Legislatura XLIII - Año II - Período Comisión Permanente - Fecha 19570718 - Número de Diario 55
(L43A2PcpN055F19570718.xml)Núm. Diario:55ENCABEZADO
MÉXICO, D.F., JUEVES 18 DE JULIO DE 1957.
DIARIO DE LOS DEBATES
DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS
DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos.
el día 21 de septiembre de 1921.
AÑO II.- PERIODO ORDINARIO XLIII LEGISLATURA TOMO I.- NUMERO 55
DE LA
H. COMISIÓN PERMANENTE
EFECTUADA EL DÍA
18 DE JULIO DE 1957
SUMARIO
SUMARIO
1.- Se abre la sesión Pronuncian discursos alusivos en homenaje al "Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano", los CC. senador Ernesto Meixueiro, diputado Flavio Romero Velasco, senador Luis I. Rodríguez y diputado José López Bermúdez.
2.- Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.
DEBATE
Presidencia del
C. JOSÉ RODRÍGUEZ CLAVERÍA
(Asistencia de 25 ciudadanos diputados representantes).
El C. Presidente (a las 18.00 horas): Se abre la sesión solemne de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión como homenaje al Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano.
Tiene la palabra el ciudadano senador y licenciado Ernesto Meixueiro.
El C. Meixueiro Ernesto: Señor representante del señor Presidente de la República, señor Presidente de la Comisión Permanente del H. Congreso de la Unión, Señor representante del Presidente de la H. Suprema Corte de Justicia de la Nación. Señores y señoras: "las naciones fortalecen su espíritu cuanto más recuerdan a sus héroes".
Para ventura de México, no hemos olvidado ni olvidaremos a los nuestros. Precisamente, hoy nos congregamos en este recinto de la representación nacional para rendir pleitesía una vez más a los constituyentes liberales de 1857, y, en particular, al ilustre patricio Gueletao, fallecido hace exactamente 85 años.
De este patriota, y como homenaje a él, quiero hablar, no en una disertación exhausta, sino dentro de tres circunstancias que, concatenadas, fueron determinantes de las tres características esenciales de su fecunda vida.
La primera circunstancia me lleva desde luego a desear que para siempre quede enmendado el error que frecuentemente se comete, de buena o mala fe, al narrarse dentro de un marco de leyenda, el episodio de la fuga hogareña del niño Juárez, atribuyéndola al miedo de un castigo.
Acerca de ella, oigamos la verdad, desprendida de sus propias palabras en los apuntes autobiográficos que escribió para sus hijos:
"En algunos ratos desocupados mi tío me enseñaba a leer, y me manifestaba lo útil y conveniente que era saber leer el idioma castellano...""Estas indicaciones y los ejemplos que se me presentaban de algunos de mis paisanos que sabían leer, escribir y hablar la lengua castellana, y de otros que ejercían el ministerio sacerdotal, despertaron en mí un deseo vehemente de aprender, en términos de que cuando mi tío me llevaba para tomarme mi lección, yo mismo le llevaba la disciplina para que me castigase si no la sabía..." "Insté muchas veces a mi tío para que me llevará a la Capital..." "Por otra parte,(agrega el autobiografiado), yo sentí repugnancia de separarme de su lado, dejar la casa que había amparado mi niñez y mi orfandad, y abandonar a mis tiernos compañeros de infancia con quienes siempre se contraen relaciones y simpatías profundas que la ausencia lastima marchitado el corazón. Era cruel la lucha que existía entre estos sentimientos y mi deseo de ir a otra sociedad, nueva y desconocida para mí, para preocuparme mi educación. Sin embargo, el deseo fue superior al sentimiento, y el día 17 de diciembre de 1818, a los doce años de mi edad, me fugué de mi casa y marché a pie a la Ciudad de Oaxaca".
Como se ve, fue el afán de ilustrarse lo que encaminó los pasos iniciales en el peregrinaje constante y ejemplar de Juárez.
No pudo ser, en consecuencia, el temor, como se ha dicho, el que hiciera abandonar sus paisajes familiares al huérfano zapoteca, ya que otras veces, él mismo había llevado espontáneamente a las manos de su tutor el instrumento que éste necesitaba para castigarlo.
¡No, señores! El 17 de diciembre de 1818 el destino de la patria no lo marcó la cobardía, sino el ansia de saber; no lo determinó la debilidad de un espíritu, sino su audacia y su firmeza.
Los éxitos logrados al impulso de ese afán de cultura dieron a Juárez la posesión desde entonces
y para siempre, del arma principal de sus luchas titánicas: la razón.
La segunda circunstancia biográfica que deseo apuntar, a la penetrante y grave injusticia que el ya licenciado Benito Juárez sufriera en carne viva, se refiere al ser encarcelado por el solo hecho de haber defendido ante los tribunales al pueblo de Loxioha que era víctima de pesadas exacciones eclesiásticas. Las maquinaciones sin nombre que sacerdotes perversos urdieron impúdicamente, en complicidad con funcionarios públicos para dañar al joven y brillante abogado Juárez, provocaron en éste el odio permanente a toda injusticia. Así lo confirman sus siguientes expresiones:
"Estos golpes que sufrí, y que veía sufrir casi diariamente a todos los desvalidos que se quejaban contra las arbitrariedades de las clases privilegiadas en consorcio con la autoridad civil, me demostraron de bulto que la sociedad jamás sería feliz con la existencia de aquéllas y de su alianza con los poderes públicos, y me confirmaron en mi propósito de trabajar constantemente para destruir el poder funesto de esas clases".
Fue por ello que, desde estos acontecimientos, Juárez sólo esgrimió la majestad del derecho para abatir la justicia.
La tercera característica que de tan ilustre reformador señalaré, se relaciona con los graves sucesos que vivió la República a raíz de la promulgación de la gloriosa Constitución de 1857, y que tuvieron culminación en el golpe de Estado que dio el Presidente Comonfort en diciembre del propio año.
Al efecto, cabe decir que después de estructurado el país conforme a ese supremo Estatuto que prestigió a México y dignificó a los mexicanos, se iniciaron conspiraciones y levantamientos armados en que tomaron parte aquellos a los que desagradaba el orden legal alcanzado, significándose como los más enconados enemigos de éste y los interesados que el Estado estuviera sometido a un poder espiritual y mantuviera los privilegios de determinadas clases sociales.
Reconociendo las ventajas de un nuevo estado de cosas y de un orden en la vida institucional del país, los ciudadanos conscientes deseaban seguir desenvolviendo su existencia dentro del ambiente saludable que había creado la Constitución, a la que amaban ya profundamente. ¿Y cómo no iban a amarla, si ella significaba lo que con mucho acierto resumió el Constituyente en la parte de su Manifiesto a la nación, que dice:
"La acta de derechos que va al frente de la Constitución es un homenaje tributado, en nuestro nombre por vuestros legisladores, a los derechos imprescriptibles de la humanidad. Os quedan, pues, libres, expeditas todas la facultades que del Ser Supremo recibisteis para el desarrollo de vuestra inteligencia, para le logro de vuestro bienestar. La igualdad será de hoy más la gran ley en la República; no habrá más mérito que el de las virtudes; no manchará el Territorio Nacional la esclavitud, oprobio de la historia humana; el domicilio será sagrado; la propiedad inviolable; el trabajo y la industria libres; la manifestación del pensamiento sin más trabas que el respeto a la moral, a la paz pública y a la vida privada; el tránsito, el movimiento sin dificultades; el comercio, la agricultura sin obstáculos; los negocios del Estado examinados por los ciudadanos todos; no habrá leyes retroactivas, ni monopolios, ni prisiones arbitrarias , ni jueces especiales, ni confiscación de bienes, ni penas infamantes, ni se pagará por la justicia, ni se violará la correspondencia, y en México, para su gloria ante Dios y ante el mundo, será una verdad práctica la inviolabilidad de la vida humana, luego que con el sistema penitenciario pueda alcanzarse el arrepentimiento y la rehabilitación moral del hombre que el crimen extravía".
El Congreso siguiente, al que honra la gallarda actitud que tomó en defensa de la legalidad advirtió el peligro de un desquiciamiento nacional.
Tal peligro se acentuó, cuando asociado con los conspiradores quien debería haber sido el más firme sostén de esa ley, el propio Presidente de la República, éste expresó que eran necesarias diversas reformas constitucionales.
Mas para el bien de México, ya en esos días se encontraba en la metrópoli, después de gobernar ejemplarmente a Oaxaca, el más vigoroso defensor de la Constitución, su más leal enamorado, y el más celoso vigilante de su observancia.
Poco después, al proclamase el funesto Plan de Tacubaya, y al ser encarcelado este patricio, tornose más sombrío el panorama de la República, entendiendo Juárez, tras profundas reflexiones, que sólo el esfuerzo sobrehumano de un dirigente nacional podría operar el milagro de la salvación.
Fue entonces cuando, despojándose por entero de los normales egoísmos, y a sabiendas de que en la lucha serían muy escasas posibilidades de supervivencia personal, resolvió entregar a la patria todas las horas de su laboriosa vida futura, fusionando los latidos serenos de su gran corazón con las palpitaciones inquietas del alma popular. Esta definitiva entrega fue fielmente cumplida por él, durante más de 14 años sucesivos, hasta el mismo día de su muerte, en que todavía atendió negocios de su alta investidura oficial, mientras los garfios del dolor se clavaban en su pecho, y cuando ya sabía que estaban contados los minutos de su preciosa existencia.
Estas tres etapas históricas que he recordado aquí perfilan, a mi juicio, la férrea personalidad del Benemérito, caracterizaba por sus tres fervorosos cultos; el de la razón, el del derecho, y el de la patria.
Se ha dicho que las pirámides son como la imagen de una vida completa, y yo pienso que la vida de Juárez representa a la perfección esa figura, porque siendo estas tres características como aristas rectilíneas, fue su existencia levantándose desde la soledad de sus prados serranos hasta alcanzar la cima, en vértice tan luminoso y elevado, que desde ahí se convirtió en la cumbre histórica de México.
De aquí la rotunda expresión de que Juárez, ejemplo y guía, encarna la suprema y aspirada trilogía que yo me permito enunciar de esta manera: amar la cultura, para servir mejor a la patria; amar el derecho, como expresión cabal de la justicia; y
defender la libertad porque ella crea el único ambiente en la cual la armonía social puede ser una bella y esplendente realidad.
Por eso, hoy que fortalecemos nuestro espíritu nacional en esta evocación histórica, y en este ambiente de unión y de fervor cívico, hagamos el firme propósito de unirnos permanentemente en la veneración a que los héroes nos obligan; de juntar los humanos esfuerzos de México, para ir borrando cada día más nuestras imperfecciones; de irnos superando en todas formas, en función de vida y en función de patria". (Aplausos)
El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Flavio Romero de Velasco.
El C. Romero de Velasco Flavio: Señor Presidente de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión. Señor representante del Poder Judicial. Señor Secretario de la Defensa Nacional. Señores senadores, compañeros diputados:
"Han transcurrido en cien años. El vértigo de un siglo nos separa de aquellos acontecimientos que escribieron uno de los capítulos más trágicos y gloriosos de nuestro pasado, y todavía sentimos sobre nosotros el influjo y el calor de aquella hoguera combusta por el más limpio de los patriotismos en la que México templara el recio espíritu libertario que le configura y define.
Con la amplia perspectiva de los años, limpia de opacidades e interferencias, las generaciones del México actual han tenido la vista sobre el panorama de nuestro pasado, y han valorado los sucesos que en la segunda mitad del siglo XIX contribuyeron a trazar el rasgo más característico de nuestra nacionalidad. Deformaciones y extrabismos, fruto de las pasiones que incendiaron los pensamientos y armaron los puños, y que durante muchos años han pretendido inútilmente consideración de verdad histórica, ya han pasado por el filtro inexorable del tiempo que todo lo aclara y purifica. Por ello, vano será todo confusionismo que impulsado por la pasión pretenda sembrarse en mengua y desdoro de la ideología y de las armas que rescataron la dignidad y el decoro de la República. A la justa distancia que marca un centenario, la historia ha emitido su juicio que apegado a la más limpia apreciación historisista es la expresión de una verdad sin tacha que no admite rectificaciones.
La firmeza de las instituciones en aquel tiempo concebidas, y que a través de las décadas han ratificado con su vigencia el influjo benéfico que en todos los órdenes de la vida nacional han ejercido, agiganta cada vez más las figuras señeras de aquella egregia generación de liberales, que al mostrarlos a las nuevas generaciones como paradigmas de la virtud ciudadana, se guarnece el patrimonio moral de la República, porque llegada la ocasión de que asuman la responsabilidad que la patria les señale, en toda noble promoción tendrán como guía la limpieza inmaculada de sus principios, y toda conducta alentará al amparo del follaje maduro de sus ejemplos.
Bien puede afirmarse que aquella generación de hombres imbuídos en el pensamiento liberal que concretaba la doctrina política más avanzada en el siglo pasado, no representaba una mera improvisación doctrinaria destinada a organizar jurídicamente la República sobre la base endeble de especulaciones y teorías desprovistas de todo temblor social. Sin excluir como antecedente doctrinario de su liberalismo el pensamiento de la ilustración francesa, la raigambre profunda de su espíritu reformador se fincaba en la trágica realidad que el país soportaba, realidad que por sí misma en su anacronismo señalaba el camino lógico de la reforma social que proclamara un nuevo estilo de vida acorde con el progreso que la época nos imponía como país civilizado. La existencia de estancos y monopolios, que le sirva para la economía de la nación lo era más aún para las clases desposeídas; la supervivencia de castas que con fueros y privilegios exclusivos negaba la más elemental de las igualdades como lo es la del hombre ante la ley: la inseguridad del ciudadano carente de efectivas protecciones; el oropel que como una afrenta se levantaba sobre la miseria del pueblo, y la enorme riqueza amortizada que permaneciendo al margen de la economía era razón y causa de la miseria degradante de la República, conformaban el marco dramático de aquella época, cuya reestructuración imponía la necesidad de instituciones que mirando primordialmente al afianzamiento y consolidación de un Estado en la anarquía, configurara de manera definitiva los derechos esenciales del individuo y la efectiva defensa de esos derechos frente a las extralimitaciones del Estado.
Tal parece que los muchos años de ignominia que viviera el país sirvieron para madurar en todos sus ámbitos, hombres de visión y de carácter, que lo mismo supieron ser soldados en la lucha, que convicción y verbo en la tribuna del Derecho.
Si muchas fueron las adversidades que desde aquel entonces nos templaron para siempre; si múltiples fueron las derrotas que nos infringieron y no pocas las humillaciones que la codicia o la traición nos ocasionaron, bien podemos sentirnos compensados de toda iniquidad y de todo sacrificio con el orgullo legítimo de sabernos legatarios de aquella generación luminar de la Reforma, que siendo timbre de gloria en las páginas de nuestro pasado bien podía ser en la historia de cualquier paradigma de patriotismo y escudo de dignidad.
(Aplausos)
La concreción jurídica de las inquietudes sociales de aquella época, obra y testamento del pensamiento liberal que señalara rumbos definitivos a la vida política de México, marca la mitad del camino en nuestra trayectoria constitucional, cuya primera manifestación en los umbrales de la Independencia traza y define para siempre el significado de la Ley, en nuestra historia. En los tres instantes fundamentales que subrayan los procesos evolutivos de nuestra integración nacional, la elaboración de una Ley Suprema que fije nuevas formas de organización social, ha sido el rasgo característico y el denominador común.
El sentido de legalidad que ha presidido todo movimiento reformista y la proyección que a través de los años han tenido los principios sociales que sustentaron los prohombres de la insurgencia, nos confirman en la apreciación de que nuestra
maduración no ha sido del azar o la casualidad, sino fruto de una perceptible continuidad histórica que por sobre todas las adversidades ha seguido su curso unitario de integración social. Sobre este lento acontecer formativo de México, y sobre todas las circunstancias que han contribuído a su solidez doctrinaria, un alto principio prevalece y se afirma, porque habiendo sido bandera y convicción de nuestros primeros caudillos, es ideal que se identifica con las aspiraciones ciudadanas; vivir al amparo de la Ley y sobre el principio rector de la justicia social.
Génesis de nuestro Constitucionalismo y cimiento de nuestra estructura social ha sido el pensamiento tutelar que alentó en los hombres de la insurgencia. El decreto abolicionista de la esclavitud que el Padre Hidalgo expidiera en Guadalajara, bien puede considerarse como el primer antecedente constitucional porque señala y enmarca el principio base de nuestra organización social. El pensamiento de Morelos, expresado en las proclamas que dirigiera a la nación, definen la visionario genial que en el fragor de la lucha trazó el croquis de nuestra verdad política, económica y social. Cuán oportuno para la nación que se enunciaba fue el ejemplo del Cura de Carácuaro, que al delegar en el Congreso de Chilpancingo su autoridad indiscutible de caudillo en un cuerpo colegiado conformó la supremacía del orden jurídico signo con su ejemplo el apotegma de que la buena ley es superior a todo hombre. (Aplausos) Fruto del Congreso Constituyente de Chilpancingo, la Constitución de Atizapán consagró los derechos humanos, precisó el origen y la radicación popular de la soberanía y la independencia de Poderes. Sin embargo, no fue sino hasta en la Carta Política de 1824, primera del México independiente, en la que se plasmaron tres grandes adelantos en materia de derecho público: el régimen Re publicano, la Federación y el sistema Presidencial. Bajo el centralismo, la Constitución de 1824 incorpora las garantías del individuo, y posteriormente en el acta de Reformas de 1847 se esboza la institución del amparo, cuya dimensión se expresa en la inusitada brillantes del voto particular de don Mariano Otero.
Una vez concluido el ciclo legislativo que partiendo de los albores de la Independencia procure en el año trágico del 47, la ira silenciosa del pueblo irrumpió airadamente en el Plan de Ayutla, que buscando rescatar a la República de su larga noche de ignominia y de vergüenza, fue el pórtico de entrada para el triunfo de la Constitución y la Reforma. El pensamiento liberal que desde 1833 se proyectó como programa reformista en esos dos grandes del liberalismo que fueron Gómez Farías y el doctor Mora, sentaba sus reales como doctrina de cimbrar la estructura nacional, al operar cambios radicales que cortaron por su base la inercia y el conformismo que tanto daño al país.
A muchos años de aquellas luchas que tallaron el recio perfil del México Moderno, es cuando más se aprecia la dimensión patriótica de los hombres que con su perseverancia y convicción hicieron posible, frente a todos los embates, el triunfo del Constitucionalismo sobre el obscuro imperio de aquéllos que no tuvieron más patria que sus propios intereses.
Qué mejor título para la Constitución de 1857, adicionada por las leyes de Reforma, que "consumadora de la segunda Independencia". Si el primer movimiento emancipador fue la liberación de orden político nos sustrajo al dominio español, la conmoción legislativa del 57 y la Reforma, marca en el devenir histórico de México una nueva y necesaria revolución contra todos los atavismos provenientes de la Colonia, contra todas las codicias que ahogaban al República, y contra la miseria moral de aquellos para quienes primero estuvo el triunfo de sus ambiciones que la dignidad de México. (Aplausos)
Lejos estamos de afirmar que la Ley Fundamental de 1857 representaba en sí un Código perfecto, como distantes también lo estamos de señalar sus yerros e insuficiencias. cuya calificación las más de las veces, obedece a un prurito crítico legal que por lo general concluye en el Juicio de la Constitución perfecta que abarque y resuelva en su contenido todos los ángulos posibles de una realidad determinada. Fruto de convulsiones sociales cuyas ideas renovadoras se precipitan en tropel hacia su reconocimiento legal, el código supremo de una nación necesariamente presentará lagunas e imperfecciones que el tiempo y la experiencia subsanan. Su derogación, no implica fortuitamente un desconocimiento absoluto de sus prevenciones, sino la necesidad de ajustar institucionalmente nuevas experiencias sociales y relegar aquellas que superadas o ineficaces ya no tienen razón de ser por su anacronismo.
La constitución de 1857 al restaurar el imperio de la Ley dando fin a la anarquía y el retroceso de toda una época, cumplió su cometido inmediato, cuya importancia para el momento histórico- crucial que México vivía, estuvo a la altura de su enorme significado institucional que la Constitución de 1917 acogió como principios permanentes consubstanciales a nuestra organización política.
El legado magnífico de aquel movimiento jurídico de alcances insospechados, es en su prólogo el reconocimiento de los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales. Si la bandera de los constituyentes fue su devoción por la libertad, la expresión de las libertades fundamentales del hombre en las garantías individuales dan fe de ella, La reafirmación del Régimen republicano representativo y federal, concretaba en su enunciado una lucha ininterrumpida de muchas décadas y que aún después de su reconocimiento hubo de manifestarse en la vigencia efímera de una monarquía moderada. Si el espíritu del legislador fue ante todo pasión por la limpia igualdad del hombre, obvia se antoja la abolición de tribunales especiales y privilegios, y la proclamación rotunda del sufragio popular dentro de un régimen democrático, que anulaba la practica discriminatoria de las minorías selectas para quienes la República era el exclusivo patrimonio de un reducido grupo de elegidos. La separación jurídica de Estado e Iglesia que delindara la esfera de acción del poder espiritual, implicaba necesariamente una honda
transformación del orden económico al poner en circulación una enorme cantidad de riqueza acumulada que, sustraída de acción del Estado, fue causa determinante de la pobreza extrema de la nación. El organismo económico de México casi anquilosado por luchas intestinas, invasiones injustas, continuos pronunciamientos y enfermedades que diezmaron la población, reclamaba de los hacedores de la ley acción inmediata que se tradujo en la abolición de trabas para el desarrollo del comercio y de las comunicaciones que inyectaron nuevos bríos a la decaída economía del país. Identificados con el mismo pensamiento y a la luz de idéntico propósito, quedó consignado el cambio en el régimen de la familia en la institución del matrimonio laico, la independencia y la dignificación del Poder Judicial, la abolición de la pena de muerte para los delitos políticos y a al consagración definitiva del juicio de amparo que ha sido reconocido como una de las más grandes conquistas jurídicas de América. (Aplausos)
El Plan de Ayutla estaba cumplido. El triunfo de la Constitución y las leyes reformistas que le adicionaron dieron por concluido el apasionante debate político que estremeció la primera época del México independiente. Cincuenta años más tarde en los labores del nuevo siglo, las masa obrera y campesina, puño y sangre de la Revolución Mexicana, precipita ante el azoro de aquel entonces el debate social que integra y complementa la doctrina liberal del 57. Por eso, junto a los grandes de la Reforma social Mexicana, están los adalides de su reforma política: Ponciano Arriaga y Gómez Farías, (aplausos) Ignacio Ramírez, (aplausos) José María Mata y Ocampo, Zarco y Vallarta, Guzmán y Altamirano, Guillermo Prieto y Santos Degollado, (continúan los aplausos) prócer generación del ejemplo presidida por el carácter y la templanza de un hombre cuya figura de compendiar y definir el alto sentido moral que alienta en la historia de México. Hace cien años que sus detractores buscan inútilmente la afrenta de su nombre y el menoscabo de su prestigio; mas sobre todas las negociaciones se levanta su limpia dimensión patriótica, y en su pedestal de granito Juárez queda en pie, (aplausos nutridos) sostenido por el pueblo y afianzado en la Constitución. (Aplausos nutridos poniéndose en pie todos los asistentes)
En este aniversario luctuoso que por contraste marca la reafirmación del benemérito en la vida de México, el Congreso de la Unión rinde homenaje a la Constitución de 1857 y al Pensamiento Liberal Mexicano porque sabe que al hablar de la significación y transcendencia de aquel movimiento dignificador de la República, es necesariamente converger al sentido de su obra y a la trayectoria de su espíritu.
Qué mayor satisfacción en esta celebración centenaria aunada a la fecha que marca el deceso del Patricio que confortarse en la certidumbre de su esbelto ejemplo de hombre público y su talla de reformador se han identificado plenamente en esos dos ámbitos que configuran la personalidad de los grandes hombres: el de su propia patria, y aquel que se extiende más allá del estrecho cerco de las fronteras, porque Juárez en el escenario de sus luchas y denuedos de ha impuesto con la fuerza avasalladora, convincente y limpia de su causa, y en ámbito internacional por su ejemplo de gobernante y la honda calidad humana que lo identifica con la dignidad del derecho de los pueblos en el apotegma inmortal que finca el logro de la concordia y de la paz en el respeto al derecho ajeno y en la reciprocidad natural del ajeno respeto al derecho propio.
La íntegra conformación de su carácter imantado que en el instante álgido supo aglutinar la dispersidad del genio reformista que salvó a la República, es el inusitado compendio de cualidades que en los instantes más dramáticos de la historia parecen converger en un solo hombre "Juárez- afirma Miguel Alvarez- no cedió a los embates de la memoria sentimental, ni al temeroso transaccionista de su partido, ni al rabioso extremismo, ni al político comerciante y calculador. Mas todo esto implica en el carácter la poliforme luz y la domeñadora fuerza. Comprended así lo grave y difícil que era reunir en un mismo hombre las soluciones más contradictorias en fuerza de salvar la integridad de la familia mexicana: ser a un tiempo mismo voz de prudencia y serenidad para el exaltado; acicate inspirador para el temeroso; barrera de dignidad para el acomodaticio; firmeza para el embate sentimental de los recuerdos, y erguida roca siempre, a toda hora, en todo sitio, sin tregua y con implacable golpe, para el invasor extranjero y la tradición agazapada de los propios hijos de México". (Aplausos)
Sea mejor este día simbólico, que el elogio del insigne zapoteca lo diga el juicio que la prensa republicana de Francia publicó en 1872 a raíz de que la voz del reformador se apagó para siempre, y que el Monitor Republicano que en aquel entonces se publicaba en México, reprodujo el 30 e agosto del mismo año. En su aspecto modular expresa:
"Un hombre que ha desempeñado un gran papel en su país, y cuyo nombre esta mezclado a nuestras desgracias y a los desastres de la política imperial, acaba de morir al otro lado del océano, en ese México en donde quedaron los cadáveres de tantos soldados franceses. Ese hombre es Juárez. Ese hombre que tenía sangre india en las venas, defendió la independencia de su país con la perseverancia e indomable energía de las razas primitivas, no desesperando jamás de la salvación de su patria y de la heroica victoria, aún en las horas más tristes de la derrota, dando así a los que tuviesen que luchar contra la usurpación o la invasión extranjera, un ejemplo en el que hombres del 4 de septiembre no supieron inspirarse y no pudieron seguir. Ese no soñaba en enternecer al invasor victorioso con lágrimas, semejantes a las que le Vicepresidente del Gobierno de la Defensa Nacional derramaba en la mesa del Rey Guillermo en Ferreries. Ese no engañó las esperanzas de sus compatriotas y el valor de los soldados y no perdió en palabras el tiempo que necesitaba consagrar a la acción. Nos había enseñado cómo vencer, cómo se arroja al extranjero, cómo se castiga a los usurpadores. La lección de nada sirvió. Pero cuando menos
debemos respeto al hombre que nos la había dado. Ese abogado, ese indígena, fue el que causó la primera herida a la insolente fortuna del hombre de diciembre, y las balas que hirieron en Querétaro al príncipe Maximiliano, al atravesar el pecho imperial, vinieron a agujerar el prestigio del cesarismo que había cogido a Francia entre las redes del golpe de Estado. El Emperador de Sedán al entregar su espada al Rey de Prusia sólo le daba un fragmento. Juárez la había roto antes. Ese hombre tuvo que combatir a Francia, tenemos que deplorarlo, y nuestra vergüenza no es haber sido vencidos por la enérgica y audaz perseverancia de ese patriota mexicano; es haber merecido la derrota. Juárez cumplía con su deber de patriota y de magistrado. Tenía que defender su Patria y la República. Las defendió y las salvo... Pudo ser el enemigo del Imperio; no puede ser el enemigo de Francia, que debe respeto a la memoria de ese hombre cuyo ejemplo nos enseña cómo se defiende el Derecho y cómo se salva a la Patria". (Aplausos nutridos)
Señoras y señores:
El camino que México ha recorrido en busca de su consolidación institucional ha sido bajo el rigor de todas las inclemencias y el peligro de todas las asechanzas; muchas han sido las ambiciones que han lesionado su integridad física y moral y no pocas las cicatrices ocasionadas por hijos bastardos que agazapados en los recodos de la ruta han pretendido su desviación histórica. Todo adelanto se ha fincado sobre la violencia y sangre y ha escrito trágicos capítulos de lucha contra el egoísmo y la injusticia; pero sobre todas las vicisitudes, México ha seguido el rumbo de sus mayores, y fiel a su designio ha permanecido erguido y firme frente a todos los combates y ante todas las adversidades.
Si hemos de creer en la historia no como en la fría narración que compendia el devenir de los acontecimientos humanos, sino como en la lección suprema en que alienta la mejor de las experiencias, ahí está la historia de nuestra patria, dramática y convulsa, que al mostrarnos en sus páginas abiertas cuál ha sido el bien y el mal de México, nos indica cómo perseverar en la obra y en el ejemplo de nuestros grandes hombres. (Aplausos)
En la hora presente, crucial por sus problemas y definitiva por sus soluciones, el índice severo y paternal del Presidente Adolfo Ruiz Cortines ha Señalado con la prédica del ejemplo y el aval de nuestras patricios el camino único de la superación de México; la decisión en el trabajo y el respeto a la Constitución como la más alta verdad de la República" (Aplausos)
El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador y licenciado Luis I. Rodríguez.
El C. senador Luis I. Rodríguez: Señor presidente de la H. Comisión Permanente del Congreso de la Unión. Señor Representante del señor Presidente de la República . Señor Representante del Presidente de al H. Suprema Corte de Justicia de la Nación. Señores Representantes de los partidos políticos de mi patria. Señores Secretarios de Estado y Gobernadores aquí presentes. Señores diputados. Compañeros senadores: "Esta tribuna, que siempre ha sido la más agusta de la patria, se quedó huérfana, como un volcán sin entrañas, o una cátedra sin instructor; como un remo quebrado, o un ancla perdida en la inmensidad; como un amanecer diáfano sin arboles, o como una espesa lágrima que se congela en el dolor.
Esta tribuna, que al correr de los tiempos se mantiene como venero de austeridad en la conciencia mexicana, sintió la amargura del desamparo, cuando dejó de resonar en sus viejos maderos, el soberbio y ritulante verbo de Sebastián Lerdo de Tejeda, que si no tuviera el mérito insuperable de haberla ennoblecido en cien contiendas, defendiendo la causa de la Reforma con su elocuencia ardiente y arrebatadora - que los distingue como el más regio de nuestros oradores parlamentarios- , bastaría, para rendirle culto a su genio, recordar aquel apotegma, nacido entre sus labios, y que en fechas grávidas de incertidumbres cayó como la masa de Hércules en una asamblea nacional precursora de la nuestra: "Los pueblos tienen el derecho de morir combatiendo, pero jamás pueden llegar al suicidio deshonrándose".
Su palabra tenía como ninguna el don de mando, sin hervores de torrente, pero con claridades de río. Las aguas broncas se quiebran en la montaña para perderse después en el barranco inútil, mientras que las que corren tranquilas tienen la virtud de fecundar las mieses hasta llegar a su destino, rompiendo los cristales del océano.
Cuando en septiembre de 1861 el Congreso de la Unión se dividió, por mitad, entre los partidarios de Benito Juárez y los del General González Ortega, disputándose el poder de la nación, don Sebastián Lerdo de Tejeda resolvió el conflicto, pronunciándose en favor del indio de Guelatao, a pesar de las discrepancias políticas que entonces los separaban, al parecer en forma irreconciliable. Pudo más en esa ocasión el verbo indomable del caudillo jalapeño, protegiendo los destinos de la patria, sin ambiciones y sin orgullo, que los altos prestigios del héroe de Silao y de Calpulalpan, que lucia en las cienes la frescura de sus laureles, en su mirada el centelleo de las bayonetas, y cuyo nombre retinglaba en las multitudes, con redoble de tambores, con fanfarria de trompetas y con repique de victorias.
Frente a la amenaza que significaban en esa hora, dramática para el país, los vencedores de la reacción, que se ufanaban de ser auténticos, Lerdo de Tejeda, el paladín de la democracia mexicana, el gran capitán que nunca empuño las armas, supo someterlos y después abatirlos, con la sola fuerza de su pensamiento, expresado en esta misma tribuna, y que fue capaz de domeñar los apetitos y las intrigas de quienes se sentían los únicos usufructuarios del movimiento liberal, con aquella frase, llena de luz, y que recogió la historia, como norma de nuestra conducta ciudadana: "los republicanos de corazón, deben conformarse con vivir en una honrosa categoría, que aleje de ellos la tentación de meter mano en las arcas públicas, para improvisar una de esas vergonzosas fortunas que la sociedad reprueba y que el pueblo siempre maldice".
(Aplausos)
Recordemos también, ahora que analizamos la refulgente trayectoria de dicho legislador, sus
admirables intervenciones como Presidente de la Comisión del Relaciones Exteriores, del Congreso de la Unión, oponiéndose a los tratados de la Deuda Inglesa, celebrados en el propio año de 1861, por el Jefe de nuestra Cancillería, señor Zamacona, y el Ministro Plenipotenciario de la Gran Bretaña, Mr. White. Con esos instrumentos internacionales, pretendíase conjurar la nube de intervención tripartita de nuestro suelo, pero la certera visión de Lerdo de Tejeda y su recio empuje por destruirlos, en los encarnizados debates parlamentarios, impidieron que la representación nacional los aceptara, lo cual hubiera significado amenguar nuestra soberanía, humillar a la patria, reducirla al pupilaje y someterla a un afrentoso estado de interdicción, que declarándonos incapacitados para hacerlo, nos vedaba el derecho de administrar nuestros bienes voluntariamente quedaban sujetos a la misericordia que nos dispensaran las potencias de Europa.
La sentencia magnífica que rubricó aquel acto, y que motivo la caída del Gabinete de Zamacona, para ser substituído por mi ilustre paisano don Manuel Doblado, quien después realizó el prodigio de salvar a la República, desgajando, con sabiduría diplomática, la coalición anglo- franco- hispana, a través de los gloriosos Tratados de la Soledad, puede condensarse en la siguiente expresión, arrancada al tribuno veracruzano en uno de sus mejores momentos de iluminado: "podrá suceder que alguna vez los poderosos se convengan levantar la mano sobre en pueblo pobre y oprimido, pero eso los harán pos su interés y conveniencia. Será una eventualidad, que jamás debe servir de esperanza segura al que se sienta débil".
Evoquemos por último, en su acción parlamentaria, los Tratados aquéllos, de amistad, navegación y comercio, ajustados por nuestro gobierno, con el de los Estados Unidos de América, representado en esa ocasión por su Ministro Corwin, y que aprobó el Congreso, con la reserva que propuso el diputado Lerdo de Tejeda, la cual se yergue en el derecho de gentes como paradigma de nuestra dignidad internacional: "todo lo que México no haga por sí mismo, para ser libre, no debe esperar ni conviene que espere, que otros gobiernos u otras naciones hagan por él. Contra la patria, nunca tendremos razón". (Aplausos)
No cabe duda, - señores senadores y diputados- y - siguiendo el pensamiento de Voltaire- , que la naturaleza vuelve a los hombres elocuentes en las grandes borrascas de su espíritu, en las amargas tribulaciones de los pueblos.
México entero se estremeció de alegría en el instante crucial de su vida se reveló ese nuevo titán, capaz de rasgar el cuadro de sombras que se había formado en su ruta. Felices los que luchan si se sienten con una voluntad superior a los caprichos del destino; la humillación despierta en ellos su orgullo, el dolor alumbra su inteligencia, y en sus órganos encallecidos, - como si fuera también el caso del Nigromante.- encuentran fuerzas para imponer la Ley a sus contrarios, para levantarse sobre las generaciones humanas y para nombrar a la Reforma, clavando en sus sienes de bronce y con encinas de hierro, la corona inmarcesible de la libertad.
¿Quién es ese hombre? Preguntaban los recios soldados del Plan de Ayutla, los reformadores de Veracruz y los heridos de Ahualulco.
¿Qué atributos tiene, además de ser dialéctico para encumbrare en nuestro gladiatorio? Dialogaban los escritores de la prensa liberal, los exaltados en la acción, los académicos y los que tenían el prestigio de la romana toga.
Era sencillamente un sabio mexicano y un varón predestinado por la Historia:
Añorando los efluvios del cafeto y del naranjo, que dominan el paisaje de Jalapa, y en donde prendió su nido tempranero, entre las callejas de aquél ensueño, inició sus estudios de latinidad y filosofía en el Seminario de Puebla, para continuar los correspondientes a la Jurisprudencia en esta capital, como alumno distinguido del Benemérito colegio de San Ildefonso, del que fue su Rector un año después de haber sustentado examen profesional.
A nadie extraño que estando tan esclarecido joven pudiera orientar en nuestro medio a la cultura superior de su época, habida cuenta de que su reconocida sensatez, su probidad y la rectitud de sus costumbres, servían de lustre a sus dotes intelectuales, a su profundo saber y a su extraordinaria facultad de percepción.
En 1856, cuando se promulgó la Ley de Desamortización de Bienes disponiendo que se adjudicaran en propiedad, a los arrendatarios e inquilinos todas las fincas rústicas y urbanas, pertenecientes a corporaciones civiles y eclesiásticas, por su valor en renta, calculada con intereses anuales del seis por ciento, el Secretario de Hacienda, señor Miguel Lerdo de Tejeda, tuvo el privilegio de contar, para dichos efectos, con la sabiduría y el coraje patriótico de hermano don Sebastián, quien a decir verdad, fue el que estructuro jurídicamente esos nuevos ordenamientos, el que supo imprimirles el vigor que contienen, y el que se constituyó ante la opinión pública como garante de sus resultados, empeñado para ello el juicio diáfano y respetable de su genio.
Desaparecidos los tribunales especiales, el distinguido jurisperito fue invitado para integrar la honorable Suprema Corte de Justicia, separándose después del cargo de magistrado para ponerse al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno de Comonfort.
Aconsejaba Terencio, la prudente necesidad de consultar la vida de otros hombres, como si fueran espejos, de donde poder sacar ejemplos para limitar. Seguramente que el Canciller Lerdo de Tejeda, al admitir su participación en el Gabinete del héroe de Acapulco, que se convirtió más tarde en el ídolo del pueblo cuando logró borrar para siempre la tiranía de Santa Ana y de su funesta corte, pensaban encontrar las más altas virtudes en el ameritado divisionario de Puebla, que le permitieran mejorar los quilates de su espíritu para servir con mayor amplitud y eficacia a los intereses de la patria. Pero pronto se aportó de su lado, cuando la fiebre de las claudicaciones, comenzó a abrazar la sangre del que fuera caudillo del federalismo, quien ya sin su amparo, trastabillando por inconsistencia y por su miedo y por su indecisión, llegó a desconfiar de hasta del ruido de sus propios pasos, como los que
marchan sobre tumbas temen que se despierten los que en ellas duermen.
Mientras que el extravío y la traición se acumulaban en la fragua de los desleales, y la República se estremecía frente a la tormenta de rayos, cuya amenaza era ineludible, el prócer veracruzano tornó al rectorado de su vieja casona de estudios, sin que la guerra de los tres años ni los estertores del Partido Conservador ni los planes de Ayutla de Miguel Echegarary, pudieran arrancarlo de sus reflexiones científicas ni menos aún de su apacible trance de ensimismado.
Por eso el pueblo lo ignoraba y lo admiró sorprendido, cuando se dio por entero a la causa de la República, durante la usurpación extranjera, bajo las formas de Intervención y de Imperio. Llegó a las filas liberales como un astro que descubría su existencia porque arrojaba luz.
Sin embargo, Lerdo de Tejeda no aparece en nuestras horas de luto derramando su sangre por la defensa de la patria y de las instituciones, ni extenuado y vacilante por la larga fatiga de los campamentos. Su existencia jamás fue reglada por las sordas trompetas de viriles guerreros; su gloria no consistió la que pregona el tambor ni su insomnio fue el del centinela, como tampoco su firmeza representa la del soldado.
Si acompañó a Juárez en su largo peregrinar y le brindó su consejo y su colaboración en el Paso del Norte, como dos volcanes gemelos que confunden el fuego de sus entrañas en un solo caudal, fue porque sintió la responsabilidad de convertir en entusiasmo el desaliento que penetra por las brechas que dejan las armas, - de cambiar el terror en fe,- y de transmitir las defecciones en necesidad de purificación.
Se debía fijar la constancia sobre lo que se desmorona; con las debilidades el heroísmo, con la derrota de la noche arreglar el triunfo para el día siguiente; se debía ver para todas partes a través del polvo del Bolsón de Mapimí, dar órdenes en el aislamiento, encontrarse solo en la extensión, y excitar el espíritu público, alimentar con la escasez, y discutir con la perfidia. Se debía buscar armas para el combatiente, valor para el que desmaya, desprecio para el que huye, promesa para el que vacila, sensatez para el que se enloquece; se debía rehusar la paz, rehusar la tregua, rehusar el armisticio de un segundo; empuñar la bandera y prometer la muerte, levantar a la patria y sentirla que se hace escombro y no inmutarse y no vacilar.
Cuando la República triunfa, más que nunca ennoblecida por el arrojo de sus hijos, éstos no disparan sobre los vencidos; se limitan a ordenar un pelotón y una descarga que se pierde en las campanas.
¡Un millón de crímenes que se pagan en un patíbulo! (Aplausos)
Y hasta que Juárez dejó de ser absolutamente necesario para la conservación de las conquistas liberales, admitió Lerdo la jefatura militante de un partido. Juárez cumplió su destino histórico al consumar la segunda independencia, al dejar restablecida la República; pero Juárez no creyó que había acabado su magna obra, así como después tampoco lo creyó don Sebastián. Por eso la gloria, que lo amaba tanto y no quería que probara la amargura de la vejez política, envío a la muerte para que lo arrebatara y lo llevase en su carro de fuego como Elías.
Lerdo de Tejeda no había cumplido su destino al morir el Benemérito de las Américas: habiendo sido su consejero íntimo, su velado numen necesitaba ser ejecutor testamentario. La República sólo podía pasar de las manos del estoico a las de Lerdo de Tejeda.
Era preciso aún asegurar las instituciones después de haber asegurado la integridad nacional y ponerlas a cubierto de las traiciones y de las asechanzas del partido que puso en pública subasta a la patria; era preciso encerrar las Leyes de Reforma en el arca inviolable de la Constitución y eso hizo Lerdo de Tejeda. Hasta entonces el hombre de aquel momento histórico era él: la justicia, el hombre del Derecho y el hombre de la Ley.
Triunfante la Revolución de Tuxtepec, tuvo Lerdo de Tejeda que ausentarse de n nuestro país acompañado de sus fieles ministros lo señores Romero Rubio, Escobedo y Juan José Baz. Era una caída sin vértido que soportó insensible, frío y reconciliado con su desgracia.
Doce años duró su exilio de la urbe de hierro, sin que hubiera caído nunca de su parte una gota de hiel para México, una frase de desaprobación para su Gobierno, una queja o un lamento o un rugido o una imprecación.
Del honrado ex- Presidente no se veía en su destierro más que el inmenso silencio aplastado a su infortunio, momentos de conversación para los escogidos, la cordialidad para todos, el recuerdo para su hermano y la amargura para nadie.
(Aplausos)
La manifestación que tributamos al insigne reformista en el recinto de este honorable Congreso de la Unión y con las altas presencias de los jefes de los tres Poderes Constitucionales y de los miembros que los integran, significa que el pensamiento liberal mexicano merece nuestro mayor respeto y devoción cuando pretendemos honrar la memoria de los hombres que se empeñaron por darle aliento y perdurar su vida.
Ambos atributos son definitivos en la conciencia ciudadana del país. Incorporar su recuerdo a nuestras luchas actuales no infiere desbocar pasiones de una idea. Lo que sucedió ayer tuvo el privilegio de discutirse en las academias y de resolverse en las trincheras,. Fueron acontecimientos de su tiempo.
Provechos y adelantos del siglo anterior sólo queremos entenderlos en función de beneficio colectivo cuando las mayorías los reclaman con urgencia insatisfecha. Pensamos y con razón que estamos cumpliendo con nuestro destino y sería extraño para el Gobierno revolucionario enumerar aciertos que fuerzas antagónicas ni siquiera tuvieron el valor de proyectarlos.
Dejemos a la posteridad el supremo derecho de juzgar las obras realizadas. Para nuestras convicciones Lerdo de Tejeda fue un símbolo de patriotismo y de integridad moral. Si la Patria y a la Libertad consagró su existencia, que sean la Patria y la Libertad las únicas dignas de llevar coronas a su tumba". (Aplausos)
El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado e ingeniero José López Bermúdez.
El C. López Bermúdez José: Señor Presidente de la Comisión Permanente del Congreso. Señores representantes de los Poderes de la Unión. Señores senadores, compañeros diputados. Señores y Señoras: "En esta misma Tribuna, la representación nacional ha confiado a la humildad de nuestra palabra el cumplimiento de dos honores: ayer, enaltecer con al gloria de Cuauhtémoc, cuya muerte dio vida al primer mexicano de la Historia. Y hoy, evocar la grandeza de Juárez, cuya tumba la Historia ha convertido en cuna del más universal de los mexicanos.
Porque los tres grandes postulados por los que Juárez luchó han llegado a ser principio universales: la libertad de conciencia, la seguridad ciudadana y el respeto de los pueblos.
Para ello, tuvo que enfrentarse al numeroso y renovado ejército de las tiranías internas y vencer a la fuerza imperialista que amara la intervención. Ahora, lucha al lado de los grandes libertadores continentales, unido su pensamiento a la voluntad democrática de nuestros pueblos, por una América soberana en la paz y digna de la libertad.
Desde tres distintos campamentos liberales, Juárez ganó la Guerra de Tres Años, en medio de cien desastres dolorosos y tres victorias fulgurantes. En Guanajuato, donde la Reforma como la Independencia tuvo su primer refugio y su primer lucero, Juárez lanzó su primer proclama de Presidente, dictando a su pueblo la primera regla de su conducta y su primer mandamiento de paz: "La voluntad general expresada en la Constitución y en las leyes que la nación se ha dado por medio de sus legítimos representantes, es la única regla a que deben sujetarse los mexicanos para labrar su felicidad a la sombra benéfica de la paz".
En Guadalajara, en cuyo Palacio de Gobierno y en la hora misma de los fusilamientos, Guillermo Prieto, quemando todos los ardimientos de su sangre de gran republicano y todos los fuegos de su ensueño de poeta en aras de la salvación de su patria, cubrió el pecho a la vida de Juárez y detuvo la descarga de los fusiles con un grito sublime: ¡Levanten esas ramas! ¡Los valientes no asesinan! Allí en Guadalajara - repito- , Juárez proclamo su amor al pueblo y su fe en la justicia.
"¡Pueblo de México: Tened fe en la posibilidad de restableceros! ¡Un poco de energía, una ciega sumisión a la justicia, la proclamación y respeto de los verdaderos derechos, volverán a la República la paz!"
"Con esas creencias que son la vida de mi corazón, con esta fe ardiente, único titulo que enaltece mi persona hasta la grandeza de mi cargo, los incidentes de la guerra son despreciables. ¡El pensamiento está sobre el dominio de los cañones, y la esperanza inmortal nos promete la victoria decisiva del pueblo!"
Y en Veracruz, desde cuya invicta muralla el pensamiento liberal mexicano respondió al estruendo del cañón enemigo con el fuego glorioso de las Leyes de Reforma, Juárez expresó en su arenga a los heroicos defensores del puerto, la razón sagrada de la causa: "Ni la libertad, ni el orden constitucional, ni el progreso, ni la paz, ni la Independencia de la Nación, hubieran sido posibles fuera de la Reforma.
"Mexicanos: Inmensos sacrificios han santificado la libertad de esta nación! ¡Sed tan grandes en la paz como fuisteis en la guerra y la República se salvará!"
"La justicia reinará en nuestra tierra; la paz labrará su prosperidad; la libertad será una realidad magnífica y la nación atraerá y fijará sobre si la consideración de todos los pueblos libres o dignos de serlo". El júbilo del triunfo esperado estalló allí mismo en Veracruz, donde el Presidente Juárez asistía a una función de gala en el teatro. Su presencia comunicaba una profunda emoción patriótica al pueblo, cuyo interés se repartía entre la escena que evocaba la Guerra Santa en Inglaterra en el siglo XVI, y la figura austera y regia de aquel indio estoico, nuevo capitán del destino de México.
De pronto un correo corrió la cortina y, al ponerse Juárez de pie, la orquesta enmudeció y aquella multitud de patriotas se levantó como un hombre para escuchar la voz de Juárez leyendo el parte que anunciaba la derrota de Miramón bajo la espada victoriosa de González Ortega, en la batalla de Calpulalpan.
La atenta admiración del público, pasó del escenario al palco del Presidente, y el grupo de artistas se olvidó de los trajes y de los cantos que evocaban las luchas de la vieja Inglaterra, para llenar el aire con las notas heroicas de la Marsellesa, que hicieron estremecer el bronce impasible del pecho de Juárez, al desbordarse la emoción del pueblo en un grito sonoro: ¡Viva la Independencia! Viva la reforma! ¡Viva Benito Juárez! (Aplausos)
En medio del fuego y la esperanza de las multitudes, Juárez volvió triunfante a la capital de la República, en enero de 1861, terminada la Guerra de Tres Años y vencido, definitivamente, el Partido Conservador.
Este, sin embargo, con el apoyo de una minoría de generales indignos y tratando de salvar sus viejos privilegios a costa de la propia autonomía de México, llegó a la medida increíble de importar un poder extranjero. Y mientras Juárez expresaba al Congreso su voluntad firmísima de que la revolución produjera los esperados frutos de paz y prosperidad, y su propósito de seguir desempeñando su doble tarea de combatiente de la ley y Magistrado de la Nación, en Europa se concertaban las aleinzas y se ponía el precio de una corona a la traición.
Debemos recordar que en aquella intervención injusta, dos de las naciones aliadas, Inglaterra y España, hicieron desistir a sus gobiernos de participar en la mounstrosa agresión a nuestra soberanía, y se retiraron, según la declaración del General Prim: "Porque es evidente para los que vemos las cosas de cerca, que el partido reaccionario está casi aniquilado hasta el punto que en cerca de dos meses que estamos en este país, no hemos observado muestra alguna de la existencia de semejante partido. Es cierto que Márquez, a la cabeza de algunos centenares de hombres, sigue desconociendo la autoridad del Presidente Juárez, pero su actitud no
es la de un enemigo que ataca, sino la de un proscrito que se oculta en los montes".
Quedaba solamente la codicia invasora de Napoleón I
Al abrir sus sesiones el Congreso, el 15 de abril de 1862 Juárez informaba a su pueblo: "Por azarosa que sea la lucha a que el país es provocado, el Gobierno sabe que las naciones tienen que luchar hasta salvarse o sucumbir cuando se intenta ponerlas fuera de la ley y arrancarles el derecho de existir por sí mismas y de regirse por voluntad propia".
A su resolución de defender la soberanía de la patria, se unió todo el pueblo. La intervención tuvo así la virtud de convertir al pensamiento liberal mexicano en una bandera en marcha y la Constitución de 1857, contra la que levantaron los traidores las aras de un ejército invasor, fue en las
Y Juárez cruzo el Territorio, levantando multitudes a nombre de la libertad. Y él, un héroe sin armas, sobrevivió a todos los calvarios de la justicia y a todas las crucificaciones de la paz, hasta asistir a la más humana, a la más heroica resurrección de la Ley.
Castelar anticipó su victoria en el fulgor de una hermosa profecía: "Miradlo perseguido, acosado, sin recursos, con las fuerzas de Francia en su contra; desafiándolo todo con frente erguida, iluminado por los resplandores de la conciencia, mientras que el remordimiento cubre de negras sombras las frentes de los vencedores. Estamos seguros de que si el Príncipe Maximiliano va a México, mil veces el recuerdo de Juárez turbará sus sueños y comprenderá que mientras haya un hombre tan firme, no puede morir la democracia en América".
No se engaño el genio de Castelar. Maximiliano, sirviendo a la codicia de Napoleón, cruzó la mar y empuñando un falso cetro de e
¡Qué falsas sonaban las palabras de su primer manifiesto: "Mexicanos, vosotros me habéis deseado". Pronto supo la verdad, pero la ambición lo tenía preso. Impaciente, deseoso de imponerse, salió de la Capital, visitando las ciudades de la zona ocupada: Querétaro, Guanajuato, León, Morelia y Toluca. Llego a vestirse con el traje nacional de los charros y a la temeridad de pronunciar en Dolores Hidalgo un discurso, tratando de ensayar el imposible injerto de la rosa de la Francia Imperial en el viril y prolífico nopal de la insurgencia mexicana! (Aplausos)
Entretanto, el pueblo daba sangre y aliento a sus guerrillas. Siempre había nuevos brazos para levantar el arma caída de muertos; y los ejércitos de Juárez brotaban en todos los campos del Territorio Nacional.
La figura de Juárez fue creciendo. Se afirma que un día, un ciego lo detuvo para asegurar que sin verlo contemplaba el sol de sus virtudes, porque hay cosas tan claras - decía humildemente- , que hasta los ciegos las ven.
En Hidalgo del Parral, los campesinos quisieron sustituir los caballos del coche y hubieran arrastrado los tiros, a no ser porque Juárez le hizo la prohibición formal de aquel homenaje indigno de los hombres libres.
En Chihuahua, lo obligó el pueblo a visitar el sitio de la ejecución de Hidalgo y a pronunciar un discurso frente al monumento del Libertador. Pero las manifestaciones de admiración no morían en nuestras fronteras: en Lima y en Santiago de Chile se organizaban manifestaciones de solidaridad para su causa; en Montevideo se acuño una moneda con la esfinge heroica de Zaragoza. El Congreso de Colombia lo declaró Benemérito de las Américas.
Y se fue acercando el día de la victoria. A medida que escaseaba el oro para comprar la fría voluntad de los indiferentes, crecía el tesoro de la fe republicana, improvisando tropas y multiplicando fusiles y fervores.
Abandonado por Napoleón, cuyo imperio se hallaba amenazado por las fuerzas de Prusia, Maximiliano salió a dar el pecho a la batalla. Aquella expedición infortunada trajo consigo la caída de Querétaro. Con ella la derrota de Maximiliano y sus más fieros generales: Márquez, Miramón y Mejía. El Archiduque fue condenado con sus lugartenientes, a un consejero de guerra.
En vano Victor Hugo, que había alentado a las tropas de Juárez en los combates heroicos de Puebla, decía palabras deslumbradoras: "Mexicanos: tenéis razón en creer que estoy con vosotros: yo también lucho contra Napoleón III. El representa a la Francia imperial y yo pertenezco a la Francia liberadora. Si de algo os sirve mi nombre, haced uso de él!"
"¡Mexicanos: resistid y sed terribles! ¡Lanzad a la cabeza de ese hombre el proyectil de la libertad!" (Aplausos)
Ahora, ante la inminencia de la muerte de Maximiliano, Victor Hugo escribía con frase conmovida: "Que este príncipe, que no adivinaba que era hombre sepa que hay en él una miseria, el Rey, y una majestad, el hombre. Jamás se ha presentado a vosotros ocasión tan magnífica. Juárez, haced que la civilización dé un paso inmenso. Abolid sobre la faz de la tierra la pena suprema. ¡Que el mundo vea esa cosa prodigiosa! ¡Que la nación en el momento de aniquilar a su asesino vencido, reflexiones que es le hombre y le suelte y le diga: ¡Tú eres el pueblo como los otros; vete! Esta será Juárez, vuestra se segunda Victoria. La primera, vencer a la usurpación, es magnífica; la segunda, perdonar al usurpador, es sublime".
Juárez, sin embargo, sabía que la bala dirigida a Maximiliano, era la misma bala de la libertad que Victor Hugo pedía para la cabeza de Napoleón III. Y contestó aquel reclamo al responder a la misma súplica pronunciada en labios de una princesa arrodillada: "Aunque todos los reyes y todas las reinas del mundo estuvieran en vuestro lugar, no podría perdonarle la vida; no soy quien se la quita son el pueblo y la Ley los que piden su muerte; si yo no hiciese la voluntad del pueblo, entonces éste le quitaría la vida a él y aun tendría derecho para pedir la mía".
Al regresar triunfante a la Ciudad de México, en su manifiesto a la nación, el 15 de julio de 1867. Juárez proclamaba su apotegma inmortal: "Entre
los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz". (Aplausos)
La vida permitió antes de morir, expresar sus verdaderos sentimientos para Francia y ofrecer un gesto de heroica fraternidad a su pueblo. Cuando en 1870 vino el derrumbe de Francia a través del desastre de la guerra Franco- Prusiana, después de la entrega de Sedán y Metz, en que para siempre se eclipsó el imperio de Napoleón III, aquel tirano de la augusta pequeñez, Juárez envió un mensaje firmado en unión de otros mexicanos. En la carta que acompañaba a su texto, explicaba que aquel mensaje estaba dirigido por sus autores no sólo a trasmitir al infortunado pueblo francés la expresión de nuestra admiración y buenos deseos, sino también y, sobre todo, eliminar de su mente cualquier duda acerca de los sentimientos fraternales que animan a todos los verdaderos mexicanos hacia la noble nación a la que tanto debe la sagrada causa de la libertad y a la que nunca hemos confundido con el infame gobierno de Bonaparte.
Si yo tuviese el honor de dirigir los destinos de Francia - afirmaba Juárez- , no habría nada diferente de lo que hice en nuestro amado país desde 1862 a 1867, a fin de triunfar sobre el enemigo. No grandes cuerpos de tropas que se mueven con lentitud, que es difícil alimentar en un país desbastado y que se desmoralizan fácilmente después de un descalabro, si no cuerpos de 15, 20 o 30 mil hombres a lo más, ligados por columnas volantes a fin de que puedan prestarse ayuda con rapidez si fuere necesario; hostigando al enemigo de día y de noche, exterminando a sus hombres, aislando y destruyendo sus convoyes, no dándoles ni reposo, ni sueño, ni provisiones, ni municiones, desgastándole poco a poco, en todo el país ocupado y finalmente, obligandole a capitular, prisionero de sus conquistas, o a salvar los destrozados restos de sus fuerzas mediante una retirada rápida. Esa es toda la Historia de la Liberación de México. Y si el despreciable Bazaine, digno sirviente de un Emperador despreciable, quiere emplear el ocio que su odiosa traición le ha procurado, él es el más indicado para ilustrar a sus compatriotas sobre la invencibilidad de las guerrillas que luchan por la independencia de su país.
Pero surge otra cuestión que para un país centralizado como Francia, parece terrible. ¿Puede sostenerse París hasta que un ejército de socorro levante el bloqueo? ¿Y que sucederá si París cae por hambre o es tomado por la fuerza?
Bueno. Admitamos por un momento que París sufre la suerte de Sedán y Metz. ¿Que sucederá después? ¿Acaso París es Francia? Políticamente, si, durante los últimos ochenta años. Pero hoy, cuando las consideraciones militares debe deben tener preferencia sobre las demás, ¿por qué la caída de París ha de llevar consigo necesariamente la caída de Francia? E inclusive, si el Rey de Prusia instala su corte en el palacio de las Tullerías, que está saturado aun de la infecciosa enfermedad del bonapartismo, ¿por qué ha de desmoralizar esta fantasmagoría a dos o tres millones de ciudadanos armados para la defensa de su suelo, de un extremo del país al otro?
Maximiliano estuvo en el trono de México durante cuatro años, pero eso no le salvó de purgar su crimen en Querétaro, en tanto que la soberanía nacional regresaba triunfante a la ciudad de Moctezuma.
Durante esos cuatro años, cuando el único poder legítimo - afirmaba Juárez- andaba errante como fugitivo del Río Grande al Sacramento, muchos patriotas probados, muchos que se habían templado en la lucha contra la adversidad, empezaron a abrigar dudas sobre la eficacia de nuestros esfuerzos y a negar nuestra futura liberación.
En cuanto a mí - y este único mérito ayudado por algunos patriotas indomables, mi fe no vaciló nunca, a veces cuando me rodeaba la defección en consecuencia de aplastantes reveses, mi espíritu se sentía profundamente abatido. Pero inmediatamente reaccionaba aquel verso inmortal del más grande de los poetas: ¡Ninguno ha caído, ni uno solo permanece en pie!
En esa misma carta anunciaba Juárez el envió de 600 veteranos de la lucha por la independencia, que debían incorporarse a las fuerzas del glorioso Garibaldi. Empero ya no tuvo cumplimiento su rasgo generoso porque Francia capituló en París, proclamó la Comuna para salvar a la República, pero la Comuna fue proscrita; y sus verdugos para ahuyentar entonces el peligro del Socialismo en Europa, sacrificaron a más de 500 mil comuneros entre mártires y deportados.
Esta revelación de Benito Juárez, señores, en la carta consignada en las vibrantes páginas de Roeder, da claro testimonio de dos cosas: el amor que sentía a los principios de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, que para él significaban, como han significado para todos los héroes de la Humanidad, la primera batalla por alcanzar la democracia, como aspiración suprema de la cultura política de los hombres y de los pueblos libres y significaba también su profunda fe en la provincia mexicana, en donde él encontró el aliento y la fuerza de los pueblos olvidados y las ciudades humildes, cuna de todo heroísmo y toda tradición, ya que como lo aseguró un joven orador de nuestro partido, en México no ha sido la patria madre de la provincia, sino la provincia, madre humilde y eterna de la patria.
(Aplausos)
Juárez murió al fin, en 1872. En el momento mismo en que el pueblo lloraba su muerte, se organizaban los enemigos de su obra. Hubo cuatro años de silencio, de amnistía y de respeto. Más la dictadura que asalto el poder, al cabo de ese breve tiempo, junto al cadáver de Juárez ordenó enterrar el cuerpo agonizante de la Constitución; y Reforma y Reformador hicieron huesos en la misma tumba.
Aquella regia dictadura organizó levas para el ejército para las fábricas, para los latifundios, y con ello dio estructura a la prosperidad de una sola industria: la esclavitud de la nación. Se creó la ficción de un gobierno sin política y mucha administración, y un simulacro de paz cuyos temores batían los propios brazos de la miseria.
Más comenzaron a salir de la tumba las viejas voces de la Reforma. Y el pensamiento liberal empezó a llamar a las muchedumbres de 1910. La voz de Ignacio Ramírez clamaba otra vez por una paz en la libertad. Altamirano reclamaba la terminación
de su obra: libertad en la cultura. Ocampo urgía con su ejemplo el ingreso de la inteligencia en todos los frentes de la justicia. Y Ponciano Arriaga seguía exigiendo una legislación obrera y una Constitución de la Tierra. (Aplausos)
Se organizaron los nuevos ejércitos y se alzaron las nuevas estructuras. Y sucedía así como el triunfo de la Reforma fue celebrado con las notas heroicas de la Marcellesa las músicas de Francia saludaban a la entrega de la tierra al paso de las tropas de Lucio Blanco, creyendo que ese acto de justicia estaba inspirado en los derechos fundamentales del hombre, sin saber que la Revolución mexicana venía escribiendo las primeras letras de los nuevos derechos sociales del pueblo.
Al abrir la tumba de Juárez, la Revolución rescató a la Constitución olvidada. En tantos años de sepultura, en tantos años sin uso, se habían borrado muchos de sus preceptos, al pago incontenible de las nuevas ideas y las nuevas necesidades. Pero en su cuerpo la libertad había grabado sus pensamientos eternos y, al fundirse en un solo espíritu la Constitución de la Revolución y la Constitución de Juárez, el ciudadano quedó armado para sus deberes y el campesino para sus labranzas; el obrero quedo escudado para sus luchas y la mujer para la ternura de sus ideales y de sus fatigas. Amparado quedo todo mexicano contra el riesgo de las arbitrariedades, y la nación misma quedó amparada contra el peligro de las tiranías.
La Constitución no es, todos hemos de repetirlo, una panacea para todas las dichas. Es sólo una norma y un programa contra todas las miserias. Los impacientes quisieran exigir a la Revolución, en cuarenta años, los frutos que no pudo alcanzar la Colonia en tres siglos de esclavitud y la Independencia en cien años de libertad.
Ya en octubre de 1858, en su manifiesto a la nación lanzado en Veracruz, Juárez, con lúcida conciencia social, preguntaba a los impacientes de su época: ¿Nacen perfectos por ventura los pueblos y los individuos? ¿Y aun los que más han adelantado en la civilización y se han procurado un gabinete para determinadas clases, han llegado por viejos que sean, a la perfección social? ¿La Inglaterra, tan justamente celebrada por la sabia libertad que ha sabido dar la mayor parte de sus hijos, no está minada hoy todavía después de tantos siglos de civilización y creciente prosperidad, por sus millones de pobres, por sus dificultades en Irlanda y sus insurrecciones en la India?
El ideal de paz en el derecho que Juárez proclamó, ha cobrado nueva vida en los conflictos que hoy confronta la Humanidad entera, Las Razones de esta lucha han invadido lo mismo el íntimo círculo de los hombres que la esfera total de las naciones. Hay una nueva fórmula de paz en el mundo: la paz armada, que rige sobre cada hombre y sobre cada pueblo el filo terrible de una consigna:
¡Déjame existir para que existas tú!
La coexistencia es la formula una paz física aceptada y vivida por el temor. En cambio, la paz que Juárez buscaba no era una paz para coexistir sino para convivir, es decir, para vivir plenamente. Y la convivencia humana requiere un armonioso concierto de las voluntades y de los espíritus. Es una paz que no pueden imponer los ejércitos, una paz que no pueden ganarse con la sola delimitación de fronteras, el dominio de zonas de influencia y la amenaza de las nuevas armas nucleares. La paz de Juárez, es una paz basada en los valores en los valores de la conducta. (Aplausos)
Por eso la voluntad de Juárez, después de muerto, es todavía una voluntad que delibera y lucha. Por eso cuando termina la última guerra y la Conferencia Interamericana resuelve "como homenaje de todas las naciones del Continente al pueblo y al Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, efectuar un acto público canta la estatua del Benemérito de las Américas, licenciado Benito Juárez", es porque la declaración de México triunfa en sus preceptos fundamentales el pensamiento de Juárez. Para confirmarlo, leamos estas declaraciones del Acta de Chapultepec:
"Los Estados Americanos no reconocemos la validez de la conquista territorial".
"Los Estados Americanos reiteran su ferviente adhesión a los principios democráticos, que consideran esenciales para la paz de América".
Asimismo, cuando las Naciones de América afirman en Río de Janeiro el tratado interamericano de Asistencia Recíproca, el pensamiento de Juárez ilumina sus principios.
El orden internacional está esencialmente constituído por el respeto a la personalidad, soberanía e independencia de los Estados y por el fiel cumplimiento de las obligaciones emanadas de los Tratados de otras fuentes del Derecho Internacional.
Los Estados Americanos condenan la guerra de agresión: la victoria no da derechos.
La agresión a un Estado americano constituye una agresión a todos los demás Estados Americanos.
Y ved lo que Juárez dice ante este mismo Congreso el 15 de abril de 1862:
"Las Repúblicas americanas dan muestras de comprender que los sucesos de que México está siendo teatro, afectan algo más que la nacionalidad mexicana, y que el golpe que contra ella asesta, heriría no sólo a una nación, sino a todo un Continente".
Por eso mismo, también, México luchó dignamente por que la vigencia de esos principios quedase consagrada en la Carta de los Estados Americanos, suscrita en Bogotá.
Todo lo que significan las ideas de Juárez dentro de nuestra Constitución, como norma de respeto a las garantías individuales, en el campo internacional cobran espíritu y cuerpo en loa Carta de Bogotá, al declarar:
"El orden internacional está esencialmente constituido por el respeto a la personalidad de los Estados".
"Todo Estado Americano tiene el deber de respetar los derechos de que disfrutan los demás Estados, de acuerdo con el Derecho Internacional".
"El derecho que tiene el Estado de proteger y desarrollar su existencia, no lo autoriza a ejecutar actos injustos contra otro Estado".
También en la patria de Bolívar, se alzo al voz de México en la Décima Conferencia Interamericana, para señalar que la liberación del temor, el derecho a la liberación de la necesidad, el derecho
a la libertad de credos religiosos y de pensamientos fueron estandartes de la lucha que gallardamente sostuvieron las Naciones Unidas. Y que su negación o su olvido, retardaría y ensombrecería la evolución política de nuestros pueblos".
Consciente de estos peligros, la voz de los mexicanos recordó a los países de América las palabras del presidente Ruiz Cortines, en la Presa Falcón, dictadas por una profunda convicción juarista:
"Debemos contribuir, dijo el señor Ruiz Cortines, a que la atmósfera de crisis que predomina en los asuntos mundiales no divida a los países de este Continente. Deseamos que, fieles al pensamiento de nuestros héroes y patricios, resueltos todos a engrandecer nuestras democracias con el ejercicio efectivo de la Democracia, permanezcamos unidos en el culto de la soberanía de los pueblos y del derecho inviolable que les asiste al pleno goce de sus libertades civiles y políticas".
La misma voz mexicana señaló a los representantes de los países americanos la conducta que el Presidente Ruiz Cortines ha dado a su Gobierno, guiado por su fervoroso credo de respeto a las libertades del hombre, al expresar también ante este Congreso:
"Estoy cierto de que menores males causa a la República el abuso de las libertades ciudadanas, que el más moderado ejercicio de una dictadura".
(Aplausos)
Yo considero, señores, por ello, que no sólo por el alto deber de su encargo sino por un noble derecho ganado por su profunda convicción cívica, don Adolfo Ruiz Cortines, como Presidente y como digno ciudadano, presente o ausente, acompaña y preside en todos estos actos la devoción juarista de su pueblo.
(Aplausos)
Recuerdo que al hablar a su nombre en la ciudad de Oaxaca, expresé su saludo a la multitud ciudadana, diciendo que así como ellos vivían en esos momentos a la sombra frondosa de sus laureles centenarios, la República vivía a la sombra eterna del pensamiento del indio Benemérito.
Al siguiente día, al hablar nuevamente en Huajuapan de León y al darme instrucciones para pronunciar el discurso, me ordenó con cariñosa y enérgica sencillez:
"Dígales que no solamente vivimos a la sombra del pensamiento de Juárez, sino bajo el mandato de su ejemplo. Que si ellos me han otorgado el título honroso de ciudadano oaxaqueño, es porque saben que soy juarista y, si me sienten juarista, es porque saben que por ser Presidente de México soy un servidor del pueblo y un soldado de la Constitución". (Aplausos)
Por decisión expresa del Presidente Ruiz Cortines, nuestro representante en la Asamblea de Caracas hizo una justa síntesis de los deberes a que deben dar cumplimiento los países de este Continente:
"Nuestro programa de acción ha de ser: defender la democracia sin coartar su ejercicio efectivo, proteger nuestras instituciones sin conculcar la libertad y el respeto a los derechos humanos, robustecer la solidaridad continental sin menoscabar la soberanía y la independencia de cada Estado. Podemos y debemos desarrollar este programa mediante la aplicación de métodos y procedimientos dignos de nuestra época, alejada ya por ventura de la inquisición, de los autos de fe, de los intentos siempre fallidos de reglamentar la conciencia y el pensamiento de la Humanidad".
Igualmente, en la última Asamblea General de las Naciones Unidas, cuando al tratarse el tema de Argelia, el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, urgiendo la solución del conflicto, emitió las palabras de don Benito Juárez: "Entre los individuos, como entre las Naciones, El Respeto al Derecho Ajeno es la Paz". Como un ejemplo para poder llegar a un acuerdo en este caso, el presentante de México ante dicho organismo mundial, al hacer la explicación del voto de México, agradeció al Canciller de Francia aquella cita, y expresó que la misma puede servir como norma para la solución, no solamente del caso de Argelia, sino de cualquier conflicto entre naciones, para que la Humanidad goce de una más justa convivencia.
Señores, a la luz de tales testimonios, hemos declarado, al iniciar este discurso, que honrar la muerte de Juárez es honrar la vida del más universal de los mexicanos. Y lo es, precisamente por ser tan profundamente mexicano. En ninguna voluntad de mexicanos se ha dado, como en la de Juárez, la voluntad estoica de su pueblo; en ningún rostro de mexicano como en el de Juárez, se ha dado el rostro humilde y recio del pueblo mexicano; en ningún espíritu se ha dado, como en el de Juárez, la fuerza heroica y tenaz del alma mexicana. El pueblo es la naturaleza de Juárez y Juárez es el árbol glorioso donde florecen todas las virtudes, de su pueblo. Por eso habremos de proclamarlo siempre: ¡en la teoría de los fundadores de México, Cuauhtémoc es el gesto, Hidalgo es la fe, Morelos es la acción, y Juárez es la conciencia de la Patria! (Aplausos nutridos)
- El C. secretario Osorio Ramírez Miguel (leyendo):
"Acta de la sesión solemne celebrada por la Comisión Permanente del Congreso de la Unión; el día dieciocho de julio de mil novecientos cincuenta y siete, en homenaje al Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano.
"Presidencia del C. José Rodríguez Clavería.
"En la ciudad de México, a las 18.00 horas del jueves dieciocho de julio de mil novecientos cincuenta y siete, se abre esta sesión solemne con asistencia de 25 ciudadanos representantes en homenaje al "Año de la Constitución de 1857 y del Pensamiento Liberal Mexicano".
"Asisten a esta sesión: representantes del señor Presidente de la República y del señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Secretarios, de Estado, Gobernadores y otros altos funcionarios, así como los presidentes de partidos políticos y representantes de organizaciones de trabajadores.
"Pronuncian discursos alusivos a la conmemoración que se celebra los CC. senador licenciado Ernesto Meixueiro, diputado, licenciado Flavio Romero de Velasco, senador, licenciado Luis I. Rodríguez y diputado; ingeniero José López Bermúdez".
Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa. sírvanse manifestarlo. Aprobada.
El C. Presidente (a las 20.10 horas): Se levanta la sesión solemne y se cita para sesión ordinaria de la Comisión Permanente, el jueves 1o. de agosto a las 12.00 horas.
TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y
"DIARIO DE LOS DEBATES"