Legislatura XLV - Año III - Período Comisión Permanente - Fecha 19640317 - Número de Diario 56
(L45A3PcpN056F19640317.xml)Núm. Diario:56ENCABEZADO
MÉXICO, D.F., MARTES 17 DE MARZO DE 1964
DIARIO DE LOS DEBATES
DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS
DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, el 21 de septiembre de 1921.
AÑO III . - PERÍODO ORDINARIO XLV LEGISLATURA TOMO I . - NÚMERO 56
SESIÓN SOLEMNE
DE LA
H. COMISIÓN PERMANENTE
EFECTUADA EL DÍA 17
DE MARZO DE 1964
SUMARIO
1.- Se abre la sesión. Se designa una comisión para que reciba e introduzca al Salón de Sesiones al Excelentísimo señor general Charles de Gaulle, Presidente de la República Francesa. Receso. Se Reanuda la sesión.
2.- El C. Presidente de la Comisión Permanente, a nombre de la misma, le expresa un saludo de bienvenida.
3.- Hace uso de la palabra el C. diputado Alfredo Ruiseco Avellaneda, quien manifiesta el honor que experimenta la nación al recibir al Excelentísimo general Charles de Gaulle, y se refiere a los movimientos de Independencia, Reforma y Revolución de México, y a la influencia que se ha recibido del pueblo francés.
4.- El Excelentísimo general Charles de Gaulle pronuncia su discurso en francés, agradece las palabras del C. Presidente de la Comisión Permanente y las del C. diputado Ruiseco Avellaneda y da a conocer la obra que su pueblo ha desarrollado, así como la necesidad de que los pueblos se unan en beneficio del progreso y de la paz, y el estrechamiento de las relaciones políticas directas en los dos países. La comisión que lo recibió acompaña al Excelentísimo señor Presidente de la República Francesa cuando abandona el recinto parlamentario.
5.- El C. secretario senador Carlos Román Celis da lectura a la traducción y al discurso del señor general De Gaulle.
6.- Se lee y se aprueba el acta de la presente sesión, levantándose ésta.
DEBATE
Presidencia delC. ROMULO SÁNCHEZ MÍRELES
(Asistencia de 27 ciudadanos representantes.)
El C. Presidente (a las 17.15 horas): Se habrá esta sesión solamente de la Comisión Permanente del H. Congreso de la Unión, en que será recibido el Excelentísimo señor general Charles de Gaulle, Presidente de la República Francesa. Se suplica a la Comisión, integrada por los ciudadanos senador Antonio Mena Brito, diputado Manuel Sodi del Valle, senador Mauricio Magdaleno, diputado Gustavo Arévalo Gardoqui, senador Juan Manuel Terán Mata y diputado Antonio Vargas MacDonald, pasen al pórtico de este recinto para esperar a nuestro distinguido huésped y conducirlo hasta su asiento en este presídium. Se abre un breve receso, en espera de nuestro visitante.
(Receso a las 17.20 horas.)
- El mismo C. Presidente (a las 17.25 horas): Se suspende el receso y se continúa la sesión. Nuestro visitante llega a este Salón de Sesiones. (El señor general Charles de Gaulle hace su entrada al recinto parlamentario acompañado por la Comisión. Aplausos.)
- El mismo C. Presidente: "Señor Presidente de la República Francesa: el Congreso de la Unión, representado por su Comisión Permanente, tiene el privilegio honroso de recibir en este recinto, tan nutrido de significados, al Héroe Legendario de la Resistencia, como a un símbolo vigoroso y fiel de la entraña misma de la Francia inmortal. Ennumerar las ocasiones en que el pensamiento y los ideales del pueblo mexicano se han nutrido en esa alma máter universal, que es el espíritu francés, sería ocioso y reiterado. Toda una sólida y arraigada tradición, e innumerables y afortunadas coincidencias, identifican nuestros respectivos propósitos y anhelos nacionales. Aun en los momentos, lejanos ya, más amargos y obscuros de nuestra relación como naciones, los más brillantes y preclaros exponentes del genio y de la proverbial nobleza galos supieron distinguir el error del gobernante del sentimiento íntimo y real del gobernado.
Ese caminar juntos por los senderos de las ideas; esa comunidad de propósitos; ese modo semejante de ser y de luchar, permiten creer, fervientemente, que en este siglo, en que todo anuncia la fractura de las alianzas incidentales de Estados, hechas en nombre de ideologías políticas a las que pretende dar valor universal y permanencia perenne, sean las afinidades de modos nacionales de ser, de formas de cultura y de sentimientos colectivos similares, capaces de interpretar, generosamente, al mundo y de reconocer al hombre como su más importante y mejor
manifestación, con una misma perspectiva intelectual y una misma tónica del sentimiento que substituya a esas alianzas, para formar frentes culturales de naciones verdaderamente perdurables. Su presencia en México, señor Presidente Charles de Gaulle, reafirma la fe en que algún día el pensamiento humanístico universal, que inspira a nuestras patrias, constituya la base de una gran anfitriona latina que, sustentada en una paz sin terror ni opresión, fincada en el respeto mutuo de los conjuntos humanos y en un trato equitativo y justiciero, permita al hombre desarrollar sus capacidades en potencia y realizar las más altas finalidades de su estirpe, como inspiradamente lo ha proclamado, en su peregrinaje de paz y de concordia, nuestro ilustre Presidente el ciudadano don Adolfo López Mateos. (Aplausos.).
Que su estancia en esta tierra de libertad y de esperanza, señor Presidente De Gaulle, sea el anuncio de días más luminosos en las ya muy cordiales relaciones de nuestros pueblos. (Aplausos.)
El C. Presidente: A continuación, el ciudadano diputado Alfredo Ruiseco Avellaneda, en nombre de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión de los Estados Unidos Mexicanos, tiene la palabra para dirigir un mensaje a nuestro distinguido visitante.
El C. Ruiseco Avellaneda, Alfredo: "Excelentísimo señor Presidente de la República Francesa. Ciudadanos diputados y senadores. Honorables invitados: La Nación Mexicana, representada constitucionalmente por la Comisión Permanente de su Congreso, realiza en este acto solemne una de las más honrosas experiencias en su vida de pueblo libre: recibir simultáneamente en vuestra persona al heroico capitán, herido en Verdun, defendiendo la libertad de Francia; al teórico eminente de la ciencia militar contemporánea; al egregio patriota del Movimiento de Francia Libre; al liberador de los pueblos africanos y al ilustre estadista y Presidente del la V República Francesa, en el recinto tradicional de nuestra democracia, que es, al mismo tiempo, el aula sacra en la que el Congreso del Pueblo rinde culto permanente a su bandera y a sus héroes, a su historia y a sus leyes; en suma, al glorioso episodio de libertad y justicia social, que es la Revolución Mexicana.
Dentro de estos muros nacieron las garantías individuales y sociales, que, desde nuestra estructura constitucional, sostienen firmemente aquellas libertades, sin las cuales los mexicanos no podríamos entender ni la existencia ni la coexistencia. No fue fácil su logro, ni constituir sobre ellas una justicia social que sustituyera para siempre las instituciones creadas por 300 años de dominación colonial. Evidentemente, no bastó con la declaración generosa de nuestra Independencia, la libertad verdadera debería venir del núcleo profundo de la persona que sustenta al ciudadano, y no se da este fenómeno en pueblos sujetos a perjuicios tradicionales de servidumbre y sumisión, que no permitieron entonces, ni permitirán nunca, el difícil ejercicio de ser libre.
Tipificando los problemas de una vida independiente, que no había logrado cambiar los sistemas opresivos del coloniaje, con violenta y dramática realidad, el problema económico medular de los pueblos latinoamericanos: la institución feudalista de la propiedad rural, que se planteaba no sólo por requerimientos de las doctrinas sociales revolucionarias ya operantes en el mundo, sino desde la hondura del alma indígena que mantuvo viva su adhesión a la tierra, poseída comunalmente en su pasado, valorada como matriz de todo lo viviente en su vieja teogonía y que era exigida, ahora, como elemento reivindicador de una añorada existencia en libertad. Aun a sabiendas de que la sola distribución de la tierra nunca podría remediar la pobreza del campesino mexicano, fue necesario entregarla para lograr un principio de equilibrio en el alma caótica y justamente rebelada del pueblo; más de 1 millón 300 mil kilómetros cuadrados, equivalentes al 66% del territorio nacional, fueron propiedad de 800 titulares que ejercían dominio absoluto sobre tierras y hombres.
Lamentablemente, desde el exterior y volviendo extremadamente difícil y peligrosa la solución de la complicada problemática interna, aparecieron las presiones agresivas de los imperios económicos, que pretendieron sustituir a los latifundistas criollos apoyándose en el poder militar de sus naciones; o bien, apoderándose por la violencia mercenaria de las pequeñas propiedades y de las tierras comunales, en busca de la riqueza mineral del subsuelo. No valía la pena cambiar de amos. México, sin ejército y sin dinero, decidió llegar al fin, sin más apoyo que el heroísmo invaluable de su pueblo. En aquel momento fue crucificada nuestra patria ante la opinión pública del mundo; se deformó su lucha, se le negaron sus derechos a realizar su propio destino, se le difamó y se le declaró inepta para la democracia y la libertad. Jamás ha estado más solo un país empeñado en ser él mismo: En esa lucha adquirió México su vasta experiencia de cómo ordenar la conducta del hombre frente a una inevitable divergencia de principios y convicciones.
Ante las exigencias imperativas de una nacionalidad dispersa, sujeta a permanentes mutaciones por la interacción de procesos evolutivos distintos, fue necesario crear una doctrina de convivencia, apoyada en los valores esenciales de toda vida social: el derecho, la igualdad, la tolerancia, la justicia distributiva de los bienes materiales culturales, la ciencia como criterio de verdad. Estas cuantas ideas y experiencias, profundamente arraigadas en nuestro pasado, en el sacrificio y los ideales de nuestros héroes, en nuestras instituciones, forman el acervo del humanismo revolucionario mexicano.
Ellas son el substrátum filosófico de nuestro Derecho Constitucional. Nuestra Constitución Política no tiene para la nación solamente el valor jurídico de la Ley Suprema; es, además, y muy primordialmente, la versión encendida y viva de su unidad y de su liberación. Ello explica por qué, en nuestro país, ni los grupos de oposición más intransigentes han pretendido nunca en los últimos 47 años, transformar el estado, cambiar el régimen de gobierno o derogar la Constitución. La democracia revolucionaria mexicana sólo en mínima parte afronta pugnas ideológicas incongruentes en nuestra idiosincrasia, su interés fundamental
radica en una libre y natural ordenación de las fuerzas productivas y sus corrientes de opinión, capaces de elevar el nivel de vida del pueblo desde los órganos elegibles del Estado. Tal vez hubiera sido una influencia paliativa, para la dureza y la violencia de nuestra integración, la comprensión generosa de la nación materna europea; pero jamás habrá sido más evidente el carácter infecundo de una soberbia nacional empeñada en nulificar la obra creadora del pasado. No obstante, fue un espíritu europeo genial y creador, esparcido sobre el mundo como polen impalpable de libertad, el que otorgó a nuestras rebeldías su inspiración y su tenacidad. Presente en las vidas y los acontecimientos que dejaron huella profunda en nuestra nacionalidad está el estilo luminoso de Francia.
Hoy lo sabemos: por las manos finas de Miguel Hidalgo, padre indiscutible de nuestra Independencia y primer humanista político en nuestros fastos libertarios, pasaron, a pesar de la inquisición, la 'Recherce de la Verite', de Malenbranche: 'L'Esprit de Loix', de Montesquieu y, con ellos, Rousseau y Condillac, Racine y Molliere, de quienes fue traductor apasionado.
Y así fue con los brillantes precursores de nuestro liberalismo, como José María Luis Mora, habitual lector de Diderot y D'Alembert y con los gestores de la revolución ideológica de la Reforma, cuya figura máxima, Benito Juárez, sigue siendo el venero insustituible de doctrina y ejemplo para el patriotismo de los mexicanos.
Cuando, en los albores de este siglo, se restablece la enseñanza en nuestra vieja Universidad, se realiza una verdadera epifanía del espíritu francés en los niveles más altos de la cultura mexicana. En el Derecho, en la Ciencia, en la Literatura y en la Filosofía se advierte, con claridad, la importancia de su influencia. Emile Boutroux, Maurice Blondel y Henri Bergson fueron los guías de la primera generación rebelada contra la filosofía de Auguste Compte, que prefirió la cátedra al torbellino de la lucha armada, confirmando, tal vez, aquella extraña tendencia de los intelectuales, que vuestro Julien Benda llamaba la 'trahison de la sagese'; pero, a cuya cabeza, estaba un eminente maestro - maestro por la conducta intachable, por la jerarquía y por la vocación; Antonio Caso -. Aún recordamos que como único adorno en la austeridad de su figura, llevó siempre sobre su solapa la roseta de la Legión de Honor de Francia.
Siempre que evocamos la alucinante pero falsa quietud de nuestros 30 años de dictadura, pensamos con íntima solidaridad en el período de la historia francesa que corre entre la rebelión de los 'Communards' en la colina de Montmartre y el instante en que fue declarada la guerra en 1914.
Nosotros luchamos 30 años para darle a un pueblo esclavizado una libertad a la altura de la república, sólo formalmente libre, que le estaba entregando su pasado. Vosotros empuñasteis las armas en 1914 para ya no dejarlas hasta 1945, porque las 'post guerras' son, al fin de cuentas, 'guerras' como la guerra fría, para devolverle a un pueblo, inmemorialmente libre, la patria invadida que pretendía arrebatarle su presente.
Hay, ciertamente, una extraña coincidencia en las circunstancias y las experiencias de México y Francia. En 1918, como en 1939, los franceses encarnaron su soledad con heroica decisión frente a un mundo ciegamente optimista. Los mexicanos conocimos esa angustia en el lapso transcurrido entre 1913 y 1920. Por ello concordamos en muchos objetivos. Instaurar en el mundo una solidaridad efectiva entre naciones para alcanzar una convivencia pacífica fundada en la estimación realista del derecho de autodeterminación, es limpiar el camino hacia una liberación de la amenaza y del temor.
La libertad y la paz son vocablos que aluden a aspectos distintos de un solo y mismo problema humano; pero que no puede ser asunto de tratados o convenciones entre Estados sin igualdad. Nadie, en guerra, podrá ser libre nunca. La paz en libertad sólo se da entre los individuos y entre los pueblos que realizan su vida como quieren y como deben y que reconocen su propia e íntima en el querer y el deber ser de los demás.
El único acto libre de la Humanidad es aquel en que se decide libremente ser como se debe, de acuerdo con la irrevocable y particular definición de la persona o la nación que lo realice. Nuestra patria ha ido elaborando, con estos pensamientos rectores, su doctrina internacional de convivencia, de autodeterminación y de no intervención entre Estados jurídicamente iguales, porque creemos que la paz interior, que nosotros logramos para las discordancias medulares de nuestra historia, siempre será posible entre naciones hoy separadas por la intolerancia y el temor.
Por ello no podemos ser neutrales. Queremos ser una voz independiente en el debate por la paz; pero voz de combatiente, no de comparsa.
Reclamamos, para 35 millones de mexicanos, el bienestar acorde con la valiosa realidad del ser humano, y para lograrlo deseamos poder interpelar a todos los pueblos de la Tierra sobre sus experiencias científicas y técnicas, sin que por la respuesta se nos reclame prenda de soberanía o de dignidad.
En esta batalla nos proclamamos aliados de esa Francia vuestra, Excelentísimo señor Presidente, que al devolver las banderas, arrebatadas por las armas, gana para siempre las que pueden ondear sobre los baluartes del espíritu, que forman aquella 'linea Deseartes' de Georges Duhamel creyó sepultada bajo la 'Linea Maginot".
Un día de septiembre de 1938, "un soldado del ideal', como llamó Clemenceau a los combatientes franceses desde la tribuna del Palais Bourbon, contestó desde la orilla de Rhin, a la arrogancia injuriosa de las frases 'Ein Reich, Ein Volk, Ein Führer'con las tres palabras eternas de su historia: Liberté, Egalité, Fraternité'. Nosotros, hijos orgullosos de una inerme patria laboriosa, entendemos el lenguaje de aquella respuesta, porque esa Libertad es la misma que nos dieron, con el sacrificio de sus vidas, Miguel Hidalgo y José María Morelos. Porque esa Igualdad es la que quedó para siempre consignada en nuestras Constituciones gracias a la decisión y tenacidad del hombre de bronce que nos dio Benito Juárez y esa Fraternidad es la que, hace unos cuantos meses os ofreció, en París, con emocionado ademán de mexicano el ciudadano Presidente Constitucional de nuestra Patria, don Adolfo López Mateos; esa misma
que hoy nos permite elevar nuestro ruego hasta el héroe de la libertad de Europa e ilustre Presidente del pueblo más entrañablemente amado por México: para que exprese a los franceses que, en la lucha del hombre, por hombre y por la paz del hombre, los mexicanos ya han colocado su corazón y su pensamiento en la trinchera de Francia. (Aplausos nutridos.)
- El señor general Charles de Gaulle (pronunció su discurso en francés).
El C. Presidente: Se suplica a la Comisión que recibió al Excelentísimo señor Charles de Gaulle, Presidente de la República Francesa, se sirva acompañarlo a su salida de este Salón de Sesiones. (La Comisión cumple su cometido.)
El C. Presidente: Se suplica al señor senador Carlos Román Celis, Secretario de la Comisión Permanente, dé lectura a la traducción del discurso del señor general de Gaulle. Se ruega a nuestros invitados permanezcan en su asiento unos minutos.
El C. secretario Román Celis, Carlos (leyendo): "Señor Presidente. Señores, señoras del Congreso: Es para mí un gran honor de ser recibido tan solemnemente y tan amistosamente por los representantes del pueblo mexicano. Permítanme que diga que agradecido y conmovido estoy de las grandiosas palabras que me acaba de dirigir el señor Presidente del Congreso. Pues, vosotros, saludo a los sucesores políticos de los parlamentarios quienes, desde más de un siglo y medio han hecho tanto para su país, sucesores que continúan la obra de los que tuvieron mérito de su sorprendente y precoz Carta de 1814. También saludo en vosotros a los sucesores de los Constituyentes de 1857, cuya obra fue tal como la proponía Juárez, tan allegada al espíritu de nuestros filósofos como a los principios de nuestra Revolución, y sucesores por fin fin de los patriotas que al lado de Venustiano Carranza y fieles al ejemplo de Madero caído por la libertad, hicieron prohijar por el pueblo la Constitución de 1917.
Ustedes son también, como lo fueron vuestros antecesores, los amigos de Francia cada vez que mi país atraviesa dificultades - y eso fue a menudo el caso - sintió de vuestra parte, por todos los medios de simpatía, una preciosa ayuda moral. ¿Cómo hubiera yo podido olvidar también el auxilio que bajo tantas formas México prestó a la "Francia libre" a lo largo de sus esfuerzos para la liberación y la victoria de su patria? ¿Cómo podría yo callar que es entre vuestros Parlamentarios que estos estímulos encontraron uno de los más vivos y fervientes centros? Hoy hemos superado la prueba, un grupo se ha formado en vuestra Cámara de Diputados para estudiar con un análogo de nuestra Asamblea Nacional en qué condiciones Francia y México pueden y deben cooperar. Tres campos se ofrecen a nuestro esfuerzo común.
El primero, naturalmente, es el campo de la economía. México nos hace, a nosotros franceses, el efecto de un país en pleno desarrollo, que beneficia de grandes recursos humanos y naturales, y que se está otorgando el equipo moderno que necesita; pero México nos aparece también como propenso, en su marcha adelante, a recibir de fuera considerables inversiones, obrando de modo que éstas no corran la misma fuente. En cuanto a Francia que ha llegado a este grado elevado de potencial industrial, que continúa progresando y que tiende a exportar una parte creciente de lo que fabrica, ustedes la ven, mexicanos, apta a contribuir a los importantes equipos industriales, a las grandes obras de infraestructura emprendidas por ciertos países, y particularmente por el suyo; a estos países Francia podría, además conceder créditos en los límites que le permiten sus recursos y obligaciones.
En cuanto a mí, yo creo que la idea que tenemos de vosotros y la idea que tenéis de nosotros, en este respecto, está en conformidad con la realidad. Además de la atracción mutua que se llevan nuestros dos pueblos, hay pues entre ellos una posibilidad, por decirlo así, orgánica, de adaptarse uno al otro económicamente y por consiguiente de desenvolver sus relaciones en este respecto. Es a esta atracción que responde al acuerdo concluido el año pasado por nuestros gobiernos al día siguiente de la visita a París del señor Presidente de la República de los Estados Unidos Mexicanos, primer acto de esta clase que Francia haya firmado con un Estado del Continente americano y que, para ella, marca el principio de una orientación nueva. Pero si en la esfera práctica, el campo de nuestra cooperación acaba así de extenderse, ¡cuánto más ancho y más fecundo puede hacerse en las esferas de la cultura, de la ciencia y de la técnica! Pues, para cumplir, ayudándonos los unos a los otros, la obra de desarrollo que se ofrece a los mexicanos y a los franceses, ambos tienen que entenderse y buscar el progreso conjuntos, usar métodos y prácticas del mismo estilo. Precisamente, todos los induce a esta unión. Entre un país como el vuestro que, al mismo tiempo, tiene interés en los valores tradicionales y los conocimientos modernos; un país que, para elevar continuamente el nivel de las élites de su país y conducir su gran esfuerzo de instrucción y adaptación de las masas, busca a su alrededor el concurso de aptitudes parecidas a las suyas y un país como el mío educado por veinte siglos, al corriente de todas las adquisiciones y experiencias de nuestro tiempo gracias a la educación nacional; un país que se proporciona recursos más y más grandes en cada ramo del saber y de sus aplicaciones, hay todo lo que se necesita para una ósmosis profunda de los espíritus y de las actividades. El trabajo en común y el intercambio de nuestros pensadores, sabios, técnicos, ingenieros, estudiantes, obreros, artesanos, agricultores, esto es lo que haría de Francia y de México reales y buenos compañeros en el trabajo de civilización que hoy promueve el mundo. Claro que ya estamos en marcha. Pero, ¿quién duda, a pesar de las distancias todavía considerables, de las costumbres adquiridas, de los polos divergentes de atracción, no podamos hacer aún mucho más! ¿Tal acercamiento implica sin duda que el hito, la actitud, la acción en una palabra, la política de México y de París no sean puestas y que incluso se pongan de acuerdo? Pero, ¿por qué no podría ser
esto? Además, si en este día inolvidable Francia mira hacia vosotros, mientras vuestro Parlamento y el pueblo de vuestra capital le muestran una amistad tan conmovente, no es porque en las raíces de sus almas ambos pueblos quieren marchar al lado uno del otro. Seguramente, ha mucho tiempo que vuestra República y la nuestra, cada una de su lado han adoptado los mismos principios han escogido para sí mismas la independencia y la libertad y que ambas han tomado parte por el derecho de cada pueblo a la autodeterminación. Ambas repúblicas invitan a todo el universo a la paz, consideran el progreso de la naciones poco desarrolladas como esencial al bien general. Pero en nuestro mundo en gestación no sé si basta.
En resumen, he aquí, por una parte, Francia en pleno ascenso, esencial a una Europa que se está organizando. Francia, que espera, por el equilibrio y la paz del mundo, no como viniendo de las promesas ilusorias ideológicas bajo las que se ocultan las candidaturas a la dominación, sino a la personalidad y de la responsabilidad de los Estados; Francia, que por destino y por razón tiende a volverse hacia el inmenso potencial y las crecientes realidades que América Latina representa. He aquí, por otra parte, México, que ha cogido su suerte entre sus propias manos y ha sabido librarse de las trabas de un duro pasado; México, que entre los países latinos del Continente americano, da el magnífico ejemplo de solidez política, de desarrollo económico, de progreso social; México, que sin desconocer de cualquiera manera lo que las relaciones múltiples con su importante vecino del Norte tienen de natural y de fecundo,
está atraído por toda clase de afinidades hacia los países europeos y primero, me atrevo a decirlo, hacia el mío. Entonces, para Francia y México, de una parte y otra del océano, el importante estrechamiento de sus relaciones políticas directas, seguramente será favorable al destino de nuestros dos pueblos como al destino de todos los hombres. Como lo ha dicho el señor López Mateos: 'Hagamos del mar un camino de la libertad, la paz y la esperanza humana'. Señor Presidente, señores y señoras del Congreso: Quizás sea porque vosotros y nosotros estamos ahora dispuestos a esto que la ceremonia de hoy tiene este impresionante aspecto. A nombre de Francia, los agradezco." (Aplausos nutridos.)
El C. Presidente: La Comisión Permanente del Congreso de la Unión, por conducto de esta Presidencia, agradece, profundamente, la presencia, en este acto solemne, de la H. Suprema Corte de Justicia de la Nación, de los señores ministros de Estado y altos funcionarios de la Federación, de los señores senadores y diputados que integran el Congreso de la Unión, de las representaciones nacionales de nuestros partidos políticos y de las damas y caballeros que, atendiendo a nuestra invitación, estuvieron con nosotros.
- El C. secretario Román Celis, Carlos (leyendo):
"Acta de la sesión solemne celebrada por la Comisión Permanente del XLV Congreso de la Unión el día diecisiete de marzo de mil novecientos sesenta y cuatro.
Presidencia del C.
diputado Rómulo Sánchez Mireles.
En la ciudad de México, a las diecisiete horas y veinte minutos, del martes diecisiete de marzo de mil novecientos sesenta y cuatro, con asistencia de veintisiete ciudadanos representantes según consta en la lista que previamente pasa la Secretaría, se abre la sesión solemne en el Salón de Sesiones de la Cámara de Diputados y en la cual será recibido el Excelentísimo señor general Charles de Gaulle, Presidente de la República francesa.
Los ciudadanos, senador Antonio Mena Brito, diputado Manuel Sodi del Valle, senador Mauricio Magdaleno, diputado Gustavo Arévalo Gardoqui, senador Juan Manuel Terán Mata y diputado Antonio Vargas MacDonald, designados por la Presidencia, reciben, en el pórtico de este edificio, al distinguido visitante y lo conducen hasta su asiento, a la izquierda del C. Presidente de la Comisión Permanente, quien, a nombre de la misma, lo saluda y le da la bienvenida. A continuación hace uso de la palabra el C. diputado Alfredo Ruiseco Avellaneda, quien manifiesta el honor que experimenta la nación al recibir al egregio patriota del Movimiento de la Francia Libre y Presidente de la V República Francesa, Excelentísimo general Charles de Gaulle. Se refiere a los movimientos de Independencia, Reforma y Revolución de México; a la influencia que para nuestro país ha significado siempre la cultura, la igualdad y la lucha por la libertad del pueblo francés y termina expresando que, en la lucha del hombre por el hombre y por la paz del hombre, los mexicanos ya han colocado su corazón y su pensamiento en la trinchera de Francia. Para agradecer, tanto las palabras del C. Presidente de la Comisión Permanente como las del C. diputado Ruiseco Avellaneda, hace uso de la palabra, en francés, el Excelentísimo señor general Charles de Gaulle. Terminando su discurso se retira acompañado de la misma Comisión que lo recibió y acto seguido pasa a la tribuna el C. Secretario senador Carlos Román Celis y da lectura a la traducción del discurso del señor General de Gaulle que se refiere a varios aspectos de nuestros movimientos sociales, hace mención a la afinidad entre los pueblos de Francia y México, a la necesidad de que los pueblos se unan en beneficio del progreso y de la paz y concluye manifestando que el importante estrechamiento en la relaciones políticas directas entre Francia y México, seguramente será favorable al destino de los pueblos como al destino de todos los hombres.
A las dieciocho horas y veinte minutos de levanta esta sesión solemne y se cita a sesión ordinaria el próximo jueves diecinueve, a las doce horas.
" Está a discusión el acta. No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba. Los que estén por la afirmativa sírvanse manifestarlo. Aprobada.
El C. Presidente: (a las 18.20 horas): Se levanta la sesión solemne y se cita a sesión ordinaria el próximo jueves 19 del corriente, a las 12 horas.
TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y "DIARIO DE LOS DEBATES"