Para que se inscriba con Letras de Oro en el recinto de la Cámara de Diputados el nombre de "Mariano Otero", presentada por el diputado Porfirio Cortés Silva, del grupo parlamentario del PRI
«CC. secretarios de la H. Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.
Exposición de Motivos
Recurro a esta instancia en que está depositada constitucional y legítimamente, la voluntad soberana del pueblo de México y en acción de comparecencia, someto al elevado juicio y aguda sensibilidad de la representación popular de esta H. Cámara, iniciativa de decreto, a efecto de excitar el consenso decisorio que debe proceder a un acto de elemental justicia, que plasma reconocimiento como gratitud, en pos de una figura oriunda de Jalisco, cuyas cualidades engendran méritos que trascienden de los ordinario y consagra la posteridad, como ejemplo vivo que sirve al hombre en lo individual y colectivo.
Cuantos pueblos del universo, han tenido que enfrentarse a vicisitudes sin par y cuando han superado las adversidades de su propia revolución, al consolidarse, regresan su vista al pasado en aras de indagar quiénes fueron sus prohombres para bien situarlos en el imperecedero marco de su historia.
No es imaginable una nación cuyo latir se encauce privativamente al ahora y mañana, el comportamiento intencional y hasta el negligente que pretendiera desenlazarse del pasado, daría pábulo a la negación de un pueblo que trate de ser o mantener categoría de nación.
Los muertos significan, no tan sólo para la certidumbre de haber vivido en el esquema pretérito de una sociedad humana, sino por el legado positivo o negativo que transmiten, por la heredad que nuestros antepasados han dejado para el debido usufructo de las sucesivas generaciones.
A esto obedece que en el caso de México, quienes con beneplácito estiman ser sus hijos, comúnmente sean rígidos en condenar a quienes han hecho mal al país, y tributen a los que le ha hecho bien, no tan solo su recuerdo, sino el tenaz empeño de que las ideas y acciones sigan produciendo efectos de decencia, hasta que nuevas y mejores razones reclamen su cambio.
De Otero, hay mucho que decir y por ende se multiplica la visión prolija de su ser y quehacer, bástenos conciliar nuestro espíritu crítico con la aprobación en su caso, de lo más sobresaliente de su contribución al proceso histórico nacional, así como la referencia a rezagos de su concepción y método de la realidad nacional y propuesta de soluciones, advirtiéndose en esto, haberse adelantado a su tiempo.
Apuntar, como lo hace uno de sus biógrafos que vivió en el umbral de dos tiempos; el decrépito que le antecede, resistente a concluir, con el temible lastre de cuantos negados a la natural mutación, no por razones que esgrimir, sino por privilegios que defender, en los estertores del ocaso a que entreveían estar condenados, tornábanse en extremo malignos. Y el nonato, cuya fragilidad no permitía aún, firme prosecución alguna.
Otero cuya participación política, disímbolamente con su importante acervo, se reduce a ocho años de bregar en la esfera político- social. Muy joven recibe el título de abogado en la ciudad de Guadalajara con sobresaliente examen, cuyo jurado integraron J. Luis Verdia, Juan Gutiérrez Mallen y Dionisio Rodríguez.
Con el primero, en breve tiempo coincide en actividades académicas y rápidamente es conocido con prestigio de estudioso, recto y valiente, cualidades que habrán de depararle en su intenso devenir, plenas oportunidades de realización en provecho de la comunidad, inmerso en la cual, siempre produjo su obra, amándola, defendiéndola y luchado por su perfeccionamiento.
En 1841, prácticamente adviene a la vida pública, al pronunciar el 16 de septiembre un discurso en su solar natal, notable por su contenido, con el que cronológicamente se puede señalar el despunte de su prodigiosa andanza patriótica.
Muchos hombres del siglo XIX, influidos por el romanticismo inutilizaron sus mejores portentos; fenómeno que no produjo en Otero similares efectos, ya que siendo idealista como el que mas, supo atemperar impulsos utópicos al conjuro de una realidad que abrupta y hostil, servía de factor para mediar en la resultante de un pensamiento afanoso pero ecléctico.
¡Fue liberal moderado, el prominente luchador del federalismo!
Irrumpe en 1842 en el Congreso constituyente y en el recinto nacional escenifica lo que más tarde bien podría ser todo un inventario de batallas que con la solidez de sus convicciones y de sus anhelos, dispuso fragorosamente sostener sin tregua ni desmayo.
He aquí el paradigma legislador, jurista consumado, filósofo, escritor, periodista, que además de visionario, amaba a su patria con arraigado sentimiento nacionalista.
Asombra con su temprano libro, en el que dilucida los grandes problemas que confronta la República y apunta con sapiencia las soluciones que reclama el superior interés de la nación.
No es fácil en estrecha síntesis, graficar el contexto de su personalidad, por cuanto a lo que fue e hizo, y mucho menos dar por evaluado el caudal de consecuencias benéficas al pueblo. Al afirmar que se adelantó a su tiempo, quiere aseverarse también que parte de lo que produjo, no cristalizó en realidades inmediatas, pero con gran simiente hubo de fructificar años después y en germinación inacabada, aún en nuestro días, constituye materia y modelo para plasmar en norma y estilo de vida, el colosal ideario en que se inspiró su existencia.
Sin lugar a dudas, no obstante lo avanzado del siglo, la influencia de toda una corriente filosófico- social del inmediato pasado, seguía nutriendo las mentes receptivas y capaces de pronunciarse en abierta adición, al heraldo que cruzaba fronteras, sin afán de proselitismo, pero cuya incontenible esencia, por sí sola provocaba el beneplácito de todos cuantos la conocían.
La diferencia pertenece a la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789, que a diferencia del contrato social de Rousseau y no obstante la controversia entre, si tuvo o no influencia en aquella, informa sobremanera, de la necesidad de oponer a todas las formas absolutistas del poder, el respeto a los sagrados derechos de la persona humana, debiendo instaurarse principios jurídicos constitucionales, capaces de garantizar su protección y salvaguarda.
De lo anterior se colige que en un individuo de limpias ambiciones, comprometido a aportar todo lo que era capaz y dueño de un acendrado amor a su patria, no era extraño que tan bellos y nobles postulados, sembraran en su conciencia inquietud de pronta externación.
Es así, como puede apreciarse en Mariano Otero, su infatigable vocación por incorporar en la Constitución, los elementos básicos de lo que mas tarde habría de trocarse en el singular "juicio de amparo".
Empecinado - si puede llamarse así-, en que se comprendiera lo útil y conveniente de establecer en la Constitución, normas cuyo rango e indiscutibilidad sirvieran como garantías individuales, avizoraba que en ley secundaria fuera instrumentada la forma y pormenores que hicieran efectivas aquellas.
El voto particular que formula en la Comisión de Constitución del Congreso 1846-1847, no cabe duda que dio la base para el juicio constitucional.
Mariano Otero adujo la supremacía de la Carta Magna, el control de la constitucionalidad de las leyes, el principio de la legalidad y sustentaba la doctrina de la responsabilidad de los funcionarios por actos violatorios de las garantías individuales; libertad, seguridad, propiedad e igualdad, las concebía como garantías de cuyo goce, derivaba la razón de ser siempre amparadas.
Luchó tenazmente por la aprobación del acta de reformas, consideraba que la Constitución de 1924, debía regir con modificaciones que a la misma se hicieran.
El Artículo 25 del acta de reformas establecía: "los tribunales de la Federación, ampararán a cualquier habitante de la República en el ejercicio y conservación de los derechos que le conceda esta Constitución y las leyes secundarias, contra todo ataque de los poderes Legislativo y Ejecutivo, ya de la Federación, ya de los Estados; limitándose dichos tribunales a impartir su protección en el caso particular sobre el que verse el proceso, sin hacer ninguna declaración general respecto de la ley o del acto que lo motivare.
La desgracia que se tradujo en pérdida de nuestro territorio, precedida por la invasión norteamericana, ocurrió como es de todos sabido, cuando las condiciones políticas, sociales y económicas de la República sufrían quebrantos inocultables.
¿Acaso esto fue factor determinante para perder gran parte de nuestro territorio? la respuesta podría darse y rebasar con mucho, el contenido de la interrogante.
Dos tendencias pugnaban por fortalecer ideas a cual mas; objeto de repulsa para quienes experimentaban fieles, el sentimiento que despierta la patria. Unos hablaban de la monarquía como salvación y otros de la anexión al país vecino cono única forma de allanar problemas.
Apenas se había traspuesto la fecha del tratado de paz con los Estados Unidos de Norteamérica y tal era la reacción de quienes con desnaturalidad al suelo en que nacieron, el ingenio y voluntad, dignos de mejor y centrado juicio, carentes de la responsabilidad a que el afecto obliga, mal discurrían, creyendo protegerse sin importar la condena lesiva a que no sólo exponían a su patria, sino en igual suerte se envolvían.
Otero, al frente de la Secretaría de Relaciones Interiores y Exteriores, renueva esperanzas favorecedoras a la vida de la República y con razonado optimismo, se empeña en ser útil a la reconstrucción nacional.
Conocedor como lo era de todos los aspectos que entrañaban su vida, postulaba siempre el acuerdo en lo fundamental, tendiendo a que las fracciones en pugna disiparan objeciones para hacer posible la unidad y en consonancia con el presidente Herrera, aspiraba a la transformación de la sociedad. A cambiar las relaciones de poder existentes, empezando por la fuente de todas ellas, las relaciones materiales.
Había penetrado al cabal conocimiento de la realidad mexicana, que preconiza y racionalmente pone en práctica la organización de la fuerza pública, como base fundamental de todo el edificio, esto es, la guardia nacional.
Pugna porque se produzca la reforma administrativa. Reafirma que el Estado deje de promover la modificación de las relaciones materiales de la sociedad y que la acción de las leyes y del gobierno protejan la seguridad, establezcan nuevos medios de comunicación, impulsar a la industria y al comercio. Estima convenientes la libertad de imprenta y el arreglo de la hacienda, enarbola la bandera del nacionalismo económico, enfoca la necesidad de un régimen penitenciario y diserta encomiablemente en torno a la Reforma Política.
En suma, Mariano Otero es un preclaro hombre jalisciense, que no obstante su breve existencia, supo vivirla intensamente, al servicio de sus ideales que no fueron otros que los de aportar el conocimiento jurídico político al proceso histórico nacional.
Sus ideas no sólo tienen refulgencia en su estado natal, ni en los ámbitos de la República, sino trascienden a pueblos del concierto universal, para anidarse en estructuras legales, protectoras del principio y fin del derecho: la persona humana, con sus invulnerables prerrogativas de libertad, seguridad e igualdad.
Paladín del federalismo, proclamó que una nación desunida será presa de la agresión y del perjuicio, del atentado y del daño. La unidad en lo fundamental es tesis que no admite resquicio, es verdad que no deteriora la confusión. El Anhelo de Otero, previó la tutela de las relaciones sociales por el Estado, definió las bases teóricas de la Constitución y de las garantías individuales, anticipó los fundamentos del juicio de amparo, promovió múltiples acciones, porque era hombre de ideas y prácticas, intervino cuanto pudo en servicio del país, unas veces desde el poder como regidor, diputado, ministro o senador y otras desde la cárcel o al margen del gobierno.
La historia mantendrá por siempre deuda, a efecto de bien ubicarlo y estimar su incalculable talento y honestidad ciudadana. Saldémosla en algo.
Prócer como es, quedar en la cuna de la patria que entorno sus sueños, bajo el simbolismo de lo que el Poder Legislativo encierra como potestad de la voluntad del pueblo, por cuanto al otorgamiento y significancia de su consentimiento, el signo de su nombre en este lugar, testigo fiel de la vida institucional republicana, sencillamente es cumplir con un imperativo: enaltecer, rendir culto y pleitesía a quien supo ser grande, frente a la grandeza de la nación reclama de sus hijos.
Por lo anteriormente expuesto y con fundamento en la fracción II del artículo 71 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, someto a la atenta consideración de esta honorable Cámara y en su caso la aprobación, la siguiente
Iniciativa de decreto
Artículo único. Inscríbase con letras de oro en el muro del salón de sesiones de la H. Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, el nombre del ilustre prócer jalisciense Mariano Otero.
Salón de sesiones de la H. Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, a 23 de septiembre de 1986.- Diputado licenciado Porfirio Cortés Silva de la LIII Legislatura del Partido Revolucionario Institucional.»
Turnada a la Comisión de Gobernación y Puntos Constitucionales.