Legislatura XXXI - Año II - Período Ordinario - Fecha 19251104 - Número de Diario 38

(L31A2P1oN038F19251104.xml)Núm. Diario:38

ENCABEZADO

MÉXICO, MIÉRCOLES 4 DE NOVIEMBRE DE 1925

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos el 21 de septiembre de 1921.

AÑO II.- PERÍODO ORDINARIO XXXI LEGISLATURA TOMO II.- NÚMERO 38

SESIÓN SOLEMNE DE CONGRESO GENERAL

EFECTUADA EL DÍA 4 DE NOVIEMBRE DE 1925

SUMARIO

1.- Se abre la sesión en presencia del ciudadano presidente de la República y de la Delegación Parlamentaria del Brasil, integrada por los CC. Sampaio Correa, Joao Mangabeira y Bento de Miranda. Discursos de los CC. diputado Alfonso F. Ramírez, senador Pedro de Alba y representante Joao Mangabeira.

2.- El ciudadano presidente de la República se retira del salón. Es leída y aprobada el acta de la presente sesión, y se levanta ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. SALVADOR REYES AVILÉS

(Asistencia de 39 ciudadanos senadores y 137 ciudadanos diputados).

El C. presidente, a las 17.50: Se abre la sesión del Congreso General. Tiene la palabra el diputado Alfonso F. Ramírez.

El C. Ramírez Alfonso F.: Ciudadano presidente de la República, ilustre delegación del Brasil, señores diputados y senadores:

Cuenta el viejo cantor de Ulises, en una de las páginas más bellas que hayan brotado del ingenio humano, que allá en lo luminoso reino de Ítaca, junto a las riberas del sonante Mar Jónico, se levantaba el palacio del Alcínoo como un milagro de mármol y de oro bajo el palio de nácar de las tibias y perfumadas mañanas de Grecia, y el prócer que habitaba aquella mansión maravillosa, digna de servir como santuario a la diosa misma que cautivó en sus jardines las rosas opulentas de Eros, rendía a la hospitalidad un culto delicado y constante, haciendo de esa virtud una de las normas trascendentes de su vida. Así, tenía las puertas de su palacio siempre abiertas para todos los viajeros, ya vinieran de Oriente o de Occidente, y sus fieles servidores prestos a escanciar el negro vino que reconforta el cuerpo, a todos los que van por la ancha haz de la tierra con los ojos empapados en la luz de los horizontes infinitos y las plantas ennegrecidas por el polvo de todos los senderos. Al igual de ese príncipe que con su generosidad magníficamente decora el friso de la ingenua leyenda, la familia mexicana blasona de alentar en su pecho, como perla de fino oriente engarzada en oro, un amplio y noble sentimiento de confraternidad que borra fronteras y funde las diferencias de los hombres, y para ella, quienquiera que pise sus litorales y sea el que fuere el país de donde venga el remero, tan luego como el vórtice de las olas lo depositan en las arenas de las playas, deja de ser un extranjero, para penetrar en el dulce asilo de nuestro hogar, no como un extraño que viene de remotas comarcas, sino como el hermano que regresa a su propio solar y encuentra en las lindes de su heredad, brazos en cruz que lo esperan, enflorados de cariño y temblorosos de emoción. Hoy, como ayer y como siempre, el alma divina de la patria se engalana con luz de amanecer y fragancias de nardos en botón, para recibir cordialmente a sus huéspedes, que aceptando el llamamiento afectuoso y vibrante, arriba a esta clara ciudad de los lagos a la hora simbólica del otoño, cuando a las exaltaciones estivales que culminarán en derroches de luz y en una dionisíaca alegría de vivir, va sucediendo insensiblemente la serenidad augusta y fecunda, impregnada de meditación y de silencio; y al igual que en la naturaleza, se va operando en nuestro organismo social una transformación ascendente y grandiosa, y pasados los momentos necesariamente destructivos y tempestuosos de la lucha, vamos entrando lenta y seguramente en el período fecundado y sereno de la reconstrucción nacional. Sed bienvenidos, ilustres delegados del Brasil, que aquí encontraréis ciudadanos libres que aprecian y admiran a vuestra gran nación; que hallaréis aquí corazones que riman con los vuestros la misma canción de dolor y de ensueño; que aquí, como escribiera el poeta, encontraréis en los momentos en que las saudades os embrujen el alma con el recuerdo de la patria lejana, el mismo clima ardiente y el mismo azul del cielo. Maravilloso y fuerte es el país que en los albores del Renacimiento descubriera el afán aventurero de los marinos españoles y hoy conduce por senderos de progreso la mano demócrata del presidente Arthur Bernardes, y lo es, no tan sólo por su vasto territorio, que ostenta las preseas de los más variados climas, inagotable acopio de recursos naturales y magníficas condiciones para el desarrollo industrial y agrícola, sino muy especialmente por su alta y acendrada cultura, por el

vigoroso perfil de sus hombres representativos y por sus brillantes anales en que se rompen con destellos de gloria, la abnegación y el heroísmo. (Aplausos). Magna empresa la de desflorar siquiera la historia militar y civil de ese pueblo próspero, que es uno de los luminares más fulgurantes en la diadema de América y orgullo y prez de los que piensan y sueñan en el musical idioma lusitano.

Su historia política presenta los mismos lineamentos generales que la de los demás pueblos hispanoamericanos: un almácigo de tribus que habían alcanzando alto grado de perfeccionamiento y vivían aisladas cuando no desgarrándose en luchas de exterminio; el rojo corcel de la conquista, domeñando los ímpetus de la raza fuerte y varonil, y después de los siglos de vasallaje en que las colonias reflejaron la vida de la metrópoli distante, que deslumbraba a sus rivales damasquinando sus escudos con el oro de Indias, y después un despertar brusco y terrible de leones que vuelven a sentirse indomables y libres ante el panorama de sus selvas inmensas y de sus montañas que araban el azul, con sus picachos coronados por la pureza de las nieves intactas; después, las vacilaciones de la vida que empieza, ensayos de métodos de gobiernos, oscilaciones de uno a otro sistema; en una palabra, la vida dolorida y romántica de las naciones latinoamericanas que van persiguiendo, a través de su ensangrentado viacrucis, dos quimeras que son como dos alas blancas en la noche de sus desventuras: la libertad orgánica en el interior y la independencia económica y política en sus relaciones con los demás pueblos. (Aplausos).

Podría desgajar densos ramos del encinar grandioso que vio pasar bajo sus frondas el tropel sonoro de los soldados de la libertad y desglosar algún canto de la suntuosa epopeya brasileña, para que ante el asombro de miradas en éxtasis, desfilaran las siluetas gigantescas de quienes forjaron esa nacionalidad estupenda en la llama del sacrificio y sobre el yunque de las adversidades. (Aplausos). Pero contrariamente al caballero sin tacha y sin miedo que ilustró las pardas llanuras de la Mancha con las gallardías de su locura inmoral y en una noche de geórgica ensalzó la bondad de las armas sobre las letras, pronunciándose por la preeminencia de la espada vencedora sobre el libro humilde, yo cifro la grandeza de un pueblo más en su cultura que en sus triunfos bélicos; así, apartándome reverente de las glorias militares del Brasil, a quienes reconozco su mérito indiscutible en la formación de esa gran nacionalidad, voy a esbozar algunos conceptos acerca de su vida espiritual. Yo pienso que más que las conquistas de Alejandro, dieron lustre a la Grecia las elucubraciones sublimes de Platón y los inimitables poemas de Homero; que Roma prolonga su vida en la modernidad, no por las águilas de César, sino por el monumento insigne de su derecho civil; pero Francia alienta en el corazón de todos los pueblos, no por el estruendo de las victorias napoleónicas, sino por la mirada de ideas que el viento huracanado del 93, llevó a todos los rincones del mundo como vívida ráfaga de sol que hiriera el flanco de la sombra. Por eso voy a decir breves palabras acerca de ese sublime campo de las letras del Brasil, y elijo para ello literatura, porque es la poesía lo que mejor nos muestra la fisonomía de un pueblo y nos revela mejor su naturaleza íntima y nos desnuda su alma, por decirlo así, ya que procede por síntesis, dándonos la visión de totalidad y de conjunto, contrariamente a la filosofía, que por ser eminentemente analítica disasocia y desune los elementos de un todo, proporcionándonos una serie de visiones parciales de la realidad.

Elijo tres nombres ungidos con el polen de la plata de los prestigios definitivos:

González Díaz, Araujo de Portoalegre y González de Magalhaces. Un gran crítico español, el príncipe de los críticos de la edad contemporánea, un hombre eminentemente grande por su erudición pasmosa y su incomparable talento, don Marcelino Menéndez y Pelayo, decía que todas las literaturas de América, la que presenta rasgos más originales, cualidades más características y mayor jugosidad fecunda, es la del Brasil, y estampaba acerca de ella esta frase lapidaria: la literatura del Brasil es la más americana de todas las literaturas de América. Alto y subido elogio que justifican plenamente el lirismo subyugador de Gonzálvez Díaz, ese divino cantor de las tristezas y de las esperanzas de los indios, que supo vaciar esencias exquisitas en frascos de acabada hechura; las innovaciones atrevidas de Magalhaces, que siguiendo el consejo de Andrés Chenier, vació el viejo vino del dolor en el odre nuevo de los versos desligados de trabas escolásticas; la fascinante imaginación del Portoalegre, que en la escena y en el libro supo derramar un caudal de imágenes, cintilantes y coloridas como un paisaje de los trópicos. (Aplausos).

De ese gran país, que enaltecen bravos capitanes y diplomáticos sutiles como Rió Barbosa, que por su sagacidad y talento desplegados en la conferencia de paz celebrada en 1907, mereció el dictado de águila del Haya; estadistas como Bravo de Río Blanco, que por medio de hábiles arbitrajes supo solucionar la cuestión espinosa y trascendental de los límites con las naciones vecinas; internacionalistas de fama mundial como Rodrigo Octavio, y profundos pensadores y grandes artistas; de ese gran pueblo viene la Delegación que hoy nos honra con su presencia y que encontrará una demostración de simpatía y sincerismo real por doquiera. (Aplausos). Y ya que para orgullo nuestro se encuentra en estos instantes en el recinto de la Representación Nacional, yo quiero levantar mi voz, la más humilde y desautorizada de todas, para decir en esta tribuna popular, amplia y libre como una visión de infinito, algunas breves palabras acerca de nuestro México, tan ensombrecido y calumniado a veces en el extranjero, por el simple y único delito de reivindicar virilmente su derecho a la vida, su intocable derecho de pueblo libre que no quiere entregarse como fácil presa a las maquinaciones de los egoísmos sin ética y de las concupiscencias sin patria, y defiende con altivez de águila el decoro de sus hijos, que prefieren inmolarse en los negros altares de la muerte y sucumbir como sus antepasados, antes de empañar los limpios espejos de su honor, cayendo en su agonía, pero disparando al mismo tiempo sus últimas flechas al corazón de las estrellas. (Aplausos ruidosos).

No formularé el alegato de la revolución, porque él está ya insuperable escrito con frases y

hechos por quienes debían hacerlo en razón de su encargo, y me limitaré tan sólo a subrayar el sentimiento de generosidad y humanitarismo que constituye la médula del movimiento convulsivo que en tiempos agitó a la República hasta lograr concretarse, con firmeza de cristal de roca, en los artículos 27 y 123 de la Constitución Federal. (Aplausos). Cuando se ven estos preceptos desapacionadamente, cuando se les examina a la luz de la filosofía y no al reflejo macilento de los rencores partidaristas y del quietismo crepuscular de las restauraciones imposibles, se advierte que no son desquiciadores y disolventes, como los quiere hacer aparecer la crítica chata, y menos consagran una situación contraria a los principios de la ciencia económica y a los principios inmutables de la justicia social, sino muy por el contrario, son la expresión robusta y fulgurante de las aspiraciones más legítimas, de los ideales más consoladores, de las conquistas más preciadas que haya alentado y obtenido la humanidad en su lucha perenne contra el egoísmo y contra la perversidad. Las ideas cristianas que revolucionaron el mundo; la ideología brillante que vino a destruir las diferencias de las razas y a borrar las desigualdades de casta, estableciendo sobre bases inconmovibles de caridad y amor la igualdad de todos los hombres, refleja su mansa claridad y acusa su dinamismo vital en esos preceptos que vienen a consumar la redención del indio, a proteger al desvalido, a evitar la concentración de los elementos de vida en unas cuantas manos y a entregar la tierra, no a la explotación del hombre por el hombre, sino al trabajo redentor y fecundo de todos los hombres. (Aplausos ruidosos). No buscamos los mexicanos una ruda nivelación hacia abajo, no deseamos la confusión deprimente y absurda en la miseria, sino la elevación y el bienestar de todas las clases sociales: que cada quien pueda desarrollar íntegra y libremente su personalidad, disponiendo para ello de idénticas oportunidades y de los mismos derechos. No perseguimos una imposible igualdad matemática, sino una igualdad efectiva ante la ley y ante la vida, traduciéndose esto último por el término de todo privilegio que venga a concentrar ventajas en unas cuantas manos, en detrimento de toda la colectividad. Deseamos que el obrero y que el campesino el intelectual y el modesto, pero benemérito integrante de la clase media, se deshagan de las ligaduras con que los ata la plutocracia absorbente y amoral; pedimos la protección de la mujer y del niño, porque la mujer es la flor que encierra en sus pétalos el germen de las generaciones futuras, y el segundo es el porvenir que se vuelve lentamente realidad, y ambos son la patria. (Aplausos). Queremos que la tierra sea de quien la trabaje; que el obrero disfrute de un salario que le permita vivir dignamente como hombre y sea a la vez justa remuneración de sus esfuerzos; que el capital tenga seguridades, siempre que tenga también conciencia y sentido moral y que se proscriba para siempre el capitalismo, esa degeneración y ese abuso del capital que ha desencadenado eternamente la jauría del sufrimiento sobre la carne de esclavo de los desheredados. (Aplausos ruidosos). Más, para realizar semejante labor humanitaria y noble, fue menester destruir vínculos muy antiguos y lesionar intereses muy enraizados. La amputación fue dolorosa, porque como dijo el poeta, nada nuevo viene al mundo sin dolor; y nosotros hubimos de pulverizar leyendas y desvanecer sortilegios. Hay pueblos que son tradicionalmente conservadores, que viven de su pasado y en los que éste, por una paradoja increíble, alienta fuerte y luminoso en el presente y aun domina el futuro, determinando normas y condiciones que nadie puede transgredir. Así los egipcios, tan radicalmente conservadores, se hallaban ligados con sus antepasados por vínculos tan fuertes que jamás llegaron a observar la costumbre seguida por los pueblos de la antigüedad, de incinerar o sepultar a sus cadáveres, por el temor de que con el aniquilamiento fisiológico descendiera el olvido por la persona y hechos del desaparecido. Con este fin conservan sus cadáveres y los momificaban, multiplicando indefinidamente sus imágenes por todas partes, con objeto de que sus ancestros estuvieran presentes en todos los momentos de su vida, aun en las circunstancias más nimias, imponiendo normas a la voluntad y a la inteligencia; pero contrariamente a estos pueblos hay otros profunda y radicalmente innovadores, pueblos en los que la vida se encuentra en perpetuo devenir, haciéndose y deshaciéndose día a día, tal como las olas en la infinita extensión del mar; pueblos hondamente revolucionarios en los que la impaciencia se llama progreso y la quietud se llama libertad. A este último grupo pertenecemos nosotros, que sin renegar de nada de cuanto bueno y hermoso creó el pasado, sin hacer apostasía de lo positivamente benéfico que nos legaron nuestros abuelos, hemos sepultado los errores y los prejuicios, las mentiras convencionales y los miedos infantiles y ante el tremendo dilema dannunziano: "renovarse o morir", con gesto decidido y triunfante hemos enterrado nuestros muertos bajo la mirada azul del porvenir. (Aplausos). Idéntica transformación se viene operando en todos los pueblos indolatinos en forma evolutiva o más o menos brusca, según las circunstancias que median en cada caso, pero sin excepción todos los pueblos que se extienden desde las riberas del Bravo hasta el Cabo de Hornos, van marchando, seguramente, hacia el oriente de su mejoramiento social, donde asoma ya la madrugada precursora de sus triunfos. Ya que en este momento los hijos de dos pueblos sienten pasar por su alma la misma ala de seda de un mismo pensamiento y a través del espacio y sobre la alborotada impaciencia de los mares, Brasil y México se estrechan espiritualmente las manos, formando el arco de triunfo por donde habrá de pasar la raza indolatina en su marcha hacia la gloria, bueno es avivar la hoguera de nuestra fe y conveniente que agigantemos el vuelo de nuestras esperanzas en el destino milagroso de la raza indolatina. (Aplausos).

Y aunque cada vez que se habla de la confederación soñada por Bolívar y de la misión incumplida de la raza, hay espíritus suspicaces que soplan la fría racha de escepticismo sobre los huertos en flor del entusiasmo, es debido recordar que no es la duda que vacila, sino la confianza que acomete y emprende, lo único creador en la vida de los individuos y de los pueblos. Cuando se lee la historia con reflexión penetrante, vemos que si bien las

razas, como conglomerado de individualidades, persisten siempre a través de los siglos, aquellas cualidades de distinción, de poderío, de supremacía, que en determinados momentos las han diferenciado de las otras razas y con especialidad en su cultura, ese supremo sello de distinción y de grandeza, persisten indefinidamente, sino que aparecen, llegan a su plenitud y mueren para no volver más. Tal parece que en los pueblos se repite aquella hermosa y simbolista costumbre griega, cuando en las fiestas olímpicas de concursantes a uno de los premios más codiciados, emprendían desatentada carrera en las sombras de la noche, llevando una antorcha flamante que uno entregaba a otro de sus compañeros, quien a su vez la transmitía a un tercero, y así sucesivamente, hasta llegar a la meta, obteniendo el premio aquel grupo de corredores que lograba que la antorcha no se extinguiera a los aletazos del viento. Así, estudiando la historia, vemos que las razas se van transmitiendo una a otra la antorcha simbólica de la cultura. Fue al principio la China legendaria que nos dio ascendados frutos en el pensamiento y en la belleza. Después la India misteriosa, el Egipto, imprimió nuevas modalidades al pensamiento: Grecia y Roma, que prendieron una sonrisa de juventud y de triunfo en los labios de la humanidad, y después, las nieblas de Edad Media, e incubándose en ellas la aurora gloriosa y triunfal del Renacimiento, que formó la cultura de que hoy por hoy se enorgullecen las naciones de Europa. Pero esta cultura ha llegado a su plenitud, se inicia su decrepitud y su decadencia y dentro de poco tendrá que transmitirse a otra raza. Un gran sociólogo europeo, el mayor de los pensadores europeos actuales, un hombre que con formidable talento ha historiado todos los órdenes de actividad, dice en un libro maravilloso acerca de la civilización occidental titulado "La decadencia de Occidente", estos profundos conceptos: "Las culturas son organismos; una cultura nace cuando una alma despierta de su estado primario y se desprende del eterno infantilismo humano, cuando una forma se desprende de lo informe, cuando lo efímero perdurable surge de lo perdurable y eterno. Entonces aparece sobre el suelo de una comarca determinada y permanece adherida a ella como una planta.

Una cultura muere cuando ha realizado ya la suma de sus posibilidades en naciones, pueblos, ciencias, artes, y dogmas y se torna a la espiritualidad primitiva. Cuando el término ha sido alcanzado, cuando la idea, la muchedumbre de posibilidades se ha realizado, entonces la cultura se anquilosa y muere, su sangre se cuaja, sus fuerzas se agotan y se transforma en civilización. Tal es lo que entendemos y sentimos en las palabras egipcismo, mandarinismo y bizantinismo. Todas las decadencias tienen la misma expresión: realización plena en el interior, y en el exterior, acabamiento inevitable que sobreviene a toda cultura viva. La que con mayor nitidez de contornos se presenta a nuestros ojos la cultura de la antigüedad." Y después de estas trascendentales concepciones, termina con estas proféticas palabras, que yo quiero entregar a la meditación de todos los indolatinos: "Hoy podemos rastrear claramente en nosotros y en torno de nosotros los primeros síntomas de la decadencia propia, de la decadencia de Occidente, que por su transcurso y duración se asemeja mucho a la decadencia de la antigüedad." Nos encontramos, pues, señores, en presencia de la disolución de la cultura de las viejas naciones europeas, cultura que, alcanzado su madurez y plenitud gloriosa, se inicia hoy en su decadencia fatal, en su descenso que ninguno podrá detener. Y si según esa ley sicológica que enuncié por medio de una leyenda, la antorcha de la cultura tendrá que pasar a otra raza, ¿cuál será esa raza, si no la indolatina, que por su juventud, por ser resultante de dos razas que se fundieron en su apogeo y por sus ricas e incontables posibilidades, advierte que el espíritu descorre ante sus miradas los cortinajes que velan el enigma azul del porvenir? No son ilusiones de poeta las que aceleran el ritmo de la sangre cuando se habla de la fusión de las veintidós repúblicas en un solo gran pueblo. La idea existe, se perfila enérgica y brillante, esplende en el fondo de todos los cerebros, y si aún hoy no se torna en realidad, lo será inevitablemente mañana, pues como con vidente certeza escribió un sociólogo francés: las ideas a la larga determinan los acontecimientos y gobiernan los pueblos, y si las convivencias materiales en lizas mercantiles, antecedentes de raza, similitudes de aspiraciones y comunidades de ideales no determinan inmediatamente esta unión, ella se efectuará en un futuro no lejano, cuando a la guerra de naciones suceda la sombría guerra de razas; entonces nos encontraremos unidos todos los indolatinos por los lazos irrompibles de los peligros y el dolor. (Aplausos.) Más, antes que eso suceda por semejante causa, yo espero y confió, con actitudes de creyente, que todas las repúblicas indolatinas se unirán para formar una sola gran república; que no uniremos por los vínculos espirituales y por medio de los lazos materiales, por simpatía, por solidaridad, por antecedentes históricos y, sobre todo, por el amor que, como escribía Dante en su poema inmortal, ¡es la fuerza incontrastable que hace mover el sol y a las estrellas! (Aplausos ruidosos y felicitaciones al orador).

El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador Pedro Alba.

El C. De Alba Pedro: Ciudadano presidente de la República; ciudadano presidente del honorable Congreso; honorable Representación Parlamentaria del Brasil:

Vientos de renovación nos llegan por los cuatro puntos cardinales. El viejo hermetismo diplomático y el silencio de las cancillerías se va tornando en un gesto más humano, y ya entre los pueblos del universo entero se ha establecido como una condición mental posterior a la Guerra, yo diría también posteriormente a los trastornos de la revolución social de México, un anhelo, un anhelo incontenible de que los pueblos se entiendan, se vean, se palpen por sí mismos haciendo a un lado todas las simulaciones formulísticas y engañosas. Antiguamente, eran para la carrera diplomática los más aptos o los más indicados, aquellos que tenían un magnifico capital para ir a vivir como príncipes en el extranjero, o aquellos otros que tenían una mentalidad solapada y astuta para conseguir disimuladamente lo que no se podía conseguir a la luz del día, o aquellos otros, los "currutacos" de salón, los que tenían mayor destreza para pulsar

el monoclo o para manejar la vajilla y los cubiertos de plata o para danzar un elegante "minuteo" en los salones. Ahora, señores, afortunadamente, los vientos de renovación que soplan por todos los ámbitos del mundo nos vienen a decir que la diplomacia de hoy, que la diplomacia que nosotros practicamos, aunque nuestros diplomáticos no sean avanzados en todas esas lides de la alta sociedad, ni en el madrigal, siglo diez y ocho, son hombres sencillos hombres extraídos del corazón mismo de su pueblo y de su raza, como son también los que ahora nos visitan, los representantes del Brasil, hombres sencillos y naturales como todos los hombres de mérito, como sencillo, natural y grande es su país, y nosotros queremos que en México se les reciba con naturalidad y con sencillez, presentándoles el cuadro vivo de nuestra situación y el cuadro vivo de nuestros pensamientos y de nuestras ideas sin ninguna afectación, para que nos vean tal como somos, hermanos suyos en el ideal y en la esperanza de tiempos mejores para el porvenir. (Aplausos). Siendo, como son, los problemas interiores de cada día de esta América, de una cuantía tan enorme que parecen absorber por completo toda nuestra energía es, sin embargo, un pensamiento al que debe dársele cabal preferencia, aquel al que se refiere a establecer sólidamente nuestras relaciones internacionales con los pueblos americanos, con los pueblos hermanos. Aisladamente somos los países americanos para todo el mundo que se dice civilizado, países pintorescos, petits pays chands, y unidos seremos para mañana la palanca más potente que determine la renovación completa del mundo en sus ideas y en su organización social y económica. (Aplausos). La idea del panamericanismo, un tanto desacreditada para muchos tratadistas, porque suponen -y tal vez con gran acopio de razones - que el panamericanismo ha servido únicamente de fuerza para robustecer la hegemonía de algún país de América, es, sin embargo, una idea nuestra; es, sin embargo, una idea de la América Latina, y nosotros no podemos traicionar a la idea culminantes del pensamiento de Bolívar deshechando esa idea que tiene que ser la salvación de nuestra raza y de nuestra civilización. (Aplausos). Decía el eminente historiador mexicano Pereyra - y en ese libro lo veo yo con una actitud tendenciosa y apasionada, en ese libro que se titula "Washington y Bolívar"-, que el pensamiento de Bolívar había sido desvirtuado por Santander cuando convocó al gran Congreso Americano de Panamá, el Congreso Anfictiónico, en que se tenían que resolver por mutuo entendimiento y por ayuda fraternal de unos pueblos con otros, todos los problemas de la América Latina. Santander hizo extensiva la invitación de Brasil y Estados Unidos de Norteamérica. Pereyra cree que con eso se falsificó la idea fundamental de Bolívar, y, señores, si es exacta la profecía de Spangler, de que habló hace poco el elocuente diputado Ramírez, si es exacto que las civilizaciones futuras del mundo tienen que radicar en este continente, nosotros no podemos prescindir de ninguna de las partículas del Nuevo Mundo, ni de las más pequeñas ni de las más grandes, ni podemos encerrarnos en un hermetismo agresivo e incomprensible como hacen los países fuertes cerca de los países débiles; debemos tener una actitud de observación y de estudió y declarar que desde las grandes planicies y selvas de Canadá, hasta los extremos de la Patagonia, ningún aliento, ninguna palpitación, ningún ideal que surja en este mundo de Colón, nos es ajeno, porque estamos incorporados a la suerte íntegra y cabal de todo el continente. (Aplausos). El Brasil ha sido, señores -refutando la idea de los que creen que Santander falsificó la idea de Bolívar al invitar al consejo anfictiónico de las naciones, de Panamá-, ha sido es Brasil, señores, el país que mejor entendido sus deberes de nación americana. El Brasil, desde luego, sin la más leve desconfianza por la diversidad de lenguas, se ha atenido exclusivamente al tronco común de nuestra civilización, ha incorporado a los grandes hombres de su país y a los grandes hombres continentales a Bolívar, y ha sido un vigía constante de la libertad y del bienestar de los países de América; y hay que recordar, para gloria de Brasil, que a mediados del siglo pasado, cuando por un alarde de fuerza o de represalia, España bombardeó el puerto de Valparaíso, fueron el Gobierno y el Parlamento del Brasil quienes levantaron la protesta más enérgica porque algún país europeo osaba ofender y atropellar los derechos de las naciones americanas. (Aplausos). Ha tenido la suerte el Brasil, hablemos con la honradez del que está hablando con un hermano, ha tenido la suerte el Brasil de que su independencia fue obtenida sin luchas sangrientas y que su organización política contemporánea se ha sostenido y desarrollado por hombres de estudio, que desde el V. Bonifacio de Andrade, hasta Benjamín Constant y Río Branco, Fonseca y Ruy Barbosa, todos han sido hombres de estudio y de previsión, grandes estadistas conductores del pensamiento y de la juventud en su país y que no con brusquedad, pero sí paulatina y firmemente han ido llevando los destinos de su país paso a paso por senderos firmes, creando la verdadera civilización; la civilización creada por los hombres civiles en aquella gran república: hacia allá queremos ir también nosotros. El Brasil tiene en nuestro corazón una efeméride de su historia internacional, de la cual no podemos olvidarnos en estos momentos. El Brasil levantó su voz solemne grave y firme, para que en este país cesara un atropello y para que se llegara a un entendimiento para la desocupación de Veracruz por parte de las fuerzas invasoras, y en esa hora y en ese momento fue también el vigía fiel del pensamiento de Bolivar y fue también el vigía fiel de la integridad de nuestro país y del decoro de nuestra raza. Decía yo hace poco que ningún latido continental debe sernos ajeno.

La Unión Panamericana de Washington está un poco debilitada, como antes dije, pero, sin embargo, es la única tribuna libre y el único lugar de franca discusión con que contamos en el corazón mismo de aquel país. Nosotros no debemos tomar actitudes arrogantes y debemos confiar en que se nos hará justicia para que cesen todas las suspicacias, para que cese todo el espíritu de agresión y de desconfianza para nosotros, porque merecemos muy otros tratamientos. Si la idea del panamericanismo ha de ser una idea fuerte, ha de ser una idea salvadora y ha de preparar el

terreno para que germine esa grandiosa civilización del futuro, en ese caso debe borrarse por completo toda actitud imperativa de países grandes a países pequeños de la América, debe desaparecer toda desconfianza de un país hacia otro, debe tenerse la seguridad de que en el país vecino siempre se encontrará un fiel intérprete de sus propios sentimientos e ideas, debería, en una palabra, estatuirse en las Constituciones de todos los países lo que está escrito en la Constitución de Brasil: "el Brasil nunca podrá tomar parte en una guerra de conquista ni de opresión ni en una guerra agresiva; el Brasil nunca podrá, siquiera, hacer alianza con un país que haya emprendido un ataque contra cualquier país, pequeño e indefenso; el Brasil nunca dilucidará sus propias dificultades internacionales por medio de las armas, sino solamente en casos defensivos, y todas sus cuestiones litigosas en el orden internacional, constitucionalmente está escrito, serán resueltas por medio del arbitraje".... De esta manera, señores, el Brasil una vez más a confirmado el ideal de Bolívar, que quería que en el consejo aufictiónico de las naciones americanas de Panamá, todas las dificultades que surgieran exclusiva y únicamente al arbitraje. (Aplausos ruidosos). Tenemos también, señores, que volver los ojos hacia regiones remotas. Hemos tenido la fortuna, por la diferencia y el alto honor que nos han hecho nuestras Cámaras, de conocer un país extranjero, un país lleno de fuerza y de posibilidades incalculables, un país tal vez de los mejor gobernados del mundo, en donde los funcionarios públicos tienen el mayor decoro y el mejor gesto de humanidad para todos los hombres, para todas las naciones y para todos los huéspedes. Hemos sido huéspedes del país del Canadá y nos hemos encontrado con que allá, en el peñón bravío de la ciudadela de Quebec, Champlain, el navegante francés que tenía mucho de mosquetero, plantó allí, y sigue firme y enhiesta, la bandera de Francia como un reguero de luz de nuestra latinidad. (Aplausos). Y aquel país por más que su situación internacional sea de una naturaleza un poco extraña, sin embargo está gobernado en la forma más avanzada; tiene la representación popular auténtica; tiene una gran honradez para conducirse en todos sus asuntos públicos; una gran integridad para hablar de sus problemas nacionales; no se miente, no se calumnia en las campañas políticas, por más que sean acres y agresivas, aunque parezca mentira; allá subsiste todavía la vieja división entre whigs y tories; y cuando los whigs, que están ahora en el Poder, iban a lanzarse a las elecciones, fueron combatidos por los tories, y uno de los argumentos que estos esgrimían lo expresaban así: "Nosotros grabaremos el carbón que entre al Canadá, para proteger de esta manera a los productores nacionales de la Alberta", un Estado de la Confederación; entonces los whigs, los avanzados, contestaron son ambages en su periódico: "Nosotros no podemos declararnos protectores de la industria nacional, porque tenemos , antes que cualquiera otra tendencia, la obligación de proteger la tranquilidad y el bienestar de nuestro pueblo; cuando venga el invierno tremendo, si por el hecho de proteger el carbón de la Alberta, el pueblo, el proletariado, no puede proveerse de él, nosotros lo declararemos exento de derechos aunque no se proteja una industria nacional, con tal de que la gran masa de nueve o diez millones de habitantes se beneficie con el carbón barato." Así hablan los políticos que han sido educados en el decoro de la palabra. Ha sido favorable para aquella gran nación una competencia, una emulación entre los de origen genuinamente británico y los de origen francés: cada uno celoso por superar a su propio conterráneo en el mejoramiento de la industria, en el perfeccionamiento de la agricultura. Y nosotros debemos saber esto y tratar de comprenderlo -y aunque parezca un poco extemporáneo, lo he dicho en este sitio porque es el más apropiado y la ocasión la más solemne -, para que nuestros estadistas, los que dirigen nuestras cancillerías y los hombres de Estado del futuro, que seguramente están en germinación en muchas de estas curules, piensen que unas de las grandes corrientes que deben favoreserce en esta América, de hoy para siempre, es la del entendimiento cordial e íntegro con el Brasil y con el Canadá, porque esta política de acercamiento representará un contrapeso en la balanza terrible de las liquidaciones que se nos formulan a cada paso en el orden internacional. (Aplausos).

Señores senadores y diputados del Brasil:

Nos habéis adivinado de lejos y nos habéis comprendido de cerca; nos habéis adivinado de lejos, porque donde la generalidad del mundo ve en este país el caos, el pillaje y el bandolerismo, vosotros habéis descubierto un aliento puntaje, un esfuerzo sostenido y un gran espíritu de sacrificio para conquistar la libertad y la íntegra independencia económica. Así como nosotros reconocemos que lleváis en todos los asuntos de orden internacional la bandera del continente iberoamericano, vosotros habéis reconocido que en el orden de legislación interior, México, desde la abolición de la esclavitud, desde la declaración de separación de la Iglesia y del Estado, desde que decretó la libertad religiosa, desde la declaración de la educación laica, desde la conquista de los derechos estampados en toda nuestra legislación moderna del orden social, habéis descubierto que teníamos razón, y tan lo habéis descubierto, que la mayoría de estos principios son leyes constitucionales en nuestro país, desde la abolición de la esclavitud, hasta las leyes de reivindicación social y obrera de nuestro tiempo. Nosotros queremos que llevéis de México la impresión más directa, más auténtica, más exacta; nosotros queremos deciros que aquellos campesinos, aquellos indios y mestizos de la península de Yucatán que habéis visto, han sostenido la tradición de la más grande cultura prehistórica y precolombiana de la América; han conservado íntegramente toda la fuerza espiritual y estética de la vieja civilización maya; pero no han hecho sólo eso: en una tierra ingrata en un desierto calizo donde la desolación se extiende al parecer interminable, han abierto cepas en la roca viva por medio de la dinamita para plantar allí una palmera o un naranjo. Este árbol rinde el fruto de un gran esfuerzo y de una tesonera y optimista concepción de la vida; allí también el henequén rinde grandes utilidades por el esfuerzo del hombre. Y veréis mañana cómo en las chinampas de Xochimilco el indio conserva brizna a brizna la integridad de una chinampa para que no

se deslave y no se le pierda su parcela, con una perseverancia únicamente comparable a la de los alemanes, que también cavan cepas en las vertientes del Rhin, para poner las vides como enormes macetones; o como los bereberes y los árabes, que, en medio del desierto, tienen que consagrarse, como si cuidaran a un pequeño niño de pecho, a conservar la vida de una pequeña palmera; o como aquellos esforzados habitantes del Norte de Canadá, que cada año, cuando baja la nieve por el río Perivonca, que cruza la región, tienen que ir conquistando metro a metro la tierra cultivable, derribando árboles gigantescos. Nosotros queremos que sepáis que en el esfuerzo de nuestras grandes fábricas, que en el esfuerzo cotidiano de nuestros artesanos de pequeñas industrias domiciliarias, de nuestros castizos artesanos, se realizan con un heroísmo, el heroísmo de la vida diaria de que hablaba Mauricio Maeterlinck; queremos que sepáis que nuestros rancheros y nuestros agraristas y nuestros campesinos están continuamente con la zozobra en la mente, temiendo que falte el agua y que venga la helada; queremos que sepáis que en la modesta labor del maestro y del hombre que estudio reconocemos que está toda la fuerza constructora y viva de esta tierra y no en la tumultuosa y artificial vida de los salones sociales o en la confusión de las ciudades, que es lo que aparentemente pudiera impresionarnos. (Aplausos). Si queréis asomaros a nuestro temperamento, a nuestra sensibilidad estética, no vayáis a la embriaguez colectiva de los malos instintos que se denomina corridas de toros; no vayáis a la exhibición brutal de las peleas de box, ¡no vayáis!; buscad la producción de nuestros poetas, de nuestros músicos y de nuestros pintores e id a oír las auténticas canciones populares de nuestro país. Váis a concurrir mañana a una fiesta escolar, en donde se desplegará la bandera de nuestras esperanzas, en cantos, en actitudes rítmicas y en derroche de colores. (Aplausos). Para realizar toda esa labor, para que nosotros tengamos la generación de hombres sanos, fuertes y alegres que hemos de llegar a tener en este país, como base substantiva de toda nuestra nacionalidad y nuestro porvenir, necesitamos la ayuda de todos, dentro y fuera; necesitamos que no se nos hostilice, que se nos comprenda; que se nos descubra; que todos los países en su política internacional, sigan el gesto del Brasil, eminentemente fraternal, para descubrir, en medio del incendio y de los gritos, y del dolor y de la sangre, un lampo divino de optimismo por la causa santa de la redención y del establecimiento del neocristianismo. Estamos convencidos de que necesitamos de la buena voluntad de muchas gentes, y ésta no es una actitud exclusivamente mía; frecuentemente las organizaciones de obreros y las organizaciones agraristas se dirigen a la gente que cree que sabe más y que los puede orientar, pidiendo apoyo y consejo. De allí el gran papel que queremos darle a nuestra vida a los maestros, a los hombres de ciencia y a todos los productores mentales. Así podemos decir, sin pecar contra los principios revolucionarios y democráticos, que aquí estamos ansiando el advenimiento de la minoría selecta de hombres puros que sea capaz de interpretar, de dirigir, de orientar, de fomentar, de fortalecer y de organizar de una vez para siempre, todas nuestras fuentes de riqueza y allanar todas nuestras dificultades en el orden político; pero queremos que esa minoría selecta sea auténtica, extraída realmente de entre los mejores ciudadanos, de entre los más probos y de los más desinteresados. Queremos esa minoría selecta como la de Arístides, el mejor ciudadano de Atenas, el más dispuesto al sacrificio por su país y el más dispuesto a pagar su amor propio y sus rencores con tal de que la patria se salve. Queremos que venga aquí una nueva era en la que todos estos hombres nuevos, dotados de las mejores disposiciones, luchadores esforzados, con un gran desinterés y con un gran espíritu de amor al pueblo, sepan hacerle todo el bien, sin pensar en que el beneficio deben recogerlo ellos en primer término. Nosotros tenemos siglos de estar luchando contra castas privilegiadas y contra las oligarquías; tenemos siglos y seguiremos luchando porque desaparezcan. Hemos luchado contra la casta sacerdotal, contra la casta burocrática, contra el caciquismo, contra el caudillaje, contra el terrateniente improductivo y contra el latifundista ocioso y contra el rico usurero, y queremos nosotros que las gentes que representes, que dirijan y que sirvan de ejemplo a México realicen, para orgullo del continente y para bien de toda la humanidad, el apotegma, el precepto de nuestro inolvidable maestro José Enrique Rodó: que en las democracias de América exista una sola aristocracia y esa aristocracia sea la del talento, la de la virtud y la del bien. (Aplausos).

El C. presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado brasileño señor Mangabeira.

(Sube a la tribuna de la Cámara el parlamentario brasileño, señor José Mangabeira. Su presencia hace estallar una entusiasta y ruidosa ovación, que se prolonga por algunos momentos. Restablecido el silencio, el diputado Mangabeira pronuncia en su idioma nacional, el portugués, un discurso cuyos párrafos son interrumpidos con calurosos aplausos. En la imposibilidad de transcribir íntegro el discurso del señor Mangabeira , se entresaca de la prensa del día lo siguiente):

"Empieza refiriéndose a las últimas palabras del discurso del diputado Ramírez, diciendo que hizo bien en recordar el verso de inmortal del genio de la Edad Media, que en el más grande de sus poemas deificaba el amor en versos sublimes.

"Para el señor Mangabeira, realmente el amor flotaba en el ambiente de esa reunión, cuya majestad despertaba las energías de su alma. El amor era lo que en esos momentos unía al Brasil y a México, porque en su acercamiento no había habido sentimiento interior, no interés; en verdad los unía el amor fraternal que arranca de los profundos instintos de la vida.

"El orador manifiesta que ese sentimiento fraternal de Brasil lo ha comprendido México, se lo indican esos aplausos que se le han tributado antes de decir una sola palabra. Esa manifestación le demostraba que lo que en aquel instante vibraba en el recinto de la Cámara, no era el testimonio de la conciencia de un individuo, sino el grito de la conciencia colectiva; no era la protesta del sentimiento de un hombre, sino la expansión del sentimiento de un pueblo; no era la voz de una individualidad, sino la voz de una nación.

"Expresa luego el orador que cuando levantó su voz en el Congreso, no había visto la figura efímera del hombre que pasa, sino la visión eterna de la gran partida brasileña que extendía sus brazos soberanos, desde allá, desde las puertas del Sur, para estrechar a México en su pecho, de la misma manera que, como dijo el diputado Ramírez, México abría sus brazos en cruz para atraer hacia su corazón al Brasil. Y por eso en esos momentos se sentía como si estuviera en su patria.

"Continuó diciendo el señor Mangabeira que delante de esa visión magnífica, el entusiasmo irrumpió de las fuentes profundas de la vida, desbordando de las arcas del pecho, haciendo que los miembros del Congreso antevieran, más bien, presintieran lo que el Brasil les mandó a decir:

"Refiriéndose a las palabras del senador Alba, que dijo que de lejos el Brasil había adivinado a México y de cerca lo ha comprendido, el diputado Mangabeira afirmó que el Brasil desde luego comprendió a México, por haber descubierto sus actos de heroísmo y sus sacrificios por la patria y la libertad, habiendo conocido de cerca su bondad y gentileza.

"Continuó diciendo que en un gran pensador americano, Vasconcelos, hablando en Río de Janeiro con motivo de la entrega de la estatua de Cuauhtémoc al Brasil se equivocó cuando dijo que se llevaba en el pecho el recuerdo del Brasil, como quedaba enclavada la estatua de Cuauhtémoc: en el granito. El sentimiento de Vasconcelos era sincero, pero sus palabras no supieron traducir la realidad, porque lo que realmente se quedó clavado en el Brasil fue México.

"Y pasa a ser el elogio de Cuauhtémoc, diciendo que no es una de esas personalidades que deslumbran magníficamente una época de la historia y que se queda inmortalizada en el mármol o en el bronce, sino una personalidad que vive realmente en el corazón de una nacionalidad. Cuauhtémoc resurge en el grito de Dolores dado por Hidalgo; después, en la personalidad grandiosa de Morelos, y resplandece más tarde en la epopeya estupenda de Churubusco, donde el general Anaya, al lanzar su histórica frase al enemigo que le preguntaba por el parque, realizó un acto igualado raramente, pero nunca excedido en los rasgos más sublimes de la historia de la humanidad.

"Prosiguió el señor Mangabeira exaltando la figura de Cuauhtémoc, a la que ve nuevamente resurgir en la constancia de Juárez, en la victoria de Zaragoza, en el temple de la espada de Porfirio Díaz, en el apostolado de Madero, como vive también y resurge en el alma de todo mexicano que empuña la carabina y desafía estoicamente la muerte en defensa de la libertad contra la tiranía y por la patria en contra del invasor.

"Pasando a hablar de nuestras revoluciones, orador estima que éstas de hecho han pasado ya en México, y que ya no volverán; agregando que el mayor servicio que el general Obregón le hizo a su patria, fue transmitir pacífica y legalmente el Poder al general Calles, el hombre fuerte que con altives defiende la dignidad de la nación delante del extranjero y mantiene en consorcio sagrado el orden con la libertad.

"Y para terminar, agregó estas palabras: "Brasil, desde las puertas del Sur, ve a México como una grande, bella , exuberante flor de la civilización, engalanada por la prodigalidad de su suelo feraz; flor de cultura que defiende vigorosamente su libertad a la luz solar del derecho y bajo el cielo limpio de la paz".

(Estallan los aplausos en el recinto, prolongándose por cinco minutos, durante los cuales los diputados se ponen en pie para tributar su homenaje al huésped parlamentario).

(El C. presidente de la República se retira del salón. Aplausos).

- El C. secretario Cerisola, leyendo:

"Acta de la sesión solemne de Congreso General celebrada el día cuatro de noviembre de mil novecientos veinticinco.

"Presidencia del C. Salvador Reyes Avilés.

"En la ciudad de México, a las diez y siete horas y cincuenta minutos del miércoles cuatro de noviembre de mil novecientos veinticinco, reunidos en el Salón de Sesiones de la H. Cámara de Diputados ciento treinta y siete ciudadanos diputados y treinta y nueve ciudadanos senadores, se abrió esta sesión solemne, que celebróse de conformidad con acuerdo que tomó la H. Comisión Permanente del Congreso de la Unión, en su sesión de veintidós de julio del año en curso, en honor de la Comisión Parlamentaria de Brasil, que preside el señor senador Sampaio Correa.

"Asistió también a la sesión el ciudadano presidente de la República, quien tomó asiento a la izquierda del ciudadano presidente del Congreso.

"Pronunciaron discursos el C. diputado Alfonso F. Ramírez, el C. senador Pedro de Alba y el señor diputado brasilero Mangabeira.

"El ciudadano presidente de la República se retiró del salón con el mismo ceremonial con que fue recibido.

"Se leyó la presente acta."

Está a discusión. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. presidente, a las 9.10: Se levanta la sesión de Congreso General y se cita para mañana a las diez y seis, a sesión de Cámara.