Legislatura XXVII - Año I - Período Extraordinario - Fecha 19170526 - Número de Diario 41

(L27A1P1eN041F19170526.xml)Núm. Diario:41

ENCABEZADO

MÉXICO, SÁBADO 26 DE MAYO DE 1917

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

PERIODO EXTRAORDINARIO XXVII LEGISLATURA TOMO I.- NÚMERO 41

SESIÓN DEL CONGRESO GENERAL

EFECTUADA EL DÍA

26 DE MAYO DE 1917

SUMARIO

1. Se pasa lista. Se abre la sesión. Se lee y aprueba el acta de la anterior.- 2. Es leída, puesta a discusión y a votación la renuncia que hace el C. Victoriano Pimentel del puesto del magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y al verificarse el recuento de votos resulta que no hay quórum, levantándose la sesión y citándose para el próximo día 28.

DEBATE

Presidencia del C. ROMAN ALBERTO

- El C. Secretario Mata, a las 5.30 p. m., pasa lista. Hay una asistencia de 36 CC. senadores y 175 CC. diputados. Hay quórum.

El C. Presidente: Se abre la sesión del Congreso General.

- El mismo C. Secretario da lectura al acta de la sesión del 23 de mayo. Está a discusión el acta. ¿No hay quien pida palabra?

El C. Treviño: Para hacer una aclaración, señor Presidente.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Treviño: Quiero aclarar que el C. Magistrado no es Agustín del Valle, sino Agustín de Valle.

El C. secretario Mata: Se hará la rectificación. ¿Con la rectificación pedida se aprueba el acta?

El C. Andrade: Pido la palabra para una aclaración.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Andrade: Dice Enrique Toledo, y debe ser Rosendo Toledo.

- El mismo C. Secretario: ¿Con las rectificaciones pedidas se aprueba el acta? En votación económica, las personas que estén por la afirmativa se servirán ponerse de pie. Aprobada.

El C. Presidente: Habiéndose recibido un oficio del C. Victoriano Pimentel, por el que hace renuncia de su puesto de Magistrado a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como este asunto compete al Congreso de la Unión, nos creímos en el deber de citar a sesión del congreso de la Unión, y a la vez que se dará cuenta de este asunto, se dará también cuenta con otro relativo a la elección de magistrados a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

El C. Secretario López Lira: "Honorable Congreso de la Unión de los Estados Unidos Mexicanos:

"Señor:

"Por la prensa informativa del día de hoy y por el testimonio de algunos señores diputados, me he impuesto de que el honorable Congreso de la Unión se dignó honrarme, en su sesión de ayer, con la designación de Magistrado de la Suprema Corte de justicia de la Nación .

"Aunque no he recibido despacho oficial alguno, tengo par absolutamente cierta la elección, y me apresuro a formular la presente renuncia hoy mismo, movido por el deseo de que Vuestra Soberanía pueda hacer con toda oportunidad la designación de la persona que deba sustituirme en el alto puesto que se me ha conferido y que resulta muy superior a mis escasos y muy discutibles merecimientos.

"No son razones de frío egoísmo y de calculada conveniencia personal las que me mueven a dimitir; son razones de convicción profunda y motivos de conciencia los que me forzan a dar semejante paso.

"Desde que el diario metropolitano "El Universal" abrió su encuesta para explorar la opinión pública sobre quiénes serían los mejores candidatos para magistrados de la Corte Suprema y algunas respetables personas incluyeron mi humilde nombre el la lista de candidatos, aproveché la oportunidad para manifestar, como puede verse en el número del 9 de marzo último, que no creo tener las condiciones requeridas el efecto y que sería un craso y lamentable error designarme para un puesto así. Dije que en mi concepto, es necesario consultar la vocación de cada uno y que yo no la tengo para la judicatura, porque, envejecido

de postulante, no es tiempo ya de variar de rumbo y de criterio.

"En efecto, en 30 años que cuento de ejercicio profesional, mi labor ha sido siempre de la parte que pide justicia (como agente del ministerio público al principio de mi carrera profesional, y como postulante después); nunca la del encargado de dar cuenta a cada uno lo que, conforme a la ley, le corresponde. Un joven puede adaptarse fácilmente a una función nueva, a un punto de vista diferente, a una labor de índole diversa; pero no así un anciano en quien los hábitos prolongados han impreso una huella muy profunda.

"Por otra parte, la labor de la Suprema Corte, en próximo periodo, tiene que ser verdaderamente abrumadora y terrible; muchos militares de amparos (para no hablar de otro género de negocios) reclamarán la atención profunda, el estudio prolijo y la labor tremenda de los señores ministros; y el estado de mi salud apenas me permite ya afrontar algunos trabajos ligeros, tranquilos, reposados, que debo alternar, cada día, con largas horas de descanso y de prácticas de higiene. Dos ocasiones he sufrido, cuando mis labores eran demasiado pesadas, ataques de postración nerviosa (surmenage, neurastenia), y estoy fatalmente condenado a volver a caer enfermo cuantas veces me exceda en el trabajo cotidiano.

"Tan escasa y delicada ha sido en los últimos tiempos mi salud, que me ví obligado a cerrar mi bufete y a retirarme por completo de los negocios judiciales hace mas de dos años. Este hecho es público y notorio, y consta, además, en la respectiva oficina de contribuciones.

"Estas son, señor, las razones que me obligan a acudir a Vuestra Soberanía rogándole muy encarecidamente que se digne relevarme del cargo tan honoroso para el cual he sido designado.

"Profeso el dogma de que el buen ciudadano está obligado a prestar a la patria los servicios que ella le exija, mal remunerados o gratuitos; pero cuando el ciudadano comprenda que el puesto que se le brinda es superior a sus fuerzas, entonces el deber le manda excusarse, sin dejarse deslumbrar por el brillo de las posiciones más encumbradas.

"Este es mi caso, señores representantes de la Nación mexicana. Escuchad la voz sincera y honrada de un humilde ciudadano que desea estar en paz con su conciencia; que os pide lo relevéis de un puesto elevadísimo que no podría desempeñar cumplidamente, y que os ruega lo dejéis continuar prestando sus modestos servicios a la juventud estudiosa en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Escuchando esa voz, presentaréis una nueva ofrenda a la patria, a cuyo servicio en buena hora os habéis consagrado.

"Cierto que se trata de un cargo que no puede ser renunciado sino por causas graves; pero, ¿acaso no son graves las que dejo expuestas?

"Espero que así las calificará vuestro recto criterio; y, si así fuere, os viviré eternamente agradecido.

"México, mayo 24 de 1917.- V Pimentel."

(Rúbrica.)

Está a discusión la renuncia. Las personas que deseen hacer uso de la palabra en pro o en contra, se servirán pasar a inscribirse.

El C. Presidente: Se han inscripto para hablar en contra los CC. Sánchez Pontón Luis, Medina Hilario y Hernández Luis M.; en pro, el C. Manrique. Tiene la palabra, en contra, el C. Sánchez Pontón.

El C. Sánchez Pontón: Señores: La renuncia que presenta el C. licenciado Victoriano Pimentel para el puesto de ministro de Suprema Corte de Justicia, para el que fue electo por este Congreso de la Unión, no debe considerarse solamente como el caso vulgar de una renuncia, por la que un individuo se exime de ir a un puesto para el que se le ha designado. Esta renuncia, tiene, señores diputados y senadores, algo más trascendental, que nosotros debemos estudiar como uno de los puntos característicos de las dificultades que se presentan a cada rato a un Gobierno, especialmente en el estado de reconstrucción como el actual, para poder llevar a cabo la obra que se ha echado sobre las espaldas. Efectivamente, señores, para organizar un Gobierno especialmente basado en la justicia, como es, como tiene que ser el emanado de una revolución como la que actualmente acaba de transformarse en Gobierno, es enteramente indispensable que cuente entre todo, la moralización de los empleados de la administración, y muy principalmente la de los empleados y funcionarios del Departamento de Justicia. Uno de los principales anhelos, y más que anhelos, necesidades nacionales que impulsaron a unos y a otros al cooperar al movimiento revolucionario, fue esa desorganización completa y esa falta de moralidad de la administración de justicia en la época de la tiranía.

El C. Medina, interrumpiendo: Pido la palabra para una moción de orden.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Medina: Ruego atentamente al señor Sánchez Pontón se sirva dispensarme que lo interrumpa en su discurso, porque mi moción tiene por objeto que la Cámara resuelva si procedemos inmediatamente a la discusión de la renuncia, o si la Cámara resuelve que pase por todos los trámites acostumbrados en el Congreso; entendiendo que en todos los Congresos se ha acostumbrado que no puede abrirse la discusión sin un dictamen de la Comisión, pero todos conocemos que las circunstancias actuales ya no nos permiten seguir los trámites reglamentarios; yo quisiera que la Cámara declarara si es de urgente resolución el asunto, y que en ese caso se pasara inmediatamente a la discusión.

El C. Presidente: Hay los antecedentes de que en tratándose de las renuncias se pongan desde luego a discusión; pero indudablemente con el objeto de no variar un trámite en que se hace solidaria la Asamblea de los asuntos y resoluciones; ella lo dirá si lo considera así.

El C. Secretario López Lira: Se pregunta a la Asamblea si considera el asunto urgente y de obvia resolución. Los que estén por la afirmativa se servirán poner de pie. Es de urgente resolución. En consecuencia, continúa la discusión.

El C. Sánchez Pontón, continuando: Decía que uno de los tropiezos principales de la administración es la organización de la administración de justicia y de los tropiezos que se presentan frecuentemente. Sea para un Gobernador de un Estado, sea para cualquiera autoridad que tiene bajo sus órdenes empleados de justicia, o en la actualidad cuando

se trata de organizar un Poder de la Federación que funcionará con independencia, es la falta de elementos que reúnan todos los requisitos, todas las condiciones indispensables, para que esos puestos sean servidos con la competencia y con la honradez que debe reunir un individuo que va a ese delicado puesto. Aquí, señores, lo hemos visto palpablemente cuando se ha discutido en el seno de las juntas privadas que precedieron al nombramiento de magistrados, las dificultades insuperables que se presentaban a una diputación para presentar un candidato. ¿Es acaso, señores, que en los Estados no existan numerosos elementos en el foro que pudieran reunir alguno de los requisitos necesarios para ir a la Suprema Corte de Justicia? ¿Es acaso que en la capital de la República no existen más de once abogados que pudieran ir a la Suprema Corte de Justicia ¿Porque entonces esa dificultad insuperable, señores? Lo vemos probablemente, algunos de los abogados tenían uno de los requisitos; otros tenían otro; pero muy pocos eran los que reunían en una sola persona los requisitos necesarios. De allí que exigiendo el Congreso, además de los requisitos ordinarios que en cualquiera otra época hubieran de ser aceptados, como los de honradez y competencia, exigiendo ahora los antecedentes limpios en cuestión política, venía a añadirse una dificultad más para encontrar el personal adecuado e idóneo para servir este elevado puesto de la justicia nacional. Hemos recurrido, por lo tanto, especialmente hablo por lo que hace a la diputación de Puebla, que se honró en postular al señor licenciado don Victoriano Pimentel, a buscar elementos fuera de nuestro propio Estado para que no hubiera las disensiones que muy frecuentemente se ofrecen entre elementos de una misma localidad para aceptar a un elemento de ella. Hemos querido despojarnos de todo provincialismo; hemos querido buscar unánimemente un elemento que al mismo tiempo que fuera apto e idóneo para desempeñar un puesto de Ministro a la Suprema Corte de Justicia, honrara a la misma Representación Nacional que lo debía elegir. Por eso nos fijamos en el señor licenciado Pimentel. Quisimos nosotros buscar que si no había la participación activa en el movimiento revolucionario, por lo menos no hubiera una tacha como enemigo u obstruccionista al triunfo de esa Revolución y que considerándolo con un criterio político, al menos como indiferente, pudiera ser aceptado por sus grandes conocimientos, unánimemente reconocidos de abogado probo e inteligente; pero he aquí, señores, que nosotros, al hacerle una visita de cortesía para participarle que habíamos propuesto su candidatura, el señor licenciado Victoriano Pimentel nos hizo las mismas consideraciones que acabáis de oír en el escrito presentado. Algunos de nosotros le hicimos desde luego las observaciones que saltan a la vista: señor, le dijimos, es enteramente imposible que nosotros podamos encontrar una persona que al mismo tiempo que reúna todos los requisitos que nosotros exigimos, voluntariamente quiera ir a un puesto que él estime como un sacrificio, ya sea por sus naturales condiciones de salud, ya sea por sus naturales beneficios, o por otras circunstancias de orden político o profesional que le impidieran ir a un puesto como este. En unos casos hemos visto acercarse a nosotros a personas haciendo propaganda para estos puestos, en otros casos los vemos renunciar cuando han sido elegidos espontáneamente por la Asamblea. ¿Qué indica esto? Lo que indica es, principalmente, que los elementos idóneos para representar un puesto casi siempre se niegan a ello y que los elementos que no son competentes o que tienen alguna otra dificultad para ir a otro puesto, esos hacen propaganda o tratan de hacer gestiones por diversos conductos para llegar a ese puesto. Eso es sencillamente porque entre nosotros los puestos públicos, cuando no se consideran como el cumplimiento de un deber, o como el sacrificio necesario de un ciudadano para ir a cumplir con el llamado de la Nación, entonces no podrán nunca verse como un elemento de conveniencia personal, sino en los casos en que se va a deliberadamente a no cumplir con un deber, en que se va a lucrar con los puestos públicos. Aquí pasa sencillamente que el señor licenciado Pimentel no nos da una causa verdaderamente grave para no aceptar el cargo para el que fue electo; nos dice sencillamente que él no es apto, que no es idóneo, y eso podemos nosotros y debemos considerarlo como un acto de modestia de él, pues ha sido reconocida por toda la Asamblea su competencia, desde el momento en que fue electo; no solamente en la Asamblea, sino que en la opinión pública ha sido su nombramiento de los mejores recibidos; se creía, señores, que esta Asamblea, porque en algunos casos ha dado muestra de cierto disentimiento en las cuestiones arduas con algunos elementos de la opinión, iba a ser el nombramiento de magistrados de la Suprema Corte en favor de individuos totalmente incompetentes, que únicamente se hubiera tenido en cuenta como un factor principal el elemento político, el del criterio político que se ha empleado mucho en la discusión de credenciales; pero no, señores, nosotros hemos dado una muestra y así ha sido apreciada por la opinión pública, de que despojados por completo de todo partidarismo, de todo elemento de conveniencia para una colectividad, para una personalidad o para otra, hemos designado a aquellas personas que por cada una de las diputaciones de los Estados y en conjunto por el Congreso General, fueran consideradas como las más aptas en todos sentidos para ir a ese alto puesto de la Nación y porque es uno de los nombramientos que ha sido mejor recibido por la capital y en muchas partes donde es conocido el señor licenciado Pimentel. Se nos quita ese derecho, se nos quiere quitar aquí por el mismo agraciado el derecho de nombrar espontáneamente a un hombre de su competencia, únicamente por causas que yo, señores, me permito calificar de baladíes. Efectivamente, señores la Constitución de la República, con objeto seguramente de impedir una discusión sobre el caso de si el puesto de Magistrado de la Suprema Corte de Justicia debería considerarse como de elección popular, puesto que es una designación del Congreso, ha puesto en el artículo 99, para las renuncias, exactamente los mismos términos que para la renuncia del Presidente de la República. El artículo 86 nos dice que el cargo de Presidente de la República sólo es renunciable por causa grave que calificará el Congreso de la Unión. El artículo 99 nos dice que:

"El cargo de Ministro de la Suprema Corte de

Justicia de la Nación sólo es renunciable por causa grave, calificada por el Congreso de la Unión, ante el que se presentará la renuncia. En los recesos de éste, la calificación se hará por la comisión Permanente."

De manera que los mismos términos se han usado en un caso que en otro, lo cual nos da el derecho de equiparar el nombramiento a Magistrado de la Suprema Corte de Justicia con uno de elección popular, por lo que hace a la renuncia del mismo cargo. ¿Cuáles son los elementos legales e indispensables para aceptar la renuncia del Presidente de la República o de un Ministro de la Suprema Corte de Justicia? Se desprenden de estos artículos que acabo de leer, que haya una causa grave y esa causa grave necesita, primero, ser una causa para que después sea calificada con ese adjetivo. Una causa no puede ser aceptada como tal si no viene acompañada de una justificación, de algo que ante la Representación Nacional la haga aparecer como una verdad evidente. Para ser calificada de grave necesita, primero, ser una causa y cuando una aparente causa no justificada viene a presentarse como motivo de una renuncia, nosotros tenemos el derecho de calificarla como un simple pretexto. Precisamente la diferencia entre causa y pretexto está en que el pretexto no está nunca justificado y la causa sí lo está. En este caso se nos presenta una serie de consideraciones en que el señor licenciado Pimentel cree que funda su renuncia; pero absolutamente no la justifica con nada. Cuando particularmente a las diputaciones de Puebla y Tlaxcala nos manifestó el estado de su salud, nos dijo terminantemente estas palabras: "Yo me encuentro en la actualidad mejorado; me encuentro bien; estoy trabajando; pero siempre que trabajo con exceso me recrudece el mal que he padecido en otras ocasiones y este es el caso que puede acontecerme en muy breve tiempo. Yo, honradamente, iría a trabajar a la Suprema Corte de Justicia, no iría a hacer lo contrario, y, naturalmente, dado el gran número de casos que tiene la Suprema Corte pendientes y los que deben entrar en estos momentos, sería un trabajo excesivo para todos los ministros, y principalmente para aquellos que quisiéramos cumplir con nuestro deber; estoy seguro de que el mal que he padecido se recrudecería a los pocos días y tendría yo entonces, por causa de fuerza mayor, que separarme de mis labores." Señores, no es creíble que cualquiera de los nombrados, cualquiera otra persona electa para un cargo de elección popular o que sea designada por una autoridad, pudiera eximirse de cumplir ese cargo por estas mismas razones. Podría cualquiera de nosotros decir que si venimos realmente a cumplir con nuestro deber, a estudiar después de largas sesiones todas las iniciativas que la Nación quiere que se estudien concienzudamente, será este un trabajo excesivo; el Ejecutivo mismo podría decir muy justificadamente que el cargo de él, debiendo cumplir con su deber, sería un trabajo excesivo, que al poco tiempo daría al traste con la salud del individuo, por más fuerte que sea. Claro está que todos podrán invocar ese mismo pretexto, pero no decir: estoy en estos momentos imposibilitado. ¿Cómo puede ser admisible, como causa justificada, decir: mañana o pasado podré estar incapacitado para seguir desempeñando este puesto? Señores, puede darse el caso, como en la Cámara, de que un diputado se enferme y que se le tenga que dar una licencia por causa de fuerza mayor; esa causa nos pondría el licenciado Pimentel si llegara a cumplirse el vaticinio que, según dice, los médicos le han hecho. Por otra parte debemos considerar que no estando justificada, porque ni siquiera acompaña un certificado médico, no está acompañada por algo que pudiera traer la convicción al Congreso de que aquélla es perfectamente cierta? Esto no quiere decir, ni puede tomarse como que trato de decir que el licenciado Pimentel ha asentado algo que no es verdad, es sencillamente que, como la vemos en los primeros párrafos de su carta, la modestia, que ha sido una de las cualidades reconocidas en él por todo el foro mexicano, le impide aceptar ese puesto; claramente lo dice, no empieza alegando su enfermedad, no empieza alegando otro motivo, sino únicamente que él cree incapaz, y eso lo hemos calificado como una aberración; no es incapaz el licenciado Pimentel, es uno de los más aptos entre los nombrados, sin que esto desmerezca a los demás ministros de la Suprema Corte electos por el Congreso. Ahora bien, se ha presentado el caso en esta forma, ¿cómo vamos a sentar el precedente de que un cargo de esta importancia sea renunciable en esta forma? ¿No hemos de exigir nosotros, como ha exigido la Nación, que muchos de los ciudadanos se sacrifiquen en momentos difíciles para la Nación y que vayan a cambiar el arado por el fusil, a cambiar el libro por el fusil, y que muchos de los individuos que no tenían vocación militar alguna, ahora los vemos dirigiendo campañas contra sus inclinaciones mismas; los vemos en el ejercito constitucionalista contra sus aspiraciones mismas? ¿No es una obligación servir en las filas de la administración en donde ellos son enteramente aptos y capacitados, aunque no lo hagan con el pleno consentimiento y aun sacrificando sus intereses? Es enteramente indispensable sentar este precedente, porque el Congreso Constituyente de Querétaro se discutió sobre la obligación que tendrán los abogados de servir al Estado. Yo siempre he sostenido que, puesto que hemos recibido todos la instrucción gratuita del Estado y especialmente la profesional que no tiene obligación de darnos, tenemos la obligación ante el Estado de cumplir cuando se nos llame a un puesto al que profesionalmente estamos llamados al terminar nuestros estudios. Nosotros deberíamos cumplir un servicio obligatorio después de salir de las aulas. El señor licenciado Pimentel no sé si habrá recibido su instrucción profesional en alguna escuela oficial; pero entiendo que sí, y creo que en estos momentos no puede prescribir todavía la obligación que moralmente tenemos todos ante el Estado por la instrucción que nos ha impartido, para servir algún puesto público. Así pues, ya que no se aceptó este principio, que en mi concepto era justo y enteramente moral, que nosotros no sentemos el precedente de que se acepte la renuncia a un intelectual, a un profesionista a quien la nación llama a las filas de la administración de justicia. Estamos llamados en estos

mismos días para completar el personal de jueces y magistrados del Distrito Federal y territorios ¿como podremos moralizar la justicia si nosotros sentamos el precedente de aceptar renuncias de elementos aptos? sabemos que uno de los tropiezos más grandes ha sido, aquí en el Distrito Federal, el que los abogados competentes, los abogados de cierto prestigio profesional que tienen pingiies negocios en sus bufetes, no aceptan nunca el cargo de secretarios de un juzgado de lo civil o de actuarios. Se necesita buscar a los profesionistas provincianos que por sus condiciones personales se encuentran en determinadas circunstancias, y no quiero citar aquí el caso de los que van a lucrar, que son muchos los que van a eso; se encuentra siempre con el tropiezo de que los elementos aptos y honrados no quieren ir a esos puestos, siendo una de las causas porque no están suficientemente remunerados. Busquémos esa remuneración, busquémos en el momento oportuno que esos cargos estén perfectamente asegurados para los que los desempeñen y que no necesiten recurrir además a ningún interés de la administración de justicia; pero ya que este no es el caso, por que no pretendemos que la Suprema Corte de Justicia pueda haber manejos de esta índole, sino que es el caso sentar el primer precedente para mañana o pasado, que pronto tendrán que hacerse esas elecciones de magistrados y jueces ponentes, no se de el caso de que los magistrados honrados a quienes el Congreso llame para moralizar la administración de justicia, el primer servicio del Estado, tengan que renunciar esos puestos por causas semejantes a la que acabamos de escuchar. Yo pido, por la tanto, que basados el artículo 99 de la Constitución que claramente indica que el Congreso es el llamado a calificar la gravedad de las causas, y en vista de la forma en que se ha presentado y sobre todo que estimamos nosotros como un acto de modestia suma del licenciado Pimentel la presentación de su renuncia, nos abstengamos de aceptarla llamándolo al desempeño de ese puesto al que por sus méritos, por sus cualidades, por su honradez, ha sido el llamado por la opinión y por el Congreso y así demos una prueba de que estamos dispuestos a moralizar la administración de justicia, llegando aun al sacrificio de los llamados a desempeñar esos puestos. Pido, pues, un voto reprobatorio para la renuncia presentada por el licenciado Pimentel.

El C. Sáenz Aarón: Pido la palabra para una interpelación al orador.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Sáenz Aarón: Yo estoy absolutamente de acuerdo con los conceptos vertidos por el señor licenciado Sánchez Pontón, pero ya que él nos ha manifestado que estuvo a hablar sobre el asunto con el licenciado Pimentel, le suplicaría se sirviera decirnos a qué causa de conciencia se refiere el licenciado Pimentel, porque yo el punto grave de su renuncia no lo veo en el pretexto, como ha llamado acertadamente el señor Sánchez Pontón a lo que expone, sino en que una causa de conciencia lo obliga a no aceptar ese puesto. Yo creo que el licenciado Sánchez Pontón, que habló con el señor Pimentel sobre el particular, está posibilidad de decirnos a qué causa alude el licenciado Pimentel para no aceptar el puesto de Magistrado.

El C. Sánchez Pontón: Señor diputado : Yo entiendo que esa causa de conciencia a que alude el licenciado Pimentel, es únicamente esta: Nos dijo: "un hombre honrado, cuando acepta un puesto, debe ir a desempeñarlo con todas las molestias, con todas las dificultades que ese puesto le ofrezca; es necesario tener la seguridad de poder desempeñarlo, y yo tengo la seguridad de no poder desempeñarlo, por el estado de mi salud, y sería, por lo tanto, una falta de honradez, según ese criterio mío, el ir a un puesto que no puedo desempeñar, que tendré que abandonarlo al poco tiempo."

Creo que este es el caso de conciencia a que él se refiere, porque así nos lo manifestó a algunos de los miembros de las diputaciones de Puebla y Tlaxcala, que estuvimos a verlo; no nos dijo nada respecto a que él tuviera algún inconveniente para enrolarse en las filas del Gobierno emanado de la Revolución constitucionalista; no nos hizo mención, ni nosotros se lo preguntamos, acerca de cuál era su pensar sobre la cuestión política. Yo creo que no se refiere a ese asunto, sino únicamente a un exagerado deseo de cumplir con su deber.

El C. Sáenz: Para otra interpelación. ¿Honradamente cree usted que el señor licenciado Pimentel esté de acuerdo con los principios de la Revolución de que ha emanado el presente Gobierno? Porque, en este caso, creo que estamos dispuestos a dar un voto reprobatorio a la renuncia; pero ya que usted hace alusión a lo anterior, desearíamos que nos informara si cree usted, con toda honradez, que el señor Pimentel está de acuerdo con los principios de la Revolución que norman al Gobierno constitucionalista.

El C. Sánchez Pontón: Cuando aquí se mencionó, señor, en una de las juntas privadas, que era necesario interpelar a aquellos que estaban siendo designados por las diputaciones, sobre su pensar en la cuestión política, fue cuando nació la idea de nosotros, de ir a entrevistar al licenciado Pimentel, ya que, anteriormente, no habíamos tenido con él ningún cambio de impresiones; pero estábamos de acuerdo todos los que lo entrevistamos, en que, dados los antecedentes y la honorabilidad del señor licenciado Pimentel, era inútil hacerle una pregunta sobre el particular, tanto más cuanto que todos nosotros teníamos alguna idea de que él no deseaba aceptar ese puesto; pero yo le contesto a Su Señoría diciendo lo siguiente: Creo que un hombre honrado, como es el señor licenciado Pimentel, aunque no fuera enteramente de criterio revolucionario, en el sentido de que hubiera prestado algún servicio activo a esta causa, pero un hombre honrado cuando se trata de aplicar la ley, tiene que hacerlo con honradez, y si las leyes son revolucionarias tiene que aplicar el criterio revolucionario. Esta es una de las cosas que discutimos en lo particular, al presentar, candidato a un individuo. Claro está que si ha dado muestras activas de ser revolucionario, sería mejor; pero un individuo que no ha dado muestras ni en pro ni en contra, pero que tenemos la seguridad

de que es honrado cuando se trata, no de hacer la ley, sino de aplicarla, hasta con su competencia y honradez, para que no traicionara algún puesto que acepte. Si envuelto está en la renuncia del señor licenciado Pimentel algo sobre el particular, me es enteramente desconocido. Yo no sé si el señor Pimentel ahora esté de acuerdo con las ideas políticas que nosotros sustentamos y que en la actualidad imperan. No le hemos preguntado absolutamente sobre ese particular ni tengo ningún otro dato personal que poder comunicar sobre su filiación.

- El señor presidente: Tiene la palabra el C. Manrique.

El C. Manrique: Si no hay inconveniente para ello, cedo mi turno al licenciado Medina.

El C. Presidente: No puede usted ceder su turno al licenciado Medina, porque él va a hablar en contra.

El C. Manrique: Soy el único orador en pro.

El C. Laveaga: (Senador): También yo voy a hablar en pro.

El C. Manrique: Señores senadores y diputados: Mis hermanos en Salamanca, los estudiantes de una escuela hermana de la mía, la de Jurisprudencia, se acercaron a mí ayer, en comisión, para exponerme la idea, la necesidad que ellos creen existe de que fuese aceptada la renuncia de licenciado Victoriano Pimentel. Los estudiantes de Jurisprudencia, efectivamente, le conocen por el trato continuo de muchos años; el señor licenciado Pimentel, como es bien sabido, ha sido profesor de la Escuela Nacional de Derecho por luengos años, ha agotado en esa noble labor los mejore años de su vida, y natural es que en la Escuela de Jurisprudencia, haya sembrado afecto y ciencia; de manera que los estudiantes de Derecho después de haber conferenciado con el licenciado Pimentel, y después de haber tenido una junta privada, justifican plenamente la actitud del señor licenciado Pimentel, y tuvieron la deferencia de encomendarme que expusiese ante ustedes las razones que al señor licenciado Pimentel asisten para presentar su renuncia. Estas razones del licenciado Pimentel están ya expresadas a maravilla en la renuncia escrita que aquí presentara. Afirma el señor licenciado Sánchez Pontón, que se siente lastimado, hasta cierto punto, cosa muy explicable, habiendo sido la diputación de su Estado, justo con la del Estado de Tlaxcala, la proponente de la candidatura del señor Pimentel; el señor licenciado Sánchez Pontón, digo que se siente lastimado por esa renuncia, nos dice que no existe una causa grave. ¿Que es lo que se entiende por causa grave? Causa grave es lo mismo que razón de peso; ¿no es razón de peso lo que se refiere a la exigua salud del licenciado Pimentel? Yo creo es muy fácil esa afirmación, cuando se tiene la salud y los bríos que afortunadamente tiene el licenciado Sánchez Pontón; pero cuando se llega al invierno de una vida gastada noblemente, sembrando saber e ideal, entonces las fuerzas flaquean, el corazón desfallece y el ideal suele también apagarse. De manera que, ¿cómo vamos a exigir al señor Pimentel el sacrificio de venir a agotar los pocos bríos que le quedan, que después de que ha prestado sus servicios en el Magisterio, viniera a agotar esas fuerzas en la Suprema Corte de Justicia de la Nación? ¿Qué el cargo no es renunciable? Sí que lo es, y la renuncia presentada sólo puede aceptarse cuando se basa en una causa grave. ¿Quién califica la gravedad de esa causa? Es precisamente el Congreso; si en opinión de cada todos y cada uno se nosotros, o por lo menos, en la opinión de la mayoría de nosotros, el señor licenciado don Victoriano Pimentel tiene razón sobrada para declinar este honor que se le hace, entonces nada más sencillo que aceptar esta renuncia, y no se habrá vulnerado interés ninguno. Afirma el señor licenciado Sánchez Pontón que acaso se trata de un fútil pretexto. Yo no sé cómo se compadece esta afirmación ligera del señor Sánchez Pontón con la afirmación explícita y clara que nos ha hecho de que el señor licenciado Pimentel es un hombre probo y honrado a carta cabal. Un hombre probo y honrado no pone pretextos; un hombre honrado hace una negativa categórica; de manera que el señor licenciado don Victoriano Pimentel, si pone pretexto no es un hombre honrado, y si es hombre honrado, como debemos admitir que lo es, no ha expuesto pretexto, sino expuesto causas graves, que es necesario que tengamos en consideración, que el señor licenciado Pimentel cuya salud está agotada; que sufre ya de ese azote de los intelectuales, la dispepsia, de ese otro azote que desconocían nuestros antepasados, la neurastenia. ¿El señor licenciado Pimentel que siente ya decrecer su vigor y su entusiasmo, estaría obligado al sacrificio, para ir a la Suprema Corte de Justicia? El sacrificio por la colectividad es cosa que se puede sostener teóricamente, pero no es cosa que la colectividad pueda imponer el sacrificio: este debe ser libre y espontáneo de la voluntad; no es algo que debe imponerse: de manera que si aceptamos que es para el señor licenciado Pimentel un verdadero sacrificio aceptar ese cargo, ¿tenemos derecho nosotros para imponer sacrificios, nosotros que, acaso, personalmente no seríamos capaces de sacrificarnos? Yo creo que no; nada habría más injusto que tal proceder, porque, paréceme perfectamente justificada la actitud del señor licenciado Pimentel; haciendo a un lado la cuestión de sus aptitudes, se nos dice que es cuestión de mecha modestia. ¿Pues qué, habríamos preferido que el señor licenciado Pimentel en su renuncia dirigiera al Congreso, hubiese comenzado por hablar de sus grandes méritos y de sus grandes aptitudes? Seguramente que no. El negarse el señor Pimentel, entre otras razones, y esto lo considero yo aquí secundario, alegando que carece de méritos y aptitudes, yo creo, señores, que una modestia, que es una manifestación de modestia que ninguno de nosotros tiene derecho de reprochar. De manera que la razón principal que asiste al señor licenciado Pimentel, es la de escasa salud. Nos dice el señor Sánchez Pontón que no se trata aquí de algo justificado; de manera que nos vamos a atener al estrecho criterio de no considerar como justificada una afirmación que no venga acompañada de algún otro testimonio; de manera que esto equivale a afirmar explícitamente que el señor licenciado Pimentel ha mentido, por no haber acompañado un certificado

médico; ¿ de manera que tanto equivale a admitir el derecho criterio que aquí ha privado en alguna ocasión, haciendo decir a algún señor diputado que los testimonios no eran sino palabras, que lo que necesitábamos eran pruebas escritas, documentos, es decir, que un documento tiene una fuerza mayor que la palabra de un hombre honrado? ¿Que no es el licenciado un Pimentel un hombre a quien se pueda creer? ¿O bien, de aceptar a un hombre a quien hemos querido acumbrar a uno de los más altos puestos de la Nación, necesitamos que lo justifique un certificado médico? Estos certificados tienen un valor relativo a veces. Pues ¿que opinión se habrá formado el licenciado Sánchez Pontón en su fuero interno, de un médico que, deshonrando al protomedicato mexicano, le ha dado un certificado en que un enemigo político suyo, le ha dado un certificado en que ese enemigo político aparece haber querido en la Ciudadela y que ha sido curado por ese médico? ¿Qué médico tiene esta afirmación, que ha hecho sólo para satisfacer las ambiciones políticas, las pasiones personales de un individuo? Este médico obedeciendo a los dictados de su conciencia, que le aconsejaba cumplir con su deber profesional, debió haberse negado a dar ese certificado al señor Sánchez Pontón. ¿Pues qué, se ignora que el médico puede, en algunos casos negarse, en determinados casos a dar un certificado? Bien se conoce con qué clase de médicos trata el señor Sánchez Pontón. No puede valer, por tanto, el venir a presentar tales certificados; no, si el certificado es extendido por un facultativo honorable, entonces vendrá a dar fuerza a la declaración de un hombre desconocido para nosotros; pero si el señor Victoriano Pimentel tiene la probabilidad a toda luces proclamada, ¿qué necesidad tienen entonces las palabras del señor licenciado Pimentel de ser apoyadas por un certificado médico? Esto e fácil y vanal. No, señores, de manera que la razón que me parece de peso, que me parece cosa grave, es la salud; digo que es fácil hablar de enérgicos y la edad en que el licenciado Sánchez Pontón; pero cuando se llega al ocaso de la vida, entonces ya no puede exigirse a un anciano que, por lo demás, ha cumplido su misión, que haga algo que ya no está obligado a hacer. Argumenta el señor licenciado Sánchez Pontón, con un argumento que tiene mucho de sentimental, que es necesario que quienes hayan recibido beneficios e instrucción del Estado, en justa correspondencia, nuevos servicios. Bien está; ¿pues qué el señor licenciado Pimentel no ha cumplido a maravilla esto que el señor licenciado Sánchez Pontón le exige? ¿Qué es fuerza que esos servicios o esa correspondencia o reciprocidad al Estado se otorgue en una forma determinada? No, señores. El licenciado Pimentel ha compensado ya, de sobra ha compensado con creces, los servicios que el Estado haya podido impartirle, sirviendo por espacio de treinta años, probablemente sino me equivoco, diversas cátedras en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. De manera que yo creo está perfectamente justificada la renuncia del señor licenciado Pimentel, fundada en una causa grave, que toca calificar al Congreso. He desvanecido, en mi sentir, los argumentos del señor licenciado Sánchez Pontón. He dicho.

El C. Presidente: Tiene la palabra en contra del C. Medina Hilario.

El C. Medina Hilario: Señores representantes del Congreso de la Unión: Cuando recuerdo aquel año, el 3o. de derecho, un grupo del cual tuvo el honor de ser, allá por el año de 1910, todavía viene a mi imaginación un cierto perfume de leyenda que me recuerda a su vez viejas historias leídas en los autores críticos, a aquella despedida de Sócrates cuando estaba a punto de apurar la cicuta a que lo condenara la acusación de Delito y los ciudadanos de Atenas. Quizás sabéis, señores diputados y senadores, que en los cursos, en las escuelas, se acostumbra al fin de años, acercarse al maestro uno de los muchachos, tomar la palabra, decirle en unas cuantas frases todo lo que ellos sienten, expresarle los agradecimientos por las tareas desarrolladas en el curso del año y despedirse del maestro. Esto fue, señores diputados, lo que hicimos los estudiantes del segundo curso de Procedimientos civiles, con el maestro Victoriano Pimentel, allá por el año de 1910. El maestro Pimentel, profundamente conmovido con aquellas palabras hechas de calor y sinceridad, que llevaba a sus canas unas especie de aire fresco y de bocanada de savia nueva, todo conmovido hasta las lágrimas, tuvo para nosotros palabras de aliento, de cariño, de consejo; el maestro Pimentel no puede decirnos en todo su discurso otra cosa que procediéramos con honradez en todos los actos de nuestra vida, que no nos apartáramos un ápice del cumplimiento del deber, y que cualquiera que fueran las circunstancias en la que fortunar quisiera vernos rodeados en todas las épocas, siempre tuviéramos presente que en las aulas se había alimentado el ideal, se había fortificado el cumplimiento del deber y se había sostenido sobre todas las cosas el respeto a la ley. Este es el hombre, señores diputados, hombre de una pieza, sencillo, modesto, humilde, sano, honrado. Bajo una apariencia algo brusca se encuentra un espíritu que me recuerda la claridad que pinta la leyenda del Bautista, hombre de la montaña, hombre puro, transparente; se le ve hasta el fondo a la primera mirada. Ese es el maestro Pimentel. Pero sucede que un hombre continuamente dedicado a los trabajos del bufete, al laboratorio en que se está fomentando continuamente l a ley y se está aplicando el derecho, llegando ya a los postreros años viene a encontrarse con que la Representación Nacional se fija en él para llevarlo a lo más alta Magistratura del país e impartir la justicia. Yo me doy cuenta, señores diputados y senadores, yo me doy una cuenta perfecta de ese rompimiento de toda una vida que ya camina por un sendero conocido, yo me doy cuenta de que un contraste que a las veces viene a aparecer doloroso para un anciano, sacarlo de repente de su medio como aquella otra Revolución gloriosa había sacado al sabio Bailly, para ir a colocarlo frente de la Asamblea revolucionaria. Seguramente; pero, entonces, ¿cuál es electo de conciencia que se impone a ese hombre colocado en tales circunstancias? Estado en esa situación psicológica yo me encuentro en aptitudes, en condiciones de

contestar las interpelaciones que hizo el compañero Sánchez, y decirle que un hombre que de repente rompe con todos sus antecedentes, que se ve obligado a actuar en una esfera distinta de aquella en que está seguramente que tiene que consultar a su conciencia si será apto para cumplir con los deberes que le impone su nueva situación. Y un hombre que está acostumbrado a consultar siempre su conciencia para determinar en los actos de su vida, seguramente que debe vacilar, debe pesar y hablando por boca de su modestia debe decir: yo soy incapaz para este puesto. No se trata aquí de otra interpretación; no es el señor licenciado Pimentel quien podría ocultar en la apariencia de las causas que alega en ese escrito, razones políticas para negar su asentimiento al voto que lo ha elevado a la Magistratura de la Suprema Corte de Justicia. Las causas graves, a mi modo de ver, no existen. Era la grandeza de los Estados antiguos de dar al Estado todas las fuerzas, todas la potencias, todas las actividades el individuo no era nada por si solo, antes que el individuo era el estado, era la comunidad. El estado era el propietario, era el que disponía de las fortunas, de la vida, del honor, de todos los derechos, de todas las obligaciones de los ciudadanos, y el ciudadano en el Estado no era más que una molécula perdida que tenía su tarea trazada, que estaba envuelto en un conjunto y no tenía personalidad, ni libertad, no tenía iniciativa: ese era el Estado antiguo, ese era el Estado apartano, y si en Atenas vemos al parque la disciplina rigurosa del Estado político, levantarse la libertad individual enfrente del Estado, vemos también que en Atenas, todos y cada uno de los individuos tenían primero que todo el cumplimiento de los deberes que les imponían la cosa pública, y son ciudadanos más libres aquellos que tienen el derecho de concurrir a la plaza pública a tomar parte en las discusiones que interesan a todos. Eso era el ciudadano en Atenas; ese es el ciudadano libre; libertad que se compadece con la grandeza del Estado que está subordinada también a la grandeza de ese mismo Estado. Eso es el secreto de las grandezas antiguas; ese es el secreto de la gloria de Esparta, de la gloria de Atenas, del poderío de Roma; ese es, señores diputados y senadores, el concepto más preciso de la individualidad humana enfrente del Estado, porque seguramente que no están rendidos estos dos conceptos el sacrificio por la grandeza del Estado y la libertad individual en el fuero interno que se permite pensar, obrar y sugerir a nuestros conciudadanos la manera de que obremos en conjunto para hacer la grandeza también en nuestro Estado. No es causa grave la enfermedad que padece el C. Pimentel que le impida cumplir con sus deberes en la Corte, cuando él nos ha venido a manifestar las circunstancias en que se encuentra, y a pesar de esa manifestación le reiteremos nuestro voto, y a él viene a protestar que cumplirá y hará cumplir la "constitución y que impartirá justicia y que dará a cada quien lo suyo, estad seguros, señores diputados, de que esa protesta será firmemente cumplida y que el C. Pimentel cumplirá con su deber. Y aquí viene la objeción del C. Manrique: si el licenciado Pimentel va a cumplir con su deber, entonces va a caer seguramente enfermo, porque su enfermedad ya no consiente su trabajo continuo y pesado como el de la Corte. Está bien, pero el deber, pero el cumplimiento del deber seguramente está de acuerdo también con otro deber que exige que todos nosotros nos conservemos siempre libres y aptos para cumplir con las funciones sociales. De manera que el cumplimiento del deber del C. Pimentel no lo va a llevar hasta el sacrificio de su vida y de su salud; al lado del deber, del cumplimiento del deber en la Suprema Corte de Justicia, puede llenar perfectamente todos los deberes de higiene y cuidado que debe a su persona el C. Pimentel, y para desbaratar las últimas dudas que pudieran quedar en el ánimo de algunos compañeros, se pregunta, ¿está de acuerdo con el tono político actual de la Asamblea, del país, en una palabra, de la Revolución? Seguramente que nadie puede contestar a esta pregunta, porque nadie ha estado en aptitud de penetrar en el fuero interno del C. Pimentel; pero sabed señores diputados, que un hombre que ha dado muestra de saber cumplir inflexiblemente con su deber, tiene como el primero de todos, como el más implacable de todos, el de respetar la ley y de hacerla respetar y la Revolución hecha ley por medio de la Constitución federal, que lo eleva a la Suprema Magistratura, es la suprema ley que debe imponérsele y que también él debe obedecer, debe respetar, porque esa es su costumbre; de manera que si hubiera en él cierto resquicios y ciertos temores originados por algún desacuerdo, que probablemente no existe en él, entre las ideas y orientaciones políticas del momento, han terminado desde el momento en que el señor licenciado Pimentel venga a este Congreso a protestar hacer cumplir la Constitución, porque la Constitución es la suprema ley y la suprema ley para un ciudadano honrado es cumplir con el deber y respetar esta ley.

Señores diputados y senadores: Es verdaderamente grandioso que toda una Representación Nacional se encuentre conmovida al espectáculo de un ciudadano que viene a exponer las razones que tiene y que en su conciencia y humildad, son las únicas que le impiden ir a la Suprema Corte de Justicia; pero yo he sondeado la opinión de muchos compañeros y he visto el propósito firme de no aceptar esta renuncia, porque antes que todo están las necesidades sociales, está nuestra naciente democracia, están nuestras instituciones para formarse, para implantarse, y es preciso que todos, unos más y otros menos, unos de una manera y otros de otra, llevamos nuestra contingente y procuremos que esas instituciones se restablezcan, se afirmen y engrandezcan y sean para todo el país, sean para la Representación Nacional, el orgullo y la gloria, porque la Revolución, si antes que cualquier otra cosa ha sido un gran movimiento de justicia, y la Revolución, como una suprema palabra y como el último resultado es una suprema aspiración a la justicia y es una grandiosa obra de justicia, el día en que tengamos justicia, el día que verdaderamente el pueblo sepa que acudiendo a los tribunales se le hace justicia, se le respeta su derecho, ese da indudablemente habrán acabado las revoluciones, y yo recuerdo en estos momentos un palabra profética de un alto intelectual ya muerto, uno que perteneció al régimen

pasado, pero que perteneció también al porvenir, cuando en los arboles del movimiento Revolucionario gritaba aquellas palabras solemnes: "Tenemos hambre y sed de justicia." Y es verdad, señores, ese fue el mal profundo, ese fue el mal incurable de los antiguos regímenes, eso es lo que nosotros debemos procurar, eso es lo que nosotros debemos alcanzar. Cuando Federico el Grande paseaba una vez, encontró un campesino, se puso a conversar con él breves momentos y le preguntó: ¿y qué harías si quisieran derribar tu choza? Y el campesino seguro de su derecho, contestó: "¡Como si no hubiera jueces en Berlín!" Esa es la seguridad popular que necesitamos, esa la seguridad que necesitamos llevar a todos nuestros conciudadanos, y si alguna opinión equivocada que va propagándose, desgraciadamente, hace nacer en el público, hace nacer en el ánimo popular la impresión de que la Cámara de Diputados, especialmente, no ha sabido cumplir con su deber, aquí tenemos la oportunidad más propicia para dar un mentís a la falsa labor que está haciendo la prensa menguada de estos días y poder demostrar ante la opinión pública, que no es verdad que aquí no se respeten las aspiraciones populares, sino que, ante todo, nos hemos preocupado por el más trascendental, por el más hondo problema, que es el de la impartición de justicia, y ¿de qué manera nos hemos preocupado por ella? Por medio de un procedimiento democrático y arreglado a la más estricta conciencia de todos nosotros, discutiendo deliberadamente la candidatura en largo conciliábulos en este salón, donde se pasaban días enteros presentándose mutuamente candidatos. discutiéndolos, pasándolos por un tamiz de férrea disciplina implacablemente, y después de haber llegado a conclusiones, lanzar a los cuatro vientos los nombres de aquellos que habían merecido la confianza nuestra, para ir a impartir justicia en el más alto tribunal que tiene la República. Y luego que uno de ellos, juzgando nada más por su humildad, venga a decirnos que no puede responder a las esperanzas que hemos citado en él, venga a exponer sus razones, nosotros le contestamos: "No, no tiene derecho de rehusar de esa manera el mandato popular expresado por boca de la Representación Nacional; no tiene derecho de destruir de esta manera las esperanzas de toda la Revolución y del país en momentos en que, como el actual, todo estamos pendientes de la palabra justiciera que debe salir de allá arriba, de la Alta Corte; no tiene derecho de evitar las obligaciones que te ha impuesto la voluntad de toda la República por medio de la Representación Nacional y deber ir allá al solio santo, en donde se pronuncian las palabras de la ley, dar a cada quien lo suyo, olvidar por un momento las causas físicas que os impiden trabajar largas horas y podréis descansar también, que ya es un descanso, señores diputados y senadores, ya es un descanso, señor Pimentel, el haber cumplido con un deber, el de echar los nuevos cimientos de la democracia mexicana, que se levantarán seguramente para la posteridad" (Aplausos.)

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. senador Laveaga.

El C. Laveaga: Señores representantes: La personalidad notabilísima del señor licenciado Pimentel, me es enteramente desconocido; pero ya que sus amigos no creen en las razones que expone, yo creo entonces que el acto de conciencia que él señala en su renuncia, está de acuerdo con lo que ha dicho el señor Jurado. ¿Me permite la Presidencia interpelarlo?

- El C. Presidente hizo un ademán de asentimiento.

El C. Laveaga: El ha dicho que el señor licenciado Pimentel no acepto, porque todas sus ligas, todos sus afectos, han estado con los hombres de los Gobiernos pasados y que fue director no sé de qué Escuela durante el tiempo de Huerta. Interpelo al señor Jurado.

El C. Jurado: Yo puedo decir a la H. Asamblea que el licenciado Pimentel fue nombrado Director de la Escuela de Jurisprudencia inmediatamente después del cuartelazo, inmediatamente después. Es lo único que puedo decir; de las ligas políticas que él pueda tener, no puede decir nada acerca de esto; lo único que sé es que vivir por mi casa, por las calles de Guerrero, y que siempre lo veía con elementos como Labastida, como Torres Torija y varios connotados científicos; con un revolucionario nunca lo he visto. Si hay alguno que conozca sus relaciones con revolucionarios, que lo diga.

El C. Laveaga, continuando: Ahora, señores representantes, señor Sánchez Pontón, su señoría ha dicho que los abogados provincianos llegan aquí a lugar en los juzgados. Pues bien, voy a hacer un poco de historia, porque soy enemigo de las notabilidades, primero. Hace ya cerca de medio siglo que el Congreso Nacional no se componía de elementos provincianos, como nos titulaban los metropolitanos, los caballeros de guante blanco y chistera que escoltaban a las damas en los salones en donde se bailaba el minué y en donde las notabilidades recitaban bellas poesías y en las "bellas poesías" entonaban sus cánticos de servilismo a los déspotas del gobierno pasado. La prensa capitalina que circulaba por todas partes, que invadía todas las regiones del país, dándonos a conocer las proezas de esas notabilidades, y nosotros, pobres provincianos, sin ninguna reticencia ni nada, admitíamos esa sugestión; hoy nuestra imaginación vuela, la memoria nos trae recuerdos de muchos hombres y de muchos nombres notables, que no analizamos si eran buenos o malos, pero que, indudablemente, dejaron la huella de buenos por el consentimiento general de aquella época. Pues bien, hoy debemos analizarlos, hoy debemos recordar que la capital de la República era la que tenía el "trust," el monopolio para la fabricación de las "notabilidades" en todos los ramos de las ciencias y de las artes. Y ¿como se fabricaban esas notabilidades? Muy sencillamente: llegaba un provinciano, que bien podía se un sabio o un imbécil; venía andando muy tranquilamente, bobeando por ambos lados, viendo los hermosos edificios y calzadas, cuando de repente se encontraba frente a la estatua de Carlos V. (Voces: ¡Carlos IV!) No le hace, al cabo me entendieron. (Risas.) Allí, absorto, con la boca muy abierta, decía: ¡ah, qué caballo tan bonito! Pues bien, ese provinciano, sabio o imbécil, por medio de una casualidad o de

las circunstancias, era recibido en el salón verde, azul o colorado, el color que les da la gana, por el Presidente de la República y éste le otorga todas sus protecciones y todas sus influencias e inmediatamente, como por encanto, se le habrían todas las puertas de los ministerios, todos los regios salones de la aristocracia mexicana se disputaban su persona ¿por que? porque ya era una "notabilidad." (Voces: ¡No, no!) Si, señores, ya era una notabilidad (Voces: ¡No, no!) Pues que no sea entonces, pero para mí, ya era una notabilidad. (Risas.) Y esa notabilidad ya tenía derecho para frente a la estatua de Carlos IV y abrir la boca extasiado, admirándolo, y los transeúntes capitalinos decían ¡qué estudios tan profundos estará haciendo el sapientísmo licenciado sobre la cola de ese inmortal caballo! (Risas y aplausos.) Reputaciones oropelescas, notabilidades tiradas muchas de ellas en el cielo más corrompido de una época de "notabilidad," que sí serían notabilidades en todas las cárceles y presidios, porque fueron los mercaderes de la justicia, porque todas las lágrimas que se han derramado a ellos se deben y en pruebas ¿en donde están hoy en día esas "notabilidades," todos esos hombres que da a día veíamos sus retratos en los periódicos, que día a día sabíamos los ruidosos litigios que ganaban; que sabíamos de todos los suntuosos banquetes que ofrecían a los déspotas de esa época? ¿En dónde están todos esos notables oradores, esos notables jurisconsultos, esas notabilidades médicas? Allá están en el extranjero recibiendo aún la maldición del pueblo mexicano; porque fueron tan "notables" que ni patria siquiera tienen porque pertenecen al mundo y al mundo de la criminalidad. Señores representantes: Librenos Dios o el diablo, cualquiera de los dos (risas) de las notabilidades. Por ley de semejanza debemos tenerles miedo o, si no, desconfianza, porque ¿qué voluntad deben tener esos señores para resistir la influencia de casi medio siglo? Recordamos que los microbios porfirianos se parecen a los del amor, que tienen garras de tigre y que ni las píldoras, ni las inyecciones, ni mucho menos los buenos deseos vienen a quitar esas costumbres tan arraigadas; recordemos también una verdad lógica que dice: La voluntad, lejos de librarse de la costumbre, sufre su ley y va perdiendo su libertad mientras se va aceptando la costumbre. Todas esas notabilidades van aceptando la costumbre, y si no, vean las porfiristas. Señores, ya que el señor licenciado Pimentel no tiene más que méritos como revolucionario que haber dormido tranquilamente durante toda la época revolucionaria, recordamos que hay revolucionarios, que hay hombres que han sentido la Revolución, que han sufrido con la Revolución y que si la Revolución hubiera fracasado estuvieran "dando bola" en Estados Unidos, y ante ese hecho de un obscuro provinciano, yo prefiero a los provincianos, porque detrás de esos obscuros provincianos hay la luz de la sinceridad y de la honradez. (Aplausos.)

El C. Hernández Gerónimo: Para un interpelación al señor Jurado.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Hernández Gerónimo: Dice el señor Nicasio Jurado que él hace cargos al señor licenciado Pimentel....

El C. Jurado, interrumpiendo: No le he hecho cargos.

El C. Hernández: Dijo usted que fue empleado del huertismo.

El C. Jurado: Digo que fue director de la Escuela de Jurisprudencia.

El C. Hernández: ¿Por qué no hizo usted ese cargo en las juntas privadas y por que viene usted a hacerlo aprovechándose ahora de su renuncia?

El C. Jurado: Porque yo no recordaba ni siquiera el nombre del señor licenciado Pimentel; si yo he votado por él en las juntas previas ha sido por recomendación del señor Siurob.

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. Luis M. Hernández.

El C. Hernández Luis M: Señores representantes: Cuando para la juntas previas se citaba tanto a diputados como a senadores para venir a discutir los individuos que deberían ocupar los puestos de magistrados de la corte, pensaba en la conveniencia de despojar a once revolucionarios de sus arreos militares y llevarlos a la corte, llevar a los individuos que, sintiendo la sed de justicia, hubieran ido a impartirla, llevar a individuos que ante la necesidad de la justicia se levantaron en armas, porque ellos, que habían sentido esa necesidad sabrían impartirla. Pero no era bastante, señores, ser revolucionario, se necesitaba se jurisconsulto y ser jurisconsulto apto. La diputación del Estado de Puebla se reunió, discutió sus candidatos, muchos fueron desechados, llegó a aceptar a uno y lo trajo a la discusión, fue desechado, tenía antecedentes que la asamblea consideró que eran suficientes para no ser digno de ocupar un puesto en la Corte Suprema de justicia; entonces, despojados de localismo, no queriendo traer a un individuo del Estado de Puebla, supuesto que no era al Estado de Puebla a quien se iba a impartir justicia, sino a la República toda, pensamos en un elemento estraño al Estado, en un elemento que fueron honrado, que fuera apto y si era posible que fuera revolucionario. Yo, señores, he sido revolucionario desde hace años, y muy pocos, relativamente muy pocos, son los abogados y los profesionales en su totalidad que han acompañado a la Revolución; además, si ellos eran tan pocos, ya los otros Estados los tenían en cartera, ya estaban siendo discutidos y, entonces pensamos nosotros en un elemento intelectual y honrado, entonces fue cuando propusimos al licenciado Pimentel, que fue aceptado con aplausos por toda la Asamblea. El señor licenciado Pimentel si ha estado con Huerta, si ha estado con Huerta, señores, ¿sabéis cómo ha estado? educando a la juventud. El sí es una notabilidad, es un sabio; pero los sabios, señores, no se miden con el criterio político. El señor licenciado Pimentel no recibió puesto de Huerta; tenía ya su nombramiento en la Escuela de Jurisprudencia; hace muchos años que la educan a la juventud, y fue también esa juventud la que ayer se dirigió a mí suplicándome que no se les quitara al licenciado Pimentel. ¿Por qué? Porque el licenciado Pimentel es un viejo profesor de la Escuela de Jurisprudencia, muy querido de todos los alumnos, que sabe tratarlos con consideraciones y que, como sabio

ha educado muchas generaciones, de las que tenemos ejemplares en esta Asamblea, como el señor licenciado Medina, notabilísimo jurisconsulto. (Aplausos y murmullos.) Yo creí que él lo era, ustedes creen que no, yo sigo creyendo que sí. (Risas y aplausos.) Ahora, el señor licenciado Pimentel, que yo creo honrado a carta cabal, en su renuncia expone razones que pudieran ser de peso si realmente fueran esas las razones por las que él renunciaba: su enfermedad; pero no, señores, el señor licenciado Pimentel da varias clases en la Escuela de Jurisprudencia, y el da varias clases en una escuela, claro es que tiene que forzar su cerebro. Indudablemente tiene que seguir agotando sus energías, que hacer uso de ellas. Yo creo que el señor licenciado Pimentel, como nos lo manifestó cuando fuimos a suplicarle que aceptara la postulación que hacíamos de él, la razón principal que tiene es su modestia, señores. No es el cargo de conciencia que él pudiera tener por el desconocimiento de nuestra Constitución, como algunos diputados me han indicado; no, señores es un hombre perfectamente honrado y es hombre liberal; eso lo ha demostrado en su carrera, lo ha demostrado con sus hechos, lo ha demostrado con su vida. El señor licenciado Pimentel no ha tenido vida política; pero siempre ha sido uno de los liberales y no ha sido de los liberales que han ido a adular a Porfirio Díaz ni a ninguna de los ministros de aquellas época. El señor licenciado Pimentel ha vivido siempre aislado de la política de la República, el señor licenciado Pimentel jamás ha aceptado puestos públicos en los cuales haya que tratarse de asuntos políticos; ahora el señor licenciado Pimentel, como hombre honrado, como hombre probo, como hombre ilustrado, será uno de los que en la Corte sepan hacer verdadera justicia; conoce perfectamente nuestros Códigos, sabrá estudiar perfectamente todos los chanchullos de los malos abogados que pretenden por medio de enjuagues tratar de sacar avante un mal negocio en la corte. Hemos tratado de llevar elementos honrados a la Corte, señores, y yo creo que el licenciado Pimentel es uno de los que no pueden tachárseles absolutamente nada y menos en su parte de honradez, y yo creo que no debemos aceptarle la renuncia, pues si realmente está enfermo, recuerde que por el sacrificio de la Nación debe aceptar. Valentón Gómez Farías, señores, uno de los hombres cuyo nombre se ha inscrito con letra de oro aquí en la Cámara, vino enfermo, vino muriéndose, lo trajeron a protestar la Constitución de 57, sacrificando su vida, sacrificando su salud, para cumplir con la patria. Cumpla también con ella el señor licenciado Pimentel.

El C. Presidente: Tiene la palabra, en pro, el C. Manrique.

El C. Manrique: Es ya muy poco lo que tengo que decir a ustedes; cumplí ya con la misión, para mí muy grata, que me fue conferida por los estudiantes de Jurisprudencia y a ella sólo puede agregar unas cuantas palabras. En primer lugar insisto en que sí es grave la causa que obliga al licenciado Pimentel a retirarse del puesto que se le confiere; en segundo lugar, el argumento del señor general Hernández, al decir que desempeña dos cátedras en la Escuela de Jurisprudencia, no es de peso, por una razón muy sencilla: me parece que las clases que da el licenciado Pimentel son dos, una de ellas llamada de "recursos" y la otra de "procedimientos," y estas clases son probablemente terciadas, de donde viene a resultar que da el licenciado Pimentel aproximadamente una clase de una hora diaria, clases que debemos suponer que en un hombre de su experiencia y de sus conocimientos no requieren probablemente una larga y fatigosa preparación; de manera que podemos afirmar a priori que el señor licenciado Pimentel ya da su clase sin prepararla; tan grande es el caudal de conocimientos que ya tiene almacenados después de largos años de estudio. En cambio, la labor que en la Suprema Corte le sería encomendada, esa sería intensa, profundamente intensa. En la actualidad, ¿saben ustedes cuántos amparos están pendientes de resolución en la Suprema Corte de Justicia, ya rezagados o ya próximos a presentarse o presentados últimamente? Se me asegura que son cerca de cuatro mil amparos. No es Fácil formarse, a quien es un profano en esta materia, una idea cabal y aproximada del trabajo que significa la resolución de estos cuatro mil amparos que deben ser resueltos por once magistrados. De manera que estos once magistrados tienen que desarrollar una labor verdaderamente intensa, y siendo el señor licenciado Pimentel, como es cosa reconocida, hombre honrado que tratará de cumplir con su deber una vez que haya tomado posesión de su puesto, natural es creer que haya de trabajar verdaderamente velando y gastando todas las horas que tenga libres para dedicarse a su trabajo: de manera que en estas condiciones esa labor resultaría verdaderamente abrumadora y agotante y no tenemos derecho para imponerla a un anciano que ha dado todo o casi todo lo que de bueno podía dar; pero prescindiendo ahora de la comisión que me fue encomendada y que he desempeñado con toda convicción y no oficiosamente, también tengo que agregar algunas ideas, que son mías, y no de los compañeros de Jurisprudencia, y son, en tesis general, las del señor senador Laveaga. Es necesario ya que demostremos prácticamente haber abandonado la teoría de los hombres indispensables; muy plausible, muy meritoria es la labor desarrollada por largos años por el señor licenciado Pimentel; pero ello no quiere decir que el señor licenciado Pimentel sea una autoridad insubstituible, porque es ley ineludible de la vida la renovación y es fuerza que los hombres que han cumplido ya con su misión en ella, den su lugar a las nuevas generaciones; de manera que si los viejos que llevan gloriosamente su vejez después de haber empleado notablemente su vida, están ya fatigados de la tarea por ellos desarrollada, es justo y es una condición de vida para las sociedades, que los jóvenes, con nuevos bríos, vengan a substituirlos. En la peroración del señor Laveaga ha habido grandes verdades; efectivamente, esas artificiales reputaciones consagradas oficialmente, mucho han tenido a las veces de falsas, y no es el caso, hay que advertirlo, del señor licenciado Pimentel; pero sí fue pertinente la observación del señor Laveaga; de manera que es ya tiempo de pensar en que no es fuerza reclutar en la capital de la República a los hombres de la magistratura; ya he oído, y seguramente que no he sido

el único, sino que también habréis oído vosotros en conversaciones personales sobre injusticias que es fuerza aprovechar la ocasión para rectificarlas. Ha habido quien, llevado a la exageración por su entusiasmo por las dotes del señor licenciado Pimentel, haya afirmado en corrillos, en sociedad, en la calle, que el licenciado Pimentel era el mejor de los magistrados, y aun ha habido quien, y esto puede ser verdad -advertiremos de paso que es bien sabido que la mejor manera de equivocarse es exagerar -, ha habido quien exagera también diciendo que el licenciado Pimentel era el único hombre apto que se había llevado a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y esto estraña una profunda falsedad. Ya hemos dicho aquí en alguna ocasión que, desgraciadamente, en la República no nos conocemos; fuera de algunos intelectuales que justificada o injustificadamente se labran una reputación en la República, desconocemos a los hombres de valía del resto del país; pero sepa el público, si no lo ha sabido hasta hoy, que la designación de magistrados, la designación de candidaturas para magistrados hecha en el seno de las juntas previas verificadas aquí, ha sido lo más amplia y liberal que pueda imaginarse; de manera que podemos afirmar, sin temor de equivocarnos, que cada diputación ha propuesto a lo mejor, a lo más ganado del foro de sus Estados; de manera que podemos afirmar que dentro de la eterna relatividad humana, los magistrados que han sido electos últimamente en el seno de la Representación Nacional, son verdaderas eminencias en el noble arte jurídico. De manera que es necesario que sepa el público, y lo sabrá más tarde cuando los hechos nos den la razón, que esta elección no se hizo al acaso, no obedeció a las inspiraciones de un punible sectarismo, fue la discusión de magistrados en el seno de las juntas previas en el seno de esta representación Nacional, una de las más amplias y honradas que puedan imaginarse; candidatos que en un principio habían aquí prevalecido por determinados prejuicios, apenas se les hicieron cargos serios y reveladores de su reputación, ésta falsamente adquirida, fueron desechados con universal aplauso; de manera que si el señor licenciado Pimentel es el más conocido quizás aquí en la capital de la República, ello no quiere decir, en modo alguno, que los humildes profesionistas que vienen de las capitales más o menos remotas de los Estados, sean hombres anónimos, hombres desprovistos de reputación, sino, por el contrario, profesionistas verdaderamente reputados en su arte. De manera que nuestros parabienes, nuestros aplausos más sinceros por la apología de la provincia, hecha aquí por el señor compañero Laveaga. La provincia, como aquí en México se dice desdeñosamente, y que, sin embargo, contiene el germen de la renovación nacional, ¿quién lo ignora? Ya hemos dicho que la mejor manera de equivocarse es exagerar, y no diré, porque hay una minoría, que en la capital todo es corrupción y falsía; pero al lado de los hombres de valía, obscuros las más de las veces en la capital, ¡cuántos pseudo - intelectuales, cuántas falsas reputaciones, cuántos hombres sin pundonor y sin honorabilidad, que sin tener méritos, sin embargo, oficialmente y por una de esas mentiras convencionales, son aceptados por hombres de valía y de reputación absoluta, inequívoca! No, señores, también la humilde provincia encierra muchos hombres de valor; también en los colegios de los Estados el promedio de los estudiantes que cumplen con su deber es muy superior el promedio de esos estudiantes al de los estudiantes de la capital de la República que estudian y laboran cumpliendo con su deber, y esto que de los estudiantes se dice, hay que repetirlo con voz muy alta de los profesionistas humildes de los Estados. De manera que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha sido, en tesis general, bien designada, bien elegida Si el señor licenciado don Victoriano Pimentel por las razones que, en mi concepto, son de peso, son poderosas por lo justas, es por nosotros desechado, le aceptamos su renuncia, no creo, señores, que por eso, y esto es necesario que lo digamos con toda energía, se habrá hundido la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ni la Revolución se habrá declarado en bancarrota, porque tiene en su seno precisamente revolucionarios activos, que son hombres de valía suficientemente aptos para comprender y justificar ese amplio movimiento social que no es artificial como algunos quisieran, sino que tiene sus más hondas raigambres en el corazón del pueblo; que ese movimiento de la Revolución tiene también en su seno hombres capaces de substituir al licenciado Pimentel, de reputación no tan brillante como la suya, pero no menos sólida, y aquí una leve alusión a las palabras del licenciado Medina. (Voces: ¡A votar, a votar!) Es la justicia efectivamente la causa de nuestro movimiento revolucionario y es necesario aprovechar todas las ocasiones que se nos presente para decirlo muy alto, porque aquí desde esta tribuna se ha sostenido en alguna ocasión un absurdo darwinismo social, según el cual nuestra Revolución mexicana no tiene más raíces que las puramente económicas y biológicas, y esto es profundamente falso, porque sin negar la importancia del factor biológico y económico, nuestra Revolución tiene también como causa honda un serio problema de moralidad, de necesidad de justicia, la necesidad de que hubiera administración de justicia; este es otro de los factores de nuestra Revolución social. Hechas estas consideraciones yo no creo que sea necesario sostener a todo trance la candidatura del señor licenciado Pimentel. (Voces: ¡A votar, a votar!)

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. Hay.

El C. Hay: Son muy pocos minutos, señores diputados, los que voy a ocupar y, por lo tanto, la votación podrá realizarse dentro de muy poco tiempo; pero quiero aclarar lo siguiente: en primer lugar, la personalidad del ciudadano no está a discusión, ha sido traída aquí a la consideración de ustedes indebidamente, puesto que su personalidad había sido ya ampliamente discutida, y nosotros no tenemos derecho a tocarla ahora; ha sido aceptado como un candidato, ha sido electo, y queda solamente a discusión si es o no de aceptarse la renuncia que hace del puesto que se le ha designado. Dos son los puntos principales de su renuncia: uno, el que se refiere a que es un caso de conciencia el que lo obliga a renunciar, y otro, el estado de su salud. Ha habido cierta clase de insinuaciones sobre la primera parte, y yo creo

que no debemos tomarlas en consideración, porque el señor licenciado Pimentel, a quien no conozco sino por las referencias que he escuchado es esta Cámara, si el señor licenciado Pimentel es tan honorable como se pretende que es, resulta claro que el caso de conciencia no implica nada oculto, no implica nada velado, porque honrado como se dice que es, hubiera puesto a la consideración de nosotros en qué consistía ese caso de conciencia; por lo tanto, creo que no debemos tomarlo en consideración. Queda tan sólo la segunda parte, de si es causa y de si es causa grave, que pueda tomarse en consideración para aceptar su renuncia. El señor licenciado Pimentel nos declara de una manera terminante que actualmente está gozando de buena salud, o a lo menos, no hace hincapié en que actualmente tiene mala salud; pero dice que, si acaso va a desempeñar su puesto, que como él piensa cumplir en todo y por todo con su deber, indudablemente caerá enfermo, lo que le impedirá seguir cumpliendo con ese deber, y aquí, señores diputados y senadores, me voy a permitir haceros la siguiente pregunta: Si acaso a este Congreso tocase el nombramiento del general en jefe de las fuerzas mexicanas para ir atacar a un enemigo, y ese general en jefe nos viniese a decir: "Señores miembros del Congreso: Yo no puedo aceptar vuestro nombramiento, porque si cumplo con mi deber, como pienso hacerlo, en la primera batalla caeré muerto." ¿Y nosotros consideraríamos eso como una causa, y como una causa grave que justificara la aceptación de la renuncia? Indudablemente que no, señores diputados y senadores; en este caso es un soldado el licenciado Pimentel, un soldado de la República; va a pelear con las armas de la justicia; nosotros le hemos dado un puesto muy alto, un puesto de gran responsabilidad y le hemos dicho que vaya a cumplir con su deber, y si cae en esa lucha, cumpliendo con su deber, ya sabremos honrarlo; pero él tendrá que cumplir con él. (Aplausos.)

El C. secretario Mata: Se pregunta a la Asamblea si considera suficientemente discutido el punto. Los que estén por la afirmativa se servirán ponerse de pie. Suficientemente discutido. Se va a proceder a la votación nominal de la aceptación de la renuncia. (Voces: ¡No, no económica!)

El C. Secretario López Lira: Se va a tomar votación nominal, de conformidad con el artículo 70 de la Constitución y 143 del Reglamento.

El C. Secretario Mata: Artículo 70 constitucional:

"Toda resolución del Congreso tendrá el carácter de ley o decreto. Las leyes o decretos se comunicarán al Ejecutivo firmados por los Presidentes de ambas cámaras y por un secretario de cada una de ellas, y se promulgarán en esta forma: "El Congreso de los Estados Unidos Mexicanos, decreta:" (Texto de la ley o decreto.)

El C. Prosecretario Ancona Albertos: Artículo 143 del Reglamento:

"Las votaciones serán precisamente nominales: primero, cuando se pregunte si ha o no lugar a votar algún proyecto de ley en lo general; segundo, cuando se pregunte si se aprueba o no cada artículo de los que compongan el indicado proyecto o cada proposición de las que formen el artículo: tercero, cuando lo pida un individuo de la cámara y sea apoyado por otros siete."

El C. Hernández Maldonado: Moción de orden, señor Presidente:

El C. Presidente: Tiene usted la palabra. :

El C. Hernández Maldonado: Tengo entendido que este caso no está comprendido dentro de la Constitución ni del Reglamento; por lo tanto, no se necesita la votación nominal. (Siseos.) Allí se trata de los decretos; esto no es decreto y no debe ser votación nominal. (Siseos y voces: ¡A votar! ¡A votar!)

El C. Secretario Mata: La mesa informa que considera que es una resolución de gran importancia la que va a dar la Cámara al aceptar o negar la renuncia que presenta un Ministro: pero caso de que la Asamblea acuerde lo contrario, se hará la votación económica.

El C. Medina Hilario: Pido la palabra.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Medina Hilario: No es una resolución económica, el Congreso no puede dar resoluciones económicas, todas las resoluciones del Congreso tienen forzosamente el carácter de ley o decreto, y conforme al Reglamento, o decreto debe ser motivo de una votación nominal: de manera que la importancia del asunto y la naturaleza de las funciones que estamos desempeñando en el momento actual, nos obligan a proceder de esta manera.

El C. Márquez Josafat: Pido la palabra. Entiendo que la elección de magistrados es. poco más o menos, igual a la diputados, y para aprobar una credencial de diputados , no se necesita votación nominal. (Siseos y voces: ¡Ah, ah! ¡A votar, a votar!)

El C. Prosecretario Ancona Albertos: La mesa sostiene su trámite y se pregunta a la Asamblea si lo aprueba; los que estén por la afirmativa se servirán ponerse de pie. Aprobado. Se procede a la votación nominal (Voces: ¿Qué se va a votar?) La mesa aclara que, no teniendo un punto resolutivo la renuncia, puesto que no se presentó dictamen , sino que se dispensaron los trámites, se supone que quienes voten por la afirmativa, aceptarán la renuncia, y quienes voten por la negativa no la aceptarán.

(se procedió a la votación.)

El C. Prosecretario Ancona Albertos: Votaron por la afirmativa los CC. diputados Aguirre Escobar, Alonzo Romero, Ancona Albertos, Arrazola, Córdoba, Cristiani, Echeverría, Escudero, Esquivel, Fernández Martínez, Gaitán, García Pablo, Gutiérrez, Jurado, López Couto, López Miro, Malpica, Manrique, Márquez Josafat F., Méndez, Ordorica, Pardo, Peña, Portes Gil, Rivas, Rivera Cabrera, Sánchez, Torre Jesús de la, Velázquez y Villarreal y los CC. senadores Colorado, García, Laveaga, Monzón y Vázquez Franco. Total: 35 votos.

Votaron por la negativa los CC. diputados Aguirre Berlanga, Aguirre Colorado, Aguirre Crisóforo, Aguirre Efrén, Alcocer, Alejandre, Andrade, Aranda, Araujo Arellano, Arlanzón, Aveleyra, Avendaño, Avilés, Barragán Juan Francisco, Barragán Martín, Barrera, Basáñez, Bello, Betancourt, Cámara, Cáncino Gómez, Cano, Carrascosa, Carrillo,

Castro, Céspedes, Cisneros, Córdova, Cravioto Cruz, Curiel, Chapa, Dávalos Ornelas, Díaz González, FIgueroa, Gámez Ramón, Gámez Gustavo, García Adolfo G., García de alba, García de León, García Eliseo, García Jonás, García Salvador Gonzalo, García Vigil, Garza González, Garza Pérez, Gay Baños, Gómez Mauricio, González Torres, Guajardo, Guerrero, Hay, Hermosillo, Hernández, Hernández Garibay, Jerónimo, Hernández Luis M., Hernández Maldonado, Herrera, Higadera, Ibarra, Lailson Banuet, Lanz Galera, Lechuga Val, Leyva, Leyzaola, Limón, Lizalde, López F., López Ignacio, López Lira, Magallón, Márquez Rafael, Martín del Campo, Martínez de Escobar, Martínez Joaquín, Mata Filomeno, Medina Francisco, Medina Hilario, Medina Juan, Mendoza, Meneses, Moctezuma, Montes, Montiel, Morales Hesse, Múgica, Muñoz, Narro, Navarrete, Neri, Ortega José M., Ortega Rafael, Ortiz, Padilla, Padrés, Parra, Pedroza, Peralta, Pérez, Gasga, Pineda, Plank, portillo, Prieto, Ramírez Garrido, Ramírez Genaro, Ramírez Llaca, Ramírez Pedro, Rebolledo, Reynoso, Ríos Landeros, Rivera, Robles Domínguez, Rodríguez Saro, Rojas Dugelay, Román, Rueda Magro, Ruiz Estrada, Ruiz, Sáenz, Sánchez Pontón, Sánchez Tenorio, Saucedo Salvador, Segovia, Silva, Soto, Suárez, Téllez, Torre Rómulo de la, Treviño, Uruñuela, Vadillo, Valle, Ventura, Zapata, Zavala y Zubaran y los CC. senadores Aguirre, Bórquez, Castillo, Elizondo, Góngora, González, Guerrero, Hidalgo, Jiménez, Labastida Izquierdo, Martínez, Neri, Orantes, Ordaz, Pedrero, Pérez Abreu, Pescador, Ramos Barrera, Ramírez, Reynoso, Rivera, Sabido, Sánchez, Silva, Zubaran Capmany, Vázquez y Vega. Total: 168 votos.

El C. Presidente: En vista de que algunos ciudadanos senadores descompletaron el quórum, puesto que solamente votaron 32, se suspende la sesión y se cita para el lunes a las 4 de la tarde a sesión del Congreso General.

El C. Medina: Señor Presidente: Yo excito a la presidencia a que se haga un extrañamiento, alguna medida enérgica para este acto de incivismo de los que han descompletado el quórum. (voces: ¡No, no!) ¿Cómo que no?

El C. Céspedes: El señor licenciado Enrique Colunga ha salido electo diputado a la Legislatura local del Estado de Guanajuato y allí funciona como presidente de las juntas previas: como aquí se le ha electo Magistrado a la Suprema Corte, tiene obligación de optar por cualquiera de los cargos, y yo pregunto si ha contestado en algún sentido.

El C. Presidente: No se ha recibido ninguna proposición en este sentido.

El C. Medina: A mi proposición, Señor Presidente, debe recaer un acuerdo.

El C. Aguirre Amado (Senador): pido la palabra. para suplicar a la mesa que se hagan constar los nombres de los senadores que desintegraron el quórum, y que se publiquen, cuando menos, en el Diario de los Debates, para hacerles así un extrañamiento; esto es cosa que debe saberse perfectamente.

El C. Presidente: La mesa toma en consideración lo expuesto por el señor diputado Medina y por el señor senador Aguirre, tanto para anotar estos nombres, como para darles la publicidad que corresponde.

El C. Hay: Moción de orden. La votación se llevó a efecto con quórum de senadores y diputados, es decir con quórum de Congreso de la Unión ..... (Voces: ¡No, no!)

El C. Presidente: Solamente hubo quórum de diputados, son las dos terceras partes; no así de senadores, en virtud de que dos o tres señores senadores se han ausentado antes de la votación.

El C. Hay: Para hacer una pregunta respetuosa a la Presidencia.

El C. Presidente: Tiene usted la palabra.

El C. Hay: Entonces, si no hay quórum de Congreso, no puede hacerse la declaración de la votación. Tiene que volverse a citar. (Voces: ¡No se ha hecho , no se ha hecho! Varios CC. piden la palabra.)

El C. Laveaga: Pediría a su Señoría que diera a conocer los nombres de los senadores que se han ausentado.

- Un C. senador: Quiero hacer constar que no estamos en Congreso General, sino en Colegio Electoral..... (Voces: ¡No, no! Risas.)

El C. Presidente, a las 7.35 p.m.: Se levantara la sesión.

El Jefe de la Sección de Taquigrafía,

JOAQUÍN Z. VALADEZ.