Legislatura LV - Año III - Período Ordinario - Fecha 19931222 - Número de Diario 28

(L55A3P1oN028F19931222.xml)Núm. Diario: 28

ENCABEZADO

LV LEGISLATURA

PODER LEGISLATIVO FEDERAL

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Correspondiente al Primer Período del Tercer Año de Ejercicio

PRESIDENTE DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

Diputado Cuauhtémoc López Sánchez Coello

PALACIO LEGISLATIVO

DIRECTOR DEL DIARIO DE LOS DEBATES

Héctor de Antuñano y Lora

AÑO III México, D.F., miércoles 22 de diciembre de 1993 No. 28

SUMARIO

SESIÓN SOLEMNE

La edición especial de homenaje al Siervo de la Nación, generalísimo José María

Morelos y Pavón, se publica por separado.

Hacen uso de la palabra los diputados:

Martín Tavira Urióstegui

Yolanda Elizondo Maltos

Demetrio Hernández Pérez

Josafat Arquímides García Castro

Joaquín Martínez Castro

José María Téllez Rincón

Manuel Díaz Infante

Se levanta la sesión solemne.

DEBATE

Presidencia del diputado

Cuauhtémoc López Sánchez Coéllo

SESIÓN SOLEMNE

El Presidente (a las 14.37 horas):

En cumplimiento al punto de acuerdo aprobado en la sesión del 20 de diciembre, se inicia esta sesión para rendir homenaje por parte de esta Quincuagésima Quinta Legislatura, al héroe de la independencia: José María Morelos y Pavón.

Para tal efecto harán uso de la palabra los siguientes diputados:

Por el Partido Popular Socialista, el diputado Martín Tavira Urióstegui; por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, la diputada Yolanda Elizondo; por el Partido del Frente Cardenista, el diputado Demetrio Hernández Pérez; por el Partido de la Revolución Democrática, el diputado Arquímedes García Castro; por el Partido Acción Nacional, el diputado Joaquín Martínez Gallardo; por el Partido Revolucionario Institucional, el diputado Manuel Díaz Infante.

En consecuencia, tiene la palabra el diputado Martín Tavira Urióstegui.

El diputado Martín Tavira Urióstegui:

Señor Presidente; distinguidos legisladores:

Hace 178 años las fuerzas colonialistas que ahogaban en la esclavitud a nuestra patria, cegaron la vida de José María Morelos y Pavón, el genio político más grande de América Latina, como le llamara el escritor hondureño Rafael Eleodoro Valle.

Pero no pudieron asesinar el ejemplo, el pensamiento y los ideales de un hombre que simboliza la grandeza y la inmortalidad del pueblo mexicano.

Los grandes conductores son el fruto de las circunstancias históricas en que viven. Son hijos, muchas veces, de una realidad dramática, brutalmente construida para explotar a los hombres y saquear a los países. Por eso, las personalidades notables como Morelos llenan su cerebro con principios firmes que le sirven para demoler las murallas del estancamiento histórico.

El México que vivió Morelos, el México que vio nacer y crecer al distinguido vallisoletano, era un país sin unidad territorial, con regiones cerradas de autoconsumo, sin vínculos fáciles entre ellas; era un país sin economía común, sin mercado nacional; con ricas zonas mineras explotadas, por negociantes extranjeros; era un país sin comunidad de cultura, ya que sólo un breve grupo de españoles europeos era el beneficiario de la sabiduría; sin unidad lingüística, en donde la mayoría de la población activa hablaba sus lenguas bernáculas; era un país sustentado en un régimen feudal esclavista en donde la tierra se concentraba en unas cuantas manos, gimiendo la inmensa mayoría en las diversas formas del sometimiento, esclavitud típica y esclavitud típica. Era un país minero - agrícola atrasado con una industria rudimentaria y una producción artesanal sujeta a ordenanzas rígidas; sin libertad para desarrollar todas las ramas de la industria y de la agricultura y sin un comercio exterior e interior que pudiera desplegar todas sus potencialidades. La discriminación racial era uno de los signos más característicos de aquel poder extranjero que despreciaba y marginaba a los criollos, a las castas y a los indios.

Esa estructura del régimen colonial hizo que durante los tres siglos de sujeción surgiera, en diferentes regiones del país, una rebeldía incontenible que desembocó en la revolución de independencia de 1810.

Las múltiples contradicciones que se daban en aquella sociedad, dividida por abismo de desigualdad, provocaron el incendio general. Quienes conocieron aquél sencillo párroco de pueblo, practicando su ministerio en los pueblos inhóspitos de la tierra caliente, jamás pudieron imaginarse que tomara la tea incendiaria que Miguel Hidalgo y Costilla había de poner en sus manos en las entrevistas de Charo Indarapeo.

Pero es que un hombre como Morelos, ligado a los campesinos, con extraordinario talento natural, mozo de esperanzas, como le llamara su maestro Pisa, tenía que desplegar su genio callado, solo en aquellas circunstancias en que se trazaban nuevos caminos y se planteaban nuevas perspectivas.

Miguel Hidalgo y Costilla fue su maestro, no solo porque era el rector del Colegio de San Nicolás, cuando el ilustre vallisoletano realizó sus estudios, sino porque le mostró las rutas y las metas de la insurgencia. Sin la luz de Hidalgo, Morelos no hubiera sido lo que fue.

A los que recriminen a Hidalgo la anarquía que sembró durante la primera etapa de la guerra

de la independencia, hay que restregarles en los ojos la rica documentación que produjo el iniciador de la gesta. Quienes tienen ojos para ver y cerebro para pensar descubren todo un programa de contenido económico, social y político. Porque Hidalgo dirigía una verdadera revolución personal en la que irrumpieron las masas maltratadas por los dominadores. Fue un movimiento radicalmente distinto a los que llevaron a cabo las élites criollas de los países de sudamérica.

Aquí se trataba de quebrar la estructura colonial desde sus bases económicas y sociales. Abolir la esclavitud; quitar los tributos; emprender la reforma agraria, principalmente en favor de las comunidades indígenas y destruir todas las trabas que impedían la libre producción y el libre comercio.

Sólo era dable plantear una nueva superestructura jurídico política sobre nuevas bases. El Padre de la Patria, tenía concepciones muy claras de cómo construir un nuevo régimen político. Convocar a un Congreso elegido democráticamente, para que dictara leyes en función de las demandas sociales, instauración de un Gobierno dispuesto a atacar de frente a la pobreza, a difundir la cultura, a desarrollar la industria, a evitar el saqueo de nuestro dinero y hacer que las riquezas del país fueran para el disfrute de los nacionales.

Como dice el historiador Edmundo O'Gorman, no hay duda que fue él, Hidalgo, quien hirió de muerte al virreinato.

Con todo este legado, Morelos fue a las tierras del sur no sólo a propagar la Revolución, sino a ampliar los horizontes de la lucha en el combate militar, en los ideales y en el ideario.

El maestro tenía que engrandecerse al verse superado por el discípulo, como una generación se ve superada por la siguiente. El Caudillo del Sur amacizó el pensamiento social de Hidalgo con una lluvia de decretos por los diversos confines de lo que hoy son la tierra de Guerrero y Oaxaca. Pero comenzó a construir los cimientos del nuevo Estado mexicano, con su propia política interior y con sus principios de política, exterior.

La convocatoria del Congreso de Anáhuac, en 1813, es la expresión contundente de que estaba dispuesto a completar la obra que su maestro no había podido acabar.

La nueva nación tenía que darse una carta política para que la insurgencia proclamara ante el mundo, que el pueblo mexicano tenía la decisión no sólo de ser parte beligerante en una guerra, sino la sociedad misma que quiere organizarse y quiere hacer valer su derecho a la autodeterminación económica y política, en un mundo en que América Latina sea una comunidad de pueblos con su propia personalidad y no tierra de conquista y coloniaje.

En Los sentimientos de la nación, Morelos vertió sus ideas y sus ideales más preclaros. Como dice Vicente Lombardo Toledano, los puntos de este documento eran síntesis de 300 años de experiencia dolorosa del pueblo y los de carácter universal, ideales de la humanidad entera.

El genio del ilustre nicolaíta se puso en tensión y en movimiento para proclamar los principios fundamentales de la República: la soberanía del pueblo, la división del poder, la defensa permanente de la soberanía nacional frente a las ambiciones de los extranjeros, el imperio de la ley para elevar las condiciones de vida del pueblo trabajador en lo material y espiritual, el destierro de los fueros y los privilegios de las personas y de las corporaciones, la no intervención de los estados en la vida de los pueblos, el compromiso de que México no debe comprometerse en aventuras intervencionistas, en fin, un nuevo Estado fincado en una nueva sociedad, respetado en el concierto de todas las naciones del mundo.

Morelos y sus compañeros en las batallas militares y políticas, se esforzaron porque México saliera al escenario internacional y se entendiera la justicia de su causa.

La política internacional concebida por Morelos debía estar basada en principios y no en simples coyunturas para obtener apoyos. Cuando envió su primera misión diplomática a los Estados Unidos, encabezada por José Manuel de Herrera, remitió a los medios políticos de ese país el manifiesto intitulado: El supremo Congreso mexicano a todas las naciones, más conocido como el Manifiesto de Puruarán, en el que explicaba con tesis irrebatibles el proceso independentista de México y los fundamentos con que se estructuraría la nueva nación.

¡Es verdad que el decreto constitucional para la libertad de la América mexicana del 22 de octubre de 1814, no recogió los puntos de mayor contenido social de Los sentimientos de la nación, pero forjó los lineamientos esenciales de donde habían de arrancar las constituciones subsecuentes, la de 1824, la de 1857 y la Carta de Querétaro de 1917!

¡Hay historiadores que enaltecen al genio militar de Morelos, pero se atreven a criticar sus empeños por convocar y conducir a un Congreso Constituyente que debía expedir la Ley Suprema. Consideran que lo primordial era ganar la guerra y después hacer la obra política. Pero quienes torpemente ven así las cosas, olvidan que sin un plan de gobierno, sin el trazo de objetivos claros, sin la configuración de las relaciones sociales nuevas, sin principios que definan el rumbo, una revolución está en el aire, está perdida en los episodios circunstanciales!

Los insurgentes, principalmente Morelos, sabían bien que la causa de la independencia más temprano que tarde tendría su coronamiento. Lo urgente era decidir con bases firmes las últimas consecuencias de la lucha, consecuencias de los campos de la política, de la economía y del derecho. El mejor homenaje a Morelos, distinguidas diputadas, distinguidos diputados, afirmó Lombardo Toledano, es continuar su obra, enriquecerla, actualizarla, inspirarse en todo lo que ella tuvo y sigue teniendo, recordar a Morelos en los 178 aniversario de su muerte, es afirmar la fe inquebrantable en todas las fuerzas progresistas y patrióticas, para unirse con firmeza indestructible ante los peligros del exterior que, so pretexto de la internacionalización de la economía y de la regionalización del comercio, pretenden que se ponga en tela de juicio nuestro derecho de decidir nuestro camino de libertad, de independencia, de democracia y de soberanía.

Reflexionar sobre lo que fue y es José María Morelos y Pavón nos obliga a fijar nuestra mirada en el pueblo trabajador de México, autor de todos los bienes materiales y espirituales que produce nuestro país, hacerlo sujeto de las decisiones trascendentales, hacerlo motivo de nuestra pasión, de nuestros desvelos y de nuestros ímpetus de lucha para que sea un pueblo próspero, orgulloso de su cultura y enhiestos ante todos los embates; y termino con esas palabras del ilustre teziuteco: "Morelos desapareció físicamente, pero su pensamiento sigue joven y vigoroso, porque del hombre, lo único que no perecen son las ideas que contribuyen a elevarlo por encima de la miseria, del dolor y la desesperanza". Muchas gracias.

El Presidente:

Tiene la palabra la diputada Yolanda Elizondo Maltos.

La diputada Yolanda Elizondo Maltos:

Señor Presidente; compañeros diputados:

Mi primer recuerdo y mi primer encuentro contigo, Morelos, es tu rostro de plata troquelado en las monedas de un peso que mi padre me regalaba los domingos para ir y soñar al único cine de mi pueblo. Aparecías de perfil, de tres cuartos, en aquellas monedas de 1947 y 1948 y la famosísima morelos de 1949 leyenda numismática.

Después tu esfinge amonedada corrió la misma suerte, por las altibajas económicas de tu patria que hicieron que aquellas monedas de plata, casi puras, fueron perdiéndolas hasta desaparecer en años recientes junto a tu familiar figura.

Luego, las monedas se troquelaron más pequeñas y tú no volviste a aparecer, como si el mundo quisiese olvidarse de ti; curiosamente en el reverso de las monedas actuales, nuestra orgullosa águila se ha ido también empequeñeciendo, como obedeciendo a un oscuro presagio, el de ser devorada por otra águila más grande.

Son los últimos años de la Colonia, por los viejos caminos de México, un joven arriero transita, lleva una recua de mulas con mercadería que va de la costa a la tierra de él. Es un joven vigoroso, acostumbrado al trabajo, templado en el sol y en las inclemencias de su tierra; encarcelado en su pobreza y en su piel obscura. Hace poco perdió a su padre, curiosamente, también era un carpintero.

El Colegio de San Nicolás en Valladolid, abre sus puertas a aquél inquieto e inteligente joven que más por vocación de sacerdote, ingresa por hambre y desesperación. En 1797, logra consagrar sus manos como sacerdote, pero son manos de hombre, manos que sabrán empuñar la espada; manos que sabrán acariciar a las mujeres de su vida, manos que sabrán dar ternura a sus hijos. Quizá la iglesia perdió un sacerdote, pero la patria ganó un hombre.

Nunca pretendió él ser un santo. Nosotros tampoco vamos a deidificarlo, pero en los momentos más tristes y dolorosos de sus innumerables batallas, supo confortar a sus soldados, a sus amigos, a sus heridos, a su patria misma como un verdadero hombre de Dios.

Nunca fue Morelos discípulo de Hidalgo en el seminario, sin embargo el cura Hidalgo le da la encomienda de levantar las tropas en el sur y capturar el castillo de San Diego en Acapulco. En Indaparapeo, se despidieron para siempre los dos caudillos, al menos en esta realidad.

Un hombre de mediana edad, un arriero disfrazado de sacerdote, cabalga por los caminos del sur; es un hombre abrazado por las ideas independentistas, hay fiebre en su corazón y en su mirada. Su lucha comenzó con un criado, una escopeta y dos trabucos; comenzó una pequeña flama que fue creciendo como un vendaval hasta incendiar la costa del sur y el valle de México.

Llegaron a su ejército los valientes insurgentes como Matamoros, Guerrero, los Galeana, los Bravo, y el rayo del sur logró en unos cuantos meses desestabilizar al gobierno colonialista español. Aparece Calleja como la antítesis, el astuto realista con el cual Morelos liberará las más cruentas batallas. Al lado de Calleja, encontramos al virrey Venegas, representante del Rey de España, y como en Numancia y Troya, en Cuautla; Calleja cerca a Morelos por 73 días, en los cuales, diezmados, enfermos, y en medio de los actos de heroísmo más grandes de que se tenga memoria en México, Morelos abandona la plaza.

La heroica resistencia de los insurgentes en Cuautla, llevó la fama de Morelos al más alto grado de popularidad. Continúa la lucha y don Leonardo Bravo es hecho prisionero en la hacienda de San Gabriel; fue llevado a México, juzgado y condenado a muerte. Morelos propuso al Virrey el canje de don Leonardo por 800 prisioneros realistas, de los cuales más de la mitad eran españoles, pero no fue aceptado y se dio garrote al prisionero.

Morelos siguió su carrera victoriosa por Tehuacán, por Oaxaca, por Acapulco, por Tonalá. Ignacio López Rayón, presenta a Morelos un proyecto de Constitución que se parecía a la española de 1812, donde se reconocía a Fernando VII. Esto no fue del agrado de Morelos y decide entonces convocar a un congreso nacional en Chilpancingo. Entre sus diputados figuraban José Manuel de Herrera, López Rayón, Sixto Verduzco, José María Liceaga, el propio Morelos; suplentes como Carlos María Bustamante, José María Coss y Andrés Quintana Roo y también José María Murguía y Galardi.

El 14 de septiembre se instaló solemnemente el Congreso de Chilpancingo. El secretario de Morelos dio lectura a un escrito que éste se titulaba Sentimientos de la Nación, que contenía un verdadero programa político. En él se proponía la absoluta independencia de la nación, que se declarara la religión católica como única, que se estableciera la división de los poderes en Legislativo, Ejecutivo y Judicial; que se suprimiera por completo la esclavitud y la distinción de castas.

El citado documento es notable porque nos muestra cómo Morelos, a pesar de tener menor instrucción que otros caudillos insurgentes, fue el que mejor comprendió los problemas nacionales y se adelantaba en muchos aspectos a su tiempo histórico.

Una vez instalado el Congreso, eligió generalísimo y encargado del Poder Ejecutivo a Morelos, dándole el tratamiento de alteza, pero a él le incomodó y lo sustituyó con el de "Siervo de la Nación".

Morelos trata de tomar Valladolid con más de 6 mil hombres, pero la intervención del realista Llano hace que se retire a Chupio, donde reunió a los dispersos soldados y de ahí se dirigió a Puruarán, en donde se atrincheró, dejando en su lugar a Mariano Matamoros, donde resiste valerosamente con un solo cañón, pero las fuerzas de Llano logran la victoria realista, tomando como prisionero a Matamoros. Morelos ofrece un canje de 200 prisioneros del batallón de Asturias a cambio de la persona de Matamoros, pero Calleja recibió el mensaje dos días después de que Matamoros había sido fusilado en Valladolid. Cuando Morelos supo de la muerte de sus lugartenientes, sus amigos entrañables, exclamó: "Acabaron mis dos brazos, ya no soy nadie".

Calleja quiere aniquilar el Congreso, se traslada a la Asamblea a Apatzingán y ahí promulga Morelos la Constitución que había sido formulada el 22 de octubre de 1814. Aunque en esos momentos era un instrumento inútil, la Constitución mostraba el gran espíritu democrático de sus autores. Dicho documento titulado Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, donde el Poder Ejecutivo se depositaba en un triunvirato, cuyos miembros se turnarían anualmente.

Entre las prescripciones más notables de la Constitución de Apatzingán, se enumeran: la institución de la religión católica, la soberanía popular, el sufragio universal, la igualdad de todos los nacidos en la Nueva España, el reconocimiento de que la instrucción era necesaria para todos y debía ser favorecida por la sociedad.

Agustín de Iturbide se propone perseguir al Congreso y aprehender a sus miembros, de Ario a Puruarán, nuevamente Ario, luego a Huetamo, a Uruapan, de ahí a Tehuacán, hasta detenerse en Texmalaca.

Al tener noticias de estos movimientos, el Virrey comisiona al coronal Manuel de la Concha para

que siguiera sin descanso a Morelos. Salían los insurgentes de Texmalaca cuando llegaron los realistas, y el combate fue inevitable. Morelos pudo haber escapado pero procuró ante todo poner a salvo al gobierno que él mismo había creado y se preparó a resistir.

El combate se convirtió a poco rato en una sangrienta derrota para los insurgentes, sin embargo el Congreso histórico pudo salvarse. Entonces Morelos se vio obligado a escapar a pie, pero fue reconocido por Matías Carranco. Fue conducido a México para juzgarle militar y religiosamente. En todo el proceso el acusado actuó con gran entereza y veracidad, sin flaquear un sólo instante, dijo que al quedar prisionero Fernando VII en Francia, la Nueva España había recobrado su libertad, por ello los americanos al levantarse en armas sólo habían ejercido un derecho, que si había ordenado fusilamiento de españoles, había sido en represalias, que no consideraba válidas las excomuniones ni de los obispos ni de la inquisición y que las muertes, destrucción de propiedades y la ruina del país del que se le hacía cargo, eran los efectos naturales de toda revolución.

Desde que fue hecho prisionero, Morelos fue encadenado. En una carroza de cuatro caballos y con una fuerte escolta de dragones, fue llevado a Tlalpan. Ese mismo día, ya muy noche, fue trasladado a la ciudad de México, en donde fue puesto en prisión en la cárcel de la inquisición, en la Plaza de Santo Domingo. De ahí a la ciudadela, en donde se le siguió el proceso militar que lo sentenció a muerte.

El 22 de diciembre de 1815 en la madrugada, fue sacado de la ciudadela el Siervo de la Nación, acompañado únicamente del padre Salazar y un oficial.

El coronel Manuel de la Concha, quien mandaba las tropas, ordenó que el coche y la numerosa escolta de dragones se pusiera en marcha. Se le permitió al prisionero bajarse a rezar en la Villa de Guadalupe, y en donde por órdenes de De la Concha, que con el continuo trato de los últimos días le había cobrado gran respeto y afecto a Morelos, se le sirvió un frugal almuerzo. Sentado, mientras comía dijo Morelos: "Señor coronel De la Concha, me gusta la construcción de esta capilla, me recuerda la mía, la de Carácuaro. No hubiera permitido Dios que la hubiera usted dejado, contestó De la Concha. Señor coronel, cada criatura tiene una misión sobre la tierra; yo quería la independencia de mi patria y luché por ella. No me arrepiento de lo que he hecho por ese ideal. Mi conciencia no me acusa. Yo señor general, contestó De la Concha, soy un simple soldado y respeto el juicio de los hombres."

Continuaron el viaje y pasaron por Santa Clara hasta llegar hasta San Cristóbal Ecatepec, en donde De la Concha le preguntó: "¿Sabe usted señor General a qué hemos venido hasta aquí? Me lo imagino, a morir, pero antes amigos e hijos míos, fumaremos un puro, pues es mi costumbre después de comer", y lo dijo con tanta calma que los oficiales estuvieron a punto de llorar.

Después entró la escolta que lo había de conducir al patíbulo. Morelos dijo entonces: "Vamos, señor coronel, venga un abrazo". Se ajustó el traje talar y dijo: "Esta será mi mortaja; aquí no hay otra". Sacó el reloj, vio la hora con toda calma, eran las tres de la tarde. Fue conducido al exterior de la hacienda, y después de haber besado un crucifijo avanzó con la escolta y le pregunto al oficial: "¿Aquí, señor oficial, me he de hincar?" Se le contestó afirmativamente y se negó a ser vendado.

Quedó el héroe de rodillas, los soldados apuntaron y se oyó la voz del oficial que mando: "fuego". Y tras la descarga, el hombre más extraordinario que había producido la revolución de la Nueva España, cayó atravesado por la espalda por cuatro balas.

Morelos luchó contra la migraña; luchó contra la orfandad; luchó contra la pobreza; contra su color; contra su vocación; luchó contra la inquisición; contra el Rey de España; contra los traidores; contra Calleja; contra la esclavitud. Sin embargo, al final, Morelos derrotó a todos.

Yo amo más a mi patria por Morelos, por el pañuelo atado a su cabeza, por su muerte, por las llamas que abrazaron su corazón, por sus ojos de paria, por sus manos consagradas, por la metamorfosis de su alma. Muchas gracias.

El Presidente:

Tiene la palabra el diputado Demetrio Hernández Pérez.

El diputado Demetrio Hernández Pérez:

Compañeros legisladores:

Es un alto honor para mí, en nombre de la fracción parlamentaria del Partido del Frente

Cardenista de Reconstrucción Nacional, referirme en este aniversario luctuoso del generalísimo, a una etapa histórica de nuestro México tan importante, como lo podría ser para cualquier ser humano pasar de la niñez a la mayoría de edad, a la independencia, al conocimiento, al enfrentamiento con su realidad.

Hoy, hace 37 años vi por primera vez la luz; hoy me ilumina el recuerdo y el acervo cultural, ideológico, político y moral del pueblo de México, agigantado por José María Morelos y Pavón.

A fines del Siglo XVIII, cuando la humanidad se sacudía del letargo feudal, en México se vivía en la ignominia, en la pobreza extrema, en la esclavitud.

Por casi 300 años fueron saqueados nuestros recursos naturales, pisoteados los derechos, las garantías, la vida misma de millones de indígenas y esclavos negros.

Fue entonces, por 1765, cuando en Valladolid nació uno de los hombres más importantes para el cambio económico, político y social del México colonial; ese hombre fue muerto un día como hoy, a los 50 años de su natalicio. No lo recuerdo con nostalgia, lo recuerdo con coraje.

A los 178 años de su muerte, el generalísimo José María Morelos y Pavón, se encuentra vivo por sus acciones y pensamientos en la memoria colectiva del pueblo de México.

Este hombre fue un gran organizador, fue excepcional. Un genio militar y sobre todo un legislador visionario, que con la Constitución de Apatzingán nos dio la primera estructura jurídica y política de nuestra nación. Sus ideas de libertad, justicia y soberanía han trascendido las fronteras temporales de la agonía histórica.

Su mayor aporte fue el acercamiento teórico y práctico con la masa social. Se convirtió en el caudillo más representativo del movimiento popular de la guerra de Independencia, y por diversas causas que valen la pena, que van desde su origen indio y negro, hasta por las funciones de sacerdote que desempeñó a lo largo de su vida, tuvo un acercamiento directo con el pueblo.

Morelos destinó mucho tiempo de su vida al servicio de la Iglesia en nuestro país, sin embargo, abandonó logros y beneficios por la causa independentista. Se sumó a la rebelión iniciada el 16 de septiembre por su maestro, Miguel Hidalgo, quien lo nombró Lugarteniente del Sur.

A partir de aquí se inicia la carrera militar de un hombre, cuyas habilidades en esta materia eran reconocidas y admiradas.

De hecho cuando fue capturado, fusilado y decapitado Hidalgo, Morelos se impone como la presencia militar y política más importante de esta etapa histórica de nuestro país.

Sólo un hombre como Morelos, de nobles sentimientos, de gran sensibilidad que vio y vivió la pobreza, la injusticia, la crueldad, es capaz de entender la situación del país en ese momento. Y saber que debía unirse al movimiento armado, pues la palabra, la idea no eran suficientes si no estaban respaldadas por los hechos, por la acción, que dieran como fruto una nación independiente, una patria nueva.

Michoacán, México, Puebla, Veracruz y Oaxaca, fueron escenarios de las batallas que tuvo que librar durante cinco años hasta su muerte. En esos cinco años la estrategia militar básica de Morelos consistió en movilizarse en terrenos conocidos, pero también se ayudó de hombres que como él fueron grandes militares, entre los que resaltan Hermenegildo y Pablo Galeana; Leonardo, Miguel, Víctor, Máximo y Nicolás Bravo; Vicente Guerrero; Mariano Matamoros y Guadalupe Victoria, quien fue el primer Presidente. Constitucional de la República Mexicana.

Uno de sus grandes méritos de Morelos, es el haber encauzado personalidades tan distintas, es el haber sublimado sus capacidades uniéndolas en una causa común, la lucha por la independencia de México.

Su superioridad moral, política, ideológica del movimiento insurgente que encabezaba Morelos sobre la fuerza realista, quedó demostrada plenamente en la batalla que libró en Cuautla. Aunque perdió militarmente, quedó demostrada su entereza, su valor y la justeza de su causa.

Otra de las contribuciones importantes del generalísimo fue la práctica parlamentaria. Podría decirse que Morelos fue uno de los primeros hombres que pensó en la posibilidad de gobernar al pueblo de México en base al consenso; que conceptualizó la idea de constitucionalismo como la forma para alcanzar la conciliación de intereses entre diversos estratos sociales. Así, el 13 de septiembre, a raíz de la convocatoria de Morelos y Pavón se iniciaron las sesiones del Congreso de Chilpancingo, con lo cual se cimentaron las bases para la elaboración de un primer modelo de Constitución Mexicana, a lo que él llamó Sentimientos de la Nación.

Estos preceptos, en esencia, perduran hasta el momento en la legislación actual. Los Sentimientos de la Nación, son prueba fiel de las intenciones de justicia, igualdad y libertad de Morelos. Construyó un nuevo proyecto de gobierno basado en la experiencia revolucionaria y en el acercamiento que tenía con los problemas populares, además de la influencia de movimientos sociales en Estados Unidos, España y Francia.

El mismo Congreso de Chilpancingo, el cual declara la independencia completa de nuestro país, reconoció la labor de Morelos y lo nombró generalísimo y depositario del Poder Ejecutivo, de los ejércitos de la insurgencia.

Por divulgar y hacer valer los principios de este Congreso de Chilpancingo y de la Carta Magna elaborada bajo estos ideales, es aprehendido el 15 de noviembre de 1815 en Texmalaca por Matías Carrasco.

Aunque no fue decapitado como Hidalgo, el siervo de la nación vivió por más de un mes severas torturas antes de ser fusilado. Degradado y excomulgado en San Cristóbal Ecatepec, el 22 de diciembre de 1815, aproximadamente a las tres de la tarde, de rodillas y de espaldas pasó a la eternidad.

Las razones y los ideales que lo motivaron a la lucha no murieron con él. La pobreza, la ignorancia, la desigualdad, la injusticia aún campean por la geografía de México.

La fracción parlamentaria del Frente Cardenista, reconoce al igual que los miembros del Congreso de Chilpancingo las acciones y el pensamiento de un hombre que como Morelos, no cejó en su lucha por la justicia y la libertad del pueblo de México.

A Morelos no le bastan los elogios, no le bastan las flores, no le bastan los panegíricos, a Morelos se le enaltece luchando por la emancipación de los trabajadores de México.

¡Viva Morelos! ¡Viva México!

El Presidente:

Tiene la palabra el diputado Arquímides García Castro.

El diputado Josafat Arquímides García Castro:

Honorable Congreso de la Unión; estimadas compañeras y compañeros:

Corrían los años de nuestra insurrección de independencia y aquella mañana del 22 de noviembre de 1815, la calma y el silencio del apacible pueblo de San Agustín de las Cuevas, hoy Tlalpan, se turbó súbitamente por el estruendo de las caballerías que a su paso producían por las empedradas calles.

Hacía su entrada una numerosa tropa que escoltaba a dos prisioneros de guerra, ambos sacerdotes, el uno, José María Morales, un modesto capellán del insurgente Congreso de Chilpancingo. El otro, José María Morelos y Pavón, generalísimo de las Américas, siervo de la nación y Padre de la Patria.

Para mayor humillación de sus personas, ambos iban caballeros montados en sendas mulas y encadenados por sus captores realistas. Quienes los vieron, guardaron el recuerdo de un hombre cansado, pero apacible, erguido y digno, como siempre lo fue. Y si en esos momentos hubo un pensamiento en él, no era para preocuparse por su destino, sino por el futuro de su patria, porque el destino en el momento mismo en que recibió la orden de Miguel Hidalgo, él lo escogió. Y vivió con dignidad y con decoro el momento que le tocó vivir.

Apenas un mes después, el 22 de diciembre de 1815, por el rumbo opuesto de esta ciudad de México, en San Cristóbal Ecatepec, el gran Morelos sucumbía en el cadalso. Arrodillado pronunció entonces sus últimas palabras:

"Señor, tú sabes si he obrado bien. Si he obrado mal, imploro tu infinita misericordia."

Un hermoso y enigmático doble sentido se encierra en estas últimas palabras del generalísimo. Como profundo y auténtico cristiano que fue, frente al pelotón del fusilamiento, Morelos habló con su Señor, habló con Dios. Como mexicano y siervo de la nación, Morelos invocó en la hora de su muerte el señorío del pueblo y de la nación. Desde entonces, cada año y por siempre, mientras México siga siendo México, cada 22 de diciembre, los mexicanos evocaremos como lo hacemos hoy en esta sesión solemne del Congreso de la Unión de los Estados Unidos Mexicanos, la sombra y el recuerdo del generalísimo José María Morelos y Pavón.

A José María Morelos y Pavón, discípulo y continuador de la obra iniciada por el Padre Miguel Hidalgo, le debemos en buena parte la existencia de la patria. Independencia y libertad nos heredaron y es nuestra obligación común la defensa de este precioso legado.

En particular, el Congreso de la Unión de los Estados Unidos Mexicanos, está en deuda eterna con José María Morelos y Pavón. Por varias razones: la primera es sencillamente por el hecho de que fue José María Morelos, quien convocó el Primer Congreso Constituyente de la Nación Mexicana, el Congreso de Chilpancingo. Porque fue José María Morelos, quien con ese documento genial que conocemos como Los sentimientos de la nación, dotó a México de una conciencia propia y libertaria y de un programa histórico común.

Porque a José María Morelos, debemos la primera de nuestras constituciones políticas, la Constitución de Apatzingán y porque finalmente el Congreso de la Unión le debe a Morelos su existencia.

De la biografía clásica, Morelos, sacerdote, soldado, estadista, escrita por Wilber H. Timons, citaremos del relato de su captura el 5 de noviembre de 1815 y del desastre de Texmalaca.

Un párrafo ilustrativo de la máxima importancia que el Rayo del Sur concedió siempre al Poder Legislativo, al Congreso y que por él dio su propia vida.

La presencia de las fuerzas realistas que perseguían a Morelos fue tan conmocionante para los insurgentes que hubieran huido en todas direcciones al instante, si no fuera porque Morelos los mandaba.

Inmediatamente envió a los diputados el equipaje y a los no combatiente por delante. Mientras preparaba sus defensas para la batalla, colocó una división a la derecha y otra a la izquierda y él quedó en el centro como una división y los únicos dos cañones que tenían los insurgentes.

El coronel realista, de la Concha, dio la orden de ataque. El ala derecha de los insurgentes cedió, huyó precipitadamente arrastrando tras de sí, a una parte del centro.

Una segunda carga de los realistas a las líneas rotas de los insurgentes, hizo que el resto de la resistencia terminara. Al comprender que todo estaba perdido, Morelos le gritó a Nicolás Bravo: "Vaya usted a escoltar el Congreso, que aunque yo perezca, no le hace".

Les ordenó a los que le rodeaban que huyeran para salvar sus vidas, y el mismo Morelos acicateó su caballo, dirigiéndose a una montaña empinada. En la base de ésta se detuvo para desmontar. Pero cuando estaba quitándose las espuelas para subir a pie, con más facilidad, le detuvo de pronto un escuadrón de soldados realistas.

Con la captura de José María Morelos y Pavón en Texmalaca, el 5 noviembre de 1815, concluyó la carrera del genio militar más grande que ha producido México.

Desde que se incorporó a las filas del ejército insurgente, después de su histórica entrevista en Charo, con Miguel Hidalgo, a pocos días de estallada la insurrección de Dolores y durante cinco años, Morelos sostuvo cuatro gloriosas campañas militares que incluyeron el sitio de Cuautla y la toma del Fuerte de San Diego, en Acapulco.

Y sostuvo ocupadas por los españoles a través de una organización clandestina abnegada y heroica: la sociedad de los guadalupes, a la que pertenecieron: Mariana Rodríguez del Toro y Lazarín, Leona Vicario, Andrés Quintana Roo, José Luis Rodríguez Alconedo, y que tuvieron como santo y seña las rosas rojas del Tepeyac, y como patrona, el símbolo mágico religioso de la Virgen de Guadalupe.

Y si de patronatos, podríamos decir con justicia y verdad, que la prensa mexicana tuvo en Morelos a su más activo y pionero protector. El periodismo mexicano tiene en las imprentas clandestinas de los guadalupes y en la rica hemerografía de la prensa insurgente, sus más remotas y hondas raíces, porque el hermoso árbol de la libertad de prensa y de expresión, también lo implantó en México José María Morelos y Pavón.

Hemos dicho que la última orden militar que dio José María Morelos y Pavón, fue la de proteger la integridad y la vida del Congreso, que es la encarnación del Poder Legislativo, porque siendo grande, Morelos siempre reconoció mayor grandeza en el imperio de la ley y en el Poder Legislativo, que es la fuente y el origen de la Ley.

Tenemos así, que Morelos nos lega también el ejemplo del respeto que se deben entre sí los poderes de la Unión. En gratitud y homenaje a su heroísmo y grandeza, adorna el pórtico de este salón de sesiones de la Cámara de Diputados, una frase lapidaria e imperativa que deberíamos como legisladores repasar con mayor frecuencia. "Como la buena ley es superior a todo hombre, decía Morelos ante el Congreso de Chilpancingo, en septiembre de 1813, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo y moderen la opulencia y la indigencia".

Al conmemorar un aniversario más del sacrificio y fusilamiento del siervo de la nación, antes que con discursos, nuestro homenaje en su memoria debería ser el de legislar como él quería: de cara al pueblo, dictando buenas leyes y moderando la opulencia y la indigencia. ¿Podríamos decir que nuestro homenaje a José María Morelos y Pavón es sincero y consecuente cuando aprobamos leyes que no son buenas, cuando aprobamos leyes que concentran la riqueza y ponen en peligro nuestra independencia nacional?

¡Cuando olvidamos compromisos públicamente contraídos, de moderar la indigencia de los jubilados, por ejemplo!

Momentos difíciles vive nuestra patria en su tránsito al futuro. Las demandas históricas del pueblo mexicano, la libertad, la independencia, la democracia y la justicia se alejan dolorosamente de nuestro horizonte y las divisiones entre los mismos mexicanos a veces nos parecen insuperables.

Sin embargo, el aniversario luctuoso de José María Morelos y Pavón es una ocasión propicia para reconocer la unidad esencial de nuestro pueblo. Porque, reconozcámoslo, por encima de las diferencias partidarias los mexicanos tenemos una cultura y una historia que nos enorgullece a todos. Y tenemos un futuro común que debemos decidir democráticamente.

Como mexicano que soy, me honra y llena de orgullo hablar de este aniversario luctuoso de Morelos a nombre del Partido de la Revolución Democrática.

¡De José María Morelos y Pavón todos los mexicanos aprendimos a intentar el vuelo de la libertad y acometer la lucha por la justicia! ¡Y esto no es poco, es mucho!

¡Como guerrerense me honra aún más referirme a quien aunque nacido en Morelia, Michoacán, lo sentimos como el mejor de los guerrerenses! ¡Del que fuera jefe y caudillo de hombres como los que aparecen en este muro de honor: de Antonia Nava de Catalán "La Generala"; de Leona Vicario, la flor más roja de la insurgencia; de Mariana Rodríguez del Toro y Lazarín, el alma de la sociedad secreta de los guadalupes. De los guerrerenses Vicente Guerrero; Máximo, Víctor, Nicolás, Miguel y Leonardo Bravo, de Hermenegildo Galeana, que junto con Valerio Trujano y muchos más, como Mariano Matamoros, Ignacio López Rayón, Eutimio Pinzón, Pedro Alquicira y tantos héroes más que nos legaron patria y destino! Muchas gracias.

El Presidente:

Tiene la palabra el diputado Joaquín Martínez Gallardo.

El diputado Joaquín Martínez Gallardo:

Diputado Presidente; señores diputados:

Don José María Morelos y Pavón, es considerado como el hombre de las instituciones, el que apuntó los principios fundamentales en que se inspira todavía la política internacional de México. Es el hombre dotado para la guerra y para la paz, para el Gobierno y para disciplinar la revolución.

Morelos fue hombre de la política, hombre de guerra y hombre de religión; debe vérsele siempre bajo estos tres aspectos. Como político logró que México encabezara entonces la técnica de la libertad, que es el Gobierno de la Constitución y anunciaba el 7 de marzo de 1815, desde antes de ser Estado, que era su voluntad constituirse en estado de derecho.

Los 23 puntos de Los sentimientos de la nación son la síntesis de las más avanzadas teorías políticas y sociales de su época, su genial capacidad para penetrar hondamente en las raíces de los problemas políticos y dar soluciones del más sano realismo.

La primera proposición para que se declare la absoluta independencia de la nación, era la justificación del movimiento insurgente y la primera necesidad política. La supresión de las castas y de la esclavitud eran el exterminio de los privilegios que aniquilan la igualdad y hacen nugatoria la libertad. Y la injusta distribución de las riquezas es la fuente de los problemas sociales.

Condenó también la tortura y penas infamantes, con lo que exaltó la dignidad de la naturaleza humana.

En los sentimientos de la nación, además de proclamar la independencia de América, se estableció la división de poderes, el respeto a la propiedad, la supresión de alcabalas y estancos, todo esto fueron las bases de reverencia obligada para los futuros planes constitucionales.

Se habló también de luchar contra las tierras ociosas y utilizar las haciendas cuyos terrenos de labor pasen de dos leguas, para facilitar la pequeña agricultura y la división de la propiedad. Ese documento es uno de los timbres más hermosos de su limpia fama.

Como hombre de guerra Napoleón Bonaparte hubiera querido tener a José María Morelos como mariscal.

Morelos, a pesar de luchar contra un ejército de 70 mil hombres, perfectamente organizado con capitanes altamente capacitados, alcanzó acciones bélicas que le llenaron de gran gloria militar. ¡El cura de Carácuaro tuvo como Napoleón, su Waterloo!

Morelos consideró que la religión que profesaba era la única fuerza de armonía, de justicia y de caridad, porque la consideró el elemento predominante y directivo de la patria y de la nación mexicana.

Sabía que un Estado puede improvisarse por una revolución. Una nación no se improvisa nunca, es siempre obra de los siglos. Y es que a un Estado le basta la colaboración de las armas y de la fortuna para constituirse y una nación necesita la del tiempo para nacer.

Las manifestaciones de la vida de la nación, la manera especial de ver y expresar la religión, la ciencia, la literatura y el arte, no dependen de la actividad del Estado, se producen aparte y muchas veces le son contrarias y accionan sobre él o son oprimidas por su fuerza. Eso explica por qué el siervo de la nación, el de Los sentimientos de la nación, después de proclamar la independencia señala a la religión católica como única, sin tolerancia de otra. Sabía que las naciones son obra de la iglesia de la que él formaba parte. El mundo pagano no las conoció y fuera del pueblo hebreo en la sociedad gentílica la nación por falta de unidad religiosa, rota por las castas y los dioses, no pasó de los linderos de la ciudad clásica; sus ideas personales sobre las tradiciones religiosas las consideró como patrimonio de los pueblos y merecen del poder público aliento y respeto, por eso en Oaxaca expide el edicto en relación con la devoción de la virgen de Guadalupe en que dice: "Don José María Morelos, capitán general de los ejércitos americanos por los singulares, especiales e innumerables favores que se deben a María Santísima en su milagrosa imagen de Guadalupe, patrona, defensora y distinguida emperatriz de este reino y para manifestar nuestro reconocimiento, devoción y confianza, todo hombre de 10 años arriba deberá poner en el sombrero la cucarda de los colores nacionales: celeste, azul y blanco, una divisa de listón, cinta, lienzo o papel en que declarará ser devoto de la santísima virgen de Guadalupe y soldado defensor de la religión y de su patria".

El mismo capitán general de los ejércitos insurgentes, cuando cae prisionero en manos de La Concha y Villasana les dijo: "Van a matarme luego, para disponerme enseguida, pues soy cristiano". Vino luego la degradación de su carácter sacerdotal. El clero dirigió un oficio al virrey en el que le dicen intercediendo por Morelos: "Suplicamos a Vuestra Excelencia a fin de mitigar la pena merecida que su castigo, ni le prive de la vida ni le aflija como efusión de sangre". En el interrogatorio a que fue sometido por la seudo inquisición se le dijo, que había seducido al pueblo valiéndose del sacerdocio para descatolizarlo por medio de la superstición y fanatismo, y a esto contestó, "que los españoles, trataban de que no gobernaran aquí los franceses y a éstos se les tenía como contaminados de herejía"; todo fue inútil, llegó el momento supremo de la más espantosa revolución sicológica que pueda sufrir el espíritu humano y que todos sufriremos, la muerte. José María Morelos y Pavón, demostraría su templanza espiritual para dar testimonio de una fe inconmovible.

La literatura revolucionaria francesa no le hizo cambiar jamás sus creencias religiosas, sí llegó la hora en que según la fe del generalísmo Morelos, se descorre el velo de los misterios sobre la vida y la muerte, sobre el tiempo y la eternidad, en el que debe saberse si existe el alma inmortal con un destino trascendente, o si el que tuvo vida caerá con la muerte en la nada, absoluta y eterna.

Don José María Morelos era sacerdote, persona sagrada, creyó en el Dios único, espíritu infinito, creador, redentor, remunerador, las manos del cra de Carácuaro por varios años habían dejado de elevar la hostia santa, pero confesó a su maestro, a ese joven de 33 años de divina hermosura, que caminando del pesebre al calvario rescató para siempre la dignidad humana, ese maestro que sobre el inmortal decálogo de moral purísima predicó el Sermón de la Montaña, verdadera catarata de amor y de misericordia para los pobres, para los hambrientos, para los presos, para los enfermos: ese maestro que le enseñó que debe perdonarse al enemigo y por eso sin odio, sin rencor alguno, el generalísimo le pide un abrazo al coronel Concha, su enemigo captor y con sus manos juntas, sus manos consagradas, el sacerdote de Jesucristo, con el último suspiro

de su existencia pareció saludarlo paramilitarmente para decirle que nunca lo negó y recibe la descarga mortal a los 50 años, dos meses de su vida.

Si algunos de los que respetamos la fe del político, del hombre de garra, del sacerdote, respetuoso de sus creencias hubiéramos estado en San Cristóbal Ecatepec ese día 22 de diciembre de 1815, sin duda estremecidos como en el gran drama shakespeariano hubiéramos exclamado con todas nuestras fuerzas: ¡señores, ha estallado un gran corazón!, ¡seres celestiales, conducida esta alma a las regiones eternas!

El Presidente:

Tiene la palabra el diputado José María Téllez Rincón.

El diputado José María Téllez Rincón:

Con su permiso, compañero Presidente; compañeras y compañeros diputados:

El grupo de diputados independientes no puede dejar de rendir honor a uno de los más grandes héroes de la patria: José María Morelos, que su grandeza radica en haber nacido hombre libre y con un amor entrañable a la nación, con la convicción férrea aunque en ello le costara la vida, sabedor de que era un precio bajo por forjar una patria.

La lección no puede ser olvidada por todos nosotros que somos hombres libres y que estamos dispuestos a entregar la vida si fuera necesario en defensa de lo que nos legaron Hidalgo, Aldama, Allende, Morelos. No podemos olvidar que Morelos es el precursor de la defensa de la soberanía nacional, de los derechos políticos, de los derechos sociales y en el momento en que las clases terratenientes y absolutistas las negaban por completo.

Incorporó en Los sentimientos de la nación las bases constitucionales más avanzadas de su época, derivadas de las ideas enciclopedistas y liberales que enfatizaban el principio de la libertad como supremo, como eje en torno al cual giraban todas las actividades de la nación. Conocedor profundo de las desigualdades sociales de la Nueva España y víctima de ellas, planteó su franca oposición a la concertación de la riqueza en manos de la minoría terrateniente y eclesiástica y en contra de explotación que sufrían los indígenas, los campesinos y los artesanos. Por eso lo reconocemos como un precursor de la lucha por la justicia social, como objetivo permanente de nuestro pueblo.

Guarde su tumba el laurel de victoria que le entrega la patria y la perenne gratitud de los trabajadores de México.

El Presidente:

Tiene la palabra el señor diputado Manuel Díaz Infante.

El diputado Manuel Díaz Infante:

Con su venia, señor Presidente; compañeras y compañeros diputados:

Estamos hoy en esta sesión solemne, evocando la memoria de Morelos, héroe que entregó su vida y su sangre por la causa suprema de la patria. Hoy, 22 de diciembre de 1993, a 178 años de que fuera asesinado este prohombre por los enemigos de la libertad, nos encontramos en este recinto de la pluralidad, reflexionando y haciendo conciencia del extraordinario alcance e indudable vigencia del pensamiento liberal de Morelos, así como de su obra.

El hecho mismo de encontrarnos aquí, nos obliga a recordar que fue él el hombre que no sólo ejerció la fuerza de las armas contra el opresor, sino que también puso al servicio de la revolución de independencia la luz clara de su inteligencia, para establecer las bases, la estructura de un Gobierno propio para nuestra nación.

No podríamos estar viviendo el proceso democrático que se refleja en la pluralidad política que caracteriza a este cuerpo legislativo, sin el pensamiento de don José María Morelos y Pavón.

Los 16 diputados que integraron el Congreso de Anáhuac, se propusieron como meta la división de poderes, ya que por encima de las contingencias del momento, confiaban en una evolución cívica del pueblo que apuntaba sus actos hacia el futuro.

En este marco, el genio visionario de Morelos permite superar los efectos sufridos por la lucha, con la consolidación ideológica del movimiento social, que más allá de acrecentar descontentos y radicalizar posiciones, estaba gestando a una nueva nación, a nuestra nación.

Para Morelos y para todos los hombres de este Congreso, los tiempos fueron de dolor y de

grandes dificultades, y la elaboración del proyecto constitucional que finalmente se promulgó en Apatzingán el 22 de octubre de 1814, tuvo que ser elaborado por una asamblea itinerante.

Bajo estas condiciones extraordinariamente inhóspitas, los autores del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, tienen tiempo de escudriñar en el porvenir, a fin de dirigirse a los legisladores del futuro, a los de 1857, a los de 1917, a nosotros, con las siguientes y admirables palabras: "Peregrinos en el campo inmenso de la ciencia legislativa, confesamos ingenuamente que un proyecto semejante no cabía en la esfera de nuestra posibilidad. Nos atrevimos, empero, a tentar su ejecución, ciñéndola precisamente a tirar las primeras líneas, para excitar a otros talentos superiores a que tomando la obra por su cuenta la perfeccionasen sucesivamente, hasta dejarla en su último mejoramiento.

Cuánta grandeza en Morelos y sus colegas. Su extraordinaria conciencia respecto de la realidad del momento que vivían, no les impidió que sus sueños de libertad y justicia se transformaran en la semilla de lo que hoy es nuestra nación.

En medio de la pesadumbre y del desencanto, Morelos sabía que tarde o temprano fructificarían sus ideas, porque a fin de cuentas no era ningún sueño la perfectibilidad política del mexicano, requisito que se tuvo en cuenta al elaborar una propuesta cuya vigencia se destinaba en última instancia al futuro. Así, la utopía inicial contenía en sí misma su carga de factibilidad.

Las propuestas de Morelos continúan vigentes como sólidos elementos, soportes de nuestra estructura política.

No hay nada que quitar ni poner, decimos ahora, como lo dijo en su momento Quintana Roo.

En verdad hoy no pondríamos a discusión la pertinencia de los conceptos fundamentales del pensamiento de Morelos. Los principios que sustenta en su pensamiento son los principios que han sido motor y guía del desarrollo de nuestro país a lo largo de estos casi 200 años. Su liberalismo es la base que sustenta la sólida estructura de nuestra patria.

Para nosotros los priístas, como lo fue para Morelos, no es posible retirar de nuestros pensamientos y de nuestros proyectos, el reconocimiento a la igualdad de todos los hombres, el rechazo a cualquier forma de esclavitud, el anhelo de justicia.

Los diputados de la nación, herederos de las mejores causas tenemos en su ejemplo la pauta a seguir, tenemos que entregarnos con pasión a la tarea para la que fuimos electos. Utilicemos compañeros la sobriedad de la palabra, dejemos de lado el discurso fácil que a nada conduce y solamente confunde con sus efímeros brillos. Recordemos que la legitimidad surge de la norma jurídica y no de la presión.

Los retos del presente son diferentes en forma pero no en esencia. La lucha de nuestros insurgentes por la independencia que no tenían, es la lucha de los mexicanos actuales por ser reconocidos como actores importantes dentro de las decisiones de la comunidad mundial. Nuestra identidad será cada vez mayor en tanto logremos una mayor presencia en los espacios de interacción de todas las naciones.

Sin duda México, al igual que muchos países del mundo se encuentra en un período de transición, y nosotros, como diputados de la nación, estamos obligados a responder a ese cambio, buscando la coexistencia armónica entre los agentes protagónicos.

Hoy nuestro anhelo de justicia y libertad, tiene que traducirse en lograr que las mayorías alcancen con equidad las mismas posibilidades de participación en el desarrollo; se requiere de mecanismos que eviten parcialidades y de promotores que induzcan el ánimo participativo.

No podemos soslayar que la libertad ante todo, es la posibilidad suprema de intervenir en la historia. Los mexicanos amamos la paz, el orden y la Ley, pero al igual que Morelos lo estableció en Apatzingán, consideramos a ésta última como un proceso perfectible cuya dinámica y modalidad la determinan los hombres y sus tiempos.

Hoy son otros tiempos, y los representantes del pueblo en este amplio espacio de la democracia que es el Congreso, concurrimos para buscar con nuestro trabajo, los mejores derroteros para la paz. En su ejercicio el Poder Legislativo es, a la vez de tolerancia recíproca, capacidad organizativa y acatamiento a la norma; es el espacio donde se perfila y construye el cambio institucional plasmado, expresado en leyes, elemento indispensable como factor incluyente de la democracia, por eso nuestro deber es fortalecerla.

Congruentes con nuestro tiempo, debemos alentar el cambio que está operando en todos los mexicanos para que fructifique en beneficio del proyecto nacional. Los mexicanos de hoy, como

los de 1813, tenemos que compartir el profundo patriotismo del cura Morelos, para garantizar a las generaciones futuras la soberanía, la libertad, la justicia y la paz de una nación que ha sufrido largos y dolorosos procesos para alcanzar el equilibrio de las fuerzas sociales.

Compañeras y compañeros: José María Morelos ofrendó su vida por sus ideales y por su amor a la patria. Su nombre, grabado en una estela de cartera dentro de esta Cámara, nos inspira y nos llena de orgullo. Su espíritu campea con señorío en todos los congresos de la nación, por eso rendimos hoy homenaje al hombre universal. Muchas gracias.

El Presidente (a las 16.03 horas):

Se levanta la sesión solemne.

Se continúa con la sesión de clausura de Cámara de Diputados.