Legislatura XL - Año II - Período Comisión Permanente - Fecha 19480222 - Número de Diario 51
(L40A2PcpN051F19480222.xml)Núm. Diario:51ENCABEZADO
MÉXICO, D.F., DOMINGO 22 DE FEBRERO DE 1948
DIARIO DE LOS DEBATES
DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS
DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.
Director de la Imprenta, Lic. Román Tena. Director del Diario de los Debates, J. Antonio Moll.
AÑO II. - PERÍODO ORDINARIO XL LEGISLATURA TOMO I. - NÚMERO 51
SESIÓN SOLEMNE
DE LA
COMISIÓN PERMANENTE
EFECTUADA EL DÍA 22
DE FEBRERO DE 1948
SUMARIO
1.- Se abre la sesión. Hacen uso de la palabra los ciudadanos senador Gustavo Díaz Ordaz, diputado Federico Berrueto Ramón, senador Alfonso Corona del Rosal y diputado José López Bermúdez.
2.- Se da lectura al acta de esta sesión y se aprueba. Se levanta la sesión. Presidencia del
DEBATE
C. FERNANDO CRUZ CHÁVEZ
(Asistencia de 22 ciudadanos representantes).
- El C. Presidente (A las 11.30 horas): Se abre la sesión solemne que tiene lugar por acuerdo de la H. Comisión Permanente para conmemorar el XXXV aniversario de la muerte del Presidente de la República y Apóstol de la Democracia, don Francisco I. Madero". (Aplausos). Tiene la palabra el ciudadano senador y licenciado Gustavo Díaz Ordaz.
- El C. Díaz Ordaz Gustavo: Señores: Don Francisco I. Madero, en un momento dado de la historia de México, encarnó la inconformidad popular contra los viejos esclarecidos por tantos años en el poder.
La rebelión del espíritu del pueblo frente a la dictadura y el ansia incontenible de recuperar sus libertades perdidas, maravillan al contemplar el espectáculo a más de siete lustros; pensar cómo Madero cuya, apariencia física y contextura moral no le daban apariencia de caudillo ni de héroe, fue capaz de levantar al pueblo de México frente a un viejo prestigio conquistada en el extranjero con una aparente paz de más de treinta años, un progreso material tenido por maravilloso y frente a los lauros conquistados por el caudillo en los campos de batalla. Es que en él, en Madero, ardía la fe, trascendía la sinceridad y personificó en esos momentos los más caros anhelos del pueblo mexicano.
El movimiento revolucionario de 1910, es un movimiento auténticamente popular; no hace la Revolución ni una camarilla, ni una secta, ni una casta, la hace el pueblo de México en masa; es que por muchos años ha sufrido una dictadura política y una defectuosa organización económicosocial; es que está cansado y de pronto aparece en el horizonte de sus destinos un hombre que le traza un camino mejor, de más justicia, de más libertad y lo sigue entusiasmado; y por eso la Revolución no es el amanecer en que poco a poco la luz va triunfando en las sombras, sino es el rayo que de golpe rasga las tinieblas.
Sin embargo, una vez triunfante el prolegómeno de la Revolución Mexicana, como pudiéramos llamarle, el hombre bueno, generoso, ingenuo, idealista, confiado, hace creer a sus enemigos que es la debilidad la que alienta en su pecho y cae asesinado arteramente en uno de los crímenes más inexplicables e injustos de la historia de México.
No obstante, creo que su martirio fue necesario y fue fecundo. Había costado, en realidad, muy poco el triunfo; en verdad casi no había costado trabajo derrocar al Viejo Dictador. Quizás si la mano ensangrentada del chacal Victoriano Huerta no siega las vidas de inmaculadas de Madero y Pino Suárez, la Revolución hubiera perdido impulso y ese triunfo fácil e inmediato no habría trascendido a todas las capas sociales como lo hizo en virtud del calor de la sangre de un mártir bueno y generoso.
Ahora ha concretado sus ideales, sus principios, la vida entera de su movimiento ideológico, en una serie de disposiciones, de realizaciones, de materializaciones del ideal; pero no ha dejado nunca de tener enemigos; afortunadamente nunca la Revolución ha dejado de tener enemigos, enemigos que no la vencen, que no la doblegan pero que sí la estimulan, que sí la alientan y que van desde aquellos viejos despechados que hoy quieren glorificar el crimen, reuniéndose a celebrar el más nefando de los asesinatos de la Revolución mexicana y que deben temer la venganza popular, porque quizás no se presente por los medios normales tratando de encuadrarlos dentro de las clasificaciones del Código Penal para hacerlos responsables de la apología del delito, sino en forma propiamente más violenta, porque la justicia popular, porque la
conciencia del pueblo, porque el alma de la muchedumbre no conoce de debilidades, no sabe muchas veces de perdón, su justicia es implacable, certera.
Hay otra clase de enemigos: los que le niegan todo acierto, toda posibilidad a la Revolución, que niegan sus principios al mismo tiempo que los están practicando; que niegan los aciertos de la Revolución al mismo tiempo que están disfrutando de ellos; que maldicen el dinero de la Revolución, cuando el dinero de la Revolución ha creado el Banco Único de México que permite a los banqueros inconformes operar en un renglón de mucho mayor margen gracias a las operaciones de redescuento; que si no existiera esa Institución de Crédito, no podrían ellos sino limitarse a operar con las aportaciones de sus socios y los depósitos de sus clientes; que maldicen los dineros de la Revolución que han hecho posible el crédito al campo, a través del Banco de Crédito Ejidal, a los pequeños propietarios, a través del Banco Nacional de Crédito Agrícola; que maldicen el dinero de la Revolución cuando logran a través de ese mismo dinero financiar sus empresas, sus comercios, sus industrias, con las cuales explotan miserablemente al pueblo y aprovechan las magníficas carreteras creadas por la Revolución para pasear sus lujosos automóviles, porque ya han de estar enterados ustedes, señores diputados, señores senadores, que no nada más nosotros poseemos charolados automóviles, sino también algunos, muchos de los principales enemigos de la Revolución que gozan del ambiente de garantías del standard cultural que poco a poco, pero de manera firme va elevándose en la sociedad mexicana; lo mismo que han contemplado cómo en un esfuerzo sobrehumano la Revolución de México ha llevado la educación a la ciudad y al Campo, ha ido penetrando a través de la escuela rural a los rincones más escondidos de la parcela mexicana; que han contemplado también cómo la Revolución va erigiendo escuelas en todas partes para dar educación al espíritu de los pobres. Todo eso es posible, todo eso hace posible que no haya un movimiento más intenso de rebeldía popular capaz de segar de un solo tajo todas las prebendas de que gozan esos mismos enemigos de la Revolución, Revolución generosa que no levanta cientos de patíbulos, ni forma pelotones de ejecución, sino que perdona a sus enemigos, los tolera y los combate con lealtad; Revolución generosa que permite que un Ministro de la Corte vaya a resucitar una vieja tesis ya empolvada inoportuna, aunque quiso ser oportunista, para lesionar uno de los derechos conquistados por el pueblo: el derecho de huelga; Revolución generosa que permite a ese hombre venir a exponer desde los más altos sitiales de uno de los Poderes del Estado el pensamiento que va en contra precisamente de aquello que pelearon y obtuvieron los hombres de México en los campos de batalla y que después concretaron en la Constitución de 17.
Que no se piense que al referirme a la tesis que trata inútil y vanamente de limitar el derecho de huelga, lo hago simplemente en un alarde demagógico. El artículo 123 constitucional dispone en forma clara que es objeto de la huelga el desequilibrio entre los factores de la producción. ¿Cuál es ese desequilibrio? Mientras la Ley Federal del Trabajo, de 1931, no entró en vigor, podía discutirse una tesis como la últimamente desenterrada. Ahora la Ley Federal del Trabajo representa, en una de las fracciones de un precepto, la tesis constitucional de la firma del contrato de trabajo y de la revisión del mismo; está planteando ya los casos concretos en los cuales puede verificarse una huelga en condiciones de licitud y existencia.
Que no se nos diga que mientras esta vigente el contrato de trabajo y no se venza el término para su revisión forzosa, necesariamente ha de haber equilibrio entre los factores de la producción.
El legislador de 1931 no se consideró capaz de prever todos los casos en que podía romperse ese equilibrio y es por ello que deja la norma amplia para que el Poder Judicial, el poder jurisdiccional del trabajo vaya aplicando la ley en cada uno de los casos que se presenten y uno de ellos es la aparición de factores supervivientes durante la vigencia del contrato de trabajo que es capaz de hacer que pueda romperse el equilibrio entre los factores de la producción; y esa tesis desempolvada con el mayor inoportunismo, porque es hoy precisamente cuando los factores económicos cambian día a día, así lo vemos cuando menos el comercio compra a cien lo que mañana vender a doscientos o cuatrocientos y hace tres o cuatro días que se ha firmado el contrato de trabajo; si hemos tolerado y no hemos podido impedir que se explote al pueblo todo, ¿por qué no han de percibir lo trabajadores parte de esas utilidades tan grandes que han obtenido? ¿Por qué ha de esperarse dos años, precisamente dos años, aunque se presenten fenómenos económicos que vengan a modificar la estructura prevista en el contrato colectivo?
Y el caso contrario también es cierto: cuando disminuyen las ventas, cuando sufre algún tropiezo la producción, aunque esté vigente el contrato colectivo de trabajo, mañana el patrón plantea un conflicto de orden económico para disminuir las prestaciones económicas que da a sus trabajadores.
Y si quiebra a los cuatro o cinco días de haber celebrado su contrato de trabajo, ¿seguirá pagando las prestaciones a los trabajadores? No, una cosa imprevisible ha venido a romper el equilibrio y en ese momento el poder jurisdiccional debe intervenir para fijar los derechos e intereses de las partes conforme a la Ley y principios de la Revolución que tanta sangre costaron a México.
No es pues paladín del legalismo el Ministro que exhumó una vieja tesis. Al contrario, solamente trata de burlar el texto expreso de la ley, únicamente para darse notoriedad, notoriedad que ha conseguido muy tristemente.
Los enemigos de la Revolución que lo mismo la combaten abiertamente que en forma emboscada, desde las mismas posiciones de la propia Revolución, han pensado que combatiéndola, y dirigiéndose en contra de sus hombres han de obtener triunfos definitivos. Podría afirmar, sin faltar a la verdad que en el movimiento revolucionario haya habido sólo hombres puros, hombres buenos, hombres
inmaculados. La Revolución nació del pueblo y por haber nacido del pueblo tiene todo lo mejor y lo malo que el pueblo tiene; tiene hombres buenos, hombres rectos y hombres malos; pero no se clasifica ni a las ciudades, ni a los países ni a los movimientos sociales por los hombres que han aportado un contingente de maldad. Es injusto pensar en Roma y acordarse solamente de Nerón. No se puede representar a Alemania simplemente a través de Hitler, sin acordarse de Beethoven. No se puede pensar en Francia, recordando solamente a Laval y olvidarse de un Pasteur y de otros grandes hombres que ha tenido. No se puede creer que la Revolución francesa, símbolo de lo que han sido las revoluciones en el mundo, esté representada no digo por los traidores, no siquiera por Mirabeau, ni por Rebespierre, ni por Dantón, ni es la Gironda ni son los Jacobinos ni es la guillotina la Revolución francesa.
La Revolución francesa es algo más: es la comprensión de un ideal en la declaración de los derechos del hombre, consagrados en los conceptos Libertad, Igualdad y Fraternidad.
La Revolución mexicano tampoco está constituida por los que fallaron, por los que la traicionaron, por los que trataron de envilecerla. Sería más justo representarla por quienes han logrado enaltecerla. La Revolución mexicana no la constituyen ni siquiera sus hombres más importantes, los más limpios; la Revolución mexicana está también constituida por una compresión de ideales por una síntesis de principios que se basan en la libertad, que se fundan en el derecho, que se inspiran en la justicia. Es el movimiento del pueblo todo en favor del débil contra el poderoso, en favor del que nada tiene frente al que disfruta de todo; es el movimiento que trata de llevar la felicidad, y la felicidad no está a la vuelta de cualquier esquina a disposición del mayor número de mexicanos. Esa es la Revolución mexicana.
Pero se busca al hombre que por cualquier circunstancia no fue un sincero revolucionario, o por que como hombre fue falible, o porque como hombre tiene defectos y virtudes; se busca la mancha negra para señalarlo en forma ostentosa y decir:
Esta es la Revolución. Quiero poner al respecto un ejemplo muy reciente: Hace unos cuantos días sufrimos el impacto doloroso de haber conocido el artero asesinato de nuestro compañero Angulo. ¡Treinta y tantos años de servir al Régimen! Fue diputado y senador, en varias ocasiones; Secretario General de Gobierno de su Estado; Gobernador Interino en Tlaxcala y San Luis Potosí; ¡treinta y tantos años de servicio honesto! Muere y deja una modesta casa un pequeño automóvil. ¡Treinta y tantos años! Y así como él, hay muchos, hay cientos, hay miles que han pasado por el Poder, que se han sentado en estas mismas curules y no tienen riqueza ni fortuna.
Que vengan los aficionados a las estadísticas, a ver qué porcentaje de hombres se han enriquecido; que cuenten los miles de diputados que ha dado la Revolución y los cientos de senadores, para que se den cuenta de qué pocos de ellos han logrado hacer fortuna. No todo, pues, está podrido dentro de las filas de la Revolución Mexicana. ¿Que hay algunos que fallaron? Ya lo creo. ¿Puede condenarse a Cristo porque haya tenido a un Judas? ¿Puede condenarse a la tierra porque ha dado abrojos, y puede condenarse al rosal porque tiene espinas? No, señores diputados y senadores: La Revolución, aun cuando existan los anatemas de quienes la atacan desde todas las posiciones, ha de seguir firmemente su camino.
Zapata, Obregón, Cárdenas fueron los hombres de la acción. Madero y Ávila Camacho, los hombres del perdón; Cárdenas y Alemán, los paladines del Derecho, libraron batallas y restañaron heridas. Carranza forjó la Constitución y Alemán la tomó como bandera. Madero, el mártir que recogió la sangre vertida en Santa Clara por los hermanos Serdán, sucumbe también por su bondad, en la Revolución. Pero su sangre también prende una hoguera que se transforma en gigantesco monumento donde el severo Varón de Cuatro Ciénegas hubo de forjar la espada que ahora empuña Alemán, y con ella en la mano, ha de fundir la unión, abriendo con ella un nuevo capítulo en la historia de México. Su desenlace, sólo el porvenir puede marcarlo. Viendo eso todavía hay quienes lo niegan todo: son los pocos y eternos despechados de siempre.
Frente a él, hay algunos que dudan: son los eternos escépticos.
Afortunadamente, habemos muchos que confiamos; el futuro nos ha de dar la razón a nosotros, porque nuestra causa es buena, porque tenemos fe en ella y porque nos ampara la sombra de nuestros mártires y de nuestros héroes.
En este fervoroso homenaje a Madero, en el aniversario de su sacrificio, podemos repetir con Urueta, que cuando el recuerdo de los días gloriosos vive y palpita en la conciencia de los pueblos, la esperanza sonríe en medio de los dolores. No olvidar significa no desmayar. La tradición es gloria y la gloria es estímulo; nuestro esfuerzo no está ocioso, no está durmiendo; ellos no han sucumbido, son la médula de nuestra historia; son la vida de nuestra vida y nos han de acompañar en la defensa y en la conquista definitiva de nuestros ideales comunes. Muchas gracias. (Aplausos nutridos y prolongados)
. - El C. Presidente: Tiene la palabra el C. diputado y profesor Federico Berrueto Ramón.
- El C. Berrueto Ramón Federico: "Señores senadores, señores diputados: Si la existencia de un hombre ha de valorarse no por su transitoriedad material, sino por las esencias con que se entrega al futuro, la vida de don Francisco I. Madero como precursor de México del hoy, adquiere en estos instantes toda la esplendidez de un camino florecido de esperanzas.
Juan Jacobo Rousseau, el insigne pensador del siglo XVIII, fundaba su doctrina educativa en el principio de que el hombre nace originalmente bueno y que es la sociedad la que lo pervierte o lo corrompe; si esto fuera válido en lo absoluto, yo no sé que título podríamos dar a quien, más fuerte que su ámbito, conservó en toda su pureza la aptitud para el bien.
Las disciplinas sociológicas al enmendar esta tesis, comprueban que el individuo no sólo es el producto de una naturaleza determinada, sino también de su tiempo histórico representado por el devenir
social; pero aquí también es preciso añadir que en cada momento de ese acontecer, junto a la adaptación mecánica del hombre, florecen con alentadora perennidad las inquietudes de un nuevo amanecer.
Corresponde a las naturalezas excepcionales el mérito de encauzarse más por las inquietudes de su tiempo que por la inercia conservadora que trata de perpetuarlas; superar la propia realidad es tarea de innegable valor y la memoria del hombre que nos congrega en esta sesión del Parlamento Mexicano, entrega como profunda enseñanza la de la vida con una entrañable vocación para el bien y con una voluntad insobornable para hacerlo triunfar por encima de todas la circunstancias.
A muchos desconcierta cómo pudo nacer en la aridez territorial de mi lejano Estado de Coahuila el alma visionaria de Madero, alma visionaria que, según una frase suya, sólo con la emoción podía recoger en toda su dramática intensidad el mensaje de aquellos rebaños de carne humana en camino de la esclavitud.
Desprender de ese medio y de ese acontecer social lo sustantivo de esa vida, constituye un deber irrenunciable si se quiere tener una semblanza, siquiera sea aproximada, del prócer que nos reúne.
El estado general del país en los albores de este siglo, si se le analiza con juicio sereno, revela los contrastes más desconcertantes; por una parte, el país se inicia en el progreso con la introducción de los ferrocarriles, con el hermoseamiento de las grandes ciudades, con la erección de fastuosos monumentos, con la organización del crédito, con el impulso a la industria y con el aparato de una vida que sólo deslumbra por lo artificioso de su cortesanía.
Pero también precisa apuntar que nuestras minas, nuestra industria, nuestro petróleo, nuestras instalaciones de energía eléctrica y nuestro gran comercio quedaron en manos extrañas, pues sólo la agricultura, en la forma de explotación latifundista, constituyó el patrimonio de unos cuantos de nuestros nacionales, seducidos por el principio feudal de la tenencia de la tierra para vivir sin trabajar.
La realidad social, en cambio, no podía ser más desalentadora; junto al campesino confinado en la gran hacienda con su sistema de vejámenes y explotaciones, una masa obrera recién nacida, subyugada por los privilegios, por la miseria y por la ignorancia; en la cúspide, un grupo de elegidos disfrutando de todos los bienes de la fortuna, del poder y de la cultura.
Por mucho que se pretenda justificar un régimen, carecer de sentido su defensa si ese mismo régimen acusa una completa indiferencia a los reclamos del pueblo; por eso se explican las voces rebeldes de los Flores Magón, de Juan Sarabia, de Molina Enríquez; por eso se explican también, pese al incienso que se quemaba ante un régimen considerado como de paz y trabajo, las sublevaciones de los campesinos y de los obreros en Yucatán, en Sonora, en Coahuila y en Veracruz.
Unos pedirían tierras, otros mejores condiciones de vida, algunos más reclamarían libertades; es en esos gritos confusos y oscuros, es en esos balbuceos de la dignidad humana, donde estaba en latencia el cuadro de principios del Código de 1917 y las leyes con que se van realizando las aspiraciones del pueblo.
En esa protesta instintiva del desvalido y en esa voz desesperada del inconforme, se habría de gestar la Revolución Mexicana; como ayer Hidalgo, el modesto cura de aldea, y después Juárez, el letrado de indomable carácter, más tarde Madero desde la serenidad de los crepúsculos rurales habría de recoger en el más encendido apostolado la queja tremante de los parias.
Yo me imagino a Madero en su casa solariega de San Pedro de las Colonias consagrado a las faenas agrícolas, pero también al ejercicio del bien: asila enfermos, recoge huérfanos, protege a las viudas, auxilia a los indigentes, conforta a los desamparados; no sabe de abstrusas doctrinas sociales, pero en cambio lleva piel adentro el corazón más esforzado, más intrépido, más generoso y más leal de cuantos hayan nacido en nuestro suelo; corazón que fue verbo alucinado en la prensa y en la tribuna; corazón que fue dádiva generosa en el dolor ajeno; corazón que fue bravura ejemplar en las trincheras, corazón que fue ofrenda a la libertad y a la democracia, en el sacrificio que le reservó el destino en el oscuro drama de su muerte.
Cuando advierte en el pueblo un anhelo de liberación estimulado por la miseria y el oprobio, aquel hombre de pequeña estatura, de ademanes nerviosos, de palabra inquieta y emocionada, reclama el imperio de la Constitución, código inoperante en las manos recias del dictador.
Enemigo de la violencia, Madero confía en la fuerza persuasiva de la palabra; escribe artículos, pronuncia discursos, organiza grupos políticos, recorre el país entusiasmando a las muchedumbres y finalmente asume la más alta responsabilidad al aceptar la postulación que para la Presidencia de la República le ofrecen los antireeleccionistas en 1910.
La farsa electoral no le dejará otro camino que el de la rebelión; ni los consejos de sus amigos, ni la conservación de sus intereses, ni lo que se creía la voz de la razón, ni la incontrastable fuerza pretoriana del régimen, ni el temor a perder la libertad y la vida habrán de amedrentarlo; como acto de locura se juzgó su determinación: locura de don Quijote soñado por los campos de Montiel, locura de Bolívar delirando en el Chimborazo, locura de Hidalgo declarando la independencia, locura de Juárez defendiendo la dignidad nacional, locura de todos los que en las grandes crisis históricas se sublevan contra la injusticia, para convertirse en la reserva moral de su pueblo.
La grandeza de su espíritu se manifiesta en el Plan de San Luis; no quiere que se ajusticie a los prisioneros; excluye el empleo de las armas más cruentas; condena el abuso y el saqueo; piensa en la reivindicación de la tierra y sostiene como principios políticos la efectividad del sufragio y la no reelección.
Algunos lo acusaron de carecer de una doctrina social definida, pero se olvidan de que los precursores de todo gran movimiento, sólo se saturan del afán de liberación y de que es el proceso en
donde se madura el valor de los problemas económicos; se olvidan de que un hombre inspirado en el derecho, siempre considera el camino de la Ley como el más válido para dar cauce a las más audaces aspiraciones.
Se afirma también que la Revolución que encabezara triunfó por causas ajenas a las de una auténtica fuerza armada, pero se olvidan de que al conjuro de Madero las guerrillas libertadoras irrumpieron por todo el país, como se olvidan también de que una conmoción social una vez desencadenada no admite capitulaciones y de que, por lo que hace a sus alcances, irá más allá del pensamiento de sus iniciadores; por esto, lo que para Madero pudo ser un simple movimiento restaurador de la Ley, después se convierte en un vasto programa de profundas reformas sociales.
Ungido por la voluntad popular, su régimen se caracterizó, tal vez fatalmente, por la bondad de su espíritu y por una imitada y peligrosa confianza en la lealtad de los hombres y es que Madero los medía con su propia reciedumbre moral. La impaciencia de muchos de los suyos minará la estabilidad de la administración; su afán de cohonestar las diversas aspiraciones y la brevedad del tiempo de que dispuso para compulsar los apremios populares, despertarán lamentables inquietudes; la maledicencia vocinglera e irresponsable de la oligarquía vencida y perversidad de los hombres que heredara de la dictadura con el ejército más corrompido de la historia, agravarán las circunstancias y prepararán el siniestro drama en que selló con su vida, el pacto que celebró con la libertad y la democracia el 20 de noviembre de 1910.
El apóstol se transformó en mártir y por lo mismo más fuerte que nunca, inflamó la conciencia del pueblo para iniciar un nuevo capítulo de la historia, en esa gesta prócer en que con Carranza, con Zapata, y con Obregón, se van definiendo los principios rectores de un México que hoy se desenvuelve con asombrosa vitalidad en el programa vigoroso, en la doctrina recia, en la mano firme, en el optimismo fecundo y en la juventud insobornable de Miguel Alemán. (Aplausos).
Pero qué grave injusticia la nuestra si no recordáramos hoy la memoria del compañero fiel y desinteresado del apóstol: don José María Pino Suárez; si no recordáramos el holocausto de Aquiles Serdán, de Gustavo Madero, de Serapio Rendón, Belisario Domínguez y de tantos más que en las luchas redentoras dieron con sus vidas el ejemplo que nos impone el deber de vivir para el pueblo con entereza y el de morir por su causa con dignidad.
En homenaje a esa sangre noble y generosa, la Comisión Permanente de la XL Legislatura acordó celebrar esta sesión solemne; la vida de Madero, como la de nuestros próceres, no es para nosotros la lámpara votiva de una simple recordación sentimental, sino la ruta espléndida que ha de iluminar nuestra conducta para servir a México con integridad, con patriotismo y con una fe robusta en su destino". (Aplausos).
- El C. Presidente: Tiene la palabra el señor senador y licenciado Alfonso Corona del Rosal. (Aplausos).
- El C. Senador Corona del Rosal Alfonso: Señor Presidente, señores senadores, señores diputados; distinguidos familiares del señor Madero; respetables damas, señores: Se ha, afirmado y con razón, que las naciones que glorifican y enaltecen a sus héroes se hacen más fuertes, más respetables y prolongan su supervivencia. Así ha sucedido en los tiempos pasados; así sucede en los tiempos presentes. En la antigüedad, a los héroes no sólo se les respetaba, se les veneraba, se les deificaba casi, y sus hazañas corrían cantadas por los bardos, o eran recitadas en poemas, muchos de ellos inmortales o bien, ejemplificadas en templos, en estatuas. Las gentes de aquella época querían, y con razón, que sus hechos heroicos se hicieran inmortales; que siempre sirvieran de ejemplo a las generaciones nuevas, para marcarles el derrotero de lo bueno, de lo justo, de lo heroico, de lo trascendental; en suma, de lo que es ejemplo de las cualidades que hacen buenos a los hombres, que los hacen grandes forjando con la grandeza de ellos, la de sus naciones.
Hoy, en el presente, podemos tomar, no muy lejos de aquí, al otro lado de nuestra frontera del norte, a la gran Nación Norteamericana, como un ejemplo de esto. Casi no hay ningún lugar de la Unión Americana donde se haya verificado un hecho histórico, o nacido un hombre ilustre, en que no se trate de perpetuar ese acontecimiento, ese nacimiento o esas hazañas; siempre hay un monumento a la memoria de aquel hombre o de aquella mujer, de aquel artista, guerrero o pensador. Todas las grandes cualidades son exaltadas en el pueblo americano. Y estos hechos que señalo, tienen su principal asiento en Washington, en la gran Capital, donde a las orillas del hermoso Río Potomac se levantan majestuosos, suntuosos monumentos de mármol para conmemorar las hazañas de los hombres que hicieron la grandeza de la Nación Norteamericana. Ahí se encuentran aquellos hermosos monumentos dedicados a la memoria de Jefferson, de Lincoln, de todos sus grandes héroes; a la memoria también no solamente de los héroes del pasado: ahí está ese hermoso monumento dedicado a la memoria de aquellos jóvenes caídos en Okinawa; a los jóvenes caídos en Europa y en los campos de Asia, en defensa no sólo de la libertad de los Estados Unidos, sino de las libertades de la humanidad entera.
Por eso los Estados Unidos son una gran Nación. Glorificando al hombre mismo en lo mejor y en lo espiritual, serán cada día más y más poderosos. Por las amplias escalinatas del monumento dedicado a Lincoln, diariamente suben gentes de todas las razas, gentes de todos los credos; gentes religiosas y gente que no tienen ninguna creencia; gentes que hablan inglés y gentes que habla chino o japonés; pero todas van ahí a contemplar la gran estatua de Lincoln y a leer sus palabras grabadas en el mármol, dedicadas no solamente a la libertad de los Estados Unidos, sino a la libertad de todos los hombres de América, a la libertad de todos los hombres del Mundo. Por eso los Estados Unidos, repito se harán cada día más grandes.
Y por eso es enteramente justificado que en México glorifiquemos y exaltemos también a nuestros héroes, si queremos dar ejemplo a las generaciones nuevas enseñándoles cómo las patrias se hacen grandes a través de las acciones de los mejores de sus hijos.
México sigue igual conducta para sus héroes. Por eso es absolutamente digna de elogio la conmemoración que acordó la honorable Comisión Permanente del Congreso de la Unión, para glorificar hoy, rindiendo merecida pleitesía y recuerdo a un auténtico héroe de la nacionalidad mexicana, a don Francisco I. Madero. (Aplausos).
Don Francisco I. Madero es un verdadero héroe de nuestra civilidad; don Francisco I. Madero fue nacido en las tierras norteñas, donde es necesario poner todo el esfuerzo, todo el trabajo y toda la energía para arrancar el producto agrícola a aquella tierra caliza o tepetatoza, en el paisaje que es agreste y hostil, donde se recortan majestuosas las grandes montañas en medio de la claridad del ambiente; que muestra erguidos y airosos los típicos cactus, con la misma verticalidad que deben tener en su carácter las gentes norteñas, si quieren triunfar del medio ambiente; Madero fue hijo de una familia buena, de una típica familia norteña, descendiente de un hombre, don Evaristo Madero, abuelo de él que había llegado a esas tierras, no a explotarlas, no en plan de ver que encomienda se le daba y cuantos indios tenía en su Hacienda, para hacerla así más productiva, sino como el auténtico hombre norteño que arribó con su trabajo, con su tesón, con su energía a hacer productivas esas tierras, a crear riqueza, a proporcionar trabajo a muchos hombres, a pagarles salarios buenos, sin explotarlos.
A base de esfuerzo, trabajo y dedicación, esa familia fue labrando su riqueza. El señor Madero no era hombre que estuviera en la miseria y por necesidad se lanzara a la lucha para tratar de buscar el sustento. Era un hombre acomodado; no un Creso, ni mucho menos, pero podía tener en el seno de su hogar respetable, tranquilidad, bienestar, todo aquello a lo que puede aspirar moralmente cualquier individuo. El poseía una educación amplia, como todos ustedes saben había viajado; había estado en Europa, había estudiado en los Estados Unidos y había contemplado en aquellos países, libertades, y las quería para su patria; el había leído en los libros donde había engrosado su cultura, todas las gestas gloriosas, los hechos con que la Historia nos muestra a los pueblos que han sido capaces de crear movimientos de importancia para conquistar sus libertades; era un amante de la libertad; era un hombre que deseaba esa libertad para México.
Fue electo alcaide en cierta ocasión, y entonces sintió en su propia persona el zarpazo de la dictadura. A pesar de haber sido electo por su pueblo, Madero no llegó al Poder, porque la dictadura no podía permitir el menor brote de libertad salido de la voluntad de México. Por eso Madero, desde ese momento, pudo ver más claramente la realidad política del país, e indudablemente en el interior de su alma se hizo más firme su anhelo y su deseo de luchar para derribar ese gobierno insoportable ya para nuestra patria.
Eso fue Madero siempre: un paladín de la libertad, un hombre que entrega toda su acción, lo mejor de su intención para conquistar la libertad. El lo decía: siendo Presidente de la República y atendiendo al protocolo de aquella época, en que dentro de las obligaciones del Ejecutivo estaba la de ofrecer anualmente una comida a los miembros del Poder Legislativo, pronunció un discurso en el cual dijo estas palabras que son de verdadero interés, para entender los móviles en la acción y en la vida del señor Madero. Dijo: "Y ahora que hablo de la Revolución de 1910, debo manifestar que la principal aspiración que la engendró, que la principal aspiración que llevó al pueblo a esa lucha que se consideraba como estéril e imposible, fue la libertad; esa fue la sed insaciable del pueblo mexicano que le hizo arrojarse después de 36 años de paz, a una revuelta que le hizo perder una de sus más grandes conquistas, que es la paz; que le ofreció en cambio, la libertad que para los pueblos libres, para los pueblos grandes, es un patrimonio mil veces más preciado que la paz, es un patrimonio por el cual están siempre dispuestos a los mayores sacrificios".
Y él, de frente noble, de mirada límpida, de cuerpo vigoroso, que era fuente inagotable de energías; bajo de estatura, pero destacando siempre por su ligereza y por su movilidad; absolutamente audaz, para llegar a determinar en su conciencia y en su alma el deseo de lanzarse a luchar contra una dictadura que parecía inconmovible, contra un hombre que estaba ya aureolado casi por una leyenda; contra un hombre al cual le rendía el pueblo mexicano frecuente homenaje en razón de su historia guerrera, en razón de una hábil propaganda que exaltaba como la mayor de las obras del dictador, la paz; y contra todo ese poder enorme, Francisco I. Madero, uno de tantos ciudadanos de México, un hombre civil, ignorado, se siente capaz de lanzarse a la lucha y lo hace con todos los ímpetus de su alma llena de ansia de libertad para su patria.
Firmeza también poseía en su carácter y ¡vaya si se necesitaba firmeza! señoras y señores, para desencadenar un movimiento revolucionario de la magnitud del que inició el señor Madero.
Sumamente activo, recorrió entonces en cruzada cívica toda la República, predicando la buena nueva de que México podía ser libre, de que México podía aspirar a esa libertad que le negaba aquel dictador que parecía inconmovible, repito, en la silla del Palacio Nacional; pero sobre todo, a su ideal, el señor Madero fue apegado desde el principio y eso es lo que hace, en mi concepto, verdaderamente ejemplar la vida del señor Madero.
Los hombres tenemos el privilegio otorgado por la naturaleza de poder determinar el sentido de nuestra vida, y así es frecuente contemplar gentes que orientan su vida simplemente a los aspectos materiales de ella y son ávidos de riqueza, de poder y de numerosas comodidades materiales. Las vidas ejemplares, por lo contrario, son aquellas que desperdiciando comodidades, y venciendo peligros, se orienten hacia la realización de un ideal. Así han
sido siempre las vidas guías, firmemente aferradas a la realización de un ideal. Por eso es ejemplar la vida de Cristo y no la de Judas; en la literatura, el Quijote frente a Sancho; en lo político, Sócrates ante el tirano; Roosevelt opuesto a Hitler, y en nuestra historia también contrastan los claroscuros de muchas vidas: la del inmortal Guerrero frente a Picaluga; la de Don Melchor Ocampo y la de aquella fiera sanguinaria que se llamó Leonardo Márquez; la del inmortal mártir Madero, contraste absoluto de Victoriano Huerta.
Por eso es ejemplar la vida de Madero - repito - porque él la dedicó íntegra, absolutamente íntegra, a lograr un ideal: que el pueblo mexicano tuviera libertad.
En México frecuentemente chocan en nuestra historia las fuerzas del bien y del mal, y para desgracia nuestra, frecuentemente también han triunfado, momentáneamente, las fuerzas del mal sobre las del bien. El señor Madero significa, en su muerte, uno de esos triunfos momentáneos de las fuerzas del mal sobre las del bien. Su sacrificio y el del señor vicepresidente licenciado Pino Suárez, marcan una de las páginas más tristes, más dolorosas y más vergonzosas de nuestra historia. Es el triunfo de la pistola sobre la idea; el triunfo del pretorianismo sobre las instituciones; es el triunfo de esa tradición sangrienta que arranca de muy lejos en nuestra historia y que, de una vez por todas, debemos tratar de desterrar si deseamos que México definitivamente entre en una etapa de instituciones. Es esa tradición sangrienta que a veces revive; es la misma tradición que en forma artera acaba de asesinar, como dijera mi distinguido compañero el señor senador Díaz Ordaz, en plena capital, a mansalva, con todas las agravantes, al senador Angulo.
En esta época, menos atenuantes tienen estos actos, cuando gobierna un civil otra vez a México, cuando gobierna el señor licenciado Alemán, que es pureza y es rectitud. debemos hacernos todos el propósito firme, como el mejor homenaje que podemos rendir a los caídos, de que desaparezca este pistolerismo bárbaro que detiene el progreso de México; que los criminales sean localizados, castigados y que no vuelva a repetirse hecho tan vergonzoso como este, si el país, de una vez por todas debe seguir la vida civilizada a que tiene derecho, por la intención de sus mejores hombres, por los anhelos de la masa ciudadana y el desarrollo económico y político que ha logrado.
Terminada esa digresión, que era obligada, debemos seguir adelante con el tema que nos ha reunido. Hay quienes pretenden restar - intento inútil - importancia a la Revolución Mexicana. La Revolución Mexicana, debemos repetirlo siempre, y sobre todo por las gentes nuevas que no tuvieron oportunidad ni de vivirla ni de sentirla cerca de sus vidas, no es obra caprichosa, ni producto del azar. Ya lo han dicho innumerables personas, ya lo repetía mi modesta voz en esta misma tribuna el 20 de noviembre: La Revolución Mexicana tenía que estallar forzosamente, hacerse realidad, porque es la expresión de los deseos de mejoramiento, de los deseos de justicia, de los deseos de libertad de este pueblo nuestro. Ya decíamos aquí: el deseo de poseer un pedazo de tierra en este país, donde la propiedad territorial estaba acaparada en unas cuantas manos; el deseo de que esas tierras tuvieran agua, el anhelo que sentían los obreros por que la ley les concediera derechos para asociarse, para reclamar del patrón sus justas prestaciones sin que las balas disparadas por orden de Rosalío Martínez fueran a segar sus vidas, y sus cadáveres llevados en furgones para ser arrojados al mar; el derecho que tenía el pueblo de México para que la ley le diera libertad de creer, libertad de pensar, libertad de escribir; el querer, en suma, una vida mejor, borrando las grandes desigualdades sociales que siempre ha tenido y tiene todavía el pueblo nuestro.
Todas esas razones, irremediablemente tenían que hacer estallar la Revolución Mexicana. Sus causas, ya lo decíamos también, no eran nuevas: eran las mismas de la Revolución de 1810. Naturalmente, las mismas, desde el punto de vista económico y social; no desde el punto de vista político. Y por eso Madero no forjó a la Revolución con sus ideas: Madero fue un producto de la misma Revolución; Madero fue un producto de su época, de su pueblo, de esa ansia incontenible que sentía el pueblo mexicano para alcanzar los preciosos valores que señalábamos antes. Por ello verdaderamente mexicano es Madero, héroe auténticamente nacional, cuya grandeza no podrán quitársela ya jamás ni el tiempo, ni sus contrarios. Donde descansa el señor Madero indudablemente puede hacerlo en paz, porque el movimiento que él encendiera ha acelerado el progreso de nuestra patria.
México estaba gobernado por una dictadura que desde el punto de vista económico era una forma política incapaz de adaptarse a las condiciones que reinaban en el país. Puede entenderse una dictadura en tiempos de las diligencias, en tiempos de un mínimo desarrollo industrial; pero mal estaba una dictadura en México, cuando había un gran resurgimiento intelectual, cuando se había creado una clase media ampliamente preparada, cuando la cultura florecía, y los ferrocarriles surcaban ya todos los ámbitos de la República, poniendo en movimiento lo económico y lo social en sus más variadas manifestaciones. Entonces había una forma política absolutamente insuficiente en México para esa realidad que acabo de marcar. Por eso, el señor triunfó en forma arrolladora y el pueblo lo siguió con la misma fe con que se sigue a un iluminado, porque eso era el señor Madero: un iluminado en la fe que hay que tener por la libertad. Y por eso - ya lo señalaba aquí alguno de los compañeros que habló antes - el triunfo militar de Madero apenas si tuvo importancia;¿ pero cómo no iba a triunfar en forma rápida, cuando todo el pueblo se levantó en todas partes y lo siguió con absoluta fe, con tenacidad, dispuesto a luchar y a sacrificarse? ¿Cómo no iba a triunfar, si en la propia ciudad de México el pueblo se amotinó frente a la casa del dictador pidiendo su renuncia? Por eso tenía que triunfar la forma esplendorosa y fulgurante, sin que le fueran necesarias grandes batallas para llegar a la Presidencia de la República.
Y cuando nosotros nos reunimos aquí para hablar de la Revolución Mexicana, de esa Revolución iniciada por el señor Madero, indudablemente que debemos insistir una vez más, como procuramos hacerlo siempre, acerca de lo que ha hecho y de lo que está realizando. Los enemigos de ella - y ya lo decían aquí el señor senador Díaz Ordaz y el señor diputado Federico Berrueto Ramón - trata de atacar a nuestro gran movimiento a través de los errores de algunos de sus hombres. Las gentes que se sintieron lastimadas en sus intereses, en sus ambiciones, o en lo que ellas consideraban su aristocracia, tienen que seguir condenando todavía la Revolución. Y como la Revolución es algo tan grande que no permite que se le discuta, y tan noble que está adentrada en el alma de todo el pueblo de México, porque encierra sus ambiciones y sus deseos; entonces, hay que atacarla en la única forma que se puede: en los errores y en los defectos que puedan tener algunos de sus hombres. Para esos cientos de personas que hubieran querido continuar su vida en la tranquilidad de sus casas, muellemente arrellanadas en sus sillones, practicando sus mínimas virtudes de castidad, de apago al trabajo rutinario, de tantas otras pequeñas cualidades, que indudablemente son cualidades y que no negamos, a todas esas personas les cayó muy mal que Pancho Villa, pongamos por ejemplo, se lanzara arma en mano a los campos de batalla y muchas veces matara y echara mano de dinero ajeno y muchas veces sus tropas violaran y cometieran desmanes. Para esa gente de una mínima moral, aquello era un hecho absolutamente monstruoso; son impresiones indudablemente inmorales para esos hombres que tienen una pequeña moral.
El general Obregón, el genial general Alvaro Obregón, indudablemente también tuvo defectos condenables desde un pequeño punto de vista, pero ¡Cuánta grandeza, cuánto genio militar y cuánta comprensión de los problemas sociales demostró cuando por primera vez, en gran escala, da tierras al pueblo de México que estaba sediento de ellas! Esto, claro está que no pueden entenderlo estos señores y tienen que criticar entonces hechos que son malos, efectivamente. Abusar del poder, prevaricar, robar, indiscutiblemente que son actos malos que debemos condenar; que la Revolución debe proscribirlos de una manera vez por siempre en sus Gobiernos; pero esto es lo único que puede criticársele a la Revolución, y frente a esos hechos que, una vez más, repito, son condenables pero también absolutamente mínimos, frente a la obra de la Revolución. Debemos creer en esta Revolución con toda nuestra fe, toda nuestra sinceridad, y venir, aquí a decir que, como mexicanos, seguimos teniendo fe, y la seguiremos conservando en los ideales de la Revolución Mexicana. (Aplausos).
Es una agradable coincidencia que hoy gobierne al país otro hombre civil y vamos a ver las realizaciones del actual Gobierno, continuando la obra de la Revolución de donde él ha venido. El señor Presidente Alemán se encuentra ante una situación que es difícil no sólo para México sino para todos los países del mundo. Sabido es que todo movimiento bélico de la importancia de una guerra mundial, crea, una vez pasado, situaciones de crisis que no se mantienen en determinado lugar ni en determinados países, sino que afectan al mundo entero. En esas condiciones ha principiado a gobernar el señor Presidente Alemán; pero él viene a regir la nación después de una experiencia, de largos estudios; es un hombre preparado que ha procurado rodearse de un buen equipo de trabajo. Y ante la situación, adopta medidas como las que voy a decir, en cuyo análisis no entro para no cansar la estimable paciencia de ustedes. Es indudable la importancia que ha tenido el cambio de propiedad de la tierra de México. Hoy las tierras deben hacerse cada vez más productivas para que algún día el pueblo mexicano deje de tener esos déficits en los renglones principales de su alimentación que ha tenido, no desde que la Revolución llegó al Gobierno, sino desde hace muchos años; que tuvo en tiempos de Díaz, en la época de Juárez, en el México independiente y en la Colonia también.
¿Cómo se pretende hacer más productiva la tierra? Irrigándola, en primer lugar; haciendo grandes obras de irrigación a un ritmo, como decía aquí en vez anterior, que en tiempos de Díaz hubiera sido un verdadero sueño concebir. Millones y millones de pesos se invierten en obras de irrigación que van a regar miles de hectáreas, a producir más, a darle mayor rendimiento a los agricultores, y esa es obra de la Revolución de 1910; pero no solamente eso, también hay un amplio plan para abonar en forma técnica esas tierras, y también el desarrollo de un importantísimo trabajo para lograr semillas de mayor rendimiento y sembrarlas en nuestro país, duplicando, o triplicando la producción.
Estas son cosas enteramente técnicas y que hubieran sido desusadas en otra época; sin embargo son realizaciones que vienen haciendo el gobierno de México, el gobierno emanado de esa Revolución, de todas nuestras luchas, resultado de los sacrificios de los hombres que ayer cayeron, asesinados como el señor Madero, o muertos en los campos de batalla.
Cuando desaparezcan del escenario los hombres que fueron a los campos de la lucha para hacer efectivos los ideales de la Revolución, que sepan que hay otra generación que continuará trabajando por el bienestar de México con verdadera limpieza y honestidad, porque el mayor homenaje que se puede rendir a los caídos, es conservar el poder para bien del pueblo, como fue el credo de aquel gran demócrata, Francisco I. Madero. (Aplausos).
Todos nosotros conocemos otras importantísimas medidas: la restricción de importaciones ante la balanza internacional desequilibrada; el otorgamiento de créditos con intereses muy bajos a los campesinos; la mecanización de la agricultura; la colonización de tierras fértiles verificando previamente el saneamiento, las obras de saneamiento y de introducción de agua potable que se hace actualmente a miles y miles de pequeños poblados. En mi Estado natal, en el Estado de Hidalgo,
cuando el gobierno progresista ha llevado el agua potable a lugares en donde antes se consumía el agua del desagüe del Valle de México, y cuando allí se ha abierto el grifo que da salida al agua potable y limpia, ha habido muchos indígenas, paisanos míos, que han visto aquella cosa como un milagro; y, efectivamente, ha sido un milagro, pero milagro no azoroso ni caprichoso, sino milagro de la Revolución que se realiza diariamente en cientos de poblados de la República a costa de la inversión de muchos millones de pesos, para dar bienestar y salud al pueblo de México.
Se ha disminuido el pasivo del Banco de México, se vigila el monto de los Créditos; se estabiliza el tipo de cambio; se emiten monedas de plata; se obtienen créditos para comprar maquinaria agrícola; se pagan los vencimientos de la deuda pública; se modifican los sistemas de tributación que por muchos son criticados, aun cuando la crítica principal proviene de aquellas gentes acostumbradas a burlar siempre los impuestos. Hay otros países en donde se pagan, incomparablemente, impuestos más elevados que en México. Alguna vez debía terminarse en el país esa constante burla y el acostumbrado fraude al erario; pero el señor Presidente, en este problema nuevo y con razón puede agitar también a muchas gentes de buena fe, siempre está dispuesto a modificar la ley en lo que sea justo y necesario para el país. Si se quiere hacer gran patria, es necesario que los ingresos del Estado sean mucho mayores para poder satisfacer las necesidades colectivas.
Toda una serie de medidas que realiza el señor Presidente Alemán, que sería largo analizar y aún enumerar; pero todas ellas tienden a beneficiar al país, a hacerlo más grande, mejor. Es tan admirable la Revolución que iniciara el señor Madero, que hoy contemplamos en el panorama nacional un hecho inusitado: los partidos de oposición frecuentemente declaran que ellos realizarán la Revolución; los partidos de oposición ya nos habla de que el obrero debe tener libertad para sindicalizarse, aun cuando apenas ayer condenaban esa conquista aceptada en todos los países libres. Hoy, aquella Revolución también quieren hacerla los partidos de oposición. ¿Es táctica de lucha? Hitler y Mussolini, antes de apoderarse del poder jamás dijeron que iban a reprimir las ansias justas de sus pueblos y, sin embargo, al llegar al poder, las borraron con saña y perversidad.
Nosotros, los revolucionarios, queremos creer en la sinceridad de los partidos de oposición y nos felicitamos por que sean los ideales de la Revolución de México tan grandes, que aun los partidos de oposición quieren hacer suyos sus principios.
¡Ojalá! Es lo que necesita México: sinceridad en sus hombres; que quienes aspiran al poder, lo hagan con el deseo de servir a su patria, a su pueblo; que no vean al poder como un fácil botín para saciar apetitos inconfesables o enriquecerse. Hoy vivimos ya una época de instituciones, hoy esa institución ejemplar, el Ejército de México, está en oposición a aquel Ejército, del que muchos de sus integrantes fueron capaces de traicionar al presidente de la República para aprehenderlo, y aquí permítaseme hacer un simple recuerdo que nos marca el enorme valor personal del señor Madero, manifestado al enfrentarse a Pascual Orozco y Francisco Villa, cuando casi insubordinados le pedían fusilar al defensor de Ciudad Juárez; enorme valor personal demostrado
También por el señor Madero cuando jinete en su caballo caminó del Castillo de Chapultepec a Palacio sin más compañía que su fe en sí mismo, en la libertad y solamente con una brillante escolta de esa institución inmaculada que se llama el Colegio Militar, en medio del cañoneo, en medio del tableteo de ametralladoras y fusiles; y enorme valor personal también, cuanto entran a su oficina de Palacio un teniente coronel y otro, oficial, con varios soldados a aprehenderlo. En su propia oficina de palacio, ¡la mayor de la traiciones, la mayor de las deslealtades, la mayor mancha que se puede echar sobre un uniforme! Dos ayudantes del señor Madero. matan a aquellos militares traidores, se siembra la confusión: los soldados disparan, y el señor Madero con los brazos en cruz avanza hacia ellos y los convence de que no deben seguir disparando. Enorme valor personal del señor Madero que, por asociación de ideas, me vino a la memoria cuando trataba yo del Ejército de aquella época. Hoy, vivimos una época de plena democracia, porque democracia es que haya un civil en la Presidencia de la República, ya que la Revolución no ha tenido un espíritu de casta militar, porque si lo hubiera tenido seguirían en Palacio Nacional mandando generales y porque muchos generales que han llegado a Presidentes, no han gobernado con espíritu pretoriano y militarista. El señor general Ávila Camacho, apenas ayer, es un ejemplo de un militar que gobernó con un amplio espíritu civilista; y el que lleguen civiles a la Presidencia, es también fruto de la Revolución, de la Revolución que quiere forjar la verdadera democracia y las mejores instituciones para el pueblo de México; y es ese anhelo y esa trayectoria también lo que ha forjado un Ejército digno del momento que vive México.
Hoy, el Ejército, cuya brillante representación tenemos en este recinto, viste un uniforme que es honroso y actúa como institución que sostiene a las demás instituciones. Es la fuerza organizada del Estado Mexicano, y la Principal virtud que practican los militares es la lealtad que deben al Gobierno de la Nación. Tal es el Ejército Nacional que merece el homenaje nuestro; nuestro cariño; nuestro respeto; toda simpatía. (Aplausos).
Triste sería, e inmerecido, que nosotros no glorificásemos a los héroes; que no viniéramos a recordar la memoria del señor Madero y de Pino Suárez y de tantos y tantos caídos en la lucha; pero esta recordación y estos hechos deben ser trascendentes del ejemplo de aquellos hombres. Nosotros debemos, con sinceridad, hacernos el propósito de actuar cada vez mejor en la esfera de nuestras posibilidades, por el bienestar y la grandeza de México; y este propósito debemos hacerlo en lo más profundo de nuestras almas, con sinceridad absoluta, con elevación de propósitos; actuar en el futuro con toda limpieza, con toda blancura, como
alba es la figura de Francisco I. Madero en la historia de México. (Aplausos nutridos y prolongados).
- El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado ingeniero José López Bermúdez.
- El C. López Bermúdez José: Señor Presidente de la Comisión Permanente; honorables miembros de la familia del señor Presidente Madero; honorables miembros del Ejército; señores senadores; compañeros diputados: Os juro que yo me sentiría verdaderamente angustiado si después de escuchar a dos senadores de la República y a un compañero de Cámara, pensará en estos momentos que su palabra, hermosa y rendida, hacía inútil e ingrata la limpia intención de mi pobre palabra. Sin embargo, me alienta la seguridad de que el respeto y el silencio de todos, me acompañará a mí también, que vengo a esta tribuna ilustre a invocar, esencialmente, la necesidad de que todo buen mexicano exalte y defienda, día a día, el culto a la grandeza de Madero. (Aplausos).
La grandeza de Madero es la grandeza de la Revolución Mexicana, que tantos enemigos tuvo en el pasado y que aún tiene en el presente. Treinta y cinco años después de asesinado Madero, los periódicos de estos días nos informan que sus enemigos se reúnen en juntas sigilosas. ¿Quién convoca a esas reuniones?
¿Qué fuerzas realizan esas juntas secretas de cadáveres? Son las mismas fuerzas que un día armaron el brazo del asesino de Madero, y que hoy quisieran asesinar al recuerdo de un héroe del pueblo. ¡ Ilusos ! Se olvidan que cuando Huerta, el traidor, muere, muere para siempre; y cuando el perfil martirizado de Madero cae, en una aurora después del crimen, Madero despierta en el alma de su pueblo, para vivir la fresca luz de la inmortalidad. (Aplausos).
Los crímenes que se han cometido contra los grandes hombres de la historia, no tienen como único móvil la envidia, la venganza, o un ansia ciega de poder: siempre van acompañados de un profundo móvil social. No se mata para destruir a un hombre, sino tratando de destruir el ideal por el cual lucha. Los crímenes políticos como el de Madero, se cometen creyendo que el anhelo de justicia de un pueblo muere cuando muere el aliento humano de su caudillo. ¿Es acaso el crimen de César un delito del orden común sobre el suelo de Roma? César aparece en plena revolución social, en la agonía de la vieja estructura romana. Su juventud tiene un partido: la plebe; su primera ley, es la Ley Agraria que entrega las tierras públicas, siguiendo la gloriosa tradición de los Gracos. Su genio combativo se dirige contra el despotismo de los patricios y contra la usura de los caballeros. Es entonces, cuando, como lo proclama la sentencia fulgurante de Castelar, "el espíritu de Roma se hizo hombre y se llamó César". Frente a él, la aristocracia de Roma representada por Bruto, por Catón, por Casio, conspira y lo asesina, porque César representaba el pensamiento y la acción que tenía a privarla del dominio de Roma, que era el dominio del mundo.
Pero las veintitrés puñaladas que en la Sala de Pompeyo cegaran la vida luminosa de César, no bastan para asesinar el impulso popular que guiaba su vida, que después de muerto, ha de seguir su marcha, haciendo que se extienda la geografía espiritual de Roma y la ciudadanía romana, que en César aspiraba a la unidad del derecho y, en él, a la igualdad de todos los hombres y de todas las razas.
¿Es acaso, señores, el crimen de Lincoln, un crimen del orden común sobre las tierras de Norteamérica? ¿No fue el fanatismo de un esclavista el que cegara su vida? A él, que era Varón de la Igualdad y Cristo de Esclavos?
Días antes del crimen de Lincoln, el 10 de abril de 1865, los confederados habían depuesto las armas y el pueblo vivía feliz porque creía que habían pasado ya los días terribles. Lincoln, viendo que las gentes abandonaban el recogimiento de la Semana Santa, para gritar su júbilo, habría de salir varias veces de la Casa Blanca para hablarles.
En una de esas ocasiones dijo: "Desde luego, no sería justo negar el sufragio a los hombres de color y yo, por mi parte, creo que debería concederse en seguida a los que sirvieron en nuestras filas".
Nadie advierte que entre los oyentes está un joven actor que lo escucha y dice en tono airado: "Eso es: ya tenemos a los negros convertidos en ciudadanos; pero este será el último de sus discursos".
Y aquella misma noche, en el Teatro Ford de Washington, el asesino, un actor que presentaba en el escenario precisamente el drama de Julio César y hacía el papel de Bruto, lleva la ficción a la realidad al asesinar en su palco a aquel Presidente que un día, en su amor por América, afirmara que "el atentado no es un crimen americano".
Después de ochenta y tres años de asesinado Lincoln, continúa su lucha en la historia de su pueblo, donde hoy los descendientes de los esclavistas del sur, se oponen a las nobles iniciativas del Presidente Truman, que ha pedido la supresión del linchamiento, la abolición del impuesto electoral y la igualdad de los derechos civiles para los negros.
Si pudiéramos ver en estos días las pupilas dolorosas de los negros americanos, veríamos que dentro de ellas hay una lágrima devota para Lincoln; una lágrima que ha aprendido a esperar ochenta años a la sombra del Libertador, creyendo que él, ahora, también los ayudará a vencer el bajo agravio de las discriminaciones y de los prejuicios raciales. (Aplausos). Si hoy, aquí, tratamos de reconstruir el escenario en que fue asesinado el Presidente Madero: si tratamos de analizar los móviles de ese crimen, encontraremos que el atentado de La Ciudadela no fue un crimen contra la persona de Madero, si no un crimen contra el apostolado democrático de Madero, que a pesar de sus verdugos, vivirá para siempre.
Madero había librado una azarosa y larga lucha contra el más brillante dictador de su patria. Nadie, ni sus propios familiares - como me confesaba hace días, en una cita inolvidable, el señor general Raúl Madero - , Podría decir cuál fue la fecha exacta de sus primeros sueños de libertad.
Madero volvía a su patria a los veinte años, después de haber hecho estudios superiores en Baltimore;
en las aulas doradas del Liceo de Versalles, y en la Universidad de San Francisco, en California.
Al reintegrarse a su hogar, don Francisco, su padre, le advierte cariñosamente, que en su familia todos labran con el propio sudor la fortuna propia. Y Madero se inicia en la tradición laboriosa de sus gentes, entregada con éxito a los afanes de la minería y de la agricultura.
En el año de 1900, Madero edita un folleto. Habla de cómo deben aprovecharse las avenidas del Nazas y cómo debe hacerse un justo repartimiento del caudal de sus aguas, entre todos aquellos agricultores que viven de la bondad de sus riberas. Y el dictador le escribe una carta elogiando su proyecto, muy lejos de saber que el autor de aquel folleto, sería más tarde el héroe de su desgracia.
Madero trabaja en su finca como el más gozoso de sus labradores; ya lo han cantado aquí en palabras sencillas mis compañeros; extiende su mesa al hambre de los huérfanos; levanta un comedor público en parras y una escuela comercial en San Pedro de la Colonias. Su afición a la homeopatía, lo convierte en el médico de sus peones. Pero un día, el 2 de abril de 1903, en Monterrey, contempla un doloroso espectáculo: el general Bernardo Reyes, ahoga en sangre el anhelo del pueblo que quiere nombrar un gobernador.
Regresa a su pueblo y forma un club democrático con sus más fieles amigos.
Al celebrarse las elecciones de Coahuila, monta en su potro y corre de comicio en comicio, hablando a todas las gentes de sus derechos, y cuando el jefe político se opone y trata de arrestarlo, él se lleva las urnas a su casa y allí se hace la fiesta cívica del pueblo.
La burla, más tarde, que convierte al gobernador por la vía del fraude, otra vez en gobernador, le inclina, pensando en el primer triunfo que él ha obtenido allí en su pueblo, a elevar su voz a toda la nación.
Y se inicia contra Madero una era de persecuciones en que él, lejos de anonadarse, ejercita su elevado oficio de salvador. Madero conoce la vejez del régimen, frente a la recia juventud de su pueblo.
Hasta sus oídos han llegado las maliciosas y cortesanas consejas de los capitalinos, afirmando que solamente las varillas de un corsé que amorosamente pone la esposa del dictador, conservan ya la alvitez del héroe envejecido. Y la ancianidad - lo sabe Madero - también acompaña a la mayoría de los miembros de su Gabinete: cada uno de ellos, dice un brillante comentarista, podía hacer suya aquella amarga reflexión de Corneille: "Mi inspiración se ha ido con mis dientes".
Madero, señores, sabe que esa es la hora de su pueblo.
Sabe también que frente a aquella dictadura, una sola palabra de democracia bastará para derramar el vaso de la paciencia pública. Y Madero, el soñador, Madero el apóstol, confía toda la fuerza de sus luchas a un libro de libertad y a una necesidad entrañable: la bendición de su propio padre.
Un día tiene un sueño y ve en él que el padre le da su aprobación con una mirada llena de dulzura. Ese mismo día recibe un mensaje y escribe una carta conmovedora, en que dice a su padre: " Demasiado comprendo que al darme tu bendición has obedecido a un arranque de generosidad, de grandeza de alma, en que elevándote a las más altas regiones del espíritu, has hecho sólo tenga eco en ti la más noble aspiración, y dominado por ese sentimiento, no vacilaste en cumplir con tus deberes con una abnegación admirable". ¿No es grande el hombre que más que a la cárcel y a la muerte teme al desacuerdo cordial de su padre? Por ello, cuando la aprobación del padre llega, Madero se siente invencible. Envía su libro al dictador, quien ha confesado a Creelman que él cree que su pueblo ha madurado para la libertad; en esa carta exaltada le asegura a don Porfirio: "Para el desarrollo de su política, basada principalmente en la conservación de la paz, se ha visto usted precisado a revestirse de un poder absoluto que usted llama patriarcal. La nación toda desea que el sucesor de usted, sea la ley".
Alguien - parece que fue don Teodoro Dehesa - le llevará a una entrevista con el dictador. Cuando don Porfirio ve que aquel hombre no le habla con la adulación con que le han hablado todos los hombres en treinta años, cuando ve que se resiste, cuando ve que no acata lo que él quiere, el dictador tiene para Madero una burla cruel: "Usted, como todos los mexicanos, tiene derecho a aspirar a la Presidencia, y frente a usted tiene el ejemplo de Zúñiga y Miranda".
Madero le ve airado: "Tenga en cuenta el señor Presidente, que está hablando con el jefe de un partido contendiente. Hemos terminado. Hasta los comicios".
Y alguien que habla con hondura sobre este suceso, reflexiona con toda verdad en este sentido: cuando Madero le dice a don Porfirio: "Hasta los comicios". le quiere decir desde el fondo de su alma: "Hasta la revolución".
Don Porfirio ha de recordar, con hondo remordimiento, aquellas falsas palabras que lanzó contra Juárez en el "Plan de la Noria": "He dado suficientes pruebas de que no aspiro al Poder, a encargo o empleo alguno. Si el triunfo corona nuestro esfuerzo, volveré a la quietud del hogar doméstico. Combatiremos por la causa del pueblo, y el pueblo será el único dueño de su victoria. Constitución de 57 y libertad electoral, serán nuestra bandera".
Pero ahora, cuando un primer enemigo, después de treinta años de reelecciones, se lanza a la más pura lucha electoral que ha existido en el país, lo encarcela y se declara vencedor. Madero, dueño de la palabra que hiere al corazón del pueblo, es acusado de haber pronunciado un discurso injurioso. Va a la Penitenciaría; de la penitenciaría pasa a la Cárcel de San Luis; y Madero, aquel héroe entrañable, rompe su aislamiento nombrando a su propia mujer como defensor, haciendo del corazón de ella un puente entre él y su pueblo.
Libre bajo fianza, Madero conspira; se acercan los días sonoros del Centenario; en ellos, el dictador
goza las últimas horas de un México en el que durante treinta años entregó la autoridad y el poder como un regalo o como una gracia que podía dar a capricho o a perpetuidad; un México en que él creó un régimen territorial que se acumula en las manos audaces de los grandes terratenientes; un México en que logró un vasto programa de obras materiales con los rendimientos de una gran industria: la propia esclavitud de su nación. Sin embargo, el pueblo ya no oye los clarines del buen patriarca, que el Poder ha convertido en verdugo. En esa fecha suenan en el corazón del pueblo, como hace cien años, la lenguas clamorosas de la campana de Dolores.
Muy cerca de la Metrópoli, en ese mismo día, en las humildes tierras de Tlaxcala, una mujer, una heroína, ha de caer sacrificada, porque encabeza en esa fecha gloriosa una manifestación y agita en alto el retrato de Madero, el nuevo capitán del pueblo.
Cuando Madero va a la lucha, acaudilla su primer fracaso. Madero sabe que no es un señor ni un genio de la guerra. Su primer aventura militar es la derrota de Casas Grandes. En su auxilio han de venir de las sierras de Chihuahua los primeros grandes guerreros de la Revolución: Pascual Orozco y Francisco Villa; ellos le abrirán el camino del triunfo hacía la toma de Ciudad Juárez, y y desde ese mismo momento, señores, Madero ha de luchar contra sus propios Generales. Para él han de comenzar las desventuras políticas.
Proclamado ya Presidente Provisional, él, cuya fuerza es la bondad, no acierta en el uso que el Poder da a la fuerza; sus generales quieren que mate al general vencido. Madero quiere llevarlo a un tribunal de guerra. Orozco se subleva contra la actitud de Madero y enardece al espíritu de Villa. Estando Madero en consejo con su Gabinete, preséntase Orozco intempestivamente. "Está usted preso", le grita. "Jamás, antes muerto", le replica Madero. Orozco arguye que el Ejército pide la muerte de Navarro, el vencido. Madero le increpa: "¿Es que acaso la fuerza armada puede deliberar antes que su Jefe? Usted es el insubordinado; usted es el traidor".
Los ministros tratan de ganar la puerta. Orozco, amenazándolos con un revolver, los detiene. Madero, inerme, sabiendo que toda su luz le viene del pueblo, se abre paso entre Villa y Orozco y sale a hablar a la tropa.
"¡Soldados de la libertad!: Vuestro general Orozco se ha insubordinado contra mí, que soy su jefe y el caudillo que habéis escogido para derrocar la dictadura". La tropa responde con un solo grito": "¡Viva Madero!" Orozco no sabe si disparar o doblegarse. Madero vuelve a hablar: "Soldados: el señor Orozco ha pretendido prenderme, y ese acto de insubordinación necesita un severo castigo; mas yo le perdonaré a él si reconoce su falta y vosotros me pedís que le perdone". El Ejército prorrumpe en nuevos gritos. Ahora son: "¡Viva Madero! ¡Viva Orozco!" mientras éste guarda el arma y se encamina a los brazos abiertos de su jefe.
Cuando más tarde, y ya firmado el convenio de paz que llevó a la Presidencia de la República a don Francisco León de la Barra, Madero, que ve en Zapata a un vengador del pueblo, al saber que no ha depuesto las armas, se ofrece a pactar con él si la columna federal que lo combate y que encabeza Huerta, detiene su marcha; Madero llega hasta Cuautla; Zapata sale ante él y descubre su sombrero galoneado. Pronto llegan a un convenio: Eduardo Hay será Gobernador; Raúl Madero tendrá el mando militar de la Zona; ningún soldado federal podrá ocupar un puesto público en Morelos. Sin embargo, el Gobierno Interino rechaza el Tratado, y falta a su palabra.
Huerta, maestro de traiciones, continúa su marcha hasta Cuautla.
Las tropas surianas, creyendo a Madero el autor, el creador de una maniobra, gritan contra él: ¡ Muera Madero !, ¡ muera Madero !
Madero sube al balcón de la jefatura y habla al pueblo. La tropa se rinde ante su palabra, porque la palabra de Madero es la palabra de un héroe que lucha a pecho descubierto.
Cuando Madero regresa, José María Lozano, un enemigo del apóstol, habla aquí en esta misma tribuna, en una sesión tormentosa: "Don Francisco I Madero creyó que en el fondo de aquella expedición se agitaba un complot y fue con grave riesgo de su vida a cumplir a Cuautla un doble deber: deber de patriota, deber humanitario, a ver si lograba por la persuasión calmar a Zapata y evitar así a la República un derramamiento de sangre humana; y deber de caudillo, deber de candidato: salvar a un correligionario del peligro".
"Madero no puede ser censurado ni desde las altas cumbres de la moral eterna, ni desde las llanuras de la moral política".
Después de las elecciones, Madero, bajo arcos triunfales ha de cruzar nuestro bosque milenario y ascender por la hermosa colina del Castillo de Chapultepec. Ya en el Poder, lo persigue otra vez la desventura política. A cada uno de sus actos de bondad, responde un movimiento de rebeldía. No será , sin embargo, la fuerza, la que lo haga caer. Vence a Bernardo Reyes, vence al grupo de los Vázquez Gómez, vence a Orozco, vence al propio Félix Díaz. Sólo la traición ha de vencerlo a él.
Y hoy, hace treinta y cinco años, Huerta, después de pactar con Félix Díaz, después de asesinar villanamente a don Gustavo Madero, después de hacer prisioneros a don Francisco I. Madero y a Pino Suárez, arma el brazo de los asesinos.
Cuando el pueblo ve salir los cadáveres de la Penitenciaría, con su honda pena, silencioso, va hasta el túmulo del apóstol y arroja coronas.
Una dice: "Al mártir de la libertad". Otra reza esta leyenda: "Al protector del pueblo". Y un patriota anónimo ata a un ramo de flores un papel humilde con estas palabras: "Señor: los desgraciados te lloramos, porque sólo podemos ofrecerte nuestras lágrimas".
Hoy, hace treinta y cinco años, señores, murió Madero y todos tenemos el deber de defender su grandeza. La fuerza de él era el desinterés, y no
era un valor privativo de él, era un legado heroico de su familia.
Señor general don Raúl Madero: Permítame Usted que desde la Cámara de Diputados de mi patria, le recuerde aquel día en que Villa, en su idioma noble y brutal, le dijo a usted: "Los Madero son unos tercos. Usted no quiere recibir el dinero que yo le ofrezco. Ustedes han sufrido mucho, han dedicado todos sus bienes a la Revolución. Ya que usted no lo acepta, vaya y dígale a su padre que puede obtener en el Banco de Chihuahua que yo he formado, todo el dinero que necesite para sanear sus bienes".
Y usted, señor general Madero, volvió con esta respuesta: Su padre le dijo a usted: "Dile al general Villa que le agradezco su oferta. Yo jamás he pensado en especular con la sangre de mis hijos".
(Aplausos nutridos).
Madero, señores, supo condensar en una época de la historia de su patria, la voluntad entera de su pueblo. Madero, señores, no fue un caudillo temporal, no fue un profeta sectario, fue el representante iluminado del anhelo de todo un pueblo. La fuerza de Madero radica en la inmensa bondad de su valor. Madero, señores, el primer Presidente de la Revolución Mexicana, fue el mexicano que profesó en el más alto grado, eso que Torres Bodet ha llamado bellamente la "ciudadanía de la virtud".
Por eso hoy cada mexicano siente que la muerte de Madero ha dado nuevas condiciones a su vida. Aquí, mis compañeros, han hablado ya de esas condiciones nuevas del pueblo mexicano. Yo no deseo repetir esa verdad que seguiría siendo verdad aunque no se repitiese, pero sí quiero unir mi grito al grito sincero de ellos, para resumir la obra de Madero en estas palabras: Su muerte hizo posible la mayor suma de libertad para todos los mexicanos; su muerte hizo posible una mayor oportunidad de dicha para todos los mexicanos; su muerte hizo posible un mayor grado de justicia para todos los mexicanos.
Antes de decir mi palabra última, quiero advertir a ustedes: No olvidemos que en la sombra crecen los hijos espirituales de Huerta. Defendamos el culto de la grandeza de Madero; defendámosle en el pensamiento de nuestro hijos; defendámosle en la conciencia de nuestras esposas; defendámosle en la fe de nuestras madres; defendámosle en la enseñanza de nuestros maestros; defendámosle en la esperanza de los desvalidos; defendámosle en la fuerza de todos los hogares justos; defendámosle en nosotros mismos, en nuestra voluntad, en nuestros esfuerzos, en nuestra conducta; porque Madero, señores, con la sangre inmortal de su martirio, escribió esta lección para el mundo: ¡Somos hijos de un pueblo que jamás ha de ir a la Vida sin bondad ni a la Muerte sin Honor! (Aplausos nutridos y prolongados).
El C. Presidente: La Presidencia ruega a los señores diputados y senadores y a los concurrentes a esta solemne sesión, ponerse de pie y guardar un minuto de silencio para honrar la memoria de los señores Madero y Pino Suárez, mártires de la Revolución Social Mexicana.
(Todos los presentes se ponen de pie y guardan silencio durante un minuto).
El C. secretario Romero Manuel Antonio: Va a leerse el acta de la sesión solemne celebrada por la Comisión Permanente del H. Congreso de la Unión, el día veintidós de febrero de mil novecientos cuarenta y ocho.
"Presidencia del C. Fernando Cruz Chávez.
"En la Ciudad de México, a las once horas treinta minutos del domingo veintidós de febrero de mil novecientos cuarenta y ocho, con asistencia de veintidós ciudadanos representantes, se abre esta Sesión Solemne que tiene lugar por acuerdo de esta Asamblea, en ocasión del XXXV aniversario de la muerte del que fuera Presidente de la República y Apóstol de la Democracia, don Francisco I. Madero.
Asisten a la sesión, como invitados de honor , miembros del Cuerpo Diplomático, del Gabinete y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, así como ciudadanos diputados y senadores y comisionados de distintas organizaciones.
Pronuncian discursos alusivos al aniversario que se conmemora, enalteciendo la figura del que fuera Presidente de la República y Apóstol de la Democracia don Francisco I. Madero, y los ideales de la Revolución por él iniciada, los ciudadanos Senador Gustavo Díaz Ordaz, Diputado Federico Berrueto Ramón, Senador Alfonso Corona del Rosal y Diputado José López Bermúdez.
La Asamblea y los que concurren a esta sesión, a pedimento de la Presidencia, se ponen en pie y guardan un minuto de silencio a la memoria de los señores Madero y Pino Suárez, Mártires de la Revolución Social Mexicana.
"Se leyó la presente acta".
Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.
El C. Presidente (a las 13.45 horas): Se levanta la sesión y se cita a los señores senadores y diputados, miembros de la Comisión Permanente, para la sesión del martes próximo a la hora de costumbre.