Legislatura XL - Año II - Período Ordinario - Fecha 19471119 - Número de Diario 24

(L40A2P1oN024F19471119.xml)Núm. Diario:24

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., MIÉRCOLES 19 DE NOVIEMBRE DE 1947

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921

Director de la Imprenta, Lic. Román Tena. Director del Diario de los Debates, J. Antonio Moll.

AÑO II.- PERÍODO ORDINARIO XL LEGISLATURA TOMO I.- NÚMERO 24

SESIÓN SOLEMNE DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

EFECTUADA EL DÍA 19 DE NOVIEMBRE DE 1947

SUMARIO

1.- Se abre la sesión.

2.- Los ciudadanos Alfonso Corona del Rosal y Pascual Aceves Barajas, a nombre de la Cámara de Senadores y de la de Diputados, respectivamente, pronuncian discursos alusivos para conmemorar el aniversario de la iniciación de la Revolución Mexicana.

3.- Se lee y se aprueba el acta de esta sesión.

DEBATE

Presidencia del C. FRANCISCO NUÑEZ CHÁVEZ

(asistencia de 77 ciudadanos diputados).

El C. Presidente (A las 13 horas): Se abre esta sesión solemne que tiene lugar por acuerdo de esta Cámara para conmemorar el principio de la Revolución Mexicana.

Tiene la palabra el senador Alfonso Corona del Rosal.

El C. Corona del Rosal Alfonso: Señor Presidente; señor Presidente del Senado, señores diputados; señores senadores; señor general Sánchez Taboada; señoras y señores:

Afirma Ingenieros que mientras mayores estudios se hacen de la historia, mayor es el eco sentimental que se forma en nuestras almas, y nos hace volver la vista al pasado y aferrarnos a él, deformando así la visión que debemos tener de los fenómenos históricos. Solamente una inteligencia fuerte y clara puede impedir que ese sentimiento falsee la verdad; nos haga concebir la historia en forma muy distinta de lo que es; olvidando su carácter esencialmente mutable, esencialmente dinámico, para considerarla en una forma absolutamente contraria. La engañadora poesía del pasado -dice- deforma los hechos y hace que los hombres prefieran el invierno a la primavera, el ocaso a la aurora, y que se formen un concepto falso del devenir histórico. No debemos olvidar, -agrega- que no hay ninguna obra humana que, como tal, pueda ser eterna; todo está sujeto a cambio, a mutación; todo sigue el concepto esencialmente dinámico que orienta los actos de la vida entera. Yo creo, señores, que esas palabras son acertadas y que hoy que nos reunimos aquí para conmemorar en forma solemne la gloriosa epopeya que se llama Revolución Mexicana, debemos procurar evitar ese escollo que falsea la verdad histórica de nuestro país. Debemos ver hacia el pasado, sí, para desenterrar las raíces de la Revolución Mexicana; para conocer las causas que la produjeron; recordando las razones que impulsaron a los mejores hombres de México a lanzarse a la lucha y a forjar esa trascendente epopeya. Por ello debemos volver la vista al pasado, pero sólo con esa finalidad. Debemos evitar que un concepto equivocado orille al concepto progresista de la historia; debemos ver el fenómeno histórico en su absoluta desnudez, en todo lo que tiene de verdadero; en lo que debe tener de adecuado el pensamiento hacia la realidad. Por eso, cuando nosotros volvemos los ojos hacia el pasado de México, contemplamos una verdad que han proclamado aun pensadores extranjeros: "Todas las guerras y las Revoluciones de México no han sido otra cosa, sino guerras y revoluciones por la posesión de la tierra mexicana".

No debemos, por ningún motivo, perder en nuestra perspectiva esta verdad absoluta. México ha luchado en el pasado por la tierra, y si hoy México empieza a encontrar el camino de su tranquilidad y el camino que lo llevará a su definitiva grandeza y estabilidad, es porque la tierra ha pasado, en forma definitiva también, a manos del pueblo de México. (Aplausos).

Las mismas causas que engendraron la revolución de 1910, son las mismas causas, o cuando menos coinciden en su mayor parte, con aquellas que engendraron a la revolución de 1810. Esta no es una afirmación novedosa, pero es una afirmación absolutamente cierta.

Por la guerra emigraron los pueblos primitivos al Anáhuac en busca de la tierra tan codiciada que continuó siendo un anhelo hasta la llegada de Cortés; fue el ansia que hacía suspirar a toda la población de México durante la Colonia, durante los

primeros años del régimen independiente; y su posesión, también es causa importante en la obra trascendental de Juárez. Y este pueblo nuestro, ansioso de poseer un pedazo de tierra que le diera para vivir, que le diera para satisfacer sus necesidades, para hacer una vida humana, se vio más que nunca privado de ella, más que nunca desposeído por las compañías deslindadoras, por los grandes terratenientes de la época de Porfirio Díaz, que no respetaron ni la pequeña propiedad, ni la propiedad de los indios; que redujeron a los dueños de este México, tan querido para todos nosotros, a la condición de parias en su propia patria.

Los indios de la época de Díaz, los campesinos de esa época, no fueron dueños sino del terreno que pisaban; únicamente donde asentaban las plantas de sus pies era lo que podían considerar como suyo, respecto al suelo de México.

Esto trajo como consecuencia un gran acaparamiento de la riqueza, como todos ustedes saben. Yo no quiero entrar en detalles acerca de esta cuestión, porque sería abusar de la paciencia y de la benevolencia de ustedes. Ellos son mejor conocidos de ustedes, que de mí, y si los evocamos, y si los vuelvo a citar, es porque debemos recordar siempre, no por nosotros sino por las generaciones venideras, las causas fundamentales de la Revolución de México; que sepan ellas en todo momento las grandes injusticias que se cometieron durante más de treinta años por un régimen verdaderamente injusto, por un régimen verdaderamente discriminatorio, por un régimen que tendía a beneficiar a unos cuantos olvidando la miseria en que se ha debatido siempre el pueblo de México.

Era esa una injusticia y no podía persistir. Por fortuna, repito, facilitó el advenimiento de la Revolución de mil novecientos diez. Al concentrarse la riqueza, al agravarse las grandes desigualdades, fue posible que todo el pueblo se lanzara a la lucha para terminar con esa situación insoportable. Volvieron a resonar en todos los rincones del Anáhuac los redobles de los viejos tambores, volvieron a oírse los viejos caracoles de guerra, nada más que ahora todas las llanuras del Norte de México se habían convertido en un gigantesco tambor que redoblaba bajo el cielo de la patria. Los hombres del Norte, los hombres del centro, los hombres del Sur que, vistiendo el tejano o usando el sombrero de palma incendiaban en el altiplano y en el trópico, incendiaban en todos los confines de México para hacer justicia a México, para hacer justicia al campesino, para sacar al pueblo de México de esa miseria en que por siempre había estado. Tal es la esencia de la Revolución nuestra. (Aplausos).

No podemos olvidar jamás que así como la Revolución de mil ochocientos diez tuvo sus precursores y el licenciado Verdad y Talamantes y tantos otros fueron al patíbulo y fueron a la cárcel, la Revolución Mexicana tuvo los suyos. Y así cayó un magnífico Praxedis Guerrero y así cayó un Flores Magón y así cayeron muchos precursores que ofrendaron lo mejor que tenían en beneficio de su pueblo, de su patria, y se alzaron los mejores hombres de México; se alzó Madero con su bandera inmortal; se alzó Carranza después para vengar la muerte de éste y el grito del cura Hidalgo se hizo eco, se amplificó en el Plan de San Luis y en la voz austera de Carranza; y las instrucciones que el inmortal Morelos diera a sus capitanes en relación con el programa agrario de México, volvieron a levantarse magníficas en la voz de Emiliano Zapata. (Aplausos). Difícil es, compañeros, venir a esta tribuna excepcional, donde tantos magníficos oradores han desfilado, y tantas personas eminentes han cantado con voz autorizada e incomparablemente mejor que la mía, a la Revolución de México. Pero me conforta y hace fácil mi labor el pensar que los principios y los anhelos de la Revolución Mexicana están definitivamente adentrados en el alma del pueblo de México. ¿Y cómo no han de estar adentrados los anhelos de la Revolución Mexicana en el alma de México, si tienden a proporcionarle a ese pueblo bienestar y lo que puede ambicionar cualquier pueblo de la Tierra? Por esos ideales, por esos anhelos, todo México, lo mejor de él, se lanzó a la lucha y vino la Revolución Mexicana, magnífica, invencible, porque ¿cómo no iba a ser invencible una Revolución que frente a las injusticias del campo grababa en su bandera al anhelo por una jornada menos inhumana, por un salario menos miserable, por que los patrones ya no siguieran poseyendo toda la tierra de México, mientras los campesinos no disponían ni de un solo pedazo de ella; por que los capataces, producto de la misma sangre y del mismo tronco, ya no los trataran en la forma en que los venían tratando, como si fueran esclavos del salario miserable e inhumano que les daban; por que los dueños de haciendas ya no lo fueran, también, de las vidas y de las honras de sus peones; por que las balas del Ejército no se dirigieran contra obreros que pedían una reducción en sus jornadas de catorce y de dieciséis horas diarias y aumentos de cinco o de diez centavos en sus miserables salarios; por que el pueblo tuviera educación; por que todos fueran iguales ante la ley, aun cuando fueran pobres, aun cuando fueran indígenas y aun cuando fueran ignorantes; por que México tuviera condiciones mejores de vida; por que México se fuera levantando poco a poco, hasta llegar a ocupar un sitio digno ante todas las demás naciones; por que México se irguiera hasta hacer suya su riqueza natural; por que lograra ondear su magnífica bandera, su gran insignia, al lado de las de todas las naciones democráticas en la última conflagración, definiendo los derechos inalienables de los hombres en lo mejor que tienen, como personas humanas? (Aplausos).

Y así vino la Revolución Mexicana, y ha sido y seguirá siendo. Fue una Revolución en las más amplia acepción de la palabra; destrucción violenta y acelerada de un régimen económico, político y social verdaderamente injusto. En la economía ha producido la Revolución una amplia transformación, también completamente conocida de ustedes, pero bueno es insistir en sus directrices fundamentales; creó un nuevo sistema de propiedad de la tierra, que se ha reflejado en las condiciones de vida de la Nación Mexicana; refacciona a campesinos para que produzcan más; ha ejecutado obras de

irrigación con un ritmo como jamás se pudo haber soñado antes de la Revolución Mexicana; facilidades al desenvolvimiento industrial; mantenimiento y apertura de nuevas fuentes de trabajo; obras de saneamiento, haciendo llegar a éstas a lugares donde ni siquiera se podía concebir hace unos cuantos años; salubridad para las gentes de México, vacunas, profilaxis de enfermedades, escuelas, todo un programa amplísimo que nosotros debemos hacer recalcar siempre porque es lo principal de la Revolución; la característica de la Revolución no son los errores graves o mínimos de unos cuantos de sus hombres, errores que se abultan, día a día, dándoles publicidad con el fin de combatir a la Revolución en forma tortuosa y aviesa, pero cualquiera que sea la importancia que tengan, es un aspecto mínimo en la Revolución Mexicana. La característica principal de la Revolución es su fase constructiva, lo que ha dado al pueblo de México las realizaciones que ha traído; y esas no son palabras, están de pie en todos los ámbitos de la República; y ello, aunque no se quiera, es el pensamiento de los hombres de la Revolución, no el pensamiento ni mucho menos la acción de los enemigos de la Revolución Mexicana.

En lo social, es verdaderamente notable también la influencia de nuestro movimiento social: liberación moral del campesino. Fundamentalmente el campesino ha dejado de ser lo que era: un esclavo y un paria, para convertirse en un hombre libre y en un hombre digno, en un hombre que hoy ya no inclina la cabeza ante nadie y ante nada, y esto es también obra de la Revolución. No vamos nosotros a afirmar aquí que el campesino está liberado económicamente. Aun faltan muchos años para lograr este bello ideal; pero esto también es un anhelo de la Revolución y su realización está en marcha por los hombres de la Revolución. Jamás, antes de que ellos tomaran en sus manos el gobierno, había tenido México sistemas educativos de tan grande amplitud, de tan grande envergadura como los de los últimos años desde Alvaro Obregón; desde que fue Vasconcelos a Educación Pública en que ya se empezó a trabajar en la cuestión educativa, fue posible el alcanzar límites insospechables. Hasta hoy, la educación en México ha seguido siempre un ritmo ascendente, y los maestros rurales, creación de la Revolución, han enseñado a leer a miles y miles de campesinos y siguen derramando el conocimiento en los lugares más apartados de México, haciendo así realidad otro de los ofrecimientos de la Revolución Mexicana.

En lo político, la Revolución cumplió suprimiendo la dictadura y todo germen dictatorial. Por otra parte, ha dado leyes que facilitarán en el futuro, indudablemente, el advenimiento de una verdadera democracia; una democracia para ejercicio del pueblo, no una democracia para el ejercicio de unos cuantos privilegiados, porque eso sería la negación de la palabra; pero, hay que sostenerlo aquí: si la democracia alguna vez es realidad en México, como tiene que serlo, se deberá a las leyes que ha dictado la Revolución en este aspecto político tan importante.

Por otra parte, la Revolución no ha seguido una política de carro completo. Siempre ha tenido las puertas abiertas a todo lo que haya de bueno en el país; quienes no han querido venir a colaborar a través de ella para el engradencimiento la mejoría de México, es porque no han querido hacerlo así.

La Revolución ha llevado al Poder en la actualidad a hombres de auténtica extracción universitaria. Si hace años se suspiraba en mítines estudiantiles, en determinados centros de cultura, porque los hombres más preparados ocuparan los puestos de dirección, hoy esa aspiración es una realidad. Eminentes maestros universitarios están en los puestos de dirección en el Gobierno y esto también ha sido obra de la Revolución, no ha sido obra del azar ni del capricho; ha sido una posición adoptada por la Revolución en una forma completamente consciente, razonada y teniendo como meta el bienestar de nuestro país.

La Revolución también necesitaba tener su órgano de fuerza. Todo Estado, cualesquiera que sean sus características, necesita apoyarse en un órgano de fuerza. El órgano de fuerza de la Revolución Mexicana, es el Ejército Nacional, el Ejército Mexicano que también ha venido mejorando en forma rápida y constante su funcionamiento. Formado a raíz del triunfo de la Revolución por los campesinos y obreros que empuñaron las armas para hacerla realidad; ha venido mejorando sus cuadros, los conocimientos de todos sus integrantes; su material; y haciendo cada día mejor su funcionamiento, más acorde con la técnica moderna, sin olvidar una cosa fundamental: el Ejército de México es el órgano de fuerza de la Revolución Mexicana, del Estado Mexicano, producto de esa Revolución y del Estado. El Ejército Nacional ha desarrollado, como la principal característica de él, la que es característica de todo el que viste uniforme; la lealtad. Por eso puede estar siempre seguro el pueblo de México, de que el Ejército Nacional siempre será leal a los principios que lo crearon, al Gobierno del cual es órgano; el Ejército Nacional siempre será leal a las instituciones nacionales. (Aplausos).

Este Ejército nuestro, tan sufrido, tan noble, tan leal, que con dignidad supo participar en la última contienda, desde su Jefe Supremo hasta el último de sus soldados; que llevara su bandera en las alas del glorioso escuadrón 201, a pelear sobre el suelo japonés; este Ejército nuestro, repito, supo dignamente participar el la última contienda, cuidando de la seguridad de la zona que le fue en comendada.

Y yo aquí, señores representantes, quiero cometer una indiscreción (nunca lo son cuando se trata de exaltar a los hombres representativos de nuestro país). Decía yo hace un momento que el Ejército de México, desde su Jefe hasta el último soldado, supo cumplir con sus deberes guerreros durante la conflagración pasada. El Jefe Supremo del Ejército, en esa época, era, como lo es hoy por mandato de la ley, el señor Presidente de la República, entonces el señor general Manuel Ávila Camacho, quien ocupaba la primera magistratura de la nación.

Cuando el señor general Ávila Camacho tuvo su histórica conferencia con aquella luminaria de la

humanidad que se llamó Franklin D. Roosevelt, en Monterrey, le manifestó que en vista de las circunstancias en que se había venido desenvolviendo el conflicto bélico, México había decidido participar en la guerra, y quería hacerlo no en una forma teórica; sino enviando al frente de batalla una o dos divisiones, y que lo único que México reclamaba, con dignidad, era una cosa: que esos hombres fueran a pelear bajo la bandera mexicana, y que aunque fuera un sector pequeñísimo, pero que lo tuviera bajo su responsabilidad, y que el señor general Ávila Camacho, como presidente de México, sentía una grave responsabilidad al tener que disponer que fuera a derramarse sangre de México al frente de la batalla; pero que él era General y pediría una licencia para ponerse al frente de esas tropas que salieron del país. Comento esta indiscreción, porque mal haría en volcar incienso al poderoso: pero cuando un hombre que ha sido representativo del país ha dejado el poder y es un modesto ciudadano completamente alejado de toda cuestión política, debemos hacer justicia a esa conducta, que fue orientada en una forma que honra a México y al Ejército de México. En esa época, el Estado Mayor Norteamericano no aceptó el envío de esos hombres fuera del país; pidió braceros. Así cumplió México sus compromisos; pero quede aquí asentado que, cuando fue necesario, México supo hacer, con dignidad, el ofrecimiento de sus hombres y de su bandera, para participar en la conflagración en favor de las democracias. (Aplausos).

Y así ha venido caracterizándose la Revolución Mexicana hasta llegar hoy a una nueva etapa de ella no menos importante para el futuro de México. Con el señor presidente Alemán, que de la Revolución viene, se abre un nuevo capítulo de nuestra historia y se abre en forma extraordinariamente importante, porque pocas veces podemos encontrar en las páginas históricas de nuestra patria situaciones que caractericen a una época como las de la época presente. Muchos economistas pensaron que después de la última guerra sería posible evitar la crisis postbélica semejante a la que vino después de la guerra del catorce a dieciocho. Aun cuando es cierto que todavía no vemos un desplome económico como el que sucedió después de ese choque armado, no es menos cierto que en casi todas partes del mundo hay hambre, miseria, escasez de alimentos, escasez de habitación, mil y más problemas sociales, verdaderamente tristes.

Las guerras contemporáneas ponen en choque a los recursos todos, no sólo de naciones, sino de casi el mundo entero y no pueden dejar, después de ellas, islotes aislados donde únicamente haya felicidad y bienestar; existe una interdependencia íntima entre los fenómenos económicos mundiales y si se refleja a veces la prosperidad de los países productores en los países de economía débil, con mayor razón y con mayor fuerza se refleja la pobreza y los problemas de esos países en los países cuya característica acabo de señalar.

Por eso México no puede permanecer hoy aislado ante la depresión económica general del mundo entero. Por eso empezamos a resentir, día a día, problemas que vamos sintiendo en forma aguda; por eso el señor Presidente de la República merece el apoyo del pueblo entero de México en todos estos años, porque jamás, repito, habíamos visto situaciones, reflejo de la crisis mundial, que se presentaran en forma como la que estamos contemplando en nuestros días.

El señor Presidente tiene un amplio programa, desde antes de tomar posesión de la Presidencia, como todos sabemos; él continúa con mano firme y vigorosa la trayectoria de la Revolución Mexicana, y nosotros también debemos hacer resaltar eso aquí.

Un estimado periodista, amigo mío, dilecto amigo, me decía un día en la intimidad que ¿por qué razón ustedes los revolucionarios, siempre que suben a la tribuna de la Cámara, no pueden dejar de elogiar al Presidente de la República? "Yo le hacía notar que nosotros somos miembros del partido que sostuvo la candidatura del señor Presidente de la República; que el señor Presidente de la República es el miembro más distinguido de ese partido; que el señor Presidente de la República, en su carácter de Presidente, en su posición de gobernar no solamente para los miembros de su partido, sino para la nación entera, lo que está haciendo en forma brillante, o que merece nuestro aplauso.

Los ataques, queden para gentes que militan en bandos contrarios al nuestro. Es absolutamente justificado que nosotros, cuando subamos a esta tribuna, hagamos resaltar todo lo que de bueno se está haciendo en el país; es una obligación nuestra y una obligación que realizamos siempre con gusto, y la consideramos absolutamente acorde con nuestra posición política.

Por esa razón, debemos hacer resaltar aquí la forma en que el señor Presidente de la República está atacando en estos momentos los problemas más agudos del país. Todos sabemos cómo vino una disminución de nuestras exportaciones, consecuencia de la terminación de la guerra; cómo muchos capitales que antes emigraban y venían a refugiarse a México, hoy han dejado de hacerlo y los que habían llegado antes, han empezado a retirarse, disminuyendo así las existencias monetarias. Todos nosotros sabemos que la transformación de la industria norteamericana colocó sus factorías en situación de poder producir un torrente de mercancías que también pueden venderse a precios bajos, compitiendo ventajosamente con nuestros productos industriales. Todos nosotros sabemos que ello trajo como consecuencia un desequilibrio de nuestra balanza, motivando las acertadas restricciones en las importaciones; todos nosotros sabemos la forma como el Gobierno bate la situación económicamente mala, por medio del otorgamiento de créditos a los campesinos; por la mecanización de la agricultura; por la planeación de grandes obras de irrigación; la planificación de nuevas colonizaciones en tierras fértiles, que hasta ahora no se han cultivado; reduciendo los intereses; en préstamos agrícolas; haciendo economías en los gastos; disminuyendo el pasivo del Banco de México, vigilando del volumen de los créditos; la estabilidad del tipo de cambio; emitiendo monedas de plata; obteniendo créditos para compra de maquinaria agrícola; pagando los

vencimientos de nuestra deuda pública; haciendo modificaciones a los sistemas de tributación; en fin, realizando toda una serie de medidas que se reflejarán, seguramente, en el bienestar de México. El señor Presidente de la República, decía aquí, en su último informe, que indudablemente el problema más grave que ha tenido que confrontar es el de la aparición de la fiebre aftosa en el país. Por fortuna, quienes tenemos la oportunidad de recorrer los campos de México, vemos emocionados la forma en que ha respondido el pueblo, el campesino humilde ante este grave problema. El está demostrando, al combatir esta epizootia, que no solamente sabe servir a México con las armas en la mano cuando es necesario; sino también con el consciente sacrificio en favor de la economía del país. Y debemos estar atentos, compañeros, a que ninguna gente mal intencionada, antipatriota, aproveche este grave problema para tratar de desorientar y crear confusión. Por fortuna, el pueblo mexicano ya sabe distinguir quién es su amigo y quién no lo es; y castiga en firme a quien trata de desorientarlo en problemas tan graves como este.

El señor Presidente de la República, repito una vez más, merece la colaboración del país entero y, por fortuna, la tiene, porque México sabe ser patriota en los momentos de crisis; porque México sabe apoyar a su Mandatario cuando éste es bien intencionado, como lo es el señor Presidente de la República, licenciado Miguel Alemán. Y por eso México está trabajando dentro de las palabras que dijera el señor Presidente de las República en este recinto, entendiendo que "el patriotismo no es sólo una explosión de sentimiento, sino la capacidad de los individuos para reconocer la supremacía de los valores y de los intereses de la nación sobre los intereses de los grupos y de las personas. El verdadero amor a la patria se demuestra no sólo en los actos y celebraciones públicas, sino también y más efectivamente, en el trabajo cotidiano, con el acatamiento de las leyes, con la disciplina que mejor que impuesta a nosotros, nos imponemos nosotros mismos; por el respeto propio y el respeto a los demás". Así está respondiendo el pueblo de México al señor Presidente Alemán; así está respondiendo, en suma, a la Revolución Mexicana.

No faltan voces mal intencionadas que a veces digan que la Revolución Mexicana ha fracasado, ¿Puede fracasar un movimiento que ha hecho todo lo que en forma esquemática y mal pregonada acabo de decir a ustedes? ¿Puede fracasar un movimiento que ha verificado las realizaciones constructivas en todos los ámbitos del país como lo han hecho los gobiernos de México después del sacudimiento social? La Revolución Mexicana no sólo no ha fracasado en ninguno de sus aspectos fundamentales; la Revolución Mexicana sigue expresando las ansias y los anhelos de México, y los seguirá expresando durante mucho tiempo. Pero la Revolución Mexicana, hoy que ha llegado a su mayor edad, hoy que es una espléndida realización, sigue adelante y llama a lo mejor de la juventud de México para que colabore, no en aras de un pasado sangriento, sino en aras del porvenir constructivo de México. Los anchos cauces de la Revolución Mexicana continuarán firmes e inalterables guiando la vida futura de México. (Aplausos).

El C. Presidente: Tiene la palabra el señor diputado Pascual Aceves Barajas.

El C. Aceves Barajas Pascual: Señor Presidente de la Honorable Cámara de Diputados; señor Presidente de la Honorable Cámara de Senadores; señores representantes:

Asuma el verbo sus majestades más altas, inspírelo la República y la emoción del momento, y brote de mis labios en opulentas cláusulas de unción y de verdad para cantar los himnos a la Revolución Mexicana.

Me contrista el hecho de que sea por conducto de mi modesta voz que en esta ocasión la XL Legislatura celebre esta glorificación, pero siempre he creído en una vida de suplencias y de sustituciones, y muchas veces la brevedad, la concisión, la sencillez de lo que se dice suple con ventajas a la elocuencia, máxime cuando se cuenta con la energía de un espíritu que tiene una violenta propensión a la sinceridad y una extraordinaria facilidad para que brote en los labios lo que dicta el sentimiento.

La Revolución Mexicana se encuentra en plena madurez ideológica; ha dejado de ser una promesa para ser una espléndida realidad. Vive actualmente la etapa de la purificación de sus hombres y de sus procedimientos; y una de las cosas que prueban su enorme poder vital es el hecho que puede segregarse de sus miembros gangrenados sin que se altere el ritmo de su vida o sufra menoscabo su prestigio, se lesione el corazón de sus principios básicos ni disminuya la alteza de sus postulados fundamentales.

Tres movimientos en la historia de México tienen particularidades perfectamente bien definidas: la Independencia Nacional que termina con la larga opresión extranjera y acaba con la esclavitud; el movimiento de la Reforma que formó la base de la nacionalidad mexicana y la Revolución de 1910 que al terminar con la opresión de un capitalismo despótico y voraz, vino a hacer patente cuáles deben ser los derechos del pueblo y dio libertad política para que el mismo pueblo nombrara sus representantes.

¿Cuál fue la causa, pues, de la Revolución Mexicana? Se ha dicho que los intelectuales permanecieron al margen de ese movimiento; permanecieron dentro de su torre de marfil, en el aislamiento, en su egoísmo y en la falta de colaboración. Eso es cierto y en la Revolución Mexicana se ve este hecho que no tuvo la Revolución Francesa que fue preparada por los enciclopedistas y que terminó con el privilegio de la nobleza y que no tuvo la Revolución Rusa, que contó siempre con una amplia preparación teórica y cultural. La Revolución Mexicana no la hicieron los intelectuales; la hizo el pueblo mexicano, cualquiera que fuese la causa de esta Revolución.

En frases brillantes, el señor licenciado y senador Corona del Rosal, ha explicado ampliamente esas cosas, y tal vez yo, en el curso de mis palabras, vaya a abundar en sus conceptos. La causa de la Revolución Mexicana fue, principalmente, el hambre de tierras, el hambre de justicia, el hambre de

pan. Esta causa se produjo en una época en donde todo por dentro era opresión, era esclavitud, era desesperanza. Afuera, ni una racha de libertad; nada se movía bajo la impasible dictadura. El viejo dictador, tiene una doble personalidad: por un lado, la personalidad de defensor de las instituciones republicanas, de militar invicto, de héroe de la Patria, cuya figura se agiganta con los años; y su figura de héroe civil, de gobernante despótico, de tirano implacable, cuya figura, a medida que pasa el tiempo, se empequeñece.

En esas circunstancias, en aquellos tiempos hizo su aparición un hombre extraordinario. Si el hálito de los últimos treinta y siete años hiciera vibrar una cuerda solitaria, produciría una sola nota, un solo hombre, un solo sonido: Madero. Madero fue un hombre extraordinario que supo captar las necesidades del momento. Tuvo de la Revolución un concepto político, pero en el fondo de todo aquello, al pueblo no le importaba el cambio de hombres; no le importaba renovar aquellos cerebros inertes de los científicos con la sangre palpitante de los revolucionarios. En el fondo de todo aquello, había un enorme malestar social, político y económico. Pero aquel hombre de naturaleza bondadosa, que quiso gobernar por procedimientos que no eran los adecuados después de aquella larga dictadura; aquel hombre que les habló en un lenguaje de libertad y de justicia que muchos no supieron entender; aquel hombre a quien se criticaba porque iba a la Sinfónica, porque no mataba a nadie, aquel hombre fue traicionado por sus mismos amigos, y se vio el espectáculo que también se vio el siglo pasado, de que los insurgentes armaran a los realistas, para que más tarde éstos volvieran sus armas contra aquéllos. Así, Madero dejó armado el Ejército Federal, que luego lo traicionó dando origen con esto a la tragedia más grande que registra la Historia de la Revolución, con la victoria huertista.

Castillo Torre dice estas palabras: El hombre, cuando castiga, llama tigre a Leonardo Márquez y chacal a Victoriano Huerta; y cuando premia, llama varón ilustre al Marqués de Casafuerte y Padre de la Patria a don Antonio María de Bucareli y Urzúa; tiene siempre un concepto laudatorio y para premiar las grandes virtudes y un anatema para castigar los grandes crímenes. El pueblo no confunde a los apóstoles con los farsantes y a los héroes con los bandidos; y con una admirable intuición clarividente, premia o castiga, mientras al ritmo del estruendo de la fragua épica en que forja su destino, va repitiendo por el mundo la hermosa frase del más joven y brillante general de la Reforma, Leandro Valle: "Estas charreteras me he puesto a cañonazos". A cañonazos se puso el pueblo las charreteras de su emancipación social y mientras eso sucedía, apareció en el panorama la augusta figura de Carranza, el austero Varón de Cuatro Ciénagas; hombre extraordinario que tuvo de la Revolución un concepto social puesto en la Ley del 6 de enero de 1915, en que ya se habla en términos claros respecto de la reparticipación de la tierra; y se hizo posible la unión de los obreros para defenderse agrupados en sindicatos y, sobre todo, se plasmó la Constitución de 1917, que es la que capta todas las necesidades del pueblo en forma de ley. Carranza, hombre extraordinario, tuvo un mérito, que es el mérito más grande en mi concepto que puede tener un gobernante: la honradez extraordinaria. Conocida es de todos ustedes la anécdota del chaquetín sangriento de don Jesús, su hermano, que cuando lo fusilaron, le llevaron a don Venustiano esa prenda de vestir con monedas de oro, billetes y dólares, entonces don Venustiano les dice: "Ese dinero no era de mi hermano, porque mi hermano era pobre; ese dinero pertenece a la Tesorería de la Federación porque pertenece a los haberes de los soldados. Deme usted una moneda de cincuenta pesos para guardarla como recuerdo, y aquí tienen usted su equivalente en billetes.

También es conocida aquella otra anécdota de Carranza, cuando no pudo comprar determinada prenda de vestir porque no le alcanzaba el monto de sus emolumentos.

En la historia de México yo recuerdo haber leído aquella anécdota del Presidente José Joaquín Herrera en donde cierta ocasión su Ministro de Hacienda, don Mariano Riva Palacio, vio que era tan pobre y tan humilde su manera de comer que le dice: "Señor Presidente: le voy a mandar dinero de la Secretaría de Hacienda". Y aquel Presidente puro y honrado, aquel Presidente que debe ser paradigma de las generaciones venideras, aquel Presidente todo honradez y virtud le dijo: "Guarde usted ese dinero, porque ese dinero es para las necesidades de los servicios del pueblo; a mí me basta con lo que me señala el presupuesto".

Después de Carranza vino la etapa sangrienta. En la etapa sangrienta uno de los hombres de mayor personalidad por su idealismo fue Emiliano Zapata, porque su principio de "Tierra y Libertad" fue el que le dio contenido social a la Revolución. Sigue siendo cierto el hecho de que por la tierra se han hecho las revoluciones desde hace mucho tiempo.

El general Obregón, militar invicto, que como Olivereto de Fermo en la canción de Machado, fue hermoso, fue artista en el ramo de la guerra; tuvo muchos aciertos y el fundamental de todos fue su formidable Ministro de Educación Pública, Vasconcelos, que fue el que fundó las bases futuras de la educación pública al establecer la cédula de la escuela rural.

Después de Obregón, en períodos sucesivos vinieron los regímenes de Calles y Rodríguez que dieron auge a muchas mejoras materiales, leyes que protegieron los salarios de los obreros: tuvo auge también en ese tiempo la reorganización de las fianzas y se comenzó a hacer la reorganización del Ejército.

Aparece en los tiempos modernos un Presidente extraordinario: Lázaro Cárdenas. (Aplausos).

Lázaro Cárdenas se destacó en el panorama político con caracteres apostólicos; fue directamente al corazón mismo de la montaña y de la aldea llevando un nuevo evangelio; fue el primer Presidente que aplicó directamente el oído a la espalda

desnuda y dolorida del pueblo; es el amigo del pueblo por antonomasia cuyo nombre se pronuncia con respeto y con cariño en todos los ámbitos del país. (Aplausos).

El general Ávila Chamaco merece un sitio especial en la historia de la Revolución. Cuando México era un país profundamente dividido por diferencias de carácter político, económico y social; cuando México era un país incapaz de ninguna síntesis, entonces apareció la figura del Presidente Ávila Camacho. Y ese estado psicológico del pueblo lo apuntó Urueta con caracteres bien definidos cuando la muerte de Juárez; "Juárez -dice Urueta -en su ataúd descansaba; sus amigos de patriotismo e infortunio rodeaban el cadáver sintiendo no la dolorosa agonía de la desesperanza, sino el germen de una nueva ilusión, y entonces fue cuando Guillermo Prieto, infundiéndole a su frase toda la fuerza vital de su infinito anhelo, gritó: de pie, señor, de pie. Y ante aquella frase poderosa como un conjuro se hizo el milagro: el muerto sacudió el sudario y se puso de pie en la conciencia nacional".

De la misma manera, cuando México estaba profundamente dividido, cuando se hacía más patente aquella división que provenía desde el tiempo de los liberales y los conservadores, de los revolucionarios y de los reaccionarios, de los derechistas e izquierdistas, apareció la voz magnánima del Presidente, llamando a la cordialidad y se hizo el milagro de la unificación nacional. Se ha acusado al general Ávila Camacho de que había transigido con las fuerzas reaccionarias de México. Gobernar no es concordar y transigir; gobernar -dice Maura- es dirigir, saber de dónde se viene, a dónde se va y qué es lo que se quiere.

Así como el nauta que sale de la costa no dirige directamente la proa de su barco hacia el puerto de destino, porque en el camino debe transigir con las olas, con el viento y con el mar, de la misma manera, para llegar al fin de la gobernación del Estado se puede transigir en lo superficial; pero en lo básico, en lo profundo, en lo fundamental, jamás.

El hecho de que haya conseguido que el pueblo, en aquella fiesta de la democracia del siete de julio del año pasado acudiera ampliamente a las urnas, dio motivo para que esa voluntad del pueblo se manifestara ampliamente y llegara aquí la representación de una oposición inteligente y organizada. Ese mérito es del general Ávila Camacho. Al llegar a este momento, yo quiero decir qué es lo que ha hecho en el fondo la Revolución.

La Revolución ha hecho estas cosas: repartir la tierra; hacer del campesino no el paria de los tiempos de la dictadura, sino realizar el concepto del poeta, de poseer un trozo de tierra propia. Si a mí me dieran a escoger entre los hijos de los hacendados que gastaban la fortuna en las viejas capitales de Europa y entre los ejidatarios que gastan el producto de sus cosechas, el producto de su sudor en las ferias populares, montados en briosos caballos, llevando al desgaire el paliacate al cuello, como tratando de revivir el prestigio de los antiguos chinacos; si me dieran a escoger, decía yo, entre aquellas personas y los ejidatarios, me quedaría con los ejidatarios.

Los obreros han tenido también oportunidad de organizarse debidamente. Ya el obrero no es un objeto integrante de la fábrica. Las leyes proteccionistas, dadas al calor de la Revolución, le han otorgado plenamente sus derechos; afirman el derecho de huelga, que limita el capitalista voraz; le dan sus derechos a la mujer; se les ha evitado a los niños que vayan al taller. Y esos obreros organizados bajo la dirección de líderes inteligentes y responsables, constituyen una de las fuerzas sobre las que descansa la Revolución Mexicana. La enorme labor que se ha hecho en comunicaciones, en carreteras que han servido no nada más para recrear la mirada de los turistas, no nada más para satisfacer a los coleccionistas de paisajes y a los oteadores de horizontes, sino que son carreteras que unen a centros de producción con centros de consumo y que son las bases de una industria próspera en México, como es la de los transportes. La educación en México, que tuvo como base la escuela rural que formó Vasconcelos sigue en auge, limitado, naturalmente, por el monto del presupuesto. Faltan muchas escuelas, faltan muchos maestros; pero falta tiempo para desarrollar las labores de la Revolución. Se ha dicho que la Revolución no ha acudido en ayuda de la Universidad en debida forma, para que se fomente el cultivo de las artes y de la ciencia. Sí ha acudido en ayuda de la Universidad, y respondió con aquella Ley de Autonomía Universitaria, que satisfizo las inquietudes del estudiantado. Pero es necesario convencerse de que ese fenómeno es un hecho hasta ciento punto negativo de la Revolución, porque está inspirado en el viejo liberalismo doctrinario en teorías egoístas, y muchos lo que desean es adquirir un título con qué ir a explotar a la humanidad; que se ayude a la Universidad, pero con un objeto determinado: el de que sirva para buscar la verdad en los laboratorios de investigación científica y en las bibliotecas; para recoger plenamente las inquietudes del momento; acercarse al pueblo, investigar la ciencia y buscar la belleza de las artes. Pero no solamente para aumentar el número de profesionistas.

En estos momentos, la Revolución atraviesa por una situación especial. Se ha dicho que la Revolución esta en crisis. Yo lo niego. No hay que confundir el concepto ideológico con el concepto económico. México atraviesa por una crisis económica. Esto está admitido, ya lo dijo el señor licenciado Corona del Rosal. Esto es el reflejo parcial de la situación mundial; es un fenómeno del cual no se puede sustraer, y que es tan frecuente en la posguerra. A los que hablan de crisis, yo les contestaría con una frase silbante de Yabía, que es la frase lapidaria de Cuauhtémoc: ¿Qué las demás naciones están en la prodigalidad, están en la opulencia y en el bienestar económico? La Revolución Mexicana no está en crisis, porque no puede estar en crisis un movimiento que ha contado con la calidad de hombres como Madero, como Carranza y como Obregón; no puede estar en crisis por la nobleza de sus principios, por el fin de sus postulados, por la intensidad de su desarrollo; no puede estar en crisis un movimiento que tiene una personalidad

internacional, porque ese efecto de la Revolución Mexicana cuajó en la Constitución de 17, que es una de las Constituciones más avanzadas del mundo y que es la inspiradora filosófica de un programa jurídico que han copiado otras naciones.

Es el momento, señores, de agruparnos en torno del Presidente de la República; momentos angustiosos vive la patria, sobre todo por el problema de la fiebre aftosa que amenaza con la ruina económica de una región del país, y es el momento de estar con él y no de hacer crítica negativa, y fuera de partidos y de diferencias de ideologías; debemos estar en torno del Presidente porque él es en la actualidad un gladiador de la fatalidad y pretende ser y lo será al fin un forjador del futuro bienestar económico y espiritual de México.

Debemos estar en torno del actual Presidente de la República porque nos convence su juventud dinámica y constructiva, porque nos convence su cultura universitaria puesta al servicio del pueblo, de la Revolución y del país. Nos convence el hecho de que sea un perito en el arte de la política; porque conoce la realidad y la geografía mexicanas, ya que de un confín a otro del país lo recorrió como candidato a la Presidencia; porque nos convence su acendrado patriotismo y la nobleza y buena fe que tiene para resolver los problemas del país y, sobre todas las cosas, porque ante todo y sobre todo, a pesar de lo que digan los opositores, el licenciado Alemán es el auténtico abanderado de la Revolución. (Aplausos).

Ya hemos recordado a nuestros paladines y a nuestros héroes. Para terminar, yo quiero repetir aquella frase de Renán puesta en los labios de Urueta: de una vieja leyenda de Bretaña hubo una pretendida ciudad de las que en tiempos remotos fue tragada por el mar; se sitúa en diferentes puntos de la costa el sitio de la fabulosa ciudad. Y cuentan los pescadores que en las noches de tempestad se ven en el hueco de sus olas las cruces de sus torres y en las noches de calma se oye subir del abismo el sonido de sus campanas, como pretendiendo modular el himno de la alborada.

De la misma manera, de las profundidades de nuestra historia surgen las cumbres de nuestros monumentos de gloria y oímos las voces de nuestros grandes muertos invitándonos a celebrar los nuestra historia surgen las cumbres de nuestros corazón a su estímulo, ni nuestros oídos a su palabra. No vivamos más muertos que ellos. Vamos como ellos a la lucha y vamos como ellos al porvenir. (Aplausos).

El C. secretario Aguirre Delgado Jesús: (leyendo):

"Acta de la sesión celebrada por la Cámara de Diputados del XL Congreso de la Unión, el día 19 de noviembre de mil novecientos cuarenta y siete, para conmemorar el aniversario de la iniciación de la Revolución mexicana.

"Presidencia del C. Francisco (Núñez Chávez.

"En la ciudad de México, a las doce horas y cincuenta y cinco minutos del miércoles diecinueve de noviembre de mil novecientos cuarenta y siete, con asistencia de setenta y siete ciudadanos diputados, según consta en la lista que previamente pasó la Secretaría, se abre la sesión solemne que se celebra para conmemorar el aniversario de la iniciación de la Revolución mexicana.

"Asisten a esta sesión miembros del Senado de la República al que se invitó previamente para esta celebración.

"Pronuncian discursos alusivos los CC. Alfonso Corona del Rosal a nombre de la Cámara de Senadores y Pascual Aceves Barajas a nombre de la de Diputados.

"Se lee la presente acta".

Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. Presidente (a las 14 horas): Se levanta la sesión solemne y se cita a los señores diputados para el próximo viernes a las doce horas en punto.