Legislatura LIII - Año II - Período Ordinario - Fecha 19860930 - Número de Diario 11

(L53A2P1oN011F19860930.xml)Núm. Diario:11

ENCABEZADO

LIII LEGISLATURA

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS DEL CONGRESO DE LOS

ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración de Correos, el 21 de septiembre de 1921

AÑO II México D. F., martes 30 de septiembre de 1986. NÚM.. 11

SESIÓN SOLEMNE

SUMARIO

APERTURA

La presidencia abre la sesión que tiene por objeto rendir homenaje al generalísimo José María Morelos y Pavón en ocasión al CCXXI aniversario de su natalicio

LÁBARO PATRIO

La presidencia ruega al C. Elíseo Mendoza Berrueto, presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, y a la comisión especial designada para el efecto, introduzcan al recinto parlamentario la bandera que la Secretaría de la Defensa Nacional elaboró especialmente para esta Cámara. Se cumple con el cometido. La C. Guadalupe López Bretón dirige palabras alusivas al Pabellón Nacional.

HOMENAJE A DON JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN

Intervienen los CC. Janitzio Mújica Rodríguez Cabo, del Partido Revolucionario Institucional; Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, del Partido Acción Nacional; José Camilo Valenzuela, del Partido Socialista Unificado de México; Beatriz Gallardo Macías, del Partido Socialista de los Trabajadores; Gabriela Guerrero Oliveros, del Partido Popular Socialista; Carlos Barrera Auld, del Partido Demócrata Mexicano; Jaime Castellanos Franco, del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana; y Efraín Calvo Zarco, por las fracciones parlamentarias del Partido Mexicano de los Trabajadores y del Partido Revolucionario de los Trabajadores.

ACTA

De la presente sesión. Se aprueba. Se levanta la sesión solemne. Se pasa a sesión pública.

DEBATE

PRESIDENCIA DEL C. NICOLÁS REYNÉS BEREZALUCE

(Asistencia de 285 ciudadanos diputados.)

APERTURA

El C. presidente (A las 11:30 horas): -Se abre la sesión solemne para conmemorar el CCXXI aniversario del natalicio de don José María Morelos y Pavón.

Como primer punto en esta sesión se hará la recepción a la Bandera Nacional, que la Secretaría de la Defensa Nacional elaboró a solicitud del presidente de la Gran Comisión, para esta H. Cámara de Diputados.

Ruego al C. presidente de la Gran Comisión de esta Cámara y a la comisión especial designada para recoger la Bandera Nacional, se trasladen a las puertas de este recinto para dar cumplimiento con su cometido. Se ruega a los presentes ponerse de pie.

(La comisión cumple con su cometido).

LÁBARO PATRIO

El C. presidente: - Para rendir homenaje a nuestra Bandera Nacional, tiene la palabra la C. diputada Guadalupe López Bretón.

La C. Guadalupe López Bretón: -Señor presidente; compañeros diputados integrantes de la mesa directiva, honorable asamblea, señoras y señores: hoy 30 de septiembre de 1986, la Cámara de Diputados del honorable Congreso de la Unión, recibe la Bandera Nacional, emblema de nuestra Patria que presidirá como estandarte oficial a esta soberanía.

Al recibir esta tela sagrada, conteniendo los colores de nuestra nación, herencia de nuestros antepasados pobladores de la Anáhuac, esforcémonos en merecerla, venerándola como símbolo, imagen y retrato de la Patria, plasmado en toda su belleza y significación, con la simplicidad de lo grandioso, desde niños la conocimos, la amamos y la respetamos.

A través de sus colores, no olvidamos nunca la blancura de nuestras cumbres, ni el verdor de nuestros campos, ni el rojo de la sangre de los héroes que ofrendaron su vida para verla libre y soberana.

En esta fecha, al conmemorar coincidente y solemnemente la vida luminosa de José María Morelos, pudiera parecer que al evocarlo descendiendo desde su estelar plano, nos acompañara para honrar una vez más a la insignia nacional; símbolo sublime de la patria y de la nación, concebida como el visionario, incisivo Morelos, una nación con sentimientos, engrandecida por el dolor de sus luchas, necesitada de comprensión, gobierno y estructura política.

Hablar de la Bandera, representante genuina de la patria, es describirla en lo físico como bello territorio, con su mito de abundancia y con sus insuperables problemas geográficos y en lo político es hallar una república, escenario de pasiones y de nuestras luchas: Independencia, Reforma y Revolución que a fuerza de evolución con fe y valor de nuestros connacionales logran la libertad con justicia, paz dinámica y estabilidad política y gracias a sus protagonistas: Hidalgo, Morelos y Matamoros, venerables figuras que trocaron los hábitos y el culto por los preceptos sociales; y los próceres: Juárez, Madero, Carranza, mujeres valiosas: Leona Vicario, Josefa Ortiz de Domínguez; heroicidad hasta nuestros niños: Pípila, Narciso Mendoza, los de Chapultepec, Virgilio Uribe y José Azueta; y tantos otros que nos legaron con su sacrificio este país que sólo ansiaba y ansía vivir en paz y dedicarse al trabajo, dejando atrás el fragor de la contienda.

Este es nuestro México de milagrería, que convirtió el dolor en sacrificio, y el amor en canto y la razón en optimismo. Así ha sido nuestra patria, bella e inmarcesible, que hubo de recorrer azaroso sendero hasta llegar a ser el Estado mexicano.

Consolidarlo significó hazaña tras hazaña, y en cada una de ellas presente estuvo nuestra multiforme bandera, como imagen de la virgen de Guadalupe en Atotonilco; ahí las huestes embelesadas la vieron protectora y beatificada al combatir por la insurgencia.

En Zitácuaro, la bandera doliente de Hidalgo encarnó la decisión de la guerra o la muerte sin cuartel consumada en Chihuahua; La bandera de Morelos compartió con él sus victorias y la Trigarante nación con la consumación de nuestra Independencia.

El pueblo heroico veracruzano enarboló la bandera de Tres Villas junto a las banderas de Batallón de Artillería de Mina, el de San Blas y la bandera del Batallón Libre de Puebla, quienes valientes confirmaron el patriotismo de los mexicanos durante la intervención norteamericana.

Tremolada por los hijos de la tierra mixteca zapoteca, la bandera del Batallón de la Guardia Nacional de Oaxaca, testimonio de la obra del grandioso Juárez; la bandera del Batallón Ligero de Toluca ondeó en el sitio de Puebla al mando del general Berriozabal. Participa la bandera del Batallón Ligeros de Coahuila de Zaragoza, en el sitio de Querétaro donde inmola su vida heroicamente Adrián Valdés; y la bandera de Madero, presencia la infamia de una decena trágica, trágica como la misma historia.

Desde el Congreso Constituyente de 1823 se reconoció la necesidad de uniformar los caracteres que debían reunir nuestros emblemas nacionales, bandera y escudo, decretándolo conducente; después de varias modificaciones en distintas épocas, hoy una sola bandera preside el destino superior de la nación mexicana. Bajo su amparo un pueblo con tradición, cultura y origen común, fortalece un nacionalismo producto de nuestra historia, que al mismo tiempo que preserva nuestra Independencia en todos sus órdenes, transforma profundamente nuestra estructura política, económica y social, eliminando obstáculos que impiden el acceso al bienestar de las grandes mayorías.

De tal manera fue vital para los mexicanos, que nos hicimos nacionalistas ante las agresiones y ambiciones extranjeras, pero sin pretensiones colonialistas o de expansión y sin eludir el encuentro solidario con otros pueblos. Así nuestro nacionalismo creador de una arraigada conciencia nacional, inspirada en un pasado común abundante en experiencias y provisto de lealtad suficiente, nos da las armas con las que podremos librar la permanente batalla en lo interno y en lo externo.

Al rememorar algunos instantes de nuestro glorioso pasado en este homenaje de lealtad y respeto

a la Bandera Nacional, no permitamos que la amnesia histórica nos impida reconocer que lo que somos y lo que no hemos podido ser, proviene de la historia, que ésta no se repite, pero continúa vinculándose con el ayer que nos explica lo que ocurre hoy, para evitar que ocurra en el futuro.

Ante la adversidad circunstancial que vivimos, redoblemos nuestros empeños para obtener con nuestra independencia política la económica; esto en rigor no es fácil pero es posible, si en armoniosa acción pueblo y gobierno conjuntan sus esfuerzos en un marco democrático donde el pueblo lo sea todo, participe en todo, todo lo decida y todo lo disfrute.

En la unidad, imperativo impostergable en la paz y en el trabajo, sumemos nuestra acerada voluntad a la del presidente de la República Miguel de la Madrid y preservemos íntegra nuestra soberanía para que siga ondeando en el firmamento de México la bandera de nuestras libertades con justicia social. Muchas gracias. (Aplausos.)

HOMENAJE A DON JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN

El C. presidente: -Han solicitado el uso de la palabra para conmemorar el CCXXI aniversario del natalicio de don José María Morelos y Pavón, los siguientes ciudadanos diputados:

Janitzio Mújica Rodríguez Cabo, del Partido Revolucionario Institucional; Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, del Partido Acción Nacional; José Camilo Valenzuela, del Partido Socialista Unificado de México; Beatriz Gallardo Macías, del Partido Socialista de los Trabajadores; Gabriela Guerrero Oliveros, del Partido Popular Socialista; Carlos Barrera Auld, del Partido Demócrata Mexicano; Jaime Castellanos Franco, del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana y por el Partido Mexicano de los Trabajadores, Partido Revolucionario de los Trabajadores, Efraín Calvo Zarco.

Tiene la palabra el señor diputado Janitzio Mújica Rodríguez Cabo.

El C. Janitzio Mújica Rodríguez Cabo: -Señor presidente; señores diputados: de la entrevista de Morelos e Hidalgo en Charo e Indarapeo, sale aquel teniente general a incendiar los rumbos del sur del país.

No hay precedente en la Nueva España, de una sublevación semejante. De una hazaña como la que ha emprendido Hidalgo. Habrá que sentar precedentes en todo, hasta en crear generales de la nada. Tiene Morelos recorrido buen trecho para un revolucionario, aún cuando no se le conozca ninguna manifestación; niño pobre en Morelia pero con conocimientos e instrucción, empleado de una molienda de caña en Taretán, donde conoce la esclavitud de cuerpo presente, 300 negros comunidades indígenas con cierta prosperidad trabajan sus propias tierras; mano de obra servil en el campo y en una industria rural, la posibilidad de llegar al seminario ansiado, severamente limitado para los criollos pobres.

Largo período de meditación corrió desde que salió de su casa en Morelia, para llegar al curato de Carácuaro y de Cupétaro. Largo tiempo útil a la reflexión y estrechamente vinculado con los más pobres, porque esa región del estado de Michoacán aún lo sigue siendo.

Como cura debe haber asistido a San Luis Potosí, Sinaloa, Cuautla y Cuernavaca, intendencia de México, Texas, Puebla, Guanajuato y Morelos, y a Morelos, ya capitán general se le presenta el problema de la creación de un nuevo Estado Nación.

Hasta entonces ha fungido como lazo de unión y como cuerpo debidamente acreditado, la Junta de Zitácuaro, pero la Junta de Zitácuaro tiene graves inconvenientes: es un cuerpo demasiado pequeño para representar lo que está ya presente en la casi totalidad de nuestra patria.

Por otra parte, la Junta de Zitácuaro obedece con mayor fidelidad las razones de Ignacio López Rayón, hombre patriota, dedicado y valeroso, pero con limitaciones serias en las estrategias y en la visión de nuestro México libre.

Morelos es dueño, hacia el sur hasta Oaxaca, en el oriente hasta Veracruz, en el occidente parte de Michoacán y Guerrero. Convalidado por las batallas de Acapulco y Cuautla, héroe militar; para el ejército vale decir: único candidato viable al liderazgo de las mil guerrillas que le presenta la necesidad de asumir esa posición.

1813 será un año cargado de muy importantes acontecimientos. En 1813 Morelos crea, estimula la creación de lo que será después el congreso que emitirá la Constitución de Apatzingán. Crea el Congreso de Chilpancingo; se preocupa porque la conformación de este cuerpo se finque en el voto, director de los pueblos; es convencido ya de que la única legitimidad que puede haber en las instituciones es la del voto popular.

Al mismo tiempo da Morelos un paso muy importante en otro sentido; él mismo dice: ya no nos sirve la máscara de Fernando VII, hay que hacerla a un lado.

Se había iniciado la independencia bajo la sombra o la tutela de Fernando VII, entonces ausente del reino de España y retenido por los franceses.

Morelos al eliminar ya esta ficción de que en algún momento regresaría el soberano a España y la soberanía regresaría con él, la de aquí, la de nuestra patria, al acabar con este mito Morelos da un paso más importante también.

Un paso que lo va a colocar como el enemigo de todo un sistema internacional que abarca España, que abarca todos los cuerpos de la América hispánica y con la cual están entrelazados los intereses ingleses.

La lucha de Morelos en México se le hace consciente, repercutirá en todo el sistema internacional que mantenía a nuestro país en el sojuzgamiento.

Al eliminar la posibilidad de que Fernando VII regrese y se le devuelva su patrimonio regio de la Nueva España, está negando la organización colonial. No solamente está sentando cátedra de un nacionalismo, no solo aparece como muy novedoso sino además está impugnando un sistema internacional injusto en una forma valerosa y consciente de lo que hace.

Al convocar al Congreso de Chilpancingo lo hace y dice convencido finalmente de que la perfección de los gobiernos no puede ser obra de la arbitrariedad y de que es nulo incluso ilegítimo todo el que no se deriva de la fuente pura del pueblo.

Al mismo tiempo trabaja intensamente en el muy conocido documento llamado "Sentimientos de la Nación". Este documento será leído al Congreso de Chilpancingo y se verá a través de él, qué tipo de estado, qué tipo de organización política con precisión está promoviendo la lucha de Morelos, qué es una nación con división de poderes. Es en ese momento un país de religión única y oficializada que se compensa porque en los sentimientos mismos de la nación limita las posibilidades del clero, de obtener beneficios económicos y establece con claridad cuáles son las únicas vías posibles.

La división de poderes está ahí establecida. Rehusa que quienes no sean americanos, ya sea por haber nacido españoles, ya sea -y en otro documento se demuestra-, por haberse vinculado de sus intereses con los españoles, rehusa a que tengan puestos públicos en la administración de su país soberano. Y aquí el párrafo que muchas veces se ha mencionado y en el que muchas veces es necesario pensar y repensar, que como la buena ley dice: "es superior a todo hombre, las que dicte nuestro congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, modere la opulencia y la indigencia y de tal suerte que aumente el comal de pobre, que mejore sus costumbres alejando la ignorancia, la rapiña y el gusto".

A partir de ese momento, Morelos a través de las leyes del congreso y de la aplicación que haga de ellas el Ejecutivo, está haciendo intervenir al Estado del futuro, al Estado que va a ser creado en la vida social económica de la comunidad que no debe ser, no puede ser para que el país crezca y la democracia tan desigual y tan injusta como lo era en la época de la colonia.

Aquí Morelos le da un instrumento a un Estado todavía muy rudimentario para poder, en un momento dado, intervenir en beneficio de los poderes y, si es necesario, en contra de los ricos.

Hay un documento importante que Morelos hace circular entre sus capitanes. En primer lugar dice: "debemos considerar a la nación, enemigos de la nación y adictos al partido de la tiranía a todos los ricos, nobles y empleados del primer orden, criollos o gachupines, porque todos estos tienen autorizados sus vicios y pasiones en el sistema y legislación europea".

Se contempla aquí pues, la estructura colonialista fundamentada supuestamente en el derecho que Morelos va a rechazar enérgicamente. "Si ese dicho principio dice que la primera diligencia que sin temor de resultas deben practicar los generales o comandantes de divisiones de América, luego que ocupen una población grande o pequeña, es informarse de la clase de ricos, nobles y empleados que haya en ella, para despojarles en el momento de todo el dinero y bienes raíces o muebles que tengan, repartiendo la mitad de su producto entre los vecinos pobres de la misma población para captarse la voluntad del mayor número, reservando la otra mitad para fondos de la caja militar.

El repartimiento que tocare a los vecinos de dichas poblaciones ha de hacerse con la mayor prudencia, distribuyendo dinero, semillas y ganado con la mayor economía y proporción de manera que nadie enriquezca en lo particular.

Deberán derribarse en dichas poblaciones -dice-, todas las aduanas, garitas y demás edificios públicos, quemándose los archivos a excepción de los libros parroquiales, pues sin esta providencia jamás se conseguirá establecer un sistema liberal nuevo para lo cual es preciso introducir el desorden y la confusión entre los gobernadores, directores de renta, etcétera, del partido realista".

Por último señala: "deben también utilizarse todas las haciendas grandes cuyos terrenos laboriosos pasen en dos leguas cuando mucho porque el beneficio positivo de la agricultura consiste en que muchos se dediquen a beneficiar con separación un corto terreno que puedan asistir con su trabajo e industria y no en que un solo particular tenga mucha extensión de tierra infructífera, esclavizando millares de gentes para que las cultiven

por fuerza en la clase gañanes esclavos, cuando pueden hacerlo como propietarios de un terreno limitado, con libertad y beneficio suyo y del público". Aquí el antecedente de tierra y libertad, lema anarquista que recoge Zapata y de otro lema que nosotros tenemos que es "la tierra debe ser de quien la trabaja".

Como aseveró, la nueva sociedad que Morelos entrevé, a partir de la lucha militar y de las acciones que en ella se manifiestan, es la de un estado popular, bastante más alejado quizá de lo que ya se había formado en Europa después de la Revolución Francesa.

Un país en que los beneficios debieran ser inmediatos y tangibles, un país en que la palabra libertad no fuera solamente un término hueco, sino que tuviera una resonancia con contenido fundamental para el pueblo trabajador de México.

Dejo en los umbrales de la casa de Apatzingán donde se reuniera el Congreso para elaborar la Constitución de Apatzingán, dejo hasta ahí este modesto homenaje a Morelos, porque a partir de allí pienso en nosotros, miembros de este cuerpo colegiado, miembros del Poder Legislativo, debemos rendir homenaje en un momento a los constituyentes justamente a los constituyentes de Apatzingán, a los de 1814, a los de 1857, y a los de 1917 que en todas sus funciones tuvieron la independencia de criterio, el respeto de los líderes para poder elaborar su trabajo y la Constitución de acuerdo con sus sinceras convicciones. Muchas gracias.

El C. presidente: -Tiene la palabra el diputado Jorge Eugenio Ortiz Gallegos.

El C. Jorge Eugenio Ortiz Gallegos: -Compañeras y compañeros diputados: "donde yo nací, es el jardín de la Nueva España". Así, orgullosamente se refirió José María Morelos y Pavón a la ciudad que dos siglos después los poetas evocarían con encendida ternura: "ciudad color de rosa, ave posada en la mitad del valle, sus calles como pliegues de ala descienden a horizontes de cerro y serranías, sucumben los crepúsculos, haciendo arder en el dorado vértice canteras de geométricos perfiles".

Catorce años después de la muerte de don José María Morelos, el nombre de Valladolid sería cambiado por el de Morelia, irregular pero cautivador patronímico.

El poeta michoacano Manuel Ponce describiría el otro, del nombre de Morelia en estos versos de la ciudad encallada. "Porque todo se olvida cuando la muerte sabe. Por eso, y por la dulce mariposa prensada entre los libros, voy a decir, Morelia, Morelia luna lisa simple y sola".

Valladolid sería para don José María, dintel de la partida y del retorno, cenáculo del estudio, de los ensueños y de la angustia. La vieja provincia, la que brota del suelo con fruto de geranios para crecer en arquerías y en muros tutelares. La floración de recuerdos punzaría en el corazón de Morelos como un destello obnubilado de las moradas bugambilias, durante los muchos días de ausencia a los que aludiría con sobriedad: "desde niño tuve una vida errante, pocas veces he permanecido en Valladolid".

La mayoría de los historiadores y biógrafos que exploraron y abrevaron en las fuentes originales de la vida de Morelos, relacionan la expresión "vida errante" con el oficio de arriero del que se cuenta fue dedicado en la niñez, don José María, trabajando de atajador con un tío suyo dueño de una recua.

Recientes investigaciones han comprobado que don José María estudió la primaria en un colegio fundado en Valladolid por su tío materno José Antonio Pérez Pavón, y que fue hasta cumplir los catorce años cuando -dado que su padre, Manuel Morelos había abandonado a la familia-, para ayudar a su madre, para irse a residir a San Luis Potosí hacia 1774. Los apremios económicos de ayudar a su madre y a su hermana y la imposibilidad de sostenerse en la carrera de estudio, hicieron que el joven José María decidiese marchar a la hacienda de Tahuejo, entre Uruapan y Apatzingán para trabajar como auxiliar de su tío Felipe Morelos Ortuño, primo hermano de su padre, quien rentaba tierras en la comunidad, a la comunidad de Parácuaro.

"En Tahuejo, vivió José María hasta los 24 años aprendiendo labores de campo, particularmente lo relacionado con los productos de esa región, el añil y el piloncillo. También se familiarizó con menesteres de la construcción y la ganadería -persiguiendo a un toro se rompió la nariz-, y ayudó a su tío que no sabía escribir, en la contabilidad de la unidad agrícola. Es también muy probable que teniendo el tío de Morelos algunas recuas para comerciar, José María haya intervenido en ello, de manera eventual, efectuando varios viajes particularmente a Valladolid, a México y hasta Acapulco".

La versión del niño arriero fue sublimada cuando José María Morelos se convirtió en el gran señor, generalísimo de los ejércitos del sur, arriero mayor en la justa de la Independencia.

José María Morelos y Pavón nace el 30 de septiembre de 1765 y muere fusilado el 22 de diciembre de 1815, es decir, a los 50 años y 82 días de edad, que se llenan y distribuyen de la siguiente manera:

"Vive al lado de su familia en Valladolid donde estudia en el Colegio de San Nicolás, en un solo

año, los tres establecidos para cursos de mínimos y menores, es decir, gramática y alguna aritmética. Durante cuatro años más, en el Seminario Tridentino, cursa teología, escolástica, moral y demás disciplinas de la carrera eclesiástica, empleando un mes para viajar a la ciudad de México donde se examina y recibe de bachiller en artes.

Emplea, por tanto, más de cinco años dedicado a los estudios superiores, y a los 30 años y cinco meses de edad, ordenado ya de diácono, ejerce el magisterio de gramática y retórica por encargo del párroco de Uruapan, a donde se traslada durante dos años.

Según se sabe también, motu propio enseñaba a leer y escribir a los niños indígenas que reunía por las tardes diariamente en el pequeño solar entre los árboles.

Cumplidos los 32 años, el 27 de diciembre de 1797 se ordena como presbítero y se dedica fundamentalmente al ministerio eclesiástico por los siguientes 13 años; como párroco interino del entonces poblado minero de Churumuco durante un año y cuatro meses; y como párroco provisional y luego propietario del curato de Carácuaro y Nocupétaro durante poco más de 12 años.

A los 45 años cumplidos, en octubre de 1810, José María Morelos abandonó su curato y durante cinco años se dedicó con alma y cuerpo hasta morir fusilado a la causa de la Independencia.

Se dice que el genio alcanza revelación y florecimiento por el entorno de su tiempo. En tal sentido, José María Morelos tuvo información acerca de las corrientes ideológicas y del fuego patrio que corrían desde el cono sur, por valles y cordilleras hasta la Nueva España. Se da por cierto que estuvo enterado de las conspiraciones nacidas y aplastadas durante los años de su ministerio en Carácuaro: la conspiración de los machetes, descubierta y aplastada en la capital del virreinato el 10 de noviembre de 1799. La del indio Mariano, abortada en Tepic el primero de enero de 1801. La del 15 de septiembre de 1808 en la metrópoli mexicana, sustentada en las ideas del licenciado Francisco Primo Verdad, Juan Francisco Azcárate y del peruano Fray Melchor de Talamantes. Y aún se piensa que tuvo contacto con la conspiración de Valladolid de 1809 que encabezaron Mariano Michelena y García Obeso, y que fue desbaratada en poco tiempo.

La conciencia sobre las injusticias del virreinato, las gabelas que pesaban sobre los humildes, la soberbia y el despotismo del poder español y la necesidad de quitar el mando a los europeos para que se queden en manos de los americanos, era una conciencia generalizada entre los mestizos de alguna manera destacados en el servicio clerical, en el comercio y en los puestos secundarios del ejército.

Se da como cierto que Morelos nunca leyó personalmente los textos de la ilustración francesa. Pero los conocía Andrés Quintana Roo, compañero de Morelos en los desvelos de discutir y redactar las normas para la apertura del Congreso de Chilpancingo y las admoniciones conocidas como Sentimientos de la Nación, y entre las fuentes extranjeras que se consultaron para redactar la Constitución de Apatzingán, se contaron las constituciones Francesas de 1791, de 1793 y de 1795; la de Massachusetts de 1780, y la de Cádiz de 1812.

Sin embargo, ni el genio militar, ni la genial visión tuvieron prenuncio o signos premonitorios en los hechos y actividades de José María Morelos durante sus primeros 45 años. No se consignan en la historia de don José María datos excepcionales indicativos de la superioridad eminente que demostraría como caudillo militar y como líder intelectual, a partir de su entrevista con Hidalgo en el pueblo de Indaparapeo, el 20 de octubre de 1810.

La inscripción de su bautizo en el sagrario de la Catedral de Valladolid como legítimo hijo de españoles, obedecía a la costumbre de no exponerse a las discriminaciones imperantes. Entonces, en el paisaje étnico de la Nueva España se separaba como grupos diferentes: a los españoles y extranjeros, a los mestizos, a los indios y a los negros. Los primeros españoles y extranjeros, gozaban de privilegios sociales, y por ello los mestizos, sangre española e indígena, con tez aperlada o tendiente a obscura, y los criollos con rasgos del mismo tipo, pero con piel clara, procuraban ser considerados y documentados como españoles, como europeos de América.

En ese cuadro los españoles, europeos de Europa o por lo menos europeos de América, podían aspirar a formar entre los influyentes: obispos, oficiales de ejército, hacendados, sacerdotes, maestros. Aún cuando es su mayoría hubiesen de conformarse con ser artesanos, miembros del bajo clero o escribanos. Los indígenas en cambio serían siempre sirvientes y los negros, esclavos.

El mexicano común, mestizo, trataría pues de aparecer siempre como español, o de lo contrario terminaría por figurar en la lista del desprecio étnico que Morelos buscaría abolir con su bando de enero 29 de 1813 dictado en Oaxaca: decía en ese edicto Morelos: "que quede abolida la hermosísima jerigonza de calidades: indio, mulato, mestizo, tente en el aire, etcétera, y sólo se distinga la regional, nombrándose todos generalmente americanos con cuyo epíteto nos distingamos del inglés, francés, o más bien del europeo que nos

perjudica, del africano y del asiático que ocupan las otras tres partes del mundo".

La jerigonza que diría sarcásticamente don José María ha quedado en nuestra historia como una página humillante del folklore virreinal: "originalmente, el mestizo es hijo de español con india; de mestizo con española resultaba el "español", y sigue una lista extraña y casi interminable. Los cruzamientos se suceden en desorden y forman maraña: español con negra, mulato; mulato con española, morisco; morisco con española, chino; chino con india, salto atrás; salto atrás con mulata, lobo; lobo con china, jíbaro; jíbaro con mulata, albarazado; albarazado con negra, cambujo; cambujo con india, sambalgo; sambalgo con loba, calpamulato; calpamulato con cambuja, tente en el aire; tente en el aire con mulata, no te entiendo; no te entiendo con mulata torna atrás, y aún hay más: albinos, gentiles, barnacinos, chamizos, coyotes; nombres de animales, nombres despreciables, cuya sola enunciación es ya un estigma".

José María Morelos no era español, sino mestizo, bautizado con el nombre de José María Teclo, hijo legítimo de Manuel Morelos y de Juana Pavón. El mismo declararía ante la inquisición ser hijo de un "menestral de oficio carpintero".

Hasta los 25 años su vida estuvo sometido a los esquimas de una sociedad estratificada. Y cuando su oportunidad despuntó a los 25 años, hubo de hacer sus estudios sostenido por su madre en medio de privaciones. Cuando ya sacerdote se le otorga su primer ministerio, es enviado a la antesala del infierno, a Churumuco, donde las penalidades y el mal clima minan la salud de su madre muerta en Pátzcuaro cuando marchaba hacia Valladolid en busca de cuidados.

Su posterior destino en los pueblos de Carácuaro y Nocupétaro, en medio de la cerrera de la Tierra Caliente, no mejoraron su posición, ni sus medios económicos o eclesiales, ni los horizontes humanos. Cura humilde de muy humildes destinos, José María Morelos ha de ayudarse como contratista de albañilería, y no fueron ajenos a la soledad y a la humillación sus abandonos del celibato eclesiástico, que lo convirtieron en padre de familia de tres hijos habidos con tres diferentes mujeres.

Destellos del espíritu que no le dejó hundirse en la pereza del clima agobiante y la desolación de su entorno, fueron sus empeños constructores: de la iglesia, del curato, de los anexos, de la casa del sacristán y del cementerio de Nocupétaro. Así también la adquisición de una casa en Valladolid a la que agregó un segundo piso, y su incursión como comerciante para vender, sacándolos de la región, los productos de Carácuaro; granos, aguardiente y ganado, enviados desde Tierra Caliente a Valladolid, a la atención de Miguel Cervantes, más tarde su cuñado, de quien recibía a cambio telas y enseres adquiridos en la tienda de Isidro Huarte, con el tiempo suegro de Agustín de Iturbide, el implacable adversario del caudillo Morelos.

Hombre de claroscuros, don José se transformaría de repente con el fulgor del héroe a quien ha de aplicarse el decir de López Velarde en su evocación de Cuauhtémoc: "único héroe a la altura del arte". No sólo por su tino guerrero, jinete del certero mando y del corazón infatigable, ni solo por su simultánea valencia de magnanimidad y de implacable contienda, si no por su apasionada concepción de una patria nueva, libre, independiente dirige y se adelanta, el que se hace entender hasta ordenada.

Y porque en todos sus empeños es el sobresaliente que lucha más que los demás, siempre en primera fila, el que promueve y anima, el que dirige y se adelanta, el que se hace entender hasta de los más humildes, pero que penetra además en el alto mundo de los idealismos y encabeza a los intelectuales y a los pensadores del diseño de las leyes, y en la redacción de los documentos que habrán de fundar la nueva República.

El 21 de octubre de 1810, el cura Morelos viaja a Valladolid en donde con puntillosa disciplina dirige una comunicación a la Mitra solicitando permiso para abandonar el curato de Carácuaro: "por comisión del excelentísimo señor don Miguel Hidalgo, fecha ayer tarde de Indeparepeo, me paso con violencia a correr las tierras calientes del sur". Desde entonces, a lo largo de tres años, poco más de una cuarta parte del tiempo que duraría la guerra de independencia, Morelos hizo morder el polvo a las huestes realistas cortando los abastecimientos a la metrópoli en las rutas de Acapulco, Veracruz, Oaxaca y Valladolid, derrotando a los ejércitos oficiales en cerca de cien combates, arrebatándoles dinero, alimentos, pertrechos militares, soldados que se incorporaban a la insurgencia.

El genial estratega, incansable jinete de montaña y de costa, jinete de la inmensidad, declina a partir de que es firmada el Acta del Congreso de Chilpancingo o Acta de Independencia de México del Congreso de Anáhuac.

Es derrotado al inicio de lo que se conoce como su cuarta campaña, el 23 de diciembre del 1813 frente a Valladolid, pierde a sus principales generales, a Mariano Matamoros, fusilado el tres de febrero de 1814 en Valladolid y a Hermenegildo Galeana, caído en combate el 27 de junio de 1814. El 18 de febrero de 1814 es destituido de su cargo de generalísimo por intrigas en el seno del Congreso. Enfermo por largas temporadas, se

aparta de toda actividad, se comporta con titubeos, nombra su segundo al civil, su secretario Juan J. Rosainz, quien se indulta y lo traiciona ante el virrey Calleja proporcionando informes exactos sobre el generalísimo.

Repuntan a temporadas su estrella, su brega incansable, su fulgor inmarcesible. Y llega el desenlace: se sacrifica en la custodia de los díscolo y dispersos miembros del Congreso de Chilpancingo. Cae preso en Temalaca en noviembre cinco del 1815. Padece humillación de cárceles y juicios y es fusilado en San Cristóbal Ecatepec a las tres de la tarde del 22 de diciembre de 1815.

Dos son pues las geniales vertientes de José María Morelos y Pavón: la de sus acciones como gran estratega a en los eventos militares, y la de la sustanciada y esencial visión que trazó magistralmente el destino superior de una nación.

Las gloriosas batallas de Morelos, su capacidad de mando y de acción, su prodigioso instinto organizador que sabía escoger a sus guerreros y convencer a pueblos enteros para que hicieran literalmente transcrito, "más poderosa su ayuda labrando la tierra para darnos el pan a los que luchamos y nos hemos lanzado a la guerra". Su potencia militar que cruzó abruptas serranías, barrancos y valles, fueron destellos pasajeros, el ejemplo apenas que periclitó en derrota, hazaña que sería emulada por quienes más tarde, en septiembre de 1821, consumarían el pacto de la Independencia de México.

La fortuna y el infortunio militares de Morelos son estelas fugaces. No así, en cambio, las elecciones imperecederas de su pensamiento, su concepción de la sociedad, del gobierno y de las leyes, su voluntad de reformador y de político, sus anhelos de legislador, su denuncia penetrante de los males que aquejan al pueblo, el proyecto de patria que es resumen de una filosofía política, trasunto de una cultura cimera, inspiración de sabios ordenamientos, sueño apostólico de una nación con paraísos de libertad y verdadera independencia.

El estadista precoz que se adelantó a sus contemporáneos se revela en por lo menos 40 de los 65 documentos que componen la antología referente a Morelos y que se integra con registros, cartas, decretos y discursos.

En abril de 1811, creó la nueva provincia de Tecpan, actual estado de Guerrero, dictó medidas sobre impuestos para reducir la tributación exagerada impuesta por los españoles, ordenó la acuñación de moneda golpeando así el sistema monetario virreinal, reiteró la prohibición de la esclavitud, se opuso a la guerra de castas, promovió la fundación de un congreso nacional representativo y fue el primer caudillo que promovió la justicia agraria para que las tierras fueran del goce de los naturales en los respectivos pueblos.

Compañeras y compañeros diputados: las demandas incumplidas de José María Morelos resuenan en este recinto. La voz del generalísimo del sur increpa desde su tumba condenando la inutilidad de que su nombre haya sido grabado en ese muro gigantesco, cuando ningún gobernante ha seguido su ideal de comportarse como siervo de la nación y el homenaje ritual si su doctrina ha sido burlada, si sus sueños son pisoteados.

Algunos de los 23 puntos de los Sentimientos de la Nación retumban en el coraje del generalísimo José María Morelos. El número 22: que se quite la infinidad de tributos, hechos e imposiciones que nos agobian. El número 20: que las tropas extranjeras o de otro reino no pisen nuestro suelo. El 18: no se admita la tortura. El 17: que a cada uno se respete en su casa, como en un asilo sagrado. El 14: que para dictar la ley se haga junta de sabios en el número posible. El 13: que las leyes generales comprendan a todos sin excepción de cuerpos privilegiados. El 12: que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejoren sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.

Y volvería José María Morelos para convocar al pueblo a una nueva jornada por la independencia a fin de que se cumpliera a la letra de los puntos quinto y sexto de los Sentimientos de la Nación. Que la soberanía dimana inmediatamente del pueblo, que los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estén divididos en los cuerpos compatibles para ejercerlos.

Ciudadanos diputados, saludamos la presencia muy grata en esta Cámara de Diputados de los miembros de la delegación parlamentaria de legisladores de la hermana República de Guatemala y de México que se encuentran en nuestro país, con motivo de la celebración de la primera reunión interparlamentaria de México y Guatemala. A todos ellos les deseamos mucho éxito en su trabajo y los saludamos muy cordialmente.

El presidente: -Se concede el uso de la palabra al C. diputado José Camilo Valenzuela del Partido Socialista Unificado de México.

El C. José Camilo Valenzuela: -Con su permiso señor presidente; compañeros diputados: en esta sesión solemne, cuyo objetivo es rendir homenaje a los Héroes de la Independencia y CCXXI años del natalicio de don José María Morelos y Pavón, es oportuno preguntarnos: ¿Cuál es el homenaje necesario que se debe hacer a

revolucionarios como ellos, y particularmente a Morelos en una situación tan difícil y dolorosa como la que actualmente vive México?

A los revolucionarios de antier, de ayer y de todos los tiempos, no se les honra ni principalmente con letanías interminables de alabanzas ni con reverencias cotidianas ante sus estatuas y afiches. A los revolucionarios se les honra primerísima y principalmente continuando su lucha de acuerdo a las necesidades que las nuevas circunstancias imponen al desarrollo social y nacional de nuestro país y del mundo.

Cuando los homenajes no son parte de una práctica revolucionaria en torno a las tareas actuales para avanzar hacia la liberación social y nacional por la que nuestros héroes dieron la vida, tales homenajes devienen en demagogia porque recoger la herencia de nuestro pueblo y de sus héroes no es amontonar cenizas, sino mantener vivo el juego de la lucha por acabar con la explotación y la injusticia social, y por construir una patria independiente y soberana. Por eso, y porque la situación de crisis que actualmente vive nuestro país es especialmente difícil y peligrosa, es obligado que al plantearnos rendir homenaje a los héroes de la independencia y al gran Morelos, hagamos especial énfasis en los restos que tal situación plantea para los mexicanos patriotas y progresistas, ya no digamos los que nos reclamamos revolucionarios, continuemos la lucha por alcanzar la liberación social y nacional de nuestro pueblo.

Compañeros diputados: sabido es que el objetivo principal de la lucha de Morelos y de la insurgencia era lograr la independencia de la Nueva España para construir una patria soberana y desarrollada, pero para Morelos la lucha por la independencia nacional tenía como fin crear el espacio necesario e indispensable para avanzar en la justicia social, moderando la opulencia y la indigencia, acabando con la discriminación racial y medidas de opresión esclavista de los trabajadores, asegurando a los pobres un jornal que mejorará sus costumbres, alejada la ignorancia, la rapiña y el hurto.

Más aún, para Morelos estaba claro que la independencia nacional y la justicia social reclamaban de un régimen político y democrático, con división de poderes, pero con una asamblea de diputados electos y representativos como el poder supremo en que se depositaba la soberanía nacional y quien debía expedir leyes obligatorias para todos, para avanzar en la justicia social.

¿Y cuál es la suerte que actualmente están corriendo estos objetivos esenciales de la insurgencia y de Morelos? Pocas veces, como hoy, el rumbo imperante en el país se había alejado tanto de los objetivos históricos de liberación social y nacional del pueblo mexicano. Planteamos como objetivo la urgente e indispensable necesidad de que el país supere la crisis estructural en que se vino adentrando desde el principio de la década pasada, que de 1982 se puso en marcha un proceso de reestructuración de la sociedad mexicana en su conjunto, cuyo contenido esencial es la privatización y trasnacionalización de la economía, el recrudecimiento de la explotación y la miseria de los trabajadores, así como una mayor subordinación y ruina de los pequeños y medianos empresarios.

Todo esto en aras de elevar las ganancias y llevar a un nuevo nivel el dominio de los monopolios nacionales y yanquis sobre los mexicanos y su país. En lugar de impulsar una creciente integración interna de la economía que redujera su dependencia y vulnerabilidad respecto de las transnacionales, de 1982 a la fecha se han desmontado esfuerzos anteriores de desarrollo tecnológico y nacional, y avances en ramas de producción de bienes de capital, cediendo así a las presiones del Fondo Monetario Internacional de debilitar el papel del Estado en la economía y de abrir las fronteras a las transnacionales y a la especulación, vía deuda, tasas de cambio y fuga de dólares.

En los últimos cinco años, la dependencia del país se ha profundizado aceleradamente si está en marcha un proceso de integración de la economía mexicana, como apéndice de la economía de Estados Unidos.

En estas condiciones, ¿cómo rendir un homenaje real a los insurgentes y al gran Morelos, cuando el rumbo impuesto al país marcha por carril contrario al objetivo de la independencia y la soberanía nacional? Por lo que hace a la justicia social, el proceso de reestructuración promonopólico en curso ha significado un sacrificio brutal de los salarios, ha llevado el desempleo abierto a nivel sin precedente, ha arruinado aún más a los campesinos, ha generado una marginación social masiva y cuya consecuencia más nefasta es condenada a la mayor parte de las generaciones de desarrollo físico y mental.

Hoy, ha cinco años de iniciado el proceso de reestructuración, ha quedado claro para quienes tiene ojos para ver, cuyos objetivos de mejoramiento social que se dice que persiguen, son sólo camuflaje, que las consecuencias reales del rumbo imperantes es una concentración más insultante de la riqueza, una profundización de la miseria y la marginación social, un debilitamiento de la capacidad mexicana para atender las necesidades sociales.

En estas condiciones, cómo rendir homenaje a los insurgentes y a sus dirigentes más preclaros, entre los cuales destaca Morelos, que veían

indisoluble la lucha y el fortalecimiento de la independencia con la atención a las necesidades de los explotados y oprimidos.

No ha ocurrido mejor suerte la aspiración de Morelos de conformar un régimen político, donde las decisiones no dependieran de un individuo y la soberanía se depositara en una asamblea de diputados representativos, que fungiera como el Supremo Poder de la Nación.

En algún período de la historia reciente de México, se ha hecho sentir la concentración del poder en manos del Presidente, ese ha sido el que vivimos actualmente inmersos en una profunda crisis a la que no se le ve la salida. Las decisiones fundamentales en torno al rumbo económico en los tiempos de crisis, se han tomado sin consultar a la principal víctima de él, es decir, a la mayoría de los mexicanos.

En los últimos días, fuimos espectadores de una renegociación de la deuda pública externa que nos condena a pagar un tributo brutal hasta principios del siglo entrante, ni por asomo se piensa en tomar en cuenta la opinión del pueblo de México sobre tan importante como dolorosa decisión.

Compañeros diputados, no se puede conmemorar un aniversario del natalicio de Morelos sin plantearse una lucha por derrotar el rumbo privatizador y transnacionalizador imperante, el cual debilita aceleradamente la capacidad de la sociedad para atender la necesidad de los mexicanos al mismo tiempo que profundiza la dependencia y debilita la soberanía nacional.

El homenaje necesario para Morelos en la situación actual debe incluir como contenido principal la tarea de unir a todos los mexicanos, patriotas y progresistas, en la lucha por un rumbo popular y nacional para México, rumbo popular y nacional que inicie suspendiendo el servicio de la deuda externa, fortalezca y democratice la propiedad pública y social, que lleve a cabo la integración moderna y más independiente del aparato productivo, y todo ello orientado a satisfacer las necesidades gigantescas insatisfechas de los trabajadores y de todos los mexicanos.

Este es el contenido principal que la situación actual impone al homenaje a Morelos y a todo héroe de nuestra historia y de nuestro pueblo. Que nadie se reclame heredero digno de Morelos si no asume este deber primordial, que la situación y el rumbo actual del país imponen.

Luchar hoy por un frente de todas las fuerzas interesadas en derrotar el actual rumbo antipopular y antinacional, y en orientar al país en un rumbo popular y nacional es el mejor homenaje que podemos hacer a Morelos y a todos los insurgentes que lucharon y dieron su vida por la independencia de nuestra patria. Muchas gracias.

El C. presidente: -Se concede la palabra a la ciudadana diputada Beatriz Gallardo Macías.

La C. Beatriz Gallardo Macías: -Compañeros diputados; honorable asamblea; señoras y señores: morir es nada cuando por la Patria se muere, sólo un hombre como Morelos, con la entrega y calidad humana que lo caracterizó pudo haber pronunciado estas palabras, porque en ellas sintetizó la esencia misma de su lucha.

En José María Morelos y Pavón destaca el enorme sentido de clase que le imprimiera la lucha por la Independencia al incorporarse a la guerra de Independencia. Al incorporarse a la guerra de Independencia lo hace convencido de que la situación que prevalecía en la época debía ser cambiada radicalmente y que el pueblo debía ser el principal protagonista de ese cambio, es allí que pase a la historia no sólo como un estratega militar o un visionario político, sino principalmente como un reformador social que haya roto la barrera del tiempo y se siga colocando como un ejemplo a seguir por todos los patriotas mexicanos.

Nosotros, los miembros del Partido Socialista de los Trabajadores, consideramos que en el momento actual que vive el país, ante las amenazas de aquellos que pretenden vernos sojuzgados y convertidos en un país colonial, el pensamiento libertario de Morelos se convierte en una guía para la acción.

Morelos al igual que Hidalgo, no concebían la independencia sin libertad, es por ello que declaró inexistentes la esclavitud y las castas, ordenó la entrega de tierras a los campesinos y el bando que fijaba precios al maíz, al frijol, a la manteca y a aquellos que contra todo medio personal defendían al pueblo del hambre y de la miseria. Todo esto, formaba parte de un conjunto de reivindicaciones económicas, encaminadas a conquistar la libertad humana de los mexicanos.

Morelos no concebía una patria donde hubiera explotación, donde unos cuantos se apropiaran de trabajo y la riqueza del pueblo trabajador y por ello proclamó que el hombre no debía ser esclavo del hombre y que sus servicios sólo eran exigibles por la patria, pero nunca por los individuos como tales.

Sin duda alguna, estos pensamientos iban más allá del simple humanismo burgués y se acercaban al fondo económico de la historia. Morelos sabía que la justicia y la libertad no podían ser términos abstractos, sino por el contrario, eran condición indispensable para el progreso social de los individuos y de los pueblos, por lo que

señalaba que la libertad, don precioso del cielo, se conquista a costa de sangre y de sacrificios.

Cuán vigentes siguen las palabras de Morelos, más aún, cuando al recordar la lucha por nuestra libertad e independencia, sabemos que ésta se ha ido conquistando a fuerza de heroísmo, sacrificio y sangre de nuestro pueblo y que ese legado histórico que nos han dejado héroes como Morelos, no sólo debemos defenderlos sino enriquecerlo para que siga siendo la fuente que de donde se nutra nuestra soberanía.

El nombrarse Siervo de la Nación, se identifica con los principios de soberanía popular que sustenta. Para él, todo funcionario público o representante del pueblo, debe ser servidor de la nación e instrumento del pueblo; no es aquel que se aprovecha de este o que utiliza para su beneficio personal el nombramiento que se le diera, por ello Morelos es el sembrador de una nueva moral pública porque nadie puede desconocer que el elemento principal de nuestras luchas libertarias ha sido el pueblo, el que se lanzó junto con Morelos e Hidalgo a conquistar la independencia y a luchar por reivindicaciones económicas, políticas y sociales.

Es el pueblo el que nos negó una patria como fue también ese pueblo guiado por Zapata el que nos heredó una Constitución. Morelos, conocedor de la riqueza de nuestro pueblo, en los Sentimientos de la Nación, traza la vía para la liberación de nuestra Patria, al señalar que la soberanía reside esencialmente en los pueblos, los cuales son libres para reformar sus instituciones sociales siempre que les convengan.

Hoy, a más de 200 años de distancia, al limpiar una nueva etapa del camino, están dadas las bases para la realización plena de los ideales trazados por Morelos. El pueblo trabajador utilizará la vía constitucional para asumir el poder, la legalidad como arma de lucha.

Por eso, nosotros los socialistas, afirmamos que nuestro pueblo cuenta con una gran experiencia histórica acumulada, con una fuerte tradición de lucha libertaría y con un indomable espíritu insurgente y hoy que el pueblo a reiniciado la lucha, siglos de opresión intentan detener su marcha, poderosos intereses capitalistas del país y del extranjero conspiran para aplastar su insurgencia, pero la historia no se detendrá. De la insurgencia del pueblo brotará y florecerá la patria nueva, socialista, dirigida por un gobierno de los trabajadores; se cumplirá así el ideal por el que han luchado los mejores hombres del pueblo, los insurgentes. De los que hoy somos los más esforzados continuadores, herederos de sus afanes, junto con otros patriotas nosotros los socialistas.

Permítanme, compañeros y compañeras, que como mujer trabajadora brinde mi homenaje a Morelos hoy que se cumple un aniversario más de su nacimiento. El compromiso de luchar por esa patria con la que soñó, esa patria que se forja día a día en la lucha por un salario justo, por una alimentación nutritiva y barata, por la participación democrática del pueblo, por el derecho al trabajo, a la vivienda y a la salud, en fin, por el derecho a decidir la forma de gobierno a gobernar a nuestro país.

En todas esta luchas, Morelos vive, como vive en el corazón y la esperanza de millones de mexicanos que aspiran a un futuro libre de opresión y de miseria, así como en la lucha por conquistar un México soberano, libre y feliz. Por ello, los que se oponen a que el pueblo ejerza su soberanía no pueden hablar de Morelos; los reaccionarios no tienen derecho a hablar de Morelos, los que invocan a la intervención extranjera no tienen derecho a hablar de Morelos. Compañeras y compañeros, el pueblo trabajador tiene la palabra, ¡Morelos, Viva Morelos, compañeros! (Aplausos.)

El C. presidente: -Tiene la palabra la diputada Gabriela Guerrero Oliveros.

La C. Gabriela Guerrero Oliveros: -Honorable asamblea: con la permanente emoción que me produce el encuentro con el pasado histórico de mi Patria, cada ocasión que en cumplimiento de tareas políticas intento recibir las luces de quienes forjaron nuestro vigoroso pasado, para poder, sin perderme, alumbrar el camino propio a fin de interpretar con acierto el presente que me toca vivir, vengo a cumplir la honrosa tarea de rendir homenaje a nombre de mi partido, el Partido Popular Socialista, al único hombre con estatura de genio que ha producido México a lo largo de su historia, quien naciera hace 221 años, el 30 de septiembre de 1765, en medio de un mundo de miseria, ignorancia y odio entre las castas naturales, mulatos, mestizos, criollos y europeos, como era el mundo de la llamada Nueva España del siglo XVIII.

Al repasar biografías, libros históricos y espléndidas intervenciones que se han producido desde esta tribuna en homenaje de quien hoy es motivo de este ferviente acto solemne, puedo decir que mucho y de manera bella se ha dicho y se ha escrito acerca de Morelos, pero al ubicar las ideas, las preocupaciones y las luchas de Morelos, tan cerca de los problemas que México vive en el momento actual, no puedo sino ceñirme a las normas lombardistas y a las de mi disciplina profesional que es la ciencia para analizar la historia de mi patria y a la luz de ambas, pretender cumplir con la tarea con la que me ha distinguido mi partido en esta oportunidad.

Conocer, analizar y estudiar los fenómenos de la naturaleza tales como el movimiento de los

planetas, de los átomos, las moléculas o de los electrones, el recambio y asimilación de sustancias que caracteriza la materia viva, el código genético o la transmutación de elementos, constituye un problema aun cuando difícil, relativamente simple, porque en la naturaleza actúan fuerzas y leyes que han existido siempre en las que el hombre no tiene más acción que la de conocerlas, ni más aspiración que la de dominarlas para ponerlas al servicio de una vida cada vez mejor para la sociedad humana.

En el conocimiento y dominio de la historia en cambio, el problema es mucho más complejo porque en la sociedad, además de las otras fuerzas naturales, actúan hombres dotados de conciencia, razón y voluntad que juegan un inmenso papel en el desarrollo y en el desenlace de los acontecimientos, frenándolos, haciéndolos avanzar o aún retroceder de acuerdo con la correlación de fuerza y los intereses sociales que sobre ellos actúan en un proceder influido por cualidades humanas, personales, bajas o sublimes, nobles o mezquinas, la codicia, el egoísmo, la avidez de riquezas personales, la ambición, el arribismo por una parte, el amor al pueblo, a la patria y el odio a los enemigos de esta por la otra, precisamente en ahondar y deslindar; todo ello para encontrar la raíz y clarificar el entrelazamiento, la explicación y la proyección de los acontecimientos radica lo magnífico de las tareas de quienes saben profundizar en la historia y la saben manejar, concebida y estructurada como una ciencia para comprender el desarrollo de la sociedad humana, para conocer y valorar la obra, la trascendencia y la proyección de Morelos. Es necesario señoras y señores diputados, conocer entonces cuáles fueron las condiciones que hicieron germinar en él sus ideas geniales y trascendentes de libertad, soberanía y desarrollo, cuáles eran las clases y los grupos sociales que actuaban en la vida política de México, y cuáles las contradicciones principales que existían entre ellas, que exigían pronta solución, porque es evidente que, quizá sin comprenderlo, Morelos y los hombres de su tiempo, actuaron respondiendo a leyes históricas objetivas que rigen por encima de acciones caprichosas de los hombres y las clases, que aun cuando imprimen matices a los acontecimientos, nunca son determinantes. Encontrar y analizar estas leyes objetivas concretas y su posible prolongación hasta nuestros tiempos, hecho que hace objetiva la vigencia del pensamiento de Morelos, explica la razón de que le rindamos homenaje y constituye la esencia de lo que debemos poner de relieve.

Todos sabemos bien que el siglo en el que le tocó nacer a José María Morelos y Pavón, los rasgos más generales de la Colonia constituían una permanente negación de todo aquello a lo que tenía derecho la metrópoli, no al derecho de producir para satisfacer sus necesidades sino las de la monarquía de ultramar; no desarrollar la industria de bienes y mercancías que produce la metrópoli, para que la Nueva España se viera obligada a importarlos; no desarrollar sus propias ramas de la producción, sino subordinarlas a la minería de metales preciosos, que constituía el eje de la economía del país; no ejercer el libre comercio, sino realizarlo a través de monopolios y estancos de los artículos de amplio consumo, manejados por el gobierno virreinal; no producir con libertad artesanías si éstas no se realizaban por gremios sujetos a rígidas ordenanzas; no comerciar libremente en el interior del virreinato, ni con las demás colonias, debiendo hacerlo siempre a través de la metrópoli y supeditando el proceso a impuestos indirectos, gravámenes, alcabalas, contribuciones personales y otros impuestos; no poseer ni negociar libremente la tierra, que estaba sujeta a rígido monopolio de una minoría, principalmente de la iglesia católica; no al derecho laboral, sino al trabajo forzado en minas y haciendas, en las que regía la esclavitud y el peonaje o sea el feudalismo y la aparcería; no a un mercado nacional, con bajísimo poder de compra de las masas rurales y de la población activa urbana; no al derecho de designar a sus autoridades, ni al de dictar sus propias leyes ni a tener su propio ejército. Es decir, señoras y señores diputados, un marco agobiador de negativas en un mundo en el que estaban dadas ya las condiciones para un sistema de libertades, que habría de tener su máxima expresión en la muy cercana independencia de los Estados Unidos y en la Revolución Francesa, que abrió de par en par las puertas de la historia a la burguesía naciente como clase social nueva, hegemónica y revolucionaria.

Morelos al nacer, ya en la segunda mitad de ese siglo, en un mundo caracterizado por la negación de todo derecho, trabaja desde los 11 años para ganar el sustento de su madre, de su hermana y el suyo propio; trabaja en el campo sin hurtar el cuerpo a ninguna de las tareas que en él se realizan. Tuvo como consecuente compañera a la pobreza, pero no a la ignorancia, pues su madre, mujer notable de carácter vigoroso y convicciones firmes, que contaba con una educación superior a la promedio, le enseño a leer y a escribir, despertando en él, en vez del odio, el deseo de aprender más y superarse. Partió entonces de su madre su intelectual formación primera.

La muerte de su padre en 1779, arrancó al aún adolescente Morelos de su natal Valladolid, llevándolo a las tierras calientes del sur de México, al cuidado de Felipe Morelos, tío de él, hombre generoso económicamente acomodado que se dedicaba al cultivo de la tierra en su propia hacienda y al comercio de ricas mercancías que desde el oriente llegaban al importante puerto de Acapulco, punto de enlace con aquel antiguo y culto mundo. Así, primero trabajando como labrador y después durante muchos años como arriero, Morelos recorrió el llamado camino de la China, que

partía desde Acapulco, subía la alta y escabrosa Sierra Madre, continuaba hasta la gran Meseta Central -a través de Cuernavaca- al Valle de México, hasta el objetivo final, la ciudad capital, en un recorrido total de 500 kilómetros.

Este duro trabajo le permitió al ya joven Morelos adquirir un extraordinario conocimiento de las tierras del sur mexicano, y seguramente nuevas ideas e inquietudes surgidas de su contacto con actividades y personas de mundos lejanos.

De esta manera, sus ansias de conocimiento nunca le abandonaron y durante esos años aprovechó siempre la oportunidad para enriquecerlos, entre otros, con el estudio de la gramática, ansias que finalmente aunadas a otros factores, lo hicieron retornar en 1790 a Valladolid, ya siendo un joven maduro de 25 años para comenzar sus estudios de sacerdocio y hacer una carrera eclesiástica en el Colegio de San Nicolás, la cual terminó de forma brillante el 28 de abril de 1795 recibiendo su primera tonsura y las cuatro órdenes menores clericales el 13 de diciembre del mismo año, y logrando obtener el sacerdocio el 20 de diciembre de 1797 y el cargo de cura interino en la parroquia de Tamácuaro, del distrito de Churumuco, en enero del año siguiente.

Más adelante, compañeras y compañeros diputados, al comenzar el año de 1799 fue enviado a la parroquia de Carácuaro como cura propietario y desempeñaba cumplidamente su obligación como sacerdote. Es en este curato de Carácuaro -localidad aislada y pobre de la tierra caliente-, donde pasaba Morelos serenamente sus días conviviendo con el pueblo humilde, cuando en octubre de 1810 recibe la noticia del levantamiento de Hidalgo. Salió inmediatamente hacia Valladolid, ciudad que encontró conmocionada. Hidalgo, al frente de numerosa y desordenada tropa, acababa de salir en dirección a México. Morelos lo siguió alcanzándolo en Indaparapeo, lo acompaño hasta Charo y ahí el caudillo lo nombró jefe de la Revolución en el sur y rumbo a Acapulco.

Cuando Morelos inicia en Carácuaro su movilización con unos cuantos voluntarios, da el primer paso en el camino que lo llevará a la inmortalidad, la fecha: 25 de octubre de 1810.

Entra honorable en liza, además del mayor de los guerrilleros intuitivos que han nacido en México, el más grande de sus genios políticos, quien sentará las bases fundamentales de lo que México era y debía ser desde entonces hasta nuestros días.

Morelos, para el cumplimiento y desarrollo de su tarea, tuvo la capacidad de formar y foguear un brillante grupo de jefes: los Galeana, Matamoros, los hermanos Bravo y su padre, Valerio Trujano, Mier y Terán, Guadalupe Victoria. Vicente Guerrero.

Organizó a sus soldados seleccionando a los más aptos y armándolos bien. El sitio de Cuautla, sus campañas en Puebla, Veracruz y Oaxaca, la toma del Puerto y la fortaleza de Acapulco, así como muchas otras acciones de armas, demostraron que Morelos y sus capitanes fueron mucho muy superiores a los comandantes realistas, todos ellos militares de carrera.

A mediados de 1813, después de la toma de Acapulco y de su fortaleza, Morelos decide suspender sus actividades militares para dedicar todo su tiempo a construir políticamente a la nación.

De las entrañas de México con la raíz de su propia historia, como producto de sus propios sacrificios generados por una revolución que ahora nacía, gestada por mil luchas fracasadas con las que durante tres siglos, el pueblo mexicano mostraba no haber estado nunca dispuesto a aceptar la opresión de la metrópoli, forjó de su seno, haciéndolos crecer hasta adquirir la estatura de gigante, a los militares, a los políticos y a los hombres de Estado que él necesitaba, para escribir su propia historia, romper la estructura colonial que todo le negaba a abrir para la antigua colonia la perspectiva de un mundo nuevo, el mundo del liberalismo que abarcaba todos los ámbitos del pensamiento, de la cultura y de la actividad económica.

Con ello, la incipiente nación mexicana, ya perfilada con trazos firmes en los albores del siglo XIX, asimilando a través de esos, sus mejores hijos, las ideas libertarias de los hombres de la ilustración, ideas que nunca fueron consideradas por el pueblo como ajenas, dio una prueba más de que es válida la tesis de que las masas populares son las auténticas artífices de la historia y que cuando lo requieren, forjan a los hombres que los han de interpretar y conducir en los momentos de ascenso.

Así, sólo aceptando que Morelos asimiló lo más esencial de las necesidades históricas de los mexicanos que aspiraban con la mayor de las pasiones a forjar una nación independiente, rompiendo las ataduras del pasado, quebrando las estructuras económicas que lo ahogaban, liquidando para siempre la opresión y la dominación del extranjero, para sembrar la simiente que debería fructiferar en un gobierno plenamente republicano y en el sistema liberal que empezaba a regir y predominar en el mundo entero, se puede comprender que Morelos rechazara el calificativo de alteza y se impusiera asimismo, el de Siervo de la Nación y que dejara impresas en las 23 singulares y magníficas proposiciones planteadas el 14 de septiembre de 1813 en el más sintético y genial de los documentos políticos en la América latina, que constituyen los Sentimientos de la Nación; la más pura de las aspiraciones del pueblo, al reconocer en ellas la soberanía con la

dimanada directamente del mismo, al aceptar la división de los poderes, al prohibir la admisión de extranjeros en México, excepto los que vinieran a ser factores de producción, los artesanos, al afirmar que la Constitución debe moderar la opulencia y la indigencia para aumentar el jornal del pobre, al señalar que las leyes generales deberán comprender a todos, al prohibir la esclavitud, al extinguir las castas, al reconocer la igualdad de todos los habitantes del país, al decretar que debe existir libertad de comercio internacional y doméstico, al otorgar garantías para el domicilio y las propiedades de cada uno, al suprimir los tributos, impuestos e imposiciones que más agobiaban al pueblo.

Es la voz de la nación ya madura que reclama no sólo su existencia libre y soberana, sino su derecho a tener normas supremas propias que rompan con el pasado secular de negación y abran el camino para cambiar la estructura económica colonial y las relaciones sociales injustas que sobre ella se sustentaban. Es la nación misma que establece las bases sobre las que ha de desarrollarse y proyectarse el porvenir.

Sería inmoral entonces de nuestra parte, desentendernos de esta realidad, pronunciarles con las más bellas y sugestivas de las palabras, a quienes dieron origen e iniciaron la triada de nuestras revoluciones, de manera particular a Morelos, quien la nutriera de esencia, en este CCXXI aniversario de su natalicio, si no encontráramos y trajéramos hasta nuestro tiempo su ejemplo, su enseñanza y su mandato.

No podemos hablar ahora de Morelos sin advertir cuáles de sus objetivos se han alcanzado, qué ha quedado cubierto ya en el camino de la historia, y qué tareas siguen golpeando en nuestro corazón y en nuestro sentimiento, angustiados de que no se hayan cumplido todavía a pesar del tiempo transcurrido.

Bien está dejar constancia, como lo hiciera destacar en ocasión pasada mi camarada de partido, el diputado Martín Tavira Urióstegui, acerca de las razones por las cuales parte de los planteamientos geniales de Morelos se han hecho realidad y otros están muy alejados todavía, no sólo de su cumplimiento, sino del combate firme e intransigente de los mexicanos de nuestro tiempo para hacerlos vigentes.

Mi compañero Tavira Urióstegui dijo en su intervención del 21 de diciembre del año pasado, en ocasión de la sesión solemne que esta honorable Cámara dedicara a la memoria de Morelos, que la Constitución de Apatzingán, con todas las cualidades que tiene, no reflejó en toda su magnitud las más altas ideas sociales de Morelos. Cotéjense -dijo- los Sentimientos de la Nación con la carta de 1814 y se verán las diferencias. Son las mismas divergencias -expresó con acierto- entre la corriente democrático popular de Morelos y la corriente liberal ilustrada de los diputados criollos que componían aquel cuerpo legislativo. Esta historia, señaló, se repitió en el Congreso Constituyente de 1856-1857 y en el de Querétaro de 1916-1917. Concluyó señalando que es la lógica de las contradicciones sociales y la lógica de la batalla de las ideas aun dentro de un mismo caudal revolucionario.

Por esa razón -digo yo, señoras y señores diputados- las fuerzas avanzadas en cada etapa de la historia toman las ideas esencialmente revolucionarias de sus antecesores, para desarrollarlas y seguir construyendo lo nuevo en cada etapa. Y es por eso también, que en cada momento quedan en evidencia aquellos que hablando del pasado, sólo se quedan con las anécdotas y los hechos intrascendentes para justificar con palabras el abandono de los principios y de los objetivos históricos por los que el pueblo ha luchado.

Sin Hidalgo, no podríamos explicarnos la figura y personalidad de Morelos con su obra genial, y sin ambos no podríamos entender la monumental y trascendente obra de Juárez. Es evidente también, que sin la obra los hombres de la Independencia aunada a la de los de la Reforma, encabezados por el forjador de la República, el magnífico indio de Guelatao, Benito Juárez de la Revolución y el impulsor del México de las nacionalizaciones, el presidente Lázaro Cárdenas, porque todos ellos supieron responder e interpretar en su tiempo el curso que seguía, en su permanente proceso de ascenso el pueblo que les dio vida y que los forjó como sus guías en profunda imbricación dialéctica, el mismo pueblo que logró la Independencia, que implantó el liberalismo y que hoy construye el México de las nacionalizaciones, que constituye la etapa actual de su permanente movimiento revolucionario.

La terrible encrucijada en la que ahora se encuentra nuestra patria que amenaza con formas nuevas la independencia y la soberanía de la nación, con hacer llegar hasta nuestro suelo el incendio de las luchas de pueblos hermanos, que considerábamos ya superado al cubrir el tributo con la vida de decenas de miles de mexicanos y haber encontrado el camino propio para ascender hacia estados superiores de existencia, hace insoslayable la necesidad al rendir homenaje a nuestros héroes, de mirarnos en el espejo de nuestra propia historia para saber responder en nuestro presente en el mismo tono, con la misma voz que ellos lo hicieron en nuestro pasado.

Rectificar ahora, para eludir de la manera circunstancial, acomodándonos a ellas, las presiones y amenazas que nos vienen desde afuera, es dar la espalda a los constructores de nuestra historia; preferir las alabanzas y el reconocimiento del

exterior, a la lucha por moderar la opulencia y la indigencia, como lo ordenaba Morelos, es hacer nulos los sacrificios de millones de mexicanos que han combatido por lograr aquel objetivo más vigente que nunca; justificar con palabras que no dicen nada y aceptar sin castigarlos, que malos mexicanos, coludidos con funcionarios que pronto olvidaron su juramento de servir a la nación y defenderla hasta perder su propia vida, saquen de nuestro país la riqueza de todo el pueblo para depositarla en el exterior y obtener con ello beneficios ilegítimos, mientras se hunde en el sacrificio a quienes la produjeron, significa convertirse en cómplices de antinacionales y transformarse en verdugo de quienes les confiaron su destino.

En una palabra, no ubicarse todos los que tengan responsabilidad y obligación alguna en la tarea de la construcción de México, a la altura de los que siguieron a Morelos y a todos los hombres que hasta hoy han puesto por encima de sus propios intereses los de la nación entera, es ponerse conscientemente o no, al servicio de los que se empeñan en arrojarnos, arrebatándonos nuestra independencia y el ejercicio de nuestra soberanía.

Pretender borrar con subterfugios mil, el camino de la historia que nuestro pueblo ha trazado, avanzando primero por la senda de la Independencia, después por la del liberalismo y en los últimos decenios por la de las nacionalizaciones, que amplió y fortaleció cada vez más al sector estatal de la economía, significa debilitar su propia defensa frente al imperialismo y los enemigos de México, entregar sus propias armas y ceder ante los mandatos que vienen desde afuera.

Sin comprender bien todo esto, no es posible resolver con acierto esta encrucijada que nos toca vivir.

No debemos dejarnos engañar, porque no es posible, como dicen los que afirman conocer de las ciencias sociales, hacer un proyecto nuevo para un México nuevo, porque este ni se puede inventar, ni se puede traer al exterior.

El México nuevo por el que todas las fuerzas democráticas y patrióticas de dentro y fuera del poder público, luchan con vehemencia, debe ser un México que hunda cada vez más sus raíces en la historia que tiene que forjarse con los mismos sacrificios que convirtieron a Morelos en gigante, a Juárez en gigante y a Cárdenas en gigante.

Ese que llaman proyecto de México nuevo, señoras y señores diputados, no puede surgir del Fondo Monetario Internacional, ni de los grandes banqueros que pretenden imponernos un neoliberalismo con una economía de mercado para hacernos regresar, en México a una etapa ya muchas veces superada, porque ellos -señoras y señores diputados- desconocen y desprecian nuestro luminoso pasado histórico.

El México nuevo, lo hemos de construir nosotros todos, y que nuestros enemigos lo sepan, será sobre la base del pensamiento, la acción y la obra indestructible de los hombres que forjaron nuestra historia, entre los que destaca como singular gigante del pensamiento y la acción, el insigne José María Morelos y Pavón, a quien hoy rendimos fervoroso homenaje. Muchas gracias.

El C. presidente: -Tiene la palabra el diputado Carlos Barrera Auld.

El C. Carlos Barrera Auld: -Con su permiso señor presidente; señoras y señores diputados: esta mañana recordamos un aniversario más del natalicio de don José María Morelos y Pavón, el caudillo de la Independencia que supo también ser el patriota sereno tanto en los triunfos como en la derrota.

Para aquilatarlo con la verdadera justicia, es preciso hablar de su extraordinaria calidad humana y de su sencillez y denuedo hasta alcanzar un sitio entre los héroes que figuran en el altar de la Patria.

Don José María Morelos y Pavón nació en la ciudad de Valladolid (hoy Morelia), el 30 de septiembre de 1765. Su padre fue el señor don Manuel Morelos, que ejercía el oficio de carpintero y su madre doña Juana Pavón, hija de un maestro de escuela.

Hay quienes aseguran que Morelos nació en el rancho llamado Tahuejo en las inmediaciones del pueblo de Apatzingán. Entre los que aseguran esto, está don José María Luis Mora, pero en la colección de documentos de Morelos que hizo en el año de 1927 el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, en la página 11 del primer tomo se encuentra la fe de bautismo que nos fija la fecha de su nacimiento y del lugar Valladolid, en donde fue bautizado.

La infancia de Morelos transcurrió dentro de grandes privaciones y sufrimientos que le hicieron formarse un criterio amplio, sobre los problemas que afectaban al país y aún más a la clase humilde que fue objeto de su más cara preocupación.

Al morir su padre, la madre se vio en la necesidad de buscar el diario sustento para su desamparada familia; como la carga era demasiada pesada para soportarla ella sola, decidió que el joven José María fuese a trabajar con su tío Felipe, hermano de su padre, que poseía una recua de trajín, entre México y Acapulco.

Hasta la edad de treinta años héroe se dedico a la arriería, sin adquirir hasta entonces instrucción

alguna, pero si aprendió al dedillo la topografía del terreno, que más tarde habría de serle tan útil en el movimiento insurgente.

Al cumplir los treinta años, ingreso al colegio de San Nicolás, de Valladolid, del que era rector el cura don Miguel Hidalgo y Costilla. Estudió sin distinguirse mucho hasta 1799, año en que se ordenó sacerdote, pasando después a los curatos de Churumuco y la Huacana. Más tarde ganó unas oposiciones para el cargo de juez eclesiástico de Nucupétaro y del curato de Carácuaro. A él se debió la construcción de la iglesia de ese lugar que supervisó personalmente.

En el año de 1801, deseoso de que su familia habitara una humilde casa, compró una en Valladolid, que tuvo que vender más tarde para atender las necesidades apremiantes de los soldados que lo acompañaban los primeros días de la guerra.

Quintana Roo, quien fungió como su secretario, al hablar de Morelos, nos lo describe de la siguiente manera: "...Era el generalísimo de elevada estatura, color moreno, ojos obscuros y ceja muy poblada y junta; de aspecto grave, ceñudo, impasible y con una mirada penetrante y profunda, astuto, reservado, de carácter moderado, le caracterizaba el usar constantemente un pañuelo blanco en la cabeza para evitar, -según decía-, los frecuentes dolores que el contacto del aire le producían..."

El curato de Carácuaro, donde permaneció hasta que le sorprendió la guerra de Independencia, puede decirse que por su insalubridad era en sí un verdadero destierro, que el cura Morelos lo soportaba por el cariño que a la gente humilde tenía y su deseo ardiente de servirles. "Cuando las fuerzas insurgentes entraron en Valladolid y a la cabeza de ellas el cura Hidalgo, Morelos accidentalmente se encontraba en la ciudad en donde sirvió provisionalmente como capellán de las fuerzas independientes, para lo cual había obtenido un permiso del gobernador de la Mitra, Escandón; allí mismo se presentó a Hidalgo, pero este se rehusó a recibir a un hombre obscuro que nadie conocía y que poco o nada al parecer podía ofrecer a los insurgentes", sostiene el historiador Chavarri.

Pues bien, en el pueblo de Indaparapeo dio alcance el cura Morelos a las fuerzas insurgentes, y se le presentó a Hidalgo, que en esta ocasión lo recibió afable en el momento en que se encontraba comiendo junto con Allende y el doctor Castañeda, quienes lo invitaron a comer.

Allí mismos Morelos le expuso a Hidalgo sus deseos de continuar con las fuerzas insurgentes, aunque fuera en última instancia como capellán de sus tropas, a lo cual Hidalgo pidiendo papel y pluma le dijo: "Ahí tenéis vuestro nombramiento".

Recibió Morelos de parte del cura Hidalgo su nombramiento de coronel del sur, con instrucciones verbales a tomar Acapulco y hacer la guerra en toda la parte del sur del territorio de Nueva España. En el acto se despidió Morelos y desde ese día se lanzó a la lucha con las instrucciones que le habían dado, dos fieles criados, una escopeta y dos pistolas de arzón. Estos fueron humildes principios del que más tarde llegaría a ser el más temible insurgente y el más apto estadista que se conoció durante la guerra de Independencia.

De los primeros pasos que dio Morelos después de la junta con Hidalgo, don Carlos María Bustamante, en su cuadro histórico, carta primera referente a Morelos, nos dice lo siguiente: "...Salió de Carácuaro; vino por el pueblo de Chamácuaro y pasó de río grande en balsa, con dos criados, una escopeta de dos cañones y un par de trabucos. De allí pasó al pueblo de Coahuayutla, donde se le reunió don Rafael Valdovinos con unos cuantos hombres, después al pueblo de Petatlán, ahí encontraron 50 fusiles mohosos y casi inútiles y otras tantas lanzas pertenecientes a las compañías milicianas del pueblo; su capitán comandante don Gregorio Valdeoliva, se hallaba ausente en México; pero uno de sus sargentos de nombre Bautista Cortés le hizo entrega de este armamento. Pasó de allí a la hacienda de San Luis Petatlán de los Soberanos. El comandante de Tecpan don Juan Antonio Fuentes, el cual tenía reunida una compañía y aguardaba a Morelos en el paso del río de dicho pueblo Tecpan. Más se abstuvo de atacarlo porque receló de los Galeana (don Juan José y don Antonio) oficiales de aquella comarca y de aquel punto marchó a Tecpan, pueblo de los más grandes de la costa, donde se le reunieron los Galeana, personas tan honradas como valientes y que en lo sucesivo, así como los Bravo merecieron su aprecio y confianza, y también don Ignacio Ayala. Dátase esta época fausta para aquella revolución el 7 de noviembre de 1810, día de la batalla de Aculco..."

La historia habla de todos sus triunfos militares y políticos y no habré de detenerme en ellos, porque están en la conciencia de todos los mexicanos.

Fue el hombre que dio ejemplo de disciplina y obediencia a las leyes. Fue grande en el manejo de las armas y en la creación de una Constitución como norma suprema.

Su estatura se mide por su máxima aspiración: ser únicamente el "Siervo de la Nación".

Señoras y señores diputados, con estas palabras sencillas el Partido Demócrata Mexicano hace

patente su admiración y respeto a uno de los más grandes héroes de nuestra Independencia. Muchas gracias por su atención.

El C. presidente: -Tiene la palabra el señor diputado Jaime Castellanos Franco.

El C. Jaime Castellanos Franco: -Señor presidente; compañeros diputados: la fracción parlamentaria del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, se propone con pasión convencida de exhaltar la memoria de una de nuestros héroes que luchó en el campo de las ideas y la acción política y que llegó hasta el sacrificio de su propia vida, en su afán de conquistar y establecer un régimen más justo en todos los aspectos de la convivencia.

Me refiero precisamente al héroe indiscutible de nuestra historia mexicana, don José María Morelos y Pavón, que en un día como hay 30 de septiembre de 1765 naciera en Valladolid de la Nueva España. Hablar de su temperamento, carácter, virtudes, afectos y hacer resaltar sus sentimientos e ideas, desde luego que no es tarea fácil ya que la grandeza de su personalidad comprende complejos y variados aspectos, por lo que concretamente detallaremos la magnitud de sus empresas militares y la prodigiosa actividad que produjo en el medio y en la época en que le tocó vivir, así como la trascendencia y permanencia de sus ideas en el devenir de México independiente hacia la consecución de sus ideales de mejoramiento social.

Es preciso señalar que el marco geográfico es de influencia decisiva en la personalidad del individuo y es en la infancia cuando las primeras impresiones recibidas persisten en el subconsciente para toda la vida, por lo que no cabe duda que la visión del paisaje variado y pletórico de fuerzas y lozanía, exuberante y majestuoso, combinado con la belleza y alegría de la risueña ciudad de Valladolid alimentaran el espíritu del niño José María de un optimismo sano y realista, que se manifestó con toda normalidad durante su vida y que propició una aspiración ilimitada hacia el amor por la libertad.

En la personalidad del niño Morelos actuaron fuerzas ambientales como; clima de sus primeros años, pero en su perfil psicológico, pensaron también en la herencia, la raza y la clase social a que pertenecieron sus padres.

Durante los primeros años de su infancia vivió Morelos en compañía de sus padres en la hacienda de Sidurto, cercana a Valladolid. En esta etapa de su vida el pequeño vivió tranquilo, asegurada en cierta forma la subsistencia y bajo los afectos cariñosos de sus padres, el modesto carpintero don Manuel, la buena y abnegada doña Juana y en compañía de sus hermanos menores María Antonia y Nicolás. Sin embargo, transcurridos unos cuantos años de su niñez y cuando apenas había aprendido a leer y escribir, murió su padre. El ambiente de afecto y de seguridad moral y material, quedó destruido. La atribulada madre en el más completo abandono, tuvo que confiar el huérfano al cuidado del tío Felipe Morelos, quien, de acuerdo con sus posibilidades económicas y su posición social, no encontró más acomodo para el niño que la ocupación de cuidar unas vacas.

Este cambio tan rápido fue quizá la coyuntura entre la infancia y la pubertad, que le hizo crecer más físicamente y que le dieron a entender los valores prácticos de las cosas y su importancia positiva, cobraban para él fuerza enorme que indudablemente contribuyó a dar a su carácter la consistencia enérgica que lo iba a distinguir, convertido en arriero aprendió materialmente, con todos sus sentidos, la geografía de gran parte del país, ensanchó sin cesar su horizonte con los panoramas, montes y arroyos, arboledas, sementeras y cañadas, ríos, etcétera.

Así su vida fue el paisaje del sur, los riscos, los montes que sueñan en abismos y pueblan horizontes. Por mucho tiempo permanencia lejos del hogar, así aprendió también a ser jinete hábil e incansable y vigoroso domador de caballos. De esa actividad Morelos en la primera y mayor parte de su vida, le quedó una señal que tenía en la nariz, efecto de un golpe que se dio contra la rama de un árbol siguiendo con su caballo a un toro.

De ese modo, forjando su recia personalidad, en comunión constante y directa con las fuerzas de la naturaleza en las duras labores del campo y los viajes continuos, no solamente endurecieron la recia musculatura, sino templaron el carácter para la lucha y lo hicieron resistente e indomable.

En el joven José María Morelos, a los veinte años debieron asomar los sentimientos amorosos, normal de un muchacho robusto y sano, no podría sustraerse al llamado imperioso del fuego de la juventud, el temperamento varonil, el disfrute de la completa libertad, el clima caliente, la belleza de las muchachas de la región, todo se complementaba para que el alma de Morelos se abriera en floración amorosa.

En 1790 empiezan sus planes de superación, siendo a fines de 1791 cuando decide ingresar en el famoso colegio de San Nicolás de Valladolid, en los días en que don Miguel Hidalgo renunciaba al puesto de rector de ese colegio y es a principios de 1792 cuando logra inscribirse como estudiante "capense". Realiza sus primeros estudios de gramática latina y retórica, de filosofía y los de moral en 1794-1795, cursando en seguida la cátedra de teología moral con calificaciones, pasando a la Universidad de México a recibir el grado de bachiller en artes.

De 1795 a 1797, prosiguió sus estudios alternándolos con tareas educativas para poder subvenir a sus gastos, poco después Morelos desempeño funciones de preceptor clérigo diácono; en esas condiciones transcurrieron los años de 1796 y 1797y a principios de 1798 se ordenó presbítero, que le permitió celebrar misas, confesar y predicar en el curato de Uruapan, es así como el cura Morelos se dirige, con decisión y energía, al cumplimento del que cree su destino, pero allá lo aguardaba, sin que él pueda presentarlo, el momento de la transfiguración.

Así transcurrieron algunos años llenos de penalidades, con debilidades y caídas que pusieron a prueba la vocación de Morelos, cuando surgieron acontecimientos que conmocionaron al mundo: la independencia de Estados Unidos, la Revolución francesa y la invasión napoleónica en España; acontecimientos que repercutieron en la Nueva España, surgiendo los primeros intentos de independencia, siendo sus precursores don Miguel Hidalgo quien prende la marcha por la Independencia. el cura Morelos se entera.

Enterado don José María Morelos no lo piensa un sólo momento más, el día 19 de octubre sale al encuentro de su destino después de recorrer alrededor de 100 Km. pasó por Tacámbaro y alcanzó al cura Hidalgo en el pequeño pueblo de Charo, donde tuvo lugar y con toda formalidad, la trascendental y famosa entrevista entre los insignes caudillos de nuestra Independencia.

Desde este momento operase un notable cambio en la personalidad de Morelos. Ya no es el cura que suplica humilde y solícito; ahora surge de pronto el hombre que ordena con imperio, que habla como quien de mucho tiempo atrás tiene costumbre de mandar y ser obedecido. Es la verdadera personalidad que rompe las barreras, derrumba inhibiciones y surge esplendorosa en toda su vigorosa autenticidad.

Don José María Morelos y Pavón, a partir del día 22 de octubre de 1810 cambia las severas prendas de sacerdote por atavíos del caudillo insurgente, deja de ser tranquilo pastor de almas para transformarse en enérgico conductor de combatientes multitudes, convirtiéndose en el hombre de acción, quien venciendo los obstáculos, atravesó los ríos, escaló montañas, y cruzó valles y llanuras interminables, bordeó los abismos y los acantilados de las sierras y desplegó como ninguna otra figura de nuestra historia, una prodigiosa actividad, para pasear sus armas victoriosas en gran parte del territorio nacional.

Como caudillo militar, es preciso señalar que en un lapso de tres años participó como jefe supremo de los insurgentes en treinta y seis combates de importancia, casi siempre peleando contra los más distinguidos jefes realistas y resultó vencedor de veinticinco de esas acciones bélicas, causando al Gobierno virreinal graves preocupaciones políticas e importante pérdidas económicas y materiales.

Se le considera con plena razón, el indiscutible genio militar. Fue Morelos a no dudarlo el de más temple y de mayor capacidad estratégica que produjo el movimiento de Independencia. No fue un frío técnico de la guerra ni un genio con preparación académica como Napoleón; sino un intuitivo genial que captaba con rapidez los problemas militares, planeaba con astucia y habilidad los movimientos y ejecutaba con valor, rapidez, precisión e inteligencia el ataque definitivo por la hábil retirada.

En los momentos críticos de los combates la personalidad del jefe siempre al frente de sus soldados, era avasalladora, su voz de trueno se imponía sobre el ruido de la fusilería. Los gritos de los combatientes sobre el fragoroso tronar de los cañones y su ejemplo siempre más valiente, temerario, contagiaba de frenesí a los que le seguían.

Sin elementos de ningún género, cuando comenzó sus campañas supo hacerse de ellos, arrebatándolos al enemigo; inclusive, un buen número de soldados que voluntariamente se pasaron al bando insurgente atraídos por la creciente fama del nuevo jefe. Morelos, el hombre infatigable cuyos rasgos más salientes de su personalidad fue su prodigiosa capacidad para la acción como lo demostró en sus campañas militares y que sería largo y difícil describir en este momento, pero que consideró que su esfuerzo como militar estaba concluido en lo principal y creyendo también que la guerra, cuya misión se limitaba a ablandar, dividir y aniquilar al enemigo y destruir los obstáculos que se oponen al triunfo de los ideales. Era solamente un medio y por lo tanto, no debía circunscribirse y agotarse en los medios sino alcanzar otro tipo de luchas en el fin propuesto, la meta señalada; la Independencia de México.

Después de estos brillantes acontecimientos, pensó Morelos que lo primero que habría que hacerse era crear un organismo director y coordinador, y utilizando su ascendiente y su prestigio eminentísimo, en diciembre de 1812 propuso la celebración de un congreso que fuera el representante de la soberanía, centro de gobierno y depositario de la suprema autoridad. Para la celebración de este congreso, Morelos eligió la población de Chilpancingo.

El gran caudillo y legislador que fue Morelos designó como diputados de las distintas provincias que podían estar representadas a los capitanes generales, que defendían la causa de la Independencia.

Como fruto esencial del congreso debía elaborarse una constitución y en efecto, en ese Congreso de Chilpancingo habría de salir más tarde la primera Constitución Mexicana o la de Apatzingán que con posterioridad, el 22 de octubre de 1814 fue promulgada.

El Congreso de Chilpancingo y la Constitución de Apatzingán vinieron así a ser producto de la iniciativa de Morelos y en gran parte obra personal suya, plasmando en ella los Sentimientos de la Nación, consistentes en 23 puntos que son la confirmación de las ideas sociales y políticas de nuestro héroe.

La idea de la soberanía del pueblo, de los derechos naturales como la libertad política y la igualdad de todos los hombres, diferenciados únicamente por el vicio o la virtud; la tesis de la división de poderes como límites a la arbitrariedad, fueron ideas claras, sentidas y redactadas para ajustarse a las necesidades de México, por el genial hombre que fue Morelos. Estos veintitrés puntos propuestos por Morelos al congreso, son una verdadera síntesis de las más avanzadas teorías políticas y sociales de su época.

Es admirable como un hombre como Morelos, de una cultura apenas mediana, hubiera podido asimilar con tal rapidez, profundidad y exactitud y en las condiciones apremiantes y adversas de una basta y dificilísima campaña militar en pleno empuje, ese concepto tan sólido de la doctrina política.

Por todo esto compañeros diputados, la fracción parlamentaria del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, rinde homenaje de reconocimiento, admiración y respeto a nuestro genial héroe que fue Morelos y los invito a que hagamos acto de conciencia para que agudizando nuestra capacidad, tratemos de penetrar hondamente en las raíces de los problemas políticos, económicos y sociales que aqueja a nuestra patria, para encontrar las soluciones del más sano realismo. Muchas gracias. (Aplausos.)

El C. presidente: -Tiene la palabra el señor diputado Efraín Calvo Zarco.

El C. Efraín Calvo Zarco: -Señor presidente; señoras y señores diputados: hemos tomado la palabra a nombre de las fracciones parlamentarias del Partido Mexicano de los Trabajadores y del Partido Revolucionario Institucional, para hacer una breve reflexión sobre las ideas revolucionarias de José María Morelos.

En octubre 14 de 1810, desde el poblado de Carácuaro, José María Morelos le escribía a su cuñado Cervantes: "Todas las obtenciones tengo fiadas, sin poderlas cobrar por el hambre que hubo aquí este año. Yo hubo día que comí con sólo elotes, pero cuando mediecitos me caen estoy comprando maíz para no pasar otra; y estoy poniendo cría de puercos para el fin de engordas, porque en este año ni a veinte pesos se hallaba un cerdo gordo".

Unos cuantos días después, el 21 de octubre, en Valladolid avisaba que: "se pasaba con violencia a correr las tierras calientes del sur" por comisión del excelentísimo señor don Miguel Hidalgo. Ya en noviembre primero, Morelos hablaba de lo grande de la empresa en que se habían empeñado pues su consecuencia sería "ponernos en posesión de la tierra y libertad". ¿Quién puede dudar que esta frase es el antecedente fundamental no sólo del célebre decreto, fechado en noviembre 17 en El Aguacatillo, sino del más famoso escrito de septiembre de 1813, conocido como "Sentimientos de la Nación?"

Dice Carlos Herrejón en la introducción a su hermosa y extraordinaria antología documental: "el 20 de octubre de ese año (1810), Morelos se presentó a sus órdenes (del señor Hidalgo) y le fue dada la misión de liberar el sur de la Nueva España. El papel de Morelos en la insurgencia tomó como primera guía las instrucciones de Hidalgo, pero la personalidad del cura de Carácuaro imprimiría al movimiento un sello inconfundible. Ahí se adivina el ingenio práctico del carpintero de Valladolid y del labrador de Tahuejo. Ahí se echa de ver el tesón irreductible de Juana Pavón, ahí se trasluce la disciplina del colegial Valladolid, la fe del cristiano y los cálculos del negociante, ahí continúa el liderazgo con energía y sentido del humor, ahí finalmente, se proyectan las luces y sombras que había recogido Morelos hasta 1810".

Ya otros han examinado con mayor sapiencia y profundidad el bando de la supresión de castas o la primera reconvención a los criollos que militan en las filas realistas, donde expresa que ya no hay España porque el francés está apoderado de ella y ya no hay Fernando VII, porque él o se quiso ir a su casa de Borbón a Francia y entonces no estamos obligados a reconocerlo por rey, o lo llevaron a la fuerza y entonces ya no existe. Y más todavía: "Y aunque estuviera -dice Morelos- a un reino conquistado le es lícito reconquistarse y a un reino obediente le es lícito no obedecer a su rey cuando es gravoso en sus leyes, que se hacen insoportables, como las que de día en día nos iban recargando en este reino los malditos gachupines arbitristas".

No pretendamos hoy comentar como se merece la satírica carta a Calleja o la bellísima comunicación a Rayón sobre el nombramiento de Mariano Matamoros como su segundo, o la enérgica carta a Valerio Trujano para que reprima la rapiña. Otros mejores que nosotros han explicado la carta de Morelos a Rayón reclamándole su actitud y

donde comenta que él no se vale de la prepotencia de las bayonetas porque "éstas las hace desaparecer un revés de fortuna y por lo mismo, jamás se ha llenado la cabeza de viento" y señala que se tendrá por muy honrado con el epíteto de humilde Siervo de la Nación.

No tratemos hoy del discurso pronunciado en septiembre 14 en Chilpancingo en la apertura del Congreso, necesario complemento a el acta de fundación de nuestra República y síntesis de nuestras aspiraciones libertarias, objetivos todavía a conquistar a más de 175 años de distancia. No hablemos pues del jefe militar, con mando de tropas y en plena batalla insurgente. Mencionemos con prudencia y mesura las palabras del derrotado. Entendamos, haciendo un esfuerzo de inteligencia, al derrotado por una circunstancia que se enfrenta a las autoridades del santo oficio que responde, como era de esperarse, a los dictados políticos de los jefes militares y y políticos realistas, Jefes que sabían de que se trataba y de su enorme suerte como vencedores del momento; como lo testimonia Félix María Calleja en carta al ministro de Indias fechada el 30 de noviembre de 1915. Apenas veinticinco días después de la captura de Morelos. Calleja afirma: "es preciso repetir la sensible pero infalible verdad de que estos habitantes, cuyas clases en general están decididas por la independencia, se declararon a favor de ella y se esforzarán por alcanzarla tan pronto como se les presente la oportunidad".

Escuchemos con respeto al habilidoso prisionero del santo oficio.

El 24 de noviembre de 1815, don José María Morelos y Pavón responde puntualmente a la acusación del organismo eclesiástico y dice que se creyó más obligado a seguir el partido de la independencia, que seguir en el curato porque el cura Hidalgo, que fue su rector, le dijo que la causa era justa; que aunque supo de los edictos, no se tuvo por excomulgado ni incursó en sus penas porque se dijo que eran puestas porque el santo oficio y los obispos estaban oprimidos por el gobierno y este dirigido por Napoleón, que tenía los homicidios por justos y lo mismo la guerra; que es cierto que contó en mucha parte con su sacerdocio, con la adhesión del pueblo a los sacerdotes, con persuadirles que la guerra tocaba algo de religión, porque trataban los europeos que gobernasen aquí los franceses, teniendo a estos por contaminados en herejía, aunque siempre contó con la justicia de la causa, en que había entrado aunque no hubiera sido sacerdote; que en cuanto a las ideas ridículas de que le se pregunta nada sabe; que contra el rey ha dicho él y sus compañeros que o no viene o viene con órdenes de Napoleón; que el número de los degollados en la Quebrada, a donde los condujo Galeana no fueron más de ciento y pico y que a ninguno quito la vida sin sacramento; que frente a los edictos del santo oficio le pareció que en casos extraordinarios no regían esas leyes; que concurrió a la Constitución, dando algunos números del espectador sevillano y de la Constitución española, y también firmándola como vocal del gobierno, pero no por eso la defiende.

Al día siguiente 25 de noviembre, dijo que creyó el asunto de independencia puramente político no de religión, que juró y mandó jurar el decreto constitucional de 22 de octubre de 1814, pero que ahora reconoce los errores que se le indican; que como la Constitución se leyó en un día precipitadamente, no tuvo tiempo para reflejar en ella pero confiesa que la juró y mandó jurar y lo que puede decir es que al confesante siempre le pareció mal, por impracticable y no por otra cosa, pero que ahora conoce y confiesa los errores que contiene, que es verdad que enseño el arte de robar por principios y de establecer y dogmatizar por virtudes los crímenes más nefastos y creía que era lícito porque veía que sus contrarios hacían lo mismo y no se juzgaba ni él, ni sus cómplices por de menos condición, que en casos extraordinarios como este podía asistir a los matrimonios válida y lícitamente la persona de más excepción que se hallase presente aunque no fuera sacerdote ni eclesiástico, que entró en la insurrección no haciendo reflexión en lo que contiene el cargo y llevado de la opinión de su maestro Hidalgo; que no ha aspirado a erigirse árbitro de América ni quería admitir el tratamiento de alteza serenísima que le daban, suplicando que más bien le dijeran Siervo de la Nación; que confiesa que de su ascendencia sabe lo que ha dicho y que su padre era un honrado menestral en el oficio de carpintero y el padre de su madre, tenía escuela en Valladolid y que sus costumbres no han sido edificantes pero tampoco escandalosas, que no ha sido su intención ocultar la verdad y sólo le queda el escrúpulo de que sólo ha declarado dos hijos, teniendo tres, pues tiene una niña de edad de seis años, que se halla en Necupétaro y que esto es la verdad por el juramento que tiene hecho.

Morelos en la derrota, muestra su grandeza de una manera todavía más nítida y más clara. Ese Morelos que hoy reivindicamos, ese Morelos cuyos pensamientos y tareas, todavía no se cumplen en nuestro país. Ese Morelos que señala con un parlamentarismo que poco tiene que ver con nuestra realidad; ese Morelos que lucha por las causas justas y que declarara contra la tortura y prácticas que hoy todavía en nuestro país padecemos.

Ese es el Morelos que tenemos que seguir, es el Morelos que tenemos todavía, en frente, es el Morelos que tenemos que reivindicar. Muchas gracias.

ACTA

El C. secretario Elíseo Rodríguez Ramírez: - Señor presidente, se va a dar lectura al acta de esta sesión.

«Acta de la sesión solemne de la Cámara de Diputados de la Quincuagésima Tercera Legislatura del H. Congreso de la Unión, celebrada el día treinta de septiembre de mil novecientos ochenta y seis.

Presidencia del C. Nicolás Reynés Berezaluce

En la ciudad de México, a las once horas y treinta minutos del martes treinta de septiembre de mil novecientos ochenta y seis, con asistencia de doscientos ochenta y cinco ciudadanos diputados, la presidencia declara abierta la sesión solemne que tiene por objeto rendir homenaje al generalísimo José María Morelos y Pavón, en ocasión del CCXXI aniversario de su natalicio.

La presidencia ruega al C. diputado Elíseo Mendoza Berrueto, Presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, y a la comisión especial designada para el efecto de recoger el Lábaro Patrio que a instancias del presidente de la Gran Comisión de esta Cámara elaboró la Secretaría de la Defensa Nacional, la introduzcan al recinto parlamentario.

Puestos todos los presentes de pie, la comisión cumple con su cometido.

La C. diputada Guadalupe López Bretón dirige palabras alusivas en homenaje al pabellón nacional.

Acto seguido hace uso de la palabra para conmemorar el CCXXI aniversario del natalicio de don José María Morelos y Pavón, los CC. Janitzio Múgica Rodríguez Cabo, del Partido Revolucionario Institucional; Jorge Eugenio Ortíz Gallegos, del Partido Acción Nacional; José Camilo Valenzuela, del Partido Socialista Unificado de México; Beatríz Gallardo Macías, del Partido Socialista de los Trabajadores; Gabriela Guerrero Oliveros, del Partido Popular Socialista; Carlos Barrera Auld, del Partido Demócrata Mexicano; Jaime Castellanos Franco, del Partido Autentico de la Revolución Mexicana y Efraín Calvo Zarco por las fracciones parlamentarias del Partido Mexicano de los Trabajadores y del Partido Revolucionario de los Trabajadores.

Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba... Aprobada señor presidente.

El C. presidente (a las 14:00 horas): -Se levanta la sesión solemne.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y

DIARIO DE DEBATES