Legislatura XLIII - Año II - Período Comisión Permanente - Fecha 19570328 - Número de Diario 46
(L43A2PcpN046F19570328.xml)Núm. Diario:46ENCABEZADO
MÉXICO, D.F., JUEVES 28 DE MARZO DE 1957
DIARIO DE LOS DEBATES
DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS
DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos. el 21 de septiembre de 1921.
AÑO II. - PERIODO ORDINARIO XLIII LEGISLATURA TOMO I. - NUMERO 46
SESIÓN SOLEMNE
DE LA
H. COMISIÓN PERMANENTE
EFECTUADA EL DÍA 28
DE MARZO DE 1957
SUMARIO
SUMARIO
1. - Se abre la sesión. Pronuncian discursos alusivos en homenaje al "Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano" los CC. diputado Jesús Medina Romero y senador Efraín Brito Rosado.
2. - Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.
DEBATE
Presidencia del
C. JOSÉ RODRÍGUEZ CLAVERÍA
(Asistencia de 26 ciudadanos representantes).
El C. Presidente (A las 12.10 horas): Se abre la sesión solemne de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, en homenaje al Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano.
Tiene la palabra el ciudadano Jesús Medina Romero.
El C. Medina Romero Jesús: Señor Presidente. Señores Gobernadores. Señores Senadores. Señores Diputados. Señoras y Señores: es una fortuna para un ciudadano de México, el poder venir a la tribuna más prestigiosa de su patria y sumar a su voz a la de quienes han elogiado y elogiarán la vida y obra de los autores de una Constitución. Pero después de las discretas razones que hemos oído en la pasadas juntas y en la presente, y antes de las que habremos de escuchar en sesiones futuras, ¿ qué cosa nueva podría decir sobre tema tan arduo la palabra de un oscuro legislador, en quien ciertamente ha podido menos la preparación que el entusiasmo?
Yo, como representante por San Luis Potosí, como paisano de quien hace un siglo fuera Presidente de la Comisión de Constitución y alma de aquel Congreso, quiero decir su obra y con el mismo amor puesto en los cinceles que pulen la piel de mis canteras, entraña berroqueña de mi patria, he de cantar ahora el claro nombre de Ponciano Arriaga.
Ajeno a la más leve pretensión doctoral, aludiré tan sólo a la enseñanza laica, al derecho a la tierra y al juicio político, ideales que el maestro hacía suyos al aportarlos al Congreso Constituyente.
Sorprende el ver que en una época ciertamente saturada de efervescencia liberal, pero en la que pesaban considerablemente algunos atavismos, un hombre, el mismo que había preconizado la libertad de conciencia, consignada en el artículo 15 del proyecto de Constitución, clamase más de una vez por la enseñanza laica, y no libre como quedó en el texto constitucional. Y es que el maestro Arriaga, conocedor de la obra del ilustre sociólogo mexicano, el padre José Luis Mora, que fue quien primero pugnó en nuestro país por el establecimiento de la educación laica, preveía y prevenía los excesos de la facción sectaria. En México se confunde frecuente y dolosamente la libertad de conciencia con la libertad de enseñanza, y para evitar en lo posible esta confusión lamentable, Ponciano Arriaga, que abrazó la primera, se pronunció por el laicismo en la educación con lo que ampliaba el horizonte de la conciencia humana, dejando trazada para siempre su integridad espiritual. Cristiano sí pero en la aceptación moral del vocablo, que es la valedera y significativa.
En el voto particular, que sobre el derecho de propiedad leyó nuestro legislador ante el Congreso, el 23 de junio de 56, se habla, por primera vez con hondura y coherencia, del derecho del campesino sobre la tierra que trabaja Es otra vez el espíritu del gran Morelos, pero ahora sustentado sobre bases racionales y sólidas, capaces de llevar encima toda una reforma agraria. Y es que ante los ojos transidos del legislador aparecía, real, en su dramática plenitud, el lacerante espectáculo de nuestros campos, creado por los mandarines españoles de la época colonial, y continuando por los mandarines mexicanos que suspiraban por la prolongación de la colonia. ¿De qué servía dar al pueblo una y cien constituciones, si éste se debatía entre la odiosa explotación de los de arriba y la triste sumisión de los de abajo? ¿De qué servía proclamar los más bellos principios de la legalidad ante un pueblo hambriento, en el que los pobres jornaleros, ni siquiera dueños de su persona, mucho menos lo eran de los frutos de su trabajo? La cólera del legislador resonaba como un tambor guerrero y
estremeciendo aún los muros de la fábrica y del taller, clamaba por las prestaciones a los campesinos y a los artesanos, y por el establecimiento de colegios, de escuelas prácticas, de bancos populares y agrícolas. La tierra de quien la labra, el pan de quien lo trabaja, y sobre una fraternidad de gentes libres, la protección y el amparo de la República.
Y el juicio político, que acaso era un trasunto de los juicios de residencia, instituidos por la malograda Constitución de Apatzingán, venía a ser también, en cierto modo, trasunto fiel de nuestra peregrina Ley de Responsabilidades. Un funcionario público, su puesta la consideración ciudadana y la justa retribución económica que debe otorgársele, no es ni debe ser un privilegiado que aproveche la investidura oficial para su impunidad y su medro personales. Un funcionario público es o debe ser un servidor del pueblo, que sepa responder en todo tiempo del cargo que ostenta, y cuando incurra en faltas graves o en enriquecimientos inexplicables, un tribunal competente, integrado por un representante de cada entidad federativa, conocerá de sus vicios, y el Congreso de la Unión dictará las sanciones correspondientes. En este punto - permitidme decirlo sin el menor asomo de cortesía y sí con toda la lealtad y toda la honradez del mexicano - en este punto México ha logrado una superación indubitable, gracias a la decencia y al decoro ejemplificados en la vida oficial por el Jefe supremo de la nación.
Pero de estas ideas aportadas al Congreso Constituyente por Ponciano Arriaga, ninguna logró corporizarse en la forma de un precepto constitucional. Derrotado el maestro en sus lides más nobles, "roto casi el navío", como en el verso de Fray Luis, se retiró a la orilla para ver confundirse sus ensueños. Más el espíritu de los legisladores quedaron aquellos fermentos, y al correr de los años, al volar de los días, los náufragos ideales del maestro habían de resurgir del proceloso mar de la política, limpios de las espumas de la lucha parlamentaria, flamantes como banderas desplegadas. ¡ Dichosas derrotas que hacían presuponer el triunfo de los tiempos nuevos! ¡ Dichosas derrotas que al trocarse en victorias en los artículos 3o., 27 y 123 de la Constitución de 17, vinieron a suavizar un tanto el hambre y la ignorancia que han venido siendo los dictadores seculares de nuestro pueblo!
Por eso exaltamos hoy el recuerdo de Ponciano Arriaga, porque a la luz de la enseñanza laica, de la reforma agraria, de la dignidad obrera, podemos admirarlo ahora, no como una cumbre violenta y brusca del pensamiento libre, sino como el mirador altísimo desde el que se podían vislumbrar las más claras conquistas del dolorido pueblo mexicano.
Yo, que vengo de la dura tierra del maestro, hago estallar su nombre como una flor de cactus en este día de marzo, y si al decir sus ilusiones callé sus realidades, fue porque al fin de mi discurso quería cantar el nombre del patricio que supo darles vida perdurable.
"El respeto al derecho ajeno es la paz". ¡Padre Juárez! ¡Qué lejos se quedó la voz con la que pronunciaste estas palabras, pero que cerca vibra aún el eco de tu pensamiento! La luz de tus huesos sigue aún blanqueando los caminos del mundo, y nosotros que te vemos todos los días presidir la paz de esta patria que es tu casa y la nuestra, aquí estás otra vez, aquí esta tu presencia como nube serena, bañándose de fe en nuestro destino. Tu, que llegaste a la vida con el alegre cortejo de nuestra primavera, no nos dejes nunca de tu mano paterna. Permanece siempre entre nosotros; y si vuelves tus ojos al gran mural de América que es nuestro México entrañable, verás cómo en el diario ejercicio de tu lema nuestro pueblo trabaja por alejar sus miserias. y verás como te entrega, bajo los cielos y sobre los campos de tu República, no un fúnebre doblar de campanas sombrías, sino un creciente júbilo de labores y esperanzas". (Aplausos)
El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador Efraín Brito Rosado.
El C. Brito Rosado Efraín: Señor Presidente. Señores Senadores, Señores Diputados, Señoras y Señores: La coincidencia en un punto de la historia, de Juárez, el prócer, y el documento que dio base orgánica y firme a nuestra nacionalidad, la Constitución de 1857, viene a realizar la providencial conjunción de un hombre y un programa. Pecan de superficiales y caen en un lamentable lugar común quienes con frecuencia afirman que lo esencial para el progreso de una nación, de un pueblo, es la formulación de un programa; olvidando que el germen creador, el motor que pone en marcha y da vida actuante a las ideas necesariamente tiene que ser el hombre. El es la fuerza originaria que cambia y supera el rumbo de los destinos humanos y en el centro de todo gran movimiento social hay siempre, tiene que haber, un hombre o un grupo de hombres, que transformen la letra muerta de un documento, en dinámica realidad para el progreso.
En todas las grandes conmociones sociales, en toda ejecución de un programa político de cualquier índole que sean, hay siempre un hombre o un grupo de hombres que convierte la idea en realidad.
En el episodio trascendental que en la Historia de México se inicia en 1857, concurrieron en extraordinaria coincidencia un grupo de hombres ejemplares, Gómez Farías, Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, Ponciano Arriaga, Guillermo Prieto y otros más; pero sin la alucinante personalidad de Benito Juárez, sin el acerado barreno de su potente voluntad; sin su persistencia, cuya indeclinable uniformidad la asimila a la ineluctable acción del tiempo, sin ese concepto de patria y de derecho que en Juárez se hizo un evangelio de bronce, el drama de las Guerras de Reforma e Intervención, no hubiere tenido para México el victorioso desenlace y los trascendentes y perdurables efectos que tuvo.
Venido de la soledad, de esa remota y abismal soledad, en que se condensan y se crean los héroes y los santos. Hecho a las agresivas, imponentes alturas de su sierra zapoteca, Juárez es un impresionante arquetipo del hombre que se hace a sí mismo. Juárez, es ante todo, una magistral hechura de Juárez; por lo menos de lo que constituye el más hondo, original venero de la grandeza humana, que es una voluntad conformada en un carácter. No hubiera podido tener un origen más humilde ni un ambiente infantil más adverso. Un círculo de brusquedad, de ignorancia y de miseria, rodeó aquella infancia solitaria, y para romperlo estaba solo su
potente voluntad alentada por una flama inmortal, la fe en sí mismo. El aprendió como los ascetas a dialogar con el mundo primigenio en que su vida se iniciaba; con los amenazadores peñascos de sus sierras, con las aguas claras de sus manantiales; con el sol, con el viento; ya en dramático aforismo ha dicho Paul Valery: "escucha la voz del viento y aprenderás la historia del Cosmos". Esa inmensa soledad de su niñez hizo a Juárez penetrar muy hondo en las grandes severas lecciones de la naturaleza y lo hizo ir más allá, lo hizo derivar de aquel impresionable macrocosmos, hacia su silente, iluminado microcosmos. Se encontró y se conoció a sí mismo. Descubrió en su alma infantil y virgen el tesoro de su potente, demoledor carácter, y este lo llevó en tumultuosa marcha, que hizo despertar todos los ocultos poderes de la patria, desde su soledad de Guelatao hasta el episodio universal de Cerro de las Campanas.
Dura, difícil, la formación intelectual de Juárez, dura y difícil por la miseria en la que la inicia. Sin embargo hay dos hombres providenciales que lo alientan y impulsan. Antonio Maza, padre de la que fue su esposa y el padre Salanueva, que va abriendo la mente de Juárez como si fuera un teclado de infinitas voces. El acero de su voluntad se ilumina con la cultura; el bronce de su carácter se pule y se hace reluciente en el trato continuo con los enciclopedistas, con los filósofos sociales que dieron medula y rumbo a la gran revolución francesa. Resuenan las voces de los pensadores de la ilustración haciendo un evangelio de la libertad y de la ciencia y la huracanada palabra de Mirebeau, que pasa como una tormenta por encima del bronco despertar de la Asamblea Constituyente.
Sí la vida, no es como piensa el hombre vulgar, un monótono, mediocre y deleznable esfuerzo, para conquistar el bienestar personal. El dinero no es un fin es, debe ser, sólo un medio para ser feliz, pero aún más allá, un medio para ayudar a ser felices a los demás. El hombre se debe a la comunidad en que vive, a la Patria, a la Humanidad. Despreciables mezquindad y egoísmo los del hombre que sólo busca su propio personal bienestar. Dentro de estas implacables y luminosas verdades la inquieta, vigilante etapa de su juventud, se moldea y se templa.
La patria, está llena de miseria, y de tristeza hay que ir hacia ella y poner el espíritu y el brazo, en resuelta actitud, a su servicio.
Juárez se revela así como un innato conductor de pueblos. Su vocación es esa entregar toda su entereza moral, todo su talento, su voluntad y su fe para servir a la nación; y la Constitución de 1857, y las leyes de Reforma, fueron instrumentos magníficos, las llaves maestras, que sus manos de gran constructor, aplicaron con eficacia a la tarea gigante de dar forma definida y precisa a nuestra nacionalidad.
Pero es aquí donde Juárez se revela, a más de en otros aspectos, como un liberal congénito. Antes de dar una disposición, de elaborar un ordenamiento legal, - las leyes de Reforma entre éstos - necesita estar hondamente convencido de que son justos, que responden, no a un capricho de él ni de nadie, sino a una necesidad nacional. Todas sus medidas, todas sus órdenes, enérgicas como tenían que ser, van impregnadas de altura y de serenidad, y si muchas de ellas se encaminan a rectificar nocivas situaciones sociales, las acompaña siempre la palabra persuasiva y la explicación patriótica. La violencia y las luchas apasionadas que derivaron de la promulgación de la Constitución de 1857 y de las leyes de Reforma, no las inició Juárez, no las provocaron tampoco los católicos que sinceramente profesaban esa religión, prueba de esto, evidente, palmaria, es que fueron católicos la mayoría de los paladines liberales que hicieron la Constitución y que sobre todo en el aspecto moral fueron verdaderamente arquetipos de estadistas. No, a la violencia y la guerra la provocaron pequeñas minorías de fanáticos o camarillas fuertemente ligadas por intereses económicos que pudieron engañar a una parte del pueblo. Es por esto importante no confundir, y esto estoy seguro que hará bien a México, religión con fanatismo. Dos términos capitales que lejos de ser afines son cortantemente opuestos.
El fanatismo - actitud del alma que no hay que confundir con el sentimiento religioso - , el fanatismo es una enfermedad del espíritu, que pretendiendo ahondar, lo que logra es deformar el sentido y significado verdadero de la Religión. La Religión, el sentimiento religioso, es una innata tendencia en el hombre, una interrogante del espíritu humano, ante la fuerzas imponderables del Cosmos. Es una aspiración a poner en armonía el alma humana, con la alucinante grandeza del Universo, y con la fuerza situada más allá de nuestra razón humana que preside la creación y la destrucción de los mundos. En esto, todas las grandes religiones concretas, no importa cual sea su denominación, se unifican y alcanzan un vértice de identidad.
El fanatismo, por el contrario, creyendo o pretendiendo ser una dramática afirmación religiosa, en realidad constituye una enajenada e irresponsable negación de la Religión.
Pero es aquí, donde los mexicanos que leal, sincera y decididamente propugnamos la verdadera grandeza de México, la afirmación de su libertad y la aceleración de su progreso, tenemos el ineluctable imperativo de no ofuscarnos por la pasión, ni confundir lamentablemente los rumbos para que nuestro pueblo eleve junto a su bienestar material, su condición espiritual; y tener con claridad ante la mente, que el fanatismo no se combate con diatribas e imprecaciones, menos aún con la violencia. El fanatismo se combate con cultura. La educación es la única fórmula eficaz, profunda y duradera, para que el espíritu del pueblo mexicano libre de nieblas mentales, pueda orientar su vida y el destino de la nación por los senderos más ciertos en la conquista de su felicidad.
El liberalismo no es una tesis muerta; el amor a la libertad, que es un sentimiento tan viejo como el hombre, tendrá que acompañarlo siempre en su larga peregrinación por alcanzar el bien. Por ello el liberalismo, aunque con caídas y debilitamientos resurge en el siglo XX como una tesis actualizada: el liberalismo social, estrechamente ligado a la marcha ascendente de la democracia.
La finalidad del liberalismo, es como se desprende de su propia denominación, la libertad. La
libertad en todas sus direcciones: política, religiosa, social y su esencia radica medularmente en la tolerancia. Surguida la tesis liberal en sus originales manifestaciones, como una oposición a la forma autocrática de Gobierno que privó en la Edad Media, fue en sus principios una tesis negativa, que gradualmente se hizo positiva y creadora, para transformarse, de una antítesis que primeramente había sido de la autocracia medieval, en una afirmación generosa de la libertad.
Por ello, quien en cualquier forma, que no sea a través del convencimiento, de la razón, trate de imponer un criterio o pretenda vedar arbitrariamente el libre desenvolvimiento material o espiritual de los demás, está atacando en su entraña misma al liberalismo y destruyendo la base en que esa doctrina se asienta.
El liberal auténtico ve con tolerancia las ideas y las convicciones ajenas, y aunque las crea equivocadas, propicia su discusión, pues piensa que a través de ella el error ajeno se pondrá de relieve y la propia verdad se mostrará más limpia y fortalecida. Enfocado así este punto podríamos afirmar que fue Sócrates el primer paladín del liberalismo, pues por medio de su mayeutica, que incluía con admirable lógica en la discusión, preguntas y respuestas, llevaba a quienes al iniciarse esa no pensaban como él, a quedar sincera y lealmente convencidos de su error, y de las iluminadas verdades del pensamiento socrático. Y así como el individuo puede, guiado por otro o por propia determinación lograr el equilibrio de su personalidad y el control y dominio de sí mismo, el liberalismo cree y afirma que la sociedad puede también alcanzar por vía del convencimiento y del ejemplo, la regeneración del individuo y el armónico funcionamiento de la colectividad humana.
Esa tesis, la libertad, para sintetizarla en una frase, inflamaba el espíritu de los revolucionarios mexicanos de mitad de la última centuria; se agitaban en ellos las encontradas tendencias, que por estas décadas conmovían también a Europa; los últimos destellos de la ilustración, de la Revolución francesa y del romanticismo alumbraban ya tenuemente las almas, dejando el paso al liberalismo que como una depuración de los excesos y desviaciones de la gran revolución llegaba a su culminación precisamente cuando el Plan de Ayutla anunció a la República el estrepitoso fin de una tiranía y la iniciación de una época que plasma y define la verdadera personalidad nacional.
La constitución de 1857 es ante todo un documento de buena voluntad. El brillo intelectual de sus autores, con ser extraordinario es, sin embargo, superado por su ejemplar calidad ética. Por encima de los errores y desvíos que hubieran podido tener, priva siempre en ellos, palpita en todos sus actos, en toda su obra y a través de la limpia trayectoria de sus vidas, un noble, elevado, patriótico deseo de engrandecer a México; y si como afirma Kant, el principio del obrar ético está en una buena intención, los constituyentes de 1857, por encima de cualquier diatriba, más altos que cualquier ataque se yerguen refulgentes y limpios, como los viejos héroes de remotas mitologías, sobre el pavés gigante que levantan hacia el infinito los brazos potentes de la nación agradecida.
La Constitución de 1857, conforma un modo de vida, un estilo de organización social, que como toda ley superior, no únicamente extrae de la costumbre los elementos de su existencia sino prevé y define el mecanismo que promueve y estimula el progreso de la nación. El ser complejo y mestizo del mexicano, lleno de hondas, a veces amargas contradicciones, pero también de iluminadas esperanzas y alentadores ímpetus, requiere de una legislación que atisbe en sus recónditos impulsos y emociones y avizore las metas que el mexicano quiere y debe alcanzar. Nuestras imperfecciones se han ido puliendo, nuestros vicios se han ido superando, y las nuevas generaciones llegan con una aptitud que hace más viables y cercanos los viejos, acariciados anhelos de la patria. La Constitución de 1857, no es un Código perfecto, tampoco pudo ser una ley eterna. Las normas que rigen a los pueblos como su vida misma se transforman diariamente en el infinito fluir de la existencia universal. Pero el Código, que como severo dique puso fin a una etapa de vergonzosa anarquía en la República; que definió en la ley escrita, de una manera categórica, las garantías que preservan al hombre de las arbitrariedades del Estado; que dio normas orgánicas y progresistas para la integración jurídica de la nación, merece a través de la más límpida justicia, el reconocimiento perenne de la patria.
Vivimos hoy en México, año del Centenario de la Constitución de 1857 y del egregio Pensamiento Liberal Mexicano, un régimen austero Constitucionalismo, de firme clara observancia de nuestra Carta Fundamental. Vivimos un Constitucionalismo real y pasada una centuria vuelven aquí a encontrarse, en el discurrir de estas consideraciones que hemos hecho alrededor de uno de los dramas más hondos que han sacudido a nuestra nación - Las Guerras de Reforma y de Intervención - el brillante cuerpo de leyes que integran la Constitución de 1857 y la figura silente iluminada de Benito Juárez. Grande fue la actitud del patricio epónimo al abandonar la Vicepresidencia de la Corte y tomar en sus manos con gesto resuelto una amenazadora responsabilidad y un indeterminable destino. Grande fue también su energía siempre inquebrantable, pero siempre serena, para dar las categóricas disposiciones que situaron en su justo nivel todas las fuerzas positivas y negativas que se disputaban el predominio en los destinos de México. Admirable, ingente es también su heroico peregrinar por el incendiado territorio de la patria, a veces casi abandonado y solo pero con el pecho iluminado por la creciente fe en su raza, en su pueblo y en su nación. Pero más grande, de mérito más perdurable y que en la historia futura irá creciendo en moldes indelebles y eternos, es en Juárez, el haber afirmado con su tremenda energía y su imponderable fe, algo que gloriosamente iniciaron Hidalgo, Morelos, Guerrero; que había venido plasmándose dolorosamente pero aún no llegaba a ser: la personalidad internacional de nuestro México y el pedestal intocable de la soberanía nacional. La sangre derramada en el Cerro de las Campana dio a las grandes potencias la dura pero justa lección de que México no era un país de conquista. A partir de aquel día de 1867 en que una inevitable descarga puso fin
al drama de la Reforma, por todas las naciones de la tierra, como un destello nuevo y como una gran voz desconocida flotó la nueva, incontrastable realidad: la de la Nación Mexicana, que ante el mundo, - un mundo en pasmada y reverente atención - , se encontraba y se revelaba así misma. (Aplausos)
El C. secretario Osuna Pérez Rúben (leyendo): "Acta de la sesión solemne celebrada por la Comisión Permanente del Congreso de la Unión el día veintiocho de marzo de mil novecientos cincuenta y siete, en homenaje al Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano.
"Presidencia del C. José Rodríguez Clavería.
"En la ciudad de México, a las doce horas y diez minutos del jueves veintiocho de marzo de mil novecientos cincuenta y siete, se abre esta sesión solemne con asistencia de veintiséis ciudadanos representantes en homenaje al "Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano".
"Asisten a esta sesión: representantes del señor Presidente de la República y del señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Secretarios de Estado y otros altos funcionario así como los Presidentes de Partidos Políticos y representantes de Organizaciones de Trabajadores.
"Pronuncian discursos alusivos a la conmemoración que se celebra, el C. diputado y licenciado Jesús Medina Romero y el C. senador y licenciado Efraín Brito Rosado.
"Se lee la presente acta".
Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa, sírvanse manifestarlo. Aprobada.
El C. Presidente (A las 12.45 horas): Se levanta esta sesión solemne y se cita para sesión ordinaria de la Comisión Permanente, para el próximo jueves 4 de abril a las 12.00 horas.
TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y
"DIARIO DE LOS DEBATES"