Legislatura XXXIX - Año II - Período Ordinario - Fecha 19441012 - Número de Diario 8
(L39A2P1oN008F19441012.xml)Núm. Diario:8ENCABEZADO
MÉXICO, D. F., JUEVES 12 DE OCTUBRE DE 1944
DIARIO DE LOS DEBATES
DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS
DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.
AÑO II.- PERÍODO ORDINARIO XXXIX LEGISLATURA TOMO I.- NÚMERO 8
SESIÓN SOLEMNE DEL CONGRESO GENERAL
EFECTUADA EL DÍA 12 DE OCTUBRE DE 1944
SUMARIO
1.- Se abre la sesión solemne en conmemoración del Día de la raza. El C. senador Celestino Gasca, en representación del Senado de la República, y el C. diputado Federico S. Sánchez, en representación de la Cámara de Diputados, pronuncian discursos alusivos al día que se celebra.
La Presidencia levanta la sesión previa lectura y aprobación del acta correspondiente.
DEBATE
Presidencia del
C. GRACIANO SÁNCHEZ
(Asistencia de 78 ciudadanos diputados y 42 ciudadanos senadores).
El C. Presidente (a las 13 horas): Se abre la sesión de Congreso General en conmemoración del Día de la Raza.
El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador Celestino Gasca.
El C. Gasca Celestino: Señores diputados, señores senadores: venimos a recordar uno de los más trascendentales hechos ocurridos en la historia del mundo; venimos a recordar el descubrimiento de América, en 1492, por el gran genio de la época:
Cristóbal Colón.
Para nadie es desconocido que este hecho, cuya magnitud quizás todavía no ha sido reconocida y aprovechada plenamente, transformó en ciertos aspectos importantes la cultura y la civilización de Europa, ya que el descubrimiento significó ampliar el concepto territorial que se tenía del planeta. Y lo venimos a recordar, no porque sobre aquel acontecimiento no se hayan dicho ya mil pensamientos laudatorios para quien lo realizó, sino por el beneficio universal que de él habrá de derivarse.
Y si se trata, pues, de recordar algo que atañe en forma directa al sentimiento e interés de los pueblos de habla española en América, nada más justo entonces, que exponer, siquiera sea sucintamente, algunas ideas y puntos de vista respecto de las condiciones en que vive uno de esos pueblos y respecto también del futuro que puede esperarle, en relación directa con la situación que actualmente impera en el mundo.
Sabemos muy bien que en esta época se juegan los intereses del presente y del futuro de los países latinoamericanos y de todos los continentes. Y por esa causa, por saberlo, vale la pena aprovechar la recordación del magno descubrimiento a que me referí al principio, a fin de hacer algunas consideraciones sobre lo que yo llamo, como ya dije, ideas y puntos de vista, nada más que, para poder hacerlas, precisa manifestar a lo que me escuchan, que se trata de asuntos para los cuales es necesario un estado de ánimo propicio para hacer de ellas un examen frío, sereno, de esos que no pueden producir entusiasmo en los oyentes, de esos que no pueden arrancar manifestaciones de aplauso, porque justamente el examen debe ser frío y además consecuencia de una meditación en la que haya intervenido, en buena porción un juicio más o menos exacto de las cosas.
Por lo expuesto, sigo creyendo que no desentone, al conmemorar el aniversario del descubrimiento de las Américas, el tratar cuestiones, para ser exacto y claro, que se relacionan fundamentalmente con la vida de nuestra nación mexicana.
Por otra parte, las ideas que voy a permitirme exteriorizar en esta sesión solemne, pudieren todas o algunas de ellas, no estar acordes con el pensamiento y sentimiento de la Cámara de Senadores que me hizo el alto honor de designarme como orador para este día, y en ese caso, desde este momento hago la advertencia muy sincera en el sentido de que, si una o más de las ideas que exponga no encajan, como he dicho, en el pensamiento y sentimiento de quienes me designaron, yo me hago, sin que esto signifique un alarde de vanidad, responsable en lo absoluto de todas ellas.
Antes de dar a conocer las ya referidas ideas, voy a suplicar a quienes me escuchan, me permitan hacer algunas consideraciones de orden general en que pretendo basarlas o fundamentarlas.
Desde luego, debo manifestar que una de esas consideraciones la haré consistir en la necesidad
precisa de reconocer que la interdependencia de los pueblos, desde los puntos de vista económico, cultural, político y social, es innegable y que a esa interdependencia nos han llevado acontecimientos de suyo irrecusables por tener su origen en los adelantos de la técnica y en los descubrimientos científicos aplicados a la vida integral de las naciones.
Aceptando esto, sería una necedad, en esta época, pretender juzgar y valorar, los intereses de los países, como si éstos vivieran aislados en lo absoluto del resto del mundo, sobre todo desde los aspectos económicos y culturales porque, repito, la ciencia y la técnica, nos han llevado a adelantos tan imprescindibles como tan verdaderamente sorprendentes y maravillosos, que quienes quisieran vivir aislados o fuera del dominio o del uso de dichos descubrimientos, estarían indiscutiblemente, tratando de vivir en la época de las cavernas.
Por lo tanto, no podemos desconocer lo que significa para cada pueblo y para cada uno de los habitantes del orbe, el hecho de que la técnica y la ciencia avancen cada día en forma verdaderamente arrolladora. Y tanto es así, y tanto es lo que influyen estos adelantos, por ambiciones criminales y otras causas de suma responsabilidad, en el desequilibrio de la convivencia humana, que no será aventurado pensar en que algún día se llegará a tratar de ejercer un control universal en la aplicación de los descubrimientos científicos que no tengan como destino comprobado el bienestar moral y material de los hombres. Y digo esto porque la ciencia aplicada nos lleva a cada hora con velocidad increíble a multiplicar la producción en muchos de sus aspectos; lo que quiere decir que, a esta multiplicación que reduce el mínimo en tiempo y en espacio el valor de los conceptos de la vida que para muchos son inmutables, nunca podrá igualar en velocidad el adelanto de la educación general ni la elevación del poder de consumo que hoy tiene fijados a una gran mayoría de la población el sistema económico social predominante. Si nosotros, me refiero a los pueblos, no tuviésemos manera de dar los primeros pasos para que la aplicación de los descubrimientos científicos llegase a tener algún control, hallándose, como de hecho se hallan, más de mil quinientos millones de habitantes de los dos mil doscientos cincuenta con que cuenta el mundo en un estado de atraso e ignorancia tales que los hace negativos al consumo de los productos que se obtienen con la aplicación de la más avanzada ciencia; seguramente que tendremos que seguir observando en forma periódica, pero segura, los sangrientos acontecimientos que enlutan en esta hora a todos los Continentes porque indudablemente, es más cómodo para los fuertes, conseguir el dominio de los mercados ejerciendo presión violenta, que preparar a los millones de seres que ahora no están en capacidad de consumir lo que la industria moderna produce, o que renunciar a las ganancias exageradas para acercar las mercancías a la posibilidad de compra de los parias chinos, africanos, indúes, latinoamericanos y de otras nacionalidades. Siguiendo este pensamiento, puede decirse que para Alemania hubiera sido más práctico satisfacer por medio de las armas su ambición de dominio y con este dominio ejercer un control absoluto en el mercado mundial, que echarse a cuestas la larga y humana tarea de preparar cultural y económicamente, a los miles de millones de hombres que están, como decía, incapacitados para consumir lo que la técnica y la ciencia de hoy, producen.
Era preciso, entonces, que esta nación, dominara desde el punto de vista de las armas, en vez de realizar una labor progresista entre los pueblos que no pueden ni saben consumir. Por esas razones puede justificarse el decir, de que algún día será necesario llevar a cabo internacionalmente, el control para que el uso y aplicación comercial de la técnica y los descubrimientos de la ciencia, no sean en perjuicio de los pueblos.
Por otra parte, todos sabemos que en un tiempo el movimiento obrero internacional se pronunció de manera enérgica para impedir, o tratar de impedir por lo menos, que las máquinas invadieran a los pueblos, sintiendo que éstas iban a significar el desplazamiento de las fuerzas humanas y que, como consecuencia, quedarían muchos hombres y mujeres sin trabajo. El procedimiento era anticientífico, como es de entenderse; pero el hecho era justificado, porque independientemente de aquel desplazamiento, no es posible que, dentro del orden social que hoy priva, se haga consumir a millones de individuos, con la misma rapidez con que el genio del hombre inventa las máquinas para suplir la fuerza humana en una gran cantidad.
Por esa causa, pienso que no sería difícil que entre los puntos que han de estudiarse para resolver los grandes problemas, que de seguro se presentarán después de la guerra, figure o forme parte del plan que se elabore para resolverlos, el que implica la necesidad ineludible del control en cuanto a la aplicación de los descubrimientos de la ciencia; y por lo tanto estimo que es de recomendarse que México debe pensar en estas cuestiones, aun cuando de antemano se sepa que su fuerza o su poder no sea suficiente para imponer ideas o para hacer sugestiones. Ya será bastante, por lo menos, meditar en dichas cuestiones como forma de prever desconciertos y como forma, dicho sea en honor de este día, de recordar el descubrimiento de América, que será uno de los mejores usos que puedan hacerse de la grandiosa proeza realizada hace cuatrocientos cincuenta y dos años.
Pero la ciencia y la técnica, invadiendo a los pueblos, traen otras consecuencias y presentan otros problemas, sobre los que también cabe hablar y meditar. Ya me he referido a uno de ellos: la interdependencia de los pueblos, para mí el básico, por ser general, y los que de él se derivan desde los puntos de vista político, en cuanto al concepto que hoy tenemos de soberanía nacional y de nuestras relaciones con el exterior, en cuanto al concepto integridad territorial, en cuanto al concepto independencia económica y en cuanto a los conceptos de nuestra doctrina social de educación y de guerra, ya que sobre todos ellos habrá de influir grandemente la mencionada interdependencia. Hablar sobre ellos, he dicho, para que los acontecimientos
no nos sorprendan a grado tal que esa sorpresa nos coloque en condiciones de no poder defendernos; meditar he dicho para prevenir nuestro ánimo y nuestra mente sobre lo que puedan ocasionar con respecto a la forma y el fondo de las reglas que llamaría clásicas y que norman integralmente la vida de nuestra nación.
Tomando en cuenta lo que se acaba de exponer, habrán de dejarse planteadas algunas interrogaciones como las siguientes : ¿tendrémos que modificar el concepto de soberanía de los pueblos? ¿tendrémos que modificar el concepto de independencia económica de los pueblos? Posiblemente. ¿Habrémos por esa interdependencia en el orden económico y cultural, interdependencia necesaria, imprescindible que exige el progreso a que ha llegado la Humanidad, habremos, decía, de modificar nuestras doctrinas sociales, de guerra, diplomáticas, etc.? ¿tendrémos, inclusive, que modificar nuestra doctrina de educación para derivar de sus principios un programa que esté acorde con el estudio y conclusiones a que se llegue sobre dichas cuestiones y los acontecimientos que queramos o no, habrán de ellas sobrevenir? Es muy posible también.
Planteadas las interrogaciones, yo declaro con sinceridad, que no sería propio ni sensato que en una peroración improvisada, hecha sobre las rodillas, para ser más claro, como la que llevo a cabo, se presentaran conclusiones sobre los problemas y hechos de tan honda trascendencia y de los cuales sí afirmo que si ahora sólo ocupan ligeramente la atención de algunos hombres, mañana han de llegar a ser bases de entendimiento positivo para lograr la paz y la supervivencia del mundo. De manera que siendo estas cosas tan delicadas, tan complejas., tan dignas de profunda meditación, que en esta vez ya se cumplirá bastante con el hecho de ponerlas a la consideración de los más capacitados del país y al cuidado de los ciudadanos legisladores como función específica, la cual, estoy absolutamente seguro, no escapará al ilustrado criterio de los que me hacen el honor de escuchar estas cuantas palabras. Siendo así las cosas, vale la pena, entonces, por lo menos, a juicio mío, sentar sobre ellas, para su estudio, siquiera sea las premisas, con el propósito de que algún día, convencidos de su importancia nos veamos en la necesidad de fijarles nuestra inteligencia, nuestro entusiasmo y nuestra voluntad con todo valor y decisión.
Dicho sea de paso también, compañeros, que con tanta benevolencia me escuchan, la interdependencia de los pueblos de ninguna manera ni por ninguna causa deberá interpretarse como una obligada servidumbre de los pueblos débiles respecto de los pueblos grandes; ya que la interdependencia, si bien es cierto que es una fuerza que nos obliga a entender que los unos necesitamos de los otros, esa fuerza se deriva del progreso a que se ha llegado con la cooperación de los hombres de saber y de trabajo de todos los pueblos de la tierra y por lo tanto, jamas podrá aceptarse ni justificarse, como un poder propio adquirido por la acción, la inteligencia y los sacrificios exclusivos de una o dos naciones, por civilizadas que éstas sean, ni menos como un poder que dé derechos para obligar sometimientos inhumanos y por inhumanos altamente indignos. Lo que quiere decir, afirmando la primera idea, que la interdependencia de los pueblos nunca deberá entenderse ni usarse como instrumento de explotación ni de dominio entre las naciones. Y esta es otra cuestión por demás interesante que también valdría la pena debatir y aclarar cuando se formule el plan que universalmente ha de ponerse en práctica para resolver los problemas que se presentarán después de la guerra.
Ahora bien, la interdependencia de los pueblos y este es otro aspecto que hay que atender de la cuestión, indica, con realidades que no deben verse con despego, la urgencia de pensar por lo menos, en la necesidad de llevar a cabo una revisión de fondo en cuanto a las normas en que hoy descansan las leyes de entendimiento entre las naciones, y en ella posiblemente incluir, que todo ser humano sin distingos de raza, de cultura, de clase social, etc., se le considere y se le acepte como sujeto de Derecho Internacional; pues de otra manera la interdependencia podría ser utilizada como un instrumento de injusticia. Por otra parte, si la interdependencia de los pueblos, como se ha venido expresando, puede llegar hasta obligarnos a tener un concepto en cierta forma distinto respecto de nuestra soberanía, integridad territorial e independencia económica, así como en cuanto al valor de nuestras doctrinas, social, de guerra y de educación, no veo por que no habríamos de tener el derecho de ser considerados, a nombre de esa interdependencia, como factores útiles, si no importantes, en las realizaciones de la paz y del progreso internacionales. Y no sería por demás, punto también que una idea con esos fines puede hacerse figurar entre las que se vayan a discutir para formular el plan que prevenga los hechos de agresión y de abuso a que pudieran llegar las naciones en la postguerra.
Siguiendo las ideas anteriores, tal vez se pudiera encontrar la razón suficiente para proponer que el "Plan de Seguridad", a que después habré de referirme y el cual fue publicado hace dos días por los periódicos de la capital, no sólo debe basarse en el principio de la igualdad soberana de todos los pueblos, sino también en el de igualdad para obtener y usar en bien propio y de los demás pueblos dentro de los lineamientos de un plan internacional justo y honestamente cumplido, todos los elementos de progreso económico y cultural.
Por experiencia ya sabemos que la igualdad ante el derecho no es una garantía, es una negación; la igualdad ante el derecho en las condiciones en que vivíamos antes de la guerra para no hablar del presente, quería decir derecho exclusivo para el más poderoso.
La teoría o la doctrina de la igualdad ante la ley, ante el derecho de los hombres o de las naciones, es falsa en esta época. Pudo haber tenido realidades atendibles hace cien años, cuando todavía no era posible cruzar en unos cuantos segundos las fronteras de los pueblos, por reducidas que éstas fueran; cuando todavía para comunicarse
verbalmente hombre con hombre, era preciso recorrer distancias que podían llegar a miles de kilómetros: pero ahora, cuando la ciencia, aplicada a la navegación aérea, nos demuestra de manera palpable que los kilómetros, en relación a las velocidades de ayer y de hoy, se reducen a metros tiempo, que no existen distancias para la transmisión y la captación de las ondas que producen todos los sonidos; en esta época repito, ya no debe ser, ya no puede ser, a juicio mío, válida ni creíble como garantía de respeto y de justicia, la igualdad de los hombres o de los pueblos ante la ley, ante el derecho. Nosotros, para no ir mas lejos, observamos todos los días su ineficacia en nuestro medio: el derecho es para el que más puede.
Basta tener con que comprar la conciencia de un juez, para que la justicia que pudiera asistirnos se torne en injusticia; basta tener en nuestra mano un arma de gran poder atacante, para hacer que el que sólo se defiende con su propia mano, sea la víctima segura. Y si hemos de modificar o revisar, como quiera entenderse, por razón de los acontecimientos en que nos hace actuar la fuerza del progreso, muchos de los conceptos que antes nos servían para dar forma y valor de garantía a nuestras nacionalidades; ¿por qué no hemos de pensar también en que se modifique el concepto de la igualdad de los hombres y de los pueblos ante la ley, ante el derecho?
Si se insistiera en fincar la concordia humana, la justicia universal, la paz del mundo, sobre una teoría desacreditada por hechos en número infinito y cuyas crueles realidades todavía torturan al hombre, como lo está la teoría de la llamada igualdad ante el derecho que para mí, por lo expuesto, ya no puede ser válida ni como argumento moral de defensa, por que la moral se encuentra en crisis en muchos lugares, hay el peligro de que se pierda sobre todo para los débiles, el enorme sacrificio que se ha hecho en esta guerra.
De la misma manera que se ha hecho hincapié, es que ya no puede ser válida para el respeto y el progreso económico y cultural de las naciones, la simple igualdad de éstas ante el derecho, ante la ley, debe insistirse por cuarta o quinta vez, en que también los conceptos de soberanía e independencia que hasta hoy tenemos, deben ser revisados para fijar de acuerdo con las realidades su alcance en profundidad y extensión. Y para ello bastará pensar qué podría hacer una nación débil a fin de impedir que fuese hollado en forma material su territorio y su personalidad política y jurídica como sujeto de Derecho Internacional, si quienes tal hiciesen se colocaran a quince o veinte mil pies sobre la haz de la tierra? ¿de qué valdrían, dentro de la cruda realidad, los esfuerzos de una nación débil para impedir que una nación fuerte que quisiera esclavizarla, llevara a cabo una activa propaganda de orden psicológico en el corazón de su pueblo, cuando la radio puede cruzar las fronteras con impunidad absoluta? Son estas cosas, como ya decía al principio, que de suyo requieren una meditación fría, profunda; pero que de todas maneras estimo deben mencionar aquí, aunque siquiera sea con el propósito sincero de que se empiece a pensar en ellas, como una preparación que pueda estar plenamente justificada, cuando al terminar la guerra, los hechos en que hoy muchos no creen, sobrevengan con ímpetu arrollador.
Tomando en consideración o partiendo de las ideas expuestas en forma tan breve y tan somera, hay que pensar que México tiene frente a sí hechos innegables a los que forzosamente debe acondicionar su vida, tales como su situación geográfica junto a uno de los países más fuertes de la tierra y la interdependencia a que los constriñe el progreso internacional. Y ante estos hechos no se pueden cerrar los ojos ni callar las bocas; ante esta vecindad inmediata con una de las más grandes, para mejor decir con la más grande potencia del mundo y la necesidad de obedecer las leyes de la interdependencia que en todos los órdenes impone el progreso, no podemos cruzarnos de brazos ni dejar que se desvíen nuestras mentes, salvo que tengamos el doloroso propósito de pagar cara, muy cara, nuestra inacción e indiferencia. Y de no ser así, vale la pena, entonces, sobre todo en estos momentos de inquietantes transformaciones, sacar a la luz del debate y de la reflexión, aquellos dos hechos a los que, queramos o no, de manera cierta, aunque hasta hoy no bien estimada, están condicionados todos repito, los aspectos de la vida de nuestro país..
Ahora, debo aclarar que ha sido pensado en esos dos hechos que yo he abordado, recalcando con insistencia sobre la necesidad de hacer cuanto antes un análisis minucioso sobre los valores efectivos, útiles y propios, considerando la vecindad y la interdependencia, de que se ha hablado, por lo que a México se refiere, de los conceptos soberanía, independencia económica e integridad territorial, así como de las doctrinas sociales, de guerra y de educación, que hasta hoy han guiado nuestros pasos y formado y alentado nuestros espíritus.
Así pues, señores diputados, señores senadores, para decir estas cosas que por su propia importancia despertarán algún interés para ser meditadas y estudiadas, es que yo he querido aprovechar este homenaje de aniversario dedicado al hombre ilustre que hace siglos nos descubriera, para ver si desde este día, por nuestro propio esfuerzo, por nuestra propia fe y por el bien de nuestros propios intereses, tratamos de encontrarnos a nosotros mismos como nación.
¿Y que deberemos entender por encontrarnos nosotros mismos como nación? A mi juicio, saber desde luego qué somos, donde estamos, qué circunstancias nos rodean, qué hemos hecho, a qué aspiramos y cuáles son los elementos de que disponemos para hacer tangibles nuestras aspiraciones. Y tal vez siguiendo rigurosamente un método así para encontrarnos a nosotros mismos, no tardaríamos mucho en convencernos de lo que significa, en cuanto a nuestra libertad para fijar a satisfacción el alcance de nuestros actos y nuestras ideas políticas, sociales, culturales, etc., tanto interior como exteriormente, nuestra cercanía con los Estados Unidos del Norte, juzgando como es de entenderse, esa cercanía con el más amplio y desinteresado criterio
respecto de la interdependencia de los pueblos y del desarrollo que los propios Estados Unidos han alcanzado, así como del importante papel que esa nación está desempeñando en la contienda universal.
Conocer y aprovechar, por duras que sean, las realidades del medio en que actuamos y las extrañas que intervengan en la lucha por elevar dignamente nuestras vidas como hombres y como pueblo, así seamos los más pequeños, es agigantarse siempre que haya para la acción agudeza de inteligencia y entereza de espíritu.
De manera que si las cosas son así, como yo las veo y las expongo, cabe, con el afán de que la atención se concentre, reiterar las graves preguntas que tan delicada situación plantea como son: ¿es posible hablar y actuar de consumo, de independencia económica nacional sin tomar en cuenta nuestras conexiones con los demás pueblos? ¿Es posible hablar y obrar y obrar en consecuencia, de soberanía nacional sin tomar en cuenta los efectos de la interdependencia? ¿Es posible hablar de otras muchas materias esenciales conexas con los puntos expresados, sin fijar nuestra mente en lo que ocurre fuera de nuestras fronteras? ¿Será prudente formular planes domésticos con el carácter de definitivos sin dilucidar antes o simultáneamente con la mayor claridad posible en principio y en detalle, cuál es y cuál será nuestra justa posición con respecto a las demás naciones próximas y distantes?
Todas estas cuestiones son medulares y, a juicio mío, deben estudiarse con el propósito expreso de que al participar, (directa o indirectamente, esa no debe ser la preocupación) los pueblos débiles en la formulación de las bases para la seguridad y la paz universales, ya tengan siquiera alguna visión de ellas y con esa visión la posibilidad de prevenirse para cualesquiera acontecimientos, y también la de formar con la debida anticipación, el ambiente popular propicio para resolver todos y cada uno de los problemas, con un criterio cuya amplitud en este preciso momento, sería muy aventurado señalar.
Interiormente, tenemos muchos problemas que resolver, esto es bien sabido, y la dificultad más seria para darles una pronta y eficaz solución, como todos lo deseamos, yo la hago consistir en el hecho de no haber dado hasta hoy día - hablo del pueblo, no de las personas - toda la importancia que tiene para la nación el gran problema que se deriva de nuestra vecindad con el país que ha alcanzado el desarrollo industrial y comercial más elevado de todos los pueblos de todos los tiempos y como consecuencia en la educación y en el nivel de vida, sobre todo, si hacemos la comparación con nosotros. Y sin embargo, esa vecindad de la que no podemos prescindir mientras seamos lo que hoy somos, puede ser, hay que decirlo en todos los tonos, muy benéfica o muy perjudicial para nuestros destinos, pues una y otra cosa dependerán del grado de inteligencia y de dignidad con que se le trate.
Después de la guerra, y perdónenme que haga demasiado hincapié sobre el asunto, los efectos de aquellas vecindad tienen que ser mayores, tanto en el terreno moral, porque a los Estados Unidos tendrá que reconocerles la mayor parte del triunfo, como en el terreno económico por virtud de que éstos aumentaron su capacidad de producción en un trescientos por ciento y porque todas sus instalaciones quedarán íntegras e instantáneamente listas para dedicarse a la manufactura de artículos civiles. Y esta es otra razón más para justificar la insistencia en pedir que se medite, que se piense en el problema; pero que se medite y se piense sin pasiones, sin egoísmo, sin ese desbordamiento de patriotería insubstancial e incapaz de resolver nada.
Que es difícil obrar en la forma indicada, sin antes crear un ambiente propicio para que se manifieste la conciencia nacional, también es verdad; pero las circunstancias exigen obrar, sin que esto quiera decir obrar de manera violenta, inusitada, porque, de hacerlo así, sería simple y sencillamente cometer errores de consecuencias más funestas que las que podrían sobrevenir pasando por alto el problema.
Ahora bien, ¿podría interesar a la América Latina la resolución de nuestro problema? Es indiscutible que la contestación debe ser afirmativa, aun cuando para los demás pueblos latinoamericanos el problema no tenga características de cercanía geográfica como para nosotros, ya que de todas maneras la buena o mala política que origine la vecindad, puede llegar hasta ellos.
Por fortuna hoy, para los pasos que se den en busca de una solución justa, independientemente de las razones y derechos que asisten a los pueblos débiles, en los Estados Unidos, el régimen lo preside un hombre cuya amplitud de comprensión nadie tiene derecho a discutir, cuya grandeza de espíritu ha quedado muchas veces demostrada; y esto que digo no es sino hacer justicia, no es sino reconocer los méritos de un hombre, ya que estoy muy lejos de rendir una falsa pleitesía o de glorificar en forma que mañana pueda merecer un enérgico reproche, pues yo nada busco para mí.
He hablado de razones y derechos que asisten a los pueblos débiles, y habrá que aclarar que no se trata de un simple decir, pues desde el punto de vista de la estrategia militar para la defensa del país del Norte, las condiciones geográficas y la acción del pueblo de México para el caso, dan un derecho; la conciencia con que México coopera para conseguir y afirmar la unidad del Continente, considerado como la avanzada de los sentimientos y pensamientos latinoamericanos, también da un derecho; la acción y la buena fe puestas por México al servicio de la gran obra que tiende a realizar la confraternidad de los hombres y de los pueblos de todo el mundo, también da un derecho.
Por lo tanto, hay que abordar el problema; el problema sobre el cual he dejado apuntadas con la brevedad que requiere un acto como el que hoy celebramos, algunas de las cuestiones fundamentales que interesan a nuestra vida de hoy, de mañana y de siempre.
Mas ahora, quizá ya no podamos ni debamos aisladamente buscar la solución de dicho problema y, por lo tanto, ni concebirla a través de nuestros intereses y pensamientos propios, si hemos de atender las razones de la interdependencia que nos liga
a todas las naciones, pues lo que hace algunos años podíamos llevar a cabo sin siquiera detenernos a pensar si nuestros actos podrían o no importarles a la Patagonia, a la China, a la India o al África, hoy tienen una relación directa con todos los hombres de todas las latitudes, así sean los más analfabetos o los más civilizados. Por eso, compañeros senadores, compañeros diputados, no será indebido insistir en la necesidad de que los pueblos débiles tengan, no importa la forma siempre que sea decorosa y benéfica para su progreso, la oportunidad de plantear sus problemas ante la Asamblea de las Naciones, a fin de obtener con el concurso de todas la solución que en estricta justicia les corresponda, atendiendo que los problemas de dichos pueblos nunca podrán ser originados por su afán de agresión, de dominio o de conquista, sino muy al contrario, podrán ser por su deseo de paz y de mutua y justa cooperación.
Por otra parte, cabe afirmar que el hecho de que México esté participando en la guerra, no obedece a una simple o romántica satisfacción, sino al deber de luchar por la consecución de sus limpios ideales democráticos, deber que lleva implícito el justificado anhelo de fortalecer los derechos que le corresponden frente a los pueblos débiles y fuertes, para expresar sus puntos de vista y defender sus intereses cuando se llegue la hora, porque una simple visión del conjunto indica que no ha de ser ésta la de discutir y aprobar los planes que han de servir para garantizar la seguridad y la paz universales. Naturalmente que para dar a la afirmación que se ha hecho su verdadero alcance, debe de aclararse que México hasta estos momentos no ha tomado en la guerra, por circunstancias que no son del caso explicar ahora, toda la participación a que está dispuesto y para la cual se ha preparado; pero de todas maneras lo que hasta hoy ha hecho en nada se ha apartado del solemne compromiso que contrajo al romper las hostilidades con el Eje, o sea el de defender la libertad y los intereses de todas las naciones unidas.
Hace unos momentos, cuando me refería al concepto de igualdad soberana de los pueblos, hice mención del Plan de Seguridad elaborado en Dumbarton Oaks y el cual según declaraciones del ministro Hull, está siendo estudiado por los gobiernos de Estados Unidos, Unión Soviética, Inglaterra y China, y manifesté que después trataría de él. De manera que abusando de la bondad de ustedes, muy brevemente me referiré a algunos de sus puntos.
El día diez, es decir, hace dos días, como todos ustedes habrán visto, periódicos de la capital hicieron publicaciones con una cabeza que dice: "Texto de los documentos en que se basa el Plan de Seguridad" y un subtítulo en que se lee: "Proposición de Washington para formar la Agrupación Internacional de Seguridad". Este documento, aun cuando se advierte que no será el definitivo y también que su publicación tiene por objeto poner a la consideración del mundo las sugerencias, pensamientos y puntos que contiene, es, a pesar de esas explicaciones, sumamente interesante y de gran trascendencia, pues de todas maneras revela con demasiada claridad, el fondo de los sentimientos y pensamientos que las cuatro grandes potencias aliadas han de sostener cuando se realice la gran asamblea que ya anuncian y, en la que podrán participar todas las naciones amantes de la paz, para discutir y aprobar en su caso, el plan definitivo que ha de servir da base para el entendimiento, seguridad y paz de todos los pueblos en el futuro. Y para dar una idea de la importancia del documento, me voy a permitir leer algunos párrafos: en el capítulo primero que se intitula: "Propósitos", dice en sus artículos segundo y tercero respectivamente: "Establecer relaciones de amistad entre los países y tomar otras medidas adecuadas para reforzar la paz internacional. Lograr la cooperación internacional en la resolución de los problemas económicos, sociales, mundiales y de otra índole".
Como se ve, los propósitos de las naciones más fuertes no pueden ser más amplios. Ahora lo que cabe es estudiar hasta donde podrán llegar sus efectos por lo que respecta a la vida interior de los pueblos y si esos efectos podrán ser garantía para el bien y el progreso de los mismos, sobre todo tratándose de los débiles.
El capítulo segundo que se denomina "Principios" dice en su artículo primero: "La agrupación se funda en el principio de igualdad soberana de todos los Estados amantes de la paz". Sobre este particular, pensando, como es de entenderse, en el mañana y en los intereses de México, he expuesto mi criterio, fundado en antecedentes irrefutables, y el cual consiste, para recordarlo, en que el principio de la igualdad soberana de los Estados, ya de ninguna manera puede ser una garantía.
El artículo segundo del capítulo expresado reza: "Todos los miembros de la agrupación se comprometen con el fin de garantizar a todos ellos los derechos y beneficios que se deriven de la participación en la sociedad, a cumplir con las obligaciones asumidas por ellos de conformidad con la escritura constitutiva". La reflexión a que inmediatamente lleva la lectura de este artículo es esta: Si a la agrupación que ha de formarse para la seguridad del mundo, han de pertenecer por convicción o por resguardo todos los Estados amantes de la paz, y siendo México un Estado amante de la paz no podrá rehusarse a formar parte de la agrupación y por lo tanto a contraer los compromisos inherentes.
Hay otros puntos de una trascendencia e importancia tan grandes, que sincera y honradamente yo no puedo alcanzar; pero que sí me indican la necesidad ineludible de que el Congreso de la Unión, estudie detenidamente, con el propósito de cooperar con el Gobierno de la República, en el momento que sea preciso, dando algunas ideas respecto de lo que puede interesar y ser útil para que México defienda todo lo que es caro para su pueblo.
Entre algunos de esos puntos que yo de manera desordenada anoté por la urgencia de venir a participar en esta Asamblea, pues horas antes se me hizo saber la comisión, están los siguiente: Artículo quinto del mismo capítulo antes citado. "Todos los miembros de la agrupación darán la ayuda necesaria a la sociedad, en cualquier medida tomada de conformidad con las disposiciones de la
carta constitutiva". Y la segunda fracción del artículo sexto previene que "La agrupación deberá garantizar que los Estados no afiliados a ella procedan de conformidad con esos principios, hasta donde sea necesario para la conservación de la paz y la seguridad internacionales". De manera que según expresa esa fracción ningún Estado quedará fuera de la obligación de cumplir con los postulados de la agrupación. Esto viene a reforzar la reflexión que hice al tratar del artículo segundo.
Del capítulo quinto que trata de la "Asamblea General", dice en el artículo tercero: "La Asamblea General deberá, por recomendación del Consejo de Seguridad, suspender del ejercicio de cualquiera de sus derechos o privilegios a cualquier miembro de la agrupación..." En los renglones leídos de este artículo que habla de privilegios y la pregunta que salta inmediatamente es esta: ¿Qué privilegios podrán ser esos? A más de que los privilegios son una contradicción con la igualdad soberana.
Luego, viene el artículo sexto del propio capítulo que dice: "La Asamblea General deberá iniciar los estudios y presentar, con el fin de fomentar la cooperación internacional en el campo político, económico y social, y para ajustar las situaciones que pueden estorbar el bienestar general". Ahora bien ¿cuáles pueden ser las situaciones políticas, económicas y sociales que dentro de la cooperación internacional, llegarían a estorbar el bienestar de todos? Estas cuestiones que de ninguna manera se pueden considerar a priori, perjudiciales, merecen un estudio y meditación detenidos.
El capítulo sexto que se refiere al "Consejo de Seguridad" Sección (A) Integración, expresa en el primer párrafo: "El Consejo de Seguridad deberá consistir un representante de cada uno de los once miembros de la organización. Los representantes de los Estados Unidos de América, del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda Septentrional, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, la República de China y en su oportunidad Francia, deberán tener curules permanentes. La Asamblea General deberá elegir a seis Estados para que cubran las curules no permanentes".
El Co nsejo de Seguridad de que se trata, como es fácil entenderlo, después de la dolorosa experiencia que dejó la Liga de las Naciones, necesita para hacer respetar sus decisiones la fuerza armada suficiente para todo caso de violación a los compromisos. De manera que dicho Consejo es también una autoridad mundial en material militar. Así se deduce, y entiendo que así debe ser para los fines que se persiguen, de lo que expresa el mismo capítulo a que estoy dando lectura, cuando habla de la Sección (B) que trata de las "Funciones Principales y facultades" del Consejo. Y que dice: "El Consejo de Seguridad deberá tener facultades para establecer aquellos o dependencias que juzguen necesarios para el desempeño de sus funciones, inclusive los subcomités regionales del Comité de Personal Militar. Y para definir mejor el alcance de las funciones del Consejo en materia militar, el Capítulo octavo en su Sección (B) que se refiere a la "Determinación de las Amenazas a la Paz, o de los Actos de Agresión y Medidas con Respecto a Ellos" dice lo siguiente en el artículo quinto, primer párrafo: A fin de que todos los miembros de la agrupación contribuyan a la conservación de la paz y la seguridad internacionales, deberán comprometerse a poner a la disposición del Consejo de Seguridad, a petición de éste y de conformidad con el convenio o convenios especiales concertados entre ellos, las fuerzas armadas, las facilidades y la ayuda necesaria con el propósito de conservar la paz y la seguridad internacionales..." Este capítulo tiene nueve artículos más que hablan de los mismos; pero para no cansar a ustedes solamente me referiré a dos más: El octavo que dice: Los planes para la aplicación de la fuerza armada deberán ser formulados por el Congreso de Seguridad con la ayuda del Comité de Personal Militar aludido en el artículo nueve que sigue" y el Noveno que en su primer párrafo comienza diciendo: "Deberá establecerse un Comité de Personal Militar, cuyas funciones consistirán en asesorar y auxiliar el Consejo de Seguridad en todos aquellos problemas relacionados con las demandas militares..." y en el principio del segundo párrafo esto que van a escuchar: "El Comité deberá estar compuesto por los jefes de Estado Mayor de los miembros permanentes del consejo de Seguridad..."
Ahora bien, señores senadores y señores diputados lo que he expuesto es lo mínimo, yo lo entiendo, de lo que se pueda decir sobre tópicos tan vitales para el futuro de nuestra nación, sin embargo pienso y me pregunto si el alcance que yo les doy, por ver las cosas así, a la carrera, como ya he dicho, ¿es el producto de un exceso de suspicacia mía o el producto de un exceso de celo para defender lo que yo considero todavía, dentro del sentimiento que nos han creado y el cual no es posible arrancar en forma instantánea, nuestra nacionalidad? Puede ser. Sería muy aventurado hacer afirmaciones hoy; pero de todas maneras los puntos expresados y otros que trae el documento que a partir de esta hora me permito poner a la elevada consideración de las Cámaras, indican la necesidad imprescindible y pronta de estudiarlos para formular nuestros puntos de vista. El deber de asegurar lo que ha de ser nuestro país en las horas que el destino está reservando para los débiles exige trabajo y más trabajo.
México, está en guerra, no se nos olvide. Todavía los mejores hombres de las naciones unidas están cayendo destrozados sobre las trincheras en que se defienden la libertad y la democracia. Todavía la China, la hermana China, está siendo ametrallada por el invasor japonés, y el compromiso de todos los firmantes de la Carta del Atlántico es cooperar y luchar hasta obtener la victoria total.
Sin embargo, puede ser que esté bien; pero sin dejar de pensar y actuar en la guerra, bosquejar los planes para la paz que no es difícil que presente mayores riesgos y complicaciones, porque el peligro une y la seguridad que ha de dar el triunfo puede apartar. Por eso México, soportando en su tanto y en sus circunstancias las durezas de su firme actitud de beligerante, no ha desoído cuantos llamados se le han hecho para el bosquejo de los
planes del presente y del futuro como así puede entenderse lo que ha determinado aunque con sensible sacrificio económico, en el sentido de suscribirse con diecisiete millones de pesos para ayudar a resolver el terrible problema que presentan, al ser liberadas las naciones invadidas.
De todas maneras hay que considerar, volviendo a las cuestiones planteadas, que cualquiera que haya sido la cooperación de México en la guerra, esta ha creado un derecho, por lo menos para opinar en cuanto al futuro de la comunidad de naciones que cimienten la paz y la seguridad internacionales. Pero hay más que ha creado aquella cooperación y ese algo es el deber, el deber que tienen todos los mexicanos que quieran ser dignos de su patria, de pensar y meditar no sólo sobre las consecuencias que puedan derivarse del Plan de Seguridad de que hoy se ha hablado, sino sobre todo lo que afecte o estanque a la nación o sirva para que se encuentre a sí misma, que será la base más sólida para erigir su grandeza.
Yo sigo pensando, señores representantes, que no habría podido encontrar otra forma más de acuerdo con mis sentimientos y mis ideas y el concepto de mis responsabilidades, para cubrir el número que me señalaron en esta sesión solemne que celebra el Congreso Federal para exaltar el Día de la Raza, que la que he usado planteando algunas cuestiones nacionales que he considerado de interés, y la cual extiendo hasta hacer un llamado respetuoso, sincero, fraternal a todos ustedes, en el sentido de que nos preocupemos por solidarizarnos y cooperar eficazmente con el Gobierno de la República para resolver con el mayor éxito posible, los graves y múltiples problemas que van a presentarse a la nación en un futuro que no ha de estar muy lejano. No es posible que el Poder Ejecutivo, por más elementos inmediatos de colaboración que tenga, sea suficiente para abarcar y analizar todos los acontecimientos internos y externos y prever lo que seguramente han de presentarse en el porvenir inmediato. Y, además, mi llamado está dentro de la función específica de los que tenemos el grande honor de formar parte de esta Legislatura, y aplicar a esa función lo mejor de nuestros sentimientos, de nuestros entusiasmos y de nuestros esfuerzos, en realizar la gran obra que demanda no sólo la Revolución, que tantos sacrificios ha costado, sino México como México y como nación.
Así pues, compañeros, que la mal pergeñada exposición que he hecho ante ustedes, sirva como ya he dicho, para rememorar el descubrimiento de la América. (Aplausos).
El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Federico Sánchez.
El C. Sánchez Federico S: Ciudadanos senadores y diputados de la XXXIX Legislatura:
Cuando hablamos del "Día de la Raza", pretendemos hacerlo fincando nuestras palabras en la tradición constructiva del país y proyectándolas con sentido moderno hacia el futuro. Significa un alto honor expresarse con el carácter de diputado en una Legislatura que tiene por delante grandes tareas al servicio de la Patria; mas también abordaremos la cuestión dentro de nuestro carácter de universitarios y de gentes que entienden que los grandes temas de la historia, sin tratar de que pierdan el aspecto esencial que los define, deben relacionarse con las cuestiones palpitantes de nuestro tiempo; ya que el proceso histórico no es el producto de un capricho o de una ironía, sino la consecuencia de una serie de hechos concatenados entre sí, que unas veces rebajan y manchan la dignidad humana y otras la elevan y la honran. A estos últimos pertenece la celebración del "Día de la Raza", aniversario del descubrimiento de América.
No es la ocasión para analizar si es impropio el nombre con que oficialmente se conoce este aniversario, pero sí es oportuno precisar que para nosotros, al hablar de raza, aludimos, no a la conformación anatómica de las gentes, a su aspecto físico o al color de la piel, menos todavía a la raza que se concibe como una casta superior destinada a ejercer la explotación y el dominio por la fuerza de las espadas.
Nos referimos, sin distinción de atributos físicos, credo religioso o situación económica, a todas las gentes del mundo joven y prometedor que se abrió a las manifestaciones universales el día en que el ilustre Almirante Cristóbal Colón plantó la Bandera de Castilla en las tierras de América; es decir, a los pueblos que tienen un heroico pasado común, que en el presente están empeñados en la misma pelea decisiva y a los cuales aguarda el mismo esplendoroso destino.
Colón es el hijo más audaz del Renacimiento. En sus tres carabelas trajo a América la luz de Occidente, comunicó los Continentes a través de las rutas marítimas por donde se llevó a cabo el intercambio de productos y vinculó las almas abriendo los caminos por donde transitan los hombres y las ideas.
Fue el mensajero iluminado del encuentro y compenetración de dos culturas que, formando el sentimiento americano, ahora definen a nuestro Continente como el abanderado de las libertades humanas.
Colón es el arquetipo del varón inquieto de su época, en que el estudio y valor de los hombres empujaron las fronteras del Universo; es el representativo del carácter inconforme que alcanzó la rotundidad del mundo en su ansia de integración del espíritu. Es el rebelde a las rutinas, a las lindes geográficas y a las fronteras de la inteligencia; es el pionero de la postura vigilante de nuestra conciencia, despierta siempre y para avizorar la luz de un nuevo mundo a la flama de una nueva verdad.
Colón abrió la etapa de las extensas rutas oceánicas, de los caminos innumerables, propicios siempre para el navegar de las embarcaciones de todos los tiempos. ¡ Abonó el terreno de la solidaridad y sembró la simiente libertaria !
La celebración del "Día de la Raza" da, pues, pretexto para pugnar por nuestro equilibrio de pueblos libres, que sienten en lo profundo de su entraña el caro latir de la sangre india que golpeó en el cerebro de los que en función libertaria, negadora de esclavitud, apresaron en una piedra la marcha de las constelaciones, pero que se ufanan del
florecer gallardo de las glorias hispanas en el tronco recio de sus trasabuelos, por el injerto del genuino espíritu de España, que es sempiterna aventura en el Manchego ilustre.
En efecto, así como nos sentimos orgullosos de nuestra ascendencia indígena, no renegamos del espíritu hispano, del verdadero, del genuino, del que representa don Quijote de la Mancha, que fue la voz del Renacimiento español y del descubrimiento de América.
Nuestra adhesión a ese espíritu nada tiene que ver con el sable de los Primo de Rivera ni con la España falsificada por ese aprendiz de dictador que se llama Franco.
México, en corazón, esfuerzo y sangre, estuvo con el pueblo español en los días dolorosos en que éste se debatía en lucha desigual contra el caudillejo nazista y actualmente su línea de conducta internacional es la misma pues sigue al lado de los países transitoriamente oprimidos y de los ejércitos democráticos que van aplastando a quienes se creyeron los amos de la Tierra.
Ahora bien, si el ideal hispánico es cultura, universalidad y defensa de la justicia; si está representado por los Fray Bartolomé de las Casas y los Vittoria; por Cervantes, Unamuno y García Lorca, ese ideal no puede excluir la solidaridad de América. Por supuesto, la solidaridad franca e igualitaria, no circunstancial sino permanente, tal y como la predicó el centauro de la libertad, Simón Bolívar, vislumbrándola a través del Congreso de Panamá, y la exaltó con su verbo de combate José Martí, al decir que no existe odio de razas porque no hay razas, y hablar de la unión tácita y urgente del alma continental. La que con hechos sustenta Franklin D. Roosevelt; y la única que, por decorosa y limpia, acepta el presidente Manuel Avila Camacho. (Aplausos).
Entonces hoy, "Día de la Raza", condenemos una vez más la pretendida superioridad de las razas que rechaza la ciencia, niega la historia y está destruyendo los principios generosos y el empuje victorioso de las Naciones Unidas.
Asimismo, tributemos un merecido homenaje al ilustre Almirante, espíritu sediento de aventuras y de horizontes, ejemplo de tenacidad y símbolo de valor.
Deseo expresar que es sensible que no se encuentre entre nosotros, como se esperaba, la Delegación del Congreso de la República de Santo Domingo, porque ello hubiera estrechado nuestras amistosas relaciones con el país hermano de grande y hermosa tradición.
En efecto, en lo que ahora es Santo Domingo, la Isla Española a la que llegó Colón, se inició el proceso espléndido del descubrimiento. Ahí se quedó el alma y la carne de una de sus carabelas, transformada en fortaleza, plantándose la primera semilla de la vida occidental. Y en La Española, que el mismo Colón llamó "maravillosa", afirmando que en el mundo no había mejor gente ni mejor tierra, ventana florida del Continente nuevo, se levanta la primera iglesia, la primera catedral y la primera Universidad de América.
A partir del descubrimiento, la página inicial de la historia de América se escribe en Santo Domingo, y si esto no fuera bastante, en ese solar hospitalario son luz permanente las cenizas de Cristóbal Colón.
Para concluir, hagamos votos desde esta tribuna de la Cámara de Diputados, porque el mundo que descubrió el Almirante se caracterice por su unidad, no sólo geográfica y lírica, también moral y comercial, también realista y justa, porque América sea síntesis de culturas, la gran patria del esfuerzo y de la paz, y la generosa tierra de la esperanza para los hombres. (Aplausos nutridos y prolongados).
El C. secretario Norzagaray Bernardo: leyendo):
"Acta de la sesión solemne celebrada por el XXXIX Congreso de la Unión, el doce de octubre de mil novecientos cuarenta y cuatro, para conmemorar el Día de la Raza.
"Presidencia del C. Graciano Sánchez.
"En la ciudad de México, a las trece horas del jueves doce de octubre de mil novecientos cuarenta y cuatro, con asistencia de setenta y ocho ciudadanos diputados y de cuarenta y dos ciudadanos senadores, se abre esta sesión solemne que celebra el XXXIX Congreso de la Unión para conmemorar el Día de la Raza.
"El C. senador Celestino Gasca, en representación del Senado de la República, y el C. diputado Federico S. Sánchez, en representación de la Cámara de Diputados, pronuncian discursos alusivos al día que se celebra.
"Se lee la presente acta".
Está a discusión. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.
El C. Presidente (a las 14.10 hrs.): Se levanta la sesión.
TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y "DIARIO DE LOS DEBATES"
El Director, Jefe de la Oficina, JUAN ANTONIO MOLL.