Legislatura XLIII - Año II - Período Ordinario - Fecha 19561012 - Número de Diario 10
(L43A2P1oN010F19561012.xml)Núm. Diario:10ENCABEZADO
MÉXICO, D. F., VIERNES 12 DE OCTUBRE DE 1956
DIARIO DE LOS DEBATES
DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS
DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos el 21 de septiembre de 1921.
AÑO II.- PERÍODO ORDINARIO XLIII LEGISLATURA TOMO I.- NÚMERO 10
SESIÓN EXTRAORDINARIA
DE LA
CÁMARA DE DIPUTADOS
EFECTUADA EL DÍA 12
DE OCTUBRE DE 1956
SUMARIO
1.- Se abre la sesión.- Oficio del Senado en que comunica haber designado orador para esta sesión. De enterado.
2.- Discursos pronunciados por los CC. senador Efraín Brito Rosado y diputado Luis M. Farías, en representación de su respectivas Cámaras.
3.- Se lee y aprueba el acta de esta sesión; levantándose ésta.
DEBATE
Presidencia del C. ANTONIO ARRIAGA OCHOA
(Asistencia de 105 ciudadanos diputados).
El C. Presidente (a las 12.15 horas): Se abre la sesión extraordinaria para conmemorar el "Día de la Raza".
- El C. secretario Del Real Carranza Roberto (leyendo):
"Estados Unidos Mexicanos.- Cámara de Senadores.- México, D. F.
"CC. Secretarios de la H. Cámara de Diputados.- Presente.
"En contestación al atento oficio de esa H. Cámara del 9 del actual, me permito comunicar a ustedes que el H. Senado de la República acepta con beneplácito la invitación que se le hace para concurrir a la sesión extraordinaria que esa colegisladora llevará a efecto el viernes próximo 12 del actual a las doce horas, con motivo del Día de la Raza; habiendo designados, además, como orador en representación de este Senado de la República, al C. licenciado Efraín Brito Rosado.
"Reitero a ustedes las seguridades de mi atenta y distinguida consideración.
"México, D. F., a 11 de octubre de 1956.- El Oficial Mayor, Gonzalo Aguilar F."- De enterado.
El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano Efraín Brito Rosado.
El C. Brito Rosado Efraín: Señor Presidente del Congreso. Señores senadores y diputados. Señoras y señores: debió haber sido un mundo maravilloso aquel en que Colón concibió la idea general del descubrimiento; un mundo precedido por una ardiente fantasía; tocaban las últimas campanadas de la Edad Media; sonaban ya las primeras clarinadas del Renacimiento; Marco Polo había vuelto de los remotos confines del Asia, con la mente y el espítiru cargado de leyendas; había asombrado a las gentes de su Italia natal, con las maravillas materiales de las sedas, brocados y terciopelos del Asia y con las leyendas inusitadas extraterrenas de imperios casi mitológicos, como el del Gran Kan. Europa confrontaba asombrada el misterio de Asia y el misterio de África. Todavía se pensaba que más allá de la Guinea, el mar hervía y que las embarcaciones que se atrevieran hasta aquellos lejanos confines serían consumidas por aquel fuego marítimo.
La fantasía medioeval estaba en su apogeo. De América se pensaba como en lejano continente habitado por seres que podían ser espectros o fantasmas, no seres humanos, seres clasificados en una escala zoológica desconocida hasta entonces. La Edad Media llegaba a su culminación; pero contra lo que se cree y se afirma, pienso yo a la ligera de esta edad que me parece magnífica; la Edad Media no fue, como se dice, una etapa de obscurantismo, de retroceso y de miseria espiritual. Más bien hemos de entenderla en un sentido más trascendente, como la función espléndida de la cultura grecolatina, del cristianismo y del espíritu germano.
En el gran crisol de la Edad Media, esas tres fases de la cultura universal, llegaban a amalgamarse; la Edad Media no es en todo su desarrollo sino una lucha titánica de cada una de esas tres corrientes por prevalecer y al fin llegaron a su etapa última, sin que ninguna pudiera vencer a las otras, llegaron con la teoría de Hegel a una síntesis: la cultura clásica de Grecia, el espíritu claro, iluminado, de los hombres que bajo el cincel de Fidias hicieron el Partenón, de la filosofía platónica, de las tragedias de Esquilo y de Sófocles y del espíritu atormentado de Prometeo. Campea también el alma imperial, el sello imperial y la cortante concepción del Derecho de Roma y venía como en una oleada nueva a fundirse con las otras, la inquietud grandiosa del espíritu germánico.
Ya Odoacro, en el año de 1576, había dado el golpe de muerte al Imperio Romano. Llegábamos en el Siglo XV a un aparente crepúsculo, pero no un crepúsculo vespertino, sino un crepúsculo matinal. Ya lanzaba la primera claridad del Renacimiento en la cúpula grandiosa de Santa María de las Flores que se tendía hacia el cielo como una llamada, como una cita histórica, a todos los titanes que crearon el Renacimiento.
La Edad Media ha sido una edad calumniada; pero, como dijo Huizinga, en el otoño de la Edad Media, fue una edad completa en sí misma. Únicamente cuando el hombre llega en los largos jalones de su historia a sentirse completo en sí mismo, es cuando se logra una bella y profunda concreción cultural. La Edad Media tuvo un dios, tuvo un sistema de organización social en los Testamentos, tuvo una estética maravillosa, porque nadie como ella ha sabido interpretar en la piedra el sentido religioso del hombre. Y si hemos de pensar con Gingler, que la religión no es más que una proyección del yo hacia el infinito, ninguna edad ha logrado una concreción más alta y más pura que la de los pináculos góticos de la Edad Media, en la Catedral de Reims y en esa plegaria en piedra que es la Catedral de Colonia.
En ese mundo de leyendas, de contraposición de culturas, cruza el perfil hecho de sombras de Cristóbal Colón, porque Cristóbal Colón es todavía un misterio.
Antes de su andanzas por Portugal, con el Rey Juan; antes de acercarse a la Corte de España y de enviar emisarios a Francia e Inglaterra, proponiendo como un loco el a su vez loco proyecto de llegar al Asía por la vía más corta, antes de eso, no se sabe con certeza nada de Colón. Ni la biografía escrita por su hijo Hernando ni tantas biografías escritas después tienen un fundamento que nos dé la visión clara de los principios de ese hombre. Cuando Colón aparece en el escenario universal, es el hombre misterioso que hace tiempo que anda recorriendo Europa y hablando también misteriosamente de un proyecto del que la mayoría de la gente se ríen, se ríen porque lo consideran la visión de un loco. Es hasta cuando llega al Convento de La Rábida de los frailes franciscanos, humildes en su apariencia de trascendental significado en la historia del mundo por su aportación, Fray Juan Pérez y Fray Antonio de Marchena, que para oídos; ambos eran estudiantes de la astronomía de aquel tiempo en el proyecto colombino.
Ellos son los que lo introducen a la Corte española, y es Isabel la Católica, la reina creyente, pero a la vez con un sentido increíble del futuro del mundo la que tiende la mano a Cristóbal Colón, contra todas las hablillas y contra todas las intrigas de la Corte.
Así es como nace y como cuaja el proyecto del descubrimiento de América.
La Edad Media tocaba a su fin. Nacía el Renacimiento y en alas del Renacimiento Cristóbal Colón surca las aguas y viene hacia América.
Nosotros vivimos en la actualidad una etapa gemela a aquella que vivió Colón. Nosotros también estamos en los linderos de maravillas; ya hasta en las leyendas infantiles se habla de descubrir, ya no un nuevo Continente, sino de descubrir nuevos mundos.
El hombre actual tiene ante sí la incógnita que tenía ante él la Europa del Siglo XV, cuando se le hablaba del Continente Americano. Nosotros estamos también en los linderos de grandiosos descubrimientos; pero si hacemos un análisis de las concreciones y realizaciones de éste nuestro atormentado Siglo XX, veremos que en su haber hay quizá, pesa más un pasivo que un activo creador.
Nos llamamos orgullosamente los hombres de la era atómica. Hemos llegado, a través de nuestros científicos, a alardes que parecían increíbles en la conquista de la naturaleza; pero si hacemos en ese balance un llamado al aspecto moral de nuestro tiempo, veremos que a 15,000 años del hombre paleolítico, vivimos aun en una etapa de obscurantismo.
El hombre moderno, el hombre actual, decía yo en un opúsculo que escribí hace años, mata igual que mataba su lejano antepasado de las cavernas; tiene todas las taras morales del hombre primitivo, y sí el avance científico del hombre del Siglo XX es pasmoso, su avance moral, más bien diríamos, su estancamiento moral, es también pasmoso. Tenemos ante nosotros el imperativo de crear un mundo nuevo, de superar las normas morales existentes, de hacer que el hombre sea amigo del hombre y no con la vieja sentencia del Plauto: el lobo del hombre. En la conquista de ese mundo espiritual, es donde está la tarea ingente, la tarea grande de los hombres del Siglo XX. Colón cumplió con el imperativo de su época.
Nosotros tenemos también un profundo imperativo, que cumplir: la superación moral del hombre y la integración moral del mundo.
No podemos pensar que sea un mundo feliz éste que nos rodea, en que a cada momento la amenaza de una conflagración mundial pesa como una sombra sobre todos los espíritus.
El hombre actual tiene que pensar que ha de andar en horas y en días, un jalón histórico, inconmensurable; el hombre actual tiene que pensar que tiene ante sí la tarea más dura de su historia, porque la integración científica, la integración material no son nada junto a la integración ética del hombre. Y si trasladamos éstas, para mí verdades indiscutibles al escenario del mundo que descubrió Colón, a la América Hispana, hemos de confesar con tristeza que nos encontramos en un panorama que no corresponde a las esperanzas que en él se pusieron.
El mundo hispanoamericano y de él hemos de hacer algunas excepciones, para fortuna nuestra, México, el mundo hispanoamericano aun se debate en una suerte de virajes políticos y de intentos de organización social que no llegan a una culminación completa. Aún en América, en vasta regiones de nuestra América, el obscurantismo y el crimen, hincan como nunca sus garras. Nuestro Continente, el Continente de Colón, aún no llega a constituir el mundo nuevo que soñaran los filósofos y los pensadores de siglo anteriores. Tenemos nosotros en éste que llamamos el Día de la Raza, el imperativo de
afirmar que la América tiene que encontrarse a sí misma. No hagamos historias prolijas de la vida de Colón. No hagamos tampoco frases líricas, sobre el significado de las carabelas y el ensueño del mar que las vio cruzar. Hagamos el voto de fe, los mexicanos y los iberoamericanos, que hemos de crear una América nueva, una América que algún día supere con su concreciones culturales el rastro magnífico, espléndido que nos legó la cultura europea, y como hijos de ella, pero también como superadores de ella, constituya la América la esperanza de un mundo que está al borde del desastre, la esperanza de un mundo que tiene ante sí la más grande incógnita en la historia humana. La América hispana, hemos de renovar nuestra fe en ella; tiene que cumplir con ese tremendo cometido y en el Día de la Raza, no hablemos ya más de las frases románticas y líricas; afirmemos el imperativo de América, que debe ser en un cercano porvenir, la protagonista de la historia del mundo. (Aplausos)
-E l C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado y licenciado Luis M. Farías.
El C. Farías Luis M: Un hombre obscuro, desconocido, los ojos hundidos, la frente surcada de arrugas, los cabellos canos, vagaba por los reinos de Europa, implorando el favor real para lanzarse a una empresa inaudita. Cuando aquel hombre obscuro hablaba de su empresa proyectada, sus ojos se llenaban de luz centellante y conmovía a los espíritus con su palabra arrebatada. Una figura triste que envejecía en las antesalas; un hombre implorante, un visionario que movía es cierto, a las risa y a la compasión, pero que podía también mover a los espíritus superiores a la admiración y al respeto.
Causa admiración el tesón, la constancia infatigable de aquel hombre en su peregrinar de peticionario. Pocos le tendían la mano; los más le daban la espalda. Los frailes de la Rábida, algunos cortesanos y, finalmente, la Reina Isabel, escucharon con atención y con interés sus aspiraciones. Trágicas era en verdad la figura, en la que iba pasando en tiempo sin lograr sus ideales, Por fin, tras el triunfo de Fernando e Isabel, en Granada, logró el favor real español para lanzarse a una empresa. ¡Y así esta Cristóbal Colón a la Historia, y su entrada a la Historia hace que ésta cambie su rumbo!
Aquel hombre envejecido, canoso, de mirada triste, se yergue en el Gran Almirante y organiza la empresa más osada que recuerdan los anales de la historia: ¡se lanza a la conquista de lo desconocido!
Un buen día en agosto de 1492, emprende la grande y maravillosa aventura. Un puñado de valientes inflamados por la voluntad y la imaginación de un hombre, a penetrar en el mar tenebroso, aquel mar que los hombres de su época consideraban habitando por monstruos extraños y que, además, tenía un fin en el precipicio y en la nada.
La aventura que se inicia en agosto va a prolongarse en septiembre, porque en agosto mismo, una de las naves -tres pequeñas naves insignificantes en la inmensidad del Océano- una de ellas sufre un deterioro que es necesario reparar y paran en las Isla Lanzarote, de donde vuelvan a partir el 8 de septiembre. Se inicia la gran travesía. Treinta y cinco días de sufrimiento, de penurias, de amarguras, de temores, de desesperación, para culminar con el descubrimiento de la tierra, al pisar la Isla de Guanahaní. ¡Momento extraordinario y culminante! Culminante en la vida de Colón y determinante de la Historia Universal.
Momento difícil de imaginar; desaliento quizá en los españoles al no encontrar montaña refulgentes de oro; asombro indescriptible, inefable en los indígenas que veían a hombres distintos y nuevos que llegaban del mar.
Colón había descubierto un Nuevo Mundo, pero él lo ignoraba, lo ignoró siempre. Tres veces más volverá a estas tierras una vez descubierto el Caribe. En el cuarto viaje llega, incluso, a pisar la tierra continental, la tierra firme de América. Pero él, con el cerebro afectado por las lecturas de los viajes legendarios de Marco Polo y por la imaginación de Mandeville, como trastornado estaba el caletre de Don Quijote por la lectura de los libros de caballería; sigue empecinado en su creencia de que estaba cerca del Ganges o quizás cerca de la maravillosa y sorprendente isla de Cipango; pero lo importante es el hecho, el encuentro por primera vez de dos corrientes culturales, de dos actitudes ante la vida: el choque de dos culturas, de dos tendencias, y de estos choques siempre resulta algo fecundo y grandioso: se aumenta la perspectiva y se abrillanta la inteligencia. El hombre europeo atravesaba por una crisis espiritual extraordinaria; iba el hombre de aquellos tiempos de asombro en asombro; el viaje de Colón permitió que años después pudieran Magallanes y Eleano terminar la primera vuelta al mundo, demostrando así la redondez de la tierra y casi simultáneamente Copérnico, Kepler y después Galileo descubren los cielos.
El hombre no podía seguir pensando de la misma manera, atravesaba por grave crisis, la ciencia estaba en marcha, la estela de los barcos descubridores trazando el mapa del mundo, los ojos penetrantes de los astrónomos develando el enigma de los cielos; así se inicia la ciencia moderna, ciencia que a cada paso, a cada avance va brindando al hombre nuevas y sorprendentes oportunidades.
La gloria de Colón que hoy nadie niega, fue en vida del Almirante, asaz, pasajera; sólo al regreso de su primer viaje se le recibe y se le regala como a personaje legendario, como al héroe maravilloso; después surgen las envidias avivadas por sus propios errores y por su temperamento y cae en desgracia.
Realiza otros viajes, el tercero: regresa en cadenas como un vulgar criminal. En el cuarto, en que sufre grandes penalidades, regresa ya con el espíritu deshecho y con el cuerpo destrozado. Este hombre que descubrió un mundo, muere olvidado y triste en Valladolid en 1506, quizá haciendo amargas reflexiones sobre la ingratitud, en particular sobre la ingratitud de los reyes, recordando quizá aquella frase muy española, porque la dura realidad de España la había enseñado al pueblo español: "Allá van leyes lo quieren reyes". De nada habían servido los tratados y los decretos. El hombre se veía desposeído de todo lo que había conquistado, de todo lo que había descubierto, y un año
después de su muerte, un cartógrafo alemán publica un mapamundi, Waldsemuller, en el que aparecen ya las tierras nuevas, pero con otro nombre, con el nombre de América en honor de un navegante florentino que poco antes había descrito en unas cuantas páginas, pero de gran atractivo, el relato de sus viajes por la tierra recién descubiertas.
Viene para el hombre europeo, tras la sorpresa del descubrimiento de la redondez de la tierra y del descubrimiento astronómico de los grandes sabios, viene ante todo a sus ojos la existencia de un mundo nuevo que está ahí para su regalo y aprovechamiento.
El hombre europeo de aquel tiempo, consideró como un derecho propio el adueñarse de estas tierras, comprando primero voluntades con baratijas, dominando después con la espada tinta en sangre toda oposición y toda resistencia. Así surge la conquista, conquista en la que algunos destacan por su valor, pero la mayoría por su crueldad. Valor y crueldad en el ejemplo más alto de los conquistadores: Cortés. Valor y dignidad, altura y nobleza en el ejemplo más noble de los caídos: en Cuauhtémoc.
Después de esto hecho sangriento pero fecundo de la Conquista, en que se encuentra dos razas, en que dos espíritu y dos tendencias colocadas frente a frente, una dominada pero que sigue erguida, que sigue valiente y que sigue latente; la otra dominadora.
Viene tras ello el período de la Colonia, período en el que, a los más, los movía tan sólo el interés y la ambición, el afán de lucro. Es justo reconocer, sin embargo que en estos dos períodos amargos de nuestra historia, la conquista y la colonia, haya algunos espíritus superiores que lanzan fulgores raros de nobleza y de bondad. Junto a un cruel Nicolás de Ovando, un apasionado defensor del indio, como Las Casas; junto a un sanguinario Núñez de Guzmán, un civilizado digno como Vasco de Quiroga: junto a tantos hombres voraces que atropellaban todo derecho, que hacían a un lado la justicia, había espíritu generoso, había grandes educadores como Fray Pedro de Gante, y espíritus nobles, espíritus dulces como Motolinía, Fray Juan de Sesto. Y había también al lado de los encomenderos, de hombres crueles y voraces, de hombres ambiciosos, había junto a ellos figuras nobilísimas, civilizadores, verdaderos caballeros andantes de la cultura, como Fray Junípero Sierra, el padre Equino y Fray Margil de Jesús.
La encomienda que se había iniciado con un sentido religioso, en las manos voraces de los colonos se convirtió en arma despiadada de explotación.
América, pasando el tiempo, educada ya a la europea, pero con un sentido propio, siente la necesidad de la autodeterminación, del autogobierno.
No bastaban las actitudes de aquellos hombres generosos que ya he mencionado, para borrar la mancha de la dominación y el atropello.
América entera se sacude de uno a otro confín, ante el impulso vigoroso de las luchas de independencia. Hombres de suyo tranquilos y pacíficos, se convierten en guerreros inflamados por el fervor patrio y todos montan a caballo.
Ya resuenan los cascos libertarios por montes y por valles y surgen los grandes paladines de América, en esta lucha de libertad, a todo lo largo de América. En el Norte, Washington con Jefferson, con Madison, con Hamilton, con tantos otros, estructurando un país independiente del dominio inglés. En el Sur, figuras extraordinarias como San Martín, O'Higgins, Sucre y Bolívar, que asombran por su valor, por su temeridad y por su talento.
Y en México, Hidalgo, que no sólo lanza el Grito de Independencia, sino además, el Decreto de Abolición de la Esclavitud, por primera vez. Y Morelos, en Guerrero, insigne, que da contenido popular a la Lucha de Independencia y sentido de futuro a ese esfuerzo que se realiza. El procura no sólo la Independencia de América respecto a España, sino, además, plantea las necesidades y los problemas del pueblo y aboga siempre por la justicia. Realizada la Independencia en unos cuantos lustros, con algunas excepciones, claro, algunos países de América, por azares del destino, no se unen sino mucho tiempo después a esta marcha libertaría.
Y así José Martí puede decir todavía en 1893: "Con la frente contrita de los americanos, que no hemos podido aun entrar en América"; pero poco tiempo después y merced al sacrificio del propio Martín, Cuba se une a esta marcha de la libertad, a este camino de la grandeza que han emprendido los pueblos de América, camino de la grandeza, camino de la libertad, camino de la justicia.
Celebramos hoy una fecha memorable, no por lo que significó en su día, sino por lo que hoy significa a América. Es el día de la Raza, de la raza entendida como espíritu, como sentimiento, como anhelo, como esperanza. Corresponde una raza nueva a un mundo nuevo, una raza en espíritu por encima de los distingos meramente biológicos, una raza entendida como emoción, entendida como anhelo, entendida como sentimiento, entendida como cultura y entendiendo la cultura, a su vez, como forma de vida, en tanto que expresión el espíritu como logro, como realización del espíritu del hombre.
Así entendemos a la raza y tenemos una raza nueva en este mundo nuevo, un nuevo mundo el mundo de la esperanza. Eso es América. América no solo es el mundo de la esperanza, sino que podemos también llamarla el mundo de las realizaciones juveniles, porque tiene un espíritu juvenil, como corresponde a un mundo que se ha llamado nuevo y tiene ese espíritu, porque se lo ha dado la tierra.
Son muchos los pensadores que han abordado el tema, haciendo notar cómo la influencia de la tierra determina el carácter del hombre americano. Así, Kayserlin llama a América el "Continente del tercer día de la creación", y muchos otros, entre ellos Luis Alberto Sánchez, llama a América "el Continente telúrico". Es la tierra la que determina el carácter y el carácter de la esperanza y de la ilusión y es justo que así sea; América no ha defraudado los sueños de Colón, aquellas fantasías
suyas del oro de Ophir, de los ríos de perlas, de la riqueza inagotable, de los tesoros del Gran Kan; son hoy una realidad, y son una realidad en América, por el espíritu y el sistema de vida que tiene, que brinda iguales oportunidades a todos los hombres.
Las fantasías y los sueños, aquel paraíso terrenal que describía Colón, es hoy el paraíso de la protección para todos los hombres que vienen huyendo del despotismo, de la tiranía y de la miseria. América es la tierra de la promisión, es la tierra de la esperanza. No hablemos de logros definitivos y realizados. Hablemos de logros por realizar. Entendemos la vida como una tarea; entendemos la vida en función de futuro y América es la tierra del futuro y es también, repito, la tierra de los arrestos juveniles.
El propio Colón, viejo y triste, destrozado por la larga travesía, marítima al contacto con América, rejuvenece y sueña que está a las puertas del Asia y todavía hace jugarretas de tipo juvenil, engañando a los marinos en el viaje midiendo equivocadamente la distancia para que crean que no se ha alejado demasiado de Europa, y todavía también, con arrestos juveniles, salvando la vida mediante una jugarreta, aprovechando sus conocimientos astronómicos, en Jamaica, hace que los indios le tuvieran temor y lo respetaran como a un Dios, aprovechando la realización de un equipo. Y también encontramos al "Continente de la Juventud", en aquella actitud grandiosa de Bolivar, en el Congreso de la Angostura, creando la gran Colombia y señalando además como capital de ese nuevo Estado, a una ciudad distante en miles de kilómetros y estando de por medio Los Andes y después logrando la realización de esa gran aventura. Y econtramos a Hidalgo también viejo y cansado, lanzando su decreto de abolición de la esclavitud cuando sólo tenía un pedazo de la tierra mexicana en sus manos. Y encontramos a Morelos dictando leyes y constituciones en su reducto de Apatzingán. Y encontramos a Juárez dirigiendo la política nacional en un viejo carruaje, mientras el país y el territorio estaba en manos extrañas. Y encontramos a Carranza en Veracruz, cuando muchos lo creían perdido y derrotado preparando las reformas a la Constitución.
No importa la edad de estos hombres, lo que interesa en su actitud, su espíritu, actitud y espíritu típicamente juveniles.
Esta tierra nuestra, esta América, debe movernos a realizar grandes empresas, debe movernos a soñar con audacia, debe movernos a emprender las grandes obras porque esta América es hija de la conjunción del ensueño y del valor temerario, ensueño y valor temerario que tuvo Colón para lanzarse a la aventura del mar desconocido.
Esta América nuestra tiene derecho a lanzarse a las más grandes aventuras, al ensueño, a buscar, a hogar, a emprender, a investigar por todos los caminos de la ciencia y del saber, a hurgar, incluso, en el fondo insondable del alma para perfeccionar al hombre, para hacerlo mejor y superarse, para trabajar cada vez con mayor denuedo, para entregarse a la vida con fervor y con pasión, para forjar una patria mejor que podamos ofrendar a nuestros hijos.
Esta América es el Continente, sí, de la esperanza y sin embargo, en esta América que está unida por comunidad de ideales, encontramos dos grandes corrientes culturales: del Bravo la Tierra del Fuego, la corriente indolatina; al Norte, Angloamérica. La historia, la lengua, la tradicción, nos reparan en muchas ocasiones, pero el hecho incontrastable, la realidad patente de la geografía, nos une.
Dentro de esta corriente Indolatina, a México, a nuestra patria, le ha correspondido ser el país de frontera y, por ende, ser el que debe encontrar los caminos de la solución en la convivencia. Y México, con sus luchas libertarias, con su fervor apasionado de Independencia, con su tesis inconmovible del respeto al derecho ajeno, se ha ganado para si el respeto de todos los pueblos y está señalando el camino al Mundo Iberoamericano.
Estamos unidos por la geografía, estamos unidos por la realidad y debemos de marchar unidos. Nos une también una comunidad de ideal, de aspiración: la aspiración de la democracia, de la libertad y de la justicia.
América país de ensueño, de ilusión de esperanza, ha de marchar siempre unida. Debemos hacer voto fervientes, tomar firmes decisiones para laborar siempre por su engrandecimiento, por su grandeza, para bien de todos. Debemos considerar que merced a nuestro esfuerzo, podemos de verdad llamar a esta tierra, nuestra Madre América.
Y quiero para finalizar, repetir la frase de Martí:
"Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes". (Aplausos)
- El C. secretario Juárez Carro Raúl (leyendo):
"Acta de la sesión extraordinaria celebrada por la H. Cámara de Diputados del XLIII Congreso de la Unión, el día doce de octubre de mil novecientos cincuenta y seis, con motivo del Día de la Raza.
"Presidente del C. Antonio Arriaga Ochoa.
"En la ciudad de México, a las doce horas y quince minutos del viernes doce de octubre de mil novecientos cincuenta y seis, se abre la sesión con asistencia de ciento cinco ciudadanos diputados, según comprueba previamente la Secretaría en la lista que pasó.
"Concurren a esta sesión los CC. senadores, altas personalidades y organizaciones invitadas al efecto.
"Se da cuenta con un oficio del Senado, avisando que designó al C. senador, licenciado Efraín Brito Rosado para que haga uso de la palabra, en esta sesión extraordinaria, en representación de la Colegisladora. De enterado.
"Para referirse a la fecha histórica que se conmemora en este día, pronuncian discursos alusivos los CC. licenciado senador Efraín Brito Rosado, en representación de la H. Cámara de Senadores, y
licenciado, diputado Luis M. Farías, a nombre de esta Cámara de Diputados.
"Se lee la presente acta".
Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica, se consulta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa sírvanse manifestarlo. Aprobada.
El C. Presidente (a las 13.10 horas): Se levanta esta sesión extraordinaria y se cita para el próximo martes dieciséis, a las once y media horas.
TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y
"DIARIO DE LOS DEBATES"