Legislatura XXXI - Año I - Período Ordinario - Fecha 19241010 - Número de Diario 29

(L31A1P1oN029F19241010.xml)Núm. Diario:29

ENCABEZADO

MÉXICO, VIERNES 10 DE OCTUBRE DE 1924

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos,

el 21 de septiembre de 1921.

AÑO I.- PERIODO ORDINARIO XXXI LEGISLATURA TOMO I.- NUMERO 29

SESIÓN SOLEMNE

DEL

CONGRESO DE LA UNIÓN

EFECTUADA EL DÍA 10

DE OCTUBRE DE 1924

SUMARIO

1.- Se abre la sesión. Es leída la lista de los ciudadanos diputados constituyentes de 1824.

2.- Lectura del discurso pronunciado por el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, C. Guadalupe Victoria, en el acto de prestar el juramento de ley ante el soberano Congreso General Constituyente de 1824, así como a la contestación del presidente del Congreso, C. Miguel Ramos Arizpe.

3.- Discursos alusivos de los CC. diputado Adolfo Arias y senador Pedro de Alba. Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. GENARO V. VÁSQUEZ

(Asistencia de 140 CC. diputados y 44 CC. senadores.)

(Se presenta en el salón el C. Alvaro Obregón, presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Aplausos.)

El C. presidente, a las 11.50: Se abre la sesión de Congreso General.

- El C. secretario Rueda Magro, leyendo:

"Lista de los ciudadanos diputados constituyentes de 1824:

"Lorenzo de Zabala, diputado por el Estado de Yucatán, presidente.- Florentino Martínez, diputado por el Estado de Chihuahua, vicepresidente.- Por el Estado de Chihuahua, José Ignacio Gutiérrez.- Por el Estado de Coahuila, y Tejas, Miguel Ramos Arizpe.- Erasmo Seguín.- Por el Estado de Durango, Francisco Antonio Elorriaga.- Pedro de Ahumada.- Por el Estado de Guanajuato, Juan Ignacio Godoy.- Víctor Márquez.- José Felipe Vásquez.- José María Anaya.- Juan Bautista Morales.- José María Uribe.- José Miguel Llorente.- Por el Estado de México, Juan Rodríguez.- Juan Manuel Assorrey.- José Francisco de la Barreda.- José Basilio Guerra.- Carlos María Bustamante.- Ignacio de la Mora y Villamil.- José Ignacio González Caralmuro.- José Hernández Chico Condarco.- José Ignacio Espinosa.- Luciano Castorena.- Luis de Cortazar.- José Agustín Paz.- José María de Bustamante.- Francisco María Lombardo.- Felipe Sierra.- José Cirilo Gómez y Anaya.-Cayetano Ibarra.- Antonio de Gama y Córdova.- Bernardo González Pérez de Angulo.- Francisco Patiño y Domínguez.- Por el Estado de Michoacán, José María de Izazaga.- Manuel Solórzano.- José María Cabrera.- Ignacio Rayón.- Tomás Arriaga.- Por el Estado de Nuevo León, Servando Teresa de Mier.- Por el Estado de Oaxaca, Nicolás Fernández del Campo.- Víctores de Manero.- Demetrio del Castillo.- Joaquín de Miura y Bustamante.- Vicente Manero Envides.- Manuel José Robles.- Francisco de Larrazábal y Torre.- Francisco Estévez.- José Vicente Rodríguez.- Por el Estado de Puebla, Mariano Barbabosa.- José María de la Llave.- José de San Martín.- Rafael Mangino.- José María Jiménez.- José Mariano Marín.- José Vicente de Robles.- José Rafael Berruecos.- José Mariano Castillero.- José María Pérez Dunslanguer.- Alejandro Carpio.- Mariano Tirado Gutiérrez.- Ignacio Zaldívar.- Juan de Dios Moreno.- Juan Manuel Irrizarri.- Miguel Wenceslao Gasca.- Bernardo Copoa.- Por el Estado de Querétaro, Félix Osores.- Joaquín Guerra.- Por el Estado de San Luis Potosí, Tomás Vargas.- Luis Gonzaga Gordoa.- José Guadalupe de los Reyes.- Por el Estado de Sonora y Sinaloa, Manuel Fernández Rojo.- Manuel Ambrosio Martínez de Vea.- José Santiago Escobosa.- Juan Bautista Escalante y Peralta.- Por el Estado de Tamaulipas, Pedro Paredes.- Por Tlaxcala, José Miguel Guridi y Alcocer.- Por el Estado de Veracruz, Manuel Argüelles.- José María Becerra.- Por el Estado de Jalisco, José María Covarrubias.- José de Jesús Huerta.- Juan de Dios Cañedo.- Rafael Aldarete.- Juan Cayetano Portugal.- Por el Estado de Yucatán, Manuel Crescencio Rejón.- José María Sánchez.- Fernando Valle.- Pedro Tarrazo.- Joaquín Cázares y Armas.- Por el Estado de Zacatecas, Valentín Gómez Farías.- Santos Veléz.- Francisco García.- José Miguel Gordoa.- Por el Territorio de Baja California, Manuel Ortiz de la Torre.- Por el Territorio de Colima, José Mariano Jerónimo Arzac.- Por el Territorio de Nuevo México, José Rafael Alarid.- Manuel de Villa y Cosío, diputado por el Estado de Veracruz, secretario.- Epigmenio de la Piedra, diputado por México, secretario.- José María Castro, diputado por el Estado de

Jalisco, secretario.- Juan José Romero, diputado por el Estado de Jalisco, secretario." (Aplausos.)

- El C. secretario Valadez Ramírez, leyendo:

"Discurso pronunciado por el excelentísimo señor don Guadalupe Victoria, presidente de los Estados Unidos Mexicanos, en el acto de presta: el juramento prevenido en el artículo 101 de la constitución federal, en el seno del Soberano Congreso General Constituyente:

"Señor: Un respeto santo y religioso a la voluntad de mis conciudadanos, me acerca en este día al santuario de las leyes, y sobrecogido de temor vacilo por los beneficios de mi patria, por las obligaciones a su bondad sin límites y por la tremenda consideración de que es llamado el último de los mexicanos al primero y más importante de los cargos públicos en una nación grande, ilustrada y generosa.

"Mis ojos afortunadamente alcanzaron a ver la libertad, la redención y la completa ventura de la patria, se fijaron tiempo hacía en los ilustres ciudadanos que con su sangre, sus talentos y fatigas rompieron la cadena de tres siglos y han dado existencia a un pueblo heroico, dejando a la posteridad su gloria, su nombre y sus ejemplos. Entre otros aparecían genios bienhechores que corrieron la senda de la virtud, y que si fueron siempre objeto de mi veneración y de mi ternura, yo les creía destinados por la justicia y por la gratitud a presidir los negocios y la suerte de la República. Distante de menoscabar la reputación de estos héroes, cuyos eminentes servicios les aseguraron el amor de su país, he admirado sus dotes, sus luces para la administración y sus señalados merecimientos.

"Con la docilidad que he escuchado hasta aquí la voz de la ley emitida por los funcionarios de la nación libre, me preparaba a sufrir aun la muerte misma en sostén y obedecimiento del virtuoso mexicano designado por los votos y los corazones. Si es grata la memoria de la constancia inalterable con que sostuve siempre la dignidad nacional, y la de mis pequeños sacrificios en obsequio de la causa más santa de las causas, yo quise, y éste fue el más ardiente de mis deseos, que la sumisión a la suprema autoridad, la firme adhesión a los principios y la más absoluta deferencia a la voluntad general, marcasen mi carácter y mi fe política.

"Una ciega obediencia, que sólo se mide por el tamaño de mis compromisos, me ha decidido a admitir un puesto que la ley prohibe rehusar. A manos más ejercitadas debió confiarse el sagrado depósito del Poder, y ellas hubieran consumado la obra grande e inmortal de vuestra sabiduría.

"Cosa tan inexplicable como lo es mi reconocimiento a los Estados Unidos de México, me ha ocupado desde la hora de sorpresa en que se me anunció que por el espontáneo sufragio de mis compatriotas, se colocaba en mis débiles hombros el grave peso de la Administración pública. En tan terrible conflicto yo he invocado la protección del Eterno y Soberano Dispensador de las Luces y de todos los bienes para que derramase sus dones sobre el grande pueblo que me honró con su confianza y me conduzca por los caminos de la justicia y de su engrandecimiento.

"Padres de la patria, depositarios del favor del pueblo, vosotros sois testigos de los sentimientos que me animan en vuestra respetable presencia. El juramento que hoy pronuncian mis labios. Se repetirá siempre ante Dios, ante los hombres y la posteridad.

"Empero, no omitiré recomendar a la benévola consideración de todos mis compatriotas, que la nave del Estado ha de surcar un mar tempestuoso y difícil; que la vigilancia y las fuerzas del piloto no alcanzan a contener el ímpetu de los vientos; que existen averías en el casco y el norte es desconocido. Peligros no faltan, complicadas son las circunstancias, y sólo el poder del Regulador de los destinos, la ciencia y previsión de los representantes del pueblo, conducirán esta nave al puerto de su felicidad.

"La gran carta constitucional, áncora de nuestras esperanzas, define los poderes y previene los auxiliares del Gobierno. A las luces del Soberano Congreso Constituyente Mexicano, a la alta política de la futura Cámara de representantes y del Senado, al tino y cordura de los HH. Congresos de los Estados, de sus ilustrados gobiernos y de todas las autoridades, se atribuirán con fundamento los aciertos de la Administración que comienza en este día.

"Por lo que a mí toca, respetaré siempre los deberes y haré cumplir las obligaciones. Nuestra religión santa no vestirá los ropajes enlutados de la superstición, ni será atacada por la licencia.

"La independencia se afianzará con mi sangre, y la libertad se perderá con mi vida. La unión entre los ciudadanos y habitantes todos de la República, será firme e inalterable como las garantías sociales: las personas, las propiedades, serán sagradas, y la confianza pública se establecerá. La forma de Gobierno federal adoptada por la nación, habrá de sostenerse con todo el poder de las leyes. La ilustración y la sana moral se difundirán en todo nuestro territorio: será su apoyo la libertad de la prensa. La organización del Ejército, disciplina, la consideración a los soldados de la patria, estos objetos interesantes como la independencia misma, lo serán de mis trabajos y de mis desvelos. El pabellón mexicano flotará sobre los mares y cubrirá nuestras costas. Las relaciones de paz, alianza y amistad con las naciones extranjeras, se activarán en toda la extensión que demanda nuestra existencia política y el buen nombre de los Estados Unidos Mexicanos. No dejará de cultivarse una sola semilla de grandeza y prosperidad.

"Por último, ciudadanos representantes, mi limitación e inexperiencia habrán de producir errores y desaciertos que nunca, nunca serán excepto de la voluntad. Yo imploro, pues, vuestra indulgencia.

"Estos son, señor, los votos de mi corazón, estos mis principios.

"¡Perezca mil veces si mis promesas fuesen desmentidas o burlada la esperanza de la patria!" (Aplausos.)

"Contestación del señor presidente del Congreso General.

"El Congreso General Constituyente ha oído con sumo agrado la expresión de los sentimientos patrióticos del primer presidente de los Estado Unidos Mexicanos, ciudadano general Guadalupe Victoria, y espera confiadamente que su administración será en todo conforme a la Constitución y leyes de la Unión, con lo que hará, ciertamente, la felicidad y gloria de la nación mexicana." (Aplausos.)

El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Adolfo Arias.

El C. Arias Adolfo: Ciudadano presidente de la República, honorables miembros del Congreso de la Unión, señores:

De la honorable Cámara de Senadores surgió la iniciativa de celebrar esta sesión solemne en recuerdo de los ilustres constituyentes de 1824 y en el mismo lugar en que se discutiera y elaborara la primera Constitución Política que rigió en nuestra patria independiente. La idea fue acogida no sólo con agrado por la honorable Cámara de Diputados, sino con verdadero entusiasmo, porque ella realiza el justo homenaje que debemos a los fundadores de la República federal, y porque recordando las obras meritorias de nuestros antepasados contribuimos a mantener el respeto y el amor a la patria, ya que la patria no sólo es material, no sólo está formada por el suelo que nos vio nacer y por el horizonte familiar: también hay una patria espiritual llena de tradiciones y recuerdos. ¡Qué grandes los griegos venciendo a los troyanos, raptores de Helena, símbolo de la suprema belleza y de la eterna juventud; pero grande también el rápsodo divino que cantara para la eternidad la cólera de Aquiles! ¡Qué grandes los atenienses defendiendo su ciudad espléndida, fuente inagotable de todas las ciencias y de todas las artes; pero qué grande también Pericles en su oración fúnebre a los muertos en la guerra, cuyas palabras, a pesar de los siglos, todavía pronuncian los labios de los hombres con un recogimiento religioso! ¡Qué sublimes los pueblos defendiendo con no igualado heroísmo la tierra de sus mayores en la pasada guerra del mundo, pero qué sublimes también esos mismos pueblos postrándose ante la tumba del soldado desconocido en la que arde inextinguible la llama azul del perenne recuerdo!

Si unimos a estas palabras eternas de Lamartine:

"Es la ceniza de los muertos la que crea.... creó la patria"; a estas, eternas también, de Nietzsche:

"Mi patria es donde soy padre", tendremos bella y armoniosamente expresado lo que constituye la patria espiritual. Estamos unidos a ella, dice Jaurés, por todo lo que nos precede y por todo lo que nos sigue, por lo que nos creó y por lo que creamos, por lo que ha sido y por lo que será, por el pasado y por el porvenir, por la inamovilidad de las tumbas y por el movimiento de las cunas.

El año de 1824 fue el primero de la República. Hasta entonces logramos recoger la fecunda cosecha de una siembra de catorce años, abonada con la abnegación y con la sangre de nuestros héroes. Hidalgo había pasado como un meteoro llenando de luz el continente. Sin un solo momento de reposo, en el constante bregar de la contienda, entre las llamas de los incendios y la sangre de las hecatombes, es admirable cómo este anciano excepcional tuvo tiempo para expedir su célebre decreto aboliendo la esclavitud. Si nuestra liberación no fuese la obra de su esfuerzo, de su voluntad y de su vida, si nuestra independencia no fuese el milagro de su fe y de su amor, este solo decreto lo haría inmortal.

A las manos de Morelos paso la herencia gloriosa. No se habría encontrado otro hombre ni más grande ni más fuerte. Estaba hecho todo de hierro, como para tiempos de hierro. Fue un enamorado de la libertad, un gran ciudadano y un genio de la guerra. Las más épicas proezas de la insurrección a él se deben y nimban sus glorias militares un glorioso Ejército que supo formar como por obra de encantamiento y el grupo de que supo rodearse de los más ilustres jefes insurgentes.

Pero si fue grande en la guerra, acaso aún más lo fue en su obra constructiva y de reorganización política. Reúne el Congreso Nacional de Chilpancingo, al que manifiesta que su primera decisión debe ser declarar la independencia de la América Septentrional, y logra que se produzca en Apatzingán una Constitución Política completa del pueblo mexicano, notable por mil títulos, porque en ella demuestran sus autores que aceptaron sin titubeos los más democráticos principios de la época. Declararon que la soberanía reside originariamente en el pueblo y su ejercicio en la Representación Nacional; que la ley es la expresión de la voluntad general en bien de la felicidad del pueblo y que esa felicidad reside en el goce de la libertad y la igualdad. Bien es verdad que en esta Constitución se da un predominio mayor que nunca al ejercicio exclusivo del catolicismo; pero digamos, recordando las palabras del maestro Sierra en su cátedra, que cuando aquellos primeros padres de la República decían: "Dios y Patria", traducían toda la fe de su conciencia y todo el amor de su corazón. Sepamos respetar y admirar a aquellos hombres que depositaron su fe y su esperanza en una sola religión hasta en las gradas del cadalso.

Pero lo más admirable de esos hombres es que sabiendo que su labor era infructuosa porque sólo eran dueños del suelo que pisaban, pusieron tanto empeño en ella, como si trabajaran para la eternidad, demostrando así al mundo entero la acrisolada honradez de sus procedimientos y su inquebrantable fe en el triunfo final. Cayó Morelos bajo el peso de su magna obra por salvar al Congreso, a quien cuidaba con la misma devoción que el israelita el Arca de la Alianza o el católico la Custodia Santa. Más así como las aguas límpidas del lago recogieron su sangre generosa, nosotros guardaremos en nuestro corazón el eterno recuerdo del gran mártir.

Si en los labios de Hidalgo se escuchó muchas veces la palabra "República", si Morelos logró establecerla en la Constitución de Apatzingán, ¿cómo es posible que haya quienes nieguen que el movimiento de Iturbide fue francamente de reacción? Iturbide era realista, había luchado contra los insurgentes en múltiples combates. En la proclamación del Plan de Iguala había estampado estas

palabras: "Americanos: asombrad a las naciones de Europa, vean que la América Septentrional se ha emancipado sin derramar una gota de sangre". ¡Qué pensaría Guerrero, el indomable caudillo suriano, de esta infame mentira, él que había visto durante once años correr la sangre insurgente por el suelo patrio como por cuatro ríos caudalosos que tuviesen por fuente las cuatro cabezas cortadas a cercén y encerradas en las jaulas de Granaditas!

Durante la Regencia, el país continuó lo mismo o peor que antes de la emancipación; los mismos privilegios y preeminencias para los de arriba; las mismas humillaciones y gabelas para el pueblo; Iturbide, más que un libertador, semejaba un virrey colonial.

Aseguran que Alejandro nunca, ni en sueños, olvidaba a Aquiles; así Iturbide siempre pensó en imitar a Napoleón; le obsesionaban las glorias militares de aquel soldado genial. Aquella campaña de Italia, admirable por su sencillez y precisión; la batalla de las Pirámides, en la que los soldados victoriosos despojaron a las viejas momias de sus ricas telas y de sus piedras preciosas; Marengo, con el ataque de los granaderos de la guardia consular y con la carga decisiva de las caballerías, y Austerlitz, maravilla de ingenio, de astucia y previsión. Le entusiasmaba el recuerdo del 18 Brumario, aquel triunfo de la fuerza militar contra indefensos diputados, y le enloquecía hasta el delirio la coronación del emperador, con su ceremonial espléndido, con aquel Papa humillado caminando hasta París en busca de Napoleón.

Pero olvidaba que el gran Corzo había sido un trabajador formidable incansable, que había dicho: "Conozco los límites de mis brazos y de mis piernas, pero nunca he conocido los de mi trabajo". Olvidaba que en los países conquistados había implantado la libertad y la República; olvidaba que había fomentado las ciencias, las letras y las artes; que condecoró a Goethe y expresó que si Corneille viviera, lo haría príncipe; que se rodeó de pintores como David y escultores como Cánovas. Olvidó que había dicho: "No está mi gloria en haber ganado cuarenta batallas y en haber sido emperador; lo que nada borrará, lo que vivirá eternamente, es mi Código Civil". Olvidaba que había dicho: "Es preciso no ver en los principios más que lo que hay de real y de posible en su aplicación", palabras que después de cien años sirven de fundamento a toda una escuela social contemporánea. Olvidaba esta frase inmortal: "En el mundo no hay más que dos potencias: la espada y la inteligencia, y a la larga la espada vencerá a la inteligencia". Iturbide sólo tenía de Bonaparte la ambición; le faltaba de él lo principal, le faltaba el genio. Fue muy pequeño para la gran obra que hubiera podido desempeñar y que el destino le deparó; no quiso tener, como Bolívar, su mejor título en ser ciudadano de una República y prefirió guillotinar la libertad. Una noche un sargento ebrio lo proclamó emperador y fue coronado y tuvo su 18 brumario, disolviendo por la fuerza un Congreso legítimamente constituído, olvidando que la nación no lo permitiría, porque estaba sedienta de vivir libre bajo el amparo de instituciones democráticas.

El país había entrado en un período caótico y de inquietante anarquía; las provincias estaban convencidas de que el Gobierno central o era inmoral o era débil, porque o pisoteaba las instituciones, como había hecho Iturbide, o era a su vez derrocado por levantamientos militares. Y por todos los ámbitos del país se escuchó como un clamor general el grito de "República federal". La reacción desde entonces se preparó para oponerse a aquel anhelo nacional. Bajo el peso de estas circunstancias y de estas fuerzas en pugna, se reunió el segundo Congreso constituyente encargado de dar cima a la obra salvadora. Los hombres que integraron este Congreso no defraudaron los intereses nacionales; con entusiasmo y con deseo de responder a las llamadas de la opinión, pusieron manos a la obra y de tal modo acertaron, que después de cien años nos maravilla que la parte fundamental, las piedras angulares de su soberbio edificio están todavía en pie desafiando los violentos huracanes de los tiempos nuevos. Escogieron para lugar de sus deliberaciones este templo de bóvedas augustas, el recinto mismo de su Dios, como si quisieren implorar su ayuda sobrehumana, para tener mayor acierto en su labor. Las discusiones fueron luminosas, brillantes y sapientes; se distinguieron especialmente dos hombres que se pusieron frente a frente: el padre Mier y don Miguel Ramos Arizpe. El padre Mier era un fogoso orador de vastos conocimientos, que había llevado una vida inquieta y azarosa. Había sido encarcelado y después desterrado, porque en un célebre sermón sostuvo que era una impostura la aparición sobrenatural de la imagen de la Virgen de Guadalupe. En Europa impugnó a Volney, tradujo armoniosamente a Chautaubriand, fue miembro del Instituto de Francia, Defendió calurosa y brillantemente la independencia de América en Inglaterra. Contó con la estimación del barón de Humbaldt y con la amistad del general Mina. El padre Mier fue, en el Congreso, el opositor formidable al sistema federativo, tal como lo había presentado y proyectado Ramos Arizpe.

Queréis - decía - implantar en México la República federativa imitando a los Estados Unidos; pero tened presente que si allí es benéfica, es porque en los Estados Unidos une lo desunido a las provincias que han sido independientes; pero aquí, en México, al contrario; aquí desune lo unido, y precisamente en los momentos en que más necesitamos de esa unidad.

Don Miguel Ramos Arizpe, ilustre hijo de Coahuila, sabio bachiller en filosofía y en leyes, notable profesor de Derecho Civil, diputado a las Cortes de Cádiz, en las que había brillado por su talento en las que de tal modo defendió a su patria, que lo encarcelaron y lo desterraron después; don Miguel Ramos Arizpe fue el alma del sistema federativo en el Congreso, fue el alma misma de la Constitución, porque apremiado por las sublevaciones de las provincias, se vio obligado a proyectar en unos cuantos días, el acta constitutiva, fundamento de la Carta Magna.

Y las ideas de Ramos Arizpe vencieron porque no eran el fruto de una servil imitación; eran la realización de un anhelo colectivo. ¡Qué bien hemos hecho en colocar su nombre con letras de oro en el recinto de la Representación Nacional! (Aplausos.)

La Constitución de 1824 no fue una obra

perfecta; no hay Constitución que lo haya sido nunca. Bien podemos hacer la crítica de las obras que pertenecen al pasado empleando para ello los progresos del presente; pero podemos decir, recordando las palabras de uno de nuestros más conocidos constitucionalistas, que nosotros no la habríamos hecho mejor. Son muy pequeños sus defectos comparados con sus grandes aciertos y aun en esos mismos defectos se ve la sinceridad y el patriotismo de sus autores. Error en la intransigencia religiosa, pero en aquellos tiempos estaba de tal modo arraigada en la fe y en el alma de nuestros mayores, que más que error de ellos, fue error del tiempo. Error es haber declarado que sea vicepresidente de la República el ciudadano que le siga en votos al que resulte electo presidente; porque a tanto equivale como a poner a la derecha del presidente a su mayor enemigo; pero aun en este mismo error se ve la honradez sus autores. Error es haber declarado que nunca podrían ser reformados sus preceptos de la Constitución que señalan la independencia del país, su religión y la libertad de imprenta; pero cuando vemos que estos hombres colocan en el mismo plano sus más grandes amores, la independencia del país y su religión, junto con la libertad de imprenta, tenemos que decir que eran muy patriotas, muy honrados y muy amantes de la libertad. (Aplausos.) Sus aciertos fueron tantos, que sería prolijo enumerarlos; baste decir que el sistema representativo, democrático, federal, está vigente aún, y hoy más que nunca perfectamente arraigado en la conciencia colectiva; que el sistema presidencial, acaso el único posible en nuestro país, vigente está también; que el Poder Legislativo, dividido en dos Cámaras, está también de pie, lo mismo que el Poder Judicial con su Suprema Corte de Justicia, magistrados de circuito y jueces de distrito. Pues si tan fundamentales fueron los aciertos de estos ilustres ciudadanos, bien podemos calificar de admirable la obra que elaboraron y al sentirnos orgullosos de contar entre nuestros antepasados a aquellos ilustres varones y poder declarar solemnemente que han merecido el bien y la gratitud nacional. (Aplausos.)

Han pasado cien años, grandes progresos y nuevas normas de vida se han abierto ante la humanidad; ansiosamente buscamos nuevas orientaciones que destruyan las desigualdades del presente, y con entusiasmos optimistas hemos implantado los nuevos principios de reorganización económica, política y social.

El Código napoleónico, a pesar de las profecías de su insigne inspirador, comienza ya a envejecer; es como un soberbio edificio que comenzase a conmoverse a los rudos golpes de las piquetas de audaces demoledores. Y aceptando estas nuevas orientaciones, convirtiendo en realidad estas nuevas ideas, los constituyentes de 1917 implantaron las reformas contenidas en los artículos 27 y 123 de nuestra actual carta magna, que constituye un timbre de orgullos para sus autores. (Aplausos.)

La Constitución de 1917, como lo fue la de 1824, como lo fue la de 1857, ha sido duramente atacada, especialmente por los irreconciliables, por los que voluntariamente se han encerrado en la torre del pasado, para no querer ver la luz del porvenir; pero están vencidos; porque nunca se puede triunfar contra las realidades de la vida, porque es un absurdo poder estar con el alma en el pasado viviendo en los actuales tiempos; están vencidos, y en la actualidad ya todos aceptan sin protestas las reformas humanitarias contenidas en la actual Constitución.

Todavía, como un último recurso, han dicho que fue un absurdo implantar en la Constitución de 17, que está fundada en las garantías individuales, reformas socialistas, porque éstas están en pugna completamente con aquélla, y han llamado irónicamente, sangrientamente a nuestra Constitución, un almodrote. Apenas han pasado siete años y ya las nuevas teorías, los hechos mismos de la vida están dando razón a sus autores, porque vemos perfectamente que pueden subsistir las garantías individuales, siempre que los hombres cumplan con la función social que deben desempeñar. (Aplausos.)

Los constituyentes de 24 establecieron el sistema federativo, el cual, con dos interrupciones, ha regido en el país; pero es preciso confesar que unas veces por necesidades políticas y casi siempre por el deseo natural de absorción del Poder central, el sistema federativo en la práctica no ha sido una realidad; y como esta sesión solemne tiene por objeto honrar la memoria de los fundadores del sistema, creo que es un deber tributar un justo homenaje a nuestro actual supremo mandatario, el cual sistemáticamente, orgánicamente, a pesar de las convulsiones anárquicas y de los movimientos convulsivos rápidamente contenidos, se ha propuesto que sea una hermosa realidad el sistema federativo. (Aplausos.) Si el presidente Obregón - que dentro de contados días será sólo un ciudadano - no hubiese defendido con bizarría y denuedo en el pasado movimiento rebelde la majestad de las instituciones, si no hubiese realizado el maravilloso milagro de la transmisión pacífica del Poder, este sólo beneficio lo haría acreedor a nuestro reconocimiento y a la gratitud nacional. (Aplausos.)

Si los constituyentes de 1824 viviesen todavía bajo el amparo de estas bóvedas augustas, ¡con cuanto entusiasmo colocaríamos sobre sus frentes una corona formada con todas las flores de nuestro valle y con nuestros pensamientos más hermosos, porque ellos lo merecen! ¡Y así como su obra está para siempre grabada en las páginas de la historia de nuestras instituciones, así su recuerdo vivirá eternamente en el alma gloriosa de la patria! (Aplausos.)

El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador Pedro de Alba.

El C. Alba Pedro de: Ciudadano presidente de la República, ciudadano presidente del honorable Congreso, honorables miembros del Congreso General: Esta fecha para nosotros es la fecha gloriosa del centenario, es la fecha en que se iniciaron las instituciones de México y en que se estableció la República sobre las bases del sistema federal; pero para llegar a esta conquista hubo de pasarse por los catorce años de lucha desde 1810 hasta el año

de 1824, y hemos de hacer un resumen de todos aquellos esfuerzos realizados en la larga etapa revolucionaria de 1810, para que se vea cómo en la guerra de Independencia, lo que está más patente, son las luchas entre los partidarios de la tiranía, del absolutismo y del privilegio, y los partidarios de la libertad y de la igualdad de los ciudadanos. Grande la obra de los constituyentes de 1824; pero esto trae raíces muy hondas que vienen desde muy lejos y por esto hemos de rendir un tributo a los precursores de las conquistas legales y de la consolidación de las instituciones.

¡Cómo no vamos a pensar que una Constitución Política que está basada en la idea de la soberanía popular, para realizar solamente esta conquista hubo de sacrificar en el martirio a los mejores hombres de México! ¡Cómo no hemos de pensar que cuando el licenciado Primo de Verdad y Ramos sostuvo que desaparecido Fernando VII, la soberanía debía radicar en el pueblo! ¡Por este hecho se le tuvo como hereje y reo de alta traición a los principios absolutistas y hubo de morir en las mazmorras del Arzobispado! ¡Cómo no hemos de pensar que el padre Hidalgo, como le decía el licenciado Arias con el hecho de haber decretado la abolición de la esclavitud, realizaba una profunda transformación en la estructura social de su tiempo! ¿Qué no sabemos cómo era cruel, cómo era abominable lo que ocurría en la época colonial, por más que ahora se nos venga a decir que las Leyes de Indias eran más benéficas que las leyes modernas?; ¿Cómo no hemos de recordar que el mismo reverendo fraile Toribio de Motolinía asienta tranquilamente en su diario y en sus cartas, que por las plazas de México se vendían a los esclavos con el hierro de su majestad estampado en el resto?; ¿cómo no recordar lo que el reverendo fraile Bernardino de Sahagún nos dice que en las primeras épocas de la conquista no se necesitaba saber cuáles eran los caminos de México a los minerales o a los centros de producción, porque lo indicaban las aves de rapiña o el reguero de huesos del Matzehuatl, que moría en el lugar en que lo aplastaba la carga, el hambre, la sed, el que enseñaba el camino a los transeuntes? Que no se venga a decir que estábamos bajo la protección paternal de la Ley de Indias; eso es una mentira; lo que las Leyes de Indias tenían de benéficas, lo que las Leyes de Indias tenían de protección para el indio, para el oprimido, eran letra muerta: de aquel código sólo estaban en vigor los artículos prohibitivos; sólo estaban en pie el tributo múltiple que pagaba el indio, sólo estaba en pie el monopolio, sólo estaba en pie la prohibición para que entrara al país cualquier extranjero, a tal grado, que se declaró reo de muerte, alguna vez, al que diera cabida en cualquiera colonia de España a un ciudadano extranjero. había muchas disposiciones benéficas, muchas disposiciones paternales, pero esas ya dormían profundamente, porque habían sido barajadas hábilmente por las audiencias y por los abogados de la Colonia, que no se sabía ya de las leyes de las tierras ni de las leyes de protección a los indios, los indios entonces eran la carne de sacrificio, era el nervio de trabajo continuo y perseverante para sostener la mesa rica de las clases privilegiadas de la metrópoli. (Aplausos.)

Los que creen que Hidalgo hablaba sin saber lo que decía al proclamar la independencia y la libertad de América; los que creen que peleaba por los intereses de Fernando VII, no se dan cuenta de que aquel hombre ha sido una de las luminarias que más han alumbrado la historia de este país y que el tenía que proceder con tacto y con cautela; que necesitaba guardar en secreto sus planes, que él debía hacer su conjuración en tal forma, que pudiese adueñarse del Gobierno de la metrópoli y de esa manera poder realizar el sueño de Primo de Verdad, de que la soberanía debía residir en la nación encarcelado Fernando VII en las prisiones en que lo tuviera Napoleón. Cuando despachaba en Guadalajara hizo que retiraran el retrato de Fernando VII de la sala de su acuerdo y Calleja, enemigo formidable y feroz, decía que era reo contra la autoridad real y contra todas la leyes eclesiásticas porque había usado el nombre de Fernando VII simplemente como un trampa - antojo para engañar a los indios que no sabían distinguir entre la autoridad real y la autoridad divina. La herencia de Hidalgo fue recogida y mejorada; de la plática histórica de Hidalgo con Morelos en Indaparapeo, de Michoacán surgió una revolución y una fortuna para México, porque nació para la libertad, y para las instituciones democráticas y para las ideas de reivindicación social el héroe más grande, el carácter más firme, el corazón más bien puesto, la inteligencia más preclara que se haya visto entre todos los hombre que hayan vivido y muerto por la causa del pueblo de México: José María Morelos. (Aplausos nutridos.)

Morelos creyó en un principio que era fácil la realización rápida de la independencia y poder hacer la revolución desde arriba; poder llegar a México rápidamente. Se cuenta que después de la caminata fabulosa desde Michoacán hasta Acapulco, realizada en el término de veinte días, cuando se dirigió a Hidalgo diciéndole que tenía puesto sitio en aquel puerto, adonde había ido despertando conciencias y creando, como por encanto, adeptos entre las multitudes de gentes oprimidas del Sur para que siguieran sus banderas, dicen que se dirigió a Hidalgo enviándole una carta a la catedral de México, porque creía, por la bondad de la causa, por la capacidad del caudillo y de los generales que lo seguían, que ya estaría en posesión de la capital. Pero una vez que no pudo realizarse la revolución rápidamente, hacerla desde arriba, entonces se dedicó a hacer la revolución desde abajo. (Aplausos.) Y se dedicó a hacer la revolución desde abajo en la región del país donde la esclavitud había sido más ignominiosa, donde el capataz era más odiado, donde en minas e ingenios daban cuenta de tal cantidad de iniquidades, que refiere un historiador que un esclavo de los ingenios del Sur, para no soportar los latigazos del capataz, se echó a la melaza hirviente para poner de ese modo fin a una vida miserable de esclavitud y de oprobio; y allí, en ese pueblo tan azotado, tan vilipendiado, tan explotado, allí prendió la fecunda idea de Morelos y de allí surgió la revolución, la revolución suriana; no es un misterio, porque las revoluciones sociales han surgido del Sur, y es que el Sur ha sido más azotado, más explotado y más martirizado que las demás regiones de nuestro país. El ideal por excelencia de Morelos fue convocar al Congreso

Constituyente; él creía en la eficacia de las asambleas: él quería que en Chilpancingo se le diera forma al Gobierno y se verificara el movimiento revolucionario, porque saben sus señorías que había disensiones en la antigua Junta de Zitácuaro como la junta depositaria de la herencia insurgente. Convocó a todos sus amigos, le pareció que era la obra por excelencia, que era el coronamiento de su labor; invitó a todos los intelectuales de su tiempo y concurrieron hombres de alta talla, de altísimas virtudes. En la correspondencia que sostenía con Bustamante siempre se asienta la idea de que debe dejar cualquiera otra comisión, cualquiera otra atención, para ir a cumplir sus obligaciones al Congreso.

Debe haber sido imponente, a la vez conmovedor el espectáculo de la apertura del Congreso Constituyente de Chilpancingo. Ahí oímos a Morelos decir el discurso de Bustamante, en el que habla de los primeros insurgentes en términos filiales, en términos rebosantes de gratitud, de acendrada devoción; ahí habla de que los primeros insurgentes fueron unos mártires que tuvieron que recorrer el país mendigando el pan y el agua en las chozas humildes de los pastores; ahí estaba la herencia íntegra de los iniciadores de la independencia. Después este arranque lírico viene Morelos, el formidable, que trae en su cartera los veintitrés puntos que iba a proponer al Congreso para que dictará la Constitución de México. Siendo caudillo había dictado acuerdos drásticos de orden social; había dicho a sus generales: "Si llegan a un pueblo, recojan todos los bienes de los ricos, recojan todos los bienes de la iglesia y repártanlos entre la caja de la revolución entre los pobres de aquel lugar, y no teman ustedes en nada las ira de los poderosos, porque los ricos cuando se vuelven pobres por culpa suya o ajena, son impotentes para hacerse sentir en ningún terreno. (Aplausos.)

En aquella síntesis estaban presentadas sus ideas sobre cómo debía establecerse la pequeña propiedad agrícola, porque él decía en sus término corrientes y habituales: el beneficio de todo el país está en cada uno asista con su trabajo a una pequeña porción de tierra y no que sirva, como peón y esclavo, a un poderoso. Y él, para sintetizar todas aquellas ideas, las presentó en veintitrés puntos al congreso de Chilpancingo: desde la cuestión de impuestos, hasta la cuestión social más avanzada, están implícitas en aquellos veintitrés puntos y sentimientos de la nación presentados por Morelos al Congreso Constituyente. Los constituyentes, que escucharon aquellas palabras de Morelos el mismo Andrés Quintana Roo, que le había servido de confidente al elaborarlas, Licéaga, Munguía, Ortiz de Zárate y el mismo Bustamante, Rayón y todos los demás constituyentes de Chilpancingo, no alcanzaron a ver la grandeza y la importancia de la idea social de Morelos. Es sabido la peregrinación que tuvo que sufrir el congreso de Chilpancingo y cómo hubo de peregrinar por tierras de Michoacán y de Guerrero hasta llegar a Apatzingán en octubre de 1814, en donde se le dio forma definitiva al Código de los Estados Unidos Mexicanos. La Constitución de Apatzingan Código esencialmente político, no le dio cabida a las ideas sociales de Morelos. Los intelectuales son muy dados a ver las cosas desde el aislamiento de sus grandes teorías y de sus sistemas filosóficos; era un Código que ataba el Ejecutivo, nulificaba la acción del Ejército a las determinaciones del congreso y de ahí sobrevino el desastre que todos conocéis. Lo importante de la constitución de Apatzingan es el reflejo que despertara en las clases privilegiadas de la metrópoli: lo revelado del congreso de Apatzingan no es que se hubiera o no interpretado el pensamiento de Morelos, sino que se descubrió hasta que punto existía la obstrucción y la ceguera de las clases intelectuales de la capital. La Constitución de Apatzingan fue condenada por el Cabildo metropolitano y por la Inquisición, y vemos en el fallo, en el veredicto del cabildo metropolitano, en el que se condenaba la Constitución de Apatzingán, las confesiones más escandalosas de absolutismo. Ahí se dice que asentar en ese decreto de Apatzingán que la soberanía reside en ese pueblo, es la mayor de las herejías; que la soberanía es indivisible y que no reside más que en el rey, y que el rey la ha recibido de Dios y que ningún hombre está capacitado para preguntarle a un rey por qué hace esto, hace aunque ese rey sea ladrón, aunque sea adúltero, aunque sea sacrílego, ninguno de los súbditos nunca debe exigirle cuenta de sus actos. Estos nos da idea de la abyección y de la ceguera en que se debatía la capital del virreinato en aquellos tiempos. (Aplausos.) Cosas del tiempo, diréis; pero lo cierto es que ahí se hacía el elogio del absolutismo en una forma anacrónica mezquina y verdaderamente irritante. Después que habían funcionado las Cortes de Cádiz, que se habían dado decretos en 1812, favoreciendo a los indios, y se dio cabida a la representación popular; con la abolición de la constitución por Fernando VII, sobrevino la reacción más formidable de absolutismo; con la disolución de las cortes y con los encarcelamientos de los diputados, volvió de nuevo a la tiranía. En el momento en que instruyó el proceso de Morelos, es en el que estaba desatada en toda su irritante bravuconería la idea del absolutismo. Siendo la figura de Morelos tan vigorosa tan cortante, tan definitiva, cuando llega al capitulo de su proceso y su comparecencia delante de la Inquisición, llega a conmoverse, por que sobre él se había simbolizado toda la idea revolucionaria y contra él debían de ir todas las clases y todas las castas enemigas de la revolución. Vemos, en el proceso, en sus veintiséis puntos, cargos sobre crímenes y delitos que se le acumularon a Morelos, es decir todas las cosas más horrendas y más ignominiosas que se puedan decir de un hombre. Se le espanta y se le anatematiza con saña feroz, porque él seguía siendo más cristiano que los triunfos que lo estaban juzgando. (Aplausos nutridos.) El era cristiano y los curiales que lo juzgaban no lo eran.

Lo vemos perder su tranquilidad en el momento que le raspaban las manos y la coronilla para quitarle su investidura sacerdotal. Cuando tiene que confesar que tuvo dos o tres hijos, caen las excomuniones sobre él, sobre sus hijos, y sobre todo sus descendientes. Forman parte de ese Consejo, como inquisidor honorario Don Matías de Monteagudo, de la Catedral de Michoacán, que después había de ser consejero de Iturbide. En ese

Tribunal de la Inquisición, con declaraciones precisas de Morelos, después de un silencio que únicamente se le hace quebrantar por el martirio corporal, porque martirio corporal, fue haberlo tenido en los sotanos de la Inquisición confesó tres o cuatro puntos de los que se le acusaba.

Pasó su proceso en medio de la cobardía de los defensores y de los inquisidores, todos representantes de la tiranía, se pronunció sentencia terrible contra el héroe, y ese mártir fue el qué llevó sobre su cabeza toda la ignominia y todas las maldiciones que mereciera la guerra de Independencia a los absolutistas. En el proceso de Morelos vemos como estaban desatándose de nuevo las ideas rancias; en le proceso de Morelos se habla de las funestas, de las criminales, de las heréticas Cortes de Cádiz y no hay que olvidar que estaba ahí el alma del que había de ser inspirador del Plan de la Profesa. Al regocijo que despertara la abolición de la Constitución de Cádiz, por parte de Fernando VII, había de corresponder el estupor cuando por la revolución constitucionalista de Riego en España se le habría de imponer por la fuerza la vigencia de la Constitución. Vemos claro el engranaje, vemos claro que en el consejo de la Profesa entre canónigos influyentes y maquiavélicos que eligieron como cabeza del movimiento a Iturbide, se fraguó todo el plan tremendo para que se realizara la independencia, frustrando en absoluto las ideas anteriores, declarando que se había hecho la independencia sin derramar una gota de sangre, como si toda la sangre derramada por los héroes insurgente hubiese sido sangre de ladrones, porque así les llamaba Iturbide. (Aplausos) Se realizo el plan de iguala y vino la declaración de los tratados de Córdoba se instaló el gobierno provisional, y, ¡Oh sarcasmo para la memoria y reverencia de los insurgentes!: en la junta provisional del Gobierno no figuró un solo insurgente, era una junta de notables y allí como formando parte del Gobierno provisional de México independiente don Matías de Monteagudo, inquisidor que había sido verdugo de Morelos. Este solo hecho basta para revelar cómo la idea de independencia se había frustrado, cómo la idea de independencia se había mistificado en una forma que no podía menos que traer consecuencias tremendas, y cómo la forma en que se realizara con esos procedimientos torcido y equívocos de Iturbide, había de dar lugar a calamidades tremendas que tal vez hasta la fecha nos aquejan, porque nacimos con ese pecado original de que hubiese sido consumada la independencia por los enemigos de los héroes de ella. (Aplausos.)

Viene el primer congreso constituyente, se dan las credenciales a los diputados diciendo que se habían de sujetar al Plan de Iguala y a los Tratados de Córdoba; se esperaba al príncipe de Borbón todas estas cosas confusas afectaban a guerrero, que dentro de su simplicidad rural, pudo haber aceptado por cansancio y ofuscación, pero que despertaban su desconfianza un poco tardía.

Se sabe que no son aprobados los tratados de Córdoba por España y entonces cuando la Nación readquiría su soberanía, surge la conspiración imperialista en favor de Iturbide; surge el desenfreno pretoriano querido imponer al congreso una voluntad extraña, y vienen al congreso la multitud a hacer presión sobre los diputados; los diputados republicanos; algunos de los borbonistas que también eran enemigos de Iturbide, se defendieron diciendo que no estaban facultado para eso, que necesitaban saber el sentir de la nación, que necesitaban consultar a las diputaciones provinciales que estaban funcionando en cada provincia, para que se supiera si era o no de aceptarse la propuesta de Iturbide como emperador. Pero no; la chusma, los militares francos todos entraron por esa puerta haciendo presión, lanzando violentas amenazas a los diputados independientes si no declaraban desde luego que Iturbide fuera emperador; no hubo quórum y muchos diputados se retiraron de la Asamblea y hubo una infinidad de irregularidades: pero se declaró a Iturbide emperador y la única salida decorosa que encontraron los constituyentes encabezados por Gómez Farías, fue presentar un documento, en el que se decía que aceptaban a Iturbide como emperador, pero que se sometiera a la constitución que elaborara el congreso. Con esto veía minada su omnipotencia, veía minado el absolutismo de su autoridad, veía minada la soberbia de las clases privilegiadas, y desde ese momento surgió la antipatía contra el congreso. Surgen las conspiraciones republicanas, vemos el infatigable Gallo Pitagórico, don Juan Bautista Morales, a Bustamante, al padre Mier, haciendo juntas de conjurados republicanos, o inmediatamente se les hizo la guerra, porque estaban rodeados de espías, siendo diputados se les metió a las cárceles y cuando la Cámara reclamó a Iturbide por qué se había violado el fuero de sus representantes, tras de algunas escaramuzas, ya sabéis cuál fue la contestación, mandar a Cortazar que con sus tropas y sus bayonetas cerraron este edificio y declarar con un golpe de Estado disuelto ese Congreso. En este recinto donde estamos reunidos, tuvo lugar el primer atropello, exigiendo a los diputados el reconocimiento de Iturbide como emperador; tubo lugar después el atentado tremendo de haber lanzado a los diputados de su representación para crear una junta instituyente, y se dio el golpe brutal en contra de las instituciones republicanas nacientes, por el hombre que no sentía ninguna afinidad con las ideas democráticas, que no sentía ninguna simpatía por ellas. Con razón la Cámara de diputados de la XXIX legislatura acordó que se retirara el nombre de Iturbide de su recinto, pues era una profanación flagrante, señores, que el nombre de Iturbide estuviera junto con los nombres de Matamoros y el de Hidalgo. (Aplausos nutridos.)

Cuando él mismo, en su manifiesto de Italia, antes de regresar de su última y desastrosa aventura a México, había dicho: "mis dificultades con el congreso han sobrevenido porque yo combatí a los jefes de la revolución, porque eran unos fascinerosos, porque eran individuos que atentaban contra todas las leyes divinas y humanas. Y repite: que si volviera a presentarse el caso, los volverían a combatir. (Aplausos.)

¿Entonces, con qué derecho, atropellando cosas muy sagradas, falseando un noble sentido histórico, podía persistir allí, junto a los hombres de los

héroes inmaculados, el hombre que los había llamado latrofacciosos? (Aplausos).

Nunca los atropellos a la ley pueden ser fecundos; nunca el pretorianismo puede cimentar nada sólido.

Después de haber disuelto las Cámaras, Iturbide le dio una bandera al descontento general; el Plan de casa mata, de Santa Anna, el Plan de Nicolás Bravo y de don Vicente Guerrero, habían de ir haciendo la verdadera opinión del país; los insurgentes de buena fe habían caído en una celada y ahora iban a continuar la obra interrumpida y los mismos que Iturbide mandara combatir a la insurrección, habrían de desconocerlo por todos los atropellos que habían cometido.

Sería muy largo enumerar las peripecias siguientes; pero hay una sesión memorable en la que Iturbide presentó la abdicación ante el Congreso y pidió permiso para retirarse al extranjero, en la que se desprende cómo estaba fermentada la inquina y la pasión de los diputados que él había perseguido, y cómo allí se quedaron cuajadas las opiniones de los intelectuales más eminentes de México acerca de este hombre. Después, el congreso disuelto hubo de funcionar, porque lo destituyo la rebelión y se celebraron después las nuevas elecciones, el congresos constituyente de 1824; que tras de muchas dificultades para realizar su labor en una época azarosa y difícil, como pocas se pueden volver a presentar, dio cima a la constitución de 1824. Se habían desvinculado muchos estados, se amenazaba con la segregación de Yucatán y de Jalisco y Zacatecas, se presentaron los problemas de Guanajuato y Michoacán, y había de surgir el problema federalista, no como una idea teórica, utópica, sino que la imponían las legislaturas o las Cámaras provisionales al Congreso Federal. El Congreso, con muy bueno acuerdo, dio un acta constitutiva para calmar todas aquellas ansiedades, para que las provincias que estaban virtualmente segregadas y reveladas contra el centro, se calmarán; de esa manera surgió la federación de México, no como una idea utópica, sino como algo práctico, como algo que estaban imponiendo las provincias con sus diputaciones provinciales y con los jefes de las armas, porque Zacatecas, siguiendo el ejemplo de Jalisco, porque Michoacán y Guanajuato, adonde tuvieron que ir don Miguel Barragán, y a Jalisco adonde tuvo que ir Bravo a conjurar el peligro, se unieran a la federación. Así es que la federación surgió como una necesidad; y tras el acta constitutiva, después de ser promulgada y jurada como base para la constitución, se efectuaron las labores del congreso constituyente en este recinto. En este estuvo presente el autor del primer proyecto de constitución de México, don Ignacio Rayón; aquí estuvieron representantes del congreso de Chilpancingo, como don Carlos María Bustamante, colaborador del congreso constituyente de Apatzingán; aquí estuvieron representantes de las Cortes de Cádiz como don Miguel Ramos Arizpe y como don José Miguel Gordoa, que traían la experiencia parlamentaria. Aquí se levantó la voz de Fray Servando Teresa de Mier, un hombre gigantesco, porque estaba poseído de la inquietud, de la embriaguez divina de luchar por las libertades, no sólo de México, sino por las libertades universales.

A él le interesaban los pueblos de Inglaterra, de Francia, de Alemania, de España, de la Argentina, de Venezuela, como le interesaba el de país; fue un hombre que vivió un siglo antes y uno de los pensadores más grandes e inquietos y agresivos parlamentarios que haya tenido México en toda su historia.(Aplausos nutridos.)

Aquí estuvieron representados los federalistas de Jalisco, con don Juan Cayetano Portugal; por Zacatecas, Francisco García, y Valentín Gómez Farías.

Ya hemos oído en el discurso de don Guadalupe Victoria cómo el hombre se somete a la ley; un hombre sencillo, pero con virtudes y cualidades, porque había sido el alma del movimiento antiburdista, aliándose con Santa Ana, que se quebrantó a los primeros ataque en Veracruz. Cuando este hombre habla, como decía el señor Arias, usando los mismos términos, de su Dios y su religión hacia un amalgama en todas sus ideas, muy auténtica y muy sana; tal vez hubiera sido, y esto sería motivo de análisis, la mejor política que hubiera convenido a México; pero, señores, las ideas absolutistas, las ideas reaccionarias y las ideas tiránicas, las ideas de privilegio, acechaban en contra de la constitución naciente, y habrían de presentar ataques, porque declaraba la soberanía popular; habrían de declararla herética, como habían declarado la de Apatzingán. Una de nuestras grandes tragedias seculares, uno de nuestros escollos eternos para llevar a cabo cualquiera obra de mejoramiento o de transformación en México, es la contumacia feroz del partido conservador que no acepta conceder ningún derecho al pueblo si éste no se lo arrebata; ese atrincheramiento, ese hermetismo, esa habilidad maquiavélica para fundir las ideas religiosas con las ideas políticas y sociales para llevar la confusión a las conciencias sencillas y de esta manera despistarlo de su verdadero destino. A Morelos se le condenó, a pesar de que declaró la religión católica como la única religión de estado, a pesar de que Morelos declaraba que el día 12 de diciembre debía considerarse como día de fiesta nacional, porque era la Virgen de los indios y de los desamparados y, sin embargo, se le condenó por hereje; pero es que Morelos era más cristiano que sus jueces, es que Morelos no iba contra el dogma, ni siquiera contra la prescripción de los concilios; Morelos iba contra las clases privilegiadas, y estos enemigos irreconocibles habían de acumular en contra de él todos los cargos para hacerlo condenar a muerte por hereje, cuando era el hombre más santo; por injusto, cuando era el hombre que en su correspondencia con Bustamante le decia: "seré un ingenuo, un tonto; pero a mi toda injusticia social me subleva".("Aplausos.) La generación de hombres que rodeara a Morelos, con Bustamante con Quintana Roo, Liceaga, Verduzco, Coss, con todos los representantes de las nuevas provincias con Munguía el de Oaxaca, como de Rayón como de otros tantos que firmaron la constitución de Apatzingán, es un núcleo hombres desinteresados y nobles, poseídos de un ideal, de un ideal que los hace ofuscarse un tanto; aquellos hombres no vieron claro los problemas de México, porque sus preocupaciones eran netamente filosóficas, porque sus doctrinas y sus raíces estaban en las enciclopedias

y filosofías del siglo XVIII, pero en cuanto sus virtudes intrínsecas, eran verdaderamente eminentes, eran desinteresadas, eran nobles, eran leales. Y esa época se caracteriza esencialmente, porque a la teoría del derecho absoluto, a la Teoría Del Derecho divino, que servía de base a la tiranía, se le arrancó la idea de la soberanía popular y ya vemos cuánto costó esta sola conquista. Después, al tratar prácticamente la soberanía popular, se encontraron con los privilegios económicos eran más feroces que los privilegios políticos y religiosos, y había de surgir de nuevo la lucha linea de amargas privaciones para muchos de los caudillos; habían de asediar a Don Nicolás Bravo; habían de hacer todo generó de maniobras hasta implantar la dictadura de Santa Anna, creando con ello una tiranía más irrisoria y una Alteza serenísima mucho más ridícula que había sido la de Iturbide, había de surgir el Plan de Ayutla y nuevamente la lucha; había de surgir una nueva pléyade de hombres como fue la de los intelectuales que rodearon a Juárez, que solo por sus eminentes virtudes y que por sólo su entereza, que solo por la fuerza dinámica de los constituyentes de 57 de los caudillos del Plan de Ayutla, habían de hacer triunfar la causa de la República en contra del segundo Imperio.

Necesitamos que surja un grupo de hombres; necesitamos que de las nuevas ideas sociales y de las ideas obreras dentro de las ideas agrarias y del funcionalismo social, racionales, y justas, surja un nuevo grupo de hombres, la nueva pléyade capaz de equiparse en virtudes públicas a aquellos que después de haber conseguido la soberanía popular, que después conseguido la separación de la Iglesia y del Estado y las Leyes de Reforma, dejaron en pie problemas económicos; ahora necesitamos una nueva pléyade de hombres que divulguen, que sean ejemplos en sí mismos de los que debe de ser la nueva sociedad y que eduquen a las masas, a las multitudes, con su propia vida y con su propio ejemplo, para que vengan nuevas generaciones, para que se realice el ideal de los insurgentes, que ha sido el más grande en nuestra historia. (Aplausos.) El hermetismo, la contumacia, la rebeldía para aceptar cualquiera mejoría para los de abajo que campea todavía en las banderas del partido conservador, han hecho desviar, han hecho muchos zigs - zags a la idea revolucionaria, social y política, en México. Nosotros tenemos que aclarar el campo, que trazar bien el camino, que caminarlo nosotros mismos a la cabeza de las multitudes oprimidas, para que ellas descubran quienes fueron sus verdaderos héroes y quienes se preocuparon por su emancipación. Todavía, señores, como una cosa verdaderamente monstruosa, cuando se trata de presentar desde todas las cátedras ejemplos que admirar y que venerar, de virtudes en nuestros antepasados, se nos habla de Cortés y de Iturbide; nosotros presentamos en nuestras banderas a Bartolomé de las Casas y a Vasco de Quiroga, a Hidalgo y a Morelos como representativos de nuestra causa. (Aplausos). La Constitución de 17 dio cabida a muchas de las ideas de Morelos sin embargo, todavía estamos trabajando tenazmente porque se realicen; han de realizarse, se ha visto que estas ideas se anticiparon en un siglo, no solamente de las ideas de México, sino a las ideas mundiales. El quería que este fuera un país donde el hombre que trabaja recibiera su salario integro; que no fuera atormentado por las gabelas; él quería que en este país se diera cabida a los extranjeros que fueran capaces e enseñarnos algún arte u oficio; el quería que este país fuera un país de gentes sencillas, pero laboriosas y de buenas costumbres; él quería que este país fuera el asiento de la libertad continental, porque de llamaba "Generalísimo de las Américas"; era el hermano gemelo de Simón Bolívar. En sus puntos presentados al Congresos cuando sintetizaba él todas las ideas que había ya dispersado entre los manifiestos y através de sus subordinados había dicho que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso sean tales que obliguen a la constancia y la patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia. ¿Qué genio, qué visión, país de contraste, país como Rusia en donde el "mugic", ignorante y beodo, embrutecido por las mismas clases privilegiadas, hace contraste con el gran duque, lo mismo que nuestros peones!... El quería que reinara una civilización más modesta pero que, sin embargo, fuera más autentica y no simplemente una civilización de oropel. El decía: que se aumente de tal manera el jordal del pobre que con ello se aleje de la ignorancia y del vicio; él veía claramente que las clases privilegiadas con el vicio hacían una explotación, y todavía hasta la fecha esta en la conciencia de todos vosotros que hay la aristocracia que llama justamente Vasconcelos la" aristocracia pulquera", que se enriquece a costa de los vicios del pueblo, sin perjuicio de que lo desprecie y diga que ese pueblo no tiene ningunas aptitudes ni derechos y, por consiguiente, no debe dársele ninguna participación en la vida pública. (Aplausos.)

Yo abogo porque el ideal de Morelos se realice, porque sean un hecho aquellas palabras que propusiera al Congreso Constituyente y que estas ideas sean la norma de nuestros esfuerzos, el ideal de nuestros Congresos, la preocupación de nuestras labores parlamentarias: "Que la buena ley sea superior a todo hombre; que las que dicten nuestros Congresos sean tales, que moderen la opulencia y la indigencia y de tal manera mejoren el jornal del pobre, que lo alejen de la ignorancia y del vicio." (Aplausos estruendosos.)

- El C. secretario Rueda Magro, leyendo:

"Acta de la sesión solemne celebrada por le Congreso de la Unión el día diez de octubre de mil novecientos veinticuatro.

"Presidencia del C. Genaro V. Vásquez.

"En la ciudad de México, a las once horas y cincuenta minutos del viernes diez de octubre de mil novecientos veinticuatro, en le Salón de Discusiones de la Universidad Nacional, antiguo templo de San Pedro y San Pablo, con asistencia de ciento cuarenta ciudadanos diputados y cuarenta y cuatro ciudadanos senadores, se abrió esta sesión solemne que se celebra de conformidad con un decreto expedido por este mismo Congreso en conmemoración del primer centenario de la Constitución Política de 1824, y a la que asistió el presidente constitucional de la República, C. Alvaro Obregón.

"Se procedió a dar cumplimiento a la orden del

día que para esta sesión se contiene el mismo decreto:

"La secretaría paso la lista de los diputados constituyentes de 1824.

"Dióse lectura al discurso del primer presidente constitucional, don Guadalupe Victoria, con motivo del juramento de la Constitución y de la toma de la posesión de la Presidencia, así como la respuesta del presidente del Congreso constituyente, don Miguel Ramos Arizpe.

"Pronunciaron discursos alusivos el C. diputado en ejercicio Adolfo Arias y el C. senador en ejercicio Pedro de Alba.

"Se leyó la presente acta."

Está a discusión el acta. No habiendo quien la impugne, en votación económica se consulta si se aprueba. Aprobada.

El C. presidente, a las 13.20: Se levanta la sesión y se cita para el lunes próximo a las diez y seis horas en la Cámara de Diputados.