Legislatura XXXIV - Año I - Período Extraordinario - Fecha 19310717 - Número de Diario 12

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ENCABEZADO

MÉXICO, VIERNES 17 DE JULIO DE 1931

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.

AÑO I.-PERIODO EXTRAORDINARIO XXXIV LEGISLATURA TOMO II.-NUMERO 12.

SESIÓN SOLEMNE

DEL CONGRESO GENERAL

EFECTUADA EL DÍA 17

DE JULIO DE 1931

SUMARIO

1.- Se abre la sesión. Se concede la palabra a los ciudadanos Diputado Alfonso Francisco Ramírez y Senador Genaro V. Vázquez quienes pronuncian discursos alusivos, a nombre de la Cámara de Diputados y de la de Senadores, respectivamente, para honrar la memoria del ilustre caudillo General Alvaro Obregón, en el tercer aniversario de muerte, Se leyó el acta de la presente sesión y se levantó ésta.

DEBATE

Presidencia del C. GONZALO BAUTISTA

(Asistencia de 83 ciudadanos Diputados y 42 ciudadanos Senadores.)

El C. Presidente (a las 18.10 horas): Se abre la sesión solemne de Congreso General, en honor del C. General Alvaro Obregón. Tiene la palabra el C. Diputado Alfonso Francisco Ramírez.

El C. Ramírez Alfonso Francisco: Señores Diputados y Senadores: Una crítica superficial, más combativa que filosófica, ha puesto de moda un irrevocable desdén para el pasado. Se le condena sin misericordia, como si fuera el origen de todos los males y el manantial de todas las injusticias. Se le niegan sus rasgos de bondad o de hermosura, exhibiendo con morbosa delectación lo que tuvo de perversamente sombrío. Se echa en olvido cuanto le debemos, para gustar la ilusión de que en nuestras obras no palpita una sola molécula de los que nos precedieron en la senda angustiada del vivir. Sin embargo, nada significamos ni nada perdurable nos es dado realizar, desvinculados de ese conjunto de fuerzas misteriosas y espléndidas que las generaciones han ido acumulado atráves de los siglos, y que los iconoclastas se empeñan en destruir con la torva piqueta que sabe del polvo de los escombros, pero no del goce inefable de los momentos creadores. Desarraigados de ese ayer que es la mejor justificación de nuestra existencia porque representa la continuidad histórica, la personalidad colectiva, indivisible y única, no somos sino un conglomerado de individuos que cualquiera acción externa puede violentamente dispersar. De ahí que sea necesario conservar con veneración y respeto lo que constituye nuestro pasado: desde la tierra fecundada con la sangre de los que murieron defendiéndola, hasta las instituciones jurídicas que lleven impreso el sello inconfundible de nuestra idiosincrasia; desde las costumbres que florecen en el sagrado hogar mexicano, hasta los irisados trajes regionales; desde la conseja popular que habla de románticas hazañas, hasta las formas artísticas que en la rigidez augusta de las ruinas o en el arrullo musical de las canciones revelan el alma de la raza, pobre y dolorida, pero profundamente enamorada de su libertad. Este acendrado afecto para los hombres y los acontecimientos y las que forman nuestra historia, no entraña un bajo servilismo que nos haga enmudecer ante los errores que salpican de cieno el manto suntuoso de la tradición. Ni menos implica una actitud de conformismo con lo ya logrado, pues no debemos a un mañana mejor que ya empieza a derramar sus claridades sobre la tiniebla esclavizada de los tiempos presentes.

Pero sí estimamos tan discreto como lógico, fundamentar nuestra actuación sobre el caudal de experiencia y de abnegación, de esfuerzos y de pensamientos que los antepasados nos legaron; y desechando lo inútil tras un severo examen analítico, tomar sus aciertos efectivos como punto de partida para nuevas y más gloriosas conquistas.

Somos un pueblo joven que no siente el miedo de vivir que se apodera de las nacionalidades caducas y, por eso nos hemos entregado resueltamente a todas las innovaciones en pos de un generoso ideal de mejoramiento y de justicia social, bajo cuyo imperio el hombre deje de ser el lobo del hombre, para convertirse en su hermano por milagro de la tolerancia, de la comprensión y el amor.

Mas para no edificar sobre movible arena, es indispensable que las innovaciones mismas respondan íntimamente a nuestro carácter y necesidades, conocimiento que sólo nos puede suministrar la investigación de la realidad histórica, de la que forzosamente deben derivarse las normas

positivas de una adecuada legislación y de una sabia política. Prescindir de antecedentes, de la lección viva que fluye de fracasos y triunfos anteriores, es locura insigne o soberbia ridícula. Por eso hay que volver de cuando en cuando la vista hacia el pasado; escuchar sus voces elocuentes y aprovechar sus grandes enseñanzas. A este fin, nada más indicado que estudiarlo en sus representativos ilustres, porque ellos, colocados más allá de las pasiones y de las falacias, podrán darnos, con su palabra o con su ejemplo, una cátedra luminosa de verdades eternas.

El culto de los héroes no es un vano ejercicio de retórica: fortifica la solidaridad de las almas en el espacio y en el tiempo, hace tangible la comunidad de intereses y de aspiraciones, da estabilidad a las características esenciales del grupo social y genera el concepto de la nacionalidad misma que no se integra sólo con las palpitaciones de hoy ni con las esperanzas que aletean en el seno del futuro, sino especialmente con la herencia de los antepasados, al extremo de que sin hipérbole podemos afirmar que de las cenizas de los muertos se ha formado la Patria! Encareciendo la importancia de esos lazos tradicionales, de ese tesoro de recuerdos, de penas y alegrías, de ese patrimonio de prestigios y desventuras que pertenece a la colectividad, un pensador francés, el conocido socialista Jaurés, decía en una ocasión solemne: "estáis unidos a este suelo por todo lo que es precede y por todo lo que os sigue, por lo que os ha creado y por lo que creáis, por lo pasado y por lo porvenir, por la inmovilidad de los sepulcros y por la trémula inquietud de las cunas."

Por eso este homenaje, a la par que demostración de afecto inmarcesible y sincero, es un acto de civismo, que si nos lleva a deshojar frescas rosas de admiración y de cariño, también nos mueve a desprender fecundas enseñanzas de la vida de Alvaro Obregón, que ayer nomás desapareció en las sombras infinitas, para brillar con fulgores estelares en el cielo de la inmortalidad, ya no como gloria exclusiva de un partido, sino como gloría nacional! Múltiples son los aspectos ejemplares que su vigorosa personalidad ofrece a la meditación de los contemporáneos. En esta misma tribuna, estremecida tantas veces por ráfagas huracanadas de libertad a tráves de nuestras atormentadas luchas políticas, se ha levantado el himno más ferviente para cantar los triunfos que lo hicieron caminar siempre a la vanguardia de los ciudadanos armados, de ese ejército nuestro que día a día se va magnificando, porque en sus filas impera con creciente eficacia la disciplina, el sentido de la responsabilidad y el sentimiento del honor militar.

Ahora que nada esperamos de su generosidad magnificente, podemos hacer, sin asomo de lisonja, el panegírico de sus dotes excepcionales como conductor de multitudes, como político inteligente y sagaz, y como gobernante cuya gestión se distinguió en muchos capítulos, singularmente por lo que mira a la labor social, al respeto para la independencia de los otros Poderes, y a la libertad de prensa que, no obstante extralimitaciones y abusos, mantuvo incólume y en alto, como una de las conquistas más preclaras de la Revolución.

Con ser tan brillantes sus hechos, con ser tan copiosos sus méritos en el estudio de la acción, creo que sobre todo pervivirá por sus excelsas virtudes ciudadanas, por ese conjunto de valores morales que alentaba en su pecho, y que al morir nos dejó como un legado de claridad inextinguible:

su férrea voluntad de vencer, su honda preocupación por el proletariado de la ciudad y del campo, su dinamismo infatigable, su fe en los destinos de la nacionalidad, su arraigado mexicanismo, y el afán de perfeccionamiento interior, que sin restar eficacia a sus bullentes energías, lo iba lentamente revistiendo de serenidad, al grado de que en sus últimos años, más que el guerrero impetuoso, era el estadista que preconizaba soluciones integrales de justicia social.

Más que las jornadas resonantes que lo cubrieron de laureles, perdurará el influjo de las cualidades que constelaban su alma, porque sobre todos los éxitos materiales estarán siempre las victorias esplendorosas del espíritu. En esta época de intenso maquinismo suele asignarse un papel secundario a cuanto no se reduzca a fórmulas algebraicas o combinaciones crematísticas; mas a pesar de los alardes del positivismo insolente, los factores imponderables que enaltecen la existencia de los individuos y de los pueblos, seguirán flameando en las alturas, como blancos jirones de niebla sobre la podredumbre del pantano. Las grandezas sustentadas únicamente en la violencia o en el oro, se desvanecen pronto; pasan "como las naves, como las nubes, como las sombras"; mas en cambio, persiste, con fulgor de eternidad, lo que nace al conjuro maravilloso de las fuerzas morales. De las ambiciones imperialistas de Grecia, no quedan ni las huellas sangrientas; pero la humanidad continuará leyendo absorta los "Diálogos" de Platón.

La Roma de los Césares muestra orgullosa el momento imperecedero de su derecho civil, cuando sus sueños de dominio yacen en el polvo del olvido. De las campañas napoleónicas no subsiste una sola anexión territorial, pero continúan floreciendo las ideas que sembró por doquiera con el sacudimiento rojo de sus alas.

Poco valen los adelantos mecánicos sin un contenido espiritual que los legitime, embridando la fuerza presta siempre a desbordarse. Contenido espiritual que se traduce en preceptos de justicia, en derechos sociales, en garantías para el individuo, en libertades civiles y políticas, en protección a los indefensos y a los débiles, en amor para las creaciones del corazón o de la inteligencia; en suma, en ese compendio de normas que hermosean y dignifican la existencia, y por cuya conservación inmolamos comodidades y satisfacciones, porque creemos como el filósofo que el hombre tiene más hambre de respeto que de pan. Si quitáis a un pueblo esta suma de bienes impalpables, lenta y trabajosamente elaborados por la humanidad en su pugna interminable contra los instintos primitivos y los apetitos bestiales, le habréis quitado lo más selecto y codificable; pues la esencia de la civilización no estriba precisamente en las escuadras formidables ni en el poder de los millones

ni en los rascacielos asombrosos ni en las manifestaciones del progreso industrial, sino en el conjunto de obligaciones y derechos impuestos por la convivencia social, en el respeto a la vida que ningún matoide pueda impunemente segar, en la inviolabilidad del domicilio que hacía decir a un súbdito británico: en el hogar de un inglés podrá entrar la lluvia, podrá entrar el viento, pero no puede entrar el rey.

La Revolución mexicana, sobre la ancha base de las conquistas económicas, y a la vez que procura la satisfacción inmediata de las necesidades vitales y hace una distribución equitativa de los elementos de producción y de trabajo, hiriendo mortalmente los privilegios de antaño ha venido desarrollando una intensa labor espiritual tendiente a que los hombres vivan de pie. El acervo de sus valores morales puede con justicia llenarnos de orgullo. Ha sido ella la que sacudió a las masas, despertando su adormecida conciencia de ciudadanía; la que extendió a todos los beneficios de la cultura que hoy se expande en oleadas de luz desde las humildes escuelas rurales; la que nos enseño a defender bravíamente los derechos conculcados por seculares tiranías; la que nos hizo ver en el indio, antes bestia de carga o carne de cañón, la piedra angular del edificio inconmovible y recio de nuestra nacionalidad.

A la vera de esta riqueza espiritual como una ratificación espléndida de su ideología renovadora que a cada instante desciende de las regiones especulativas para modelar la arcilla áspera de la realidad, nuestro movimiento social presenta a la admiración de propios y extraños un conjunto inagotable de hechos en que el desinterés, la abnegación y el heroísmo alcanza cumbres nunca superadas. Como paradigma de grandeza allí está la vida toda del pueblo mexicano cuya altivez no han quebrantado ni miserias ni amenazas, y que hoy prosigue su camino con más entereza que nunca, porque siempre ha demostrado un desprecio infinito al peligro y a la muerte; y sufriendo desnudeces y privaciones y soportando sed y fatigas y careciendo de municiones y a veces de armas, ha ido a los más cruentos sacrificios en defensa de un principio o de un ideal, a semejanza del Gravoche, inmortalizado por el genio inmenso de Hugo, de aquel semidesnudo pilluelo de los barrios bajos de París, que cantaba y reía bajo el fuego de las barricadas, porque mientras sus pies descalzos se hundían en el fango del arroyo, en su alma penetraba un resplandor de estrellas! En este fondo de magnificencia popular, oscura y anónima, se destacan con relieve cintilante actitudes que reclaman el homenaje de las consagraciones, como altísimo exponente que son de las hidalgas virtudes raciales. Ya es Carranza sosteniendo su tesis nacionalista en las relaciones internacionales, a despecho de la suspicacia de los fuertes. Ya es Obregón, prefiriendo que se mutilen los cuerpos, con tal de que se mantengan intactos los principios. Ya es Calles renunciando al poder en aras de un ideal incomparable: el establecimiento de normas institucionales, en un país desangrado por siglos de caudillaje y tiranía! Estos ejemplos de austeridad y de elevado patriotismo fortifican y alientan el ánimo especialmente en los momentos de prueba, cuando muchos se asustan al oír hablar de sacrificios. Hoy más que nunca necesitábamos sentir a nuestros grandes hombres cerca de nosotros. Vivos o desaparecidos, su concurso nos es indispensable para sortear los escollos de la hora actual con la luz de su experiencia, de su probidad y de su sabiduría.

No abundan los caracteres de grande estilo, los líderes en el sentido genuino y noble de la palabra, y es menester que cuando surjan cuenten con el apoyo entusiasta y decidido de todos, para que su esfuerzo creador no se ahogue entre la zarza de las mezquindades y de las pasiones.

Alguien podría pensar que hablar de hombres fuertes en la hora presente, que si por algo se singulariza es por el predominio incontrastable de las masas, resulta verdaderamente anacrónico.

Pues bien, señores, los sociólogos más avanzados y los políticos de vanguardia, convienen en que la muchedumbre amorfa sin guías que la orienten, sin espíritus sagaces que condensen e iluminen sus aspiraciones dispersas, sin conductores que la inciten a obrar, es una fuerza inerte o destructiva; río que precipita en las torrenteras su inútil energía o lago que despliega sus ondas dormidas en la placidez de la hondonada. El número adquiere potencialidad efectiva, sólo cuando una inteligencia superior preside su desenvolvimiento. Cabalmente en las democracias, donde el constante choque de partidos y de tendencias antagónicas puede en un momento dado engendrar la confusión o la anarquía, se requiere, sobre todo en los monumentos difíciles o anormales, que la fuerza se concrete al servicio del derecho. Decía un elocuente orador español. "al decir dictadura no digo arbitrariedad, sino que digo voluntad, capacidad y energía empleadas en la resolución de los problemas sociales y otros que puedan afectar la vida del pueblo." Del seno hervoroso de la masa misma han de salir sus jefes, los que la lleven a la realización de sus grandes destinos. Hoy por hoy, dentro de la realidad mexicana se llaman Pascual Ortiz Rubio y Plutarco Elías Calles. El primero desde la más alta Magistratura del País desarrollando una labor firmemente constructiva para cuya realización ha llamado a colaborar lealmente a todos los sectores de la sociedad; el segundo desde el alejamiento a la vida privada que voluntariamente se ha retirado, aportando su valiosa cooperación de experiencia a la obra tan brillante emprendida por el señor Presidente. Confiemos en que como ayer y como ahora, siempre contaremos con personalidades vigorosas que sepan encarnar en cada instante los anhelos y las aspiraciones colectivas. Y que cuando una de ellas desaparezca, otra vendrá a remplazarla, a efecto de que el pueblo no interrumpa su marcha hacia los horizontes azules del porvenir. Catalina Sforza, en una almena de la ciudadela de Rimini, ante el sacrificio probable de sus hijos, se llevó la mano al vientre, y ahogando su amor materno, grito a los verdugos con abnegada desesperación: "Ved de dónde nacen otros". Así la Revolución:

cuando alguno de sus hijos cae o desaparece, no se inmuta ni desalienta nunca, antes bien, sobreponiéndose

a su dolor de madre, dice a las naciones y a los siglos, llevándose la mano al vientre divino y fecundo: "Ved de dónde nacen otros." Compañeros: al depositar estas pálidas rosas de elegía ante el recuerdo del General Obregón, pensemos que se fue de nuestro lado, pero dejándonos lo mejor que tenía: su espíritu luminoso y fecundo disuelto en un haz de enseñanzas y de ejemplos.

Desde el fondo del misterio, en unión de la pléyade ilustre de los antepasados heroicos, preside la evolución de los destinos nacionales y orienta nuestros pasos. No estamos solos: el pasado hecho de sacrificios y de esfuerzos nos sirve de sostén. Somos la misma personalidad histórica que ha salido triunfante de pruebas numerosas y terribles. Prosigamos sin desmayo, en bien general, nuestra labor revolucionaria. No estamos solos: para defendernos de peligros y protejernos de asechanzas, detrás de nosotros, como sombras gigantes, están nuestros muertos! (Aplausos.)

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano Senador Genaro V. Vázquez.

El C. Vázquez Genaro: Señores representantes:

Otra vez ante la sombra del misterio que recogió para siempre esa gran vida. venimos los creyentes a venerar su nombre y a tomar aliento en el remanso cristalino y quieto de su recuerdo.

Era fuerte y, sin embargo, tenía acariciantes sonrisas de niño. Era aguerrido y acometible en la lucha y, sin embargo, quería siempre la paz entre los suyos.

Era austero y justo y, sin embargo, nunca dejaron de rodearle las siete cabezas del peligro.

Pero su muerte rápida, serena y trágica, fue el complemento de su grandeza como guerrero, de su prestigio como apóstol, de su destino como reivindicador. Cada hombre grande muere como merece para ser glorificado. Este fallo no lo da sino la historia el mismo día de la muerte, cuando se liquidan las acciones, se extingue la pasión y queda escueta y sola el alma que llenó la etapa iniciadora o encauzadora de una revolución.

Esquilo ilumina la figura de Prometeo en la tragedia mitológica, presentándolo como libertador, dando el fuego a los hombres; como mártir, encadenado en la roca, debatiéndose en las angustias del tormento, devorado por los buitres; y como inmortal, una vez transfigurado en símbolo de libertad, genio de rebeldías vencedoras y fuerza del progreso. Licurgo dejándose morir de hambre después de afrontar desde Atenas el problema de la repartición de las riquezas, que es el motivo y el origen de todas las inquietudes sociales.

Espartaco herido, arrastrando en su ruina la última esperanza de los esclavos. Jesucristo muriendo en la Cruz lleno de escarnio, después de predicar el más grande evangelio de amor entre los hombres; Juana de Arco arrebatada a las legiones populares que la siguieron delirantes; Savonarola entregándose con entereza a las infernales torturas de la hoguera son, por su muerte, inmortales ejemplos de dignidad en Licurgo; de protesta contra la vileza del poder que humilla a sus semejantes, en Espartaco; de desprecio a la riqueza y resistencia al dolor, en Jesucristo; de amor a la libertad en Juana de Arco; de indiferencia ante la muerte para sostener la verdad, en Savonarola.

Obregón no sería Obregón si hubiera muerto de otro modo.

Su vida arrebatada por atentado miserable, en los momentos en que se preparaba a emprender grandes acciones, queda, sin embargo, llenando esplendorosamente una época encauzadora de la Revolución.

Tenía carácter, tenia programa, tenia optimismo.

Y con estas tres fuerzas iba a dominar la esfinge del futuro, prometiéndonos las más fecundas y lisonjeras esperanzas, más para mañana que para hoy; más para nuestros hijos que para nosotros.

Carranza inició la revancha contra el crimen de febrero; creó las falanges manumisoras; venció al enemigo y consumó la primera etapa de la epopeya. Después del período de la destrucción, el período de la experimentación renovadora, tocó a Obregón, y su entusiasmo y su conseja fecundaron todas las actividades, lo mismo equilibrando las fuerzas políticas para gobernar bien, que organizando la administración; lo mismo iniciando su plan de rehabilitación social para los que hicieron la Revolución, que realizando la reforma escolar consagrada a la escuela rural.

El tercer período, el de la reconstrucción moral y material, correspondió ejecutar y fue emprendido por Calles, ejemplar en idealismo, en probidad y en acción que lo justifican como estadista, como patriota y como líder. Cuando solemos discurrir sobre la vida de nuestros libertadores y de nuestros mártires, viene a la mente esa síntesis de injusticias incorregibles, y de impulsos humanitarios hacia el bien, de sofocantes corrientes de inmoralidad social y de rebeldías libertadoras que constituyen el alma de todas las revoluciones.

Y cuando esa síntesis es encauzada por un gran cerebro, necesariamente se piensa también en el hombre líder, en el exágeta de principios ciertos e infalibles, nacida en el alma intuitiva del pueblo.

La Revolución Mexicana, política nada más al iniciarse, trascendental y vivificadora al continuar, alimentada con la sangre de la gleba que sucumbió en los combates, condensó sus principios y éstos han seguido y seguirán victoriosos su camino, sin que nada ni nadie los destruya, porque los nutre la ideología sentimental del pueblo y porque en el orden material significan los aleteos incansables del progreso.

No sucede lo mismo con el conglomerado de hombres que forman las falanges libertadoras de toda revolución, porque ésta al triunfar se divide. Y si es fatal e inevitable que así sea, desde la roca de la serenidad, desde la altura de la prudencia, debe esperarse el cataclismo para seguir siempre sin vacilación el camino de la rectitud y de la verdad.

Al consumarse el crimen de Toral, todos recordamos con escalofriante emoción el cuadro nacional.

No temíamos el fracaso de los principios, pero sí

nos inquietaban las consecuencias de tan insólito problema. Por fortuna el enorme prestigio del entonces Presidente Calles polarizó las opiniones y por voluntad de todos quedó ante la historia consagrado como porta-estandarte del Partido y conductor supremo de la huestes.

Tres años después del delito los principios de la Revolución siguen en pie y marchan en derrotero firme; pero hay sombras que suelen volar como agoreras de algún mal, y puesto que estamos ante el recuerdo majestuoso de quien vivo tuvo la fuerza de atraernos y muerto todavía la virtud de reunirnos, necesitamos ensayar un impulso de santidad fraternal y en holocausto al excelso desaparecido, renovar nuestros votos de unión, de fe puritana en los principios y de recíproco apoyo antes que las tinieblas nos sorprendan. El mensaje del Presidente Calles, el último evangelio político, realizó el prodigio de que la sucesión presidencial se verificara sin disturbios. ¿Cómo podría causarlos el hombre cuyo patriotismo le hacía exclamar en este mismo recinto, que los hombres no debemos ser sino meros accidentes sin importancia real, al lado de la sinceridad perpetua y augusta de las leyes? El Presidente Calles decía: nos hallamos ya los revolucionarios suficientemente fuertes; tenemos ya conquistas en la ley, en la conciencia pública y en los intereses de las grandes mayorías, posiciones de combate por hoy indestructibles para no temer a la reacción.

Y dirigiéndose a los representantes del pueblo, agregaba: Que no sean ya sólo los hombres, como ha tenido que suceder siempre en la dolorosa historia de México, hasta hoy, los que den su única relativa fuerza, estabilidad y firmeza a las instituciones públicas, que elegidos los hombres por sus merecimientos o virtudes y por los programos sinceros que determinen su futura actuación, sean las instituciones y el manto de la ley lo que los consagre y los haga fuertes y los envuelva y dignifique; lo que los convierta, por modestos que hayan sido, en reales personificaciones transitorias, pero respetadas y respetables; figuras convertidas por la voluntad nacional en exponentes de sus necesidades, en símbolos vivos del país, de modo que sean las facultades de su cargo y la alteza de las instituciones que representen y las leyes en cuya virtud obren, las que enmarquen su carácter y hagan resaltar sus prestigios o las que les exijan responsabilidades y les señalen castigos. Muerto el Presidente Juárez, no el juarismo de la Reforma ni el juarismo que condensó su patriotismo en la punta diamantina de las espadas de Zaragoza y de Escobedo, sino el juarismo personalista, tuvo que desaparecer.

Muerto el Presidente electo, surgió, como era natural, el obregonismo personalista, el que se creía heredado y albacea de la vida póstuma del gran estadista, y rompiendo los votos de fidelidad militar empeñada meses antes en el Palacio Nacional ante el Presidente Calles, sin la personalidad ni la experiencia que sólo dan la actuación de varios años y el buen uso de la personalidad en el mando, se reveló en Chihuahua, Sonora y Veracruz. Fue la última división de la familia revolucionaria.

El triunfo quedó en manos del Presidente Portes Gil, que sintetizaba el obregonismo ideológico, espiritual y revolucionario, siendo ejecutor de la victoria quien derecho tenía para conquistarla: el General Plutarco Elías Calles, entonces Ministro de la Guerra.

Las elecciones ordinarias se verificaron; el pueblo eligió al Presidente Ortiz Rubio, y he aquí que entramos el régimen de las instituciones preconizado el primero de septiembre de 1928.

Nosotros los representantes del pueblo creemos que el régimen institucional es el amparo más firme para la vida política del país, porque éste queda a salvo de revoluciones intestinas, que es el capítulo más odioso de la historia hispanoamericana; y si el régimen de instituciones presupone una transmisión política, una larga historia de luchas de partidos y una madura experiencia en los líderes de estos, nosotros estamos tratando de basar fundamentalmente la fuerza de nuestro régimen en la existencia del partido organizado, no de facción organizada.

Burke dio la definición clásica de partido, considerándolo como una corporación de hombres que trabajan para fomentar por medio de sus esfuerzos unidos el interés nacional sobre cualquier principio particular, en el cual estuvieran todos de acuerdo, Macy establece la distinción entre la facción política y el partido político, el objeto de éste es controlar el supremo poder del Estado. El objeto de la facción en el poder supremo no es otro, naturalmente, que el de un gobierno personal. El objeto del Partido consiste en tener el control supremo, sacrificando los motivos personales en bien de la salud pública.

Los líderes de la Revolución saben cuáles son los principios esenciales del Partido; pero en el desarrollo y ejecución de ellos, solemos confundir lo que es principio con lo que es "medida política de Estado."

Al hacerse el estudio de los partidos -dice Morse-, debería comenzarse por fijar sus principios, pues en tanto que no se haga, es imposible comprender su conducta o juzgarlos serenamente.

Señores representantes:

El Partido Nacional Revolucionario, con sus victorias en el campo electoral, podría justificar que las instituciones ya arraigaron en nuestra historia política. Pero la cruda realidad hunde de tarde en tarde cuñas de duda en el alma de la esperanza y hay que impedirlo a todo trance antes de que la misma realidad pueda llegar a merecer nuestra fe sobre un principio sin fondo donde el ideal dejara de marcar su ritmo y la oscilación se hiciera entre el presente que representa el régimen de las instituciones, y el pasado, más fuerte, que representa la tradición revolucionaria.

Estamos en el principio peligroso - como todos los principios -, de la vida institucional, cuando pretendemos rectificar sistemas, corregir errores y poner a la ley como supremo juez de nuestros destinos; y antes de que la duda pudiera aturdirnos, debemos fortalecernos recíprocamente, porque de ello vendrá el fortalecimiento de nuestro Partido y el de nuestras instituciones. No tengamos miedo al enemigo que se organiza y desde afuera nos acecha;

tengamos miedo al enemigo de adentro; el que quebrante nuestra fuerza; el que siembra la desconfianza con su inquietud y el desconcierto con su impaciencia. Los principios siguen imperturbables su derrotero, siempre de frente y evolucionando conforme avanza el tiempo y nuevas generaciones salen a su encuentro; pero es conveniente vigorizarlos en su ejecución y aclararlos en su interpretación para no aventurarnos a los riesgos que corren los demás países latinos de América que van cayendo y levantando con la cruz de sus errores, envejeciendo cuando aún son jóvenes y debilitándose cuando debieran ser fuertes.

El mundo parece que marcha sobre un itinerario de dolor. La Gran Guerra cesó cuando ya había carcomido profundamente la estructura de los pueblos. Pero los pueblos corriendo en desenfrenada vorágine hacia lo desconocido, transformaron su fisonomía y en agitaciones indomables siguen gastando su pujanza y su fuerza. La guerra es ahora por la conquista del pan; todos los grandes pueblos han tenido rachas destructoras contenidas sólo al chocar con el desequilibrio económico, más bien con la miseria, que todavía prepara mayores y más lúgubres desastres.

Y si los pueblos del Viejo Mundo están pagando con intranquilidad el precio de sus ansias, los pueblos latinoamericanos, sin transcendencia y sin provecho propio, siguen cayendo en la fatalidad de una herencia que nunca soñaron dejarles ni Bolívar, ni Sucre, ni San Martín.

Haya de la Torre censura la desorganización de su patria peruana, donde quieren encontrar los caminos de la normalidad política y económica, desconociendo el principio fundamental de la soberanía popular. Alfredo L. Palacios, agitando su melena medioeval desde la cima de los Andes, exclama su desilusión frente a la dictadura de Uriburo, después de haber destruido un régimen político vergonzoso.

Ugarte, el soñador, sigue peregrinando por los caminos escabrosos de nuestra América, alucinado por la creencia de que el Continente arde en su solo fervor hispano-americanista.

Vicente Sáenz escribe "Las Cartas a Morazán" describiendo la tragedia centroamericana.

Martí contempla silencioso el desastre, pero su voz corre sobre la cresta de las olas y habla por la boca jadeante de la juventud en el destierro. Señores Representantes:

Cuando estamos glorificando el recuerdo del mártir, no podemos sino glosar la trascendencia del minuto que vivimos, porque si alguna reflexión se hace, ello no es más que el retoño de la confianza que en él tuvimos, el florecimiento de la esperanza que cada acción suya, que no era sino el final de una serie de buenos pensamientos, formaba para todos.

El alma de Obregón difundida en la poesía de la cabaña campesina y en el mugido de la yunta que canta las nupcias de la tierra y el arado; el alma de Obregón que palpita en el ejido y en el taller, y es luz en la escuela taciturna de la aldea y en el cuartel preñado de heroísmos; que es eco en el martillo del minero, estrofa en la sinfonía de las máquinas, caricia en el sol occiduo de los crepúsculos y recogimiento y lágrima en la bruma somnolencia de las playas, está siempre dispuesta a cobijarnos bajo la austera sombra de su misterio.

El verá bien que todos unidos sigamos adelante edificando la nueva Patria, pero sin descuidar nadie sus deberes, porque sería en perjuicio propio. La reacción entra en una de esas actividades endémicas, agudas y graves a veces, pero nunca definitivamente peligrosas.

Lo conveniente es hacer experiencia a su costa y fortalecerse para poder dejar a las generaciones que nos siguen, un presente limpio de claudicaciones, de culpas y de malos ejemplos.

Suicida será tener el poder y perderlo por abandono y abulia; como suicida será también sostenerlo confiando nada más en el apoyo de la fuerza. Malo será si teniendo minorías adeptas, no nos esforzamos en conquistar mayorías entusiastas; si pudiendo controlar la juventud, que es el alma del porvenir, la dejamos crecer en la locura del primer ensueño; si contando con el anhelo de los humildes que por doquiera buscan una migaja de consuelo, les cerramos la puerta y nosotros nos entregamos al festín sin dedicarles ni siquiera una mirada de piedad.

Si viendo al enemigo organizarse no superamos su organización; si sintiendo miedo de vivir y miedo de morir nos conformamos con lo hecho; si porque es tiempo de paz nos entregamos a la molicie y al derroche; si porque nada nos falta creemos que todos son felices, no nos sorprenda que a deshoras, cuando menos lo esperemos, lleguen otros a ocupar el puesto que tenemos. Vuestra juventud no es una época de vida sino un estado del espíritu. Nadie es viejo por tener más o menos años, sino por abandonar ideales y temer a lo difícil. Podéis, pues, con vuestra juventud, defender el prestigio de los laureles que reverdecen con la sangre de nuestros mártires. Donde quiera se nos dan ejemplos:

Gandhi lo da no sólo de resistencia espiritual, sino de cómo se puede al cabo de veinte siglos de luchas cruentas variar de táctica organizando una campaña sin violencia. No piensa como Treistchke que la guerra es la política por excelencia. Casi no incita la pasión política, sino que irguiéndose desde el Hridaya Kung, donde Gandhi enseñó a purificarse con las más nobles máximas del Corán, a encorarse el corazón para que no sea sensible a las tentaciones ni a las influencias morbosas de la vida; dice: el problema inmediato que tenemos que resolver no es el saber cómo se ha de organizar el Gobierno del país, sino cómo hemos de vestir y alimentarnos.

Si sintiendo la conciencia del minuto que estamos conjugando ante el ara épica de la Revolución enlutada, sentimos la magnitud del pauperismo, de la desigualdad ancestral, del dolor de las masas, de la crisis económica más en las ciudades burguesas que en las aldeas proletarias, nos entregamos al estudio y reunidos afrontamos el embate del tiempo, ya podemos quedar satisfechos, porque se restablecerá la tranquilidad, cerraremos las fauces del hombre y podremos realizar la parábola del filósofo oriental Confusio, que desplegaba todo

un magnífico programa de estadista en dos contestaciones dadas a su discípulo Yu: Al pueblo numeroso darle trabajo y enriquecerlo. Después de enriquecerlo, enseñarlo.

Debemos crear y actuar, señores representantes.

Herriot, en cuya alma conviven la reciedumbre irreductible de Bismarck y la dulce bondad de San Francisco de Asís, para que sea más inteligente y más atrevida la juventud francesa, le enseña que el derecho a mandar en nuestros días, no lo tiene quien disponga de la fuerza y por la fuerza se impone a una sociedad desarmada, o desunida, o abatida, o envilecida, sino quien reúna en grado excelso las virtudes que le permitan concentrar en su autoridad y por voluntad expresa del pueblo, la suma de todos los poderes.

Creando y actuando pondremos al país al margen del peligro; fuerte para resolver los problemas, y libre de preocupaciones estériles para ahorrarse sacrificios.

Así podremos imprimir confianza al pueblo que desfila macilento, como sombra dantesca, llevando en las manos la tenaza con que puede ayudarnos a romper las compuertas de la hartura deseada, o con la que puede remachar nuestros propios ataúdes.

Ya llegará el momento de variar de actitudes y ello ha de ser cuando el guardador de la confianza revolucionaria y el depositario de la Ley llame unidas a sus huestes, porque la hora de la renovación ha llegado. Señores representantes:

Podrán desaparecer las lápidas; las nobles inscripciones; los cantos que en piedra el arte y la gratitud elevan a los grandes próceres de la humanidad. Podrán desaparecer, borrados por el cataclismo o la barbarie, como desapareció aquel maravilloso arsenal del saber humano en el incendio de Alejandría, como desapareció el acervo exquisito y refinado del intelecto pompeyano bajo las cenizas de Vesubio; como desaparecieron bajo las ruinas de la gran Tenoxtitlán todos los testimonios de la vida grande y gloriosa de los héroes. Pero la memoria sagrada de los que supieron escuchar en la secreta serenidad de su conciencia el severo dictado del deber, , seguirá eternamente triunfando de todas las barbaries, de todos los olvidos, de todas las ingratitudes. Los mil ojos de la historia han sido imponentes para señalar exactamente el lugar donde la Patria gratitud deba clavar un pendón sobre la tumba del más grande de nuestros emperadores, perdida entre el ramaje impenetrable de los inmensos bosques de la América; y sin embargo, "il alma bianca de di Guatimozin il santo", seguirá triunfando eternamente "bajo el pabellón magnífico del Sol."

El camino doloroso de nuestra historia va quedando señalado por la fila en guardia de los grandes titanes que han templado el alma augusta de la patria en el fuego candente de nuestras luchas fratricidas.

El alma de Alvaro Obregón ocupa ya su pedestal en el alto destino de la raza, y su recuerdo flota también bajo el pabellón magnífico del sol, a cuyos destellos brilla cada día más la gloria de este espléndido girón de la América que va subiendo hasta la cima imponente del porvenir sobre los hombros vigorosos de los más abnegados de sus hijos. (Aplausos.)

- El C. Secretario Mijares (leyendo):

"Acta de la sesión solemne celebrada por el XXXIV Congreso de la Unión, el día diez y siete de julio de mil novecientos treinta y uno.

"Presidencia del C. Gonzalo Baustista.

"En la ciudad de México, a las diez y ocho horas y diez minutos del viernes diez y siete de julio de mil novecientos treinta y uno, reunidos en el Salón de Sesiones de la H. Cámara de Diputados ochenta y tres ciudadanos diputados y cuarenta y dos ciudadanos senadores, se abrió esta sesión solemne para conmemorar el tercer aniversario de la muerte del excelso revolucionario General Alvaro Obregón.

"Pronunciaron discursos alusivos, a nombre de la Cámara de Diputados el ciudadano Alfonso Francisco Ramírez y a nombre del Senado de la República, el ciudadano Genaro V. Vázquez.

"Se leyó la presente acta"

Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se consulta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. Presidente, a las 19.15: Se levanta la sesión y se cita para el lunes próximo a las diez y seis horas.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA

Y "DIARIO DE LOS DEBATES"

Director, Jefe de la Oficina,

JOAQUIN Z. VALADEZ.