resulta un absurdo pensar en derechos y obligaciones ciudadanas, porque sin ellas las masas vivirían en perpetua y odiosa tutela. Proscribe la enseñanza religiosa, como buen positivista, pero considera que la tolerancia en materia de religión debe permitirse, puesto que Dios mismo no se opone a ella.

Es por todo ello que fomentó la enseñanza popular, creó becas para estudiantes pobres, fundó bibliotecas. dotó de gabinetes a las escuelas profesionales imprimió grande desarrollo a las bellas artes. A este noble empeño debémosle también una de nuestras más valiosas figuras literarias de la época de don Ignacio M. Altamirano; pues siendo Secretario de Gobierno del Estado de México promovió una ley en virtud de la cual cada municipio de la entidad debería enviar al famosos Instituto Científico y Literario de Toluca un alumno indígena, seleccionado por oposición y uno de ellos fue nuestro escritor romántico y crítico literario.

No es posible en este breve discurso hacer méritos de todos los que adoraron y encarecieron la personalidad que ocupa mi palabra y vuestras atenciones.

Terminaré por lo tanto, repitiendo las palabras del maestro de juventudes, don Antonio Caso: "Poseyó Ramírez un espíritu amplio para la belleza y el bien: poeta clásico impecable, jacobinoso sincero y activo, ateo que veneró los frailes de la Conquista, significó para México un instante definitivo de su vida social; La Reforma . Han pasado ya muchos años de la muerte de Nigromante, aquél que invocaba a la madre naturaleza diciendo:Ya no hay flores por do mi paso vacilante avanza; nací sin esperanzas ni temores; vuelvo a ti sin temores ni esperanza. El positivismo, sin ideales políticos definidos, honró suficientemente su memoria, ni la Revolución todavía, hasta hoy, lo ha hecho dignamente; no obstante lo cual el república insigne alienta en la conciencia nacional como uno de sus más claros símbolos. Su metafísica jacobina fue, en el momento que la propugnó, el rumbo que marcaba la salvación de las instituciones. Tuvo eficacia y osadía, constancia y amor, y fue uno de los más grandes y más puros mexicanos. Cierto es que hoy su jacobinismo individualista ha sido derrotado como tesis política, pero en las nuevas ideas que sostenemos, sentimos el soplo de su gran osadía y reverentemente le amamos. Ojalá tuviera cada episodio revolucionario de México un Ignacio Ramírez, para representarlo y justificarlo ante la posterioridad. (Aplausos)

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Salvador Pineda Pineda.

El C. Pineda Pineda Salvador: Ciudadano Presidente de la Comisión Permanente, ciudadano representante del señor Presidente de la República; ciudadanos gobernadores de Michoacán, Guanajuato, Estado de México y Durango; invitados de honor a esta sesión solemne con los tres Poderes de sus respectivas entidades; señores representantes de las demás dependencias del Ejecutivo Federal; señor representante del Poder Judicial Federal; señora María Luz Ocampo de Tello, nieta de don Melchor Ocampo (aplausos): señores diputados y senadores; señoras y señores: "Esta sesión alcanza, a nuestro juicio, mayor trascendencia y solemnidad porque en este mes de junio del Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano se cumple un doble aniversario: 101 años, de la expedición de la primera ley que desamortizó los bienes de la Iglesia y 96 de la muerte de don Melchor Ocampo. Ambos acontecimientos - venturoso uno y desdichado el otro- obligan a confirmar la perenne gratitud que profesamos a quienes, de hecho y de derecho, nos legaron patria y libertad.

Del más amplio recuento de la generación de la Reforma se obtiene este saldo definitivo: Juárez, con quién hay que pasar de la ilusión a la verdad, como dice don Justo Sierra, representa el derecho imposible que se yergue ante la insolencia del hecho, según la certera frase de don Porfirio Parra; Gómez Farías, se destaca como el gran patriarca iluminado; Ramírez y Altamirano, como las voces más preclaras de la enconada lucha; Zarco, como el genial compilador de los debates parlamentarios; pero Lerdo y Ocampo se significan como los dos reformadores por excelencia: uno en el aspecto social y otro en el sentido familiar.

En efecto, Miguel Lerdo de Tejada elabora íntegramente la ley del 25 de junio de 1856 que desamortiza las fincas rústicas y urbanas propiedad de las corporaciones civiles y eclesiásticas para poner en circulación la riqueza nacional. Ocampo, por su parte, es el autor original de la ley del 23 de julio de 1859 que estatuye el matrimonio civil y consolida los derechos de la familia y la integridad del hogar.

Seguramente que alguna voz autorizada hará la apología de Lerdo el veracruzano en el curso de estas sesiones parlamentarias. Permitidme, mientras tanto, señores diputados y senadores, que yo haga aquí el más encendido elogio de don Melchor Ocampo, cuya docta figura llena por sí sola el paréntesis esencial de la Reforma. Este aspira a ser, por lo demás el más modesto penegírico de un michoacano de origen a un michoacano de corazón que supo, como los otros dos conterráneos suyos más ilustres, prestigiar la provincia a fuerza de sacrificarse por la patria.

Partícipe y sostén - ala y raíz, como diría martí- en el Constituyente de 1856 y en los primeros cuatro años de la Carta Magna, merece especial elogio por sus incalculables servicios a la nación. Muchas y muy grandes cosas puede decirse - se han dicho ya- sobre la obra de don Melchor Ocampo; pero nada tan significativo como aquello de que jóvenes y viejos aprenderán la más pura lección de sacrificio con sólo reconstruir los mejores pasajes de su vida.

Dijérase que pasó por la existencia con la exclusiva finalidad de alcanzar estas dos metas fundamentales: servir y hacer el bien; recorrió la escala de los sentimientos humanos, de la felicidad a la desdicha, de la ternura a la soledad, del

placer a la amargura, sin perder jamás la ponderación ni el sentido del equilibrio. Dio sentido vertical a sus acciones y pensamientos, hasta el grado de que su ejecutoria humana se puede simplificar en una recta porque rectas fueron sus intenciones y rectos sus objetivos.

Basta con seguir sus huellas de reformador y de ciudadano para recorrer sin tropiezos el verdadero itinerario de México. Cuenta hoy como signo positivo en el progreso institucional del país y en el destino inconmensurable de la República. Al igual que Cicerón, Ocampo vivió y murió como un hombre justo, a la altura del bien y al nivel de su pueblo. Con justificada razón dijo antes de morir: "Estoy bien con Dios y El está bien conmigo".

Hay que situarlo en el panorama social de nuestros días para comprobar, a ciencia cierta, que está todavía en condiciones de librar nuevas batallas y persistir, de plano, en la idea de engrandecer la patria. Altamirano lo dice con palabras que merecen destacarse: "No hay que deificar al hombre sino honrar al apóstol; en la tumba de los mártires es donde crecen los laureles de la victoria; las balas asesinas lograron aniquilar su existencia física, pero fueron impotentes para matar una sola de sus ideas".

Sufrio persecuciones y atropellos; pero ni la cárcel ni el destierro consiguieron quebrantar su amor a la libertad. Pasó por el Poder sin envanecerse y en todas partes dejó sobradas pruebas de su celo patriótico y su honradez acrisolada. De ahí que ahora se manifieste entero en la legislación civil de la República, como sentimiento y norma de la más amplia convivencia social.

He aprendido a sufrir con valor, dice enfáticamente, para subrayar la estoica disciplina en que se inspiraban sus actos. Su estado de ánimo sigue los movimientos del péndulo: oscila entre la alegría y la soledad, entre la entrega total y el voluntario alejamiento; pero el claro- obscuro de su vida encierra todo un símbolo: por la oscuridad de su origen, resplandece más su claridad de conciencia. (Aplausos)

Conviene destacar su participación en el Constituyente de 1856. La Carta Magna que entonces se elaboró, contiene muchas de sus ideas y hasta algunos artículos son íntegramente suyos. ¿Cuántos planes audaces y arriesgados no ejecutó para sacar avantes los principios innovadores de la minoría radical a la que él mismo pertenecía! En las sesiones más agitadas y en las más violentas polémicas abogó sin descanso por los derechos esenciales del hombre y los fueron inviolables de la República.

¡Qué brillantes y provechosas nos parecen ahora sus intervenciones parlamentarias! Ocupó varias veces la tribuna de la Cámara para dejar en ella constancias irrefutables de su capacidad polémica y su elocuencia demoledora. Pero no quiso ser orador profesional y mucho menos por el inmoderado afán de pronunciar discursos en las grandes ocasiones o en los momentos solemnes. Habló cuando realmente lo requerían las circunstancias; pero con tal enjundia y severidad, que casi nunca erró en los juicios ni se equivocó en la predicciones.

En sus labios, la palabra parecía arma que hiere o música que enternece, imprecación para condenar aviesas maquinaciones y canto para ensalzar las más sublimes hazañas. Creó de verdad un estilo de discurso político que, por su sencillez y veracidad, debieran imitar en nuestros días todos esos simuladores de la palabra que crecen en todas partes como la mala hierba. Sí, la oratoria de Ocampo debiera formar escuela para que el que hace uso de la palabra oriente de verdad en lugar de confundir, para que el discurso sea, en esencia, medio eficaz de convencer y no manera fácil de impresionar. (Aplausos) Ocampo no gustó de hacer pirotecnia verbal ni frases de oropel; acuñó, a los sumo, algunas expresiones felices pero para aclarar posturas y definir situaciones. Y sobre todo, sin sospecharlas siquiera, cuántas veces subió a la tribuna hizo honor a estas consagradas palabras de ·Martí: "La patria necesita sacrificio. Es ara y no pedestal. Se la sirve, pero no se la toma para servirse de ella".

Bastan tres frases suyas para ubicarlo a la altura de sus ideales y al nivel de sus convicciones; las tres juntas revelan, por lo demás, la amplitud de su espíritu y la madurez de su pensamiento. Vayamos, si no, a lo dicho: Como en el bíblico pasaje, Ocampo volvió del desierto de sus tribulaciones para traer esta buena nueva a sus semejantes: "Amaos los unos a los otros y llegaréis, más brevemente que con disputas y pretensiones de mayor ciencia y de mayor virtud, a la fusión de toda la humanidad en una familia; de todas las relaciones en la vivificante del amor". Hombre de una sola pieza, de esos que prefieren caer en la raya antes que traicionar sus ideas, consignó así su estatua moral: "Me quiebro pero no me doblo". (Aplausos) Y en el postrer instante hecho ya el balance total de su existencia, se sometió al juicio de la posteridad amparado en esta declaración: "Muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país cuando he creído en conciencia que era buena". Son tres fragmentos de su credo liberal; pero los tres se resumen en esta fórmula insuperable: luchar por las causas nobles y morir por el ideal de México. (Aplausos)

Ocampo fue un poeta sentimental en el mejor sentido de la expresión. Ni antes ni después ha vuelto a usarse lenguaje tan expresivo para colocar a la familia y al hogar en rango tan elevado. Y eso que él era hijo de padres desconocidos y solterón empedernido. ¡Singular manera de vencer las propias limitaciones para proteger, en cambio, los intereses sagrados de los demás!

En realidad Ocampo se concretó a poner en práctica estas medidas elementales: suprimir abusos seculares y asegurar la intervención del Estado en los asuntos civiles. Pero de allí se derivan todas esas normas y principios que sitúan a a familia en la base y en la cúspide de la sociedad mexicana. En efecto, ¿Qué son, por ejemplo, el patronato familiar y la inviolabilidad del

domicilio si no disposiciones constitucionales provenientes de la evolución constante del derecho y la moral?

Ocampo no fue, pues, un disolvente sino un moralizador de las costumbres mexicanas, el forjador insigne de las formas más puras de la nacionalidad; el mismo redactó las formalidades que hay que cumplir para consagrar legalmente la unión conyugal. La epístola que entonces escribió, se consignó íntegra en el artículo 15 de la citada ley de 23 de julio de 1859 y todavía se lee durante el acto del enlace como la más hermosa lección de ternura y fidelidad que pueda ofrecerse a los desposados.

A pesar de que Maurois y Santayana han definido, con magistral estilo, el círculo de la familia y la femenología del matrimonio, la de Ocampo sigue siendo la más bella página literaria que se haya escrito para exaltar al mismo tiempo las cualidades de la mujer y los méritos del hombre.

Dicha epístola empieza conceptuando el matrimonio como el único medio moral de fundar la familia, conservar la especie y suplir las imperfecciones del individuo. Define al hombre por los atributos del valor y la fuerza y a la mujer por las virtudes de la belleza y la abnegación para que la unión de ambos se perpetúe mediante el respeto, la fidelidad y la confianza del uno para el otro. Y concluye aconsejando que a través del estudio y la corrección amistosa de los defectos mutuos, hombre y mujer deben prepararse para la suprema magistratura de padres de familia, de tal suerte que la conducta de ambos sirva a los hijos de modelo y ejemplo.

¿Puede haber filosofía más sana en frases tan accesibles? Eso se explica fácilmente porque la epístola está redactada con esta lógica formidable: casarse viene de casa, y no puede haber matrimonio sin hogar ni hogar sin familia. Hasta literariamente la tesis es perfecta porque concibe el matrimonio como la unión entre la realidad y el símbolo: la realidad de la fuerza y el símbolo de la abnegación.

Los mexicanos de todos los tiempos y todas las edades tienen con él una deuda de gratitud por haber reglamentado el estado civil de las personas y porque gracias a su labor moralizadora, la familia y el hogar cuentan hoy como instituciones representativas de la vida nacional. Más aún, ante tantos exotismos y desenfrenos, frente al relajamiento de las costumbres y la prostitución de la moral, ambas se significan como baluartes inexpugnables del decoro y la dignidad, como reductos de bien para asegurar la paz y la tranquilidad del individuo.

Ocampo no es tipo propicio para las estatuas ni moldura adecuada para los monumentos, sino para ejemplo vivo para los niños y enseñanza cabal para los ciudadanos. Está presente en plazas, calles, escuelas y talleres para recordar a grandes y pequeños méritos de la lucha y la virtud del sacrificio. Y así activo y militante en nuestra hora, lo hemos de sentir caminar entre nosotros como al férreo león de Leonardo: francose los pasos, alta la frente, suelta al viento la melena y con un ramo de lirios en el pecho.

Hay una solución de continuidad a lo largo de un siglo de mexicana convivencia; entre el filósofo de Pomoca que sostuvo textualmente "que la familia es la base de la sociedad civil y que el Estado tiene interés en que los hijos sean mantenidos y educados convenientemente", y el pensamiento del Primer Mandatario del país que resume así su programa de gobierno: "El hombre como dignidad; la familia como autonomía; la Nación como soberanía". (Aplausos)

A través de los pensamientos de ambos, honremos a todos juntos las virtudes de la gran familia nacional y respetemos por igual la paz que reina en todos los hogares mexicanos. Refiriéndose a Melchor Ocampo ha dicho don Justo Sierra: "Periódicamente se levanta, al margen de tu memoria, la voz airada de la detracción y del odio, en nombre de la Patria, en nombre de la historia. Es inútil. Eso sólo sirve para sublimar tu glorificación y aquilatar tu mérito".

En efecto, todos estamos orgullosos de tí y de nuestras instituciones liberales; pero si algunos irresponsables quisieran manchar tu nombre o desconocer tu obra, ¡perdónalos, señor, porque no saben lo que hacen! (Aplausos) Los buenos ciudadanos te invocarán, en cambio , desde el seno de todos los hogares para decirte con cívico fervor: "Dios te salve, Melchor lleno eres de patria y el país es contigo. Bendito eres entre todos los patricios y bendito es el fruto de tu sangre: esta casa tan grande, respetada y respetable en que vivimos felices todos los mexicanos, con las puertas abiertas hacia la más franca hospitalidad para los refugiados y perseguidos de todas las latitudes. (Aplausos) Ruega por ellos y por nosotros los luchadores que amamos la libertad, y ahora en la hora de nuestra suerte adversa, para que tu ejemplo estimule a nuestros hijos y tu luz ilumine el andante destino de la Nación". (Aplausos nutridos)

- El C. secretario Osuma Pérez Rubén (leyendo):

"Acta de la Sesión Solemne celebrada por la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, el día veintisiete de junio de mil novecientos cincuenta y siete, en homenaje al Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano.

"Presidencia del C. José Rodríguez Clavería.

"En la ciudad de México, a las doce horas del jueves veintisiete de junio de mil novecientos cincuenta y siete, se abre esta sesión solemne con asistencia de veintiséis ciudadanos representantes en homenaje al "Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano".

"Asisten a esta sesión representantes del señor Presidente de la República y del señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Secretarías del Estado, Gobernadores de los Estados y otros altos funcionarios, así como los presidentes de partidos políticos y representantes de organizaciones de trabajadores.

"Pronuncian discursos alusivos a la Conmemoración que se celebra los CC. senador e ingeniero Manuel González Cosío y diputado y licenciado Salvador Pineda".

Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. Presidente (a las 12.50 horas): Se levanta la sesión solemne y se cita para sesión ordinaria el día 11 de julio próximo a las 12 horas.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y

"DIARIO DE LOS DEBATES"