Legislatura L - Año II - Período Ordinario - Fecha 19771115 - Número de Diario 30

(L50A2P1oN030F19771115.xml)Núm. Diario:30

ENCABEZADO

Diario de los Debates

DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS

DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS

"L" LEGISLATURA

Registrado como artículo de 2a. clase en la Administración Local de Correos, al 21 de septiembre de 1921

AÑO II México, D. F., Martes 15 de Noviembre de 1977 TOMO II. - NÚM. 30

SESIÓN SOLEMNE DE CONGRESO GENERAL

SUMARIO

SUMARIO

Apertura

Decreto

La Secretaría da lectura al Decreto que dio origen a esta sesión

Homenaje a Aquiles Serdán

Para rendir homenaje y exaltar la figura del Mártir de la Revolución Mexicana, Aquiles Serdán, hacen uso de la palabra los CC. diputado Porfirio Cortés Silva y senador Horacio Labastida Muñoz.

Agradecimiento

La Presidencia agradece la presencia de los distinguidos invitados presentes en esta sesión

Acta

Se da lectura y se aprueba el Acta de la sesión solemne. Se levanta la sesión.

DEBATE

PRESIDENCIA DEL C. VÍCTOR MANZANILLA SCHAFFER

(Asistencia de 213 ciudadanos diputados y 59 ciudadanos senadores.)

APERTURA

- El C. Presidente (a las 11:15 horas): Se abre la sesión Solemne de Congreso General para conmemorar el Centenario del natalicio de Aquiles Serdán Alatriste, cumpliendo en sus términos el Decreto publicado en el Diario Oficial de fecha 11 de noviembre.

Ruego a la Secretaría dar lectura al Decreto que dio origen a esta sesión solemne.

DECRETO

- El C. secretario Héctor Ximénez González:

DECRETO QUE APRUEBA SE REALICE UNA SESIÓN SOLEMNE DE CONGRESO GENERAL PARA CONMEMORAR EL CENTENARIO DEL NATALICIO DE AQUILES SERDÁN ALATRISTE, A FIN DE QUE SE LE RINDA JUSTO HOMENAJE

Al centro un sello con el Escudo Nacional, que dice: Estados Unidos Mexicanos. - Congreso de la Unión.

El Congreso de los Estados Unidos Mexicanos, decreta:

Artículo único: Realícese una Sesión Solemne de Congreso General para conmemorar el centenario del natalicio de Aquiles, Serdán Alatriste, el día 15 de noviembre, a fin de que se le rinda justo homenaje.

ARTÍCULO TRANSITORIO

Único. Este Decreto entrará en vigor en la fecha de su publicación, en el Diario Oficial de la Federación .

México, D. F., 9 de diciembre de 1977. - Víctor Manzanilla Schaffer, D. P. - Arnulfo Villaseñor Saavedra, S. P. - Reynaldo Dueñas Villaseñor, D. S. - Martha Chávez Padrón, S. S. - Rúbricas."

HOMENAJE A AQUILES SERDÁN

El C. Presidente: Han sido designados los ciudadanos diputados Porfirio Cortés Silva y senador Horacio Labastida Muñoz, como oradores en este acto.

Tiene la palabra el C. diputado Porfirio Cortés Silva.

El C. Porfirio Cortés Silva: Señor Presidente del honorable Congreso de la Unión, señor Presidente del honorable Senado de la República, dignos colegisladores, respetables asistentes a esta Sesión solemne.

Dice el historiador, que "México es tierra de volcanes, no tan solo por las mil erupciones que han cubierto su suelo de lava y de rocas en el transcurso de los siglos, sino más que

nada por las convulsiones humanas que hacen de su historia una perenne tragedia".

Si perenne tragedia es metáfora equivalente a pueblo indómito; equivalente a ser rebelde a la opresión; a ser insumiso al ultraje y al vilipendio, esa figura literaria describe nuestra propia naturaleza, nuestra idiosincrasia y nuestro modo de ser y seguiremos en eterna mística por alcanzar la verdad, la razón y la justicia, valores inmensos, es cierto, pero no por eso renunciamos a su consecución con fe, perseverancia y denuedo.

Hoy, venimos a hacer una semblanza.

Unos cuantos días apenas han transcurrido de cumplir cien años el nacimiento de un prohombre mexicano. El dos de noviembre de 1877 quiso la bendita tierra poblana ser progenitora de un precursor intransigente.

Es cierto que las fechas de nacimiento de todo ser humano, son contingencias.

Nacer a principios o fines de un siglo o al empezar o concluir el tiempo que encierra un año, no es auditoría propia, luego, no tiene por qué juzgarse en escala de méritos. No así el acervo de convicciones, el acervo de sentimientos y el acervo ideológico, que son vivencias que poseen los que crean conciencia de servir a su patria, gestándose esto en muchos venturosos días, por lo que habríamos de decir que como fecha de referencia, hoy conmemoramos el centenario del nacimiento de Aquiles Serdán, pero que la remembranza se refiere a todos los días en los que fue cobrando vigor en su cerebro, en su visión y en su carácter, hasta alcanzar el clímax la incólume decisión, el sublime propósito de entregar, si preciso fuera, como fue, su vida a un mejor destino de la nación. Por todos esos días en que se fraguó su grandeza, estamos aquí para decirle en viva voz y con intenso sentimiento: Aquiles Serdán: te veneramos como tú supiste venerar el altar de tu patria. (Aplausos.)

Si convenimos que la historia no constituye para la cultura de los pueblos, tan sólo acumulación de fechas y datos, acopio de relación de fenómenos, narración de acontecimientos, cronología del hacer humano y mucho menos petrificación de ideas y de acciones, petrificación de la génesis transformadora de todas las sociedades humanas, coincidiremos plenamente en que ella, la historia, concomitante a su inmersa filosofía, entraña el patrimonio de una dimensión tan universal, como asequible al primer requerimiento de nuestras voluntades.

Es herencia no privativa de unos cuantos, sino abierta a la instancia de todos los que queremos tomar lección de ella y sobre todo, empezar o concluir el tiempo que encierra un campo de investigación, sendero indagatorio, coyuntura que promete incursionar en el contorno del por qué y el para qué de los hechos concretos, en el contorno del por qué y el para qué de las acciones humanas.

A la comprensión de esta teleología, es decir, de este sentido, obedece que transportemos nuestra imaginación hacia el tiempo y espacio en los que la convulsión de los hechos que transciendan a la esfera de entonces y de ahora, suscitan y seguirán suscitando reflexión y enseñanza; son hechos que no quedan allá, reducidos a una limitada influencia, sino que resisten al tiempo, enhiestos, con un gran contenido social y político.

Dice Ortega y Gasset, el filósofo español contemporáneo, dotado de gran humanismo y clara visión, que una fecha determinada, como podría ser la de hoy, envuelve en rigor tres tiempos distintos, tres hoy diferentes o, dicho de otra manera, que el presente contiene tres grandes dimensiones vitales, las cuales conviven alojadas en él, quieran o no, y por fuerza, al ser diferentes, en esencial hostilidad. Agrega, que hoy, es para unos, veinte años, para otros, cuarenta y para otros, sesenta, tres modos de vida tan distintos; que tienen que contenerse en la unidad de un tiempo histórico, en el que se advierten características en estilos de vida, cuanto más cuanto menos disímbolos y en el que los ancianos se hallan inexorablemente influidos por el pasado que les es propio y los más jóvenes, absortos en el futuro que sienten pertenecerles y concluye que si todos los contemporáneos fuésemos coetáneos, la historia se detendría anquilosada, sin opción alguna de innovación; se volvería efigie condenada su propia anacronía.

Admirando profundamente el talento del maestro, la objeción por hacer se finca en la consideración: que todas las formas agrarias constituyen mosaicos en la diversidad, más confluyen en la unidad, que no es uniformidad, pero que tiende por propia fuerza de razón a fines comunes, objetivos iguales cuya manifestación puede ser la de ir hacia una misma actitud, la de ir hacia el arrojo de una misma acción.

Actitud y arrojo fueron las premisas de lo que ocurrió a principios del siglo. Un hombre que junto con toda una familia, que junto con un puñado de valientes convencidos, que junto con un niño, que no obstante lo grave de los acontecimientos no se sustrajo a ellos, produjo el preámbulo, el gran preámbulo de la Revolución Mexicana, en la que jóvenes, de mediana edad y ancianos, fueron tras una bandera, con unidad indiscutible y salieron unos del zurco, otros de la forja y más artífices del trabajo manual e intelectual, sin diferencias generacionales y sosteniendo una misma tesis. Por eso las tres dimensiones vitales de que habla el maestro, no tienen por qué inexorablemente contender entre sí, y sí en cambio, completamente para responder al proceso permanente de transformación inherente a todas las sociedades humanas.

Replantear la fuerza del nexo existente entre los dos últimos movimientos revolucionarios nacionales: el que se gesta mucho antes de mediados del siglo pasado, pero que simbólicamente referimos cómo a partir de la Constitución de 1857 y el correspondiente al inicio de esta centuria, sin deficiencia de método, bien podrían para su estudio considerarse en concepto de un todo, ya que el sedimento de lo inalcanzado por el primero, representa gran parte de la fuerza vigorosa en que se sustenta todo el ideario de la revolución de nuestro siglo.

La Carta Magna de 1857, por exceder tal vez a su tiempo, o por cortedad que las propias circunstancias a la sazón impusieron, no hizo que advinieran a la vida pública garantías sociales que en su caso, tal vez hubieran evitado el derramamiento de sangre de cientos de miles de mexicanos y si a esto aunamos la pérdida de proporción cometida por el porfirismo que sofocó toda clase de libertades y mantuvo oprimido el impulso de justicia manifestado por las clases sociales más desvalidas del campo y de la ciudad en nuestro territorio, el marco general político - social de la nación, no podía ser otro que el propicio para la inconformidad, descontento e insurrección.

El dictador, envejecido y solo, apoyado en el reconocimiento popular a sus hazañas militares, descuidaba, si es que no comprendía sus deberes, que las condiciones en general de la vida del país, denotaban aparente paz y progreso, más esto lo socavaba el profundo malestar del pueblo, volviendo endeble la estructura de su régimen.

Las célebres declaraciones que el Presidente de México por tantos años, en un afán distorsionante de la realidad nacional, hiciera a un periodista norteamericano en el sentido de encontrarse maduro el país y dispuesto a alentar en la lid democrática la participación de nuevos partidos políticos, multiplicó, como era de esperarse, la audacia de quienes venían impulsando el epílogo de tan prolongado gobierno. Fue así como proliferaron los clubes hasta alcanzar una cifra de doscientos y otros tantos más que clandestinamente cobraban vigor en sus planes y actividades y surgió el "Maderismo".

El caudillo idealista y en su retorno de Europa, decidido a serle útil a su patria comulgaba con las legítimas inquietudes de la gleba enfrentada a la aristocracia:

Llegó a embargarlo la frustración y encabezar un movimiento de la magnitud del que le estaba reservado, le ofrecía incomparables perspectivas de realización.

Descendiente de potentados, nada que fuera circunstancial a este hecho revestía su satisfacción y juntamente con Roque Estrada Aquiles Serdán, formula el Plan de San Luis, Potosí, la Jerusalén de los ideales, al que adhieren con pasión insobornable una pléyade de hombres inquietos y preocupados por el triunfo de la ideología combatiente.

Por siempre habrá de ser complejo, penetrar al ámbito de las motivaciones que por recónditas puedan confundir a quien indaga el por qué del valor y la decisión de los hombres que afrontan grandes adversidades en lucha por la consumación de metas que ansían y abrazan, sin embargo, la realidad siempre nos ofrece elementos de cuyo examen y disquisición brote materia sobre la que sean aplicados juicios de valoración.

Recurrir al criterio kantiano para sopesar la importancia y autenticidad del héroe o del caudillo, será acaso un principio de cuya validez, al aplicarse, nos pudiera dar un resultado dilucidante. Si ciertamente que toda acción es susceptible de someterse al microscopio de la puridad volitiva, el autor de la "Crítica de la razón pura", al referirse a las normas éticas condena la conducta de quien al observarlas no lo hace por lo que son en sí mismas, sino en razón del conocimiento que ordena su acatamiento o será acaso el criterio de Hartmann que supera a aquél, quien en consideraciones por demás agudas y esclarecidas no comparte la idea de autolegislación que se atribuye al ser humano y enseñorea la virtud que se identifica en el cumplimiento del deber por el hecho de saber que lo es.

En el caso de Aquiles Serdán, que es el personaje histórico que nos reúne en el asiento mismo del Poder Legislativo de nuestra República, bien podemos contemplarlo como el de un titán que con la fisonomía de autolegislador o con la fisonomía de un virtuoso acatante del deber irradiando por el pueblo mismo, arroja su propia vida en el clímax de todo un proceso madurativo de convicción.

Nació casi en fenómeno simultáneo al de la instauración del gobierno del militar oaxaqueño y a diferencia de Madero, cuyo hecho no menoscaba a éste, en que su familia le insta a apartarse del activo quehacer político, Aquiles comparte con su familia y su familia con él, el ímpetu más acentuado de lucha social y de entrega a las causas cuyos emblemas imponen resolución y sacrificio.

Normalmente cuánta dificultad cuesta imaginar que se pongan en entredicho la vocación política y humanística de esta familia; la excelsitud del reconocimiento al protagonista de la epopeya del 18 de noviembre de 1910, no palidece por la carencia de unanimidad; el juicio sereno, sin enfermizas suspicacias y abierto a la objetividad como punto de apoyo de la verdad estimativa, no lo poseen los insolentes detractores de quien, hoy, en sentido homenaje nos inspira culto y pleitesía; él, unido a grupos obreros con los que comulgaba en afinidad fraterna e irreprochable afán de auxilio y utilidad, decidió estallar la Revolución desde su propio hogar, combatiendo en unión de unos cuantos al no acudir por diversos e imponderables motivos aquellos con quienes se había fraguado el plan y desde ahí, desde su propia casa abigarradamente defendió sus ideales hasta el momento en que pereciendo su hermano y demás guerreros, en su sagaz intento de que no sucumbiera su bandera, que no su persona, optó por alojarse en especial sótano, abrigando la esperanza de reembatir y a este acto que tan sólo dibuja malograda intuición, osan los malvados e incrédulos enemigos de México y de sus mejores hombres, en calificar de cobardía y ausencia de aportación.

En este santuario del Derecho, de la libertad y de la democracia del pueblo; en este recinto en el que los paladines de las superiores causas colectivas han legado lo más acendrado de sus espíritus en aras de una patria mejor; en este lugar en el que el debate sobre los más variados y trascendentales temas ha hecho posible el impulso y desarrollo de la comunidad, hoy, a solicitud de la diputación federal del hermano Estado de Puebla

y con el beneplácito seguramente de todos los que integran la República, amalgamamos fervor nacional, para rendir tributo de reconocimiento y gratitud, de respeto y admiración, de reverencia a un precursor; a la figura señera de un paradigma; al prócer que de su existencia hizo holocausto y al hombre cuya conducta plasma en las páginas de la historia, su grandeza en fiel entrega, a las causas superiores de la humanidad: la libertad, el bien y la justicia.

El es, igual y distinto a todos los mexicanos, igual porque es amante del territorio patrio, de sus cordilleras, de sus planicies, de sus litorales, de sus aspiraciones, de sus anhelos, pero es distinto cuando en recio gesto de centinela de su suelo y de sus ideales, sobresale del común de nuestros hombres empuñando la espada de valor, en singular esfuerzo por la restitución del honor y la gama venturosa de las invulnerables dignidades humanas. El es, Aquiles Serdán. El Aquiles que cobija la memoria y esplende en la devoción del profundo culto con que honra el pueblo su nombre.

Aquiles Serdán, no muere en la conciencia de la vida del país; no imperdura en el devenir histórico; no se borra su huella y sigue siendo venero inagotable de enseñanza y emulación.

Todo país, si quiere ser consecuente con la dialéctica que encierra su propio pretérito, debe abrevar de la experiencia, la capacidad de transformar positivamente sus instituciones, a tono con el contexto del ahora y aquí, que todo pueblo anhela y reclama.

Unos días antes del aniversario de la muerte del laureado compatriota y de la celebración de nuestra Revolución, han sido incorporadas a nuestro Supremo Código, reformas y adiciones que fortalecen el presente y futuro democrático de México, haciendo promisorio y pleno de ventura el destino de la nación.

Osado en interpretar fielmente el pensamiento de mis compañeros camerales, manifiesto sentido reconocimiento a la merecida conducta de estadista del Primer Magistrado de la Nación, expresando solidaridad anticipada en los actos de su gobierno, que como el de la reforma política y el proyecto de capacitación, útil a todos los trabajadores de México sigan inspirándose en las tesis humanistas de nuestra aún joven Revolución Mexicana. (Aplausos.)

El C. Presidente: Tiene la palabra el ciudadano senador Horacio Labastida Muñoz.

- El C. senador Horacio Labastida Muñoz.

Ciudadano Presidente;

Ciudadanos diputados y senadores;

Ciudadano Gobernador y autoridades del Estado de Puebla;

Distinguidos familiares del Prócer Aquiles Serdán;

Señoras y señores.

Nadie pone en duda ahora el origen de nuestra nacionalidad. Francisco Javier Alegre lo señaló certeramente desde hace siglos en sus Instituciones Teológicas, al defender con apasionado ingenio la originalidad del hombre y la cultura, ya mexicanos, que se fraguaron en los trescientos años del Virreinato. Cuando Gabriel Méndez Plancarte evaluó la obra de Alegre y su generación del siglo XVIII, se expresó así: "lo primero que en ellos notaremos y que constituye como un rasgo inconfundible de familia en ese grupo..., es su acendrado mexicanismo: criollos todos ellos - y algunos, como Clavijero, hijos inmediatos de peninsulares - no se sienten ya españoles sino mexicanos, y así lo proclaman con noble orgullo en la portada de sus obras; abogan por el mestizaje entre españoles e indígenas como medio de logra la fusión no sólo física sino espiritual de ambas razas y de forjar una sola nación; tienen ya conciencia - profética - de la patria inminente que está gestándose en las entrañas de la Nueva España". Su expulsión, decretada por Carlos III en 1767 llevó a esos humanistas - los que profesaron en la Compañía de Jesús - a las centenarias academias de Bolonia, donde enseñaron, reflexionaron y exhibieron las esencias y las incidencias del nuevo mexicano. Ellos fueron ya una delicada muestra de la novicia sociedad que había florecido en la antigua Anáhuac. Semillas primigenias el indio y el español y después la sabiduría universal que nos llegó por mares y puertos se conjugarían en los valores que nos distinguieron del resto del mundo, incluidas las cunas de nuestro génesis. Así lo advertiría el citado Méndez Plancarte al decir que el estilo de los humanistas exiliados era "de despego" y casi diríamos de "extrañeza": hablan de "los españoles" como quien habla de extranjeros, no de compatriotas. Pero tampoco se sienten indios ni sueñan con un imposible retorno al imperio azteca. No son españoles; no son aztecas: ¿Qué son, entonces, y cuál es su patria? Son, y quieren ser, mexicanos: nada más ni nada menos. México es la patria inolvidable, a la que incesantemente vuelven sus ojos velados por el dolor del exilio y su corazón transido de incurable nostalgia".

Tal es el hecho histórico que se confirmaría en 1810, a los 43 años de haberse ejecutado el cruento decreto carolino. Pero el mexicano no se hizo en ningún momento especial de la colonialidad hispana. Se prefiguró en el choque de conquistadores y civilizaciones nativas, en el augurio de los profetas que entrevieron en Hernán Cortés el retorno de Quetzalcoatl. Pronto la violencia del conquistador disipó la débil ilusión de adivinos y reyes; y lo mismo sucedería ante la encomienda, la persecución y saqueo de El Dorado y la férrea impregnación en el indio de una cultura extraña. Y también hay constancia de obras admirables, como las de Bartolomé de las Casas, Domingo Soto, Motolinia y Andrés Cabo, que refutaron la generalizada doctrina del siervo por naturaleza y del señor por destino y adjudicaron el origen próximo de la autoridad y el mundo a la aquiescencia de la comunidad. Es cierto. como lo creyera Alegre, que donde no hay gobierno hay disipación, mas también lo es que la potestad, de cualquier especie que sea, brota de un pacto entre los hombres que los constituye en sociedad civil y estado.

Quizá Martín Cortés el bastardo, y Cervantes de Salazar, el discípulo de Luis Vives, sean buenos ejemplos que nuestro siglo XI no podría reducir cabalmente a la simple hispanidad o a la indianidad. El bastardo y su hermano probablemente intentaron subvertir el establecimiento español y Cervantes de Salazar, ya doctor por la Universidad de México, describiría con indudable maestría la vida mexicana en 1554. Sor Juana Inés de la Cruz, Bernardo de Balbuena, Carlos de Sigüenza y Góngora y nuestro complejo barroco son constancias inequívocas de la mexicanidad en el siglo XVII. Y en el XVIII no hay duda alguna. Desde la Rusticatio, de Landivar, traducida al verso castellano por el árcade Federico Escobedo, hasta las disertaciones teológicas de Miguel Hidalgo y Costilla, presentando en su examen de grado, prueban el vigor y la claridad de la conciencia mexicana. La colonialidad autogeneró así su primera y radical negación.

Valdría precisar el sentido y la orientación de esa negación. Se infiltró más allá del nivel de la cultura novohispana. Cervantes de Salazar, Sor Juana y Landivar, Sahagún y Sigüenza, Juan Díaz de Gamarra y el Padre Hidalgo resultaron concientizaciones de una negación vinculada a muy profundas estructuras estamentales que ya no resistían el conflicto colonial. Lo mexicano trascendió los estamentos y se inervó en los más variados estratos de la sociedad. Encarnó en los españoles americanos, herederos de conquistadores, colonos y hacendados, y en jerarquías eclesiásticas y militares o en las castas y entre burócratas y empleados de las ciudades. Lo mexicano estaba en todas partes: en la capital y en las provincias, en las universidades y en los colegios menores, en las academias y en la calle y plazas de ciudades y pueblos. Lo había entre sabios e ignorantes; ricos y pobres; y se resumió en la rebelión contra el orden no mexicano la Nueva España. Su verdadera negación radical de la colonialidad contrapuso al pueblo y al trono; y esta fuerza negadora se reprodujo en una instancia negadora del imperio español. Pero el rechazo se afirmó al asumirse en la conciencia insurgente como independencia de México.

En las primicias del siglo pasado el proceso de liberación maduró frente a las azarosas y dilatadas revueltas de la Colonia, inseminadas ahora en el contorno de una modernidad originada por la revolución industrial, la invasión napoleónica de España y el desenvolvimiento en el interior de la conciencia y el hecho social del mexicano. Primero fue la filosofía política de la Talamantes y el Congreso del Ayuntamiento, derrotados por la Real Audiencia, y enseguida el Grito de Dolores, la participación armada del pueblo en la rebelión y el rompimiento definitivo de la insurgencia morelense con la dinastía hispana.

La primera negación de nuestra colonialidad se cambió en independencia de la corona española y la independencia se autodefinió como república democrática al canjear el derecho divino del monarca por el principio de la soberanía popular; y al adicionar una demanda de justicia en favor de la equidad social.

En esa autodefinición de independencia se autodefinieron también las expectativas ideales e históricas del mexicano que desde luego se identificó con Hidalgo y Morelos. O sea, la prospección que este nuevo sujeto de la historia hiciera de su propia sociedad, según consta en los documentos de la época, desde el acuerdo contra la esclavitud, de Hidalgo, hasta el célebre Decreto Constitucional de Apatzingán.

Sin embargo, el proyecto de independencia se ubicaría en la circunstancia histórica de la sociedad industrial emergente y en los conflictos internos de una sociedad colonizada durante más de tres siglos. Nuestra desvinculación política no indujo el inmediato cambio de las estructuras sociales heredadas y favorables a los criollos terratenientes y comerciantes y a importantes grupos castrenses y eclesiásticos. Los fueros y privilegios recobrados en el Primer Imperio por las altas clases eran opuestos a la democracia política y económica de la insurgencia y, por tanto, a los estratos populares y paraliberales de aquellos años. El conflicto nos conduciría por casi cuatro decenios a través de una azarosa historia que irá de Agustín I, la primer república federal, las dos centrales, la segunda federal, la dictadura de Santa Anna y la Constitución de 1857 a la Guerra de Tres Años y las Leyes de Reforma, cuyas instituciones resolverían ese conflicto y disolverán la colonialidad interna legada por el Virreinato con la nacionalización de los bienes de mano muerta y la secularización de la vida civil.

La gran victoria reformista no eludió el impacto del reajuste internacional. Complejos intereses nos extirparon las capitanías generales de Centroamérica y en el norte de Texas fue el pretexto y los Tratados de Guadalupe Hidalgo una de las últimas consecuencias del "destino manifiesto" norteamericano. Vendría después la ira del Partido Conservador y su frustración poco antes de la restauración prima de la república por Benito Juárez, en 1861. Un año adelante resistiríamos la agresión napoleónica en Loreto y Guadalupe y en el fuerte de San Javier, durante el sitio de Puebla. Aquí se hallan las semillas puras de los Serdán. Su abuelo, Miguel Cástulo Alatriste, fue defensor de Churubusco, guerrillero en la Reforma y muerto en 1862, en batalla contra el ejército francés. Y el padre de Aquiles, Manuel Serdán y su hermano Francisco resistieron con honor en el cerco de Puebla. Esa era la estirpe del prócer poblano. "El primero de los mártires y el héroe más grande de la revolución mexicana", según las palabras del presidente Francisco I Madero. Pronto nos enfrentaríamos al Segundo Imperio y hasta 1867 restauraríamos por segunda vez a la república.

La primera colonialidad, la virreinal, negada por la independencia, nos llevó a la insurgencia primero y a la descolonización de la Reforma, cuya experiencia nos introduciría en la conciencia de la alineación en que nos colocaría el

naciente orden industrial. Entre nuestra esencia democrática y nuestra existencia en el mundo había una distancia abismal. La breve administración de Vicente Guerrero, las azarosas presidencias de Valentín Gómez Farías y la Reforma fueron avances históricos en la realización de aquellas esencia democrática, pero nuestras esperanzas se centraron en las posibilidades políticas de la segunda restauración republicana. La república estaba deshecha y la ayuda en manos de quienes deseaban nuestro sometimiento. En el mundo establecido se nos asignó el papel de proveedores de alimentos y materias primas y consumidores de manufacturas del exterior. Vendíamos barato; comprábamos caro y nos empobrecíamos cada vez más en beneficio de las metrópolis del poder. La democracia económica y política era un sueño sin realidad y Juárez se propuso romper el círculo vicioso.

La neocolonialidad sería burlada con una política educativa - La de Gabino Barreda -, con una política industrializadora que financiaría las inversiones con recursos liberados por la movilización de la riqueza eclesiástica, siguiendo planes de José María Iglesias y Matías Romero, y con una política de infraestructura y estímulo al mercado que aprovecharía el ahorro exterior, de acuerdo con algunos proyectos de Blas Balcárcel y Sebastián Lerdo de Tejada. La incompatibilidad de tales ideas con el sistema internacional dominante, la muerte de Juárez y la debilidad de su sucesor propiciaron el golpe militar de Porfirio Díaz y la remodelación de una colonialidad que apoyarían las subsidiarias metropolitanas y la corte autóctona que de inmediato rodeó al jefe del movimiento tuxtepecano.

Hay dos categoría consagradas por los clásicos de la contrarrevolución. Una de ellas fundamenta la teoría de una potestad "conscientemente irracional y tradicional"; y la otra concibe al gobierno como una "verdadera religión" con sus dogmas, sus misterios y sus sacerdotes. Los clásicos de la contrarrevolución, cuya doctrina es paralela a la de los Enciclopedistas, concluirían que el manejo de la sociedad no requiere de problemas, sino de creencias. El pueblo deberá nutrirse de dogmas, agregan, de manera que el despertar de su razón encuentre hechas todas las opiniones; y de ahí que el estado no propicie el entendimiento humano y sí la fe. Prejuicio, superstición y tradición serían las virtudes supremas del hombre en sociedad. La razón del pueblo, continúan, deberá reducirse a sus sentimientos: se trata, pues, de dirigirlo y de fomentar su corazón y no su espíritu. Así se mantendrán los hombres en su estado natural de debilidad: leer y escribir no pertenecen ni a su felicidad física ni a su felicidad moral y en ningún caso corresponden a su interés.

Esa es la ideología que se pondría en marcha en México el 5 de mayo de 1877, fecha en que Porfirio Díaz tomó posesión de una investidura presidencial simulada con la constitución de 1857. Y cuenta aquí insertar una coincidencia histórica muy significativa. Unos meses después de aquél mayo , el 2 de noviembre, a las cuatro de la tarde y en la casa de los Triángulos, construida por su padre Manuel, nació Aquiles Serdán, en la ciudad de Puebla, donde a los 33 años de edad pondría un primer punto final de la contrarrevolución porfiriana.

Entre Díaz y Manuel González se configuró la autoridad inapelable del Dictador. Su sistema - ya lo hemos observado antes - se edificó como una pirámide estratificada de caciques locales, estatales, regionales y nacionales vigilados estrechamente por personal de confianza: los guardias rurales, los jefes políticos de los distritos y los innumerables compadres de don Porfirio tejerían una vasta red policial infiltrada en todos los medios imaginables. La férrea organización se asentó en el dogma de "poca política y mucha administración", quinta esencia de los planes de La Noria y Tuxtepec. El tranquilizador reconocimiento norteamericano - vino después de año y medio de gestiones - sancionó las reglas de juego. Las subsidiarias estadounidenses obtendrían más y más ventajas frente a las competidoras inglesas, francesas y alemanas. Energéticos, transportes, minas, factorías de importancia, comercio interior y exterior, influencias social y política, fueron cayendo en sus manos. Ya señalamos en otra ocasión que la llamada edad de oro del porfirismo fue en realidad la edad de oro del capitalismo foráneo. La propiedad particular descendió de la superficie de la tierra a la riqueza del subsuelo, contra las tradiciones del país, y las leyes del deslinde y la colonización extendieron su dominio de los hacendados. En el último decenio del siglo anterior se transaron las diferencias de los capitales extranjeros y se fundó el círculo unitario que sostendría desde fuera nuestra colonialidad y defendería hacia el interior la Dictadura y su opresiva "paz porfiriana".

Convendría recordar hoy que la primera familia reinante se formó con los viejos compañeros de Porfirio Díaz y algunos de sus parientes. El hábil ministro de Gobernación y suegro del Jefe Supremo, Manuel Romero Rubio, fue el encargado de cuidar las cosas. El fingimiento electoral se repitió desde 1884 y sólo el tiempo introdujo veniales cambios. Hacia 1892 Porfirio Díaz tenía más de 60 años y sus veteranos seguidores, ya algunos, muertos, serían sustituidos por los negociantes e intelectuales que remozarían el reino de la familia. Se agruparon en el Partido Unión Liberal y siguieron la discreta asesoría del ministro de Hacienda José Ives Limantour. Estuvieron Rosendo Pineda, Pablo y Miguel Macedo, Justo Sierra, Joaquín Casasús, Ramón Corral, Olegario Molina y otros más, como Fernando Pimentel y Guillermo de Anda y Escandón que, al lado de los parciales del interior, constituyeron el nunca declarado Partido Científico.

Las sucesiones presidenciales originaron ciertas incomodidades en la familia. Ocurrió con Manuel Rubio, Carlos Pacheco y Manuel Dublán en 1881, cuando se soñaron en la silla presidencial; y con Limantour y Bernardo Reyes, en la aurora de nuestro siglo. La

sexta reelección, ya para un período de seis años, se consumó en 1904. Y con la séptima, la de 1910, el Dictador terminó en el destierro de París.

La sociedad mexicana autodefinida en la insurgencia y la reforma como una democracia sin alineaciones fue gravemente pervertida en los 3 años del Porfiriato. La colonialidad excluida en las previas luchas revolucionarias fue regenerada en los términos, no siempre sutiles, del mundo neoindustrial. La ocupación de nuestros bienes no estuvo a cargo de tropas invasoras, sino en el dominio de un aparato social ajeno a los intereses nacionales. Así se condicionó el advenimiento de un dependencia que combinó con la aristocracia porfiriana la réplica de una explotación no incluida en nuestro original proyecto de independencia.

La crítica del porfiriato echó mano de nuestra recia cultura revolucionaria. La enajenante vida social y económica fue denunciada por los floresmagonistas desde el principio de nuestro siglo y se diseminó en Cananea, Puebla, Orizaba, Querétaro, Hidalgo, Tlaxcala y otras muy principales plazas de provincia. La enajenación política quedó al desnudo en la Sucesión Presidencial, redactada por Madero y publicada en 1909. Y la enajenación filosófica se puso de manifiesto por la generación del Ateneo y los círculos juveniles de la reconstituida Universidad de México. ¿Quién podría olvidar, por ejemplo, las conferencias de Luis Cabrera en la Biblioteca Nacional o el talento incisivo de periodistas y artistas como José Guadalupe Posada y Antonio Vanegas Arroyo?

Aquiles Serdán fue un activo militante en esa conciencia crítica. Fue además testigo presencial de la contrarrevolución porfirista. Porfirio Díaz, en México, y Mucio Martínez, en Puebla, simbolizaron la alineación del sistema. En Puebla se duplicó el mecanismo nacional. Nada era distinto, salvo la escala de la violencia. Miguel Cabrera, el inspector de policía, y Pita, su jefe de comisiones de seguridad, fueron los verdugos de la orden superior. La vigilancia era continua y ahí se averiguó que en el domicilio de Aquiles Serdán se comentaba el manifiesto del Partido Liberal y los acontecimientos de Cananea; se defendía a los condenados en San Juan de Ulúa y a hombres como Esteban B. Calderón y Manuel M. Diéguez, que defendieron a los mineros de los rangers de la empresa extranjera. También acudían con Serdán estudiantes del Colegio del Estado y líderes tan señalados como Alfonso G. Alarcón y Gil Jiménez. Tres años después de aquel 1906, Serdán pasaría de la conciencia crítica a la acción política. Señaló a quienes nos suponían "destinados a ser absorbidos por el coloso del norte"; se opondría a la represión patronal en el caso de los salarios, la jornada máxima y el derecho de huelga; defendería a peones encasillados y encabezaría a las clases medias de Puebla contra la burocracia martinecista.

Serdán sabía que la negación del Porfiriato no podría reducirse a la teoría de nuestra alienación. Urgía encontrar el camino práctico y entendió desde luego que el primer instrumento de la revolución era el Partido Antirreeleccionista. Su coalición de clases populares y sus banderas de sufragio efectivo y no reelección serían suficientes para el derrocamiento inmediato de los detentadores del sistema. Después vendría la cancelación total de las estructuras que obstaculizaban el progreso de nuestra democracia con una existencia no democrática. Es decir, en 1910 se replanteó la negación que habría de encauzarnos hacia la Constitución del Teatro de la República.

Aquiles Serdán trascendió los límites de la filosofía revolucionaria. Multiplicó los clubes maderistas, unificó el antirreeleccionismo disgregado en la lucha electoral contra Porfirio Díaz y Ramón Corral y contribuyó en la redacción y difusión del Plan de San Luis. Su estrategia para el levantamiento del 20 de noviembre fue bien planeada, cuidadosamente calculada y meditada y distribuida la logística que aseguraría el éxito.

Seguido por la policía desde tiempo atrás, la alarma de los enemigos del antirreeleccionismo llegó a la desesperación al apreciar la seriedad de la subversión serdanista. Nada los detuvo entonces. Concentraron sus fuerzas en la ciudad de Puebla y se lanzaron contra Aquiles Serdán, su familia y sus amigos. La barbarie no triunfó. Aquiles Serdán muerto, fue su derrota y el inicio de la senda que ahora nos guía, desde aquel 18 de noviembre, hacia la edificación de una sociedad mexicana donde sea imposible el sentimiento y la realidad de la injusticia. Ninguna otra denotación podría tener el centenario que nos ha congregado esta mañana en el recinto del parlamento de la Unión. (Aplausos.)

AGRADECIMIENTO

El C. Presidente: Agradecemos la presencia de los distinguidos invitados que nos acompañaron a esta sesión solemne.

- La C. secretaria Mirna E. Hoyos de Navarrete: Se va a dar lectura al Acta de la Sesión Solemne de Congreso General.

ACTA

- La misma C. Secretaria:

"Acta de la sesión solemne celebrada por el Quincuagésimo Congreso de los Estados Unidos Mexicanos, el día quince de noviembre de mil novecientos setenta y siete.

Presidencia del C. Víctor Manzanilla Schaffer.

En la ciudad de México, a las once horas y quince minutos del martes quince de noviembre de mil novecientos setenta y siete, se abre la sesión, una vez que la Secretaría declara una asistencia de doscientos trece ciudadanos diputados y cincuenta y nueve ciudadanos senadores, con el exclusivo objeto de dar

cumplimiento al Acuerdo tomado por esta Cámara de Diputados , para conmemorar el centenario del natalicio del prócer Aquiles Serdán Alatriste.

Por instrucciones de la Presidencia, la Secretaría da lectura al Decreto que dio origen a esta sesión.

En seguida, para poner de manifiesto la importancia y trascendencia de esta ceremonia y exaltar la figura de Aquiles Serdán Alatriste, hacen uso de la palabra los CC. diputado Porfirio Cortés Silva y senador Horacio Labastida Muñoz.

El Presidente de la Asamblea agradece la presencia de los distinguidos invitados que estuvieron presentes en esta sesión solemne."

Está a discusión el Acta... No habiendo quien haga uso de la palabra, en votación económica se pregunta si se aprueba... Aprobada.

- El C. Presidente (a las 12:20 horas): Se levanta la sesión solemne de Congreso General.

Se ruega a los ciudadanos diputados permanecer en sus lugares para continuar con la sesión ordinaria de Cámara de Diputados.

TAQUIGRAFÍA PARLAMENTARIA Y "DIARIO DE LOS DEBATES"