Legislatura XLI - Año III - Período Ordinario - Fecha 19511012 - Número de Diario 11

(L41A3P1oN011F19511012.xml)Núm. Diario:11

ENCABEZADO

MÉXICO, D.F., VIERNES 12 DE OCTUBRE DE 1951

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos. el 21 de septiembre de 1921.

AÑO III. - PERIODO ORDINARIO XLI LEGISLATURA TOMO I. - NÚM. 11

SESIÓN SOLEMNE

DE LA

CÁMARA DE DIPUTADOS

EFECTUADA EL DÍA 12 DE OCTUBRE DE 1951

SUMARIO

1. - Se abre la sesión solemne. Lectura de la Orden del Día.

2. - Oficio de la Cámara de Senadores designando orador para esta sesión. De enterado.

3. - Hacen uso de la palabra los ciudadanos senador Salvador Gallardo Dávalos y diputado Mauricio Magdaleno refiriéndose a la fecha que se conmemora.

4. - Se lee y aprueba el acta de la presente sesión. Se levanta ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. MILTON CASTELLANOS EVERARDO

(Asistencia de 79 ciudadanos diputados)

El C. Presidente (a las 13.05 horas): Se abre la sesión.

- El C. secretario Coronado Organista Saturnino (leyendo):

"Orden del Día.

"12 de octubre de 1951.

"Sesión Solemne.

"Oficio del Senado participando el nombramiento del C. senador Salvador Gallardo Dávalos para que haga uso de la palabra en esta sesión solemne.

"Discurso del C. senador Salvador Gallardo Dávalos.

"Discurso del C. diputado Mauricio Magdaleno.

"Lectura del acta de esta sesión solemne".

- El mismo C. Secretario (leyendo):

Estados Unidos Mexicanos. - Cámara de Senadores. - México, D. F.

"C. Oficial Mayor de la H. Cámara de Diputados. - Presente.

"La H. Cámara de Senadores en sesión celebrada ayer, tuvo a bien designar al ciudadano senador doctor Salvador Gallardo Dávalos para que en representación de la misma, haga uso de la palabra en la sesión solemne que esa H. Colegisladora celebrará el día 12 del actual.

"Lo que me permito comunicar a usted regándole se sirva hacerlo del conocimiento de la H. Directiva de esa Cámara.

"Reitero a usted las seguridades de mi atenta consideración.

"México, D.F., a 10 de octubre de 1951. - El Oficial Mayor, Gonzalo Aguilar F.". - De enterado.

El C. Presidente: Tiene la palabra el C. senador Salvador Gallardo Dávalos.

- El C. Gallardo Dávalos Salvador:

Es con una emoción profunda como vengo a esta gloriosa tribuna de la Representación Nacional a cumplir el honroso cometido que me asignara al honorable Cámara de Senadores. Porque con verdadera unción y recogimiento es como se ha de hacer uso de palabra en este lugar que dignificara el verbo de oro de Jesús Urueta y se significara con la sangre redentora de Belisario Domínguez.

Sólo purificando los labios con el carbón profético de la verdad sería dable, huyendo de fuegos fatuos de palabrerías vanas, quemar el verdadero incienso de la emoción ante la excelsa imagen de la patria.

Para ensalzar la fiesta de la Raza, cuya celebración hoy nos reúne, fácil sería, siguiendo cánones trazados, lanzar alabanzas a los cuatro vientos; traer desde luego a colación la magnanimidad de los "Católicos Reyes" la fe inquebrantable del genovés visionario que nos legara un continente; la epopeya audaz de las carabelas surcando mares preñados de espanto y de prodigio; la firmeza del genio ante la amenaza de la cobardía confabulada; las vandadas de aves agoreras; las luces de la esperanza y demás señales de la proximidad de la Tierra Prometida; el hallazgo de un nuevo mundo diferente, en lugar de la meta urgida; al azoro ante los nativos exóticos rescatados del infierno y de la barbarie, gracias a las aguas lustrales del bautismo por la generosidad de conquistadores y encomenderos, nos habla también de otras verdades: la de generosidad de "los Reyes Católicos" al brindar sendas cadenas a las manos harto codiciosas del Descubridor y Gran Almirante de la "Mar Océano"; los erróneos cálculos en pos de la ruta más cercana al país de las

especies, logrando de paso la conquista del Vero Paraíso Terrenal con el encontró fortuito de todo un continente que en lugar de especias, sólo pudo prodigar la canela de la carne india, siempre propicia al sacrificio ante la codicia de los dioses blancos y, sobre todo, el oro y la plata arrancadas de la entraña nativa que fueron a hartar a los poderosos.

Y si aun se nos extremaran en la exigencia de la verdad, nos veríamos obligados a hurgar en el concepto de raza y en la existencia o no existencia de una raza a quién laudar. Pero por fortuna estamos ya lejos de los sueños fallidos de razas superiores y no queremos ahondar en la genética de las razas puras. Sólo nos basta saber que la mezcla llevada por la soldadesca romana a la península ibérica, tuvo que mezclarse mucho más con la de celtíberos, griegos, fenicios y judíos, y a estas sangres, se añadieron después la que aportaron las invasiones de godos y sarracenos. Esta es la famosa raza que vino a transfundirse a su vez en la de grupos variados de nuestros indígenas. Y ante esta desoladora verdad ¿cuál sería la raza cuyo día hoy celebramos? ¿La latina? No, porque ya dejamos asentado que no nos quedó de Roma sino un latín corrompido y evolucionado: ¿La española, acaso? Tampoco porque al transplantar el híbrido rosal español en estas fecundas tierras de América, tomó en vigor tan señalado, que pudo alcanzar caracteres propicios, al grado de que el rosal criollo es clasificado orgullosamente como americano. ¿Será acaso de la raza indígena de la que se trata? Sin duda que no, puesto que primero fue sojuzgada, haciéndose todo lo posible por extinguirla, y aun ahora, ya convirtiéndose de más en más en minoría, con predominio del mestizaje indo - europeo. Entonces ¿en donde encontrar la raza por la que hablará el espíritu?

Es Vasconcelos, precisamente, cuyo epígrafo citado está encajado en el escudo de nuestra Universidad, en donde hallaremos la respuesta debida; pero es en el Vasconcelos revolucionario y progresista y no en el místico y retardatorio, exégeta y cantor de los héroes de la antipatria. Él tuvo atisbos proféticos de la raza futura de América: la raza cósmica.

Para comprender esto, hay que recorrer, con mirada dialéctica, la Historia sin perderse en paisajes microfílmicos: el árbol nos haría no ver el bosque; o nos convertiría en una adoración estatificada e infecunda ante el pasado. Habría que descubrir, entonces, los valores positivos, las ramas fecundas que se entremezclaron e injertaron para la consecución de la nacionalidad, y apartar los brotes malsanos que pretendieron hacer dar un salto atrás a la herencia. Apartarlos no es negarlos; que la negación es indispensable para la superación. Todas las nacionalidades han sido así, el resultado de afirmaciones revolucionarias, negaciones reaccionaria y síntesis de superación.

Las teorías son afirmaciones generales que buscan cristalizarse sucesivamente en pueblos que vayan reuniendo las circunstancias propicias, materiales y espirituales, para la formación de los pueblos - guías.

Así vemos a España que después de expulsar a los moros de la península, pone bases a una nacionalidad centralizada, minando el poderío de los señores feudales y queda entonces preparada para ser la descubridora y conquistadora de un Nuevo Mundo.

Inglaterra, a la zaga, trata de ser la beneficiaria de tales conquistas, valiéndose de piratas que premia transformándolos en señores y almirantes. Ya con el dominio del mar, pasa a ser la nación directora; y cuando el pueblo, cansado de extorsiones, alcabalas y prevendas, se enfrenta a la autoridad absoluta de su soberano por la "Gracia de Dios" y le impone una Carta Magna, lo hace así responsable solamente ante el pueblo, poniendo la primera piedra de la democracia.

Mas tan endeble planta solamente podría fructificar en suelo más fecundo. Y es en esta América en donde pronto se convierte en poderoso roble que desafía y triunfa del fuego de los poderosos.

El concurso de gigantes como Washington y Jefferson fue necesario para completar tamaña empresa y otro gigante, Franklin - Prometo que sí pudo arrebatar el rayo a Zeus y encadenarlo -, llevó ese fuego sagrado a que consumiera los apolillados tronos del despotismo absoluto del Viejo Continente. Ya las luces de la Ilustración y la Enciclopedia habían preparado a una burguesía naciente, pero económicamente poderosa. Y la chispa produjo el incendio de la Gran Revolución y, con ella, los Derechos del Hombre: principios indispensables para toda democracia moderna.

Estas mismas ideas son las gestadoras de nuestras guerras de Independencia y de Reforma, que pudieron filtrarse a pesar de los valladares de la Santa Inquisición. Ya que para las ideas humanas y justas no hay inquisiciones que valgan, por más santas que sean y prenden indefectiblemente en toda tierra preparada para acogerlas. Por eso es ridículo andar buscando pretextos mezquinos para tan grandes causas, tachando hasta de traidores a los mártires que se sacrificaron en sus aras. Ni nuestros héroes epónimos, Hidalgo, Morelos y Juárez se han escapado del lodo con que los han querido cubrir esos sabios acartonados de la microhistoria que desearían detenerla en su evolución ya que no retraerla a tiempos para ellos mejores.

Y ahí esta Cuauhtémoc, "el único héroe a la altura del arte" que tan bellamente dijera López Velarde, teniendo que soportar aún después de muerto, miles de tormentos del rencor, la estulticia y la ignorancia aunque anden disfrazados con togas y birretes académicos, nacionales y extranjeros. (Aplausos)

Por fortuna ya Siqueiros ha plasmado el símbolo: ¿Cuauhtémoc, abroquelado con la civilización y con las armas de la técnica moderna, es invencible; es el verdadero símbolo de nuestra nacionalidad. El símbolo de nuestra raza.

Por eso, para celebrar dignamente este día, necesario fuera un canto épico grandioso, capaz de completar la Sinfonía Inconclusa de "La Suave Patria" con los elementos mejores pasados, presentes y futuros de nuestra realidad nacional. Para lograrlo no se podría suprimir las fanfarrias y

atabales de los conquistadores, pero mucho menos se podría desdeñar teponaxtles y chirimías indígenas. Después vendría liras y zapoñas del Siglo de Oro, con algunos soles de salterios místicos, que, al repercutir en la Nueva España formaron el prodigio y único de la Décima Musa, y el esplendor de las estrofas del "ilustre corcobado". Una clarinada triunfal y penetrante es la Independencia coronada por miles de gargantas opresas y sedientas durante centurias. Música de órgano, tedeums, fanfarrias en coronaciones bufas y entradas triunfales de mílites traidores. La musa romancera de la Reforma rubrica, irónicamente, con la "Mamá Carlota" la tragicomedia de un imperio de opereta. (La Dictadura sólo es un pesado intermezzo de música europeizante"). Y llega la Revolución y con los disparos de los 30 - 30, se imponen los sones populares tan amargos a los paladares de los de la aristocracia. Y la Adelita y la Valentina encienden fogatas en los corazones del pueblo. Así, como dijera el poeta "hicimos cantando la Revolución". Esta Revolución nuestra tan negada mil veces y mil veces escarnecida; pero que cada vez surge más pujante y prepotente. Combatida y negada por enemigo francos o embocados, como lo fuera la de Independencia por Alemán y sus secuaces. Pero ante la doctrina Alemán que aún sueñan viviente los ilusos retardatarios, hoy enarbolamos, gloriosamente, la doctrina Alemán como una síntesis brillante de todas las conquistas revolucionarias. (Aplausos)

Pero eso, en este día, que es el de la celebración del descubrimiento de un Mundo Nuevo y dedicado a la Raza, queremos hacer un llamado a todos los ciudadanos, a todos los hombres de bien y buena voluntad para que olvidados de prejuicios y ruindades nos congreguemos en torno de la bandera de la patria y la de la Revolución: ¡Que la Revolución sabe también ser ordenada, pero sin claudicaciones, y sabe también ser generosa, aunque sin entregas traicioneras!

¡Unidos, pues, todos con espíritu levantado; que sólo así "Por nuestra raza hablará el espíritu". (Aplausos)

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Mauricio Magdaleno.

El C. Magdaleno Mauricio: Pido perdón a ustedes, señores senadores, señores diputados, por haberlos arrancado de uno de los más emocionantes, uno de los más solemnes jubileos que hayan congregado nunca a la familia mexicana. Del seno de la Asamblea que se celebra en estos instantes en el otro extremo de la ciudad, va a brotar a modo de una consagración de las más eminentes virtudes cívicas y humanas de la patria, el nombre de quien por virtud de ese misterioso consenso que se produce en las almas en las horas capitales de los pueblos, habrá de ser el rector del nuestro en los próximos tormentosos años. Ese nombre, que logró sumar ya en una suerte de uncioso misticismo mexicano las más culminantes excelencias del bien común, presida esta fecha ritual, anual, del Congreso de la Unión.

Ha sido costumbre, en efecto, que el Congreso de la Unión se reúna cada año a expresar no nada más su noción de la raza, sino también y principalmente las ocupaciones vivas que atañen a la patria con relación a la raza. Huero y torpe sería tratar de sustraernos a esas preocupaciones en minuto en que el drama la raza cobra exasperados acentos de pasión antimexicana, como el que recientemente produjo un conocido demagogo en vituperio del Congreso de la Unión y del varón que hoy concentra en el puño a eclosión más impecable de voluntades ciudadanas. Quien así babeó su resentimiento contra un cuerpo colegiado que, como el nuestro, se enorgullece de ser una de las columnas del impulso edificador de un régimen que ha hecho por México lo que no se había hecho en cien años; quien así babeó su obscuro, su purulento rencor contra las dos Cámaras, no merece, porque se lo ganó cumplidamente, sino el desprecio de quienes tenemos limpia la vida y por ello mismo nos sentimos inmunes a mordisco de oficio. (Aplausos)

Uno sin raza, ayuno de gloria creadora y baldado para todo ahinco vital, se nos cuela tristemente en este acto de comunión - patria al tratar de echar su poder sobre la figura inmaculada de quien, en plétora de mexicanidad, abandera el corazón de la patria. Allá las llagas y las gangrenas que se revuelven en su pudridero. El sol está muy alto para que lo alcancen y la orden del día reclama el reconocimiento de un fasto solemne.

Fastos como éste fundan la marca de una patria. De aquel remoto ayer venimos en él gestamos espíritu y sangre. Espíritu y sangre, es decir: raza; la raza que determina hoy el estilo de una comunidad - la mía, la de ustedes, la nuestra, la mexicana - en la que estamos realizando nuestros más entrañables signos de hombre. Y no por un azar se reúne el Congreso de la Unión este día del año para hablar de la raza. Pueblo en cuyo ser no hierve en lumbre de alacridad o de reconcomio el torcedor del origen, es pueblo ayuno de dimensión trascendental; en México ha hervido y sigue hirviendo, venturosamente. Polémica en la que nuestro dramático origen se ha hecho invariablemente presente, lo es toda nuestra historia desde el instante en que Cuauhtémoc se enfrentó al invasor de su suelo hasta aquel otro en que el invasor por haber injertado en la de nuestra madre india su sangre, dejó de serlo. Polémica que enciende como hierro candente todo nuestro siglo diecinueve, desde las furias del federalismo y el centralismo hasta la Reforma que integró la primera imagen nacional; desde la Reforma que al convertirse en gobierno articuló un cuerpo que se andaba ya desintegrado y tendió vías férreas y erigió palacios, hasta la Revolución que es una suerte de ambiciosísima síntesis de todos los factores que jugaron en aquel cruento y fabuloso origen.

La raza, como noción diferencial, es realidad de todo grupo viviente desde el vegetal y la bestia hasta el hombre. Decimos que somos ésto y que venimos de allí, y no aquello otro que viene de tal otra parte. Exactamente lo mismo que establece una localización de patria: somos mexicanos por ésto y por lo de más allá, y por ellos mismo no somos ninguna otra laya de individuos nacionales. Y nada más, porque la diferenciación no implica no en biología ni en historia, superioridad ni inferioridad. Eso lo inventaron ideólogos enfermos,

como Gobineau, para uso de políticos virulentos como Hitler. En México ha plasmado una raza. Así, al menos, lo señalan las evidencias patrias de nuestro tiempo. Lo español se ha incorporado - y no sólo por la sangre - a lo indígena, para poder sobrevivir, y viceversa. Hoy, ese recíproco entregarse ha gestado un tipo humano que suma la porción más considerable, más sensible, más apta, más activa, la porción determinante del país: el mestizo, el mexicano. Vale decir: todos nosotros.

Para el mundo medioeval de 1492 fue puerta que al abrirse de golpe produjo el Renacimiento. Lo de menos es la gran figura mitológica de Colón. El hombre es el instrumento de que se vale la Historia para lograr sus fines. En busca del reino del Gran Khan, Colón encontró una tierra que no figuraba en los cómputos de Toscanelli. En esa tierra - la nuestra - ya habían desembarcado otros europeos. Los mitos de Quetzalcoatl entre los nahuas y los mayas hablan de una irrecusable referencia ultramarina. Gentes de la Raza de Eric el Rojo pisaron nuestro suelo antes de Colón. La conciencia del hecho - la historia universal del hecho -, sin embargo corresponde a Colón y a su epónima expedición. Y todo lo demás es anécdota.

Verdad que todavía, no concluye la lucha entre las dos sangres que chocaron en este suelo. Todavía pelean en nosotros - no importa el grado de nuestro mestizaje - Cuauhtémoc y Cortés. Ni uno ni otro ha vencido en nuestro genio y este no haber logrado un resultado final nos vuelve amargos, sañudos, inciertos, extremados. Dos razas tan fuertes, tan hondas y tan graves tardan graves tardan en amalgamar en espíritu. Si por abajo, en los yacimientos de la sangre, no han podido resolver el disturbio en armonía, tampoco por lo alto, en lo intelectual, han alcanzado la síntesis. Precisamente ese es el drama del México actual y en él andamos empeñados con nuestros más batalladores ahincos: obtener la síntesis final de la patria.

El fasto que se celebra el 12 de octubre fue fundamental para la suerte de México, porque el descubrimiento del Nuevo Mundo cerró un día nuestro: el del indígena como forma política y abrió otro al desarrollo de la nueva raza, la mestiza, la mexicana. Con celebración de la raza o sin celebración, el acento fundamental que nos es común a quienes componemos el imperio verbal de lo español entraña una verdad indestructible. Después de todo, en lengua española hablamos y en ella decimos nuestra pasión, nuestra fe y nuestros rencores. Del choque de las razas que forman lo mexicano surgió como lengua la del grupo conquistador. Lo que no quiere decir ni con mucho que el grupo conquistador - o sus descendientes - formen por sí solos la raza mexicana. La raza mexicana - y lo de menos es que la estemos significando, simbólicamente, un 12 de octubre o cualquier otro día del calendario - la formamos los mestizos del viejo tronco indígena y el español, por conducto de la sangre y el idioma. ¿A caso el mismo Cuauhtémoc no demandó a Cortés su sacrificio en lengua española?

La verdad es que de ambos sentimientos - el imperial de España que culminó al incorporar a la corona de Carlos V el nuevo Continente, el falso Catay, el ansiado y no encontrado reino del Gran Khan, y el vencido del indígena, que finó como forma política conforme se consolidó la Conquista, pero que todavía cuatrocientos años después nos remueve el alma y la sangre y sigue llorando en nuestro ser el desgarramiento de su derrota -: el caso es que de ambos sentimientos somos hijos, y falta a la verdad, falta a México, el que ciego o derrengado haga causa de odio de uno contra otro reviviendo llamas que apagamos al fundirnos a ambos en nuestro ser. Nuestras lagunas y nuestras fallas son fruto de la fusión que no solicitó el aborigen, sino que le fue impuesta primero por violencia y después por los accidentes del mestizaje.

El año próximo pasado fue consagrado a Cuauhtémoc. Con ello se quiso dar fe de un signo cardinal de la raza, de la fuerza emocional con que se manifestó el ser mexicano al hacerse público el descubrimiento de los restos mortales del último rey azteca en Ixcateopan. Pero si por un lado del sentimiento de Cuauhtémoc se adueño torrencialmente del corazón del pueblo hasta alcanzar un grado de trepidante conmoción religiosa, por el otro ese mismo sentimiento obligó, por la reacción, la expresión de un arrebato completamente antagónico, proveniente de una porción mexicana que reclamó la paternidad de la nacionalidad para Hernán Cortés.

Hoy aquella polémica está desvanecida en un puro y superior sentimiento de México. Al fin y al cabo el fervor con que se celebró a Cuauhtémoc y el ardor con que se discutió a Cortés prueban plenamente que uno y otro - muy por el contrario de tantas otras figuras de nuestra historia - están vivos; tan vivos que no acaban de entenderse en la sangre por ellos fundida y siguen peleando. Para la sensibilidad popular, Cortés nunca fue santo de ninguna laya de devoción. La animosidad contra el Conquistador cobró, en la primera mitad del siglo pasado, acentos de ciega furia y día hubo - un día en que la borrasca hizo cimbrarse en sus raíces al país - en que el populacho de la capital se echó a sacar de su tumba los despojos de Cortés para quemarlos en el basurero de San Lázaro y la turba enloquecida lo hubiese sacado y quemado si Lucas Alamán no los esconde oportunamente.

De entonces acá la fobia popular contra Cortés no volvió a asumir, venturosamente, formas tan desordenadas e histéricas. Pero fue suficiente que el pequeño grupo de admiradores del Conquistador pusiese en duda la autenticidad de los residuos localizados en Ixcateopan y encendiera el loor de su héroe para que el sentimiento mexicano estallase en una verdadera catarata emocional de devoción a Cuauhtémoc. Sin embargo - y es lo importante - no habrá acuerdo en nosotros mismos sobre las dos figuras que determinan el origen de nuestra nacionalidad en tanto sigan peleando y nos neguemos a discernir el alcance de esta pugna.

Cuauhtémoc, en lo personal, no está a discusión.

No se atrevieron a discutirlo lo más encabritados cortesistas. El consenso nacional lo consagró, desde hace mucho tiempo y es tal vez el único altar

indiscutiblemente de la patria. El pueblo al cual representó y en cuya defensa sucumbió ejemplarmente, sigue manteniendo para él un fuego de ara en su corazón. A Cortés, por su parte, lo han divinizado - o punto menos - los caudillos intelectuales del grupo reaccionario, desde Alamán hasta Vasconcelos. (Aplausos) En tanto, los del otro bando se compone de la efusión irracional del pueblo mexicano - no cejan en su empeño de significar el ningún respecto que les merece el capitán extremeño.

Han intervenido en la polémica, a mayor abundamiento, ilustres extranjeros. Dos alemanes de renombre universal - Hauptmann y Spengler - no regatearon su desamor por la figura de Cortés. Famoso es aquel párrafo de La Decadencia de Occidente, de Spengler, en que tras un cálido y sensacional elogio de la vieja cultura mexicana, a la que se compara con las más delicadas y profundas del mediterráneo, se lanza este terrible ex abrupto: "todo eso sucumbió (la antigua cultura mexicana) y no por resultas de una guerra desesperada, sino por obra de un puñado de bandidos que en pocos años aniquilaron todo, de tal suerte que los restos de la población muy pronto habían perdido el recuerdo del pasado..."

Para nosotros, mexicanos de 1951, año capital de la República, no procede ya la discusión. Aquellos fueron los hechos derivados del descubrimiento del Nuevo Mundo y - pertenezcamos a la ideología que pertenezcamos - esos hechos fundan la verdad de nuestro ser actual, moderno.

Lo que llevamos en nosotros - y discernirlo es empezar a marcar los alcances de la nacionalidad de nuestros días - es una trauma, que dicen los psicoanalistas. Hijos - por sangre, o por el espíritu, o por junto - de conquistado y conquistador, de Cuauhtémoc y de Cortés, no hemos purgado - purga, catarsis, expiación - el resentimiento que nos sirve del estupro que llevó a cabo en nuestra raíz materna - lo indígena, Cuauhtémoc - la otra raíz, la paterna, la de Cortés. No era la primera vez que un atraco de esa naturaleza fundaba un decurso del pueblo. Todas las conquistas son crueles y asumen formas terribles. Pero no en todas queda vibrando un dolor, una humillación y una angustia de madre mancillada.

No pudimos solidarizarnos con la violencia del padre ocasional y, pese a que su sangre anda en los redaños de la nuestra el grito de la madre afrentada sigue clamando en lo más hondo, irracional y determinante de nuestro ser. ¿Y acaso la noción de la madre no se hace, tantas veces, obscuro y negativo rencor contra el padre, hasta en tanto no llega la madurez y con ella la aptitud para sumar los dos agentes vitales de que es hijo? Caminos de éstos operan en lo primordial de cada pueblo, y en el nuestro fraguaron, inmediatamente después de la Conquista, abras tremendas de encono.

Volver consiente lo irracional de una trauma del ser es obra patriotismo. Pues sólo cuando sobre el horror del martirio de Cuauhtémoc - que cada mexicano sigue resistiendo en carne viva - logramos la suma de México y sublimemos la afrenta inferida a la madre por el padre que cayó sobre ella a saco, la nacionalidad logrará acento último, trascendental. De esa terrible paternidad y esa terrible maternidad surgió México, y de ambas proviene el fasto de raza que hoy estamos celebrando. México tiene el deber de sublimarlas, porque de ambas emana su acento actual, inspirado, solemne, augusto. Hoy como siempre las patrias crecen del choque de dos sangres soberanas.

Señores senadores, señores diputados: La raza mexicana está lograda y nos corresponde a nosotros, como voces auténticas de México, proclamarlo. Que nada socave el secreto de nuestra unidad, el signo recóndito, doloroso, feliz, de la mexicanidad. Del corazón de la patria, del corazón de nuestra raza extremada y sentimental, sacamos hoy jubileo de hijo augusto al que vamos a jurar, en entrañable consenso mexicano, solidaridad para México, misticismo mexicano fundado en sus esenciales virtudes de patria y de suma nacionales. (Aplausos)

- El mismo C. Secretario (leyendo):

"Acta de la sesión solemne celebrada por la Cámara de Diputados de XLI Congreso de la Unión el día doce de octubre de mil novecientos cincuenta y uno.

"Presidencia del C. Milton Castellanos Everardo.

"En la ciudad de México, a las trece horas y cinco minutos del viernes doce de octubre de mil novecientos cincuenta y uno, se abre esta sesión solemne con asistencia de sesenta y nueve ciudadanos diputados, según declaró la Secretaría después de haber pasado lista.

"Concurren a esta sesión solemne, que se celebra con motivo del "Día de la Raza", miembros de la H. Cámara de Senadores, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, del H. Tribunal Superior de Justicia del Distrito y Territorios Federales y de Agrupaciones invitadas previamente.

"Se da lectura a la Orden del Día.

"Oficio del Senado en que participa la designación hecha en favor del C. Salvador Gallardo Dávalos para que se haga uso de la palabra, en esta sesión solemne, en representación de la Colegisladora. De enterado.

"Pronuncian discursos alusivos los CC. Salvador Gallardo Dávalos, en representación de la H. Cámara de Senadores, y Mauricio Magdaleno, a nombre de esta Cámara de Diputados.

"A las trece horas cuarenta y cinco minutos se levanta esta sesión solemne y se cita a sesión ordinaria para el próximo martes dieciséis, a las doce horas.

"Se lee la presente acta.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y "DIARIO DE LOS DEBATES"