Legislatura XLIII - Año II - Período Comisión Permanente - Fecha 19570228 - Número de Diario 43
(L43A2PcpN043F19570228.xml)Núm. Diario:43ENCABEZADO
MÉXICO, D. F., JUEVES 28 DE FEBRERO DE 1957
DIARIO DE LOS DEBATES
DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS
DEL CONGRESO DE LOS ESTADO UNIDOS MEXICANOS
Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración local de Correos. el 21 de septiembre de 1921.
AÑO II. - PERIODO ORDINARIO XLIII LEGISLATURA TOMO I. - NÚMERO 43
SESIÓN SOLEMNE DE LA H. COMISIÓN PERMANENTE
EFECTUADA EL DÍA 28
DE FEBRERO DE 1957
SUMARIO
1.- Se abre la sesión. Pronuncian discursos alusivos en homenaje al "Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano" los CC. senador Pedro de Alba y diputado Rafael Corrales Ayala.
2.- Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantandose ésta.
DEBATE
Presidencia del
C. JOSÉ RODRÍGUEZ CLAVERIA
(Asistencia de 26 ciudadanos representantes).
El C. Presidente (a las 12 horas): Se abre la sesión.
- C. Presidente: Se abre la sesión de la Comisión Permanente del H. Congreso de la Unión, es homenaje al Año de la Constitución de 1857, y del Pensamiento Liberal Mexicano.
Tiene la palabra el ciudadano senador Pedro de Alba. -C. senador Pedro de Alba: Señor Presidente de la H. Comisión Permanente del Congreso de la Unión: señores miembros de la Permanente; respetables Gobernadores y miembros del Gabinete Presidencial, señoras y señores: Las palabras que en está gloriosa conmemoración puedan decirse en esta tribuna pueden ser unas de exaltado lirismo y otras de serena meditación. Lo que voy a decir se ciñe más bien a este último concepto y pido vuestra benevolencia por la extensión que hube de darle a este trabajo.
La celebración simultánea del Centenario de la Constitución de 1857 y del cuadragésimo aniversario de la de Querétaro, ha tenido la virtud de galvanizar la conciencia de la ciudadanía mexicana y de fortalecer los rasgos de nuestra fisonomía histórica. A cien años de distancia de una y a cuarenta de la otra, hemos llegado a una jornada cumbre, desde la que podemos contemplar el panorama de nuestra epopeya institucional.
La Constitución de 1857 fue punto de convergencia y centro de rotación de la gesta emancipadora de México. Para alcanzar esta etapa gloriosa se tuvieron que librar batallas entre los hombres progresistas y los elementos retrógados; entre los herederos de los insurgentes y los representantes de las fuerzas negras del coloniaje y de la tiranía. Un coeficiente común en la marcha de nuestra historia de pueblo independiente ha sido la lucha constante contra regímenes coloniales visibles o encubiertos, así como un afán por liquidar las reliquias que nos dejara la dominación de las castas privilegiadas que prevalecierón en nuestro país por largas centurias.
El paso en falso que se dio al consumarse nuestra independencia con la proclama del Plan de iguala que ha traído consecuencias desastrosas en el curso de más de un siglo de nuestra vida política e institucional. Las castas privilegiadas y las clases conservadoras de la Colonia, quedaron en pie y hasta con mayor fuerza y libertad de acción que en la época colonial.
Hidalgo y José María Morelos, Padres de la Patria que proclamaron la Independencia, dieron también las normas para la Constitución de la nueva República. El decreto de la abolición de la esclavitud y de restitución de tierras para los indios que expidió don Miguel Hidalgo en Guadalajara, fue fortalecido por las proclamas y circulares de Morelos a los insurgentes que lo seguían en la Guerra de Independencia, ideas que figuran en los 23 puntos o sentimientos de la Nación que presentó al Congreso de Anáhuac en Chilpancingo. Si se hubiera seguido la orientación que señalaron Hidalgo y Morelos y dado forma y vigencia a sus doctrinas, nuestro camino tal vez hubiera sido menos fatigoso y nuestros avances y retrocesos menos pronunciados. Los que llamamos ahora rederechos civiles, políticos, sociales, economicos y culturales, fueron reconocidos por José María Morelos en plena Guerra de Independencia.
Por mucho tiempo deja de hablarse de sus ideas y de sus proyectos, los que no vuelven a aparecer hasta la época del triunfo de la Revolución Constitucionalista, cuando en Querétaro se redactó la Carta de 1917. Contemplando los acontecimientos a la distancia de más de un siglo, se sobrecoge nuestro ánimo con sensación de desconcierto
porque a veces notamos que algunos de los ideales de Morelos durmieron un sueño muy prolongado. Es principalmente en el campo de la reforma agraria que se nota esa laguna, ya que sus puntos de vista no figuraron en la Constitución de Apatzingán ni en la de 1824.
Cuando Morelos habla en Chilpancingo de que se moderen la opulencia y la indigencia, está pidiendo que en la nueva República no existan ciudadanos demasiado ricos ni gente demasiado pobre; exige también que la ley sea superior a todo hombre para librar de cualquiera dictadura a la patria joven y reclama la constancia y el patriotismo para que se edifique la nueva patria sobre bases firmes; y al pedir que se aumente el jornal del pobre para combatir la ignorancia y el vicio, está señalado la importancia de las leyes sobre el trabajo y Previsión Social. Pero fue, sobre todo, en materia agraria en lo que José María Morelos tuvo una sensibilidad más exquisita y una visión más profunda. En la circular girada a sus subordinados, para la confiscación de intereses de europeos y americanos adictos al Gobierno español, dice claramente en el párrafo VI: "Deben también inutilizarse todas las haciendas grandes, cuyos terrenos laboríos pasen de dos leguas cuando mucho, porque el beneficio positivo de la agricultura consiste en que muchos se dediquen por separación a beneficiar un corto terreno que puedan asistir con su trabajo e industria y no en que uno sólo tenga mucha extensión de tierras infructiferas, esclavizando millares de gentes para que las cultiven en clase de gañanes o esclavos, cuando pueden hacerlo como propietarios de un terreno limitado con libertad y beneficio suyo y del público".
Don Ponciano Arriaga, Presidente de la Comisión redactora de la Constitución de 1857 y autor del voto particular sobre derecho de propiedad, coincide, a lo largo del tiempo, con las ideas que abrigara don José María Morelos en cuanto a la urgencia de que revisara el Estatuto Jurídico de la propiedad de la tierra para que así se mejoraran las condiciones en que vivían los campesinos indígenas y mestizos al triunfo de la Revolución de Ayutla a cuyo frente figurara don Juan Alvarez, que tenía proyectos agrarios semejantes a los de José María Morelos.
Es oportuno que en la conmemoración del centenario de la Constitución de 1857 presentemos a sus autores con sus propias palabras y hagamos honor a sus actos y sus ideas; ellos se imponen por sus méritos y no por las alabanzas que tratemos de rendirles.
El texto del voto particular de Don Ponciano Arriaga, que fue como una exploración y una tentativa de reforma Agraria y de revisión de las teorías sobre Derecho de propiedad, es un dictamen que deberíamos leer y comentar en el curso de este año del Centenario, tanto en las tribunas parlamentarias como en la cátedra de la Universidad o en las modestas escuelas provincianas. Arriaga levantó su voz con el propósito de combatir la inercia, el conformismo y las malas influencias de la rutina y las herencias que nos habían quedado de la época colonial.
Cerca del principio de su discurso del 23 de junio de 1856 dice lo siguiente: "Mientras que pocos individuos estén en posesión de inmensos e incultos territorios que podrían dar subsistencia para muchos millones de hombres, un pueblo numeroso gime en la más horrenda pobreza sin hogar, sin propiedad, sin industria ni trabajo" y en seguida agrega en ese mismo párrafo: "nos divagamos en lo tocante a derechos y ponemos aparte los hechos positivos". "La Constitución debiera ser ley de la tierra..."
El diputado Arriaga se adelantó a las teorías en las que se dice que el Estatuto Jurídico de la Tierra, es el que da carácter a una nacionalidad. Sus palabras provocaron desconcierto y él pasó a explicarlas con una lógica persuasiva y concluyente. Con todo y que fue uno de los inspiradores intelectuales de la Revolución de Ayutla, don Ponciano se presentó en el Congreso como un reformista más que como un revolucionario; él quería que las modificaciones al régimen de la tierra en México se lograran, si fuera posible por mutuo consentimiento; dice al efecto: "la gran palabra REFORMA ha sido pronunciada y es en vano que se pretenda poner diques al imperio de la luz y de la verdad". "En el estado presente, nosotros reconocemos el derecho de propiedad y lo reconocemos inviolable. Si su organización da lugar a muchos abusos, convendría desterrarlos; pero no destruir el derecho ni proscribir la idea de propiedad, esto sería no sólo temerario, sino imposible".
Estas admoniciones en boca de Arriaga, tratan de despertar la conciencia popular sin hacer tabla rasa con el régimen de propiedad, sino con el propósito de corregir los abusos que se hacían a la sombra de la tendencia abusiva de la tierra. A pesar de su lenguaje moderado, su voto particular despertó muchas suspicacias porque se le atribuían el deseo de establecer un régimen socialista.
Pasa en seguida a pintar el panorama sombrío sobre las condiciones de vida de los trabajadores del campo en aquella época: "Los miserables sirvientes del campo, dice, especialmente los de raza indigena, están vendidos y enajenados para toda su vida, porque el amo le regula el salario, les da el alimento y el vestido como quiere y al precio que le acomoda, so pena de encarcelarlos... ó atormentarlos, siempre que no se sometan a los decretos y órdenes del dueño de la tierra". Parece como si estuviéramos leyendo las páginas de "Las almas muertas" de Gogol, cuando habla de que en la Rusia zarista se vendían las tierras junto con las almas y los brazos de los mujiks que las trabajaban. En seguida agrega Ponciano: "Qué parte de la República podría elegir para convencerse de lo que decimos sin lamentar un abuso, sin palpar una injusticia, sin dolerse de la suerte de los desgraciados trabajadores del campo? "En qué tribunal del País no vería uno un pueblo entero de ciudadanos indígenas litigando terrenos, quejándose de despojos y usurpaciones, pidiendo la restitución de montes y de aguas?" "A los peones se les imponen faenas gratuitas aun en los días consagrados al descanso", - dice Arriaga-; se les obliga a recibir semillas podridas
y animales enfermos, a causa de sus mezquinos jornales; se les cargan enormes derechos y se les obliga a pagar obvenciones parroquiales; se les obliga a comprarlo todo en la hacienda por medio de vales, papel moneda que no puede circular en ningún otro mercado; se les impide en el uso de los pastos y de la leña y de las aguas, y todos los frutos naturales del campo, si no es con la expresa licencia del amo".
Este cuadro patético estaba destinado a sacudir el ánimo de los diputados y a propagar una corriente de simpatía hacia las clases desvalidas de lo campos, situación que hubo de continuar todavía por varias generaciones. Llama la atención el hecho de que don Ponciano Arriaga recurre a las opiniones y a las ideas de los promotores de la Revolución Socialista de Francia de 1848 para reforzar sus argumentos; nos asalta la idea de que si don Ponciano Arriaga se hubiera apoyado en los planes sostenidos en el Guerra de Independencia por don José María Morelos, hubiera tenido un fuerte apoyo para su voto particular que presentando hechos ocurridos en países europeos; por ese camino llegamos a la conclusión de que Arriaga no conoció los proyectos de Morelos ni las circulares y órdenes a los insurgentes que expidió aquel gran caudillo, sobre la creación de la pequeña propiedad y la confiscación de bienes a los europeos.
Al consumarse la Independencia con el Plan de Iguala se le hizo el vació a las ideas de Morelos, al que por boca de Calleja primero y después de los iturbidistas y de Alemán, se consideró como un desalmado y perverso cabecilla que venía a echar por tierra todo el orden social.
En las Constituciones de Apatzingán y las de 24 que se enfocaron preferentemente ideas políticas de soberanía y de igualdad ante la ley, pero no se dio cabida a las reformas sociales que había imaginado el revolucionario Cura de Carácuaro.
Arriaga fue un hombre de estudio; enterado del movimiento de las ideas de su época, y en su investigaciones históricas se acerca a las obras de historiadores de la Colonia y de la Independencia, pero seguramente no tuvo la suerte de encontrar los documentos de Morelos, en los que figuran los Sentimientos de la Nación o los instructivos a sus generales, en los que por medio de la reforma agraria y la pequeña propiedad se restituyeran la tierra a los pueblos.
El derecho de propiedad se consideraba como algo inconmovible; D. Ponciano se debatía dentro de sí mismo para presentar argumentos que impresionaran a los constituyentes del 56-57; para convencerlos recurrió a sagaces argumentos, en los que puso de relieve los peligros del reconocimiento del derecho de la propiedad como algo absoluto y puso a la consideración de sus compañeros las ideas de interdependencia y de función social de la riqueza. Dice sobre este punto: "Llevados los derechos de un propietario hasta el extremo de ilimitados y absolutos, podría vender sus territorios a naciones o gobiernos extranjeros, permitir que dentro de sus posesiones se acantonasen tropas o se fundasen fortalezas de potencia extrañas. Y por ese y otros órdenes de su incontrastable derecho, comprometer los intereses más sagrados de la Nación". Y así llega a sus conclusiones en las que dice: "el derecho de propiedad consiste en la ocupación y posesión teniendo los requisitos legales, pero no se declara, confirma y perfecciona sino por medio del trabajo y la producción; en poder de una o pocas personas, de grandes posesiones sin trabajo sin cultivos y sin producción perjudica al bien común y es contrario a la índole del gobierno republicano y democrático".
Arriaga expresa con una clarividencia asombrosa las ideas de la función social de la riqueza, y de las propiedades de la tierra. Se nos vienen a la memoria los grandes latifundistas que señalaban sus posesiones "de cerro a cerro"; de la playa a la montaña o por grados de cartas geográficas, aunque ni siquiera deslindaran sus propiedades y fueran propietarios absentistas que nunca se paraban en sus dominios.
Las demás conclusiones de Arriaga demuestran hasta qué punto estaba monopolizada la tierra por la iglesia o por los grandes latifundistas en aquella época; cuando nos habla de "fincas rústicas con extensiones mayores de quince leguas cuadradas de terreno".
Algunos historiadores creen que Arriaga hizo un panegírico incondicional de las Leyes de Indias, dando a entender que la condición del indio y del labriego mestizo era mejor en la Colonia que después de la Independencia. Arriaga citó dichas leyes como antecedente válido, pero reconoce que nunca se cumplieron; inserta la palabra de don Lorenzo de Zavala cuando dijo: "que el Código de las Indias, aunque aparece como un baluarte de protección en favor de los indígenas, no fue más que un sistema de esclavitud". Alude Arriaga también con gran simpatía a Fray Servando Teresa de Mier, al que llama "ilustre mártir de la Independencia y la libertad de su patria". Presenta al Padre Mier como discípulo de Fray Bartolomé de las casas, que en varias audiencias con el Emperador Carlos V, defendió victoriosamente la libertad y los derechos de los indios y alcanzó a que firmaran las famosas ordenanzas que luego formaron el primer cuerpo de leyes de Indias.
Fray Servando consideró las Leyes de Indias como el "Código de América"; pero Arriaga reconoce que no fueron aplicadas y al efecto dice: "¡Qué diferente aspecto tendría hoy el país si todas esas leyes hubieran sido ejecutadas y cumplidas!".
Una de las tragedias de la historia de América ha sido la de que no se hayan respetado ni las bulas pontificales, ni las cédulas de los monarcas españoles, ni las Leyes del Consejo de Indias y así, el final de la Colonia, nos encontramos con el doloroso cuadro que contemplara angustiado el obispo de Michoacán, Fray Antonio de San Miguel, en el que pinta la miserable condición de los nativos, algo que seguramente influyó en la mentalidad de José María Morelos, cuando quiso enmendar aquellos males por medio de sus proclamas revolucionarias y sus planes de emancipación de las clases oprimidas de la Nueva España.
El Congreso no estaba preparado para tratar las teorías y esclarecer los puntos de vista de don Ponciano Arriaga y quedó pospuesta indefinidamente la discusión de su proyecto.
El voto particular de Arriga resultó un guión de alta categoría entre las Leyes de Indias, las doctrinas de Morelos y las ideas agrarias de don Juan Alvarez y de don Luis de la Rosa, hombres eminentes de la Revolución de Ayutla. Sus ideales siguieron palpitantes a través del tiempo y cristalizaron muchos años después en el Plan de Ayala, en la Ley del 6 de enero de 1915 y en la Constitución de Querétaro de 1917; que son una síntesis armónica y funcional de las aspiraciones del pueblo mexicano y un documento público en el aparecen consagrados los derechos sociales, económicos y culturales, al mismo tiempo que los civiles y políticos de la Constitución de 1857.
Cada uno de los pasos adelante que ha conseguido México, ha significado sacrificio para su pueblo, porque las fuerzas obscuras y retrógadas han sido contumaces al no reconocer la urgencia de las transformaciones en nuestra vida institucional.
Fueron aprobados por los constituyentes del 57 los derechos humanos y las garantías individuales, entre los que figuran la técnica de un nuevo sistema procesal que respeta más al ciudadano; la inviolabilidad de domicilio y de correspondencia; se prohibe la presión previa por todo delito que no implica el castigo corporal y se consigan las 72 horas como máximo para las aprehensiones preventivas. Se condenó la flagelación, el suplicio, la confiscación de bienes, así como las leyes retroactivas; consagrando la vigencia al amparo constitucional y aboliendo los fueros, los títulos de nobleza y los fueros de casta, así como la pena capital para delitos políticos; además de la incorporación de la ley de Juárez y la de Lerdo; la preocupación dominante de los constituyentes de 57, fue la conquista de los derechos civiles y políticos como una suprema expresión de dignidad humana y de ética social.
Cuando en las Naciones Unidas se discutió la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se pronunciaron acaloradas discusiones por delegados de varios países, unos eran fervientes defensores de los derechos civiles y políticos y otros sostenían que eran mucho más importantes los derechos económicos, sociales y culturales. Quedaron consignados en ese documento histórico tanto unos como otros, pues la Asamblea consideró que, lejos de excluirse, se complementaban.
Los partidarios apasionados de los derechos civiles y políticos sostenían que la dignidad de la persona humana tiene como base la sustención, el ejercicio de una libertad irrestricta; (este fervor por la libertad fue la bandera de los constituyentes del 57; libertad de pensamiento, libertad de comercio, libertad de trabajo, libertad de imprenta; habiéndose aplazado lo de la libertad de cultos que más tarde figura en las Leyes de Reforma).
Quienes sostenían esa tesis, aseguraban que todas las demás libertades carecen de valor si el hombre no era libre y hasta se recordaron las palabras de alguno de los héroes de la Independencia Norteamericana que levantó un estandarte en que se leía "dadme la libertad y si no, denme la muerte", Este es un claro indicio del romanticismo de aquella época; cuando en varias partes del mundo abdicaron algunas testas coronadas por una revolución popular en contra de la tiranía o de las dictaduras.
Esa actitud de los constituyentes del 57, que condenaron todo género de dictadura o de tiranía hizo que se tomaran algunas precauciones en la redacción del Código Supremo para que no volvieran los caudillos autocráticos y se desterraban las facultades extraordinarias. El horror a la tiranía es algo que se observaba desde la Guerra de la Independencia, cuando en la Constitución de Apatzingán el Poder Ejecutivo se depositó en un triunvirato.
La Constitución de 57 significa un gran adelanto y tuvo un gran valor en sí mismo y se impuso por la alta categoría de los constituyentes, que fueron hombres justos, honorables y austeros. No fue sino con muchos esfuerzos y por obra de varias negociaciones que pudo terminarse la Constitución, después de más de un año de labores parlamentarias.
Uno de los documentos que honran aquella generación de 57 en el manifiesto escrito por don Francisco Zarco, el que por fortuna ha circulado ampliamente en este Centenario. Es un manifiesto a la nación, escrito con altura y entereza, al mismo tiempo que con espíritu conciliador y palpitación patriótica. Debemos repasar cuantas veces sea necesario, ese manifiesto con que los constituyentes del 57 entregaron a sus ciudadanos el fruto de su trabajo.
Aquella parte en que dice: "El Congreso estimó como base de toda prosperidad, de todo engrandecimiento, la unidad nacional y por lo tanto se ha empeñado en que las instituciones sean un vínculo de fraternidad y un medio de llegar a establecer armonías..."
"El Congreso proclama repetidas veces el dogma de la soberanía del pueblo. Todos los poderes se derivan del pueblo. El pueblo se gobierna por el pueblo. El pueblo legisla. Al pueblo corresponde reformar sus instituciones". (Parece como si Abraham Lincoln hubiera leído el manifiesto de los constituyentes del 57 cuando, años más tarde, en su alocución de Getysburg hablara del "Gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo"). Declara además que obró en consonancia con "las inspiraciones radiantes del Cristianismo" y cerca del final dice: "El Congreso ha visto sólo mexicanos hermanos en los hijos de toda la República. No ha hecho una constitución para un parte, sino una constitución para todo un pueblo. Nada de exclusivismos; nada de proscripciones; nada de odios; paz, unión, libertad para todos, he aquí el espíritu de la Nueva Constitución".
¿Cómo correspondieron los del Partido Conservador y los representantes de las ideas colonialistas a este gesto de altura, hidalguía y fraternidad del Congreso constituyente? Con la malicia, con la intriga solapada o descubierta, con la calumnia,
con la adulteración de los hechos. En la Constitución no aparece ningún mandato que pudiera ser ofensivo a las ideas cristianas y se quiso hacer aparecer como un "código enemigo del catolicismo"; las clases conservadoras no defendían la religión del pueblo, sino sus propios intereses, sus privilegios, sus fueros, sus monopolios y sus latifundios; y con esa actitud malévola destilaron en las conciencias de las masas pupilares el veneno del odio, con pretexto de religión.
Durante los meses que pasaron entre la promulgación de la Constitución y el golpe de Estado, México vivió un período de angustia y de incertidumbre; de perfidias y alevosías. La atmósfera de nuestro país era semejante a la que respiraba la Francia de la época de las Guerras de Religión; cuando se vivió un drama apasionante, en que se movían entre bambalinas Catalina de Médicis, los Duques de Guisa y Enrique IV, jornadas que vinieron a culminar con la Noche de San Bartolomé.
La debilidad de carácter y el criterio indeciso del Presidente Comonfort, de que tantas veces hablara don Melchor Ocampo, ,ocasionaron el golpe de Estado, antecedente del Plan de Tacubaya, encabezado por Zuloaga y Miramón, al servicio de las castas privilegiadas de todo linaje.
Por fortuna para México, se levantó enhiesta, inflexible, justiciera, la titánica figura de don Benito Juárez, que recogió en sus manos la bandera del constituyente de 57 y el lábaro de la Independencia de la patria. (Aplausos). De 1857 al 1867 fue la década de Benito Juárez. Las Guerras de Reforma y de la Intervención y el imperio, fueron una prolongada Noche de San Bartolomé, en que se cometieron infamias y traiciones. Cualquiera que no hubiera tenido la resistencia heroica y la altura de carácter de don Benito , quizás hubiera flaqueado. Después de que fueron vencidos los conservadores en la batalla de Calculalpan, comenzaron los planes para provocar la intervención extranjera. Don Benito estaba dispuesto a salvar a la República y como una arma de contra - ataque, había expedido en Veracruz, las leyes de Reforma.
Después de que se reinstalara el Gobierno de Juárez en la capital de la República, a principios del 61, sobrevinieron las represalias y provocaciones criminales; se quería llevar a la patria a un estado de anarquía; fue entonces cuando murieron villanamente sacrificados Ocampo, el Sabio Leandro Valle, el cadete siempre joven y Degollado, el santo; más tarde habían de caer Arteaga y Salazar en Uruapan y ya en plena guerra de intervención francesa, habría de ser víctima de la barbarie de invasores extranjeros, el patriarca Inmaculado, don José María Chávez, Gobernador de Aguascalientes, que fue fusilado juntamente con los colaboradores de su gobierno y con sus familiares en el Estado de Zacatecas.
Esta quizá haya sido la década más trágica de toda nuestra historia, ¡Juárez se levantó al final de ella como salvador de la República y Padre de nuestra segunda Independencia! Había vencido el orgullo de nuestras clases privilegiadas y de los partidos cómplices de la Intervención y del Imperio y había hecho que se doblegaran testas coronadas de Europa, cómplices de la aventura del infortunado Maximiliano, víctima de sus consejeros y de sus propios familiares. La República renació y quedaron en pie las instituciones y renovada la Constitución de 57, que más tarde había de fortalecerse, incluyendo en su texto las leyes de Reforma.
Los sacrificios sufridos en aquellas jornadas trágicas y dolorosas, daban derecho al pueblo de México a una vida tranquila, fraternal y próspera; pero no ocurrió tal; sobrevinieron de nuevo los caudillajes y una vez más se puso el país al margen de la Constitución de 1857 bajo la férrea mano de un dictador.
No es cierto que la Constitución impidiera el libre juego de un gobierno institucional; es que los dictadores y los tiranos de todos los tiempos han querido gobernar a su arbitrio y a todos ellos les estorban las leyes y quieren que prevalezca su única e indiscutible voluntad.
La Constitución de 1857 tuvo muchos detractores y hasta algunos eminentes maestros y notables juristas llegaron a hacer críticas acerbas de su contenido; actitud que algunos califican de tendenciosa, porque no falta quien diga que el propósito de esos tratadistas al poner defectos al Código del 57, querían justificar la dictadura de don Porfirio Díaz, que gobernó olvidándose de la Constitución que había jurado respetar y defender. Hacemos el recuento de estos hechos amargos muy lejos de todo propósito de revivir rencores o de alimentar rivalidades entre los mexicanos. Los legisladores de hoy queremos hacer honor a los constituyentes de 57 declarando que la paz, la concordia y la unidad nacional deben florecer en nuestro país bajo el signo de un régimen de libertad, de comprensión y de tolerancia. El obstáculo que pudiera encontrarse ahora, es el mismo que se presentó a los constituyentes del 57, esto es, que las castas privilegiadas y el partido conservador aceptaron la unidad nacional en apariencia y en el fondo quisiera conservar sus privilegios, sus fueros y sus monopolios y en ese caso no habría entendimiento posible, porque la Revolución nunca renunciará a las conquistas realizadas ni a las obligaciones contraídas para conseguir el mayor número de nuestros patriotas.
(Aplausos)
México tiene la suerte de vivir dentro de un régimen de derecho en el que las leyes se cumplen y las garantías individuales y los derechos humanos están en vigor. El Jefe del Estado es un devoto y fiel admirador de don Benito Juárez; siempre celoso del prestigio del régimen interior, del bienestar de la nación y del mantenimiento de la paz interna e internacional; atento a la salud de su pueblo y observando las instituciones que nos rigen. Los Poderes de la Unión marchan en estrecha cooperación y la armonía entre le pueblo y sus gobernantes es la mejor muestra de un buen gobierno democrático.
La revolución mexicana no quiere provocar divisiones, sino coordinar voluntades y exige el cumplimiento de los mandatos de la Constitución que
rige el país como la mejor garantía para mantener la paz de la República y el trato fraternal entre todos los mexicanos.
La Constitución de Querétaro, en la que figuran los derechos políticos, civiles, sociales, económicos y culturales, que son la síntesis de las aspiraciones del pueblo mexicano en las jornadas de la Independencia, de la Reforma y de la Revolución, es la Bandera del Régimen actual de México, y esto constituye el mejor homenaje que el Congreso de la Unión de 1957 pueda rendir a los constituyentes de Apatzingán, de 1824, de 1857 y de 1917. (Aplausos)
El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Rafael Corrales Ayala.
El C. diputado Rafael Corrales Ayala: Señor Presidente de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión; señores senadores; señores diputados; señores secretarios y subsecretarios de Estado; señores magistrados de la Suprema Corte de Justicia y del Tribunal Superior de Justicia del Distrito, señoras y señores: Este notable historiador del México moderno que se llama Daniel Cosío Villegas, ha señalado en forma certera uno de los errores graves de los más eminentes críticos de nuestro constitucionalismo: el haber olvidado que un elemento esencial de toda ley constitutiva, es no solamente expresar como son los pueblos, sino como deben ser.
Sin embargo, el señalar la vertiente ideal de toda constitución política, ofrece también un peligro, si ese punto de vista no se relaciona con otro no menos importante. El peligro consiste en que las formulaciones constitucionales pudiesen presentarse como simples arborescencias del deseo, de la aspiración ilusa, sin hondas raíces en una vitalidad que responda con movimientos definidos y firmes a sus exitaciones.
Al constitucionalismo mexicano se le ha hecho el cargo de inautencidad, las más de las veces por espíritu polémico originado en la lucha de los partidos. Pero otras, por falta de rigor científico, al estudiar la evolución de México, ensayando con excesiva deformación profesional, métodos históricos, jurídicos y hasta psicológicos, sin darle cabida conveniente a la interpretación política de hechos esencialmente políticos. Así han surgido las teorías del complejo de inferioridad, del resentimiento, de la imitación extralógica, que pretenden explicar, entre otros fenómenos de la cultura nacional, sus manifestaciones constitucionales.
Pero lejos de falsear la vida nacional, las dos grandes soluciones constitucionales del proceso político del pueblo mexicano, la de 1857 y la de 1917. le han propiciado grandes formas de integración, a la patria. Parecería que al enfocar así nuestro tema, deseamos polemizar. Pero estamos persuadidos de que la celebración del primer centenario de la Constitución de 1857 y del pensamiento liberal mexicano, no ha de servir para actualizar conflictos que no son ya de esta época, ni mucho menos para darle a las relaciones políticas de los mexicanos de hoy, el tono de agresividad que sonaba en aquel pensamiento del jurista Carlos Sehmit, cuando decía que lo esencial del fenómeno político era la distinción de amigos y enemigos, de vencidos y vencedores. Pero sí creemos constructivo todo esfuerzo que se dedique a explicar cómo de las hondas contradicciones de México, han surgido soluciones políticas eficaces, porque de ello deriva la enseñanza de que los mexicanos más bien hemos armado nuestra vida constitucional, a pesar de nuestras dolorosas turbulencias, a la manera que decía Ortega: estableciendo los puntos esenciales de coincidencia, que nos permitan discrepar sin destrozarnos.
Las discusiones que la actualidad o el subsecuente desenvolvimiento político del país puedan engendrar entre la oposición y los gobiernos de México, no habrán de ser nunca un hecho lamentable. Si la actuación gubernamental vale más que su crítica, vamos hasta ahora ha sido, o si alguna vez la crítica es capaz de mejorar la acción, nadie pierde y el único que gana es el pueblo de México. Lo insensato sería discutir otra vez la forma y el fondo del Estado, eso que ha quedado ya resuelto en el transcurso de nuestra historia, a través de las decisiones políticas fundamentales que ha tomado nuestro pueblo, de acuerdo con lo que ha sido y en función de lo que quiere ser.
Alguien ha dicho que las leyes son tratados de paz entre los factores de las contiendas políticas. La afirmación es enteramente válida si de leyes fundamentales de una nación se trata. Y para los mexicanos de 1957 es satisfactorio y alentador observar que las cartas de 1857 y de 1917, probadas por el tiempo, han sentado las bases de la convivencia pacífica de la comunidad mexicana, resolviendo políticamente las más tensas situaciones de México.
Lo esencial de la tarea política no es que ella gire en torno de contradicciones de ideas e intereses, sino el tipo de solución que a esas contradicciones ofrece. Solución verdaderamente política es aquella que resuelve por síntesis, y no por aniquilamiento de los factores en pugna, la existencia de las contradicciones. Reducir antagonismo, suprimiendo fuerzas sociales, no es lograr cooperación dentro de un grupo, sino supervivencia de algunos de sus miembros a costa de los otros; las soluciones inscritas en las cartas del 57 y del 17 son evidentemente sintéticas, porque tales constituciones han planeado el desarrollo político y social del pueblo mexicano, sin haberlo fundamentado en la necesaria desaparición o eliminación de los factores que, en forma positiva, han determinado el dinamismo de la nacionalidad.
Cuando una tendencia actuante en el Congreso del 57 quiso proyectar el proceso de la democracia ,mexicana, por caminos menos fragosos y expuestos, sacando del gran escenario de la política nacional a las grandes masas populares, restringiendo el ejercicio del voto, el constituyente se negó a hacerlo. Y no ha sido ni la primera ni la última vez que México quema los veleros de su navegación histórica para obligarse a llegar en tierra firme hasta una meta señalada. En el mejor de los casos, la cancelación del sufragio universal, hubiera prohijado la ateniense y bella democracia de los cultos, la contienda verbal de las minorias selectas, pero habría privado a los grandes
conglomerados sociales de México, de esa poderosa fuerza educativa que resulta de sacudir cívicamente el corazón de las masas. Y también habría impedido que las presiones masivas hubiesen llegado derechamente al plexo solar de las minorías selectas , al haber desligado al éxito de estas últimas de la significación política de las muchedumbres. La democracia, como los idiomas, se aprende por la práctica; se llega a ella echándosela encima a los pueblos, adquiriendo súbitamente el compromiso de vivir dentro de sus formas. Y esa fue la tesis que realizaron los constituyentes del 57, de cuya aplicación no puede arrepentirse nunca nuestra Patria.
Sintéticas han sido las soluciones presentadas por el pensamiento constitucional mexicano, por que representan la selección de lo más valioso que ha surgido en la experiencia histórica de la nacionalidad y en el pensamiento político generado por la cultura occidental. Pero hay algo más, lo que el Constitucionalismo mexicano ha tomado de la cultura política del mundo, ha servido evidentemente para estimular el desarrollo de lo nacional y no para detenerlo.
Cuando el pensamiento conservador se ha empeñado en señalar un antogonismo entre el Estado y la Nación, entre nuestras cartas constitucionales y las realidades normadas por ella, ha entendido que la Nación es una entidad apriori y estática, no sometida a un turbulento proceso histórico que la va desplegando en el tiempo, como alternado desarrollo de fuerzas unificadoras y de antogonismo, contradictores de esas fuerzas.
Pero en un plano estrictamente científico cabe decir que si la Nación se organiza políticamente, que si la Nación recurre a la técnica unificadora del Estado, es porque la Nación existe no sólo como unidad, sino también como dispersión. Y lo que ha hecho el constitucionalismo mexicano, es afirmar las fuerzas y las ideas unitarias de lo nacional y negar enérgicamente aquellas otras que hubieran podido debilitarla.
Se ha dicho que el liberalismo que está detrás, que vive, por mejor decir, dentro del cuerpo de la Constitución de 1857, ha sido el producto imaginario de una minoría intelectual, y el producto de la realidad mexicana. Así se presenta el argumento: el liberalismo, como postura del Estado frente al fenómeno de la producción económica, ha sido una proyección de la burguesía que, constituída en clase social poderosa, aspira a organizar y actuar un Estado que le garantice sus intereses. Luego, si en México no había burguesía al tiempo de constituirse políticamente, eso quiere decir que nuestro llamado liberalismo no pasa de ser una imitación extralógica llevada a cabo por juristas.
Pero hay que decir que la idea no es sólo un resultado positivo de la realidad; no aparece únicamente como la afirmación de una situación dada. Surge también como la negación de un "status" imperante. El liberalismo es ciertamente un producto de la burguesía. En el México recién emancipado no existía ella. Pero el liberalismo, derivación del individualismo, es la negación del feudalismo y del absolutismo, y en México había una extraña mezcla de ambas cosas: la mejor manera de refutar un orden cuya pervivencia era indeseable, consistía en adoptar el programa del liberalismo. Por lo demás, al ensayar la explicación del devenir político de un país, debe tomarse en cuenta el llamado método de las generaciones. La contradicción vital de estas últimas va originando las fuertes tensiones sociales que, al resolverse, imprimen dinamismo al proceso histórico. Y la minoría selecta que hizo la Reforma, formaba parte de una generación histórica que tenía una conciencia liberal; conciencia que llegó a adquirir una gran eficacia política, en la medida que representaba la negación de un modus vivendi, que por muchas razones había llegado a ser injusto.
El postulado marxista que dice que la existencia determina la conciencia, es cierto, pero incompleto; hay que convenir que la conciencia determina a veces la existencia.
Por lo demás, la filosofía política del liberalismo se presentó con el prestigio que tiene todo nuevo para una generación aburrida de vivir conforme a la pauta señalada por sus mayores. El liberalismo era un desfogue; era una reacción compensatoria de las insuficiencias del viejo régimen, en un mundo renovado. Lo era efectivamente, sobre todo por lo que ofrecía de libertad en el sector de la cultura.
El Estado absolutista tiende a generar una energía centrípeta a enclaustrar al pueblo que organiza. "Y la cultura de por sí tiende siempre a comunicarse y a compensarse". Representa lo espontáneo y lo móvil. Si está condicionada férreamente por el Estado, vira hacia la rigidez y hacia el estancamiento.
El Estado español de la Colonia tuvo un sentido exacerbadamente centrípeto. Fue represando un gran volumen de energía cultural expansiva que sedimentó un afán político extraordinariamente afín con los ideales del liberalismo, propugnadores de la intervención mínima del Estado en la conformación cultural del hombre.
Ahora bien, respetar la libre configuración cultural del individuo no puede juzgarse nunca como atentatorio de lo nacional. Si así fuera, lo nacional sería un valor negativo, porque se opondría al desarrollo integral de la persona humana. La Nación vale porque es la casa solariega del hombre, aquélla que le ofrece un refugio seguro y una ventana amplia, para desde allí contemplar el mundo, no la cortina espesa que le cierra el contorno.
La solución que el pensamiento conservador le ofrecía a la inquietud cultural de México, después de la Independencia, era exactamente la contraria, por eso fue impractible.
La solución ideal al problema mexicano, planteado por la Independencia, hubiera consistido según el pensamiento conservador en sustraer al país del influjo de las nuevas corrientes políticas y culturales. Existía el precedente de la Colonia, que había representado en gran parte una evasión de la modernidad, lograda por España en América. El Imperio español había conseguido mantener por largo tiempo a sus dominios de ultramar en estado de interdicción. Lo deseable, según don
Lucas Alamán, había sido proseguir el aislamiento. Pero ya la España misma del siglo XVIII, no pudo tapar los resquicios de una vieja nave, por donde se infiltraba presurosa el agua de los tiempos nuevos.
Pero además, las soluciones políticas que el liberalismo mexicano le ofreció a la Nación, hicieron prestigio y se levantaron a los más altos planos de la conciencia popular, sobre los errores que cometieron los custodios de la llamada tradición española.
En un momento dado, el propio Alamán se dio cuenta de la imposibilidad de sustraerse del todo a las ideas preconizadas por el liberalismo, y aceptando que algunas de ellas habían echado raíces en México, reconoció la necesidad de lisonjerlas como él decía. Una de esas ideas, por ejemplo, el federalismo que, según don Lucas, había fomentado el espíritu provincialista. Alamán se dio entonces a la tarea de proponer una transacción entre el espíritu tradicional y las nuevas ideas. Pero la política conservadora fue inepta y careció siempre de sagacidad para encontrar las fórmulas de ajuste; hizo todo lo que fue necesario hacer para desvincularse de los intereses populares; rechazó todas las fórmulas conciliatorias que le fueron propuestas; no tuvo nunca la grandeza de alma para renunciar a tiempo la parte de poder que ha de renunciarse en toda política de conciliación. Alemán mismo, con su gran talento como historiador, como pensador, pudo esforzarse por ofrecer fórmulas aparentemente conciliatorias, pero como político militante, no le interesó gran cosa el entendimiento de los partidos en pugna. Se dedicó a complicar al clero con el santanismo y la dictadura y a combatir rudamente a los liberales moderados, como bien lo observó don Justo Sierra.
Si por fidelidad a lo tradicional hubiera de entenderse la conservación de los factores reales de poder en el mismo sitio que han estado ocupado, cabe decir que los custodios de la llamada tradición colonial en México, hicieron lo que fue necesario para perder su puesto. Quisieron realizar una independencia pacífica para usufructuarla y ellos mismos la desencadenaron cruel y violenta. Iturbide le dijo una vez a O'Donojú: "Supuesta la buena armonía con que nos conducimos en este negocio, supongo que será muy fácil desatar el nudo sin romperlo". Y, sin embargo, lo rompieron.
La misma inepcia política demostraron las clases directoras, herederas del viejo régimen, en el México independiente. La Independencia, al fin y al cabo, la consumaron ellas; -es decir, el ejército realista, el alto clero y los terratenientes-, después de haber exterminado los caudillos del pueblo. A su alcanse estuvo haber cimentado un gobierno fuerte, que les garantizara sus privilegios, sofocando por algún tiempo el anhelo popular, pero traicionaron a Iturbide y luego eligieron a Santa Anna como paladín. Iturbide se propuso fundar una monarquia; pero fue dando todos los pasos para que se muriera recién nacida. Careciendo de antecedentes, tanto como de ellos podía carecer entonces la República, la monarquía debía acomodarse a la pobreza de una nación exhausta, asolada por la revolución; debía comenzar administrando, antes que brillando, e Iturbide, inoculado por el morbo napoleónico del siglo, la quiso revestir de pompa y de gloria, que desde luego resultaron ridículas. Lo anterior demuestra que el cuadro de principios que el Constituyente tomó de una nueva etapa de la cultura occidental, tiene apoyo también en la realidad mexicana. Las posibilidades ideales que el Constituyente le propone a la nación para perfeccionarse en el tiempo, no son producto de la imitación extralógica, sino de la necesidad imperiosa de corregir una política obtusa al servicio de una idea estacionaria sobre el destino del país.
Indiscutiblemente que hacer lo contrario de lo que se frustró por mezquindad en la idea y torpeza en la conducta, no es ir en contra de lo tradicional, como ha querido el pensamiento conservador afirmarlo.
Afortunadamente la tradición no es el sometimiento de la vida a lo caduco. No es el tributo que el hoy debe rendir al ayer, porque es ayer. Es el servicio que el pasado presta al presente; es lo que pude avanzar del fondo al primer plano en el cuadro de la existencia, y en una palabra, lo que la tradición arrastra, es lo que no está muerto. En ese sentido, la verdadera tradición mexicana es el mestizaje, la aptitud para funcionar sangres y culturas, la lengua española que ha sido voz y gesticulación de nuestro espíritu, todas aquellas soluciones sociales y políticas del pasado precolombiano o colonial, que han sido capaces de inspirar algo útil en México, como por ejemplo, el calpuli, antecedente del ejido; como por ejemplo, la institución del Real Patronato de la Corona Española, que comienza a separar el concepto de propiedad del tremendo absolutismo del derecho romano y que es el antecedente del principio agrego que inspira y modela el artículo 27 de la Constitución vigente que crea el sentido jurídico de la propiedad como función social, artículo ilustre que ha sido la salvaguarda jurídica de la riqueza material de la patria, y esa auténtica tradición es la que nunca ha negado el Constitucionalismo de México. (Aplausos)
Sintético y estimulante del crecimiento de la patria ha sido nuestro Derecho Constitucional y el genio político del pueblo que ha podido y sabido formularlo, porque cuando el mismo liberalismo de la Constitución del 57 evidenció sus fallas mostró sus lagunas la Carta de Querétaro corrigió las primeras y colmó las segundas, recogiendo su alto espíritu renovador de la nacionalidad.
Es innegable que el liberalismo mexicano produjo un vació: olvidó la condición del labriego; suprimió la propiedad comunal que el Imperio español mismo respetó, dentro de ciertos límites, y prendido el liberalismo al ímpetu ideal del principio que proclama la igualdad del hombre ante la ley, pasó por alto los tremendos desniveles económicos de la sociedad mexicana. Como alguien ha dicho, cada solución humana proyecta luz, pero deja una región de sombra, y esa fue la sombra del liberalismo.
La Constitución de 1917 es la superación dialéctica del liberalismo. De este último conserva la decisión democrática y republicana; la separación del Estado y la Iglesia, y lo que doctrinalmante le es más característico: la acotación de una zona inviolable de libertad para el hombre, frente al Poder público. Ha rebasado, en cambio, su neutralidad inconducente y suicida ante la función social de la clase campesina y ante el intrincado problema creado por la dinámica de la producción económica, sentando las bases para que el Estado se convierta en un regulador eficiente de los factores productivos.
Así, pues, mexicanos encuadrados en todos los partidos políticos de la Patria; señores conductores de los partidos políticos de México; mexicanos sin distinción de banderas ni credos, unificados solamente en ese sentido dinámico y constructor de la nacionalidad, podemos decir que no ha habido, pues, frustración del destino nacional. A los mexicanos nos ha ocurrido lo mejor que nos podía ocurrir. Entre la muralla china y la salida al camino real de la Historia, hemos elegido lo segundo. Entre la prudencia timorata que nos aconsejaba educarnos primero, para luego ser libres, hemos optado por la audacia de que el ejercicio de la, libertad nos eduque. Ni indigenismo ni hispanismo. Ambas posturas representan una insatisfacción sobre la forma en que ha acontecido nuestra historia y los mexicanos no debemos estar insatisfechos del curso de la misma. El primero lamenta el contacto occidental. El segundo deplora la independencia. Partamos de lo que somos, no de lo que pudimos ser. Organizar es la forma de producir conforme a un plan la actividad que puede dispersarse, para así conseguir un objetivo. La organización constitucional de México, ha impedido la disgregación de las energías nacionales, creando el ambiente propicio a la dignidad y la libertad del mexicano. No es utópica ni postiza por señalarnos metas difíciles. Nuestra organización constitucional es realmente constitucional, porque se produce conforme a las leyes estructurales de eso que es México. Y México es, ante todo, una forma increíble, sorpresiva y aparentemente extemporánea de ocurrir las cosas. La Conquista, es algo así como la inserción de las culturas del oriente clásico en pleno renacimiento. La Independencia es algo así como una Revolución Francesa en la alta Edad Media. La dialéctica de nuestro acontecer está acelerada. Las contradicciones engendran el movimiento de la Historia; los polos opuestos, la energía. Y entre más agudas son las contradicciones, más veloz es el curso del desarrollo histórico. Nuestra ley evolutiva es la precipitación, porque el primer tiempo de México es el futuro. No vamos del pasado al presente y luego al porvenir, sino que comenzamos desde el vértice de la cronología, puesto que hemos iniciado nuestro recorrido a la altura del siglo XVI europeo, dando el salto desde nuestras bellas y sugestivas culturas autóctonas. Por eso se han equivocado los que piensan que nuestra felicidad colectiva está en organizar una evolución lenta y parsimoniosa. No somos hijos de la repetición que se convierte en costumbre; somos producto de la imaginación que se propone fines y metas, somos el deber ser que llega a ser, por eso nuestro instrumento social y jurídico es la ley, formulación normativa de un plan conscientemente querido e intencionado, no la regla consuetudinaria. (Aplausos)
Pensamiento insensato y mimético no es el de los constituyentes del 57, que por haber imaginado un México libre, grande, digno y próspero, se propusieron hacerlo Republicano, Democrático y Federal, estableciendo inesperadamente el sufragio universal para provocar la catarsis. Pensamiento insensato es el de esos aficionados a la meditación política y filosófica, que como Luis Alberto Sánchez en el capítulo IX de su libro "Existe América Latina", clama para nuestros pueblos por un derecho consuetudinario al estilo del sajón, sin darse cuenta que por imposibilidad estructural y constitucional, nosotros somos hijos del plan calculado y perseguido con indomable intención para que se realice. Honremos hoy, entonces, la imaginación, la intrepidez, la sagacidad y la intuición de nuestros padres constituyentes de 1857 y de 1917 y de todos los grandes constructores de México que con mano maestra, han formado el precipitado social y político de nuestra democracia; esa democracia nuestra que, ante la perplejidad de Arriaga, recibió la tremenda carga expansiva del sufragio universal, definitivamente universal hasta ahora que el Presidente Ruiz Cortines le ha agregado una descarga de uranio: el voto de la mujer mexicana. (Aplausos)
- El C. secretario Osuna Pérez Rubén (leyendo):
"Acta de la sesión solemne celebrada por la Comisión Permanente del Congreso de la Unión el día veintiocho de febrero de mil novecientos cincuenta y siete, en homenaje al año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano.
"Presidencia del C. José Rodríguez Clavería.
"En la ciudad de México, a las doce horas del jueves veintiocho de febrero de mil novecientos cincuenta y siete, se abre esta sesión solemne con asistencia de veintiséis ciudadanos representantes en homenaje al "Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano".
"Concurren a esta sesión representante del señor Presidente de la República y del señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Secretarios de Estado y otros altos funcionarios, así como los presidentes de partidos políticos y representantes de organizaciones de trabajadores. "Pronuncian discursos alusivos a la conmemoración que se celebra, el C. senador y doctor Pedro de Alba y diputado y licenciado Rafael Corrales Ayala. "Se lee la presente acta".
Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica, se pregunta si se aprueba. Los ciudadanos representantes que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobado.
El C. Presidente (a las 13.25 horas): Se levanta la sesión solemne y se cita para sesión ordinaria de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión para el día 7 de marzo próximo, a las doce horas.
TAQUIGRAFIA PARLAMENTARIA Y
"DIARIO DE LOS DEBATES"