Legislatura XLV - Año II - Período Comisión Permanente - Fecha 19630624 - Número de Diario 63

(L45A2PcpN063F19630624.xml)Núm. Diario:63

ENCABEZADO

MÉXICO, D. F., LUNES 24 DE JUNIO DE 1963

DIARIO DE LOS DEBATES

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.

AÑO II.- PERIODO ORDINARIO XLV LEGISLATURA TOMO I.- NÚMERO 63

SESIÓN SOLEMNE

DE L

H. COMISIÓN PERMANENTE

EFECTUADA EL DÍA

24 DE JUNIO DE 1963

SUMARIO

1.- Se abre la sesión. Se designa una comisión para que traslade la urna que contiene los restos del doctor José María Mora, del Salón Verde de esta Cámara al Salón de Sesiones. La Comisión cumple su cometido.

2.- Invitación del Departamento del Distrito Federal a la ceremonia que tendrá lugar en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón Civil el día de hoy, con motivo del depósito de los restos del patricio doctor Mora. Se invita a todos los miembros del Congreso y al público en general a asistir a dicha ceremonia.

3.- Se da lectura al acta de la exhumación, en la ciudad de París, Francia, de los restos del doctor José María Luis Mora.

4.- Los CC. senador Carlos Román Celis y diputado Jesús Reyes Heroles hacen uso de la palabra para situar la figura histórica, y trayendo al presente el recuerdo del ilustre liberal doctor Mora.

5.- Se continúa la sesión haciendo guardias a la urna, en tanto llega el momento de trasladar los restos fuera del Recinto, para ser entregados a las autoridades del Departamento del Distrito Federal. La Presidencia reconoce debidamente la presencia de funcionarios y representantes de organismos y escuelas que estuvieron haciendo guardias durante los días que los restos del doctor Mora permanecieron en el Salón Verde de esta Cámara.

6.- La Comisión designada especialmente conduce la urna fuera del Salón de Sesiones.

7.- Se lee y aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.

DEBATE

Presidencia del

C. MANUEL MORENO SÁNCHEZ

(Asistencia de 19 ciudadanos representantes.)

El C. Presidente (a las 10.03 horas): Se abre la sesión.

El C. Presidente: Se abre la sesión solemne de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, para rendir homenaje a la memoria del ilustre doctor José María Luis Mora. Se designa en comisión para que traslade la urna donde se encuentran los restos del doctor Mora, del Salón Verde de esta Cámara a este Recinto, a los siguientes legisladores: ciudadanos diputado Eliseo Rodríguez Ramírez, senador Vicente García González, senador Francisco Hernández y Hernández, diputado Carlos Sansores Pérez, senador Enrique Riveros Castro, y diputado José Guadalupe Mata López.

(La Comisión cumple su cometido.)

El C. Presidente: Se invita a todos los presentes a ponerse de pie.

(Los presentes se ponen de pie.)

El C. Presidente: Se va a dar lectura a la invitación del C. Jefe del Departamento del Distrito Federal, para la ceremonia luctuosa de la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón Civil.

- El C. secretario Cervantes Corona, J. Guadalupe:

(leyendo):

"El Departamento del Distrito Federal tiene el honor de invitar a usted a la ceremonia que tendrá lugar en la Rotonda de los Hombres Ilustres el lunes 24 del actual, a las 12:30 horas, con motivo del depósito de los restos del patricio, doctor José María Luis Mora en ese Recinto, conforme al Programa anexo.

"A esta solemne ceremonia asistirán el C. Presidente Constitucional de la República y los representantes de los Poderes Legislativo y Judicial.

"Ciudad de México, Junio de 1963.- El Jefe del Departamento del Distrito Federal, licenciado Ernesto P. Uruchurtu."

El C. Presidente: En obsequio de la invitación que acaba de leerse, se suplica a los miembros del Congreso aquí presentes y al público que asiste a esta sesión, concurrir a la ceremonia luctuosa en la Rotonda de los Hombres Ilustres, y, para ese efecto, podrán unirse a la comitiva al final de esta sesión, cuando partan para el Panteón Civil.

- El mismo C. Secretario:

Se va a dar lectura al acta de la entrega de los restos del doctor Mora.

"Estados Unidos Mexicanos. Consulado General de México en Francia. París. El Escudo Nacional".

"Consulado General de México. París. El suscrito, Cónsul General de México en París, Francia, certifica: Que el Libro del Protocolo Notarial de este Consulado General, a fojas doscientas noventa, se encuentra protocolizada una escritura del tenor siguiente: Acta número 1631.- En la ciudad de París, Francia, a los diecisiete días del mes de junio de mil novecientos sesenta y tres y siendo las diez de la mañana, ante mí Rafael Nieto, Cónsul General de México en París, actuando en calidad de notario en virtud de la facultad que me confiere la fracción III del artículo 17 de la Ley de Servicio Exterior, Orgánica de los Cuerpos Diplomáticos y Consular Mexicanos, se reunieron en el Cementerio de Montmartre, ante la tumba número 114-C. el doctor Ignacio Morones Prieto, Embajador de México en Francia, el licenciado Eliseo Aragón Rebolledo, Viceprecidente de la Honorable Comisión Permanente del Congreso de los Estados Unidos Mexicanos y sus compañeros los señores senadores doctor Rafael Moreno Valle, licenciado Natalio Vázquez Pallares y Lic. Guillermo Ramírez Valadez, y los señores diputados ingeniero José López Bermúdez, ingeniero Norberto Aguirre Palancares, Juan Figueroa Velazco y doctor Amadeo Narcia Ruiz así como el licenciado Arturo García Formentí, Agregado Cultural de la Embajada de México, el señor Manuel Choza Cañedo, Cónsul de México y la señorita Jacqueline González Quintanilla, Segundo Secretario de la Embajada con objeto de presenciar y dar fe de la exhumación de los restos del doctor José Luis María Mora, fallecido en París el 14 de julio de 1850 e inhumado en la fosa número 114-C, del Cementerio de Montmartre el 24 de febrero de 1860 según consta en la partida del libro de inhumaciones de dicho cementerio, en el que también aparece que en fechas posteriores y en fosas superpuestas fueron inhumadas las siguientes personas: Louis Joseph Mora Hoy, en la misma fecha; Marie Pauline Hardy, el 13 de enero de 1889; Juana Nava, el 7 de Noviembre de 1893, y Elie Albert Mora, el 28 de febrero de 1895, cuyas lápidas consignan su nombres y las fechas de defunción. La tumba del doctor Mora quedó fácil y plenamente identificada al fondo de fosa como a cuatro metros de profundidad. La Funeraria Roblot con domicilio en el número 148 de la Rue Lecourbe, de la ciudad de París, se hizo cargo de la exhumación de los restos, la que fue presenciada por los miembros de la delegación parlamentaria mexicana comisionada por acuerdo de la H. Comisión Permanente de fecha cuatro de abril de mil novecientos sesenta y tres para llevarlos a México. El procedimiento para la exhumación consistió en lo siguiente: en primer término se extrajeron los restos de Elie Albert Mora que figuraban en la parte superior de la tumba: en segundo lugar y separados por una losa se exhumaron los restos de Juana Nava; en tercer lugar se extrajeron los restos de Marie Pauline Hardy también separados por una lápida; en cuarto lugar se exhumaron los restos de Louis Joseph Mora Hoy, separados en la misma forma, y por último los del doctor José Luis María Mora que, según el dictamen de los médicos cirujanos senador Rafael Moreno Valle y diputado Amadeo Narcia Ruiz, quienes asistieron a la exhumación, se encontraron completos en su mayor parte, con la desintegración parcial de la pelvis, de los maxilares y del tórax y con pelo adherible al cráneo decolorado por la acción natural del tiempo, correspondiendo todos los restos a un hombre adulto y sin que se encontraran mezclados con ningunos otros. Una vez extraídos los restos del doctor Mora fueron colocados en una urna de plata enviada ex profeso por el Congreso de los Estados Unidos Mexicanos, la que se trasladó a la Embajada de México en esta ciudad, donde quedó depositada y cubierta con la bandera nacional entretanto se conduce por los comisionados a la ciudad de México. En el mismo orden en que fueron extraídos se volvieron a colocar los restos de las personas cuyos nombres se mencionan anteriormente. Terminado el objeto de esta fe de hechos se levantó la presente acta que firmaron los que en ella intervinieron en unión del suscrito Cónsul General de México en funciones de notario. Los ocho parlamentarios mencionados son originarios y vecinos de México y el Embajador y los demás funcionarios que estuvieron presentes son del mismo origen y vecinos de la ciudad de París, todos ellos mexicanos y mayores de edad. Doy fe. Yo, el Cónsul General de México en funciones de notario por ministerio de la ley, doy fe de la veracidad de este acto, de conocer a las personas que en él intervinieron y de su capacidad legal. Siguen las firmas: Rafael Nieto, Ignacio Moreno Prieto, Eliseo Aragón Rebolledo, Rafael Moreno Valle, Natalio Vázquez Pallares, Guillermo Ramírez Valadez, José López Bermúdez, Norberto Aguirre Palancares Juan Figueroa Velasco, Amadeo Narcia Ruiz, Arturo García Formentí, Manuel Choza Cañedo, Jacqueline González Quintanilla. Rúbricas. Un sello que dice: Estados Unidos Mexicanos, Consulado General de México en París, Francia. Es primer testimonio segundo en orden sacado fielmente de su original que obra en el libro de Protocolo respectivo de este Consulado General. Va debidamente cotejado y se expide en la ciudad de París, a los dieciocho días del mes de junio de mil novecientos sesenta y tres. Doy Fe. Rafael Nieto. Rúbrica. Un sello que dice: Consulado General de México en Francia. El Escudo Nacional. París."

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador Carlos Román Celis.

- El C. Román Celis, Carlos (leyendo):

"Señor Presidente. Ciudadanos diputados y senadores. Distinguidos invitados de honor. Señoras y señores: A la distancia de 113 años de su fallecimiento en la ciudad de París, asistimos hoy al homenaje de veneración que debía el Congreso Mexicano a uno de sus miembros más esclarecidos del siglo XIX; el diputado Constituyente don José María Luis Mora, cuyos restos mortales que llenan de imponente fervor cívico esta Asamblea de la representación nacional se encuentran por fin en el seno de la patria.

El doctor Mora, como ya se ha divulgado en los últimos días, pero cuya figura es casi desconocida

para la generación de nuestro tiempo, nació en Chamacuero el año de 1794 y su hogar fue el de una familia criolla que tenía sus propiedades rurales en el Bajío. Realizó sus primeros estudios en Querétaro, y al cumplir los trece años ingreso en esta capital al Colegio de San Ildefonso, de donde sus gentes esperaban verlo salir convertido en sacerdote.

Dentro de los claustros conoció, sin duda, las noticias del Grito de Dolores y el incendio de la revolución insurgente. Allá en la casa de su padre, don José Ramón de Mora, habíase presentado a nombre del cura Hidalgo un ranchero de apellido Montaño, que se hizo entregar elevadas sumas de dinero para la causa de la Independencia.

Aquel alumno de singular talento, que fue a la vez profesor de Latinidad y Humanidades , recibió el título de bachiller en 1812, y tras de ordenarse en 1820, doctor en teología, se le comisionó para que ejerciera su misión en el Sagrario Metropolitano. Pero cuando todos esperaban que el joven clérigo de 27 años se convirtiera en un ardiente defensor de la iglesia y de la clase a que pertenecieron sus antepasados renunció a los privilegios que se le ofrecían, y tal como lo dijo posteriormente en una semblanza autobiográfica, "adoptó por obra de pura convicción, los principios del partido del progreso, con los

que estaba desde que pudo pensar".

"Para evitar disputas de palabras indefinidas, -aclaró- debo advertir desde luego que por marcha política de progreso, entiendo aquélla que tiende a efectuar de una manera más o menos rápida, la ocupación de los bienes del clero; la abolición de los privilegios de esta clase y de la milicia; la difusión de la educación pública en las clases populares, absolutamente independiente del clero; la supresión de las monacales; la absoluta libertad de las opiniones; la igualdad de los extranjeros con los naturales, en los derechos civiles y el establecimiento del jurado en las causas criminales." "Y por marcha de retroceso -agregaba- entiendo aquélla en que se pretende abolir lo poquísimo que se ha hecho en los ramos que constituyen la precedente."

En forma paralela a la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México, el doctor Mora comenzó a difundir sus ideas en "El Seminario Político y Literario", habiendo logrado establecer una corriente de opinión que lo llevó a ganar un curul de diputado, como representante por el Estado de México, en el Congreso Constituyente de 1822.

Al coronarse emperador Agustín de Iturbide, condenó desde la tribuna parlamentaria ese nuevo fraude en contra de nuestro pueblo, y su rebeldía le valió que fuera sometido a prisión. Cuando cayó el imperio, volvió a la lucha cívica, y entonces, como diputado en el Congreso del Estado de México, redactó la primera Constitución local, elaboró leyes hacendarías y municipales, fundó el Instituto Científico y Literario de Toluca, y todavía se dio tiempo para obtener en 1825, el título de licenciado en Derecho.

Los puestos de responsabilidad que desempeñó dentro de la logia escocesa y las polémicas ideológicas que sostuvo contra los integrantes del rito yorquino, dieron vida a su periódico "El Observador de la República Mexicana". Vino luego aquella hora de tragedia en la que cayó inmolado por la felonía de Bustamante, el libertador Vicente Guerrero, y la situación caótica existente obligó al doctor Mora a emigrar a Zacatecas.

En esta entidad federativa, el gobernador Francisco García y el vicegobernador Valentín Gómez Farías, habían establecido la sede de los principios liberales y estaban empeñados en abrir caminos de superación para su pueblo. El doctor Mora encontró en ese medio el ambiente propicio para la realización de su obra, al grado de que, posteriormente, hubo de declarársele Hijo Benemérito de Zacatecas.

A través de uno solo de sus trabajos, el denominado "Disertación y aplicación de las rentas y bienes eclesiásticos", dijérase que se adelantó a escribir los prolegómenos de la Constitución de 1857 y los capítulos fundamentales de las Leyes de Reforma. Dicho documento tuvo tal significación que el partido del progreso lo adoptó como programa, y Mier y Terán que iba a ser su realizador, se lanzó a la lucha por la Presidencia de la República.

Santa Ana deshizo los proyectos liberales con un golpe inesperado y se apoderó de la Primera Magistratura del país. Sin embargo, cuando al parecer todo estaba perdido para ellos, Gómez Farías vino a ocupar la Vicepresidencia y el doctor Mora retornó al Congreso como diputado. Luego, por una de esas mascaradas que lo caracterizaron, el general abandonó el poder y se fue a su hacienda de Manga de Clavo, quedándose Gómez Farías al frente del gobierno.

En menos de ocho meses de administración, los reformadores quisieron cambiar la fisonomía del país mediante una serie de decretos que ordenaban lo mismo la supresión de la coacción civil para el pago de diezmos, que la coacción del Estado para hacer cumplir los votos monásticos; secularizaron las misiones de California e incautaron los bienes de las de Filipinas; cerraron la Universidad que había dejado de ser Real, pero que seguía siendo Pontificia, y en su lugar, crearon Establecimientos Superiores de todos los estudios, así como la Biblioteca Nacional y Escuelas Normales para hombres y mujeres. El doctor Mora dispuso, en persona, el trascendental decreto del 19 de octubre de 1833 que estableció las bases de la enseñanza laica.

Desgraciadamente apareció por aquellos días el cólera morbus, y la epidemia que ocasionaba gran mortandad, fue aprovechada por los fanáticos para excitar a las masas a que se alzaran en contra de un gobierno que había provocado "la cólera del cielo". Sabedores los del partido del retroceso de la influencia que Mora tenía cerca de Gómez Farías, desata en su contra una campaña de dicterios, execraciones, odios y calumnias, y por todos lados prodigaron dinero a manos llenas para derrocar al régimen. A mediados de 1834 mientras la peste y la rebelión invadían la República, el clero y la milicia se aliaron con Santa Ana, y éste se convirtió en jefe de los propios sublevados.

Gómez Farías, desoyendo a Mora y argumentando razones legalistas, se negó a actuar con mano de hierro. Unos días después Santa Ana llegó al Palacio Nacional, flanqueado por su séquito y deshizo de una pluma la gigantesca obra de los reformadores.

El doctor Mora escribió entonces esta sabia lección que ningún país debe olvidar: "Cuando se ha

emprendido y comenzando un cambio social, es necesario no volver los ojos atrás, hasta dejarlo completo, ni pararse en no poner fuera de combate a las personas que a él se oponen, cualesquiera que sea su clase."

A fines de 1834, el prócer emprendió el camino del destierro y París fue su meta, quizá porque la Revolución Francesa había sido aula universal de liberalismo. Por espacio de largos años se debatió en la miseria y se le recrudeció la tuberculosis que había contraído desde su época de estudiante Sin embargo, pudo volcar la madurez de su genio en el libro que tituló "México y sus revoluciones", y en recopilar en dos volúmenes sus "Obras Sueltas", los cuales vinieron a causar conmoción en el país, principalmente en la juventud progresista que los tomó como su ideario y su bandera.

Hacia 1846, Santa Ana, que por artimañas inexplicables estaba otra vez en la Presidencia, cometió la trágica torpeza de ir a enfrentarse al invasor norteamericano, y como nuevamente se había quedado al frente del gobierno don Valentín Gómez Farías, uno de sus primeros acuerdos consistió en ordenar que se le remitieran ochocientos pesos al doctor Mora para que regresara de Francia. Una contraorden dejó sin efecto la posibilidad de que su exilio terminara, en virtud de que se había decidido mejor adscribirlo a la Legación en París, con el encargo de publicar un periódico que delatara ante Europa la mutilación que los Estados Unidos pretendían hacer del territorio mexicano. El doctor Mora había señalado ya con índice profético que la fuerza expansiva de los Estados Unidos, "destinada a extenderse en todas direcciones con perjuicio de sus vecinos" iba a tener todo su efecto en la parte más débil "que es la del Sur, de México, atendido que la del Norte, o del Canadá -enfatizó- será poderosamente sostenida por el gobierno británico". Y después del drama del 47, formuló este vaticinio:" Todo tratado que se haga entre México y los Estados Unidos, de parte de esta última nación, no es sino una tregua que prepara para lo sucesivo los avances de una nueva invasión."

Nombrado Ministro Plenipotenciario en Londres pudo arreglar el problema de la deuda inglesa, mientras aquí se desataba otra vez la tormenta en la Cámara de Diputados, debido a que por su gestión diplomática, los tenedores de los bonos, a voces protegidos del Gobierno, vieron esfumarse sus esperanzas de saquear en esa forma el tesoro nacional.

Un día, el doctor Mora, agobiado por la enfermedad que iba minando su organismo, decidió abandonar Londres para regresar a Francia en busca de alivio; pero sólo encontró la muerte en una fecha que se consagra a la libertad para la que había vivido: el 14 de julio de 1850.

He aquí los rasgos esenciales de este hombre extraordinario a quien don Justo Sierra calificó como "el escritor político más grande que ha tenido México".

Es por ello que el rescate de sus cenizas abandonadas en el cementerio de Montmartre, constituye un acto de reivindicación histórica que enaltece al señor presidente López Mateos, honra a la Comisión Permanente del H. Congreso de la Unión y justifica el hecho de que haya sido traídas por la Delegación Parlamentaria Mexicana que integraron los señores senadores Aragón Rebolledo, Moreno Valle, Ramírez Valadez, y Vázquez Pallares y los diputados López Bermúdez, Aguirre Palancares, Narcia Ruiz y Figueroa Velasco.

Al doctor Mora no lo desterró el pueblo; al doctor Mora lo desterró un tirano y por eso sus restos fueron traídos de París no por los representantes de la dictadura, sino por los representantes del pueblo, lo cual significa el mejor reconocimiento que la posteridad pudo haber hecho a la grandeza de su obra y al prestigio de su nombre.

Cuando se recuerda la vida de un patriota como el que hoy exaltamos, no se hace únicamente para que se a admirada como una estampa del pasado, sino con el propósito de que sirva de inspiración en el presente y para que se proyecte como una lección en el porvenir.

La trayectoria de este hombre que fue capaz de rechazar los privilegios de su clase, debería constituir siempre un ejemplo clarísimo paro la juventud, pero en forma muy especial para la juventud mexicana descendiente como él de familias acaudaladas, para esa juventud que tienen un concepto erróneo de la verdad de México, porque estudia en determinadas escuelas particulares, donde a la manera de los colegios de la época del doctor Mora, y para decirlo con sus propias palabras, al alumno "nada se le habla de la patria, de deberes civiles, de los principios de la justicia y del honor; no se le instruye en la Historia ni se le hacen lecturas de la vida de los grandes hombres, a pesar de que todo esto se halla más en relación con el género de vida a que están destinados la mayor parte de los educandos".

(Interrumpiendo el orador su lectura): Dije "determinadas escuelas particulares" porque también las hay que respetan la enseñanza laica y se norman por el programa educativo de la Revolución, como sucede, por ejemplo, con la Secundaria particular José Ma. Luis Mora, cuyo profesorado y alumnado han estado aquí rindiendo, con su presencia, un homenaje al reformador y exaltando el nombre de su Escuela. (Continuando su lectura el orador) "Fue precisamente el de la educación, uno de los temas que el maestro en Filosofía, el fundador de la cátedra de Economía Política, analizó con visionaria lucidez, como que sabía que "el elemento más necesario para la prosperidad de un pueblo es el buen uso y ejercicio de su razón, que no se logra sino por la educación de las masas, sin las cuales no puede haber gobierno popular. El objeto de un gobierno es proporcionar a los gobernados a mayor suma de bienes, y ésta no puede obtenerse sin educación".

Hace un siglo y cuarto que el ensayista guanajuatense produjo esas afirmaciones que siguen siendo válidas en nuestro tiempo, máxime cuando todavía existen, como dijera el Jefe del país, "obscuras fuerzas sociales, de sobra calificadas en la historia de México, que desean la perpetuar injusticia y eternizar la ignorancia".

De ahí que ante el sistemático desafío en contra del programa educativo de la Revolución, es necesario no olvidar ni tampoco dejar de repetir en esta tribuna, aquella invocación que hizo el paladín de la enseñanza laica como remate uno de sus discursos en el Congreso Constituyente:

"Legisladores: a vosotros toca dictar las leyes que la conveniencia nacional exige a fin de proteger la enseñanza. En vuestras manos está remover los obstáculos que contienen en su marcha los adelantos del

entendimiento. Nada haréis si vuestro edificio queda sentado sobre cimientos movedizos; vuestra obra caerá por sí sola, y todos seremos sepultados bajo sus ruinas."

Es incuestionable que México tuvo la fortuna de haber contado en esa encrucijada doloroso en la que se trataba de liquidar la herencia feudal de la Colonia, con el pensamiento del doctor Mora, que ha servido para impulsar nuevos ascensos en la incansable lucha por la libertad y la justicia que ha sido la historia del pueblo mexicano. Su pensamiento no podrá olvidarse cada vez que se hable de ese gran movimiento de responsabilidades humanas y patrióticas que es nuestro liberalismo, porque él contribuyó con su inteligencia al alumbramiento de sus principios y sostuvo sus postulados con el heroísmo de su voluntad.

Con esos postulados y esos principios que más que integrantes de un cuerpo de doctrina filosófica constituyen un hábito mental para el mexicano progresista se han ganado todas las batallas en contra de las facciones conservadoras; gracias a ellos fueron derrumbados el virreynato colonial, la tiranía santanista, el imperio de Maximiliano, la dictadura porfiriana y la usurpación de Victoriano Huerta. Y como es indudable que también en el futuro esos postulados y esos principios han de seguir orientando las convicciones políticas de los hombres sobre cuya responsabilidad recaiga el peso de la Historia, estamos seguros de que México no incurrirá en transacciones temporales que empañen su libertad y desvirtúen sus conquistas revolucionarias. Nuestro país continuará recorriendo en forma ascendente el camino que su Constitución le marca, sin dejarse impresionar por los gritos amenazantes ni seducir tampoco con los susurros emocionados con que le habla

por todos los medios la reacción conservadora.

En algunas ocasiones se puede no estar de acuerdo con los conceptos que emitió el doctor Mora, pero todos ellos son merecedores de que se les analice con espíritu constructivo y no con el recurso desesperado de la aplicación de epítetos calumniosos, fórmula esta última con la que se ha tratado de fulminar desde los días de la Independencia a los hombres con ideas renovadoras, por parte de aquellos que al ver desmoronarse sus prebendas, tienen mentalidad para atacar a las personas, mas no talento para combatir sus verdades. Los que pudieron expatriarlo, no supieron vencerlo, y su figura señera fue semejante a la de ciertos árboles de la tierra caliente, cuyo tronco destruye el filo de las hachas que intentan derribarlos.

Bien sabido es que si geográficamente no hay mucha distancia entre la Hacienda de Corralejo y el antiguo Chamacuero, tampoco la hubo en el paralelismo de dos vidas, que aunque tuvieron la misma preparación eclesiástica, llegaron por distintos caminos a combatir por la libertad y a identificarse en la Historia: Hidalgo dejó el curato para incendiar la Alhóndiga y Mora cerró el catecismo para escribir la Constitución. Por eso considero oportuno pedir hoy a los honorables diputados y diputadas de la XLV Legislatura, para que esté completo el primer renglón de ese muro consagrado a los forjadores de la patria, y que inicia precisamente con el nombre de Miguel Hidalgo, es necesario que se inscriba con letras de oro el nombre de José María Luis Mora.

Hace ya 129 años que el ideólogo liberal salió rumbo a exilio. En aquel tiempo, las dos clases que se enseñoreaban del Poder, utilizando las almas y las armas, desatendían los clamores de un pueblo reducido por ellas a la miseria y a la opresión. Pero hoy sus cenizas vienen a reposar en la tierra de un México que da testimonio en todos los órdenes de que la espada de sus paladines y la pluma se sus reformadores no fueron inútiles ni estériles, porque ambas hicieron posible la libertad política y la paz de la nación, la justicia social y el adelanto del pueblo, la soberanía de la República y su amistad con todos los países de la Tierra.

Dentro de breves minutos, el señor presidente López Mateos depositará esta urna de plata en un sepulcro de la Rotonda de los Hombres Ilustres y se quedará allí convertida en un baluarte contra el retroceso y en una antorcha del pensamiento liberal mexicano.

Doctor Mora: porque fuiste enmacipador de las conciencias y opositor del cuartelazo, porque fuiste mentor del federalismo y censor de iniquidades, tu pueblo mexicano, que al reintegrarte hoy al seno de la patria te rinde su tributo de pleitesía, sabe como tú que para él, "nada hay más precioso que su Independencia." (Aplausos.)

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano diputado Jesús Reyes Heroles.

El C. Reyes Heroles, Jesús: Señor Presidente. Honorable Asamblea: hace apenas unos días rendimos homenaje a un revolucionario mexicano del siglo XX, Venustiano Carranza, y hoy lo hacemos con un revolucionario Mexicano del siglo XIX, José María Luis Mora. En esta actitud no hay idolatría o fetichismo histórico. Únicamente los elementalistas -devotos de lo elemental, dondequiera que estén- los que sólo conocen las nociones primarias del credo que dicen profesar y los restauradores, los que añoran un pasado superado, niegan el sentido positivo de la Historia de México y auspician por igual los cortes en la Historia. Los revolucionarios mexicanos, lejos de romper los nexos que los unen al pasado, ven en su labor en el presente una continuación del proceso histórico nacional. No se corta la Historia: se prosigue.

En la Historia no buscamos consuelo para el presente y resignación ante el futuro, sino aliento para actuar. La Historia de México no es neutral en el debate y ante los problemas de nuestros días. Nuestra Historia es velocidad hacia metas que siendo en algunos casos seculares, son actuales; o hacia nuevas metas en que las alcanzadas anteriormente son peldaños hacia los objetivos superiores del pueblo de México. Por eso, la Historia de México siempre tiene actualidad.

Los hombres del ayer y del anteayer mexicano no fueron conformistas; se caracterizaron por su inconformidad y a golpes de audacia y reservas de paciencia lograron que sus ideas influyeran sobre la realidad y fueran influidas por ésta. Gracias a ella, el liberalismo mexicano triunfó y venció. Y nuestros revolucionarios del siglo XX también vencieron. A unos y a otros debemos las instituciones que imperan en la vida nacional.

Ocuparnos de Mora es ocuparnos de ideas. Pocos como él confiaron en el poder de las ideas en la forja de los pueblos. Su misma prosa parece

eliminar las palabras ociosas. Busca y expone ideas. No abstracciones que no pasan del mero ejercicio mental, sino ideas dirigidas a lograr un mejor destino para su pueblo. Mora fue, y ese es su mejor título, un auténtico intelectual político. En la política encontraba el medio que le permitió afinar sus ideas, llegando, incluso, a la enmienda; y en las ideas, el móvil de lucha que la realidad confirmaba.

Sin reservas se entregó al combate despiadado que exigía la formación histórica de una patria para los mexicanos. Se entregó en la cátedra, en el periodismo, como diputado Constituyente en el Estado de México, como fugaz diputado en el Congreso de la Unión representando a Guanajuato; en el certamen cuando éste era un refugio de las ideas o un instrumento para hacer política; detrás de Gómez Farías, en aquellos tormentosos diez meses de México; en la diplomacia, en tristes momentos para la patria; haciendo historia dirigida al futuro, en el consejo al gobernante o al oposicionista.

Fue un intelectual político, un cerebro actuando, un hombre comprometido con su pueblo, no el orfebre evadido de la realidad y protegido de ella por la corteza de un oficio que siente superior. Tampoco el intelectual contemplativo que exige para actuar una realidad a la medida de sus deseos.

No fue el importador en bloque de ideas foráneas ni mucho menos el amurallado mental frente a lo que de fuera venía. Supo de la selección y adaptación, practicando en el recio tronco nacional el oportuno y adecuado injerto.

¿Cómo vio Mora el México político en que vivió? En México no había orden establecido. La Independencia no pudo significar -la historia no es tan simple - la desaparición del orden colonial. Subsistían elementos coloniales, aun cuando se habían desvanecido los principios que los orientaban y estaban semiderruidos los intereses que los apuntalaban. Frente al orden colonial estaba el orden nuevo, cuyos principios, aunque difundidos, no privaban, porque no lograban combinarse con los restos coloniales ni hacerlos desaparecer. México vivía entre un orden que no acababa de morir y otro orden que no acababa de nacer y la sociedad oscilaba entre el orden viejo y el nuevo, siendo para Mora dificilísimo en esos instantes volver atrás o caminar hacia adelante.

De acuerdo con este diagnóstico decide su militancia, su encuadramiento político. Veamos su explicación. En esencia, ve la situación política concentrada en tres posiciones: Los partidarios del progreso, que quieren acabar de una vez con el orden colonial e instaurar el orden nuevo, antifeudal, secular, sin privilegios legales, con libertad de conciencia o, al menos, tolerancia, con seguridades y libertades personales, manteniendo las bases federales que el país se ha dado, rompiendo el monopolio educacional y difundiendo la enseñanza en las clases populares. Los partidarios del retroceso, que quieren volver al orden colonial, suprimiendo los pocos avances que el país obtiene con el texto constitucional de 1824. Por último, quienes pugnan por conservar el statu quo, manteniendo las cosas a medias.

Mora no duda en dónde debe afiliarse. Ve al partido del retroceso como el partido de las vejeces y al del statu quo carente de base y de sentido, pues cuando las cosas están a medias no pueden seguir a medias. Su lugar está en el partido del progreso y a partir de su decisión inicial, se ve obligado, como tantos otros de su generación, a usar las dos manos: una para destruir los vestigios del vetusto orden colonial que no querría morir, y otra para construir los elementos del orden nuevo que se necesitaba ayudar a nacer.

Atravesando el anterior cuadro ideológico, está otra división de los partidos políticos. Para Mora, hay partidos de las cosas y partidos de las personas. Los partidos de las cosas son los que se ocupan de los problemas, los hechos y la ideas; los partidos de las personas todo lo resuelven en función de los hombres, y los que es peor, de los puros nombres. Exageran el valor de los nombres y lo caudillos dominan. Convierten a un hombre en factor exclusivo de una época, cuando, en el mejor de los casos, no ha sido más que expresión, símbolo y coadyuvante. Caen en pueriles subjetivismos. Los partidos de las cosas hicieron historia; los partidos de las personas hicieron facciones. El hombre cuenta en la historia como referencia a ideas, principios y realizaciones. Juárez fue Juárez porque se aferró a la ideas, se enfrentó a los problemas y estuvo rodeado de hombres que, como él, se aferraron a las ideas y se enfrentaron a los problemas.

Opta por el partido de las cosas y como método para el progreso escoge la ley. Es un convencido de la ley. Recientemente, el presidente López Mateos, al señalar el papel del derecho en el avance de la Revolución Mexicana, tocaba un punto que está en la entraña misma de la historia de México. Para Lucas Alamán, la mejor cabeza de los conservadores mexicanos, la ley, en lo general, debía ir a la zaga de los hechos, sancionando las conductas que privan, es decir, haciendo obligatorio lo que existía y se repetía. Para Mora, la ley era el afilado instrumento para el cambio y el avance. Confiaba en la acción transformadora del derecho, en el progreso por la ley.

Para Mora, la Constitución de 1824 era algo, en cuanto establecía el federalismo. Defender el federalismo de los embates que cotidianamente sufría era tarea inmediata. Sólo el régimen federal permitía a las clases medias dispersas en el país el acceso al Poder. Sólo el federalismo impedía la consolidación de las clases privilegiadas, alto clero y altos jefes del Ejército, centralizadas y centralizadoras. El federalismo es, así, no sólo respeto a lo regional y a la autonomía de las colectividades que componen la Federación, sino también vínculo que mantiene unido lo que, de otra manera, se dividiría, e instrumento político-jurídico para estar en aptitud de luchar, con posibilidades de triunfo, por el orden nuevo.

Se dedica afanosamente a las tareas requeridas por su credo. Es tenaz en su defensa, pero no dogmático. Así se le ve, cuando el artículo 3o de la Constitución Federal establece la intolerancia, obtener que en el texto del Estado de México no se prohiba cualquier religión que no sea la del Estado sino que se excluya. Junto a esta conquista, por leve que sea, intenta reducir las facultades de la autoridad civil en lo relativo a los libros prohibidos por la Iglesia. El 20 de septiembre de 1824 pronuncia un discurso revelador de elasticidad política y de sutileza en la argumentación. Por el liberalismo inglés no ignora que hay muchos libros malos, pero ninguno que

haga mal. No fue decirlo, pero se percibe que lo piensa. En su táctica coincide con una línea adoptada por nuestros primeros liberales: llegar a la libertad principal, la de conciencia, por la vía de las libertades secundarias.

Mora no es partidario de la simple tolerancia; su avidez doctrinaria le hace saber que si se reconoce el derecho de tolerar, se está reconociendo el derecho de no tolerar. Poco tiempo después lo dirá en forma categórica: No es posible poner límites a la facultad de pensar. La libertad de conciencia no se puede coaccionar. A más de que no se debe, no se puede. Las resistencias, el momento en que actuaba, no permitían llegar, ya no digamos a la libertad de conciencia ni siquiera a la tolerancia.

Todavía en 1846 se refiere a que las palabras que comprenden la libertades se pronuncian muy aprisa, pero representan un conjunto de hechos que sólo despacio y penosamente se pueden realizar. En su credo estaba la libertad de conciencia; pero hacía política, no alquimia. No se trataba de dar saltos que podían ser mortales, sino de caminar ininterrumpidamente.

Contribuye a que el Estado de México se evoque al ejercicio del patronato. Y más tarde, en el concurso que el Gobierno de Zacatecas abre en 1831, presenta su conocida disertación sobre los bienes y rentas eclesiásticas. En ella, aun cuando separa el fin y objeto de los gobiernos civiles del mantenimiento o protección de una determinada religión, se queda en la solución de que el Estado ejerza el patronato.

En 1833, durante los diez meses de Gómez Farías, cuando se intenta un avance acelerado, Mora se multiplica. En aprovechamiento de los bienes de la Iglesia en beneficio del país, hace que examine a fondo la materia de crédito público y que la Junta de Instrucción, a que pertenece, llegue al acuerdo de que se ocupen los bienes de la Iglesia, para, de inmediato, dedicarse al pago de los intereses de la deuda pública y más tarde a su amortización, así como a los gastos del culto. Para él, es urgente la ocupación de los bienes del clero, pues esta medida pasa a la sociedad civil los intereses en que se apoya un poder formidable y, por una simple evolución, hace perder al clero tanto poder como el que transfiere a la sociedad.

Se percibe su mano en la decisión que se toma de que el Estado deje de ser brazo secular de la Iglesia, suprimiendo, al efecto, que se emplee la autoridad civil para exigir el cumplimiento de conductas derivadas de obligaciones religiosas, como los votos y los diezmos.

Interviene decisivamente en la reforma de la educación, para llegar a la enseñanza libre; acabar con la educación anacrónica, monacal y minoritaria y construir una educación moderna, libre y difundida entre las masas. Para dar al Estado las funciones que le conciernen en materia educacional. La educación tiene un alto significado político. Mora se inclina por un liberalismo ilustrado que postula el gobierno para el pueblo, pero no del pueblo. Este enfoque -afortunadamente superado por la evolución política nacional, que condujo un liberalismo democrático- si bien lo lleva, en algunos casos, a no comprender la problemática nacional en toda su integridad y, sobre todo, en sus aspectos sociales, pecando a veces de doctrinario, también lo conduce a una concepción positiva: ver en la educación la base del progreso histórico político.

La administración de Gómez Farías, mediante la ley, de curatos, cae en el ejercicio del patronato, o sea, la monstruosa confusión Estado-Iglesia proveniente de la Colonia. El intento se frustra. Empero, deja como herencia definitiva la supresión de la coacción civil para el cobro del diezmo y una lección política de valor incalculable.

La experiencia no pasa en vano para Mora. Los reformistas perdieron la batalla, entre otras cosas, por su afán de perfección. Hay que jerarquizar los objetivos que se persiguen; unos son urgentes, otros pueden esperar. Hay que irse por el camino de las leyes parciales, sabiendo que unos objetivos derivan de otros. Aquí se ve su flexibilidad sin mengua de la celosa fidelidad que guarda a sus ideas. Sabía que en política no siempre se alcanza lo que se quiere, sino que, frecuentemente, sólo se obtiene lo que se puede. Siendo un optimista sobre el poder y valor de las ideas que profesaba, se da cuenta, a fuer de realista, y así lo expresa, que en política se elige entre inconvenientes y que éstos nunca se hallan tan equilibrados como en un estado revolucionario.

Sus reflexiones sobre la experiencia sufrida lo llevan a abandonar la idea del patronato y todo regalismo y a llegar, por inexorable lógica, a la rigurosa separación Estado-Iglesia. Hay que hacer desaparecer de la Constitución, afirma, cuanto en ella hay de concordatos y patronato. Una y otra palabra confunden al poder civil con el eclesiástico, lo que da lugar a contiendas. Asuma el Estado la supremacía civil; permita que el hombre pueda ir de la cuna a la tumba, pasando por el matrimonio, sin intervención religiosa si así es su voluntad; suprima el fuero eclesiástico e impida que adquieran bienes las manos muertas y desentiéndase el nombramiento de sacerdotes u obispos. No seguir este camino, agrega, es exponerse a hacer mártires. La monstruosa mezcolanza Estado e Iglesia se elimina y emerge la estricta separación entre una y otra entidad. Si el enredado nudo no se puede desatar, hay que cortarlo.

Desde fuera, sin ser actor, presencia el segundo intento de Gómez Farías en 1847. El fracaso liberal y la derrota nacional, en medio del desaliento que le producen, lo afirman en lo que ya el profeta eficaz de la Reforma, Gómez Farías, le había informado: la sociedad colonial está en plena descomposición, son ruinas que amenazan caerse. La clase media y el pueblo se salvan. Triste y abatido presiente, sin embargo, que el triunfo de sus ideas en México no está lejano.

Como tributo al mundo nuevo en que cree y sueña, muere un 14 de julio en Francia. Pero fructifica en México. Seis años después de su muerte, se desamortizan los bienes de la Iglesia. Siete años después de su muerte desaparecen los fueros, se obtiene la libertad de conciencia implícita y se afirma el federalismo. Nueve años después sus ideales se convierten en objetivos expresos del gobierno liberal y los bienes del clero se nacionalizan estableciéndose la estricta separación entre Iglesia y Estado; el Estado deja de coaccionar para el cumplimiento de conductas religiosas; la vida puede ser civil de la cuna a la tumba, si así se desea. Diez años después de su muerte la libertad de conciencia es expresamente establecida sin límites. La amalgama funesta de Estado e Iglesia

desaparece. El Estado deja de ser Iglesia; la Iglesia deja de ser Estado. Su tesis se comprueba: con las leyes de Reforma, los liberales vencen en la Guerra de Tres Años y la sociedad resiste y triunfa frente a la Intervención, en contraste con la sociedad colonial agonizante que no pudo evitar la derrota. El pueblo tenía una fe y contaba con los instrumentos para defender la nacionalidad. Al defender la nacionalidad, defendía sus ideas y defendiendo sus ideas, defendía la nacionalidad. El Estado, expresión de la sociedad reformada, derrota fácilmente diecisiete revoluciones que se presentan de 1867 a 1871. Veintitrés años después de muerto Mora, la Reforma se estabiliza, cuando es incorporada en la Constitución de la República. Sesenta y siete años después, el pueblo de México, en Querétaro, ratifica en definitiva su decisión de que la sociedad mexicana sea secular.

La solución mexicana a las relaciones Estado-Iglesia se impuso en la guerra, pero buscando la paz. Garantiza que las energías del pueblo mexicano se dediquen a lo que al propio pueblo interesa. No seremos nosotros quienes reabramos conflictos que, resueltos o insolubles, están superados. La solución mexicana a la relaciones Estado-Iglesia es una buena solución. Acabó con una monstruosa mezcla que hacía al Estado Iglesia y a la Iglesia Estado. Cortó el brazo gubernamental a la Iglesia y el brazo teocrático y confesional al Estado: estableció las libertades espirituales y suprimió fueros legales que sustraían a la jurisdicción estatal cuerpos privilegiados; logró una iglesia que no es propietaria y amortizadora de los bienes, pero que tampoco es asalariada y, como tal, subordinada. Obtuvo una sociedad libre, integrada por hombres libres y nos dejó un norma que es un mandato histórico mezclar la religión y la política es desnaturalizar a una y a otra.

No reabriremos nosotros el conflicto ni dejaremos que otros creen con él un trágico señuelo que distraiga al pueblo de México de las que deben ser sus tareas fundamentales: el desarrollo económico, el fortalecimiento de la independencia nacional, la consolidación de las libertades, el mejoramiento de nuestra vida política, la extensión y difusión del bienestar social, la lucha por la paz entre los hombres y entre los pueblos. Continuidad histórica no significa pretender los mismos objetivos que los antecesores, sino ocuparse de los objetivos demandados por distintas circunstancias, con el espíritu de los predecesores. Mora cambió el privilegio legal; hoy debemos combatir los privilegios de hecho.

Mora no vio sus ideas convertidas en realidad. El había muerto un 14 de julio y en Francia. Aquello a lo que fundamentalmente dedicó su vida está sólimente arraigado y definitivamente consolidado, para fortuna de México. Debemos a hombres como Mora, que abordaron los problemas de su época, el poder abordar los problemas de la nuestra. Al traerlo a su tierra, el pueblo de México será el guardián de su tumba y el depositario de sus restos. El pueblo sabe que cuenta con la presencia de Mora en sus viejas y nuevas luchas."

(Aplausos.)

El C. Presidente: Entretanto llega el momento de trasladar la urna afuera de este Recinto para que sea entregada a las Autoridades del Distrito Federal y conducida al Panteón Civil, continúa la sesión, durante la cual seguirán haciéndose guardias por parte de los miembros del Congreso de la Unión y por los demás representantes de las instituciones que han concurrido.

Para constancia, en el contenido del acta de esta sesión solemne, la Presidencia reconoce debidamente la presencia de funcionarios y representantes de organismos que han asistido. Sin omitir a los que no se mencionan, voy a citar principalmente: el ciudadano Gobernador del Estado de México, doctor Gustavo Baz y los miembros de la Legislatura local del Estado de México; el Presidente Municipal y los ediles de la población de Comonfort, antes Chamacuero, del Estado de Guanajuato; los representantes del Gobierno de Guanajuato y la Legislatura local del mismo Estado; los representantes del Gobierno de Zacatecas y la Legislatura local del Estado. Igualmente se reconoce la asistencia de las representaciones de la Confederación Nacional Campesina, de la Confederación de Trabajadores de México, de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, del Comité Central Ejecutivo del PRI y del Comité Ejecutivo Regional del mismo Partido en el Distrito Federal; del Comité Nacional del Partido Popular Socialista y de la Asociación de Diputados Constituyentes de 1917; de otras agrupaciones sindicales políticas y sociales que han hecho acto de presencia en esta sesión. Del mismo modo, a la juventud que forma parte del Instituto Nacional de la Juventud Mexicana, que desde la llegada del ánfora a la Capital de la República han estado presentes haciendo guardias en el Salón Verde de esta Cámara, y a los estudiantes y alumnos de las escuelas primarias, superiores y secundarias de la ciudad de México, que no han abandonado durante estos días los restos del doctor Mora en el Salón Verde, y muy especialmente a los alumnos de la Escuela José Ma. Luis Mora, así como a otros funcionarios distinguidos y al público en general, que ha mostrado con su presencia el respeto que la nación debe a José Ma. Luis Mora.

Continuarán las guardias durante el tiempo necesario, para que después los restos sean trasladados al Panteón Civil.

El C. Presidente: Para conducir la urna a las afueras de este recinto, se designa una comisión integrada por los siguientes señores legisladores: senador Antonio Mena Brito, diputado Antonio J. Hernández, senador César Rojas Contreras, diputado Armando B. Chávez, senador Abdón Alanís Ramírez y diputado Salvador López Avitia.

Se suplica la los presentes ponerse de pie.

(La Comisión cumple su cometido, puestos de pie los presentes. )

- El C. secretario Cervantes Corona, J. Guadalupe:

"Acta de la sesión solemne celebrada por la Comisión Permanente del Congreso de la Unión el día veinticuatro de junio de mil novecientos sesenta y tres.

Presidencia del C. senador Manuel Moreno Sánchez.

"En la ciudad de México, a las diez horas y quince minutos el día veinticuatro de junio de mil novecientos sesenta y tres, con asistencia de diecinueve ciudadanos representantes, se abre esta sesión

solemne para honrar la memoria del doctor José María Luis Mora, ante sus restos, que fueron conducidos de París a México por una comisión de ciudadanos senadores y diputados.

"Se da cuenta con una invitación del Jefe del Departamento del Distrito Federal para la ceremonia en la Rotonda de los Hombres Ilustres, a las doce horas y treinta minutos de este día, con motivo del depósito de los restos del Patricio y se lee el acta de exhumación de los restos del doctor Mora, levantada en la ciudad de París.

"Pronuncian discursos alusivos a esta ceremonia el ciudadano senador Carlos Román Celis y el ciudadano diputado Jesús Reyes Heroles.

"La Presidencia reconoce la presencia de los funcionarios que han asistido a esta sesión, así como a las representaciones de distintos organismos.

"Una comisión conduce los restos del ilustre doctor Mora, del Salón de Sesiones al pórtico de este Recinto a fin de entregarlos a las Autoridades del Departamento de la ciudad de México, para ser depositados después en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón Civil.

"Se lee la presente acta."

Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, se pregunta en votación económica si se aprueba. Los que estén por la afirmativa sírvanse manifestarlo. Aprobada.

El C. Presidente (A la 11.25 horas): se levanta la sesión solemne y se cita a sesión ordinaria de la Comisión Permanente para el próximo jueves en el Salón Verde de esta Cámara.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y

"DIARIO DE LOS DEBATES"