Legislatura XL - Año II - Período Comisión Permanente - Fecha 19480124 - Número de Diario 47

(L40A2PcpN047F19480124.xml)Núm. Diario:47

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., SÁBADO 24 DE ENERO DE 1948

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.

Director de la Imprenta, Lic. Román Tena. Director del Diario de los Debates, J. Antonio Moll.

AÑO II.- PERIODO ORDINARIO XL LEGISLATURA TOMO I.- NUMERO 47

SESIÓN SOLEMNE DE LA COMISIÓN PERMANENTE EFECTUADA EL DÍA 24 DE ENERO DE 1948

SUMARIO

1.- Se abre la sesión.

2.- Designación de comisión para hacer la primera guardia a los restos del Maestro de América, don Justo Sierra. El C. Aquiles Elorduy pronuncia un discurso alusivo al acto. Última guardia y designación de comisión para acompañar los restos al ser retirados del Salón. Lectura del acta de esta sesión y aprobación de ella. - Se levanta la sesión.

DEBATE

Presidencia del

C. EUGENIO PRADO

(Asistencia de 21 ciudadanos representantes).

El C. Presidente (a las 11.15 horas): Se abre la sesión.

- El C. Presidente: Se designa en Comisión para cubrir la primera guardia, a los ciudadanos representantes Armando Arteaga y Santoyo, Pedro Guerrero Martínez, Jesús B. González y Lauro Ortega. Tiene la palabra el ciudadano diputado licenciado Aquiles Elorduy.

El C. Elorduy Aquiles: Ante los restos de un ciudadano tan eminente, de un hombre tan ejemplar en su vida social y política, cabe recordar un de un gran poeta mexicano, Manuel Puente, que dice: "En la tumba del grande, no se llora; se admira y se le adora".

Señoras y señores: ¡Con cuánta fortuna no soy escéptico ni pesimista! ¿Pues cómo? ¡Si la vida a tenido la gentileza de compensar cualquiera de mis amarguras con el incomparable regocijo de tributar este homenaje, con todo el corazón, a mi queridísimo, a mi inolvidable Maestro!

Tengo sobre mi mesa de trabajo dos objetos de mi predilección: un retrato de don Justo Sierra y un busto de don Benito Juárez. Don Justo me enseña día por día a venerar a Juárez, y Juaréz me enseña día a día a querer a mi patria. He sido, pues, educado, claro está, en los principios liberales, más aún, en los principios del liberalismo mexicano. Sí, porque para definir de una vez por todas, y en frase de síntesis elocuente, la tarea que el Maestro Sierra se propuso emprender y que realizó maravillosamente, hay que decir que se empeño en formar el alma nacional dentro de los postulados de la Reforma. Es educador, diría yo, aquel que, escogiendo las normas que han de servir de guía a sus educandos, las predica, incesantemente, convence de su importancia y logra enraizarlas en el pensamiento de sus alumnos. Y cuando esas normas alcanzan a modelar en el más preciado de los bronces humanos, que es el carácter, la convicción de que no hay nada más grande que servir a la patria ni hay nada más justo que venerar a sus héroes, ni hay nada más satisfactorio que el culto por el civismo, entonces, repito, el educador ha formado el alma nacional. Y nadie, en México, a mi entender, ha cumplido esa misión sublime en grado tan excelso, como don Justo Sierra.

En cualquiera de sus discursos, en sus innumerables conferencias, en cualesquiera de sus libros, en todas sus pláticas, en la palabra de su cátedra, siempre fue y seguirá siendo siempre, el sostenedor de los dictados de la Reforma y el defensor de los ciudadanos ejemplares. por eso, porque no quiere morir sin dejar a los que han de sucederle, sus mismas enseñanzas, su credo fundamental, su palabra de aliento, sus sentimientos de patriota, el índice adonde hay que dirigir la vista para engrandecer a la nación, cincela en su libro "Juárez, su obra y su Tiempo", estas frases que surgen, al par, de su inteligencia y de su corazón, a la generación que llega:

"Consagro este libro con profundo respeto a la verdad que alcanzo, y con profunda devoción a la Patria. Dedico esta labor a la juventud, porque la vida de Juárez es una lección, una suprema lección de moral cívica".

Don Justo era creyente, lo dice, con toda la sinceridad que se desbordaba siempre a raudales

por sus labios, en el discurso que pronunció el 10 de octubre de 1904, en estos términos: "Pues no seáis de ningún credo, nos dicen; pero no desterréis la creencia en Dios. Nadie la combate, nadie la niega. El hombre de vacilaciones e indecisiones que os habla, cree en Dios: yo creo en Dios. Pero con este credo soy un maestro de escuela, y vosotros, los que clamáis contra la escuela atea, queréis que yo enseñe al niño que hay una fe comprensiva de todas las otras, que hay un credo superior a todos los otros, ¿y no veis, no sentís, que esto equivale a enseñarles que ese credo basta; que todo lo demás es secundario en las religiones, que son, por tanto, formaciones precarias y temporales, sometidas a la ineluctable ley de las evoluciones históricas? Y esto ¿no sería no sólo violar la neutralidad sino declarar la guerra religiosa a las religiones, sirviéndose de la escuela como instrumento de combate?"

"Y no lo es, no lo puede ser: la escuela laica es un soberano organismo de paz; continuadora , coadyuvadora y reforzadora de la familia; en todo de clara a ésta "intangible", como dicen los italianos inviolable en su religión y su santuario; eso es precisamente lo que impedirá siempre a la escuela reemplazar al hogar; eso es lo que hace irrealizable, sino a costa del más abominable de los despotismos, el ensueño escolar del socialismo. La Patria une, no divide; el Estado es un poder conciliador. ¿Los dogmas religiosos suelen dividir? Pues los detenemos, no en el corazón de los niños, sino en el dintel de la escuela; la escuela laica, es el "dejad a los niños que vengan a mí" de la maternidad de la Patria".

Sigue el Maestro: "Hace pocos días, en una modesta y simpática escuela de los suburbios, en una noche lluviosa que nos amontonaba en los rincones de un patiecillo, y que apagaba las lámparas (lo que tenía muy contrariada a la excelente directora que probablemente me escucha), en el improvisado teatrito, un grupo de niñas bonitas, entusiastas, alegres, representaba una alegoría: el homenaje de las naciones americanas a Juárez: todos estábamos enternecidos, todos sentíamos que era cierto lo que decían aquellos niños; que aquel hombre era de los grandes que han tenido la suerte de identificarse profundamente con la patria, de encarnarla, de hacerla vivir en ellos como si fuera su conciencia, su alma. Y pensábamos: ese es el camino que hay que tomar en la escuela para crear la religión cívica, la religión que une y unifica, destinada, no a reemplazar a las otras, eso es imposible, en el ánimo de los individuos, sino a crear "una" en el alma social. Porque eso es la religión de la Patria; si la sociedad, como lo demuestra la ciencia, es un ser que vive, que piensa, que siente, no independiente, pero sí diferentemente de los que la componen, esa sociedad puede tener una creencia ideal, debe tenerla para marchar a lo alto, para subir sin tregua: "¡excélsior!" Y el medio de darle esa creencia, de suscitar en ella ese sentimiento religioso, ese perpetuo

"sursum corda" hacia lo que más ennoblece y dignifica mejor, es educar en el niño el instinto rudimentario de apego a su país, encarnándolo en los grandes hechos de nuestra historia y en nuestro grandes hombres; esas religiones cívicas tienen, no, sus ídolos, no pero sí sus santos; Washington y Linconl, Bolívar y Sarmiento, (un gran pedagogo), Céspedes y Martí, Hidalgo y Juárez, en América".

Y años atrás, en el de 1895, se expresa así el Maestro:

"No soy de los que piensan que es la religión la base de la moral; creo que en las aptitudes sociales del hombre yace el irreductible primer elemento de la moral. Pero aquí no veo la cuestión como filósofo, la presento como educador, y la compruebo con la experiencia de nuestro tiempo y de todos los tiempos.

"Sé bien cuántas preocupaciones de los enemigos oficiales de las preocupaciones, hiero así; y entre el cuerpo mismo de maestros, al cual me glorío de pertenecer, encontraré quienes anatematicen este concepto. Sí, unas veces me han excomulgado los unos, otras veces los otros; pero nada importamos ni yo ni ellos; lo que importa es la verdad. Sí la religión es un elemento irremplazable de educación; ¿pues qué hacemos los educadores laicos más que levantar a la altura de una religión el amor de la patria, y rodear con la augusta liturgia de un culto la memoria de nuestros héroes?" Y continúa: " ¡Ah! ¿si los católicos se decidieran a procurar la concordia social; si aceptaran los resultados de la revolución irrevocable de la Reforma, como acepta ya un grupo del clero francés la obra soberana de la Revolución! Si en lugar de seguir a ciegas la corriente ultramontana de los cleros italoespañoles, se identificase el espíritu de los que dirigen la conciencia de la mujer mexicana, con el de los grandes sacerdotes católicos americanos, que se unen a los protestantes en toda obra de regeneración moral: al de un Ireland, ensalzando la utilidad de las escuelas laicas desde su cátedra de Obispo, o al de un Gibbons, proclamando desde su trono cardenalicio que los dos libros más santos que existen son uno divino, el Evangelio, y otro humano, la Constitución de los Estados Unidos, ¡cuántas heridas se restañarían entonces, cuánta paz penetraría en las almas, cuánta serenidad en las conciencias; cuán acorde sería esta obra con la del sumo sacerdote que de pie en la zozobrante barquilla de Pedro, pretende, como el Cristo, calmar con su manos temblorosas de ancianidad y de amor, el espantoso ciclón social del siglo que despunta!"

Señoras y señores: He aquí de cuerpo entero al paladín de uno de los principios liberales, quizá el que más se identificaba con su espíritu educador: "el establecimiento de la escuela laica". Pero hay que notar que aún en ese terreno, el de una simple base de la enseñanza, no puede el maestro desprenderse de su idea cardinal, del anhelo de su corazón, de la ilusión de su vida: formar el alma de los niños en el culto a la patria y en el amor por sus héroes; y ensalza por ello a los de la Reforma, como antes lo hiciera con los de la Independencia, porque el grupo de reformistas es el oro más rico de las entrañas del México independiente , y es la luz más vivificante de su Sol. Por eso desfilan en su libro, aquilatados por sus méritos indiscutibles y juzgados por sus errores innegables, el incansable y abnegado don Santos Degollado; el viejo

patriarca el sur, don Juan Alvarez; el bondadoso patriota don Ignacio Comonfort; el gran sentimental y popularísimo Guillermo Prieto; el genial Ignacio Ramírez; el frío, sereno y clarividente don Sebastián lerdo; el reformista avanzadísimo don Miguel; el legislador eminente don Melchor Ocampo; el atrevido, entusiasta y valiente González Ortega; el publicista de primer orden don Francisco Zarco; el fogoso, exquisito e ilustrado orador Altamirano; el jurisconsulto de inmaculada honradez política don José María Iglesias; el héroe del 5 de mayo don Ignacio Zaragoza, y el gran pacificador don Porfirio Díaz. (Aplausos).

¡Qué hubiera dado el Maestro, él que era todo corazón, que era todo armonía, que era todo amor, que era todo esperanza, por haber encontrado en el Clero mexicano la conciliación entre la Reforma y la Religión; por haber imbuído en las conciencias fanáticas, que, si bien la creencia en Dios es, como él lo decía, la manifestación más elevada del espíritu humano y la necesidad más imperiosa de las almas, las exigencias de la Iglesia son inferiores al bien de la patria! Pero no, el católico no entendió eso jamás, no podía entenderlo, no pudo nunca admitirlo, no lo aceptará mientras viva. No sólo Dios, el culto en toda su plenitud, los privilegios eclesiásticos en toda su magnitud, la fuerza del poder espiritual absorbiendo al poder temporal, fueron siempre, y seguirán siéndolo por toda la eternidad para los católicos, la esencia de su vida, la aspiración suprema de su intelecto, el ansia infinita de sus sueños. Y por eso, porque el Maestro no podía concebir ese credo, y porque la actitud intransigente de ese sector de la sociedad, hería tan certeramente el pecho de la patria en momentos en que ella sangraba ante la crueldad del invasor, juzga de esa conducta en los siguientes conceptos, cuya severidad sorprende en él.

Dice: "Las circunstancias eran cada vez más premiosas; los invasores amenazaban a un tiempo por el oriente, donde ocupaban ya la zona marítima entre Veracruz y Tampico, y por el norte, en donde después de una cacareada pseudovictoria de Santa Ana sobre Taylor, el ejército, derrotado más bien que por el enemigo por la absoluta impericia de nuestros generales y por la espantosa falta de recursos, se replegaba, presa del pánico, a San Luis Potosí, mermado e incapaz de someterse de nuevo a la disciplina. El clero aprovechaba todo esto para oponer una resistencia, que ya no era sorda ni disimulada, sino ostensible y hasta majestuosa, a las medidas de salvación suprema que el Gobierno había creído necesario adoptar. En estos días llevó la voz de la Iglesia mexicana un hombre de gran talento e ilustración, el señor Portugal. Obispo de Michoacán; su palabra resonó como la de los Gregorio y Bonifacio en la Edad Media, en su lucha contra los monarcas alemanes y franceses; la supremacía del poder espiritual sobre el poder temporal era aclamada con fórmulas que parecían resucitadas de tiempos muertos ya. Pero esto produjo el resultado que era de esperarse; el grupo sensato, el partido liberal moderado conducido por Otero, compuesto de hombres celosos por la supremacía del poder civil, y educados en las doctrinas legalistas, comprendiendo el peligro, se unió al Gobierno para luchar contra la Iglesia armada con la espada de la guerra civil. Esta era inminente; puede decirse que la sociedad entera, que el pueblo todo, que grandes grupos del mundo femenino mejicano, ponían en manos de la burguesía, organizada en batallones de guardias nacionales, la bandera de la revuelta. Era esto un desastre espantoso, una vergüenza inexpiable ante el invasor que amenazaba arrollar nuestras débiles fuerzas; ¡pero se trataba de asuntos del alma, de deberes superiores al hombre cristiano sobre el hombre mejicano; y aquellos a quienes se había confiado la defensa de la nación, prefirieron salvar los bienes del clero a la integridad del territorio y a la honra de la Patria. Tal fue en su espíritu la rebelión de los batallones de las Milicias Nacionales, la conocida con el nombre de "Guerra de los Polkos".

Con razón ahora, ¡como no!, cuando se trata de ensalzar a don Justo porque así lo pide la palpitación, ya no nacional sino internacional, nada tiene de extraño que intelectuales de tantos quilates como José Vasconcelos, ahora que ya es un místico, antes no, opinen que el maestro no fue ni buen escritor ni singular educador; y que periodista de cierta seriedad como el señor licenciado don Genaro M. González, se atrevan a decir que el comunismo de hoy es el liberalismo de ayer; y que, ¡doctores en filosofía, de Lovaina, como el eminente don Jesús Guizar y Acevedo!, aguce su ingenio, y vuelque su vesícula biliar llena de veneno, para decir que "don Justo no es más que don Justito", y para disparatar expresando que "El laicismo vale tanto como anticatolicismo", que es lo mismo que sostener que el que es abstemio es enemigo especial del pulque pero no del jerez, ni del cognac, y que el que no es capaz de raciocinar es igual solamente al burro, pero no lo es ni al ostión, ni al guajolote. (Aplausos).

Todos ellos están en su papel, cumplen con su deber supremo, cual es el de velar por la Iglesia antes que por la patria, puesto que piensan que sin catolicismo vale más no tener patria. (Aplausos). Por eso, aun haciéndose, sordos a las voces del decálogo cristiano, la depravación, la felonía y los crímenes del Hernán Cortés, deben ser olvidados, perdonados y hasta aplaudidos, porque contribuyó, aunque fuese de "chiripa" puesto que ni vino premeditadamente a eso ni su condición moral era de apóstol, al establecimiento de la religión católica. (Aplausos). Y, sin embargo, ¡ya quisieran hoy los señores católicos para director de la educación al Sr. Sierra, pues de seguro, y cuando menos, les daría el gusto de despachar a la tumba ese aborto de la estulticia que se llama el artículo 3o. constitucional (Aplausos).

Señoras y señores: No acepté ciertamente la honra de abordar esta tribuna porque me sintiese capaz de hacer un análisis de toda la obra literaria e histórica de don Justo, ya que, por una parte, mi ineptitud al respecto es manifiesta, y, por otra parte, escritores de recia contextura lo han hecho antes y lo están haciendo ahora con verdadero acierto. Acepté la misión porque creí necesario y conveniente para la juventud actual, precisar siquiera un poco, cuál fue

el verdadero anhelo educativo del Maestro, y cómo lo realizó. Algún ejemplo hay que seguir para orientar la conciencia; y pues a don Justo se le declara maestro de América, sepan bien jóvenes quién fue don Justo. Habría querido dedicar unas páginas a definir todo lo que el Maestro hizo en favor del desarrollo material e ideológico de la instrucción tanto primaria como superior; y hacer también un análisis de la ideología social de don Justo, para demostrar que verdaderamente fue un puente entre la Revolución de la Reforma y nuestra Revolución; pero como un joven abogado, que pertenece al PRI, y que le da indiscutible lustre, don Manuel Moreno Sánchez, ha escrito en

"El Universal", tres artículos magníficos sobre ambos puntos, decidí no atreverme a la comparación. Leá esos artículos y os asombraréis de la clarividencia de don Justo.

Permitidme, pues, que insista en el tema referiéndome ahora a su afán por forjar en los mexicanos el respeto, la admiración y el cariño hacia los grandes hombres de su patria, infiltrando así en su alma el amor por sus tradiciones, el culto por sus ídolos, ya que sin eso, como admirablemente acaba de sostenerlo el inteligente escritor don Rubén Salazar Mallén, ni se engendran los arrestos de titán para defender a la República, ni hay ideales que merezcan la pena de vivir.

Llega don Justo en esa tarea hasta lo más arduo de su defensa, y hasta lo más doloroso de sus confesiones. Se trata del famoso convenio "Mac-Lane Ocampo"; y el Maestro, después de pintar con colores de realidad y con detalles de verdad, basándose en las constancias de la época, el cuadro de agonía en que se debatía la República, tanto por los desastres de la guerra civil cuanto por las terribles amenazas de la intervención material que lanzaba el Presidente Buchanan, hace un minucioso y severo análisis del tremendo Tratado, y, sin disculpar a Juárez, ni a Lerdo ni a Ocampo, del error en que incurrieron, llega a la conclusión de que puede acusárseles de todo menos de traición a la patria.

Copio de su estudio los siguientes párrafos:

"En Veracruz se razonaba así: el propósito de intervención de Buchanan se acentúa en cada uno de sus mensajes; llegará a pedir facultades para intervenir con fuerza armada en los asuntos mejicanos. Se daba, pues, como cosa cierta, una gran tentativa de parte de los Estados Unidos para ponernos en paz a la fuerza, y cobrarse en el acto una comisión territorial de primera magnitud. Por otro lado, la amenaza europea (la española evidente), en contra del Gobierno Constitucional.

"Y nosotros haremos una declaración previa: el Tratado o pseudo tratado Mac-Lane-Ocampo, no es defendible; todos cuantos lo han refutado, lo han refutado bien; casi siempre han tenido razón, y formidablemente contra él. Estudiándolo hace la impresión de un pacto, no entre dos potencias iguales, sino entre una potencia dominante y otra sirviente; es la constitución de una servidumbre interminable.

"Ya indicamos las causas determinantes: miedo grave, fundamental, a la intervención de España, que habría concluido con la guerra y aplastado la Reforma durante una generación, ese peligro sólo podía, únicamente podía conjurarse, interponiendo entre ella y nosotros a los Estados Unidos. Miedo grave, fundamental a los Estados Unidos; tal era la fatalidad satánica de nuestra situación geográfica y de nuestro estado de agotamiento por las guerras civiles; nuestros enemigos naturales eran nuestros amigos necesarios, y México era la Caperucita Roja del cuento de Perrault. ¿Qué se podía hacer para conjurar tamaño peligro, catástrofe inminente de nuestra nacionalidad? los próceres de Veracruz no encontraron más que un remedio, decir a los Estados Unidos: lo que queréis tomar por la fuerza, prendas de seguridad para vuestros conciudadanos, y gajes de buena voluntad y alianza perpetua con México, os lo vamos a ceder, pero por medios diplomáticos. "Y aquellos hombres de civismo insigne, después de una honradísima brega con conciencia, y a través de un conflicto moral y político gigantesco, convencidos de que así salvaban todo cuanto en la Patria podía salvarse para rehacer su destino, aceptaron impávidos toda la responsabilidad del acto (uno de ellos firmaba su sentencia de muerte) y fueron hacia el Tratado Mac Lane, hacia el ascua ardiendo.

"El convenio se compone de cesiones y concesiones: éstas pueden haber sido mejores o peores bajo el aspecto financiero y económico; pero ni envuelven favor o privilegio,

ni merman en rigor la soberanía, ni constituyen una intervención, ni son en puridad anticonstitucinales; las cesiones sí limitan la soberanía, sí resultan en menoscabo de los derechos de la nación. Pero todas las concesiones del Tratado están modificadas, neutralizadas pudiera decirse, por esta cláusula terminante y sin ambages del artículo 7o.": "Se reserva siempre para sí la República Mejicana. el derecho de soberanía que al presente tiene sobre todos los tránsito mencionados en este Tratado.

"Abortado el proyecto, de cuando en cuando ha revivido la acusación contra los autores del Tratado, y para fundarla se han hecho de él, con inquina típica, análisis profundos más o menos aceptados: al par de ellos se alza un ciclón de invectivas y de nuestros contra Juárez (como si fuese el autor único del convenio); pero cae el polvo de la diatriba, y se pueden ver claras las cosas, y se encuentra a posteriori, sumando, a las circunstancias propias de la época el estado especial de ánimo producido en los autores de aquel acto grandioso y negro, y la conciencia que éstos tenían de que no obligaban la fe de la nación sino de un modo transitorio, lo que a priori sabíamos: que hombres como Juárez, Ocampo y Lerdo no eran, no podían ser traidores". Hasta aquí el Maestro.

No creo, señoras y señores, que pueda presentarse demostración más acabada de la firmeza de don Justo para educar en el cariño a la patria y a sus próceres, que cuanto llevo expuesto. Sin embargo, para que se vea más de bulto, cabe, el interés que el alma del Maestro tenía por conservar en el ánimo popular la adoración por todo lo que despertase vigor y entusiasmo, energía y esperanza, valor y fe para luchar por el engrandecimiento de México, haré mención de una de sus prédicas en clase. Decía: "si alguna vez ustedes van a Suiza,

y los llevan a conocer el sitio en que Guillermo Tell lanzó su flecha contra la manzana que estaba colocada en la cabeza de su hijo, no vayáis a incurrir en el desacato de decir que tal hecho lo consideráis como leyenda, porque los suizos os expulsarán de su país; y harán muy bien, porque los orgullos y los consuelos de los pueblos, aunque se basen en leyendas y encierren idolatrías, deben ser respetados, venerados y creídos. Así entre nosotros: jamás dudeís un instante de la aparición de la Virgen de Guadalupe, porque ella es el alma entera de la patria". (Aplausos).

¡Qué diría el Maestro si despertando nuevamente a la vida, en vez de encontrar la "Villa de Guadalupe", encontrara la "Villa de Gustavo Madero". Colijo que regresaría a su tumba!

Esas ternuras, esas ilusiones, esos idealismos que don Justo sembraba en todos sus discípulos, deben haber sido el factor que produjo en mi sentimiento, cuando asistí, por gentil invitación del señor Arzobispo, a la Coronación de nuestra Virgen morena, la emoción aquella que, provocando hasta las lágrimas en mis ojos, me hizo suspirar por la fe cristiana en un cielo donde poder sentir de nuevo los besos de mi madre.

Se ha regateado a don Justo la calidad de escritor, y hasta se ha dicho que es cursi en su lenguaje. A esta crítica tan ingeniosa y delicada, no le faltó, para las cumbres de la intelectualidad, más que agregar que don Justo era también muy gordo y usaba zapatos.

Yo no soy académico de la lengua, ni conozco por lo tanto, el tratado del buen hablista y del buen escritor, pero creo que basta y sobra con leer la

"Historia General" del Maestro, para admirar su gran facultad para escribir, no una narración escueta de hechos históricos, sino un magnífico tratado de filosofía de la Historia.

Don Justo, en síntesis tan difícil de formar como admirable por su claridad y precisión, da cuenta, y el que lo lee no lo olvida jamás, así de la influencia poderosa de la cultura helénica, como de la magnitud y utilidad incalculables del Derecho Romano, como de la grandeza de principios sociales de los enciclopedistas, como de los cimientos inconmovibles que para las libertades humanas construyó la Revolución Francesa, como de las maravillas artísticas con que llenaron el mundo de las letras los clásicos del Siglo de Oro de España, poetas de quien el maestro nos decía que se habían llevado a la tumba el secreto del buen hablar y del ingenio en el pensar, como, en fin, de todos los sucesos que en el mundo han hecho avanzar la civilización en un sentido o en otro. Y si eso no es ser escritor, y escritor excelso, venga, repito, el decálogo del buen literato, a ver si se hace el milagro de fabricar uno con ese patrón. Por lo demás, son tantos y de tanto fuste los, ya mexicanos ya extranjeros, que han hecho ampliamente el elogio de la pluma de don Justo, que uno que otro "cuistre", que lleve la contraria, solo sirve para que resalten más los méritos del maestro, ante la mezquindad del juicio de sus detractores.

Finalizo éstas, como mías, deshilvanadas páginas, aludiendo siquiera brevemente a los sentimientos de don Justo. Es un muerto que vive en el corazón de todos los que lo tratamos, y nos lo llena tanto de emociones gratas y nobles, que si no las dejáramos escapar por los labios, nos ahogaría el egoísmo de guardarlas ocultas y no trasmitirlas a nadie.

Todo el que se acercaba al maestro recibía de su palabra un consuelo para la vida, de su sonrisa un halago para el corazón, de su mirada una esperanza para el porvenir. Era el señor Sierra de una nobleza infinita. No creo, no es posible que haya una persona que se queje de alguna dureza, de algún desaire, de alguna ofensa causada por él.

La lealtad de son Justo estaba adherida de tal manera a sus entrañas, que ni aún en su oración pública ocultaba su temor a la falta, o su miedo al error. Por eso, dejando hablar a su conciencia, se expresa con estas frases escritas con el corazón, en la obra que he citado:

"Puedo engañarme pero no se engañar. Si este libro no fuese nacido de una sinceridad inmensa, no osaría consagrarlo a la generación que llega: sería como si presentara una frente manchada, a los besos de mis hijos". Era el Maestro de aquellos hombres que Dios, para usar el vocablo que no se apartaba ni de su pensamiento ni de su boca. manda al mundo para desparramar el bien, para sembrar la ternura, para difundir el altruismo, para desterrar la desesperanza, para crear los ideales, para hacer vivir el amor. ¿Cuántos de nuestros mentores, cuántos de nosotros mismos podrán igualarse en bondad a don Justo, dejando en el mundo una estela de luz acogedora y benéfica como la que él dejó? Esas almas, como la de otro gran propagador del optimismo, del bien y de la moral, don Agustín Aragón, "el santo del positivismo", como lo llamaba el egregio jurisconsulto y maestro mío en Derecho, don Agustín Rodríguez, son excepcionales en este famoso "valle de lágrimas", porque ellos, a fin de no entristecer a nadie, lloran sólo en su interior para que sus ojos nunca abandonen la alegría, y se ahogan con su llanto antes que dejarlo acibarar la existencia. Nunca en clase se dio el caso de un reproche, ya no digo con dureza, pero ni siquiera con seriedad, de parte del maestro. Cuando tenia necesidad de alguna advertencia contra faltas de sus alumnos, siempre le envolvía en una broma o en una sátira que, como eran amables, jamás causaban pena. Recuerdo de una ocasión en que, por estar distrayéndose un compañero en charla con otro, dijo don justo al primero: "Dígame usted, señor Rivera, ¿cuál de los dos hermanos "magno" le parece a usted superior: Alejandro Magno, o Carlomagno" ¿El alumno contesto: "siempre Carlos, maestro"; y don Justo replicó: ¡"claro, hombre, claro, por eso tenía las barbas tan majestuosas". "Naturalmente nos desternillamos de risa, pero ya Rivera abandonó la plática y puso atención a la clase.

Sucedió también que un amigo mío había sido reprobado en el examen de médico, y ocurrió a mí para que solicitara de don Justo la concesión de examen extraordinario, lo que sería una excepción a las prácticas constantes. Acudí al maestro con el ruego necesario y confesando mi pecado de pedir lo irregular, me contestó en estos

términos: "¿pero qué usted piensa que se puede negar algo a Aquiles, el héroe de la guerra de Troya? Concedo el examen pero a condición de que no lo divulgue usted, pues dice la gente de mis debilidades son las que me pierden". Y bien, señores, esa envoltura jovial, ese ambiente de felicidad, esa atmósfera de optimismo, esa demostración de amor por los bueno, por lo grande, por lo noble, esa incesante porfía para prorrogar la moral social y la moral política, ese encanto que revelaba sentir con el recuerdo de los ciudadanos eminentes de la patria, esa corriente constante, en una palabra, que brotaba de su intelecto y de su corazón, y que se encaminaba a fertilizar los campos de la dulzura, de la paz, de la tranquilidad, de la felicidad, de la dicha de vivir, en una palabra, es el don más preciado del maestro, y llega a la supremacía como cualidad en el educador, cuando, como acontecía en don Justo, se sabe ocultar tras una sonrisa de ventura, las tragedias internas del corazón. Los hombres que no disimulan sus penas y echan a la calle sus dolores, que llenan de amargura su ambiente, que lloran ante el mundo sus desilusiones, esos podrán educar, sí, pero en la desesperación, no en el entusiasmo. El ejemplo es el elemento básico de la educación, y si el maestro que intenta producir energía lo hace temblando y si el que se propone inyectar carácter lo hace gimiendo, producirán escépticos y mansos, pero jamás lo que se llaman hombres.

Don Justo pasó por muy hondas tristezas y por muy crueles dolores: la desesperación de su entrañable hermano Santiago, que murió a consecuencia de un duelo, la muerte de su madre idolatrada, las arduas luchas en la política, los ataques del público que llegaron hasta ocasionar una manifestación tan ofensiva como injusta de los estudiantes en la Escuela Preparatoria, etc., etc.; pero nunca los pesares mitigaron su bondad ni disminuyeron su energía.

El no hubiera querido jamás que se le supiera sufriendo, por no entristecer a demás, pero los poetas no pueden impedir que el corazón hable de los suyo, y por eso, cuando el poeta se expresó. lo hizo en el siguiente soberano terceto

: "La ciencia, vasto mar que todo arrasa, es como el mar, que no tiene una gota, para calmar la sed que nos abrasa".

(Aplausos nutridos).

El C. Presidente: La última guardia dentro de este Recinto, será cubierta por el señor licenciado Fernando Casa Alemán, con la representación personal del señor Presidente de la República, acompañado de la Presidencia de esta Honorable Comisión Permanente, después de lo cual se ruega a la misma Comisión que introdujo a los restos del ilustre Maestro don Justo Sierra, se sirvan acompañarlos hasta la salida del Salón.

Presidencia del C. FERNANDO CRUZ CHAVEZ

- El C. secretario Ortega Martínez Lauro (leyendo):

"Acta de la sesión solemne celebrada por la Comisión Permanente del XL Congreso de la Unión, el día veinticuatro de enero de mil novecientos cuarenta y ocho.

"Presidencia del C. Eugenio Prado.

"En la Ciudad de México, a las once horas y quince minutos del sábado veinticuatro de enero de mil novecientos cuarenta y ocho, se abre la sesión con la asistencia de veintiún ciudadanos representantes, según consta en la lista que la Secretaría pasó previamente.

"Concurren a esta sesión solemne, que se celebra en homenaje a los restos del Maestro don Justo Sierra, diputados y senadores del XL Congreso de la Unión, secretarios de Estado, miembros del Cuerpo Diplomático y Agrupaciones y personas invitadas al acto.

"La Presidencia designa en comisión para hacer la primera guardia a los restos del Maestro América don Justo Sierra, a los CC. Armando Arteaga Santoyo, Antonio Navarro Encinas, Jesús B. González y secretario Lauro Ortega Martínez.

"Hace uso de la palabra el C. Aquiles Elorduy, quien en representación de la H. Comisión Permanente pronuncia un discurso alusivo al acto.

"La última guardia es cubierta por los CC. Fernando Casas Alemán, representante del C. Presidente de la República para este acto, y el Presidente de la Comisión Permanente C. Eugenio Prado, ocupando la Presidencia durante este tiempo el C. Vicepresidente.

"La Comisión que integró la primera guardia es desganada por la Presidencia para acompañar a los restos del Maestro don Justo Sierra al ser retirados del Salón. - Se lee la presente acta".

"Está a discusión. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. Presidente (a las 12.25 Hs.): Se levanta la sesión y se cita a los ciudadanos miembros de la Comisión Permanente para el martes próximo a las doce horas.