Los autores del proceso histórico son los pueblos. Ellos engendran a sus conductores cuando los necesitan. La grandeza de los hombres depende de las hazañas de sus pueblos, de sus anhelos, de su decisión en el combate. Pero los hombres de genio influyen también en su pueblo, cuando lo saben comprender, cuando se convierten en su cerebro y en su brazo. Pero lo cierto es que jamás un pueblo estará huérfano de guías.
Lo decimos sin espíritu prepotente; pero acudiendo únicamente a la verdad: ningún pueblo de América Latina ha tenido un proceso histórico con tanta personalidad como el de México. México nació a la lucha por su independencia con una revolución popular. Este movimiento engendró otros dos que le han dado al país su raigambre y su dimensión de hoy. Y hay un hilo conductor en todo el proceso revolucionario de México. Por eso los conductores de ayer y sus ideas siguen teniendo actualidad. En gran parte son hombres de nuestro tiempo.
Vicente Lombardo Toledano ha dicho de Benito Juárez: "Es una figura de gigante"; pero es un gigante no porque él solo y debido a su carácter y a su genio, hubiese realizado la obra trascendental que cumplió, sino porque tuvo la virtud y el mérito de estar a la altura de su tiempo, no sólo del tiempo mexicano, sino del tiempo universal".
Es indudable que Benito Juárez es heredero legítimo de Miguel Hidalgo y Costilla y de José María Morelos y Pavón, como la Revolución de Reforma es descendiente directa a la insurgencia. Morelos proyectó con mano precisa e ideario diáfano lo que sería la nación mexicana emancipada, el nuevo Estado mexicano, radicalmente distinto al régimen impuesto por el coloniaje. Tomó las ideas universales y las proyectó sobre el suelo mexicano. Concibió un Estado basado en los principios de la soberanía popular, en los derechos del hombre, en el gobierno representativo de los intereses populares; pero no imitó instituciones envejecidas de Europa, como la monarquía, desconocida en nuestra tierra, a pesar de los tres siglos de dominio de la monarquía española.
Enarboló la bandera de la República y la realidad económica, social, política y cultural del país, lo convenció que sólo el federalismo podía ser viable para el futuro de la nación. Para el "Siervo de la Nación", el Estado mexicano debía ser moderno, en el sentido de su separación de corporaciones religiosas; no debía admitir los fueros, y la igualdad ante la ley debía regir a toda la sociedad. Claro que su ideario tiene un trasfondo social; el nuevo Estado mexicano debía destruir las estructuras económicas de la colonia; debían destruirse las relaciones feudales y esclavistas y las grandes masas populares debían elevar sus condiciones materiales y culturales. Igualmente, desde Morelos quedaban claros los principios internacionalistas de México: La autodeterminación de los pueblos y la no intervención.
A Morelos no le alcanzó la vida para ver realizado su proyecto social y político. Al consumarse la independencia, no hubo cambios sustanciales en el interior del país. Las causas que habían provocado la Revolución de Independencia quedaban latentes. Por eso se puso en marcha otro movimiento y surgió nuevamente la lucha, enconada y sangrienta, entre quienes propugnaban por destruir todo el andamiaje que dejó el colonialismo y los que se aferraban a él con las uñas de las manos y del pensamiento.
México recorrió un largo y sinuoso camino para arribar a una nueva Revolución. Ella había de ser el reflejo no de la simple inestabilidad; sino un salto en la calidad de la lucha, porque ella había de traer un cambio en el ser nacional: Se había de asentar para siempre el Estado mexicano que pervive hasta nuestros días y que hemos de defender las generaciones de hoy y del porvenir.
Tenemos que enterrar con montañas de verdades las mentiras divulgadas dentro y fuera del país en contra de una de las figuras más puras de la historia universal y de México. Benito Juárez era creyente como casi todos los hombres de generación, con excepción de Ignacio Ramírez, el filósofo materialista. Su lucha no era antirreligiosa, sino política. Su combate estaba dirigido a vencer los cuerpos privilegiados que acaparaban la riqueza material y se empeñaban en mantener su fuerza incontrastable dentro del Estado y sobre el Estado.
Juárez había recibido el legado de su raza, de cualidades altamente positivas para las tareas políticas que estaban de por medio. Pero no representaba sólo a su raza, sino al pueblo mexicano en sus ideales, en su cultura, en sus ansias de destruir todos los obstáculos que se le oponían.
Era el hombre designado por la historia para construir la nueva sociedad liberada de las viejas ataduras de la servidumbre económica y espiritual. Era la síntesis de las cualidades de un pueblo que había adquirido su conciencia nacional, dispuesto a defender el derecho del pueblo mexicano a construir su destino sin la opresión de imperios, aunque se dieran el título de civilizados.
Benito Juárez pudo evadir las trampas que le querían tender las fuerzas oscurantistas y pudo abrevar en el humanismo de su tiempo y en las ideas que las revoluciones de los siglos XVII, XVIII y XIX habían difundido por el mundo.
En Benito Juárez hacían feliz unión el talento, la serena reflexión, la lealtad a una causa, la militancia en la corriente más avanzada de su tiempo y la voluntad de hierro para realizar las empresas más difíciles. Todas esas cualidades hicieron de Juárez el líder indiscutible del pueblo y de la nación.
El desafío a la cerrazón y a los métodos antihumanistas de las fuerzas conservadoras, acicatearon el espíritu de Juárez en lugar de amilanarlo.
Las amenazas externas y el intervencionismo prepotente, hicieron del ilustre "Indio de Guelatao", una estrategia excepcional en el terreno de la diplomacia y un táctico genial para mover al pueblo mexicano a la hora de la lucha.
Quiso ganar todos los combates en una sola batalla y le ahorró al pueblo mexicano mayores sacrificios realizan de una vez la obra completa.
Comprendió que la táctica de la espera y de las reformas escalonadas en aquellas circunstancias que constituían una oportunidad histórica, sólo conducirían al fracaso y a una indeterminable guerra civil.
La Constitución de 1857 era un avance trascendental, aunque no debía ser toda la obra de la Reforma. Ella estructuró los órganos de la República de acuerdo con los principios de la división de poderes y de la soberanía popular; y por primera vez en el Derecho Constitucional Mexicano, estableció un catálogo preciso y sistemático, de los derechos del hombre como "la base y el objeto de las instituciones sociales".
Por eso Juárez la defendió y la tomó como bandera cuando Ignacio Comonfort, aliado con los conservadores, dio el golpe de Estado contra ella y rompió sus propios títulos de Presidente de la República. Cuando los conservadores demandaron que se revisara la Constitución , a fin de conciliar los intereses en pugna, Juárez respondió con firmeza: "Fuera de la Constitución que la nación se ha dado por el voto libre y espontáneo de sus representantes, todo es desorden".
Y en su manifiesto a la nación, del 7 de julio de 1859, en plena guerra de tres años, el reformador dijo: "La nación se encuentra hoy en un momento solemne, porque el resultado de la encarnizada lucha de los partidarios del oscurantismo y de los abusos han provocado, esta vez contra los más caros principios de la libertad y del progreso social, depende todo de su porvenir... Nada tiene qué decir el Gobierno sobre la organización política del país, porque siendo él mismo una emanación de la Constitución de 1857, y considerándose, además, como el representante legítimo de los principios liberales consignados en ella, debe comprenderse naturalmente que sus aspiraciones se dirigen a que los ciudadanos todos, sin distinción de clases ni condiciones, disfruten de cuantos derechos y garantías sean compatibles con el buen orden de la sociedad."
Juárez se rodeó de los hombres más ilustres de México, para hacer la obra de la reforma, precisamente porque él no era un hombre pequeño. La obra gigantesca tenían que hacerla gigantes. En síntesis, ella dio los siguientes frutos:
Fue destruido el Estado - Iglesia. La iglesia debía asumir su condición de institución privada. Fueron reconocidos los derechos del hombre. La iglesia y el Ejército perdieron sus fueros, como consecuencia del principio de la igualdad ante la ley. El Ejército, herencia de la colonia, corrupto, indisciplinado, verdadero cuerpo de casta, dejó de ser la rémora que asoló al país por medio siglo. Surgió la República como única forma de gobierno viable para México y la monarquía fue liquidada para siempre. El federalismo triunfó como principio frente al centralismo.
De los escombros del Estado - Iglesia, surgió el nuevo Estado, como autoridad única, regulador de la vida pública, promotor de la educación, de la cultura y de la ciencia, e impulsor del desarrollo social.
Juárez fue capaz de crear el frente patriótico nacional para acumular fuerzas contra la intervención extranjera. Jamás se arredró ante las contingencias adversas. Tenía fe en que la causa sagrada de la independencia nacional conquistaría la victoria. El Ejército invasor fue derrotado no por presiones internacionales ni por los vientos de guerra en Europa. Napoleón "El Pequeño" retiró sus huestes imperialistas de nuestro suelo cuando se convenció de que el pueblo mexicano jamás se rendiría.
Expulsado el agresor, las fuerzas conservadoras que sostenían al iluso Maximiliano de Habsburgo, se desplomaron como castillos de naipes. Así, los principios de autodeterminación y no intervención, México los hizo valer con las armas en la mano. Hoy nadie puede desconocer que la política internacional de México tiene que abrevar del pensamiento juarista.
Sin la obra de Benito Juárez, no hubiera sido posible la Revolución Mexicana de 1910 - 1917.
Sin la obra juarista, es inconcebible el México progresista y revolucionario. Sobre ella se apoyan las conquistas sociales de nuestro pueblo, así como la personalidad de la nación. Sin la acción y el pensamiento del Benemérito de las Américas, no podemos pensar en el futuro de México.
Por las consideraciones expuestas y con fundamento en el artículo 71, fracción II, de la Constitución General de la República, y las disposiciones relativas del Reglamento para el Gobierno Interior del Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos, en nombre del grupo parlamentario del Partido Popular Socialista, me permito someter a esta soberanía, el siguiente
PROYECTO DE DECRETO
Unico. Póngase el nombre de "Benito Juárez", a esta sala de sesiones de la Cámara de Diputados del honorable Congreso de la Unión.
Ruego a la Presidencia tenga a bien disponer que la presente iniciativa sea remitida a las comisiones unidas de cultura y de reglamento, régimen y prácticas parlamentarias, para su estudio y dictamen.
Dado en la sala de sesiones de la Cámara de Diputados del honorable Congreso de la Unión, a los 12 días del mes de noviembre de 1992. - Por la fracción parlamentaria del Partido Popular Socialista, diputado Martín Tavira Urióstegui.
Turnada a la Comisión de Gobernación y Puntos Constitucionales, a la Comisión de Cultura y a la Comisión de Régimen y Práctica Parlamentaria.