Crónica Parlamentaria, Cámara de Diputados

Que reforma el Apartado A del artículo 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, presentada por el diputado Javier Pineda Serino, del grupo parlamentario del PRI

«H. Cámara de Diputados.

Iniciativa de ley para modificar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos a fin de reducir la jornada semanal de 40 horas de trabajo, que presenta la diputación obrera:

El avance tecnológico en cualquier época en la historia del desarrollo de los pueblos, a la vez de que ha permitido mejorar las condiciones de vida de la población, ha facilitado la elaboración de los satisfactores, elevado la calidad de los mismos y diversificado en forma importante el número, variedad y cualidades, al punto de que en la actualidad inclusive, se han creado un número notable de necesidades que no existían en siglos atrás.

Sin embargo, el desarrollo de la tecnología ha creado a su vez, la automatización de la producción en forma considerable, y elevando a cifra impresionante las cantidades de productos que pueden ser elaborados con un requerimiento para ello, de un volumen muy reducido de mano de obra.

El sistema económico predominante en el mundo occidental, basado en el lucro, no ha permitido entender a los patrones, las más importante de las excelencias del adelanto tecnológico, que es la menor necesidad de trabajo requerido para obtener un satisfactor, el afán de los empresarios, es capitalizar por completo los avances en la productividad con resultados de la aplicación de las mejoras tecnológicas, sin compartir con sus trabajadores esos beneficios.

Fue en el siglo pasado, cuando impulsados por la revolución industrial, después de su primera etapa de explotación del trabajador al extremo; más de doce horas de trabajo, sueldos de subsistencias si los había, y condiciones de seguridad e higiene casi nulas, que provocó la muerte accidental o prematura en volúmenes considerables de trabajadores; fueron las luchas emprendidas por los primeros gremios de trabajadores, los que con enormes sacrificios, pérdidas de empleos, persecuciones y hasta el asesinato, lograron para beneficio de generaciones futuras, no sólo el mejoramiento de las condiciones de trabajo y sus ingresos personales, sino lo más importante, la semana de cuarenta y ocho horas, con jornadas máximas de ocho horas al día. Lo anterior permitió conjurar o mitigar en forma decisiva las crisis económicas cíclicas, que se presentaron en toda la época del liberalismo económico del siglo pasado, y las dos primeras décadas del presente.

Sin embargo, el avance tecnológico se desarrolló con mayor celeridad, que el entendimiento de empleadores, al punto de que desde la gran crisis de 1929 - 1933, las crisis o recesiones se sucedieron con mayor frecuencia, al grado que sólo las guerras generalizadas o parciales, lograron obtener triunfos muy relativos en el combate de las crisis de desempleo y paraeconómico, y lograr crecimientos moderados.

La propia tecnología sin embargo ha creado, si así puede decirse, el instrumento que frena el belicismo convencional, al producir la energía nuclear como instrumento de guerra, agregando a esto, que la población, fundamentalmente la juventud, ya cree mucho menos en que la guerra convencional con objetivos económicos, sea mucho menos viable en la actualidad que en épocas pasadas.

Todo lo anterior entre otros, quizá sea el factor más importante de que el mundo occidental haya entrado en su crisis más dramática, en donde el desempleo y el paro alcanza niveles impresionantes, y lo que es más grave, combinada con procesos inflacionarios muy agresivos nunca vistos en la historia económica y con una persistencia casi permanente, sobre todo en los países subdesarrollados.

El problema en el fondo radica en la empecinada actitud de los empleadores, en no reconocer las circunstancias de que, a menos necesidad de mano de obra para producir los satisfactores que son indispensables para la población, y a una incrementada capacidad de volúmenes de producción, no se resignan a reducir las horas de trabajo sin disminuir el ingreso de los trabajadores, permitiendo no sólo el desempleo, el paro industrial y la inflación con el consecuente empobrecimiento de las clases asalariadas y de la economía en general, sino que en términos globales, se han derrumbado las demandas efectivas de las economías, permitiendo el acceso a un círculo vicioso sumamente pernicioso de crisis económica generalizada.

La Confederación de Trabajadores de México, desde hace más de 15 años, ha emprendido una lucha por la reducción de las horas de trabajo, sin demérito de los ingresos reales, postulando la modificación constitucional y a la Ley Federal del Trabajo, a fin de reducir la jornada semanal a cuarenta horas, con el pago de los siete días vigentes, convencidos de que coadyuvará a la solución de las crisis actual que tan nocivamente persiste en nuestro país.

Ahora bien los legisladores obreros, no proponemos un prurito de trabajar menos en época de crisis, sino de que este cambio legal puede elevar sustancialmente el empleo, con la disponibilidad de un número importante de horas, hombres de trabajo, que en conjunto permitirán crear nuevas plazas de trabajo para los desempleados, sin disminuir el ingreso y en consecuencia, la demanda efectiva global, que adicionada con los nuevos empleos, será un coadyuvante a la solución de la crisis.

La medida no es nueva; en más de quince años de lucha, los sindicatos han logrado por la vía contractual la semana de cuarenta horas, sin disminuir sus salarios; al punto de que en la actualidad más del 60% de sus organizaciones han logrado esta prestación o ligeramente superior, con cuarenta y dos o cuarenta y cuatro horas de trabajo por semana.

Es más, en la gran mayoría de las empresas que han reducido la jornada semanal a cuarenta horas, se han observado aumentos significativos en la productividad, por la elevación de los periodos de descanso que permiten incrementar la calidad de su trabajo y mantener los volúmenes de producción, solamente que en este proceso, los patrones cierran sus empresas los dos días liberados en lugar de trabajarlos, creando así nuevos empleos.

Desde hace años, los trabajadores y el movimiento obrero, se han pronunciado en favor de la reducción de la jornada de trabajo a fin de que los mismos disfruten a la semana de dos días de descanso pagados.

En el desarrollo fabril del país, se observa la concurrencia de dos tipos de inversiones. La una, improvisada, pusilánime; siempre en busca de ganancias desorbitadas y prontas, contrarias a la reinversión y presta a retirarse cuando se le reducen privilegios. la otra, se caracteriza por su estabilidad, el uso de métodos y tecnologías avanzadas; administraciones y maquinaria moderna para aumentar la producción y hacerla competitiva en los mercados, tanto en calidad como por su precio.

La crisis económica actual, demuestra que el cierre de algunas fuentes de trabajo, coincide con primer tipo de inversiones, que entre otros defectos opera con máquinas antiguas de baja capacidad, sin calidad en el producto, con jornadas exhaustivas y condiciones laborares mínimas.

El pronunciamiento del sector obrero, por una jornada de cuarenta horas a la semana con pago de cincuenta y seis, disfrutando los trabajadores de dos días de descanso, tiende a la consolidación industrial conforme a bases técnicas, competitivas y con sentido social. En efecto, con lo primero queda excluida cualquier organización o sistema de producción que reincida en la explotación irracional de la mano de obra sin considerar que la disminución del tiempo de trabajo representa mayor eficiencia, superior productividad, reducción de los infortunios del trabajo, así como condiciones óptimas para operar las máquinas, que en la medida que se complican, aumentan los efectos de la fatiga. Y con lo segundo, adquiere vigencia la distribución equitativa de la riqueza generada por el capital y el trabajo, previendo la acumulación indebida y los desajustes sociales.

La disminución de las horas de trabajo resuelve, desde el punto de vista estrictamente industrial, la de llegar a un desarrollo integral fabril, moderno, tecnificado, productivo, competitivo y de menos esfuerzo laboral, puesto que todo ello, guarda relación o está condicionado a la ampliación del descanso. En efecto, no es posible atender la tecnificación industrial, el empleo de métodos y sistemas modernos de producción, la obtención de mayores utilidades, la calidad de las manufacturas y más producción; sin considerar la capacitación de la mano de obra, la salud del trabajador, menos desgaste físico, integración familiar, así como que los tiempos libres de los trabajadores con jornada semanal disminuida, contribuyen a resolver o aminorar el desempleo aumentando el consumo, y con ello, la producción.

En efecto, una jornada menor es propicia para que los trabajadores puedan capacitarse a fin de que la industria disponga de una mano de obra calificada, de la cual no se puede prescindir para el manejo de las máquinas cada vez más complicadas. La oposición a un mayor descanso afecta la productividad, la producción; hay aumento de accidentes por fatiga o cansancio, imposible de eliminar con un descanso reducido. Jornada menor, significa facultades físicas y mentales recuperadas, superación en el trabajo, tiempo para el estudio, para la familia, para el deporte, en fin, condiciones apropiadas para que la industria eleve sus índices de producción. Los graves problemas de orden social que desembocan en deserción escolar, delincuencia infantil y juvenil, tienen explicación por el abandono de los hijos durante casi toda la semana.

Más días de descanso contribuyen a la solución.

El movimiento obrero, dada su representatividad, e ideario, está preocupado por las condiciones imperantes en el ámbito nacional y de manera especial por el desempleo, y subempleo que afecta a considerables núcleos de la población obrera. Porque en ambos fenómenos influye el alto índice de la natalidad, también es cierto que aquellas se agravan por la carencia de fuentes de ocupación.

Adicionalmente es importante considerar que con la reducción tan importante de los salarios reales, y la imposibilidad de que con sólo sus salarios actuales satisfagan las necesidades, o bien se ve la necesidad de conseguir dos empleos, multiplicando sus horas de trabajo al día, y quitándole un empleo a otra persona, o trabajan todos los miembros de su familia con capacidad de hacerlo, reduciendo de este modo las fuentes de trabajo ofrecidas.

La negativa a reinvertir por quienes deben hacerlo y el cierre de fábricas, llevan a este resultado, aumentado que, necesariamente tiene que resolverse, bien con medidas inductivas a base de estímulos o con determinaciones en el orden de las relaciones de trabajo que conduzcan, con sensatez y criterio claro, sobre la industrialización contemporánea, a los empresarios a utilizar sus instalaciones en forma racional, o sea, por una parte, acrecentando el descanso semanal a fin de que los trabajadores lo destinen a los propósitos y actividades expresadas con antelación y, por la otra, para que la disminución de la jornada sea aprovechada por quienes padecen el desempleo o subempleo.

Los datos estadísticos indicaban que en 1980 había una tasa de desempleo abierto en el área metropolitana del Distrito Federal de 3.5 de la población económicamente activa, es decir, de un millón de trabajadores.

Eludiendo cifras alarmistas, hoy en día, el cálculo verdadero es que se ha triplicado por las repercusiones económico políticas que ha proporcionado la crisis y los disturbios económicos del exterior e interior que afectan al país.

El subempleo, comercio ambulante, dependencia familiar y aun la delincuencia, encubren la desocupación de más de la mitad de la población económicamente activa, pues normalmente no es posible el desempleo abierto más allá del 5% de la población económicamente activa, sin la presencia de descomposición social; actualmente se ha incrementado en forma alarmante los índices de criminalidad y vagancia, sobre todo de la juventud.

También estadísticamente se conoce que la capacidad de las plantas industriales instaladas, permanecen desocupadas de un 40 al 70%. Por otra parte, bien por lucha sindical, por comodidades empresariales, por ausencia de compradores en razón del desempleo, toda la industria que no ha modificado por contrato colectivo, ha reducido la jornada de trabajo a 46, 44, y 42.5 por semana, por lo que, con una semana laboral de 40 horas, mejor organizada y conforme a propósitos y sistemas de productividad, se debe concluir que ningún trastorno origina. En industrias nacionales, como la hulera, en donde por revisión contractual se implantó la jornada semanal de 40 horas, quedó comprobada la ocupación de nuevos trabajadores y el aumento de la producción y la productividad.

Limitar la jornada de trabajo a cinco días a la semana, en modo alguno supone que los legisladores obreros, estén en favor de la paralización productiva durante dos días por igual período. Como se indicó en líneas anteriores, tal determinación sería contraria al propósito de que las máquinas deben de trabajar a su mayor rendimiento, a fin de abaratar las manufacturas, mediante una mayor producción. Los días de asueto para los obreros permanentes, deben dedicarse para abatir la desocupación, que combinadas con otros tiempos que pueden derivar de las jornadas ordinarias, generarían un cuarto turno, que necesariamente significa productividad y aumento de empleo. En consecuencia, si las razones que fundamentalmente apoyan la disminución de la jornada semanal fueran insuficientes, la responsabilidad común que atañe a quienes viven en una sociedad en crisis, imponen la obligación de afrontar el fenómeno de la desocupación masiva.

Por lo anteriormente expuesto los legisladores obreros, nos pronunciamos en favor de la jornada de 40 horas, que dentro de la organización jurídica del país, es perfectamente posible.

De lo expuesto, la fracción parlamentaria del sector obrero, y de conformidad con el artículo 71, fracción II de la Constitución de la República, propone la modificación de la Constitución de la República:

"Artículo 123 constitucional, apartado A.

Fracción I. La duración de la jornada máxima será de ocho horas, la duración de la jornada semanal será de cuarenta horas.

Fracción II.

Fracción III.

Fracción IV. Por cada cinco días de trabajo deberá disfrutar el trabajador cuando menos de dos días de descanso de goce de salario.

Atentamente

México D. F., octubre de 1986.

Fracción parlamentaria del sector obrero, diputados: Blas Chumacero Sánchez, licenciado Moisés Calleja García, Gaspar Valdés Valdés, profesor Alfonso Santos Ramírez, licenciado Jorge Doroteo Zapata García, licenciado Humberto Andrés Zavala Peña, José Herrera Arango, Armando Lazcano Montoya, Federico Duran Liñán, licenciado Javier Pineda Serino, licenciado Alfonso Godinez López, Luis Altamirano Cuadros, licenciado Alfonso Reyes Medrano, Agustín Bernal Villanueva, licenciado Gonzalo Castellot Madrazo, Cristobal García Ramírez, licenciado Héctor Hugo Varela Flores, Jesús Gutiérrez Segoviano, Alberto Carrillo Flores, licenciado Porfirio Camarena Castro, Justino Delgado Caloca, Samuel Orozco González, Félix Liera Ortiz, Eduardo Lecanda Lujambio, Alberto Rábago Camacho, Heriberto Serrano Moreno, José Delgado Valle, licenciado Juan Carlos Velasco Pérez, Abimael López Castillo, licenciado Raúl Ramírez Chávez, profesor Leobardo Ramos Martínez, Pedro Ortega Chavira, Gloria Josefina Mendiola Ochoa, Alfredo López Ramos, Oney Cuevas Santiago, José María López Arroyo, Ezequiel Espinoza Mejía, ingeniero Antonio Sandoval González, Salvador Esquer Apodaca, María Luisa Solís Payán, Francisco Villanueva Castelo, Homero Pedrero Priego, Diego Navarro Rodríguez, Emilio Jorge Cordero García, Luis Nájera Olvera, Emérico Rodríguez García, Carlos Roberto Smith Veliz, Sebastián Guzmán Cabrera, capitán Rafael García Anaya, José Nerio Torres Ortiz, José Luis Galaviz Cabral, Alfredo González González, Pedro López Vargas»

Turnada a la Comisión de Trabajo y Previsión Social.