Para que se inscriba con Letras de Oro en el recinto de la Cámara de Diputados el nombre de "Ignacio Ramírez", presentada por la diputada María Luis Mendoza Romero, del grupo parlamentario del PRI
«Compañeros diputadas y diputados: para hablar de Ignacio Ramírez El Nigromante hay que hacerlo de pie, como debe de ser frente a los héroes verdaderos. Gran señor del universo del liberalismo, el guanajuatense crece cada vez más en un mundo que por sus perfiles críticos se acerca de tantas maneras al suyo y nos ofrece, el aguerrido liberal, cálido y destellante, el ejemplo de su reciedumbre de carácter, el acero de sus convicciones y sobre todo ello la pasión por la patria, el viejo sentimiento que nos heredaron. La pasión y las ideas, las acciones conjugadas en la incansabilidad de quien sabe que está en la razón, que amar a México independientemente y libre es la única forma de vivir: Ignacio Ramírez, El Nigromante.
México vive gracias a hombre como aquel sanmiguelense preclaro, esa aurora boreal del pensamiento. La historia de México, nuestra historia común, es el testimonio de la sobrevivencia del país como nación, de la dignidad en contra de los imperios dominantes, y a este peligro externo sumada la bastardía de mexicanos con vocación de súbditos, viejos vendepatrias que nosotros denominábamos en la infancia masiosares.
Ignacio Ramírez formaba parte del grupo que dice Luis González, era la "docena armada" que integraba una treintena de hombres empeñados en la suerte de la patria. Juntos lloraron las derrotas que fracturaron el territorio nacional, y los letrados viejos en edad se prepararon para la batalla reformadora y constitucionalista, sostén doctrinario contra la invasión francesa; los militares, sobrevivientes de la guerra civil de reforma iban a ser los protagonistas de la lucha con armas contra el imperio espúreo, prohijado por Napoleón "el pequeño".
Triunfadores nuestros hombres recios del mediodía del siglo XIX, restablecedores de la República, maduros actores de la Constitución que aquéllos idearon -inmenso honor-, fundadores de instituciones políticas, rehacedores de la cultura nacional, la cultura que devenía de pasados coloniales y empeñada en ser, por sí misma, el alma de una nueva patria. Generación de ideólogos liberales en la vibrante vigencia de la Constitución de 1857. Esta generación que no muere, puesto que seguimos los mexicanos de hoy inspirándonos en ella, haciéndonos fuertes, trituradores por las debilidades que nos asuelan. De allí viene Ignacio Ramírez, El Nigromante.
Vengo ante ustedes, compañeros diputadas y diputados, para hacer justicia apenas, a uno de los hombres excepcionales de México, el mas preclaro del liberalismo del siglo pasado, quizá el mejor exponente de nuestra generación que quiero, en la unión de los ideales en el tiempo, sea a la que pertenecemos (me asiste la dolorosa similitud del momento, la impaciencia reaccionaria, la astenia común que castra y duele). Por ello estoy solicitando respetuosamente, en mi derecho y mi deber, que el nombre de Ignacio Ramírez, El Nigromante,este en letras de oro en los muros de esta Cámara de Diputados y en los cuales, afortunadamente para nuestra mexicanidad, siempre habrá mas hombres que llevar y escribir, y el de Ramírez es de justicia y de honor que allí quede, para que cada vez que los diputados de hoy y de mañana levanten sus rostros, oigan con los ojos, que dijera Sor Juana Inés, el nombre de un hombre de hombredad, y puedan visualizar su vida hermosa al través de las letras con las que convivió y a las que respondió siempre como varón, para las mejores causas de la patria y del pueblo, sin temor o vergüenza, esas dos dolencias de los cobardes.
¿Quién soy yo con sólo mi voz para pedir tal honor a quien honor merece, precisamente a él que fue el fuego de la voz, la quemadura, la denuncia, en las aulas, en los ateneos, en las academias, en la tribuna de la Cámara de Diputados? Solamente soy, por una imperciptible suerte de mi propia vida, un parpadeo del ala del ángel que me cobija, también, como Ignacio Ramírez, una diputada y una guanajuatense.
Por ello apelo ante ustedes, compañeros, integrantes de la Quincuagésima Tercera Legislatura soberana, para dejar atrás del discurso y afirmarnos en la realidad de los muros y su nombre. Es de lumbre el ejemplo que propongo en letras de oro, fue de incendios de la palabra su vida severa, justa, impecable y diamantina, que es su caso citado al poeta.
Pues de entre todos los hombres de la reforma, la figura moreno y señalada de Ignacio Ramírez, sobresale como el más logrado relieve del liberalismo de su tiempo y uno de los recios patriotas que México da al orgullo, tal clavos de acero en témporas de angustia y crisis. Quizá, el tranco de vida que le tocó a Ignacio Ramírez vivir es uno de los más apretados de gravedad en la historia de la nación y solamente, la hombría de aquel guanajuatense pudo con los apoyos del arrojo y la cultura inmensos. Si bien es cierto que, El Nigromante, como gustaba firmar y ser llamado, usó la inteligencia y el talento literario para servir a la patria al grado de pobreza más allá de toda imaginación, sacrificios y tercas vocaciones, muchas de servicio, también habrá de subrayarse una y otra vez la más grande de sus virtudes: el amor irredento a la patria y, por ende, a la libertad.
Se jugó la existencia con su valor y su verbo incendiario. Fue a la cárcel, incesantemente y nunca ni en su instante último, abdicó de las ideas que le sustentamos como hombre, ni de los sentimientos, jamás traicionados, en su lucha generosa, por los indígenas, los niños, las mujeres, los animales y ante todo, su país.
Liberalismo social el que campeó entre la gente de la reforma, hacedores de la patria -y ésta será la palabra que prive en el discurso cada uno de ellos alrededor de Ramírez, escuchándole, siguiendo la línea de sus estudios y atestiguándole.
Ignacio Ramírez. El Nigromante, fue precursor de la Reforma y un jurado enemigo de la tiranía. En su propia circunstancia, jamás dejó de luchar contra el tirano o cualquier índice, indicio de tiranía. Nació en lo que hoy es San Miguel de Allende, que mucho me es pertenencia amorosa, centro del estado de Guanajuato, cuna de la Independencia. Por algo ha de haber sido.
Era en 1818, San Miguel El Grande. Su padre fue miembro del Partido Liberalista. Tarasco él, de Querétaro, y azteca de Tlacopan, su madre raigambre de pureza indígena, que le propició una cuna nacida de las pasiones políticas al ser su padre don Lino Ramírez, vicegobernador de Querétaro en 1835, federalista consumado y feroz combatiente liberal contra las fuerzas reaccionaria de Santa Anna, hasta que ocuparon la entidad en 1833; defensor leal de la Constitución de 1824, ala cual había apoyado con decisión.Después de los primero años de su infancia en Querétaro. El Nigromante vino a la ciudad de México que sería antes, allá lejos, luz tenue, campos de girasoles, pequeños barrios de quiebraplatos y un centro amarillo, corola nacida para ser republicana. El niño iba a ser abogado, naturalmente que ni mandado a hacer, creció en un hogar liberal, arraigado a la tierra mexicana, a la forma y manera mexicana, clásico mexicano pues se interesó en si consciente juventud por todos los caminos de la sapiencia y así le encontramos haciendo estudios de ciencias naturales, filosofía y teología escolástica, literatura, idiomas. De ahí tanto amor a los bienes del agua, del sol, de la tierra y de los animales, amor a los libros, al saber y a la esclavitud del saber, de la entendedera que decimos de pequeños.
Muchas tribunas le esperaban para que tanta sapiencia mediterránea se volcara en un verbo de flamas y anunciaciones. Naturalmente fue llamado el Voltaire de México y lo decía al ocupar muy joven un puesto de número en la academia de San Juan Deletrán, en su discurso de ingreso desarrolló la tesis atrevida y relampagueante: "No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos".
Provocó lo que desde entonces se llamaba un escándalo en las buenas conciencias, me las quiero imaginar en aquel tiempo de represión religiosa y de miedo, mucho miedo por los movimientos acompasados de la sin hueso y el ostracismo de los creyentes en la cárcel del pensamiento como si Dios, al no existir, dejase de existir.
Tesis reveladora de un ateísmo social más que de la muerte irreversible de la naturaleza mística de El Nigromante. Tesis anticipatoria y vertebral de su sistema filosófico liberal para desenmascarar los intereses y las pasiones clericales que defendían sin miramientos sus privilegios y sus fueros terrenales.
Fue fundador pertinaz y obstinado de periódicos, como buen escritor, amaba la letra impresa. El primero se llamó "Don Simplicio", donde censuraba todas las constituciones que habían estado vigentes y empezó su lucha verdadera por la reforma política, religiosa, económica, etcétera, fundador del "Club Popular", allí divulgó tenaz las ideas de la Reforma que según Francisco Sosa, quedaron consignadas en la Constitución y las leyes de Reforma. Por supuesto que se opuso a la monarquía y como nadie pudo contra su pluma, fue cerrado "Don Simplicio" y su último número apareció en blanco, todos sus colaboradores entraron con él a la cárcel.
Al establecerse en 1846 la Constitución Federal, el gobernador del Estado de México, Olaguibel, nombró a Ignacio Ramírez secretario de Guerra y Hacienda en Toluca. A pesar de la crisis de entonces, combatió en pro de leyes renovadoras como aquella que consagra la autonomía del municipio o de la fundación, otra iniciativa más, del Instituto Literario de Toluca, importantísimo en las tareas liberales; o también, la ley que da oportunidad a los jóvenes pobres e indígenas para estudiar en el plantel y entre los que aún no se llamaban mexiquenses vino a estudiar otro; Ignacio Manuel Altamirano, quien habría de escribir la biografía de Ignacio Ramírez a su muerte.
En los recorridos liberales por los itinerarios republicanos, Ramírez estuvo como jefe político en Tlaxcala y otros muchos tiempos fue encarcelado por sus ideas. A su regreso a Toluca, fundó su segundo periódico Themis y Deucalión, donde publicó su famoso artículo "A los Indios" que le valió un juicio y la posibilidad de él mismo defenderse brillantísimamente para ser absuelto por el jurado.
En Sinaloa fungió como secretario de gobierno, luego vino la diputación disolviéndose el congreso gracias a un golpe de Estado en Baja California, Ramírez escribe sus famosas "Cartas a Fidel" en las cuales vemos sus conocimientos de geología y paleontología. Encarcelado por Santa Anna en Tlatelolco no dice Altamirano:
"Ramírez pasó de la cátedra a la mazmorra de los presos, y sus libros fueron cambiados por los grillos...". Al huir del dictador, el pueblo le saco del calabozo yéndose a Sinaloa a trabajar con Comonfort, posición efímera a la que había de renunciar por estar en desacuerdo con los titubeos del poblano moderado.
Juez de lo civil en México es, antes de destacar brillantemente en la diputación constituyente de 1856-1857, sus aportes en esta tarea delineaban los horizontes del liberalismo social por él preconizados, progresismo temerario inscrito en los debates reseñados por Zarco pero mediatizado en los textos constitucionales "por culpa -diría Altamirano- de los tímidos de los moderados, de los retrógrados...".
En las elecciones subsecuentes, después de votada la nueva Constitución, Ramírez fundó un otro periódico El Clamor Progresista, sosteniendo la candidatura de Miguel Lerdo para la presidencia de la República, como aviso previsorio de la vuelta de Comonfort, quien había de renegar de los principios liberales y en un golpe de Estado, disolvería al constituyente provocando la guerra civil.
Ramírez es enviado nuevamente a la cárcel por Comonfort, huye y es hecho prisionero de nueva cuenta y casi fusilado, regresándole a Tlatelolco, recobrada su libertad a merced a desiguiente pronunciamiento, se une de inmediato a Juárez en Veracruz para sostener la lucha constitucionalista y promover la promulgación de las leyes de Reforma. El triunfo liberal no se retarda y cuando Juárez vuelve vencedor a México, ocupa, El Nigromante, el Ministerio de Justicia, Instrucción Pública y Fomento.
Otro periódico por él fundado es La Insurrección y estaba entre sus planes otro mas: El Correo de México; hay de él una célebre polémica con Castelar, ilustre tribuno español a propósito de la emancipación de los pueblos hispanoamericanos de las tradicionales costumbres de la antigua metrópoli y de la servil imitación de lo europeo; temas todos ellos de candente nacionalismo, valor prominente en el idealismo de El Nigromante.
Llega a ser magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en la restauración de la República triunfante y a pesar de las vicisitudes políticas entre las filas mismas de sus compañeros de lucha, no sin antes haber combatido desde el destierro con el ingenio y con la pluma a la intervención francesa.
En tal puesto, dignificado por la estatura de El Nigromante, le ha de sorprender la muerte después de 12 años de servicio desempeñados siempre por la patria, tres días de licencia pidió para reponer fuerzas y al final del último, donde estaba dibujada su raya, murió, sus funerales en 1879 son considerados como grandiosos.
Zarco reproduce sus trabajos en el Congreso de 1856 y 1857, su obra literaria es inmensa, tanto como dispersa; gran periodista, su vida es un ejemplo que tengo que recordar junto con los mexicanos que la vemos como meta y referencia viviente ahora, precisamente cuando nuestra patria está en tanto peligro: nuez en las pinzas del imperio y de la antipatria.
Su vida, su zona sagrada, su intimidad. Captada espléndidamente por la biografía que Ignacio Manuel Altamirano escribiera en el acto de amor al maestro, al principio y al fin del ejemplo. Vida barroca e intensa. Entrelazada con la vivisima historia de México. Su cronología se rompe con la oscuridad de las cárceles que visitó y le adentraron en sí y en sus ideas liberales, libertarias, libres, libradoras. Los sobrevivientes de la generación liberal, de aquellos letrados y militares, escucharían trémulos a Justo Sierra, decir en el entierro: "fue el sublime destructor del pasado y el obrero de la Revolución...".
Ramírez, ya se dijo, antecedió a la reforma y a la Revolución. La cárcel: signo de su existencia para pasar a la luz de la celebridad y al cumplimiento del deber. Luz y sombra, y en todo esto, el perenne amor a la Patria que le vió nacer bajo el yugo de la pobreza y las espigas de la honradez.
Precursor en todo. Cuando arribo a la academia de San Juan de Letrán, rompió el exclusivismo y, un día:"entro un joven de aspecto sombrío, de rostro prolongado, cuyo color oscuro tenía los reflejos verdosos del bronce por la infiltración biliosa, cuyos pómulos prominentes denunciaban la raza azteca, cuyo labio grueso se plegaba por una sonrisa burlona y sarcástica y cuyos ojos centelleaban por una pupilas brillantes de inteligencia y rodeadas con una escletórica inyectada de sangre y bilis... El traje del joven revelaba su pobreza y sus maneras, el encogimiento típico del colegial". Don Hilarión Farias y Soto cuenta esta toma de posesión y nos relata que todo Ignacio Ramírez fue resultado concreto y frutal de los libros que salvaron "La aduana de la conciencia," del index... nada sucedió en aquel México de los treintas del siglo pasado más allá de los laberintos escandalosos, y de las rosas, sólo que detrás de la declaración de Ignacio Ramírez estaba la erudición y el noble y duro acero del conocimiento.
Ramírez fue testigo del derrumbe del sistema feudal y el levantarse del centralismo. Vivió las dictaduras de Santa Anna, de Barragán y de Corro y, por último: el brutal gobierno del traidor Paredes, nos dice Altamirano: "solo el pensador mexicano, Don Ignacio Fernández de Lizardi podría ir a su lado, como iniciadores ambos de la Reforma y, ahí están sus escritos para probarlo, y solamente, desde luego, les acompaña el insigne doctor Mora, otro guanajuatense, al publicar sus obras libérrimas en París.
Por ello mismo, cuando desde el mismo gobierno de Toluca que lo acoge, y después de haber visto la batalla de Padierna contra los americanos, se empeña en mejoras sociales y materiales, sin descuidar la defensa de la Patria. Funda, el hombre de las fundaciones y los fundamentos, el Instituto Literario en momentos de apretadas crisis -he ahí el ejemplo- logrando abolir las alcabalas, prohibe el juego de azar, prohibe, acaba, rompe la maldición de las corridas de toros y, es el contrafuerte de la libertad de los municipios, hoy una realidad que vivo todos los días.
México cae en la ocupación por los norteamericanos. Imaginémonos la indignación y la sagrada soberanía el Nigromante, para entonces jefe superior político del territorio de Tlaxcala. En una etapa de retiro de la vida pública, contempla el rompimiento de la conciencia con los vengonzosos tratados de Guadalupe por los cuales México pierde la mitad de su territorio, tierra de nosotros cedida a norteamérica bajo cruenta felonía de un imperio naciente que al fin, cobraba su primera víctima.
Ramírez esta acompañado y seguro en su matrimonio con su mujer, Soledad Mateos, con la que tiene cinco hijos. Y son compañía también la de sus cuñados y su suegro, que ha de ir con él a la prisión. Mucho se dijo en su tiempo, que Ignacio Ramírez murió de dolor por la desesperación, poco antes de la muerte de su cuerpo, de la esposa. Tal aseveración pinta el lado profundo y humano del orador, escritor, periodista, investigador y hombre al servicio de la Patria.
Expiro el 15 de julio de 1879.
Sus conocimientos cubrieron la antropología, la economía política, la fisiología, la filología, la geología y la palentología, la química, la botánica, la física, y la metereología, la pedagogía y claro, la poesía, la oratoria y la crítica.
El Nigromante tuvo en su haber otro sabio con el cual ser comparado: "sería -dijo Vallarta_ si escribiera sobre derecho constitucional, el Kant de México
Compañeras, compañeros diputados: hoy, los perfiles ideológicos del Nigromante se agigantan desde su tiempo a través del paso de nuestra historia, historia de la Patria.
En el siglo de la nacencia de nuestro México entre los despojos vivientes del sistema colonial, y la feroz emergencia del movimiento independentista, la generación de los liberales irrumpe aprovechado la cultura detenida y reprimida del siglo XVIII. Ignacio Ramírez, el nigromante, abreva en la conciencia congénita de su condición indígena y en la infancia turbulenta de México, para configurar una propia ideología liberal como respuesta progresista a los oprobios del sistema cimentado, tal como ya dije, en las respuestas de la historia colonial e imperialista.
Ideología liberal sin las ortodoxias propias a su origen renacentista que, a partir de Maquiavelo y de Calvino, preconizan la práctica de la libertad fundado el desarrollo del capitalismo. Doctrinas rígidas en la haceduría de la cultura occidental de Centro-Europa, que al paso de los siglos entronizan a la naturaleza humana y su individualismo en la base y en la cúspide del progreso, ahí; donde los derechos se hacen leyes y constituciones. Libertad pregonada en ultramar para el individuo, en lo económico y en lo político: libertad basada en la propiedad.
Liberalismo europeo que los ingleses reafirman con una victoria importante en el siglo XVII contra el absolutismo monárquico, agregándosele el advenimiento de la libertad política, gracias a la constitucionalidad de los derechos humanos y a la victoria que aportaron los franceses sobre el imperialismo de las religiones. Historia del planeta y del pensamiento. Liberalismo ortodoxo que no fue el de Ignacio Ramírez, liberalismo mexicano que rechazó el libre cambismo en favor del proteccionismo, centrando justos reclamos sobre la propiedad de la tierra pugnada por los movimientos populares del siglo pasado, de Hidalgo a Morelos, de Mora a Alemán: utopías agrarias, reivindicaciones proletarias... tres guanajuatenses.
Esfuerzos concentrados en la Ley de Desamortización de Bienes Eclesiásticos, en el artículo 27 de la Constitución Liberal y en la Ley de Nacionalización, liberalismo social de Ignacio Ramírez que, al decir de don Jesús Reyes Heróles, se manifiesta en tres momentos: cuando el joven redacta él políticamente desafortunado "Don Simplicio"; cuando más tarde, en el Congreso Constituyente de 1856-1857, propone una especie de participación de los trabajadores en las utilidades, y por último, en escritos y discursos posteriores...".
Liberalismo social, visionario, cual juicio severo sobre problemas diversos propios a nuestra historia anterior y evidenciados en el alumbramiento y desarrollo de la nación independiente. Problemas algunos de ellos, que hoy no están resueltos y que aún punzan en la conciencia de una modernidad no alcanzada en las postrimerías de este siglo.
La historia no es reiterativa, se acumula nada más, y en su transcurso hay problemas que subsisten hoy acrecentando sus efectos. Vemos a los descendientes de la generación fallida, aquella que recurrió a la traición en el pasado al amparo de la democracia, aquella solicita ante los imperios para negociar a la nación por la perseverancia de sus privilegios; el Nigromante les lanzaría una diatriba similar a la contenida en el discurso conmemorativo de la victoria de Puebla, ilustrando, en aquel gran cercano tiempo, el engaño francés para quienes suponían benéfica la instalación del imperio.
Precursor de la justicia agraria, lucharía con vehemencia para sostener las conquistas revolucionarias y reiteraría lo dicho en el plan, publicado en el primer número de "Don Simplicio, el que no cultive un terreno, no podrá llamarlo suyo, aunque los escribanos le autoricen las escrituras".
Así pues, huérfana de las virtudes de la palabra total de la que hizo gala y lujo Ignacio Ramírez en sus discursos creadores de mundos en medio del universo del liberalismo, alzo mi voz para una vez más dejar aquí dicho lo que juzgo "el derecho del honor": que su nombre, Ignacio Ramírez, el nigromante, este ahí en letras de oro, atrás de mí, adelante de todos los diputados presentes y futuros, representantes auténticos del pueblo, voces de los que no tienen voz, servidores de la Patria, devotos cumplidores de las leyes, las que tenemos en las manos limpias los verdaderos diputados cuyas lealtades están depositadas en nuestro país, México, que tenemos otro, veamos y vean, oigan con los ojos -insisto-, el nombre del hombre en el nombre del hombre lo pido. Muchas gracias.
Turnada a la Comisión de Régimen, Reglamento y Prácticas Parlamentarias.