Legislatura XLIV - Año II - Período Comisión Permanente - Fecha 19600512 - Número de Diario 66

(L44A2PcpN066F19600512.xml)Núm. Diario:66

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., JUEVES 12 DE MAYO DE 1960

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos. el 21 de septiembre de 1921

AÑO II. PERÍODO ORDINARIO XLIV LEGISLATURA TOMO I. NÚMERO 66

SESIÓN SOLEMNE

DE LA

H. COMISIÓN PERMANENTE

EFECTUADA EL DÍA 12

DE MAYO DE 1960

SUMARIO

1.- Se abre la sesión solemne con objeto de rendir homenaje al Padre de la Patria don Miguel Hidalgo y Costilla, con ocasión del CCVII aniversario de su natalicio. Pronuncian discursos alusivos los CC. senador Eliseo Aragón Rebolledo, diputado Arturo Llorente González y senador Alfredo de Lara Isaacs.

2.- Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. EMILIO SÁNCHEZ PIEDRAS

(Asistencia de 24 ciudadanos representantes).

El C. Presidente (a las 12.45 horas): Se abre la sesión Solemne convocada por el Congreso de la Unión, para rendir un fervoroso homenaje al C. don Miguel Hidalgo y Costilla y a todos los héroes de la Independencia Nacional. Tiene el uso de la palabra el señor senador y licenciado Eliseo Aragón Rebolledo.

El C. Aragón Rebolledo Eliseo: Señor Presidente, señores diputados, señores senadores, distinguidos visitantes: "Este día del año de la Patria, el honorable Congreso de la Unión representado por su Comisión Permanente, rinde fervoroso homenaje a los precursores y héroes de nuestra Independencia Nacional en esta sesión solemne de recordación del natalicio del más preclaro de los insurgentes mexicanos: don Miguel Hidalgo y Costilla. La fecha de su nacimiento, 8 de mayo de 1753 ha sido tradicionalmente memorable y cobra mayor relieve en este año de 1960 en que el pueblo de México conmemora el cientocincuentenario de su Independencia y el cincuentenario de su Revolución Política y Social. Apenas el domingo próximo pasado, el Presidente de la República rindió pleitesía al Padre Hidalgo bajo las mismas arcadas de cantera del Colegio de San Nicolás en donde el Patricio aprendió primero y propagó después las doctrinas libertarias. También ese día el Gobierno de México, unido al pueblo de Guanajuato y al de la Capital de nuestra Patria, hizo reverencia al natalicio del héroe en su comarca de origen y en la Columna de la Independencia, respectivamente. Ahora, los miembros del Poder Legislativo, ante los representantes de los demás Poderes y de la ciudadanía mexicana, renuevan su fe y su convicción patrióticas en holocausto al Cura de Colima, de San Felipe Torres Mochas y de Dolores.

Miguel Hidalgo nació cuando no existía la patria mexicana; contemporáneo de otros hombres ilustres como Francisco Javier Clavijero, José Antonio Alzate, Benito Díaz de Gómara, Francisco Primo Verdad y Joaquín Fernández de Lizardi, fue al mismo tiempo precursor y realizador del más grande movimiento político y social mexicano: la revolución de los indios contra el Virreynato español.

Los historiadores y sociólogos nos dan a conocer todas las facetas de la personalidad del bachiller y Rector de San Nicolás, a veces con tal pasión que el resultado ha sido para nuestras generaciones, multiplicación de atributos que sugieren la existencia de varios y distintos Hidalgos: el ideólogo nutrido en Jefferson, Taine y Franklin, en los principios de la proclamación de Independencia de los Estados Unidos y en la Declaración de los Derechos del hombre; el sociólogo, que al decir de don Fermín de Raygadas, era un jacobino "ciegamente enamorado de las venenosas doctrinas de Voltaire y Rousseau e implantador de una nueva moral gálica y enciclopedista, impregnada de la hipótesis de Helvecio, Holbach y Diderot y seguidor de los teólogos e historiadores franceses: Fleury, Buffon, Moliere y Racine; el conspirador político de Querétaro con Epigmenio González, Josefa Ortiz de Domínguez, Andrés Quintana Roo e Ignacio Allende; el misionero educador de sus feligreses en las artesanías pacifistas, émulo de Torquemada y Bartolomé de las Casas, alfarero, agricultor, cultivador de la vid y de la morera, industrializador del gusano de seda y de la miel de abeja; el caudillo de la guerra, capitán general de la América y genio militar del Monte de las Cruces; el legislador y estadista de Guadalajara, paladín de la restitución de tierras, de la abolición de las gabelas y de la esclavitud, y por último, el héroe y mártir de Acatina de Baján.

Sacerdote como José Ma. Morelos y Pavón y Mariano Matamoros, Hidalgo es al mismo tiempo conductor espiritual y libertador. En sus doscientos siete años de su edad actual, no es el Hidalgo de

Lucas Alamán, ni el de José María Luis Mora, ni el de Lorenzo de Zavala, sino el Hidalgo de Juan A. Mateos, de Luis Castillo Ledón y de Alfonso Toro, es quizá el patriota más cerca del corazón del niño mexicano, el Hidalgo ejemplar y sencillo de Gregorio Torres Quintero.

Tal vez esta generación y las venideras sigan distinguiendo a nuestro Hidalgo de los otros Hidalgos a quienes se les disciernen calificativos tan injustos como exagerados, a quien lo mismo llaman reformador universitario y cura "faber"; afrancesado y mexicano universal, militar improvisado y visionario.

Si todo eso es o no es nuestro Hidalgo, de lo que sí estamos seguros, y para ello no existen ni el tiempo ni el espacio, es de que Miguel Hidalgo y Costilla, criollo mexicano, es el forjador de la guerra de Independencia y el Padre de la Patria Mexicana. (Aplausos.)

No menguan su estatura moral, su profesión de fe religiosa en la contestación a la excomunión de Abad y Queipo, ni la sutil sombra de Fernando VII que fue bandera fugaz en un instante ni mucho menos los conceptos de su débil defensa personal en su proceso ignominioso. La historia oral de nuestro pueblo, la única y verdadera historia desinteresada, la que se trasmite de generación en generación, aquella que se aleja del testimonio individual y se acerca a la fama pública, lo preservan de los ataques y deméritos de todos los anti-Hidalgos. Su ejemplo sigue siendo el derrotero único para consolidar la libertad y la Independencia Nacional, camino muchas veces desviado y otras veces perdido por ilustres mexicanos que lo fueron en su tiempo: Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna, Miguel Miramón y Porfirio Díaz y otras tantas veces rescatado por sus mejores hermanos como Vicente Guerrero, Ignacio Comonfort, Benito Juárez y Francisco I. Madero. (Aplausos)

En esta hora en que los pueblos se debaten por consolidar su libertad y su independencia, valores universales adoptados como postulados de la dignidad humana, se acrecienta la figura de Miguel Hidalgo y se hace viva su lucha manteniéndolo presente para ayudar a conquistar la paz del Mundo. Su nombre destaca en el recinto de esta Representación Nacional y se pronuncia y emula más allá de nuestras fronteras en los labios y en las luchas de los nuevos caudillos de este momento histórico. Lo mismo en Panamá que en Santo Domingo, en Argelia y en la India, en Puerto Rico y Paraguay, en Nicaragua y en Cuba. (Aplausos)

Pero en México, más que en ninguna otra parte, su presencia espiritual y su imagen se proyectan permanentemente en la tarea cotidiana del Gobierno de la Revolución cuyo Presidente de la República, desde la heroica ciudad de Morelia lanza el mensaje de aliento para alcanzar auténtica Independencia, reconociendo que hoy la verdadera Independencia radica en la lucha constante contra todo lo que pueda limitar el pleno ejercicio de nuestra soberanía, en contra de las sutiles pero rigurosas redes de la coacción económica y en contra de la indirecta influencia política y de la impalpable influencia cultural.

En su testamento de Despedida de 1827 Fernández de Lizardi escribe: "Dejo a mi Patria Independiente de España y de toda testa coronada, menos de Roma" y en esa frase lapidaria advierte la emboscada de los más fuertes enemigos de la libertad humana, los yugos de la conciencia y del espíritu, aquellos que conducen al conformismo y al sometimiento, los que favorecen y propagan la injusticia social, más fuertes y peligrosos que los yayos físicos y materiales que fueron derrotados en la Guerra de Independencia, aquellos que después combatió la Reforma y la Revolución, mediante el imperio del artículo tercero constitucional. (Aplausos)

Señores diputados , señores senadores:

El camino de la verdad de ayer es el mismo camino de la verdad de hoy, y los mexicanos, bajo la inspiración del Cura de Dolores, no debemos equivocar la ruta para poder legar a nuestros hijos una patria ennoblecida y fuerte, auténticamente independiente, la patria libre por la cual murió don Hidalgo y Costilla. (Aplausos nutridos)

El C. Presidente: Tiene el uso de la palabra el señor diputado y licenciado Arturo Llorente González.

El C. diputado Llorente González Arturo: C. Presidente de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión. Señores senadores. Señores diputados. Distinguidos visitantes: La ciencia de la historia, encaminada a escrutar las fuerzas impulsoras del género humano, la formación de sus estructuras y el proceso de su dinamismo, nos brinda la posibilidad de precisar los hechos que poseen verdadero rengo de inmortalidad.

En esta ocasión en que la Comisión Permanente del Congreso de la Unión rinde homenaje en sesión solemne al Padre de la Patria y a los Héroes de la Independencia, ofrendando a su memoria el renovado juramento de adhesión patriótica a los ideales que proclamaron, encauzaremos nuestras palabras al movimiento emancipador de 1810, a sus orígenes y repercusiones, pensando que la Historia no debe aparecer como un pasado muerto, sino como un proceso viviente, mediante el cual aquel pasado se transforma en un presente siempre nuevo.

Los héroes, figuran señeras en el horizonte de la Historia, que van desde la defensa del Territorio y la libertad hasta la orientación social y cultural de los pueblos, constituyen con su obra la base eterna sobre la que se puede edificar la grandeza individual y colectiva, la roca inconmovible que soporta el embate de las catástrofes, el punto fijo sin el cual la Humanidad naufragaría en un mar sin orillas.

Por eso el culto de los héroes, que es el culto a los grandes hombres, es signo de una generación noble y leal, es síntoma de una época cumulativa, como llamó Ortega y Gasset a la caracterizada por la homogeneidad entre el ejemplo recibido y las voces de lo espontáneo. El culto a los héroes es también respuesta al escepticismo y a la incredulidad, es defensa contra el caos y la decadencia, es, en fin, salvación que el desplome que ocasionan las trepidaciones sociales y los derrumbes morales. (Aplausos)

La primera reflexión etiológica nos conduce a encontrar las raíces de la etapa histórica cuyo

comentario motiva nuestra intervención: la presencia del español en tierras de Anáhuac, el encuentro de dos culturas, la europea y la indígena, "el choque del jarro con el caldero" según la plástica expresión de nuestro ecuménico don Alfonso Reyes, del cual no podía derivarse la supervivencia de las dos manifestaciones humanas, sino, por el contrario, la destrucción de una de ellas, como ocurrió con la indígena, esa cultura de la que dieron testimonio las producciones estéticas y científicas de sus autores, los "naturales" de este suelo, quienes, como diagnosticó con humanitaria visión Fray Bartolomé de las Casas, uno de los Padres y Doctores de la americanidad, fueron seres racionales y libres que reunieron las condiciones necesarias para un tipo de vida superior.

Así se inicia el capítulo triste de la dominación española; exterminada la iniciativa del aborigen, sumergido en el letargo de la obediencia, empobrecido con las privaciones materiales y fustigado con las imposiciones a su espíritu, miserable su cuerpo y doliente su alma, se entregó como raza vencida y explotada al conquistador.

Prosperó ciertamente el mestizaje, pero rindiendo dividendos paupérrimos el propósito civilizador de España; la Metrópoli no disponía del factor básico para dominar la amplitud de la superficie americana, carecía de los excedentes de población que demandaba, en caso de que realmente se le hubiera propuesto la colonización de este Continente. Aún en nuestros días mantiene validez de plena vigencia la frase axiomática del polígrafo insigne del Plata, Juan Bautista Alberdi: "en América civilizar es poblar".

Además, los vehículos dominantes de transplantación cultural, lo fueron el idioma y la religión; solamente grupos privilegiados pudieron abrevar conocimientos en fuentes de carácter universal, fundamentalmente en las exposiciones de jesuitas criollos como Clavijero, Abad, Alegre y otros, quienes ya esparcían la semilla de nuevas ideas; por este camino empezaron a arribar los principios de los nuevos filósofos, como Voltaire, Rousseau y D'Alembert, así como las ideas políticas de Francia. En torno a las metas de libertad e independencia y a los sistemas liberal y republicano; unos y otros convertíanse para el criollo y el mestizo en el arquetipo que requerían para destruir sus antiguas y opresoras instituciones.

Para entonces, ya se había puesto el ocaso de la unidad y la grandeza imperial de España; aquella raza había perdido su dinamismo aventurero, su energía original, acentuando con su decadencia los vicios de organización en las colonias; sus hombres, dispersos en inmensos territorios, empezaron a actuar aisladamente, prevaleciendo las tendencias individuales sobre la voluntad de sus gobiernos. Justo Sierra, cuya obra enriqueció las fuentes de nuestra tradición y contribuyó a dar madurez a la cultura de nuestro Continente, con el mismo vigor con que lo hicieron Andrés Bello, Justino Sarmiento y José Enrique Rodó, nos precisa en síntesis de maestro e historiador la realidad de aquellos tiempos: "Los elementos puestos en obra por la dominación española para subalternarse o asimilarse los grupos cultos de América, llegan en el siglo XVII, a su mayor grado de energía; pero como en esa misma época España cesa de ser una potencia de primer orden por el derroche de su riqueza y su sangre; como cesa de ser una gran potencia marítima sin prescindir de su imperio colonial, originario así el contrasentido que había de producir la destrucción de su imperio americano; como nunca pudo ser, por la escasez de su población rural, una verdadera colonizadora, resultó una paralización en el desarrollo de la Nueva España; todo se consolida, pero al consolidarse queda amortizado en la rutina y el statu quo: el siglo XVII es un siglo de creación; el siglo XVIII es de conservación; el siguiente es de plena descomposición".

Bajo estos fenómenos negativos transcurrió el crecimiento social de la Nueva España. Hidalgo, que apuró desde corta edad las esencias vitales de la cultura, lingüística, Filosofía y Ciencias, se convirtió en el exponente máximo de las ideas avanzadas; hombre que reunió los dos aspectos medulares de una vida ejemplar, atesorando aquel vasto conocimiento y prodigando su acción al servicio de los semejantes, fue creador y reformador por antonomasia; su cátedra la reveló inicialmente, cuando introdujo cambios notables en los métodos de enseñanza y substituyó las fuentes anticuadas de ilustración, Hidalgo, contemplado desde este ángulo, fue un devoto de la cultura a la que concibió acertadamente como el instrumento destinado a alcanzar la plenitud de la vida, que debía comprender, por tanto, el desarrollo material, el moral y el de las actividades especulativas y prácticas, induciendo a buscar con fervor todo lo que en la Naturaleza y en la Historia es esencial al hombre.

Desde el Curato de Dolores el Padre de la Patria pone al descubierto la segunda manifestación de su espíritu creador, organizado, con nueva concepción social y humana, centros de trabajo y fuentes de riqueza que emanciparon a los nativos cuya estimación había logrado por su manifiesto sentido de solidaridad, su comprensión y cariño a los humildes. Así estableció talleres de alfarería, curtiduría, herrería, inició la cría de abejas y de gusanos de seda, plantó viñedos y olivares, y fundió las enseñanzas teóricas y prácticas que transformaran la mentalidad y la conducta de aquellos nativos, a los cuales la rutina de la Colonia había anquilosado su voluntad y destruido su carácter.

Mas Hidalgo no podía limitar la expansión de su fuerza creadora dentro de las fronteras mencionadas; se lo impedían su propia naturaleza y el medio ambiente; la difusión del pensamiento al través de la cátedra, el ejercicio de su ministerio religioso y la organización de las actividades laborales, no eran suficientes para contener el impulso interior de un hombre destinado a cambiar el rumbo de la Historia.

Hombre de su Tierra y Héroe de su Pueblo, Hidalgo estaba llamado a enfrentarse con el destino y a conquistar la gloria. Colgó los hábitos sacerdotales para vestir los arreos del caudillo y entrar en el escenario de la lucha donde esplendieron su entereza y resolución. (Aplausos) Dejó la paz de su parroquia para confundirse en cuerpo y alma con el

torbellino de la guerra por la Independencia de su patria. (Aplausos)

Poseía los más claros timbres para abanderar la gesta fundamental de su pueblo; su arrojo y valentía, su vocación por el trabajo y la libertad, su innata admonición contra las injusticias, los privilegios y las desigualdades, su estatura de reformador social, lo impulsaron a luchar sin desviaciones para romper las cadenas de la esclavitud y forjar una patria libre y soberana mediante la ofrenda de su propia sangre.

Sus ideas liberales y su condición de revolucionario, lo condujeron a defender la dignidad humana, aboliendo la esclavitud, a proclamar el derecho del pueblo sobre la tierra y a definir derechos inalienables. Fue el reformador social que llevó a todos los terrenos sus ideales; primero, predicándoles con la palabra y el ejemplo desde la cátedra y el curato; después, en culminación heroica, conduciendo al populacho a conquistar con la razón de la fuerza lo que no habían podido obtener con la fuerza de la razón.

Resplandece el caudillo en el drama violento de la revolución social, en las jornadas insurgentes del pueblo, desde Dolores, Guanajuato y Valladolid, hasta el Monte de las Cruces y el Puente de Calderón.

El movimiento emancipador iniciado en 1810 fue una revolución con alcance universal que vino a marcar en la conciencia de América y del Mundo, el principio de una etapa superior. Esa lucha, en nuestro país, fue más allá de las metas que se impusieron la revolución europea y las revoluciones americanas, porque sus postulados no sólo fueron de liberación respecto a la Metrópoli, sino también de libertad interior y de justicia social. Lo definieron claramente el propósito de distribución de tierras a los campesinos, la abolición de tributos, alcabalas y estancos, la supresión de castas para terminar con las desigualdades sociales y jurídicas y la eliminación de prohibiciones en materia agrícola, industrial y comercial. Este amplio ideario formó parte de los bandos y decretos de Hidalgo, Morelos y otros jefes de la insurgencia.

Hidalgo fue el maestro de esa generación de... 1810; secundado por los demás héroes de la Independencia, entre los que destacan esas dos cumbres de nuestra historia, José María Morelos y Vicente Guerrero, abrió caminos para el futuro de México y cimentó ideales para la consolidación de nuestra nacionalidad.

Desde la Independencia hasta la Revolución Mexicana, pasando por la Reforma, las generaciones de México se identifican bajo un común denominador, Libertad para la Patria, Dignidad para los Hombres y Justicia para los Humildes. El señor Presidente López Mateos lo ha expresado con autorizadas palabras: "Nuestro pueblo no concibe la vida sin el disfrute de la libertad, ni la libertad sin la dimensión de la Justicia".

Entre la generación del Padre de la Patria y la generación del Presidente López Mateos han transcurrido ciento cincuenta años que no borran ni desvían los ideales del pueblo mexicano, sino por el contrario, los acentúan y superan, demostrando la secuela orgánica de nuestro proceso histórico. Por eso sentimos la alentadora presencia de Hidalgo en la tarea actual de engrandecer a México, de asegurar el destino venturoso de la República y de consolidar las aspiraciones populares.

Su ejemplo debe acelerar la realización del programa social de la Revolución Mexicana, encabezado a las metas superiores de mejoramiento colectivo; arraigar la convicción de que en el concurso solidario de todos los mexicanos se encuentra la prosperidad de cada uno; fortalecer la fe en nuestras instituciones que nos justifican como pueblo y nos definen como nación; acentuar la participación de todos los ciudadanos en la vida civil y política del país, a efecto de robustecer nuestro régimen democrático; imprimir, en fin, a cada uno de nuestros actos, sentido de responsabilidad y devoción a México, trabajando incesantemente por la superación de nuestro pueblo, el honor y la grandeza de nuestra patria. (Aplausos nutridos)

El C. Presidente: Tiene el uso de la palabra el señor senador Alfredo de Lara Isaacs.

El C. senador De Lara Isaacs Alfredo: "Señor Presidente del H. Congreso de la Unión. Señores diputados y senadores. Señoras y señores: En este año en que conmemoramos las tres etapas más significativas y trascendentes de nuestra Historia Independencia, Reforma y Revolución, señales de colectivo vigor espiritual, el hecho de que nuestro pueblo, con acentuado entusiasmo, procure la asistencia de los valores que hemos heredado. Actitud estimulante; ya que es dado afirmar, que sólo en conocimiento de las ideas primigenias y de sus comprobados efectos, de las circunstancias ya superadas y de las que todavía hay que superar, podemos los hombres del presente alcanzar, junto con la conciencia de nuestra realidad social, el imperativo esencial, imprescindible, de nuestra irrecusable histórica.

Al invocar hoy, en este recinto, donde la devolución y el popular reconocimiento han depositado en sus muros los nombres - aún viva y comunicante llamarada,- de los más egregios y señores paladines de la nación; al invocar aquí, repito, al varón que por sus mayúsculas dimensiones espirituales y materiales, rebase en majestad el recinto de toda crónica y las avenidas del tiempo; al invocarlo, nos honramos reconociendo en él, en don Miguel Hidalgo, al único hombre que por su contenido y fuerza universal, ostenta, con natural holgura y virtuosismo, la potestad y el título que le ha conferido el reiterado sufragio de su pueblo: precisamente, el que lo exalta como PADRE SUPREMO DE LA PATRIA. Muévenos en esta ocasión del propósito de salir al encuentro del prócer a fin de espigar en su cosecha ideológica, presente siempre, los conceptos enraizados y utilizados como verdad nutricia en la vida de nuestras instituciones. Necesario es pulsar y determinar, con sensibilidad actual, la gravedad de sus conceptos. Muchos de ellos firmemente incrustados en la dinámica estructura de nuestra realidad política, social e institucional. Un examen de esta naturaleza hace posible la confirmación de los bienes espirituales que de él

hemos recibido y ofrece, también, la posibilidad de establecer comparaciones que, en última - instancia y esto es lo que se pretende,- determinan con exactitud la evolución y el grado de adelanto o de atraso en que se encuentra la obra realizada por muchas generaciones de mexicanos. La obra asistida de dimensiones y proyecciones nacionales y universales. Obra que obliga a un constante, apasionado y generoso actuar; frente a la razón, que no acepta contradicciones, de que las patrias se construyen o se destruyen, momento a momento, en cada idea y en cada esfuerzo de los hombres.

Corresponde a don Miguel Hidalgo, además de Libertador, de héroe epónimo y de mártir, una actitud esencial que el tiempo ha ido destacando, acentuando, por virtud tal vez de que las distancias agrandan toda perspectiva. Esta actitud es la que lo pronuncia, en el fecundo campo de las ideas, como SUPREMO ARQUITECTO DE LA CONCIENCIA LIBERAL DE MÉXICO.

Sobre la aguda polémica que caracterizó a su época, sostenida por liberales de todos los matices, destaca rotunda, con la positiva elocuencia de los hechos, la actitud ejecutora de Hidalgo. Todo él es acción, idea y fuego; es decir: insurgencia o eclosión del más puro y empecinado liberalismo.

Desde sus primeros años, en contacto con los libros, con los hombres, con las manifestaciones punzantes de su pueblo, y más tarde, en las azarosas contingencias de la guerra de Independencia; durante toda su vida, es cierto, para Hidalgo y va en ello una lección que debe ser aprovechada por las generaciones del presente, para Hidalgo, decimos, las ideas tenían destino, tenían función, tenían cuerpo, se traducían en realidades. Nunca las usó como recurso intranscendente; las rechazó cuando cubrían de vanidad las apariencias; las ignoró como instrumentos negativos. Su mundo, su hora y su conciencia la hacían saber que era el momento de destruir para construir lo duradero; motivo por el cual, toda acción y toda obra deberían de tener como base un concepto sólido, más sólido y resistente que los elementos naturales.

No en balde, los principios políticos y sociales que animaban en él, teníalos, con entrañable convicción, por verdades colocadas en la más alta jerarquía de los valores, a exigencias de la razón, del natural derecho y de las angustiosas necesidades de su tiempo. Verdades que él troqueló en su ideario como áureas monedas que aún tienen validez en las manos del pueblo; monedas con las que todavía hoy garantizamos el prestigio de nuestras instituciones, por conservar en su inicial grabado el mensaje del prócer: ¡Libertad Política! ¡Libertad Civil! ¡Libertad de conciencia!

Frente , ante el antecedente de una monarquía que durante trescientos años había hecho del régimen absolutista un instrumento de injusticias y depredaciones; ante el testimonio de una organización política exclusivamente en poder de los europeos, quienes se distinguían por su crueldad, incapacidad y afán de lucro; frente a los errores de una administración ajena a las circunstancias históricas y humanas del Continente, que absorbía las riquezas de la Colonia en beneficio de la Corona, multiplicando alcabalas y exacciones diversas; ante la operancia de instituciones caducas, que sólo respondían a los intereses de los peninsulares; frente a un mundo obscurecido por los dogmas y por el recitar de los escolásticos, que podría suponerse sumergido en silencios dolientes, pero que estaba colmado por el lamento de los débiles, de los que padecían la sal de la esclavitud sobre sus heridas; frente a las muchas circunstancias sombrías que caracterizaron a la Colonia, se evidenciaron, a principios del siglo XIX, expresiones en las que afirmó el trazo inconfundible de las inquietudes colectivas. Expresiones que responden al cambio que operábase en la conciencia del hombre americano, merced a un agudizado afán por superar los limitados horizontes de su existencia.

Influye, es lógico, en la conducta de los novohispanos los acontecimientos que tienen por teatro el viejo mundo. La soberanía española ha sido profanada por los ejércitos de Napoleón. Es confusa en las colonias la suerte corrida por sus soberanos. La gloria y el poderío militar de la Metrópoli, como centro del tan vasto imperio, se encuentra en entredichos. Cierto es también, que desde hace tiempo se ha venido operando una significativa transformación en las concepciones políticas de los americanos.

Los brillantes, los modestos y los anónimos ideólogos liberales, que en hojas sueltas, pasquines, erónicas y concienzudos ensayos, atizaron con fervor la hoguera del público debate, en el período comprendido entre las postrimerías del siglo XVIII y el estallido de la Insurgencia, dieron origen a la más copiosa documentación. Por ella, se facilita el deslinde no sólo de los conceptos, sino también de los intereses y propósitos que alentaban apasionadamente en los moradores de la Colonia.

Tres fueron los alegatos fundamentales y tres los grupos humanos que los sustentaron. Uno de ellos corresponde a la alta clase criolla, la que desde mediados del siglo XVIII ha formulado su reiterada demanda, solicitando de la bondad de los soberanos el que los "criollos", como clase definida y preponderante de la Nueva España, sean quienes ocupen todas las jerarquías de la Administración, del Clero y del Ejército, excluyendo de ellas a los peninsulares por ser ajenos a las realidades de América; pero, especialmente, por su desmedido afán de lucro, por su manifiesta incapacidad en las funciones de servicio público y por el desprecio y la desconfianza con que tratan a los mismos criollos. Por pretender en tales condiciones el reconocimiento y la primacía en el gobierno de la Nueva España, se concluye que repudiaban el coloniaje; pero no así la estructura y los sistemas de la Colonia, de la cual querían disponer a su antojo.

Por eso, cuando esta clase de criollos vio aparecer en el campo de las argumentaciones, por ellos inicialmente trabajado, la garra violenta, decidida, de los más fibroso y áspero de la insurgencia, los aterrorizó su potencialidad de confundidos limosraciales y su manifiesto propósito de destruir de raíz las instituciones de la Colonia. Y ante la posibilidad de que tal ocurriera, por defender su hacienda y su permitido acceso a los Ayuntamientos, se plegaron

con mayor docilidad a los amos que no querían, a la vanidosa y despótica facción de los peninsulares, y como es obvio, a las sombrías maquinaciones del alto Clero; azar constituido en el más implacable instrumento de represión con que contaba el absolutismo.

El liberal de pura cepa no transige en lo que se refiere a sus arraigadas convicciones. Participa con desenvoltura en la continuada y cada vez más estrepitosa batalla dialéctica de su tiempo. Hombre al fin de profundas inquietudes intelectuales gusta del manejo de sus ideas como de una favorita, no obstante que pende sobre su humanidad, a cada momento, la cuchilla del terror y de muerte de la muy Santa Inquisición. Y es precisamente a él a quien se le requiere por acumular sobre de sí todos los estigmas heréticos con que se señala a los enemigos de las instituciones de la Colonia; pero sobre todo, por el más grande de los pecados, por haber enriquecido su espíritu en las prohibidas estancias de los Enciclopedistas.

Lo cierto es, y continuamente hubo de evidenciarse, que el liberal ya no temía a los anatemas fincados en lo sobrenatural; principalmente si procedían de quienes, apartándose de las bondades de su misión y con el pretexto de defender el derecho divino de los reyes, más parecía, por tanto celo e impiedad, que su único interés era el de preservar su fortuna y sus cuantiosos bienes.

En lo más sórdido de ese momento y rodeado por todas las ambiciones sectarias, la Historia hubo de registrar el advenimiento de un hombre nuevo, que acusa desde sus inicios calidades creadoras. Se trata de un liberal que se distingue de los otros liberales que han caído en el error de los diferentes matices, peculiares rasgos manifiestan en él lo acendrado, universal y determinante de sus principios.

Este hombre nuevo es fruto de un apasionado proceso ideológico y moral. Al amparo de la luces de la razón penetró en sus propias esencias, llevado por el deseo de dar solución a sus más trascendentes conflictos, alcanzando así el convencimiento de que la estrecha realidad material y espiritual en que se le ha confinado, durante trescientos años, es la antítesis de la realidad que él pretende y a la que da el nombre de Patria. Descubriéndose poseedor de valores inmanentes y sobre todo de una justificación histórica, que lo diferencian con ventaja del extranjero, decídese a actuar con energía, sin contemplaciones, considerando que tal es el destino inmediato que le depara su misión. Este hombre nuevo, de franco linaje humanista, próximo a depositar en la conmoción de su tiempo las más hondas señales de su expresión cultural, es hombre de acción y garra, de pensamiento y hoguera. Es en síntesis, el insurgente de la Revolución de Independencia.

!El hombre nuevo que, en paralela disposición con otros espíritus similares, habría de asumir para el futuro el peso de la responsabilidad histórica de todos los pueblos del Continente Americano!

Hidalgo es nuestro primer insurgente; primero en tiempo, en magnitud y en esencias.

Al insistir en señalarlo como insurgente de la Revolución de Independencia, pretendemos destacar en él sus virtudes ejecutivas, pero de manera fundamental, precisar lo que el liberalismo e insurgencia, confundidos en él, como abstracciones y realidades, significaron en la inicial y fecunda jornada de nuestro pueblo.

Ya hemos anotado que el liberal puro no transigía en punto a convicciones. Hidalgo nunca hubo de transigir. Por eso, desde un principio, determina como inicial objetivo de su lucha lograr la independencia política; destruyendo, desde sus pesados cimientos, las instituciones y los sistemas políticos y sociales de la Nueva España; esto es, colonia y coloniaje. Urgía desembarazar el campo de obstáculos para trazar con mano firme los contornos de la Patria Nueva.

En base de su amplísimo conocimiento de las tesis formuladas por los pensadores de diferentes épocas, en materia jurídica y social; pero muy especialmente por su experiencia frente a los innumerables conflictos surgidos en el divorcio tácito de los elementos que habitan al país, divididos en criollos, indios y castas, dispone que debe, en adelante, entenderse por nación, en sentido activo y ante las luces del Derecho, al concurso y a la unidad de todos los hombres que alientan en nuestro Territorio.

Considerando que la libertad es el más supremo bien al que tienen derecho todas las criaturas humanas y que su necesario límite o regularización, obra es de leyes, proclama y consagra la abolición de la esclavitud y consecuentemente la igualdad de la ciudadanía en lo jurídico.

Fundándose en principios del derecho natural actualmente aceptados por el universal reconocimiento; pero en su hora impugnados por quienes veían sacrilegio en la negación del derecho divino hace saber que es en el pueblo y sólo en el pueblo en quien reside originalmente la soberanía, y que es éste, en función de esa potestad, el único que puede disponer sobre su gobierno, organización y normas.

Manifiesta que la libertad política implica intrínsecamente la libertad civil, que es la que atañe a los derechos de cada quien en lo particular; pero que, a efecto de que esta libertad sea cabalmente comprendida y disfrutada, se esté en el entendimiento, también previsto en los instrumentos legales, de que esta libertad o derecho no tiene más límite que la libertad o el derecho de los demás.

Con criterio racionalista reconoce que la educación es el elemento básico que define la estructura moral de los pueblos; motivo por el cual todo sistema educativo debe ser constantemente renovado, que responda a los adelantos alcanzados por el pensamiento del hombre, en vez de permanecer estático en lo que, por tradicional o caduco, es parvo o negativo alimento para el espíritu.

En varias ocasiones, con riesgo para su persona, ante la sorpresa de esclavizadas mentalidades, se explayó apasionadamente sobre la subjetiva libertad, tan cara al hombre; puesto que sólo mediante una franca libertad de conciencia puede éste realizar con plenitud sus facultades creativas o intelectuales. Con este mismo criterio los liberales que heredaron las experiencias de los insurgentes, reclamaron, en su hora, el que se legalizara la importantísima libertad de imprenta.

En sus cartas expone que una Nación libre e independiente, por el hecho de serlo, no puede ni debe de estar aislada, está por lo tanto en la obligación de procurar relaciones de convivencia con aquellas otras que profesen su mismo culto a la libertad.

Tiene la certeza de que el hombre encuentra su mayor dignificación en el trabajo.

Al igual que Morelos experimenta dolorosas preocupaciones por las grandes masas que viven en condiciones de miseria infrahumana. Y en su peregrinar como caudillo de la Independencia, va sembrando disposiciones con efectos de decretos, que más dan la idea de diminutas gotas sobre la sed descomunal del páramo; pero que demuestran la generosidad de sus propósitos.

La tierra - drama y rezago de los mexicanos - los conmueve y suma a ella la irredente expresión del indio. Por eso, como después otros de nuestros próceres, dicta las primeras disposiciones agrarias. Es en el ademán firme de patria como nace para el hombre la solución de los problemas del hombre.

Hay quienes dicen que su obra como ideólogo o como improvisado jurista no es basta ni uniforme ni puede conceptuarse como tratado doctrinario. A quienes así opinan - por no haberse acercado nunca a él - les bastaría saber si no es tarea suficiente construir, más con ideas que con hechos, una patria, que al decir de Justo Sierra "no existía sino en su amor"; les bastaría saber que en sus conversaciones con hombres y con pueblos y con los liberales que lo trataron o que lo acompañaron en su aventura patria, dejó, junto con su fervor, ideas directrices, que aflorarían después al paso de los acontecimientos. Tal es el caso de Morelos, quien siempre obró diciendo que esos eran y no otros los deseos del Padre de la Patria. Lo que nos obliga a pensar, que igual fructifican las ideas cuando se siembran en las páginas de un libro que cuando se depositan con amor en la conciencia de los hombres.

Es hecho comprobado que los fundamentos liberales de la Revolución de Independencia, precisaron la meta de las aspiraciones y empresas nacionales, de quienes con posterioridad se han responsabilizado de los destinos históricos de México.

Podemos afirmar con los estudiosos del pensamiento político que: "la conciencia política mexicana, tal como todavía actúa hoy en la mentalidad de grandes sectores de nuestra sociedad y se halla objetivizada en las principales instituciones políticas de México, es de muy honda raigambre de libertad".

A la distancia, hoy, de ciento cincuenta años, conforta descubrir que las raíces del liberalismo están presentes en las más valiosas manifestaciones culturales de nuestro pueblo; pero más alentador y saludable es que, estas mismas raíces, se finquen vigorosas en la conciencia de los hombres de nuestro tiempo.

Nuestra razón se funda en el hecho de considerar que el liberalismo mexicano, como doctrina política, resume los más altos valores cívicos y morales, que el mexicano mismo ha procurado y consagrado a través de sus más dramáticas experiencias históricas. Señalaremos en el caso: Independencia, Reforma y Revolución.

Liberalismo es, para nuestro pueblo, en ausencia de toda especulación filosófica, un estado de conducta que le corresponde; pero que a veces es necesario ubicar en símbolos; utilizando así como catecismo cívico, como arma en ocasiones y también como bandera. No olvidemos que con características tales, nuestro pueblo se ha enfrentado siempre y se sigue enfrentando a los representantes de la antipatria; ayer defendiendo la soberanía, la integridad y la dignidad nacional; hoy la humanista expresión de la Revolución Mexicana, el prestigio de nuestras instituciones y los principios consagrados en nuestro Código Supremo.

Sea el más ferviente homenaje rendido en esta ocasión al Padre de la Patria nuestra afirmación de fe en los principios que nos originaron y que nos determinan como pueblo, como Nación y como República.

!Conservemos de él la visión de una alta y humanizada hoguera que avanza cuando la patria avanza! (Aplausos)

El C. secretario Díaz Durán Fernando: se va a dar lectura al acta de esta sesión.

"Acta de la sesión solemne celebrada por la H. Comisión Permanente del XLIV Congreso de la Unión, el día doce de mayo de mil novecientos sesenta.

"Presidencia del C. Emilio Sánchez Piedras.

"En la ciudad de México, a las doce horas y cuarenta y cinco minutos del jueves doce de mayo de mil novecientos sesenta, con asistencia de veinticuatro representantes según declaró la Secretaría después de haber pasado lista, se abre esta sesión solemne que tiene por objeto rendir homenaje a don Miguel Hidalgo y Costilla y a los héroes de la Independencia Nacional.

"Pronuncian discursos alusivos los CC. senador Eliseo Aragón Rebolledo, diputado Arturo Llorente González y senador Alfredo de Lara Isaac.

"Se lee la presente acta".

Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica, se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. Presidente (a las 14.00 horas): Se levanta esta sesión solemne y se cita a sesión ordinaria de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, para el próximo jueves 19 del corriente a las doce horas.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y

"DIARIO DE LOS DEBATES"